In Memoriam: José Jara García: filosofía y vida (1940-2017)
Pocas veces en los profesionales de la filosofía se encuentra la profunda convicción de realizar una vida consecuentemente filosófica, esto implica una pasión vital por la reflexión en un contexto situado al que se pertenece. El profesor José Jara era de aquellos que transmitían testimonialmente el entusiasmo por llevar una vida filosófica, sin perder nunca la posibilidad para establecer diálogos o vínculos con aquellos que compartían motivaciones por una búsqueda filosófica rigurosa.
En los días de su muerte, en los homenajes que se le rindieron y en algunas columnas aparecidas en la prensa chilena, estuvo presente el recuerdo por su forma de sonreír, era de esas personas que se expresaba con sonrisas, siempre afable, tomándose en serio nuestras interpelaciones, atento a escuchar, sin imponerse en su turno para el habla. Pausado y profundo el tono de su voz, como el tratamiento que le daba a las ideas en su pensamiento. Creo que la sonrisa también era parte de su ironía, esa ironía aprendida en la vida y sus sentidos, ese ejercicio de pensar con sentido frente a las complejidades y contradicciones. Esa ironía que es parte de nuestro desarrollo de la inteligencia y de la cual nos han dado lecciones, al interior de la tradición filosófica clásica, figuras como Sócrates, Nietzsche y Kierkegaard.
José Jara terminó sus estudios de filosofía en la Universidad de Chile a comienzos de la década del 60, al interior de un departamento de filosofía en el cual imperaban las figuras de Bergson instaladas, principalmente por Enrique Molina y continuada también por Jorge Millas. Por aquella época también era importante la figura del filósofo español José Ortega y Gasset, que era importante para figuras centrales de este centro de formación de profesionales de la filosofía, como son el ya mencionado Jorge Millas y Juan Rivano. El impacto orteguiano en José Jara es importante, ya que realiza una tesis en el pensamiento de este filósofo español, sin embargo, no será un continuador de la obra de Ortega en Chile.
En alguna ocasión me comentaba lo importante que había sido Jorge Millas para el desarrollo de su trabajo intelectual, de hecho, hay elementos de similitud como el ir a realizar un Master a Estados Unidos, este tipo de estudios de posgrado no era muy frecuente entre los filósofos chilenos en aquella época. Incluso se puede decir que Millas influyó en lo que vendrá a ser uno de los principales aportes de Jara a la filosofía en castellano, lo que es sus estudios en torno a la lectura foucaultiana del pensamiento nietzscheano. Es sabido el reconocimiento público que hacía Jara a un Seminario dado por Jorge Millas en torno a Las palabras y las cosas del filósofo francés. Este hecho también es importante en su biografía intelectual, ya que realiza una tesis sobre el pensamiento de Foucault en Alemania en 1975; y tal vez lo que ha sido su principal libro publicado en la editorial Anthropos en 1998 -de lo que le hemos conocido- bajo el título Nietzsche un pensador póstumo: el cuerpo como centro de gravedad.
Aparecen en esta nota algunos elementos que podrían ser considerados importantes en este diálogo que hemos iniciado hace algunos años entre la filosofía chilena y la española, desde esa provocadora invitación a pensar con nuestra lengua compartida. Pero, el elemento más significativo en esta perspectiva, es el reconocimiento expreso que Pepe Jara hacía al magisterio del filósofo español Francisco Soler que víctima del exilio se viene a Chile, dejando huella tanto en Santiago como en Valparaíso, entre filósofos chilenos que han dedicado su vida académica al estudio y difusión tanto del pensamiento de Ortega como al de Heidegger. Esto es relevante destacarlo, era la época en que la figura de Heidegger se apoderaba de los departamentos de filosofía, con esa influencia del pensamiento conservador que no se conformaba con el tomismo, esto dada la influencia que ejercía el italo-alemán Ernesto Grassi, que sedujo a varios de los filósofos chilenos que colaboraron con la dictadura de Pinochet, incluso a otros más moderados o más comprometidos con las revoluciones sociales de nuestra américa en la década del sesenta. Escasa crítica recibía este pensador fascista, tal vez la más clara es la que consignó Juan Rivano en un número de la Revista Mapocho en el año 1964. Jara tampoco fue continuador en el estudio y difusión de las ideas de Heidegger. Tal vez el legado de Soler en Jara se puede observar en su ejercicio como traductor, cuestión que desarrolla principalmente en su periodo de exilio desde el año 77. Es su temporada en Caracas, en estos días la maltratada Venezuela, país que siempre acogió a los exiliados de distintos países.
En este país pudo desarrollar su labor de traductor cobijado en las universidades Simón Bolívar y en la Central. Para mi generación es fundamental la traducción de la Ciencia Jovial, publicada en el noventa por editorial Monte Ávila, reeditada en 2013 por la Universidad de Valparaíso. En lo personal recuerdo el dramatismo del maestro Jara leyéndonos en clases ahí en el Campus Gómez Millas de la Universidad de Chile ese aforismo del hombre frenético, asumíamos el credo de que había que recuperar el cuerpo como centro de gravedad para el pensamiento, alejándonos de la espiritualidad metafísica, no sólo desde la perspectiva marxista latinoamericana que había tenido su apogeo en las décadas del sesenta y setenta, cuando era reconocida la significación histórica de la Revolución Cubana y aún no caía en la invisibilización impuesta por la universidad neoliberalizada de nuestros días.
Heredero de la fiesta nietzscheana, Pepe Jara comprendía aquella sentencia de que no se podía vivir sin música, con entusiasmo tocaba violín, flauta, erudito en el jazz y en la música venezolana como en Violeta Parra, así lo recordaban sus amigos más cercanos e hijos el día de la despedida. Pero, también por su don para el baile, con lo cual ampliaba sus dotes seductores que ya le aportaban el tono de su voz.
Los aportes de este filósofo chileno a la filosofía latinoamericana son innegables. No sólo por su labor docente, de traducción, de estudio sistemático de la filosofía o interpretaciones novedosas para la renovación de las ideas filosóficas impuestas por los regímenes totalitarios. Son conocidos sus reclamos y sus compromisos políticos en defensa de la filosofía censurada. Nostálgico a la actividad filosófica institucionalizada en la universidad chilena en los años previos al Golpe cívico-militar que terminó con la realización utópica impulsada por la UP. Lamentaba que en Chile habíamos tenido “un siglo corto de filosofía”, marcado por la brutalidad del totalitarismo que operaba no sólo como censura del pensamiento, sino que como estrategia de intervención de las instituciones como medio de control ideológico, pero también lamentaba las desapariciones de colegas. De manera bastante estadística exhibía en gráficos la baja en la curva de la producción filosófica en las universidades chilenas en los años del terror.
Testigo atento de la actividad filosófica en Chile, sobre la cual no evadía opiniones y comentarios, aceptando un reconocimiento de la producción filosófica nacional. El profesor Jara siempre fue una fuente referencial para nuestros estudios sobre la filosofía chilena, recordando anécdotas, marcando énfasis interpretativos, discutiendo opiniones de otros no siempre en consenso, siempre dispuesto a entrevistas y conversatorios, a pesar de que siempre parecía que no tenía tiempo o que el tiempo le faltaba, siempre viniendo de algún lado marcado por ese tránsito entre la Universidad de Valparaíso y la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, pasando de una ciudad a otra, asumiendo la precariedad laboral que sufren los docentes en Chile. Lúcido en la defensa política y pública de la enseñanza de la filosofía, comprometido no sólo en el discurso contra este permanente asedio que sufre la asignatura por distintos tecnócratas del Estado “democrático” de la posdictadura.
Para la historia de las ideas filosóficas en Chile, además colaboró con publicaciones en torno a la figura de Humberto Giannini, tal vez el filósofo chileno más reconocido en la universidad chilena contemporánea y tal vez también el más difundido internacionalmente por estos días, del grupo de filósofos chilenos que permaneció en el país en los años negros que hemos referido. Jara gozaba de su amistad con Giannini, siempre manifestando una profunda admiración, aquello que publicó en torno a su maestro y colega, es un aporte sustancial para el estudio de la filosofía chilena.
En el profesor Jara encontramos al filósofo sistemático que traduce, que aborda a los filósofos que admira con obsesión y rigor, en él podemos reconocer al académico consistente. Pero, no se agota en esta imagen, aunque sus estudios son los filósofos del canon eurocéntrico, nunca dejo de pensar desde una situación contextualizada, esto seguramente también es lección nietzscheana en cuanto a la comprensión de que el filósofo no puede pensar sin la historia y aquel que elude esto es un filósofo acéfalo.
Para finalizar nuevamente un recuerdo más personal. José Jara ejerció un reconocido magisterio para mi generación, recuerdo nuevamente el Campus Gómez Millas de la Universidad de Chile, en donde no era un profesor conocido. Sin embargo, en el año 99 o tal vez 2000 llegó a dar un curso basado en su libro Nietzsche un pensador póstumo, todavía se fumaba en el aula de clases, lo esperábamos ansiosos en esa Facultad, se intuía algo distinto a lo que en ese programa de estudios existía. La primera clase nos dejó esperando, a la segunda, llegó aunque bastante atrasado, siempre con su cigarrillo no recuerdo si eran ducados u otros, en media hora de clases nos tenía convencidos de que asistíamos a uno de los mejores cursos de filosofía que habíamos asistido. Recuerdo que eso me motivó a tomarme el curso con bastante seriedad, eran años en que ya había comenzado a proponerme abandonar el estudio universitario de la filosofía. Eso era el profesor Jara un estímulo para quienes estudiábamos filosofía. Siempre yendo y viniendo comentaba más arriba, pero a pesar de eso, cuestión que también me sorprendió, se daba el tiempo para orientar a través de un consejo por donde podrían ir nuestras búsquedas a las que nunca les negó sentido.
Alex Ibarra Peña
Universidad Católica Silva Henríquez, Santiago, Chile