UTOPÍA Y PRAXIS LATINOAMERICANA. AÑO: 23 , n° 81 (ABRIL-JUNIO), 2018, pp . 90-104 REVISTA INTERNACIONAL DE FILOSOFÍA Y TEORÍA SOCIAL
CESA-FCES-UNIVERSIDAD DEL ZULIA. MARACAIBO-VENEZUELA. ISSN 1315-5216 / ISSN-e: 2477-9555
Who Speaks on Behalf of Socialist Humanism? Debates in the Argentinian Intellectual Field in the 60s
María Eugenia AGUIRRE
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-4238-815X
INCIHUSA, CONICET, Argentina
Este trabajo está depositado en Zenodo:
DOI: http://doi.org/10.5281/zenodo.2253417
En el presente artículo analizaremos tres debates que propician una lectura humanista del marxismo en las revistas culturales argentinas: la polémica entre El grillo de papel y dos empresas ligadas al Partido Comunista: la Gaceta literaria y Cuadernos de Cultura; la discusión que suscita el surgimiento de la revista Pasado y Presente y las lecturas divergentes que la publicación Los Libros realiza sobre la obra de Louis Althusser.
This article aims to analyze three debates regarding a humanist view of marxism in argentinian cultural magazines: the controversy between El grillo de papel and two Comunist Party´s enterprises: La Gaceta literaria and Cuadernos de Cultura; the discussion raised by magazine Pasado y Presente´s emergency; and the divergent readings about Louis Althusser´s work that the journal Los Libros arise.
Key words: Humanism; Marxism; New Left; Argentinian Cultural Magazines.
Recibido: 10-05-2018 ● Aceptado: 06-06-2018
Utopía y Praxis Latinoamericana publica bajo licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported (CC BY-NC-SA 3.0). Para más información diríjase a https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/deed.es_ES
En la Argentina de los años ‘60, el marxismo aparece como horizonte ineludible de análisis no solo de las relaciones sociales, de la política, de la estructura económica de la sociedad, sino también de la crítica literaria, artística e ideológica. Pero aun desde un mismo arco teórico, se abren multiplicidad de perspectivas. El debate se polariza entre los defensores de una cierta ortodoxia y el surgimiento de lo que se dará en llamar nueva izquierda. Ambos coinciden en la defensa de que el verdadero humanismo es el socialista, pero difieren en su caracterización. Se ponen en juego, ente otras cuestiones, la definición de la libertad del individuo, el acaecer histórico, qué sea la ortodoxia y qué la heterodoxia y qué entender por marxismo.
Al promediar la década, sin embargo, surge una nueva lectura del marxismo, de corte cientificista y estructuralista, que divide la obra del filósofo en dos: una obra de juventud y otra de madurez y que entiende que los primeros textos de Marx deben ser desestimados en función de la rigurosidad del sistema, postulando así un marxismo antihumanista. Es el aporte de la obra de Louis Althusser, entre otros.
En el presente artículo analizaremos tres debates que propician una lectura humanista del marxismo en las revistas culturales argentinas: la polémica entre El grillo de papel y dos empresas ligadas al Partido Comunista: la Gaceta literaria y Cuadernos de Cultura; la discusión que suscita el surgimiento de la revista Pasado y Presente y las lecturas divergentes que la publicación Los Libros realiza sobre la obra de Louis Althusser.
Horacio Tarcus señala que en el periodo transcurrido entre 1955 y 1976 se evidencia un auge del marxismo que pasa así a trascender el plano meramente político y su difusión en pequeños grupos de izquierda y comienza a erigirse como un pensamiento ineludible para el conjunto de las ciencias sociales y de la crítica cultural. Tal irradiación del marxismo se verá interrumpida por el golpe militar de 1976.
Durante las décadas del ’30 y ’40, la difusión del marxismo en nuestro país había estado vinculada casi exclusivamente con el Partido Comunista. Tras la Segunda Guerra Mundial, en plena guerra fría, surgen con fuerza distintos proyectos destinados a combatir ideológicamente la cosmovisión burguesa. Un caso paradigmático son los Cuadernos de Cultura. En un comienzo, se dedicaban a la divulgación de autores ligados estrechamente con la filosofía soviética, pero a partir de la conducción de Héctor P. Agosti de la revista en 1952, se observa la apertura que se genera hacia autores marxistas no ortodoxos, como es el caso de Gramsci. Sin embargo, más tarde se produce lo que Tarcus llama un “encorsetamiento ideológico”, que llevará a la publicación a discutir con las incipientes voces de la llamada nueva izquierda argentina (que paradójicamente habían ayudado a formar); a la vez que rechazan en bloque los aportes de las nuevas ciencias del hombre (psicoanálisis, sociología, etc.).
Lejos de aparecer siempre en estado puro, Tarcus señala las distintas hibridaciones que presenta la cultura marxista argentina, que empapa a la psicología, la sociología, la religión y el pensamiento nacional. Las revistas culturales merecen una mención especial. Sobre las dirigidas por Abelardo Castillo: El grillo de papel (1959- 1960) y El escarabajo de oro (1961-1974), el autor señala que se trata de revistas más abiertas a diversas experiencias literarias que las revistas oficiales del PC y agrega que “siguiendo el itinerario del propio Sartre, las revistas de Castillo y su equipo se movieron entre el lugar de “compañeras de ruta” del PC argentino, por un lado, y el del compromiso con la nueva izquierda intelectual por otro, apelando crecientemente a un repertorio teórico y cultural inaceptable para los comunistas” (Tarcus: 1999,
p. 488). Desarrollaremos esta polémica en el siguiente apartado.
Otro hito importante es marcado por quienes fueran discípulos de Agosti, pero que abrirán su propio camino tras ser expulsados del PC: nos referimos a los jóvenes gramscianos que fundaran la revista Pasado y Presente, “que iba a convertirse desde entonces en un paradigma de la nueva izquierda intelectual” (Ibíd.: p. 490). Desde la publicación, se mantuvieron al tanto de las nuevas corrientes de
pensamiento. Cuando el althusserianismo remplace al marxismo de corte humanista-historicista, los Cuadernos de Pasado y Presente siguieron el pulso del paradigma estructural que comenzaba a afianzarse y publicaron La filosofía como arma de la revolución (1968) y Materialismo histórico y materialismo dialéctico (1969). La presencia de Althusser en la Argentina se gesta desde diversas vertientes, articulando procesos políticos de diversos sesgos. El proceso no fue uniforme, y mientras que algunos autores como Masotta se sumaron a la ola estructuralista, otros como Sebreli o Rozitchner se resistieron a adoptar sin más el nuevo lenguaje propuesto. Asimismo, podremos observar como en una misma publicación, como es el caso de Los libros, se harán lecturas divergentes del filósofo francés.
La revista El Grillo de Papel (EGdP) publica su primer número en octubre de 1959. En abril de ese mismo año, salía el último número de la ya mítica revista Contorno. Muchos han señalado la existencia, entre ambas revistas, de una continuidad; en especial, desde el punto de vista de lo que se dio en llamar la nueva izquierda. Esta fracción estaba compuesta fundamentalmente por intelectuales en disidencia con las direcciones de los partidos tradicionales, algunos provenían de militancias partidarias fallidas y otros formaban parte del ámbito académico. Como señala Tortti: “el éxito de la «vía cubana» y la persistencia del peronismo en la clase obrera fueron la roca contra la cual se estrellaron sus partidos tradicionales, y el punto de partida de numerosos grupos radicalizados que ya entonces eran identificados como la «Nueva Izquierda»” (Tortti: 1999, p. 222). La incomprensión del fenómeno peronista y la insistencia en un etapismo que no permitía explicar la revolución cubana (ni intentar replicarla), el rechazo de la lucha armada sumado a la dependencia del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) y una fuerte ortodoxia llevarán al alejamiento de distintos grupos (especialmente de jóvenes) que aun convencidos de la necesidad de una revolución no hallan en el PC la vía para encauzar sus inquietudes. La organicidad partidaria era vista como un corsé innecesario, lo que explica que “los proyectos políticos de la Nueva Izquierda fueron, luego, más intelectual-culturales (revistas, editoriales, clubes de cultura) que político- partidarios” (Prado Acosta: 2013, p. 85).
El Consejo Directivo del primer número de EGdP estaba conformado por: Abelardo Castillo, Arnoldo Liberman, Oscar Castelo y Víctor García. Lo que motivó la creación de El grillo de papel fue la separación de Abelardo Castillo y Arnoldo Liberman de la Gaceta Literaria, por entonces dirigida por Pedro Orgambide. Según Liliana Heker, secretaria de redacción de la revista, el desprendimiento de la Gaceta Literaria se debió al apoyo incondicional al Partido Comunista que esta revista manifestaba. Orgambide hace saber sus críticas a la nueva revista en un artículo llamado “Izquierda y facilidad” publicado en el número 19 de la Gaceta Literaria de noviembre-diciembre de 1959. El autor comienza con una caracterización de los escritores y artistas de la izquierda independiente:
En su mayoría hombres jóvenes, pertenecientes a la pequeña burguesía, estudiantes o estudiosos de humanidades, hombres que no han hecho su experiencia formativa en ningún partido revolucionario, aunque a veces –con menor o mayor suerte- han participado en la lucha política de los partidos burgueses al mismo tiempo que estudiaban las implicaciones del marxismo en los movimientos políticos internacionales. Y a la vez hombres descreídos del cosmopolitismo y la inoperancia de nuestra minoría intelectual, preocupados -por utilizar su definición- por nuestro contorno. En algunos de ellos se produce una extraña amalgama de marxismo y nacionalismo; en otros, un intento por unir el primero a las corrientes existenciales de la filosofía contemporánea (GL, a. III, n°19, p. 1).
Los integrantes de la revista Contorno, así como los de EGdP, a diferencia de lo que sucede con los escritores de Pasado y Presente, no venían de haber participado en partidos de izquierda. La alusión a la
participación en partidos burgueses, puede leerse como una crítica a la postura de quienes en su momento apoyaron a la UCRI (Unión Cívica Radical Intransigente) o incluso al peronismo. El intento de formar un “nacionalismo de izquierda” o una “izquierda nacional” (al estilo de Puiggrós, por dar un ejemplo) es cuestionado desde el internacionalismo comunista. Pero es fundamentalmente el último punto el que remite directamente a EGdP: el intento por aunar marxismo y existencialismo.
Desde las primeras páginas de la revista, se percibe tal cruce que deriva en una particular interpretación del compromiso. La editorial del nº 1 afirma: “Creemos que el arte es uno de los instrumentos que el hombre utiliza para transformar la realidad e integrarse a la lucha revolucionaria” (EGdP, n° 1, p. 2). Pero aclaran que el compromiso no es con un partido en particular, consideran que hay un posicionamiento ideológico, una actitud que atraviesa la actividad creadora y que se expresa de manera contundente en un cuento o un poema, sin necesidad de manifestarse en una escritura de tipo panfletaria ni de articularse en un texto académico. Aquí es posible advertir una sintonía con Sartre en la idea de que todo escrito posee un sentido, que marca el compromiso del autor, sin servir a un partido determinado. Así como una radicalización, ya que cuando Sartre habla de literatura comprometida, se circunscribe a la narrativa, mientras que desde el EGdP se amplía la noción de compromiso a lugares insospechados (no solo se toma a la poesía, sino que se hablará de todas las artes, se llegan a preguntar incluso por la existencia de una escultura comprometida –cfr. reportaje a Horacio Juárez, EGdP, nº 2). El cruce entre ambas corrientes de pensamiento (existencialismo y marxismo) se hace explícito en un artículo escrito por Castillo titulado “Ir a la montaña o hacer que venga”, en donde aborda el tema de las relaciones entre arte y sociedad. Una de las preguntas que articula el discurso es la de para quién escribir, o más específicamente quién lee. La constatación de que el público es la burguesía, y la pequeña burguesía, y que un arte verdaderamente popular supone la transformación de la estructura económica de la sociedad, lleva a la caracterización del rol del artista de un modo peculiar. Castillo cierra la nota con dos citas de Sartre y de Engels, en un punto coincidentes: en la medida en que la novela está actualmente dirigida al público burgués, el escritor debe turbar esa conciencia burguesa, destruir las ilusiones convencionales, poner en crisis ese orden ya dado. La presencia de Sartre es una constante en la revista (y en su sucesora, El Escarabajo de Oro); encontraremos entrevistas, fragmentos de sus obras de teatro, artículos y constantes menciones. Asimismo, otros personajes del movimiento existencialista se hacen presentes en sus páginas, como Simone de Beauvoir y Camus. Las relaciones entre marxismo y existencialismo pueden ser leídas en múltiples direcciones: ya sea que se tome a Sartre como ejemplo a partir del cual muchos jóvenes cercanos a sus idea siguieron su curva intelectual y viraron hacia el marxismo, ya se considere al marxismo como “filosofía insuperable de su época” y se articule al existencialismo como ideología, o bien se entienda que el marxismo era leído sartreanamente para remarcar la posibilidad del hombre que se va construyendo a sí mismo a través de los fines que se fija (ver Terán: 1993), lo cierto es que era la lucha por una cierta idea de libertad y una cierta idea de igualdad se combinaban en el escenario de los años ’60 de un modo peculiar que admitía tales cruces.
Orgambide señala además divergencias con la izquierda independiente en el análisis de la literatura argentina. Difiere con la consideración de Arlt que realiza el grupo de Contorno y con la mirada que Ismael Viñas tiene sobre poetas militantes como Enrique Wernike o Juan L. Ortiz, ya que supone la existencia de una discordancia entre el sentimiento lírico de un poeta, el tono de su poesía y sus preocupaciones políticas; mientras que, para Orgambide, no hay tal discordancia, sino la imbricación compleja del poeta con su realidad. El director de la Gaceta Literaria objeta las reseñas formuladas por la izquierda independiente, a la vez que reconoce que algunos jóvenes críticos comunistas también yerran al intentar justificar todo lo que produce la propia minoría intelectual y entiende que es esa complacencia la que suscita malentendidos.
Como señalan algunos estudiosos de la publicación (ver Petra: 2014), la revista no constituye exactamente un órgano del Partido, ya que, si bien es conformada por miembros del mismo, cuestiona, entre otras cosas, el naturalismo soviético. Pero su actitud crítica es limitada, no desconoce su ligazón ideológica y desde allí juzga a las otras vertientes de la izquierda: como el populismo de Jorge Abelardo Ramos y la línea indoamericanista, que opone al cosmopolitismo una cultura revolucionaria y
latinoamericana. De modo que, frente a las distintas ramas de la nueva izquierda, el autor busca definir la línea de su revista y de su partido. Hacia el final, se refiere en específico a EGdP, transcribimos el fragmento:
Nos oponemos a la aventura irresponsable de los intuitivos de la izquierda que, con el pretexto de despreciar una determinada ortodoxia –y en general la política de la cultura- se abrogan la virtud de la extrema sinceridad (…) Se repite aquí, con ligeras variantes de nivel y oportunidad, la controversia que hace algunos años se proyectó desde el epicentro europeo entre la posición crítica de la izquierda responsable y los abogados del individualismo humanista. También aquí, en su versión criolla, han aparecido esos abogados: jóvenes poetas y escritores improvisados en críticos de izquierda militante. (…) ellos mismos en una reciente publicación, confiesan su ignorancia política, la que no les impide juzgar hechos políticos. La actitud, por lo pueril, obviaría el comentario. Sin embargo, ella ilustra claramente sobre la escasa responsabilidad y evidente confusión de quienes así entienden la amplitud dentro de la izquierda independiente (GL, a. III, nº 19, 1).
Facilidad e improvisación de juicio son defectos generalizados que para el autor conllevan malentendidos y aislamiento. Asimismo, critica que estos escritores no han superado el mero disconformismo, las meras adhesiones sentimentales y no discuten a fondo los problemas estéticos y las relaciones del escritor con la política.
La respuesta de EGdP es el editorial del número 3 de la revista (marzo-abril de 1960) titulado “Confusión y coincidencia”. Comienza con una extensa cita del artículo de Orgambide. Los editores constatan que la “reciente publicación” a la que se alude no es otra que El Grillo de Papel. En primer lugar, desde la dirección de la revista responden a la idea de que su proyecto supone una “aventura irresponsable”, ya que alegan que su separación de la Gaceta literaria fue un proceso doloroso que implicó un juicio meditado. La responsabilidad para ellos es para con la verdad, no una abstracta e idealista, sino una verdad concreta y palpable. El editorial sigue con minuciosidad el texto; no critica la apelación de “intuitivos”, siempre que se entienda por ello la “percepción de una verdad tal como si estuviera a la vista”, pero rechazan el que su crítica de la ortodoxia del Partido Comunista sea considerado un pretexto, afirman el derecho a tal crítica, a las normas dictadas por los funcionarios y sus Index, dado que juzgan que su inflexibilidad obstaculiza la construcción de un proceso revolucionario. Asimismo, consideran que la crítica al PC no los aleja de la afirmación de la necesidad del socialismo y su ubicación del lado del proletariado. Justamente, tal posicionamiento, difícilmente pueda ser caracterizado como “fácil”. Sin pretender ser los poseedores de una verdad absoluta, defienden el derecho a la reflexión, a la crítica y de denunciar lo que conciben como errores y deformaciones, como por ejemplo la reacción de la URSS frente a la obra de Boris Pasternak. Dado que, si bien no acuerdan con el autor, defienden su derecho a escribir y publicar1.
Otro punto del debate que nos interesa señalar es la afirmación de Orgambide según la cual los integrantes de la nueva izquierda argentina serían “abogados del individualismo humanista”, lo cual manifiesta una clara intención de desprestigio. Frente a ello, desde la dirección de EGdP responden con una propia definición de humanismo: “humanismo, para nosotros, es la búsqueda de la justicia sin debilidad, es amor a ser libres, es, como dijo Thomas Mann: lo contrario del fanatismo” (EGdP, año 2, n°3, p.3, negrita en el original). Y agregan “por eso creemos que el único, el auténtico humanismo, es el socialismo, la más honda y fervorosa de las empresas humanas”. Para respaldar dicha afirmación acuden al propio Marx, con una cita de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 y a Engels para mostrar la
Como señala Petra (2014), tras la muerte de Stalin y el XX Congreso del PCUS, en que se denunciaron los crímenes estalinistas y el culto a la personalidad, había comenzado un proceso de apertura cultural en el comunismo, que mostró sus límites con el otorgamiento del premio Nobel a Pasternak, a quien se le prohibió recibir el galardón, considerándolo una provocación.
falsa disyuntiva entre la libertad de la persona y el socialismo y que en tal sentido el socialismo es un auténtico humanismo. El debate no sale del plano de la teoría marxista que ha devenido en la época el suelo común en el que se libran todas las batallas, si bien podría señalarse que la opción de tomar los Manuscritos, escrito de juventud que difiere de las lecturas señaladas por la ortodoxia marxista, puede tomarse como un signo de apertura y de debate con los lineamientos orgánicos del PC.
El último punto del artículo de Orgambide que los editores de EGdP debaten es la pretendida reivindicación de una cierta “ignorancia política”. Lo que parece haber generado tal malentendido es el editorial del primer número de EGdP en el que declaran “haber salido a la calle sin preconceptos ortodoxos ni planes tácticos” y reconocen “no saber con exactitud dónde termina la ortodoxia y empieza la aberración”, a la vez que reniegan de dos formas de escritura: la panfletaria y la académica. Pero esto, aclaran, no es sinónimo de ignorancia política. Ni la ignoran ni desconocen su importancia puesto que afirman que toda obra de arte es política. Es por ello que transparentan su propio posicionamiento político: su opción es por el socialismo, lo que rechazan es el totalitarismo, pero aun así no se colocan del lado de los anticomunistas ya que saben cuáles son los móviles que los inspiran. El editorial concluye con un llamamiento a luchar por las coincidencias con los intelectuales de izquierda, y no quedarse en la discusión de las discrepancias.
Unos meses más tarde, Ernesto Giudici, Héctor P. Agosti, Juan Carlos Portantiero, Samuel Schneider y Mauricio Lebedinsky escriben en el nº 50 de Cuadernos de Cultura sus respectivos ensayos reunidos bajo el título “¿Qué es la izquierda?” (noviembre - diciembre de 1960). Los mismos son precedidos por un escrito que parte de la constatación de estar viviendo una época de transición del capitalismo al comunismo. La Revolución Rusa es tomada como el pivote de dicha transformación y de la centralidad que tomó el marxismo como herramienta de comprensión de la realidad. La Argentina no es ajena a esta hegemonía, pero esto mismo lleva al surgimiento de distintas variantes de pensamiento. La finalidad de esta reunión de ensayos es, por lo tanto, discutir con las distintas manifestaciones de la “nueva izquierda”, que a su juicio adolecen de diversas confusiones. Dos de estos ensayos se refieren explícitamente a EGdP: el de Héctor Agosti y el de Samuel Schneider.
Comenzaremos con el primero, que lleva por título La crisis del marxismo. Agosti advierte que existe
un argumento que se repite por doquier en la izquierda intelectual no comunista acerca de la crisis del marxismo que consistiría en la infecundidad del marxismo ortodoxo. Tal argumento toma por modelo las Cuestiones de método de Sartre, según Agosti, quien las resume afirmando que las únicas cosas creadoras en el terreno del marxismo han provenido de aportes doctrinarios ajenos o disidentes. De esta manera se hace al comunismo sinónimo de marxismo ortodoxo, dogmatismo y estancamiento. Esta actitud comunista es la que resulta juzgada desde la izquierda en nombre de un determinado humanismo. Aquí, señala Agosti, se vuelve a apelar a Sartre, en la medida en que “el existencialismo, que se declara marxista por su reconocimiento del materialismo histórico, ha tomado la delantera y se ocupa de los hombres olvidados por el marxismo (oficial)” (Giudici et al: 1961, p. 53). De este modo, al lado de este marxismo esclerosado, se abriría paso un marxismo verdadero, que toma recursos de la fenomenología, del existencialismo, que a su juicio se halla impregnado de psicologismos y una mirada eminentemente ética, como lo que se puede observar en los trabajos de Rozitchner o Jitrik. La mirada ética o antropológica es con lo que aspiran a contribuir las filosofías de la existencia al marxismo; pero para hacerlo se basan en un diagnóstico equívoco, a juicio del autor, sobre lo que es la corriente de pensamiento iniciado por Marx.
El viraje hacia la izquierda o el interés por el marxismo aparece como una característica epocal, pero este reconocimiento lleva, para Agosti, a una confusión de caminos intermedios o terceras posiciones que toman la fórmula del “marxismo, pero…”, esto es, por ejemplo “acepto el socialismo, pero no la dictadura del proletariado; acepto la literatura comprometida, pero no el espíritu del partido, etc.” (Ibíd.: p. 55). La intelectualidad que abona esta tercera posición entiende al marxismo como una mera concepción del mundo. Es el caso de autores que, como Lefebvre distinguen entre la filosofía y la política marxista. La primera estaría llevada a buscar la verdad mientras que la segunda supondría adulterarla. Tal distinción desconoce y trastoca lo esencial del marxismo, que apunta a la praxis, a la transformación de la realidad.
Como mera explicación del mundo, explica el intelectual argentino, ya ha tenido lugar el marxismo entre nosotros: se refiere al pensamiento de un autor como Ingenieros que viene a representar lo que llama un “socialismo de cátedra”. La descripción de lo inherente al marxismo abarca también para Agosti la constatación de la objetividad del proceso histórico, pero no como un fatalismo, dado que requiere del aporte subjetivo de la conciencia de clase, que a su vez supone el accionar del partido. Pretender escindir alguno de estos elementos equivale para el autor a amputar la verdadera esencia del marxismo. Es lo que sucede con la neoizquierda, para la cual “la teoría del partido de la clase obrera aparece suplantado por un socialismo humanitarista y por una búsqueda abstracta de la autoconciencia del ser” (Ibíd.: p. 56). Aquí hay una mención explícita a EGdP y su programa de luchar contra la ortodoxia del partido. El autor niega que al interior del partido no haya discusiones y sea todo tan dogmático como los grupos neoizquierdistas pretenden. Pero agrega que el diálogo, incluso definido como una necesidad, no puede suponer la abdicación del marxismo-leninismo. La importancia de los aportes de Lenin es algo que no es tenido en cuenta por el neomarxismo, en contraposición, Agosti sostiene que “si todo el marxismo es el joven Marx, si el Marx posterior a los Manuscritos de 1844 representa el abandono del humanismo, Lenin puede objetivar el punto extremo en esa destitución del humanismo abstracto y a veces melifluo” (Ibíd.: p. 59).
A juicio de Agosti, la nueva izquierda toma como modelo el hombre rebelde de Camus, encontrando
allí una eticidad desde la cual criticar a la ortodoxia. Es lo que manifiesta la revista EGdP. La posición del autor es que esta rebeldía muestra la crisis de la sociedad burguesa, pero no va más allá. Cita el prólogo de Sartre al libro Aden Arabie de Paul Nizan para mostrar que la violencia allí exaltada es el acto inicial de destrucción de lo viejo, pero tiene que advenir un nuevo momento en el que no nos quedemos con la mera destrucción y pasemos a la construcción de lo nuevo, pero aquí, entrevé Agosti, se culmina el romanticismo. Por ello, considera que el programa neoizquierdista se queda en eso: en un espíritu de rebeldía y de negatividad, que no alcanza a molestar a las clases dominantes, es la proclamación de un mero humanismo y que recuerda a la negatividad explicativa de ensayistas como Martínez Estrada. Asimismo, el autor objeta dos postulados filosóficos del neomarxismo: por un lado, la invalidación de la dialéctica de la naturaleza basada en el rechazo a la teoría del reflejo y por otro, la postulación de la alienación como concepto clave de toda la filosofía de Marx. Aquí, Agosti se separa de dos interpretaciones contrapuestas: la de quienes exaltan al joven Marx y se olvidan de su obra posterior, pero también la de quienes tildan de idealista a los Manuscritos y le restan importancia en la formación de su pensamiento. A ambos les recuerda el autor que “’el joven Marx’ bajó la alienación del limbo ideal de la esencia humana y la implantó en el territorio material de la enajenación del trabajador en la sociedad capitalista” (Ibíd.: p. 63). Allí radica a su juicio el humanismo marxista: en la superación de la alienación entendida no como una prédica especulativa sino como la transformación de las bases materiales concretas, propias de la sociedad capitalista, que tornan inhumano al hombre.
Agosti remarca que la neoizquierda, al pretender un marxismo “abierto” que en tal sentido toma aportes del existencialismo, del psicoanálisis, etc., solo lleva a una confusión. Recupera que existe una necesidad de diálogo, pero al interior del marxismo-leninismo y subraya que un verdadero marxismo debe unir el método de investigación, la interpretación del mundo, con la praxis.
Es posible distinguir en la fundamentación del autor dos tipos de humanismo: uno abstracto y “melifluo”, que se para en una lectura romántica e intelectualista de Marx desde la cual se juzga al marxismo ortodoxo, a su concepción de partido, a su pretendido dogmatismo, a la importancia del leninismo y a algunos principios teóricos como la teoría del reflejo y un verdadero humanismo marxista, que sostiene la integralidad de teoría y praxis y de la obra del joven Marx a la luz de su obra madura, que no se queda en la mera rebeldía ni en la denuncia de la alienación sino que apunta a la revolución. El humanismo que profesa la neoizquierda y el que promueve el comunismo.
En una línea similar, se encuentra el ensayo de Schneider, Izquierda y neoizquierda. El texto se inicia
con la afirmación de la vaguedad e imprecisión que presentan términos como izquierda e izquierdismo. Dentro de las distintas corrientes, Schneider identifica un denominador común de distintos
autoproclamados intelectuales de izquierda: la crítica al dogmatismo comunista, a la ortodoxia del PC. Sin embargo, para el autor, el marxismo es justamente una doctrina que, al ser científica y revolucionaria, es antidogmática. Cita a Lenin con el objeto de mostrar que el marxismo no es una teoría acabada, rígida e inmutable. Como en toda ciencia, comprende, no obstante, que existen principios generales y universales tras los cuales no hay marcha atrás; por lo cual descree de la distinción lucacksiana entre el método y la teoría, que daba primacía al primero sobre la segunda. Desde el punto de vista de Schneider “siguen siendo válidos y exactos, igualmente, el análisis del capitalismo realizado por Marx y el examen leninista del imperialismo; o el enunciado marxista de la dialéctica como ley general del movimiento de la materia y su aplicación al proceso histórico- social. Sigue siendo válida todavía la doctrina de la dictadura del proletariado como etapa de transición en la marcha hacia el socialismo y el comunismo” (Ibíd.: p. 85).
Schneider separa comunismo de dogmatismo, distingue ortodoxia y dogmatismo, a menudo usados indistintamente por los intelectuales de izquierda. Remite a la polémica que se da cuando desde el editorial de EGdP se responde a las acusaciones que Pedro Orgambide hiciera sobre la revista, alineándose con la perspectiva de la Gaceta literaria. Para Schneider, en la respuesta de EGdP hay una falsa contraposición entre sinceridad y ortodoxia comunista y añade que el socialismo heterodoxo en el cual se enarbola la revista es compatible con el régimen burgués. Para el autor, la ortodoxia es el resguardo contra las desviaciones teóricas, es la asunción de una serie de principios, en estrecha vinculación con la práctica revolucionaria; lo cual no quiere decir ni “estrechez sectaria”, ni imposiciones burocráticas. Lo que percibe, en cambio, es que la revolución para EGdP tiene que ver con una transformación que no está circunscripta a ningún partido y que su aporte a la misma tiene su eje en la creación artística, a lo que contesta que la constitución de una conciencia socialista va más allá del arte y subraya la imposibilidad de hacer una revolución sin un partido.
Para Schneider, es cierto que la creación artística no puede ser encorsetada, pero no se contradice con la postulación, a su juicio, de un “arte de partido”, que se diferencia de otras manifestaciones artísticas que declaran su inconformismo o su protesta contra la sociedad burguesa, dado que apunta a erigirse en conciencia histórica. Pero su delimitación de lo que deba ser un arte de partido va más allá; en tanto agrega que supone una estética determinada, que se desprende a su juicio de la filosofía marxista- leninista, y que es el realismo socialista. Este punto no encuentra aceptación unánime; como vimos, la Gaceta Literaria intenta separarse de esa circunscripción.
Lo que suma el ensayo de Schneider al de Agosti es la delimitación entre ortodoxia y dogmatismo. Hay un grupo de principios, un núcleo teórico y práctico que no puede ser obliterado; y que a su juicio no quiere decir dogmatismo. Sin embargo, al momento de hablar de un arte que apunte a la transformación y a la concientización, toma partido por la estética del realismo socialista, que parece más estrecha que la defensa del realismo realizada por Agosti, quien reclamara un nuevo realismo, diferente de las estéticas naturalistas.
La respuesta de El Escarabajo de Oro (EEdO) en el n° 2 (julio-agosto 1961) va dirigido a dos ensayos. Es una respuesta corta, pero concisa. Lo primero que resalta la revista es que se trata de juicios emitidos a la ligera. Asimismo, frente al cuestionamiento de la validez de la posición de la revista, se resalta el derecho que tienen de “ejercer EN CUANTO ESCRITORES DE IZQUIERDA la crítica honesta” (EEdO, 1961, n° 2, p. 2, mayúsculas en el original). Los autores rechazan la fácil acusación de estar haciéndole el juego a la derecha o de ser irresponsables y señalan que la decisión de los intelectuales del PC de hacer una crítica a la izquierda es cuanto menos inoportuna. A su vez, declaran que se trata de opiniones personales, pero que “se amparan en el tabú de una infalibilidad eclesiástica (“ortodoxa” en el sentido divino, o gramatical, del vocablo); infalibilidad más parecida a la pontificia que a la del Materialismo Histórico” (EEdO, 1961, n° 2, p. 2).
No está en el ánimo de los autores continuar la polémica, sino apuntar a la coincidencia de toda la izquierda. Sin embargo, queda claro que hay distintas maneras de enunciar un humanismo socialista y de posicionarse ante la ortodoxia: considerarla un núcleo básico de principios o un encorsetamiento ideológico. En este mismo punto se sitúa la discusión que da origen a otra de las grandes revistas de la “nueva izquierda” argentina: Pasado y Presente.
SURGIMIENTO DE Pasado y Presente
La revista argentina Pasado y Presente (PyP) se editó entre los años 1963 y 1965 y reapareció en 1973. José Aricó, Oscar del Barco, Héctor Schmucler y Samuel Kieczkovsky en la ciudad de Córdoba y Juan Carlos Portantiero, acompañando desde Buenos Aires, le dieron inicio al proyecto. Sus autores se propusieron un proyecto de actualización teórica, cultural y de análisis sociológico que no pudo emprenderse desde dentro del PCA (Partido Comunista Argentino). Si bien el Partido apoyó la iniciativa e incluso algunos de sus contribuyentes financiaron los primeros dos números (ver Burgo, 2004), es justamente el editorial del primer número, que analizaremos a continuación, lo que suscitó la expulsión de los miembros del núcleo editor de sus filas.
José Aricó escribe el texto. Allí afirma que la revista será expresión de un grupo de jóvenes que están
conformando una nueva intelectualidad, en un momento histórico peculiar, que supone un “proceso de conquista de una conciencia histórica de parte del proletariado y de sectores considerables de capas medias” (PyP, n° 1, pp. 2-3). Aricó se vale de los análisis de Antonio Gramsci2, quien identifica dos categorías de intelectuales: los orgánicos y los tradicionales. Los primeros surgen para dar a cada grupo social (la burguesía o el proletariado), “homogeneidad y conciencia de la propia función, no solo en el campo económico sino también en el social y en el político” (Gramsci: 2012, p. 9). Ahora bien, este tipo de intelectuales surge en un momento dado de la historia y es antecedido por otros intelectuales, los tradicionales (filósofos, literatos, etc.), que provienen de estructuras sociales precedentes, pero que coexisten y que suelen considerarse independientes y autónomos. Cuando Aricó habla de “proceso de conquista de una conciencia histórica de parte del proletariado” está haciendo alusión al intelectual orgánico que describe Gramsci. De hecho, es la nueva intelectualidad que lucha contra la visión de los tradicionales: “se fue abriendo un abismo cada vez más profundo entre la visión optimista y retórica de una Argentina ficticia, irreal, que la cultura “oficial” se esforzó por inculcarnos y la lucidez conceptual, la creciente aptitud para descubrir las causas reales de la crisis nacional que ha ido adquiriendo esta nueva generación.” (PyP, n° 1, p. 2)
El mismo Gramsci en el semanario “L’Ordine Nuevo” había intentado desarrollar una nueva figura de intelectual, que tuviera un rol activo en la vida práctica. Pasado y Presente apuesta a esta misma construcción. La revista, surgida en una Córdoba en pleno auge de la industrialización, se dirige a los obreros de las fábricas, que serán vistos como el sujeto revolucionario por excelencia. Pero los editores son conscientes de que serán leídos especialmente por escritores, filósofos, artistas, esto es: los llamados intelectuales “tradicionales”, por ello es que la apuesta es doble: “dirigida a los intelectuales tradicionales en un esfuerzo por atraerlos hacia una concepción plenamente historicista del hombre y también al extenso núcleo de hombres que desde el mundo de la fábrica, el taller o la escuela profesional tiende a convertirse en la base de la nueva intelectualidad” (PyP, n° 1, p. 16) La importancia, que podríamos tildar de gramsciana, otorgada al espacio cultural e ideológico funciona como modo de autojustificación del rol del intelectual y de su producción en aras de una transformación social.
De modo que las revistas pueden cumplir un rol organizador de la cultura, pero su papel no siempre ha sido este. El autor ensaya un recorrido por distintas publicaciones como las revistas Nosotros, Revista de Filosofía, Claridad, Martín Fierro, Amauta, etc., pero resalta que no han podido superar el “divorcio entre los intelectuales y el pueblo nación que caracteriza a nuestros procesos culturales” (PyP, n° 1, p. 10). Especial atención le da a Contorno, señalada como la principal antecedente de PyP. La revista encabezada por los hermanos Viñas aparece antes los ojos de Aricó como la que más buscó comprender la realidad, las raíces de nuestros problemas, así como integrar a los intelectuales con el proletariado. La
El título de la revista remite al escritor italiano. Aricó fue un gran admirador de su obra, uno de sus más importantes traductores y difusores en América Latina.
publicación ya había sido blanco de las críticas de los integrantes del PCA, como parte de la nueva izquierda. Además, el hecho de que en este linaje de revistas no se incluyera a Cuadernos de Cultura o Nueva Era, ligadas a la orgánica, generó malestar al interior del partido.
La remisión a Contorno se relaciona con el reconocimiento de una pertenencia generacional. Se opera en el texto una resignificación del concepto de “generación” que pudiese admitirse desde una mirada marxista de la historia. Sin embargo, esto no fue bien visto por el partido que acusó a la revista de tener como referente a Ortega y Gasset en vez de a Marx. La crítica es articulada por Rodolfo Ghioldi en la revista del PCA Nueva Era. En la “Nota de redacción” del número 2-3 de PyP, Aricó contesta a las acusaciones: sostiene la legitimidad del problema generacional y alude a Palmiro Togliatti como referente en relación al tema (desmintiendo el pretendido “orteguismo”). Las críticas de Ghioldi y del PCA en general se dirigían a ubicar al grupo de PyP fuera de lo que ellos consideraban el marxismo-leninismo. Los autores publicados, citados y trabajados en la revista conformaban un abanico más amplio, un “marxismo crítico” que, para los editores, no excluía al marxismo-leninismo, sino que lo integraba acentuando justamente su carácter crítico.
En el editorial del primer número de PyP encontramos advertencias o sugerencias más o menos explícitas, pero que se dirigen sin duda a combatir una lectura dogmática del marxismo, que hará que los miembros del partido se sientan directamente aludidos. Los comunistas no perdonarían a la revista la acusación de dogmatismo.
El marxismo crítico o abierto que se despliega en las páginas de PyP es clave para entender el tipo de humanismo que defiende. La comprensión de la realidad se haya estrechamente vinculada a la comprensión de la propia historia, que es entendida en una clave dialéctica: el presente conserva el pasado, pero el sentido de los acontecimientos no está fijado de una vez y para siempre, sino que debe ser revisado en función de un presente cambiante (escrutinio que, cabe aclarar, Aricó no equipara a la efectuada por el revisionismo histórico). La praxis política se une así a la comprensión histórica: “la acción política deviene momento historiográfico cuando modifica el conjunto de relaciones en las que el hombre se integra. Cuando conociendo las posibilidades que ofrece la coyuntura histórica sabe organizar la voluntad de los hombres alrededor de la transformación del mundo”. Y agrega:
En esta unidad de la política e historia se expresa todo el humanismo marxista, la profunda validez de su empeño práctico. Un humanismo que reivindica a la política como la más elevada forma de actividad del hombre, en cuanto su acción dirigida a transformar la estructura de la sociedad contribuye a modificar todo el género humano. Si no existe una naturaleza humana abstracta e inmutable, si es preciso concebir al hombre como un “bloque histórico”, como la suma de las relaciones sociales en las que se integra, transformar al mundo significa al mismo tiempo transformarnos a nosotros mismos (PyP, n° 1, p. 7).
He allí el alcance y el sentido del humanismo que profesa la revista: la transformación de la estructura de la sociedad es inseparable de la transformación de nosotros mismos. El marxismo que sostiene el autor es humanista porque niega la sociedad que niega al hombre; propone a los hombres ser dueños de su propio destino al identificarse con el cambio histórico. Se trata de un humanismo no esencialista que reivindica la posibilidad de transformación del hombre en la medida en que no existe una naturaleza humana sino una suma de relaciones que es posible (y deseable) modificar. No hay una esencia, una naturaleza humana; lo inherente al ser humano es el trabajo, que es leído en clave hegeliano-marxista como lo que nos permite la apropiación del mundo.
La apreciación de categorías de análisis como alienación, trabajo alienado, exteriorización, etc. lleva a Aricó a valorar otros escritos de Marx, escritos de juventud como los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, que escapan a la “vulgata” como él mismo denomina, esto es, a las lecturas señaladas por la ortodoxia marxista. En una clave similar, en el mismo número de PyP, Oscar del Barco publica “Carlos Marx y los Manuscritos económico-filosóficos de 1844”. Allí analiza las distintas lecturas que se realizaron de este escrito. En primer lugar, una interpretación no socialista, que hace una abstracción de su
pensamiento; en segundo lugar, una lectura ortodoxa, que realiza una división entre el joven Marx y los textos de madurez, ya sea para obviar al primero o para leerlo en función de su obra posterior, a partir de un cerrado marco dogmático y materialista; y en tercer lugar ubica su propuesta exegética desde un marxismo crítico, capaz de justipreciar los análisis filológicos de los no socialistas, pero sin caer en algunas de sus conclusiones que traicionan el pensamiento del autor. Una de las visiones ortodoxas, la de Petrachik puntualiza sus críticas a quienes vieron en los Manuscritos la negación de la socialización de los medios de producción y el término de la explotación como fin de la historia, entendiendo en cambio a la “realización y el desarrollo armonioso de la esencia humana” como tal finalidad. Para Del Barco, en cambio, no se trata de ver ambos fines disociados entre sí, sino de entender que la realización y el desarrollo de la esencia humana “presupone como condición sine qua non la supresión de la explotación del hombre, o en otros términos que el reino de la libertad presupone la supresión real del reino de la necesidad” (PyP, nº 1, p. 105, negritas en el original).
Ahora bien, esta lectura del humanismo marxista tendrá sus defensores y detractores. La lectura que
privilegia una división entre la obra de juventud y la obra madura de Marx tiene en la pluma de Althusser una nueva consideración y el humanismo, una afrenta.
La revista Los libros (LL) comenzó a ser editada en 1969 a partir de la iniciativa de Héctor Schmucler, quien en ese momento volvía de Francia tras haber estudiado con Roland Barthes. La publicación tomó como modelo la revista francesa La Quinzaine Littéraire y se propuso “llevar un vacío” en lo que hacía a la crítica, incorporando nuevos desarrollos teóricos. No se circunscribe a lo literario, sino que aborda libros de antropología, psicoanálisis, comunicación, filosofía, sociología, lingüística, teoría marxista, etc. El editorial del primer número advierte que:
La revista habla del libro, y la crítica que se propone está destinada a desacralizarlo, a destruir su imagen de verdad revelada, de perfección a-histórica. En la medida en que todo lenguaje está cargado de ideología, la crítica a los libros subraya un interrogante sobre las ideas que encierran. El campo de una tal crítica, abarca la totalidad del pensamiento (LL, a. 1, n° 1, p. 3).
El número 4, de octubre de 1969, dedica un apartado a la obra de Louis Althusser. Conforme a la impronta inicial de la publicación, se citan los libros en cuestión: La revolución teórica de Marx, La filosofía como arma de la revolución, Cristianos y marxistas: los problemas del diálogo, Leer El Capital y Materialismo histórico y materialismo dialéctico. José Aricó escribe la primera reseña que lleva por título “El marxismo antihumanista”. El autor parte de la constatación que encontramos en muchos de sus contemporáneos: el hecho de que las obras y las teorías de Marx despiertan un interés que trasciende las barreras del movimiento socialista, por lo cual el marxismo se ve instado a autocuestionarse, a preguntarse por su especificidad, por el núcleo irreductible de la teoría. Las contribuciones de Althusser se sitúan en esta perspectiva. El filósofo francés busca explicitar la filosofía implícita de Marx, darle a esa filosofía a la que el pensador alemán le dio una existencia práctica su forma de existencia teórica. Lo primero que advierte Aricó es la operación que realiza Althusser al efectuar su recorte del corpus marxiano y plantear como objeto de lectura filosófica una obra que no es definida como tal, El Capital, en lugar de optar por textos más fácilmente susceptibles de un análisis filosófico como los Manuscritos de 1844. Refiriéndose a El Capital sostiene que “sería vano buscar en ella una filosofía del trabajo, de la libertad o de la necesidad, y ni siquiera una explicitación de los propios términos filosóficos que allí se emplean: apariencia, esencia, alienación, fetichismo, etc.” (LL, a. 1, n° 4, p. 21). El filósofo francés apuesta, sin embargo, a realizar dicha lectura filosófica de El Capital orientado por un proyecto epistemológico que
busca fundamentar el marxismo como saber objetivo, para lo cual necesita distinguir entre ciencia e ideología, la primera respondiendo a la categoría de “estructura” y la segunda a la de “totalidad expresiva”. “Esta distinción lo lleva a establecer una rígida separación entre las obras juveniles de Marx, que serían ideológicas, y las obras de madurez, en las que operaría con conceptos puramente científicos” (LL, a. 1, n° 4, p. 21). Desde el punto de vista epistemológico, en la medida en que permite inteligir la lógica científica subyacente a la dialéctica, Aricó encuentra el planteo de Althusser provechoso; permite discutir la teoría del reflejo y distintos reduccionismos ideológicos. Sin embargo, la dificultad que presenta es que se hace necesario aceptar la concepción de ciencia que propone el filósofo francés, para la cual la experiencia vivida es rechazada, el hombre mismo es excluido. Aricó se vale de una cita de Badiou para mostrar que la filosofía del concepto althusseriana se muestra como un campo estructurado sin sujeto. Allí están las bases del antihumanismo del autor, en su teoricismo (que el mismo confesara en sus últimos escritos) que brinda al conocimiento científico un privilegio ontológico como vía de acceso a la realidad. El pensador argentino se pregunta si al pretender expulsar la ideología de la ciencia no introduce él mismo una ideología implícita. Asimismo, la mayor crítica va dirigida a la relación entre filosofía y política. Althusser la soslaya y con ello se genera, a juicio de Aricó, un vacío conceptual que lo lleva a adherir de modo acrítico a todo el accionar político del Partido Comunista francés.
La segunda reseña se titula “Límites de un pensamiento” y es escrita por Oscar Terán. El autor del artículo lleva adelante una crítica respecto a un punto del planteo althusseriano: la constitución de una nueva problemática. Para Terán, al momento de explicar cómo surge una nueva problemática, Althusser brinda solo respuestas tautológicas. Marx desarrolla el concepto de plusvalía, con el cual se abre un nuevo orden de problemas en la economía. Problemas que la economía burguesa clásica no pudo ver, pero las razones de esta imposibilidad son las que, a juicio de Terán, Althusser explica tautológicamente. Para el pensador argentino, “esta nueva problemática sólo pudo surgir a partir de la existencia de una clase social cuyo punto de vista parcial coincidiese con la constitución de una nueva totalidad, lo que viene a configurar así una verdadera condición de posibilidad material, un a priori histórico” (LL, a. 1, n° 4, p. 22). Esto quiere decir que fue su propia e irrebasable conciencia de clase la que le impidió a la burguesía ver la plusvalía, que venía a cuestionar su legitimidad como clase dominante. Althusser no puede dar esta respuesta, a juicio de Terán, ya que ha operado un corte entre lo “concreto-real” y lo “concreto de pensamiento”. Como también dibujará un corte que diferencie entre ciencia e ideología y entre las obras juveniles y las de madurez de Marx. Esta diferenciación no permite, a juicio del autor, explicar conceptos como el de alienación, que reaparecen en obras “de madurez”. Sin menospreciar la importancia del pensamiento de este pensador francés, Terán puntualizará sus críticas en algunos puntos similares a los de Aricó: el cientificismo, el teoricismo, el ahistoricismo (que no permite explicar el cambio y en donde podría observarse la influencia del estructuralismo que el autor reniega) y el antihumanismo, que aquí nos interesa especialmente: “no distingue entre un ‘humanismo’ de derecha (liberal-pacifista en nombre de la ‘persona humana’) y otro revolucionario (incentivos ‘morales’, revolución ‘cultural’)” (LL, a. 1, n° 4, p. 23). Frente a la postura antihumanista de Althusser, existe la posibilidad de un humanismo revolucionario que se plantee encarar la batalla cultural y que está por hacerse.
La tercera reseña, “Leer El Capital” es, en cambio, elogiosa. Raúl Sciarreta adhiere y explica en su texto algunos preceptos fundamentales de Althusser. Comparte la reivindicación del filósofo francés de un corte epistemológico operado por Marx que distingue entre ciencia e ideología y de este modo invalida la pretensión de Feuerbach, el Marx del ‘44 y Sartre de “fundar la ciencia y la filosofía en el humanismo” (LL, a. 1, n° 4, p. 23).
El último artículo dedicado al filósofo francés es de Juan Carlos Indart y se titula “Lectura de la lectura”. Su aproximación, a diferencia de los otros tres textos, no toma una postura respecto de las tesis fundamentales del autor, sino que se instala como un discurso metalingüístico, podríamos decir, que apunta a volver sobre la lectura misma. Parte de la constatación de que se habla mucho sobre Marx, pero pocos se han tomado el trabajo de leerlo verdaderamente y advierte sobre los peligros que entraña la traducción de Lire Le Capital por Para leer El Capital, ya que podría entenderse que se trata de una obra sustitutiva o simplificadora. También muestra las diferencias entre la primera y la segunda versión
francesa de la obra de Althusser, que tiende a desdibujar el influjo del estructuralismo en su propia lectura. En síntesis, exhorta a que realicemos nuestra propia lectura.
Para Althusser, el humanismo equivale a un idealismo moral, una de las formas que toma la concepción burguesa del mundo, que el comunismo debe combatir (cfr. La filosofía como arma de la revolución). Sin embargo, para aceptar este planteo, es necesario coincidir con los presupuestos epistemológicos del autor; con la ruptura operada entre lo concreto real y la producción de conocimiento, postura que algunos de los colaboradores de Los libros no están dispuestos a adoptar. El rechazo de la experiencia vivida impulsada por la rígida distinción entre ciencia e ideología va en contra de algunos de los presupuestos fundamentales que hacen al posicionamiento político de los sujetos. Asimismo, la desubjetivación, la explicación no-historicista del conocimiento científico va a contrapelo de la mirada que se había hecho hegemónica en ciertos sectores de la izquierda, que enfatizaban el papel del sujeto en las construcciones materiales y simbólicas.
Antes del gran cisma que supuso para el Partido Comunista Argentino, la separación en 1967 de un gran número de afiliados que luego conformarían el PCR (Partido Comunista Revolucionario) y previo al apogeo de las guerrillas inspiradas por la revolución cubana; la orgánica partidaria era puesta en cuestión por jóvenes que abrazaban la causa del socialismo, pero descreían de los moldes partidarios.
Escritores, artistas, estudiantes universitarios, jóvenes profesores, encauzaron su búsquedas intelectuales y personales en diversos proyectos culturales que buscaban ver en el arte una herramienta de transformación de la sociedad; a la vez que entendían que era insuficiente. Esta franja denuncialista hizo el intento de pensar una realidad con los elementos teóricos a su alcance: el marxismo tomaba así rasgos propios que permitían abrigar la esperanza de una sociedad más justa, sin menoscabo de las libertades individuales.
Los debates reseñados resultan modélicos en la medida en que permiten bosquejar las discusiones de una época: qué entender por marxismo, la ortodoxia y la heterodoxia, el humanismo, el socialismo, la función del partido, el arte, el compromiso, entre otros.
Las distintas revistas que mencionamos (EGdP, EEdO, PyP, LL) fueron parte de lo que se dio en llamar nueva izquierda argentina. Entendieron al marxismo de forma crítica, como herramienta ineludible de comprensión y transformación de la realidad, pero con algunas distancias: discutieron la teoría del reflejo, la estética del naturalismo soviético y la desestimación de las obras juveniles de Marx; aceptaron la incorporación de otras corrientes de pensamiento que consideraron complementarias: fenomenología, existencialismo, psicoanálisis, etc.; asociaron, en muchos casos, ortodoxia a dogmatismo y reivindicaron su derecho a la crítica.
Su humanismo consistió, en parte, en integrar la liberación del individuo con la de la sociedad, el desarrollo individual con el social, la transformación de la estructura social con la de nosotros mismos. Resulta clave en sus desarrollos la importancia dada a los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, el valor heurístico que toman categorías como la de alienación, que articulan el aspecto subjetivo de la opresión con su faz objetiva. Asimismo, rechazaron la identificación del humanismo con un humanitarismo burgués, asociación sostenida por sus detractores. Vislumbraron la necesidad de una transformación revolucionaria, de no quedarse con la mera queja rebelde frente al orden burgués, pero sin perder de vista que la revolución social debía ser en provecho de los sujetos reales.
A cada lado resuena una polifonía, ni el comunismo era monocorde, ni en las revistas que reseñamos
se hacía oír una sola voz. Los debates nos hablan de tensiones que no se resuelven de un modo definitivo, pero que señalan las búsquedas de una generación de intelectuales que apostaron por construir un pensamiento y una praxis de izquierda, con cierta independencia de la política partidaria y de la
academia, convencidos de la necesidad del socialismo, como auténtico humanismo, pero abiertos al diálogo.
Echar luz sobre estas discusiones permite contribuir a una lectura que enriquezca y complejice las tramas teóricas: filosóficas, sociológicas e historiográficas de nuestro pasado reciente y así aportar al desarrollo de nuestra historia intelectual.
Referencias bibliográficas
Althusser, L. & Balibar, E. (2010). Para leer el Capital. 1° ed. en español. 26ª reimp. México: Siglo XXI. Arpini, A. & Olalla, M. (2006). Humanismo y cultura: el pensamiento marxista de Aníbal Ponce y Héctor P.
Agosti, en: Biagini, H. E. y Roig, A. A. (dir.). El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX. Tomo II: obrerismo y justicia social (1930-1960). Buenos Aires: Biblos.
Burgos, R. (2004). Los gramscianos argentinos. Cultura y política en la experiencia de Pasado y Presente.
Buenos Aires: Siglo XXI.
Giudici, E.; Agosti, H.; Portantiero, J. C.; Schneider, S. & Lebedinsky, M. (1961). ¿Qué es la izquierda?
Buenos Aires: Editorial Documentos.
Gramsci, A. (2012). Los intelectuales y la organización de la cultura. 1ª ed. 9ª reimp. Buenos Aires: Nueva Visión.
Petra, A. (2014). Gaceta Literaria: un artefacto editorial y una revista de pasaje en la trama de la cultura comunista latinoamericana de los años '50, en: Delgado, V.; Mailhe, A. & Rogers, G. (coord.). Tramas impresas: Publicaciones periódicas argentinas (XIX-XX). La Plata: Universidad Nacional de La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Prado Acosta, L. (2013). Sobre lo “viejo” y lo “nuevo”: el Partido Comunista argentino y su conflicto con la Nueva Izquierda en los años sesenta. A contracorriente. Una revista de historia social y literatura de América Latina. Año 10, Vol. 11, n° 1, otoño, pp. 63-85.
Somoza, P. & Vinelli, E. (2011). Para una historia de Los libros, en: AA.VV. Los libros: edición facsimilar.
Buenos Aires: Biblioteca Nacional.
Tarcus, H. (1999). El corpus marxista, en: Jitrik, N. (dir.). Historia crítica de la literatura argentina. Volumen 10: La irrupción de la crítica, dirigido por S. Cella. Buenos Aires: Emecé Editores.
Terán, O. (1993). Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina 1956- 1966. Buenos Aires: El cielo por asalto.
Tortti, M. C. (1999). Izquierda y 'nueva izquierda' en la Argentina. El caso del Partido Comunista Sociohistórica, n° 6 [en línea]. Disponible en: http://www.fuentesmemoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.2814/pr.2814.pdf
Revistas
El Grillo de Papel, edición facsimilar.
El Escarabajo de Oro, edición facsimilar.
Gaceta Literaria: número 19, año III, noviembre-diciembre de 1959.
Pasado y Presente, edición facsimilar.
Los Libros, edición facsimilar.