UTOPÍA Y PRAXIS LATINOAMERICANA. AÑO: 22, n°. 77 (ABRIL-JUNIO), 2017, PP. 67-76
REVISTA INTERNACIONAL DE FILOSOFÍA Y TEORÍA SOCIAL
CESA-FCES-UNIVERSIDAD DEL ZULIA. MARACAIBO-VENEZUELA.
Mariátegui, the Journal Amauta and Psychoanalysis Saúl PEÑA K.
Instituto de Psicoanálisis de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis, Lima, Perú.
Resumen
Centraré mi atención en aquellos escritos de Mariátegui referidos al psicoanálisis y a su creador, Sigmund Freud, como son “Freudismo y marxismo” y “El freudismo en la literatura contemporánea”; igualmente, en el trabajo de Freud “Resistencias al psicoanálisis”, que fue incluido en el primer número de la revista Amauta (setiembre de 1926), hecho muy significativo este, que revela el vínculo de Mariátegui con el psicoanálisis y Freud, a quien Mariátegui reconoce como el revolucionario del alma humana y con quien, por esta razón se sentía emparentado dialécticamente, pero manteniendo su identidad, autonomía y diferencia.
Palabras clave: Mariátegui; Amauta; psicoanálisis; América Latina.
Abstract
I will refer to Mariategui’s writings on psychoanalysis and to its creator, Sigmund Freud, as “Freudianism and Marxism” and “Freudianism in Contemporary Literature”. And, likewise, in the work of Freud, “Resistances to the psychoanalysis”, that was included in the first number of the journal Amauta (September of 1926), this being a very significant fact, that reveals the connection of Mariátegui with psychoanalysis and Freud, whom Mariátegui recognizes as the revolutionary of the human soul and for whom, for this reason, he felt dialectically related, although maintaining his identity, autonomy and difference.
Keywords: Mariátegui; Amauta; Psychoanalysis; Latin America.
Recibido: 13-01-2017 ● Aceptado: 05-04-2017
Saúl PEÑA K.
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El Amauta José Carlos Mariátegui (1894-1930) es el ideólogo más significativo y trascendente que ha tenido el Perú: un humanista auténtico, interesado en lo social y en el conocimiento del hombre dentro de la complejidad de la realidad peruana y del mundo de su época. Lo distinguen no solo su conocimiento sino también su pasión, su creatividad, su originalidad, su capacidad de autocrítica y su antidogmatismo. Del mismo modo, la incontrastable honestidad de su conducta. Entre las muchas manifestaciones de su distintividad está el texto que incluimos a continuación, escrito en momentos críticos de su existencia, al perder injustamente la libertad en 1927. Mariátegui, con gran ecuanimidad, a pesar de las circunstancias, escribe: “No rehúyo ni atenúo mi responsabilidad, la de mis opiniones las acepto con orgullo por no estar sujetas al contralor, a la policía ni a los tribunales y a ser extraño a todo género de complots criollos o conspiraciones. Distante de confabulaciones absurdas. La palabra ‘revolución’ tiene otra acepción y otro sentido. Lo auténtico no muere nunca ni dentro ni fuera y menos en los días de silencio.”
En esta oportunidad centraré mi atención en aquellos escritos de Mariátegui referidos al psicoanálisis y a su creador, Sigmund Freud, como son “Freudismo y marxismo”1 y “El freudismo en la literatura contemporánea”2; igualmente, en el trabajo de Freud “Resistencias al psicoanálisis”, que fue incluido en el primer número de la revista Amauta (setiembre de 1926)3, hecho muy significativo este, que revela el vínculo de Mariátegui con el psicoanálisis y Freud, a quien Mariátegui reconoce como el revolucionario del alma humana y con quien, por esta razón se sentía emparentado dialécticamente, pero manteniendo su identidad, autonomía y diferencia.
En esta exposición intento rescatar aspectos comunes a las ideologías mariateguista y freudiana. Por su proyección histórica, por el valor permanente de su mensaje, por su amplitud humanista,
por su intento no solo de interpretar el mundo sino también de transformarlo, por su reconocimiento del
Amauta –maestro entre los antiguos peruanos–, la revista fundada en 1926 y dirigida por José Carlos Mariátegui es una cantera de ideas para los peruanos de todos los tiempos. Amauta nos propone desde una lúcida posición humanista, conocernos mejor a nosotros mismos sin dejar de lado nuestra universalidad: el Perú en la escena mundial.
Antes de abordar los temas señalados, creo pertinente hacer algunas reflexiones sobre las fracturas
que afectan la identidad de la sociedad peruana.
Así como para forjar la identidad individual es indispensable la integración creativa de lo actual con el pasado, así también en lo social, la posibilidad de lograr una transformación fértil y un cambio integrador de la sociedad peruana requiere incorporar los aspectos pretéritos esenciales y trascendentes en forma libre y diferenciada y sobre la base del reconocimiento sentido y comprendido de los orígenes del Perú y de las figuras parentales de la historia y la cultura peruanas.
En el Perú, a pesar de que han transcurrido cinco siglos desde que se inició el conflicto entre invasores e invadidos, no se ha resuelto el problema de la integración. A mi entender, la única posibilidad de alcanzarla es brindar al invadido la plenitud de sus derechos humanos, entre estos la recuperación de las lenguas quechua y aimara, y la posibilidad de ejercer una identidad bicultural. El problema está en que nos conformamos con mirar la superficie solamente. El enemigo no es necesariamente el foráneo o
MARIÁTEGUI, JC (1934-1985). “Freudismo y Marxismo”, in: Defensa del marxismo. Marzo, Lima, Empresa Editora Amauta, 12ª. Edición.
MARIÁTEGUI, JC (1926-1985). “Freudismo en la literatura contemporánea”, in: El artista y la época. Julio, Lima, Empresa Editora Amauta S. A., 10ª. Edición.
3 FREUD, S (1926). “Resistencia al Psicoanálisis”, Amauta, n°. 1, setiembre, Lima.
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el “blanco”, sin dejar de reconocer que existen hondos prejuicios en este sentido. El enemigo está dentro de uno mismo y dentro de los similares a uno. De ahí que el problema no sea exclusivamente racial, fenomenológicamente hablando; el problema es de la raza del espíritu, es decir de una incapacidad de muchos de aceptar a las personas a las que se considera diferentes en su profundidad y en su color de fondo, más que en el de su superficie. Este es el punto central.
¿Cómo recuperar, frente a las repercusiones de la miseria, de la privación cultural, afectiva, ética y emocional, la posibilidad de una identidad digna? ¿Cómo poder desinfectar, desintoxicar y curar un proceso social maligno en todas las esferas y en todas las clases, y lograr una auténtica recuperación?
Mariátegui nos propone separar gradualmente la paja del grano; es decir, no tomar en cuenta a los “fluctuantes” y a los “desganados”, que, desde su perspectiva son como gérmenes infectantes, debilitantes y deteriorantes del cuerpo social. Él piensa que por prevención es preferible excluirlos o permitir que se vayan. Personalmente, me inclinaría por una tribuna libre, abierta a todos los vientos del espíritu, solo con exclusión de aquellos que son la antítesis de lo humano, de lo creativo y del respeto por la vida, de la dignidad y la integridad.
El trauma no resuelto de la Conquista ha pervivido en el Perú debido a lo injusto, utilitario, deformante y perverso del sistema socioeconómico que ha regido la vida nacional. Aunque en el Perú se ha pretendido, como resultado de ese proceso, desvalorizar el milenario espíritu andino, este sigue vibrando y permanece intacto en nuestro inconsciente. En efecto, a través del reconocimiento inconsciente de nuestro mestizaje y de la libertad que subsiste en nuestros sueños, en nuestra realidad interna y en nuestra imaginación, se forja una ideología inconsciente que se expresa cotidianamente como la filosofía metapsíquica, clave de nuestra mirada al mundo. Es eso, precisamente, lo que debemos descubrir los peruanos para iniciar la construcción de una identidad integradora. Sin duda, Mariátegui estuvo imbuido de esta preocupación.
En nuestro camino hacia una identidad integradora, en el Perú debemos propiciar una cultura cimentada en la tolerancia de las ideas, manteniendo las discrepancias y las diferencias. Muchas veces rechazamos ideas de otros porque no nos gusta reconocerlas en nosotros mismos, sin que esto quiera decir que no debamos ser consecuentes y sin que la tolerancia se confunda con mediatizaciones, claudicaciones o confusiones que no permitan distinguir lo propio de lo ajeno, lo auténtico de lo impostado y lo genuino de lo falso. De no utilizar una dialéctica discriminativa, validando la ideología propia, corremos el riesgo de una idealización, de un no reconocimiento del otro y de una limitación en la posibilidad de integrar aspectos positivos que uno no ha visto.
José Carlos Mariátegui funda en 1926, como ya se ha señalado, la revista Amauta, con la finalidad de “plantear, esclarecer y conocer los problemas peruanos, desde puntos de vista doctrinarios y científicos”, según lo precisa el propio Mariátegui. Posteriormente amplía sus alcances al señalar que pretende “dar vida con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano”, es decir, “crear un Perú nuevo dentro de un mundo nuevo”. Mariátegui dirigió hasta 1930, año de su muerte, 29 de los 32 números que alcanzó la revista Amauta.
Comparto el interés de Mariátegui en conocer los problemas peruanos dentro del panorama del mundo y sus movimientos renovadores en lo político, filosófico, científico, artístico, literario, etcétera. Si todo lo humano es nuestro, como dice el Amauta, no se puede excluir al otro.
En el trabajo de Sigmund Freud “Resistencias al psicoanálisis”, publicado en el primer número de
Amauta, Freud sostiene que en la ciencia no debería haber lugar para el temor a lo nuevo. La duda
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razonable ayuda a admitir lo nuevo, después de un examen serio. Sobre la base de este postulado, el psicoanálisis propone una nueva concepción de la vida mental y psíquica y sostiene que el alma tiene como contenido algo más que el consciente. Su gran e indispensable descubrimiento, el inconsciente, recupera para el hombre la posibilidad de integrarse y completarse.
Ante la postulación de Freud, los médicos, acostumbrados al orden físico-químico de lo anatómico, tuvieron dificultad para reconocer lo psíquico, lo anímico y lo mental. A pesar de que el psicoanálisis habla de psicosexualidad, dándole importancia al afecto y a la psiquis representados por el Eros, sus opositores creían que para el psicoanálisis los más altos logros de la civilización como el arte, la religión y el orden social eran debidos exclusivamente a lo instintivo, sin reconocer que el psicoanálisis jamás ha negado la existencia de otros móviles humanos.
El psicoanálisis no ha hablado nunca de desencadenar instintos nefastos en la comunidad. Por el contrario, sostiene que la conciencia y el conocimiento de los instintos permite canalizarlos saludable y adecuadamente para alcanzar una ética auténtica opuesta a una seudo moralidad hipócrita, falsa y dañina, asociada por lo general a la represión y a la enfermedad.
Ante el rechazo que en sus años iniciales experimentaba el psicoanálisis, en el citado artículo, Freud llega incluso a preguntarse si acaso su condición de judío –que nunca ocultó- tuvo que ver en ello.
Examinando las resistencias al psicoanálisis, Freud señala que ni en los médicos ni en los filósofos las reacciones obedecían a razones propiamente científicas o filosóficas. La filosofía idealista consciente y axiológica dominante en la época, expresaba así su temor de ser sustituida por el reconocimiento de una necesidad de fondo más materialista, más irracional y más inconsciente, sin percatarse de que la constatación de necesidades instintivas primarias no excluye el reconocimiento de valores superiores.
En su trabajo “Freudismo y marxismo”, Mariátegui considera el psicoanálisis como la más relevante contribución de la psicología moderna, y menciona a Henry de Man y a Max Eastman como prominentes intelectuales que estudiaron el marxismo desde el punto de vista psicoanalítico. A este último lo presenta como un trotskista descollante cuyas contribuciones más importantes en el estudio psicoanalítico del marxismo fueron sus libros La ciencia de la revolución4 y Depuis la mort de Lénine5. Eastman cree que la psicología contemporánea en general y la psicología freudiana en particular, no quitan validez al marxismo entendido como ciencia de la revolución, sino que lo refuerzan; incluso encuentra afinidades significativas entre el carácter de los postulados esenciales de Marx y de Freud. También estudia la coincidente reacción negativa de la ciencia oficial frente a ambos.
Marx, en su intento de aproximación a la verdad, interpretaba el inconsciente de las ideologías en el sentido de que las clases idealizaban o enmascaraban sus móviles y que detrás de sus principios políticos, filosóficos y religiosos actuaban sus intereses y necesidades económicas. Esta aserción hería el idealismo de los intelectuales de la época, incapaces de admitir una nueva interpretación científica que para ellos implicaba una reducción de la autonomía y supuesta majestad del pensamiento. Mariátegui plantea que el freudismo y el marxismo, aunque los discípulos de Freud y de Marx no son los más propensos a entenderlo y a advertirlo (en algunos casos, por sus propias ideologías inconscientes, agrego yo) se emparentan en sus distintos dominios no por la lesión que producen, como decía Freud (humillación), sino por el método frente a los problemas que abordan6.
Citado, in: MARIÁTEGUI, J. C (1934). Op. cit.,
Ibídem.
6 Ibídem.
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Es decir, freudismo y marxismo están emparentados por no limitarse simplemente a los aspectos conscientes, por darle importancia al inconsciente y por practicar la asociación libre y la atención libre y flotante, como parte de la metodología dialéctica.
Max Eastman señala que para curar los trastornos individuales el psicoanalista debe prestar una atención especial a las deformaciones de la conciencia producidas por los móviles sexuales y tanáticos reprimidos y comprimidos.
El marxista, que trata de curar los trastornos de la sociedad, presta una atención particular a las deformaciones engendradas por el hambre y el egoísmo. Aquí me permito preguntar: ¿acaso el hambre no pertenece a la esfera de los instintos? El egoísmo inherente a la naturaleza humana, lleva al individuo, en su exacerbación a querer eliminar al otro, poniendo en riesgo la propia existencia o conlleva un propósito de utilizar al otro en beneficio propio, lo que da lugar a una deformación y a un impedimento de lograr una relación objetal creativa y en vez de ello instala un monólogo en lugar de un diálogo.
La interpretación económica de la historia, anota Mariátegui en este trabajo, no es más que un psicoanálisis generalizado del espíritu social y político. Con gran amplitud y ecuanimidad deplora que muchos marxistas, en vez de asumir una actitud de auscultación de sus motivaciones y de autocrítica, manifiestan sentirse ultrajados por el psicoanálisis por considerar que carece de base científica.
Mariátegui con mucha razón encuentra que es equivalente la acusación de pansexualismo que se le hacía al psicoanálisis a la de paneconomicismo que se lanzaba contra la teoría marxista. De un lado, esas acusaciones pretenden reducir la concepción marxista del proceso histórico a una pura mecánica económica que un auténtico marxista puede refutar fácilmente esgrimiendo la amplitud y profundidad que el concepto de economía tiene para Marx; y, de otro lado, pretenden igualmente reducir la teoría freudiana ignorando que esta es una ciencia dualista, no solamente sustentada en el principio del placer, la sexualidad, libido o instinto de vida, sino también en el principio del displacer, instinto de muerte, Tánatos y destructividad. Más aún, ignoran la importancia que Freud da al afecto y a la psiquis, razones por las que el freudismo denomina la sexualidad como psicosexualidad, dando prioridad a la persona y el vínculo, es decir al otro.
Por último, Mariátegui plantea que estas resistencias al freudismo y al marxismo están vinculadas al sentimiento antisemita. A las resistencias al marxismo no consiguen sustraerse hombres de ciencias ni, incluso, algunos discípulos de Freud, proclives a considerar la actitud revolucionaria como una simple neurosis. Estoy de acuerdo con Max Eastman quien señala que el instinto de clase determina este juicio reaccionario y reduccionista.
Para Mariátegui, marxista seguro, ecuánime, maduro y amante de la verdad, el psicoanálisis y el marxismo tienen una relación importante, significativa y quizás aun trascendente, con posibilidades de profundización y ampliación, pero a pesar de sus similitudes e influencias mutuas es indispensable el reconocimiento de sus correspondientes identidades y autonomías.
Volviendo al psicoanálisis, actualmente este tiene una identidad plural que no excluye sus orígenes ni a su originador manteniendo, desde el punto de vista conceptual, una diversidad que va hacia la integración. En su praxis, sin desconocer los elementos comunes, es distintivo, único y exclusivo, no solo a través de las personas del analista y del analizado sino en el vínculo y en su desarrollo imprevisto, a pesar de las presunciones previas. Uno ama y odia, pero no sabe necesariamente cómo se integrarán, desarrollarán y concluirán estas manifestaciones a través del proceso terapéutico y de la vida.
El psicoanálisis, a mi entender, no solamente tiene como finalidad el cambio creativo sino la búsqueda de aspectos no revelados del ser. Es también una ideología. La noción de inconsciente y de que este, en su dialéctica, se hace consciente, conlleva una forma diferente de ver y actuar en el
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mundo. Si una persona ha sido sujeto de un psicoanálisis y se ha beneficiado con la mejoría o curación de sus síntomas pero sigue siendo un falso, un doble, un hipócrita, el análisis habría fracasado por la carencia de un auténtico vínculo generador de cambio mutuo. Incluso existe el riesgo de que el analizado pueda posteriormente utilizar los conocimientos logrados en el seudo análisis en un sentido negativo, destructivo y nefasto, es decir, psicopático.
Otro aspecto sustancial del psicoanálisis está en el reconocimiento de que, en todo individuo, existen potencialmente no solo una fase polimorfo perversa, una caracteropatía, una neurosis, una perversión, una adicción, estados limítrofes (borderlines) y una psicosis básicas como constelaciones intrapsíquicas provenientes de vicisitudes de relaciones objetales primarias, sino que, más aún, dentro del individuo encontramos también aspectos internos destructivos, autoritarios y prepotentes que de no reconocerse y trabajar en ellos para su modificación, persisten como abscesos calcificados dentro del individuo y se manifiestan en momentos imprevistos.
Los psicoanalistas, conviene decirlo, solamente podemos llegar a lo que nuestros propios complejos personales y resistencias nos permiten.
Debe considerarse, sin embargo, que nuestra naturaleza es contradictoria, paradójica, ambivalente e incierta, y muchas veces llega a la confusión, a la negligencia y a la irresponsabilidad. Pero también tiene aspectos creativos, amorosos, objetales, de coraje, de compromiso, de autenticidad, de libertad y de pasión lúcida. Las diferencias son cualitativas y cuantitativas. Es posible apreciar estos últimos aspectos cuando el analista recibe una persona cuya motivación es querer descubrirse, comprenderse y mejorar como ser humano.
Las contribuciones analíticas provenientes de la experiencia surgen de múltiples vínculos que van de la experiencia a la existencia; probablemente lo mismo ocurra en el marxismo, que quizás por otros métodos o por modificaciones derivadas del desarrollo social, colectivo y político de diferentes culturas, sociedades, países y sus líderes adquiere características de desarrollo singular como ocurre con distintos individuos en el psicoanálisis.
En el artículo que comentamos, Mariátegui plantea que, en la literatura, el freudismo no es anterior ni posterior a Freud sino contemporáneo a él. Comparto con Mariátegui el hecho de que el germen de la teoría freudiana existía antes del advenimiento del psicoanálisis. Igualmente, cuando señala que hay coincidencias entre el freudismo teórico conceptual y el freudismo potencial y latente; simplemente agrego que existía desde que el hombre empezó a tener la posibilidad de intuir aspectos que iban más allá de su conciencia y su razón. Es, finalmente, la época victoriana el momento propicio para su revelación, dado que entonces la represión de los instintos era tan extendida que favoreció la aparición de cuadros de histeria conversiva y disociativa actualmente llamados “reacciones psiconeuróticas de disociación o conversión en personalidades emocionalmente inestables” (ambas consideradas como histéricas). Esto como dice Mariátegui, no disminuye el mérito del descubrimiento de Freud sino que lo engrandece. La función del genio, dice él, parece ser precisamente la de formular el pensamiento, la de traducir la intuición de una época. Mariátegui menciona a Ortega y Gasset refiriendo que este autor considera que el freudismo es intuitivo con lo que concuerdo dado que está vinculado no solo a los procesos primarios, sino también a la inteligencia inconsciente de la que la intuición es representante conspicuo. La intuición no viene de la magia ni de poderes sobrenaturales; es síntesis del conocimiento profundo que da la experiencia vivida.
De ahí que con toda razón Mariátegui cite a Pirandello y a Proust, como dos altos exponentes
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de la literatura con rasgos netos de freudismo o del reconocimiento implícito del significado y de la trascendencia del inconsciente en el arte, en la literatura y en el alma humana. En Pirandello el inconsciente no aparece como resultado del conocimiento de la teoría del genial sabio vienés, sino como consecuencia del propio inconsciente de Pirandello. El personaje pirandelliano Matías Pascal, por la equivocada identificación con un cadáver que tenía su filiación, no consigue morir tan fácilmente y adquirir una identidad distinta como Adriano Meiggs, sino que va descubriendo que este no tiene ninguna realidad y Matías Pascal, que quería evadirse del mundo que lo sofocaba y acaparaba, regresa para recuperar su realidad y dejar de ser ficticio.
Posteriormente, Pirandello se torna freudiano ya en forma consciente y deliberada como lo muestra en Cada uno a su manera en la defensa que hace un personaje llamado Doro Pallegari de una mujer cuyo nombre no puede ser pronunciado en la sociedad sino para ser repudiado por la moral hipócrita y agresiva puesta afuera; en el fondo, una manera de reprimir lo que existe dentro de ellos. En un aparte del diálogo el intérprete le manifiesta que, por un lado, uno trata de desposar para toda la vida una sola alma, muchas veces la más cómoda y la más apropiada para conseguir el estado al cual aspiramos; fuera del supuesto honesto lecho conyugal de nuestra conciencia, tenemos relaciones y comercio sin fin con todas nuestras otras almas repudiadas que están en los subterráneos de nuestro ser de donde nacen actos y pensamientos que no queremos reconocer.
Jacques Rivière, director de la Nouvelle Revue Francaise, con irrecusable autoridad afirma que Proust conocía a Freud de nombre solamente y que jamás había leído una línea de sus libros. En esos momentos se encontraba más beneficio del freudismo en la literatura que en la ciencia. Proust y Freud coinciden en su desconfianza del yo, que Rivière encuentra, en oposición a Bergson, cuya psicología se funda en la confianza en el yo. Ambos sincrónicamente, el uno como artista y el otro como psiquiatra, emplearon el mismo método psicológico sin conocerse ni comunicarse. Es importante señalar que Proust aplicó instintivamente el método que había sido definido por Freud y que llegó incluso a considerar la incidencia del factor sexual en la definición de los caracteres.
Con el tiempo el freudismo alcanzaría tal importancia en su vínculo con la literatura, que Jean Cocteau propuso la siguiente plegaria: “Dios mío, guárdame de creer en el mal del siglo, protégeme de Freud, impídeme escribir el libro esperado”.
François Mauriac escribió El desierto del amor, El beso al leproso y El río de fuego a pesar de que no había leído una sola línea de Freud y de que a Proust casi no lo conocía. La influencia freudiana en la literatura se extendió no obstante las resistencias de diferente naturaleza ya mencionadas. Ocupó un espacio entre los literatos representativos de Francia e Italia cuya sensibilidad está indudablemente influida por el psicoanálisis. Mariátegui señala a Waldo Franck, judío, autor de la novela Rahab, como el escritor que en la literatura norteamericana cala más hondamente en el inconsciente de sus personajes, con un misticismo mesiánico y un sexualismo religioso.
En la literatura rusa, Boris Pliniak, a través de uno de sus personajes, la camarada Xenia Ordinina, presenta una forma de constatación, a través de sus disquisiciones sobre el hambre, de una adoración al sexo y de una expansión libidinal o sexual de todas las cosas de la humanidad, de la civilización y del mundo entero, llegando a manifestar que la revolución está impregnada de sexualidad; constatación que a mi entender, es indudable, pero de ninguna manera exclusiva ni excluyente de aspectos de naturaleza tanática ni ideológica vivencial.
Freud señala que la naturaleza de las resistencias no es intelectual sino afectiva –yo diría, no solo afectiva. Comparto con Mariátegui la hipótesis de que por su inspiración inconsciente –y por su sentido humanista y su proceso irracional, agregaría yo-, el arte y la poesía tenían que comprender el psicoanálisis mejor que la ciencia.
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Da la impresión de que, cuando Mariátegui habla acerca de su amor a la aventura del conocimiento, lo equipara a la aventura de la conquista amorosa.
De acuerdo al poeta Juan Carlos Valdivia7, la obra de Mariátegui es algo más que la aplicación del marxismo y este “algo” constituye su aporte esencial, proponiendo que puede aplicarse al “algo” que está por ser producido. Esta tesis, con la que estoy de acuerdo, postula que en el creador, lo mismo que en el aspecto creativo del vínculo psicoanalítico, lo esencial está situado en aquel espacio frente a lo inesperado que es donde surge lo nuevo, lo que no se conocía y donde se produce una experiencia de mutualidad que probablemente esté vinculada a un orgasmo existencial, frente al propio descubrimiento de uno o al descubrimiento mutuo.
Este descubrimiento va a generar un vínculo o una relación con el pasado, con el recuerdo, con el origen y la naturaleza de su esencia, de sus atributos y cualidades fundamentales, de su inspiración y de lo que la nutre, de aquello que la forma, de su identidad, de lo que lo distingue y diferencia, de su amplitud, de su vitalidad, de su tiempo, de su ritmo y de su estilo.
Valdivia señala que Mariátegui no sigue una reglamentación académicamente explícita. El hecho de que Mariátegui jamás haya elaborado un manual metodológico, una teoría expresa, un ABC para el análisis correcto, un “deber ser” epistemológico, no solo despierta mi simpatía, sino que me lleva a vincularlo a la forma en que trabajamos algunos analistas.
Nuestro bagaje de conocimientos, sea este de mayor o menor riqueza, nos puede servir para producir o inventar directamente un mundo. Esto se da a veces incluso con sorpresa en el vínculo con el otro, en uno mismo y en el espacio del vínculo, no solamente con las personas sino con el objeto de estudio, investigación o reflexión.
Por esta razón, la contribución de Mariátegui no es un tratado sistemático sino un libro vivo donde la ideología y la ciencia política son respuestas a una conjunción o integración de lo inmediato, de lo real, de lo presente pero que funde lo mítico, lo artístico o creativo y el elemento doctrinal y racional representando plástica y antropomórficamente el símbolo de la voluntad colectiva, no como clasificaciones o disquisiciones pedantes de principios y criterios de un método de acción, sino como cualidades idiosincrásicas de una persona que quiere dar forma más tangible a la pasión política.
Mariátegui es para su patria la personificación viva de la voluntad colectiva. Discrepo con Valdivia cuando afirma que la vida de Mariátegui no alcanza una perfecta simbiosis. Creo, por el contrario, que Mariátegui necesitaba estar junto, pero, a la vez, separado de la vida colectiva, única forma de mantener la indispensable diferenciación, individuación, separación e identidad.
El individuo, para Mariátegui, se hace signo, metáfora de vida colectiva. Su temprana muerte trunca un proceso social. Su magnífica vida era ya proceso social en sí misma. No se simboliza en la letra o en el canto de una gesta imaginaria; se encarna directa y físicamente en un hombre cuyas confesiones valen como método, ética o principio metafísico. Como él dice “mi pensamiento y mi vida constituyen una sola cosa, un único proceso”8 que comprende su muerte y el presentimiento de su íntima y estrecha proximidad. Aventurero y metafísico, posee un estilo generosamente dotado de ecuanimidad, de armonía, de intensidad, consistencia, consecuencia y buena savia, que se traduce en decirlo todo y pronto. Su concepción agónica suscribiría esta frase de Rilke que él cita y con la cual me identifico plenamente: “El hombre nace con su muerte, su muerte está con él. Es la conjunción y quizás si la esencia misma de la vida. El destino del hombre se cumple si muere de su muerte”9.
VALDIVIA, JC (2000). La voluntad de crear. Arequipa, Akuarella.
MARIÁTEGUI, JC (1972). 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Lima, Amauta, 2ª. Edic. p. 11.
MARIÁTEGUI, JC (1927) “Rainer Maria Rilke, Variedades, Lima.
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En mi trabajo sobre “Psicoanálisis y violencia”, publicado en la revista Tiempo y Vida en octubre de 198010, en la última conclusión manifestaba que el reconocimiento consciente e inconsciente de la muerte es la fuente de mayor creatividad para el ser humano.
Cuando Mariátegui confiesa sin aspavientos que se siente un poco predestinado es porque, a mi entender, esta es la expresión de un juego lúdico inconsciente que se hace realidad en el sueño. Es como cuando en cierta ocasión, con mi hijo Lars contemplaba algo bello que habíamos logrado. Le dije, “este es un sueño hecho realidad” y él me respondió: “No, papi, es una realidad hecha sueño”. Winnicott establece la conexión entre la habilidad de jugar y el arribo a la capacidad de soñar.
Es sorprendente que un hombre con la capacidad de abstracción conceptual de Mariátegui, en su búsqueda de la voluntad colectiva hubiese elegido el camino íntimamente empírico, no teórico sino experimentador. Al mito lo busca dentro, así sean ecuménicos los vericuetos del itinerario, cuando dice: “por los caminos universales que tanto se nos reprochan nos vamos acercando cada vez más a nosotros mismos” (significativo final de los Siete ensayos). En esto también hay una similitud con el psicoanálisis entre cuyas características esenciales está la intimidad que revela lo más profundo de uno, pero que al mismo tiempo no nos aleja de nuestro carácter universal. Este rasgo de participación íntima es el que agrega una dificultad mayor a los propósitos del análisis.
El carácter no explícito de su método, la naturaleza asistemática de su obra, su forma dramática y mitológica de abordar sus proyectos, permiten suponer que la suya fue una tarea realizada de forma imprevisible. Al respecto Mariátegui dice: “Otra vez repito que no soy un crítico imparcial y objetivo, mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis pasiones”11, es decir, de lo que yo llamo la integración de la ideología inconsciente con la ideología consciente, la pasión lúcida y, en términos psicoanalíticos, lo que denomino contratransferencia creativa y subjetividad objetiva.
Para Mariátegui la tarea no consiste en mostrar los resultados de una búsqueda sino en dar cuenta de esa búsqueda, viaje, paseo o aventura íntima y social. “Partimos al extranjero no en búsqueda del secreto de los otros, sino del secreto de nosotros mismos”12, es decir, algo que siempre debe estar presente: empezar por uno. Y no hay más que seguir sus palabras cuando dice:
Yo cuento mi viaje en un libro de política, Espelucín cuenta el suyo en un libro de poesía, hay diferencia de temperamento pero no de espíritu. Los dos nos embarcamos en la barca de oro en pos de una isla buena, los dos en la aventura hemos encontrado a Dios y hemos descubierto a la humanidad13.
Es evidente que la aventura de la investigación es asumida por Mariátegui como parte del objeto de estudio, y que la introduce en escena por una necesidad pedagógica que yo llamo mutualidad, lo que le confiere a su trabajo un tono dramático amplio y envolvente. Se sabe lo que se quiere pero no a dónde se va: “la pasión aguza el intelecto y contribuye a hacer más clara la intuición”, dice Gramsci14.
Otra expresión mariateguista es la multiplicidad temática que le permite beber de todas las fuentes, pintándolas de su propio color y el de su libérrimo acercamiento a dichas fuentes, lo que lo conduce a desbordes disciplinarios y extradisciplinarios. De ahí que se pueda hablar del freudismo de Mariátegui. Conviene reiterar que el freudismo es un aspecto del sentimiento general de la época anterior o contemporánea a Freud. Freud es un intérprete del espíritu de su época. El psicoanálisis es una teoría,
PEÑA K, S (1980). “Psicoanálisis y Violencia”, Tiempo y Vida, octubre, Lima.
MARIÁTEGUI, JC (1972). Op. cit., p. 346.
Ibídem.
Ibídem.
14 GRAMSCI, A (1999) Cuadernos de la cárcel. Puebla, Ediciones Era/Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
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una técnica y un método de investigación. El freudismo es un arte o un presentimiento sin fronteras precisas; su potencia va más allá de su territorio; su ruptura amplía sus fronteras. El freudismo es la línea de fuga del psicoanálisis. Mariátegui no es el apologista sectario y dogmático del psicoanálisis ni su detractor de turno; él traza su propia línea de fuga. Pero trazar una línea de fuga no es evadirse de la vida, al contrario, es producir lo real, crear la vida. Mariátegui percibe la inutilidad de los programas y proscribe la retórica; como contraparte enfatiza el espíritu, el contenido y la necesidad de alcanzar un destino y un ser nacional y universal con efectiva libertad, dignidad y bienestar.
Estando el germen de la teoría de Freud en la conciencia del mundo desde antes del advenimiento del psicoanálisis, la intuición de Mariátegui lo lleva a buscar la constatación de su validez y para ello analiza aspectos sociales que no se limitan a la literatura. El marxismo es tratado por Mariátegui de manera semejante al psicoanálisis. Para él, freudismo y marxismo se emparentan: se puede hablar de una mutua transgresión que no implica violencia ni pérdida sino mayor potencia.
El marxismo para Mariátegui es una especie de psicoanálisis del espíritu sociopolítico. El psicoanálisis gana plusvalía cuando se extiende a un territorio extrapsicológico. Mariátegui hace freudismo, no psicología, dado que el pensamiento político social se ideologiza, se deforma, según él, a través de los mecanismos de defensa (racionalización, sustitución, desplazamiento, sublimación).
El genio, dice Mariátegui al hablar de Freud, tiene como función interpretar y objetivar el sentimiento de una época. Esta función aparece en Chaplin, en Pirandello, en Proust. El freudismo, para Mariátegui, no es su única ni su principal intuición ni su centro eje, es un rasgo de esa intuición. “El modernismo de Pirandello –dice Mariátegui- consiste en registrar las más íntimas corrientes y las más profundas vibraciones de su época”15. Hay que conectar estas corrientes y vibraciones pirandellianas con la obra de Mariátegui: su relativismo einsteniano, el subjetivismo de resonancias unamunescas, el suprarrealismo, la reivindicación de la ficción, su escepticismo radical, el cuestionamiento del carácter, su freudismo intuitivo. Mariátegui no sigue a Pirandello porque se subordine a una tendencia del arte o al pensamiento de este, sino porque coincide en el registro de las mismas corrientes o vibraciones de su época. Él no se circunscribe a sus aspectos a partir de su lectura, él ha registrado por su cuenta todos estos aspectos (el relativismo einsteniano, por ejemplo, en Bernard Shaw y en Ortega y Gasset, el freudismo en Chaplin o el poeta Pliniak). Mariátegui no utiliza a Marx y Freud para interpretar un film de Chaplin, es del propio Charlot –“receptor atento de los más secretos mensajes de la época”- de quien Mariátegui aprende algo que se agita vivamente en el inconsciente del mundo. Coincidentemente, Chaplin deviene en socialista.
La revolución política que postula Mariátegui se hace patente en sus textos. En ellos se percibe no solo una revolución del lenguaje político, del estilo, sino también, en el aspecto inconsciente, una revolución del espíritu expresada en un lenguaje dotado de intensidad y pasión lúcida.
Toda búsqueda supone la ignorancia y no saber bien lo que se puede encontrar. Me identifico con la actitud nietzscheana de Mariátegui, quien no busca la objetividad plena ni la coherencia ni la redondez absolutas, ni siquiera un tema original, me identifico con su modo de escoger los temas más allá de los temas.
Como Nietzsche, el trabajo de Mariátegui se desenvuelve fundamentado en el principio de amar no al autor contraído a la producción intencional y deliberada de un libro, sino a aquel cuyos pensamientos forman un libro espontánea e inadvertidamente. A pesar de que posiblemente muchos proyectos de libro visitaban su vigilia, él sabía por anticipado que solo realizaría lo que un imperioso mandato vital le ordenara y, también conforme a un principio de Nietzsche, esperaba y reclamaba ser reconocido por meter toda su sangre en sus ideas.
15 MARIÁTEGUI, JC (1978). El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy. Lima, Amauta, p. 99.
AÑO 22, n° 77
Esta revista fue editada en formato digital y publicada en junio de 2017, por el Fondo Editorial Serbiluz, Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela
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