Leer a Verdú supone las más de las veces algo así como un escalofrío, una suerte de vértigo en la columna vertebral que sustenta nuestra musculatura intelecto-afectiva de habitantes del XXI. En sus textos hallamos la estimulante complejidad de los no lugares, el topos (fascinante por incierto) en el que no es fácil distinguir los impulsos estimulados por el pesimismo del análisis y la

Vicente Verdú: apocalipsis o (des)integración

Vicente Verdú: apocalipsis o (des)integración

desesperanza de ciertas reflexiones, con las corrientes, más inaprehensibles por menos racionales, puestas en juego por el relato, la poesía y, aún más allá en el terreno de lo inasible, la intuición y la sensorialidad.

Si títulos como Emociones o No ficción formaban parte de su particular catálogo de cotidianidad al utilizar la metáfora doméstica como instrumento de disección, no renuncia el autor en sus columnas en prensa, reflexiones del blog o en su ‘saga’ en torno al capitalismo y sus colateralidades, a los caprichos de una musa de diferente aquilatamiento, donde la espontaneidad de la confección textual hilvana (en palabras del propio autor) “literalmente ensayos”. O lo que es lo mismo: “ensayos literariamente”.

Y es que, a pesar de un inevitable tono analítico más acorde a la reflexión política, económica y social de muchos de sus trabajos, Verdú sabe dar a luz en todos sus escritos a una anatomía híbrida (no en vano es también columnista y poeta), integrada, donde se sustenta una labor de mayor densidad creativa que es delatora de una concentrada emoción de palabra, obra y reflexión. El autor no sólo no oculta tales devaneos con lo espontáneo, sino que alienta su parti pris con el claro objetivo de la falta de itinerarios preliminares, en una suerte de ‘dejar hacer’ al texto que tiende a adherirse más a la inspiración que a la premeditación. Así, Verdú no se cansa de confirmar lo que parece ser una advertencia al lector ávido de aseveraciones metódicas y rigurosas: su tendencia a escribir la emoción más allá de todo constreñimiento. Nos pone sobre aviso acerca de su promiscuidad genérica (literariamente hablando) al sentar en el prólogo de El capitalismo funeral (por poner uno de los ejemplos más evidentes) su intención de alejarse de toda rigidez epistemológica, científica y genérica: “este libro viene a ser lo contrario de la especialidad, la profesión y el rigor (…) Se trata de un ensayo, una escritura, un texto de diferentes texturas y vestimentas”.

Es en esta mixtura de la integración donde el autor, quien como buen ‘mestizo’ indulta de toda necesidad disciplinaria a la literatura ensayística, apuntala composiciones cuyo fin es el de seguir el impulso hacia la experimentación que posee tanto la poesía como el ensayo. Con ello, el pensador no sólo hace una declaración de intenciones, sino que define en pocas líneas lo que en su opinión debe ser el género: una cartografía utópica, donde las fronteras no tengan lugar.

Pero más allá de toda confesión autorial a caballo entre lo metafictivo y lo metaensayístico (metaliterario en una palabra) acerca del proceso de creación textual, y más acá de la teoría literaria en torno al género, sus escritos delatan tal génesis en una estructura fragmentada, casi vagabunda, en cuya aparente ausencia de método subyace una clara metodología. La inexistencia de un plan determinado previo responde en el fondo a un objetivo más que concreto: el de ir conformando un tejido en jirones, discurso al más puro estilo de grandes


ensayistas como Benjamin o Bataille, cuya manera de pensar el mundo es fabricar un tapiz de reflexiones alejado de toda evolución lineal. A golpe de pasiones, prefiere surcar los meandros del pensamiento más que los desarrollos rectilíneos, cuyas exigencias constructivas bien podrían poner trabas al libre albedrío del flujo inquisitivo.

Probablemente sea tal mestizaje, esta apuesta por lo intergenérico, la responsable de aquel escalofrío con el que comenzábamos el presente trabajo. No tanto (que también) por el disfrute de leer a Verdú, como por el lugar común con esa escritura que eclipsa cualquier ‘escribiduría’ (según vocablo de Barthes) y que supone el universo de este deambulador del lenguaje y el análisis de la actualidad, periodista y paseante heterodoxo que se desliza entre tendencias utopizantes del inconformismo y la exploración lingüística, y en el que palabras e ideas se transforman para hacerse motor de reflexión y fuente de placer.

Porque si bien es verdad que Verdú escribe el mundo en términos en los que el vértigo de la desesperanza distópica no siempre es sencillo de salvar, no es menos cierto que tanto la construcción como la estructura y motricidad de sus textos participan de una termodinámica creativa y reflexiva en la que, además de análisis y literatura, vienen a equilibrarse lo micro y lo macro, lo doméstico y lo universal. El encuentro y lo analógico, en fin.

Confesamos, no obstante, que a los lectores impresionables en los que a veces nos convertimos no siempre les resulta fácil digerir, a primer golpe de cuchara, la estética de pesimismo que preside su carta de reflexión. Su prolífico archivo sobre el capitalismo en todas sus fases (tanto de producción como de consumo, ficción o funeral), sumado a ese desencanto de las utopías de la izquierda que impregna sus opiniones (itinerario de fracaso que va desde la desilusión derivada del Mayo francés hasta Berlín, la URSS y el PSOE, pasando por las estrategias de la derecha capitalista y la Gran Crisis), tiene la potencia de llevar más de una vez hasta el borde del abismo. En este acantilado de nihilismo no ya social ni político, sino profundamente ontológico, cuando únicamente parece ser posible la salvación, gracias esa tendencia suya a entender el ensayo y el mundo como la confluencia entre el rigor científico y la lucidez creativa.

Puede que sea la valentía del náufrago la que nos lleve a seguir buscando al periodista para hallar el pensador y poeta (y viceversa). Toda lectura es un nuevo encuentro, y en el desencanto de la posmodernidad radicaban las anteriores lecturas a las que nos tenía acostumbrados. Pero otro Verdú parecía aguardar en la recámara hasta La hoguera del capital, como si el pesimista recalcitrante que fuera quisiera exorcizar de algún modo la amargura que había ido acumulando como cálculos en el riñón. No deja de ser significativo que un hombre como Verdú decidiera hacerlo en pleno cólico (económico, moral, institucional…) de una Crisis que ya comparara en el Capitalismo funeral con la Tercera Guerra Mundial, o que pocos meses después de La Hoguera (marzo del 2012) asemejara al Apocalipsis (noviembre del mismo año).

Del primer título, decir que se trata de un escenario construido con la argamasa de la utopía y los ladrillos del desencanto, reflexión que, a pesar de encuentros y desencuentros, posturas y contraposturas, es capaz de hacer converger polaridades difícil pero potencialmente reconciliables. En ese espacio de las dicotomías (con sus particulares aproximaciones y alejamientos) es donde encontramos algunas de las claves esenciales del intelecto de un hombre que, tras haber comparado al capitalismo con la peste o la Gran Guerra, trata de sostener en medio de la actual crisis la felicidad del ser humano.


Desconfiando absolutamente de los poderes públicos, las instituciones y los partidos políticos (cuya urgente desaparición no duda en reclamar), tachando de comedia a la democracia… se reafirma con una vehemencia a veces sospechosa de desesperación en la potencialidad del homo sapiens como especie cooperadora, capaz de crear una sinergia tal cuya fuerza nos saque de esto (incluyendo la culpa y el pecado de la lujuria capitalista, con la que los excesos parecen estar castigándonos a manos de un dios inclemente).

Si la única solución a la adversidad reinante es la comunicación, internet se revela como la gran herramienta para la creación de un nuevo estado de cosas, un mundo posible que vendría auspiciado por la desaparición de grandes conglomerados territoriales tales como la Unión Europea, en aras de comunidades más pequeñas donde los ciudadanos elijan a personas y no a partidos. Tal es la visión cuasi idílica de ese mundo por venir, en el que la farsa política (ésa donde tanto miente miente tanto) sólo sería finiquitada, en opinión de Verdú, con un modelo muy similar al de la Antigua Grecia, en el que los dirigentes no fueran políticos sino profesionales de la sanidad, la economía o la educación.

Verdú, que no daba una visión edénica pero sí un tanto utópica, regresaba a sus obsesiones capitalistas con Apocalipsis Now, dirimiendo esta vez sus tesis en una lectura actualizada de la obra de San Juan. La reescritura del texto bíblico se realiza una vez más sobre bases literarias, en las que génesis poéticas dan forma a un relato en tono milenarista cuyas verdades no siempre son susceptibles de ser rigurosamente racionalizadas. Declara el autor que muchas de las partes de esta obra que convoca el calendario maya, la Biblia y Wall Street, la estética zombi y el milenarismo… están escritas en estado de “semiconsciencia”. Una vez más la musa, el genio creador de corte romántico e inspiración sin premeditación, asomándose sin ambages y mezclándose con el análisis lúcido, en una obra difícil de clasificar en la que el diálogo genérico se aleja de cualquier atisbo de tratado económico o político.

Tal motivación representa el valor de lo apelable, la incertidumbre como método. Y en este caso sucede no sólo en el aspecto contenidista sino en el formal: el espacio en el que la doxa estilística aconsejaría verdades debidamente pulidas y portadoras de un seguimiento intelectual factible. Pero toda doxa exige un sometimiento: la negación de la apostasía en favor de la conversión, una entrega sin reservas no sólo de nuestra fe creadora sino, sobre todo, de nuestro particular lenguaje. Y en esta imbricación de significantes y significados, una suerte de rebelión estético-investigadora con tintes utopizantes apuntala el mensaje poético-analítico, mientras el Apocalipsis, las distopías y las utopías nos brindan su rostro bifronte con el que pensar el XXI.

Es de un espacio correcto y poco arriesgado (y por ende escasamente creativo) ajeno a la polémica y la desorientación heterológica, de donde Verdú parece tratar de huir. En su logosfera de analista no se resiste a no abogar por la emoción –ese vocablo con tan mala prensa entre buena parte de la comunidad bien pensante–, la pasión creadora y esa utopía de lo lírico que, como la caricia amorosa, conduce al lenguaje y la escritura hasta un punto de fuga del placer (a pesar de todo pesimismo). La emoción nunca puede ser aséptica. El análisis y su lenguaje no tienen por qué serlo y Verdú no desea ser monológico. Va tras el espacio de cruce donde confluyen ensayo y literatura (esa “escritura de ensayo” de Bataille que, en palabras de Barthes, es “heterología y goce”): Trata de alejarse con tenacidad (no importa si no siempre lo consigue) del sacerdocio analítico, en textos donde el periodista que es no se resiste a verter la ingente cantidad de datos que respaldan una rigurosidad difícilmente renunciable a pesar de todo, pero que también serán excusa para insertar lo fictivo (o más bien lo poético). Y es así que continúa empeñado en la


apostasía, con una clara excepción: la adhesión emotiva a lo literario, la erótica de una escritura que pretende anteponer lo lírico a cualquier argumento, y donde lo fictivo parece dar sentido al pensamiento y al análisis, a las verdades como puñados (de emoción).

Es desde ahí, también, donde rescata uno de los textos más demoledores de nuestro imaginario literario, el Apocalipsis de San Juan, en un paralelismo que lo reactualiza y nos conduce al lugar (o no lugar) de los grandes interrogantes de nuestro tiempo: ¿estamos ante el gran cataclismo de la civilización capitalista? ¿Acaso estará escrito el Apocalipsis para la Vieja Europa? ¿A dónde va nuestra “sociedad de zombies”? ¿Es el ‘dios de las mercancías’ al que aludiera Marx, el nuevo Anticristo? ¿O es Merkel el signo de la Bestia? ¿hemos pecado y vivido “por encima de nuestras posibilidades”?

¿Estamos, en fin, ante el Apocalipsis de una civilización conocida y/o a las puertas de un nuevo mundo? Y Verdú relee e insiste: “El tiempo que está cerca o el fin de los tiempos que se acercan pone los pelos de punta, pero hay que repeinarse una y otra vez. Juan, que recibe mediante un ángel el encargo de trasmitir a los fieles el texto de Dios, oye que el enviado le dice: “No temas”. San Juan, de hecho, se temía lo peor, tal como lo temería tanto un peón como un laureado economista viendo cómo van las cosas”…

Pero el mundo no se acabó… O al menos solo lo hizo para mutar en otro.


Susana Gómez Redondo Francisco José Francisco Carrera Universidad de Valladolid, España.


AÑO 22, n° 76


Esta revista fue editada en formato digital y publicada en diciembre de 2016, por el Fondo Editorial Serbiluz, Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela


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