REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DEL ZULIA. 3ª época. Año 14, N° 40, 2023
Reyber Parra Contreras// El valor de la vida en la Antropología cristiana, 2-5
DOI: https://doi.org/10.46925//rdluz.40.01
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creador, sublime y única en comparación con las otras criaturas, aunque estas también forman
parte del diseño perfecto y armónico de Dios. “La centralidad de la antropología cristiana es que
considera al hombre como imagen de Dios” (Larrú, 2014: 5), pero también es central que Dios
mismo se ha hecho hombre en la persona de Jesús: “Hay otro punto de arranque que se ha
olvidado, al menos en el contexto antropológico, y es el que nos enseña el Prólogo del Evangelio
de San Juan. Ahí se nos dice que el hombre es imagen de Cristo y que con Él es hijo de Dios”
(Lluch Baixauli, 2002: 193). El Concilio Vaticano II (1965) afirma al respecto que “el Hijo de Dios,
con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”.
El vínculo íntimo del hombre con Dios connota la experiencia de la vida en el tiempo y en
la eternidad. Esta última es plena al participar en la vida misma de Dios, mientras que la primera
es un momento inicial, “es realidad sagrada, que se nos confía para que la custodiemos con
sentido de responsabilidad y la llevemos a perfección en el amor y en el don de nosotros mismos
a Dios y a los hermanos” (Juan Pablo II, 1995: 2).
La vida procede de Dios y a él pertenece; a los hombres les confía el cuidado de ella en
todas sus expresiones, sobre todo la vida humana que posee un valor sagrado e intangible, pero
que se encuentra actualmente amenazada por la actitud “eclipsada” del propio hombre que
pretende ocupar el lugar de Dios y “se cree señor de la vida y de la muerte porque decide sobre
ellas” (Juan Pablo II, 1995: 12). Esta rebeldía del hombre se vuelve contra sí mismo, al desconocer
su propia dignidad y dar paso a la muerte:
“Todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los
genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la
integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y
mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende a la
dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos
arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de
jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son
tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables;
todas estas cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la
civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la
injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador” (Concilio Vaticano
II, 1965).
Lo descrito por el Concilio muestra el desprecio por la vida que prevalece en nuestro
tiempo. La Antropología cristiana reconoce la dignidad de la persona humana y concibe al