Revista de Literatura Hispanoamericana

No. 74, Enero-Junio, 2017: 51-61


Sobre algunas de las facultades propias del ejercicio

de la crítica literaria


Omar Osorio Amoretti

Universidad Simón Bolívar, Venezuela E-mail: osorioamoretti@usb.ve


Resumen

A pesar de tener siglos de existencia en Occidente, el ejercicio de la crítica literaria aún tiene una pluralidad de visiones tanto apologéticas como difamatorias por parte de quienes están en contacto permanente con la cultura y los elementos sociohistóricos que hacen posible su dinámica. Escritores, académicos, estudiantes de Letras, políticos y cualquier aficionado de la lectura en su momento han ejercido desde su horizonte teórico una valoración de los objetos artísticos que reciben, así como de la actividad misma que se encarga de valorarlos, llegando en algunos casos a posiciones de total contradicción incluso dentro del discurso elaborado por ellos mismos.

En las páginas de este trabajo se exponen las ideas más comunes en el público no especializado al momento de hablar de la “crítica”. Asimismo, se propone una conceptualización sobre cuáles son los componentes que la conforman y qué capacidades debe desarrollar el crítico literario al momento de ejercerla, usando como referencia algunos casos de exponentes del siglo XX venezolano.

Palabras clave: crítica literaria; teoría y crítica; Venezuela.


Recibido: 25-11-2016 • Aceptado: 20-01-2017


On some of the faculties proper to the exercise of

literary criticism


Abstract

Despite of having centuries of existence in the Western civilization, the practice of literary criticism still has a variety of both apologetics and slanderous visions by those who have a permanent contact with the social and historical aspects that make possible that kind of cultural dynamic. Writers, academics, literature students, politicians and amateurs have valorized from their own theoretical horizon the artistic objects that they have received as well as they have done it with the activity that is in charge of judge them, getting in some cases to contradictory positions in their opinions.

In the pages of this paper are exposed the most common ideas among the non specialized public when it comes to talk about the “criticism”. Likewise, it is proposed the literary critic must develop a conceptualization about which are the main components that conform it and what abilities if he wishes to do it, using as a reference some exponents of the 20th century in Venezuela.

Key words: Literary criticism; theory and criticism; Venezuela.


Introducción

Quisiéramos comenzar este estudio citando una de las tantas greguerías que escribiera Ramón Gómez de La Serna (1947: 261) cuya pertinencia en esta ocasión se hace meritoria. Dice así: “La mosca se posa sobre lo escrito, lo lee y se va como despreciando lo que ha leído.

¡Es el más exigente crítico literario!”. Bromas aparte, su contenido es un ejemplo condensado de los estereotipos relacionados con esta actividad: existe una respuesta violenta de un receptor ante lo decodificado, la intromisión

insospechada en un texto que sin su presencia estaría mucho mejor y hasta la clásica idea de que cualquiera es capaz de ejercerla, moscas incluidas.

El tema que exponemos no solo ha sido debatido por muchos, sino que además en cierta medida ha permanecido inerte, pues pareciera que cada vez que se pone sobre la mesa (bien sea en una charla informal entre amigos o en un artículo impreso o digital) las posiciones suelen ser las mismas: por una parte, está el desprecio absoluto e irreconciliable, como si toda su existencia fuese un

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error1; por otra, se le recrimina por no cumplir con ciertos requisitos que el discrepante de turno exige (poca claridad en los conceptos expuestos para el público, escasa atención a una literatura específica, nulo interés por promover la cultura y cuantas otras cosas más haya visto o desee). No negaremos la asistencia de algunos defensores en la palestra pero, en todo caso, no es un secreto para nadie que la visión de la crítica literaria en el mundo de habla hispana sigue siendo negativa y esto, nos atrevemos a afirmar, es en buena medida producto de una concepción errada sobre cómo esta funciona en general.

Nuestra afirmación no peca de ser infundada. Basta con colocar palabras como “crítica literaria” o “crítico literario” en cualquier red social para notarlo. Nosotros mismos realizamos el experimento meses y parte de la nuestra reflexión se basa en dicha experiencia.


La distorsión de la crítica literaria. Una actividad constante desde tres sectores de la cultura

Entre las sornas que pudimos leer en Internet, hubo una constante que nos llamó la atención: los que infravaloraban


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a la crítica literaria y sus acólitos no pertenecían al gremio académico de las letras. Eran, por el contrario, miembros de una suerte de hermandad de vengadores cuyas ideas se habían repetido por tanto tiempo que solo quedaba erigirlas como certezas poderosas, ocultas al parecer por la influencia de los claustros universitarios hasta el advenimiento de sus comentarios2.

Su sector más numeroso es el de los lectores, presentes por lo general en Twitter. Con su nombre o bajo pseudónimo, proclaman de las formas más variadas y hasta contradictorias los supuestos rudimentos de la actividad. Una tal Liz Salazar, cree, no sin hilaridad, haber estado ante la mejor crítica de literatura en el Metro al oír a alguien decirle a su compañero: “Sí, ese es muy buen #libro, yo llegué a la mitad” (mayo, 2015). Por su parte, Sonia Herrera retuitea un artículo titulado “¿Qué pasa si te gusta #50SombrasDeGrey?” (mayo, 2015), a lo cual Montse Pallares le responde: “Pues que no te contratan de crítica literaria, ¡fijo!” (mayo, 2015).

Pero no todas son guasas que

pretenden instilar verdades. Alguien



  1. “Hay que recordar que la mayoría de los críticos son hombres que no han tenido mucha suerte y que, en el momento en que estaban en los lindes de la desesperación, han encontrado un modesto puesto tranquilo de guardián de cementerio. (…) El crítico vive mal, su mujer no le estima como convendría, los hijos son ingratos y los fines de mes resultan difíciles. Pero siempre es posible entrar en la biblioteca, tomar un libro de un estante y abrirlo. (…) Y, cuando el crítico reanima estas manchas, cuando hace de ellas letras y palabras, éstas le hablan de pasiones que no siente, de cóleras sin objeto, de temores y de esperanzas difuntos”, (Sartre, 1976: 60-61).


  2. Otro comentario debe hacerse con respecto a esta pesquisa. De todas las lenguas posibles en las cuales pudimos realizar el sondeo sobre la recepción de la crítica literaria (italiano e inglés), fue en la española donde hallamos denuestos con una profusión alta, sistemática y extraordinaria. Esto podría ser señal tanto de un hábito masificado sobre el tema en el contexto hispanoamericano (que no específico de este) como de la instauración de un tópico popularizado dentro de su comunidad cultural.


    bajo el mote de La Licenciada está plenamente convencida de que “la crítica literaria deberían hacerla escritores, no ‘sabihondos’ que en su puta vida han escrito algo pero se sienten con derecho a opinar”. Con igual impacto aunque de menor calibre, según Nene Romanova “Nadie te puede juzgar por tu gusto ni por abandonar algo que no te atrapa. Ahora que lo pienso, qué vida de mierda la del crítico literario” (mayo, 2015). Lo citado evidencia cómo para los no iniciados criticar es un sinónimo lato de “opinar”, una acción también asociada a respuestas basadas en pautas un tanto biológicas, como lo son el placer o el displacer de la experiencia lectora en la cual el elemento del juicio es la gran ausente. El crítico, en consecuencia, es fruto del resentimiento3, un gran entrometido no muy diferente de ese extraño cuyo primer gesto al vernos es lamentar la deplorable combinación de nuestra vestimenta. Aunque tampoco es cualquier advenedizo. Su gusto es selecto hasta el ridículo, su rechazo hacia lo bajo de una violencia casi criminal. Es un pantocrátor vestido de levita. A fin de cuentas, un enemigo del pueblo.

    El siguiente grupo es el de los escritores de ficción. Se les podría considerar un antagonista histórico y natural, como la burguesía y el proletariado. Su rechazo a la crítica va más allá del estereotipo (aunque lo comparten) para adentrarse en el más inevitable de los conflictos de intereses.

    Los ejemplos no escasean. En Escrito con odio, Argenis Rodríguez (1977) la percibe como una actividad infructuosa, pues asegura que “los críticos jamás aciertan. Yo creo que los críticos dicen cosas que parecen lógicas, pero que el creador jamás pensó en ellas cuando se sentó a escribir” (Malaspina, 2008: 20). Si se leen con detenimiento, de estas palabras incluso puede inferirse la visión de una operación casi espiritista, en la cual el creador es poseedor de una exégesis única, casi suprema, del texto y el crítico una especie de rabdomante frustrado ansioso por encontrarla. Demiurgo de una obra cuya verdadera comprensión es invariable en la historia, casi podemos imaginarnos al investigador como un Prometeo moderno, al acecho del fuego divino que espera la sociedad literaria.

    Por su parte, Roberto Echeto afirma conocer el modus operandi del gremio: “Los críticos literarios – dice– encienden sus pipas, se tocan sus quijadas y escriben desde sus cubículos universitarios para que los lean otros especialistas que también encienden sus pipas y se tocan sus quijadas en sus respectivos cubículos universitarios” (Echeto, 2005). Esta actitud ombliguista sería para este escritor la responsable de que se pierda “la oportunidad de orientar a los demás en todo lo que se refiere a las obras que salen a la palestra, de leerlas, analizarlas y despertar en otros el interés


  3. No es mito, sino una realidad palpable y dicha con desparpajo que llega a visos deterministas: “En mi opinión un crítico literario actual no es más que un escritor frustrado. Y esto va solo para los venezolanos, de quienes hablamos hoy. Es mucho más fácil destruir que construir y hemos logrado todo lo contrario de lo que nos hemos propuesto” [cursivas nuestras] (Porras: 2006).

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    por disfrutarlas” (ibídem). Esto es muy significativo dentro de lo que venimos desarrollando, pues no solo delata la idea, hoy en día anacrónica, del crítico como un lector educado cuyo fin es ilustrar a un público desentendido y ansioso de formarse un buen gusto, sino que a su vez le otorga deberes a la crítica propios de la publicidad y el periodismo (cuando no de los clubes de lectura), elementos que si bien pueden estar en alianza no son en lo absoluto atributos propios del trabajo.

    Y es esta última profesión el tercer grupo que distorsiona el asunto. A diferencia de las universidades, la presencia de los diarios entre la gente es mayor, por lo cual el acercamiento más serio a un conocimiento de la literatura que esta pueda tener se encuentra en los suplementos culturales o algunos artículos breves, no pocas veces realizados por escritores.

    Esta dinámica hace que la actividad crítica se transforme en víctima de las condiciones contextuales de un poder cuyas necesidades actuales difieren de un saber autónomo en sus intereses y procedimientos. El asunto llega hasta el punto de incentivar el error con bombos y platillos a través de la creación de espacios en donde se invita a toda la comunidad lectora a ejercerla sin tomar en cuenta su preparación. Es lo que hizo en noviembre del 2014 el diario español El país bajo


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    el título sugestivo de “Demuestra tus dotes como crítico literario”, un concurso en donde debía reseñarse un libro en quinientos caracteres y el ganador sería publicado en el suplemento cultural Babelia4 (noviembre, 2014, en línea). Pero más extraordinario resulta el tuit de El Universal en enero de 2015, donde se puede leer lo siguiente: “Conviértete en crítico literario y comenta el último libro que hayas leído” (enero, 2015, en línea)5, con lo cual se rebasa el límite de la cordura al atribuirse la potestad de decretar quién puede o no ser algo. Se ha caído, pues, en una falacia donde se confunde relación con causalidad y en la cual para ser crítico apenas se debe cumplir con unos requisitos formales ya dictaminados, en este caso una “opinión” escrita sobre un texto literario cuya difusión provenga de un medio legitimador. Dentro de este razonamiento, para ser piloto de carrera bastaría con manejar un Ferrari o para titularnos como periodistas con reportar los crímenes de nuestra urbanización en la red.


    Una aproximación a los elementos constitutivos de la crítica literaria. Algunos breves ejemplos del fenómeno

    Quienes se han familiarizado tanto con ella hasta el punto de convertirla en una forma de vida, saben que la crítica


  4. El 20 de marzo de 2015 aparecerían los veinte ganadores del concurso. La información puede conocerse a través del siguiente enlace http://cultura.elpais.com/cultura/2015/03/20/babelia/1426869461_351490. html?rel=rosEP [visitado el 30 de agosto de 2015].


  5. El periódico publicó el 1° de mayo la primera reseña literaria de la columna (“Rojo Express”, de Marcos Tarre Briceño) bajo la autoría de alguien llamado Irene Benavent. Más allá de su nombre (hay varias personas con el mismo), no hay datos concretos que nos señalen su nacionalidad, edad o nivel de estudios. Hasta la fecha tampoco han vuelto a colocar otro texto del mismo tenor.


    literaria trasciende tanto la pregonería de obras recientes como el fomento del llamado buen gusto artístico. Sin embargo, no faltan quienes, aunque se declaran sus defensores consecuentes, también la desnaturalizan desde el otro lado de la balanza. Ya no se trataría, por ejemplo, de un acto vil y envidioso, sino de una profesión como cualquier otra, digna de colocarse sin vergüenza en una planilla o más aún: una forma de creación de exigencias intelectuales superiores a otras6.

    A pesar de estar en boca de sus protagonistas, el término “oficio” resulta insuficiente para categorizarla. Si bien su conocimiento es transferible, su accionar no es del todo mecánico: dos críticos nunca tendrán dos conclusiones iguales de una misma novela. La participación intelectual en su comprensión es mayoritaria y no basta con saber escribir bien.

    Y poco importa cuán atractiva sea la propuesta: la crítica literaria tampoco es una forma de arte7. Él involucra, no tenemos dudas al respecto, conocimiento; pero este es de naturaleza intransferible. No importa cuántos talleres de escritura creativa se abran ni cuántas cohortes se celebren en sus posgrados: nadie tiene la fórmula para convertir a los participantes en Salvador Garmendia o Julio Ramón Ribeyro u organizar de tal forma los componentes de un texto que lo catapulten al estatus de “poeta”. Quienes lo hayan conseguido cursándolos, téngase por seguro que el prodigio vino de ellos y el resto fue una añadidura pertinente. La labor crítica, por el contrario, requiere de un proceso de estudio y experiencia que afinan la pericia del practicante conforme pasa el tiempo y se mantiene escribiendo8. Cabe recordar que hoy en día el número de críticos a nivel mundial es superior al de sesenta años atrás y no se lo debemos a una campaña internacional de las musas.


  6. “Casi siempre, los críticos (hablo, naturalmente, de la clase más elevada, de los que escriben en los periódicos de dos reales) saben más que los artistas responsables de las obras que los primeros deben analizar. Lo cual era de esperar, pues la crítica requiere mucha más cultura que la creación en sí”. (Wilde, 2015, en línea).


  7. “Durante muchos años, mi difunto y amigo colega Paul de Man y yo discutimos durante nuestros paseos. Casi siempre el debate giraba en torno a la convicción de De Man de haber encontrado la verdad de la crítica, que consistía en que esta debía asumir una postura epistemológica o irónica en relación a la literatura. Yo le contestaba que cualquier perspectiva que adoptemos hacia la figuración tiene que ser figurativa, como era claramente su estilo filosófico. Practicar la crítica propiamente dicha consiste en reflexionar poéticamente acerca del pensamiento poético” [cursivas del texto, negritas nuestras], Harold (Bloom, 2011: 50). No sería la primera vez que toque ese aspecto en su libro, pues ya en la página dieciocho había señalado que su visión de la crítica literaria “es, en primer lugar, literaria, es decir, personal y apasionada” [cursivas del texto].


  8. Sin embargo, hay casos de escritores como Eugenio Montejo (autor también de artículos críticos) que además demandan al analista ciertas condiciones extraordinarias. “El verdadero crítico literario

    –dice– es aquél que aprende con los años a leer la mano a los libros. Porque un libro es siempre una mano abierta, y la crítica, desde la perspectiva del futuro, de poco nos sirve si no tiene su pizca de quiromancia” (1983: 65).

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    Mucho menos podría decirse que es una profesión. Es verdad que conlallegada de las escuelas de Letras y sus posgrados en literatura hay más y mejores críticos literarios; pero el profesionalismo, además del aprendizaje de un plan de estudios, conlleva otros aspectos. Las profesiones son ante todo actividades fundamentales para el funcionamiento correcto de la sociedad. Su desempeño está reglamentado por las leyes y se ha formado a través de instituciones especiales. En consecuencia, quienes las ejercen obtienen un monopolio del servicio que termina siendo legitimado por la ciudadanía. A diferencia de los médicos, los abogados, los educadores o los comunicadores sociales, los licenciados en Letras no juramos cumplir ciertos códigos éticos ante ninguna autoridad y por desgracia, al menos en la forma, cualquiera puede ejercer la crítica sin ningún riesgo punitivo, por muy temerarias, arbitrarias o irresponsables que sean sus líneas.

    Si se toma en cuenta la adjetivación final (literaria) resulta evidente su carácter científico, pues muestra un discurso y un campo de estudio propios generadores de un producto acabado de tenor reflexivo que, como señaló una


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    vez Carlos Sandoval (2010: 74): “busca producir conocimientos sobre los libros, al analizarlos mediante una operación que tiene en la teoría (…) su anclaje metodológico”. No obstante, debeevitarse caer en la simpleza de considerarla un objeto estático, casi eterno, propio de una concepción genérica clásica de la misma9. En otras palabras, la crítica no forma parte de los varios exponentes constitutivos de los géneros literarios; es ante todo una facultad cognoscitiva que permite dilucidar mediante operaciones dialécticas, lógicas y formales aquello que especulativamente es la literatura, su calidad, sus conexiones con otros espacios de convergencia social, bien desde una perspectiva diacrónica, bien desde una sincrónica. Así como la existencia de sucesos pasados no implica la presencia de una historia en las sociedades humanas hasta la aparición de la historiografía, la publicación de materiales literarios no expresa por sí mismo una literatura en el colectivo hasta el advenimiento de la crítica. En este sentido, para que un estudio sobre esta pase por la vía del discernimiento debe cumplir en su proceso de construcción con algo más que ciertos patrones lingüísticos. El aspirante al estudio disciplinado de la


  9. Es el caso de la preceptiva renacentista que llegaron a formular doctos como Minturno: “Que el arte poética sólo es una en todo tiempo. Pues una es la verdad, y aquello que una vez es verdadero, tiene que serlo siempre y en cualquier edad; la diferencia de tiempos no lo cambia aunque tenga el poder de cambiar las costumbres y la vida, mutación ésta que no hace que lo verdadero no permanezca en su estado […]. Fuera de esto, el arte pone todo su cuidado en imitar a la Naturaleza, y tanto mejor realiza su obra cuando a ella se asemeja. Pero en cada género de cosas, la Naturaleza tiene una regla con la cual se rige en su funcionamiento y hacia la cual todo se dirige. Una es también la idea en la cual el arte se observa en su dominio. una razón a la cual atenerse tuvo siempre la arquitectura, aunque el edificio sea variado. Una razón igualmente acaba teniendo la pintura en la imitación, y la escultura, y cada disciplina imitativa. Y aunque una u otra presente alguna variedad, esto no adviene en su esencia, sino en su cualidad accidental” (Guerrero, 1998: 111).


literatura (sea licenciado en Letras o no) necesita desarrollar primero una serie de habilidades que, sin ellas, revelaría inconsistencias en su escrito. Estas son tres y actúan de manera mancomunada.

La primera de ellas es la capacidad de abstracción. Esta permite abandonar lo particular de las obras y generar respuestas conceptuales que expliquen la lectura. Es aquí cuando los conocimientos teóricos adquiridos se conjugan con las preguntas del crítico en busca de respuestas. Todos los procesos de categorización genérica, de establecimiento de constantes en las obras en todos sus órdenes requieren de esta operación, sin duda la principal y más amplia de todas. Un ejemplo práctico está en Gonzalo Picón Febres (1947: 234), quien llegó a afirmar que


Rufino Blanco-Fombona representa, en la historia de la poesía venezolana durante el siglo XIX, el comienzo de esa escuela, o sea el tránsito del neoclasicismo y del romanticismo parnasiano al decadentismo exageradamente artificioso, porque fue él, sin duda alguna, quien la acentuó con sus modalidades y rasgos más salientes.


Como se ve, la información no está explícita en los poemas del autor ni en sus declaraciones. Aquí se debió cotejar las señales de los movimientos estéticos existentes en su momento con los rasgos de sus poemas, lo que le permitió tomar postura y realizar una definición. Por lo general, cuando el crítico no la desarrolla en conjunto con las demás el texto apenas se convierte en una síntesis de la historia. Y el primer paso para ejercer la actividad está en abandonar la anécdota.

Lo mencionado se enlaza con la capacidad de realizar analogías. Esta implica introducir relaciones entre una información previa con otras de igual condición. Al colocarse en disposición con otros datos semejantes se da la posibilidad de jerarquizar o emparentar ciertos valores con los cuales enjuiciar a los textos. La comparación supone la presencia de otras obras con las cuales el libro estudiado mantiene una cercanía y gracias a las cuales, si bien la limita, también la contiene. Es lo que hace Arturo Uslar Pietri (1958: 311-312) cuando en su discurso de incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua titulado “Venezuela y su literatura” establece la existencia del “ciclo de Peonía”:


Peonía va a crear una especie de prototipo que van a seguir los novelistas venezolanos por cuarenta años. Ese prototipo, realizado con torpeza en Peonía, consiste en poner en conflicto personajes representativos y hasta simbólicos que, de una parte, encarnan las más retrógradas formas del pasado, y de la otra, el progreso, la ciencia y la justicia. Es decir, el conflicto básico entre civilización y barbarie, que se desarrolla generalmente en el medio campesino, en el que la barbarie y el atraso están personificados por el terrateniente ignorante o violento, y la civilización por un joven universitario lleno de ideas de reforma y de progreso. Hay una trama amorosa que surge en contradicción sentimental con la anti- posición de los caracteres, y en el desarrollo de la trama se intercalan las descripciones de paisaje, la utilización del lenguaje popular, y los usos, costumbres, creencias y fiestas de los habitantes del campo. Es fundamentalmente una novela regionalista y costumbrista, a la cual están incorporados elementos de reformismo social y político, y el simbolismo, claro o velado, de una especie de epopeya de las fuerzas de la civilización contra las de la barbarie. Este es el que podemos llamar Ciclo de Peonía, al que pertenecen, por lo más

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característico de su obra, Urbaneja Achelpohl, Picón Febres, Blanco-Fombona, Pocaterra, y que llega a su culminación y término, en 1929, con la aparición de Doña Bárbara, la gran novela de Rómulo Gallegos.


Desde una perspectiva diacrónica de la literatura nacional, el autor examina las posibles estructuras narrativas profundas que han permanecido en el tiempo y al encontrarlas incluso les da un grado de relevancia. Así, Peonía sin duda tiene el mérito de haber iniciado un prototipo de novela, pero Doña Bárbara tiene el honor de haber superado los defectos estéticos de la primera y haberla llevado a su estado último de perfección creativa (llegando incluso a concluirla como eje temático), con lo cual tiene mayor peso que los libros de aquellos que permanecen en el medio de la cronología. Una tentativa crítica que no tome en cuenta esta facultad corre el riesgo de estar a la deriva, de no saber qué decir de los libros (más allá, claro está, de su “opinión”) ni hallar su posible lugar dentro de la tradición literaria en la que está inmersa, sea genérica, nacional, continental o universal.

Pero la abstracción ni la “analogación” tienen validez sin la tercera capacidad, que es la de análisis. Médula de cualquier actividad científica, el proceso pasa por trabajar con detenimiento las secciones que conforman las obras literarias. Si las cosas se conocen por sus frutos, analizar será ese estudio de las posibles pruebas que confirmen nuestras sospechas sobre los textos. Es el único enlace visible con el juicio y sin este la crítica muere para


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dejarle la puerta abierta al imperio del gusto y sus caprichos más irracionales. Aunque no se debe ser ingenuo: el análisis puede servir a causas no siempre científicas sino más bien ideológicas del investigador, pero al menos su perspectiva mostrará los basamentos que estimulan de manera ordenada su recepción. No sería, en todo caso, el resultado de una corazonada intempestiva.

Es así como el padre Pedro Pablo Barnola (1945: 151), a pesar de estudiar los libros bajo un prisma moral y defender un paradigma conservador en la literatura, no deja de ser una de las figuras más descollantes de la crítica literaria venezolana de mediados del siglo XX. Un ejemplo de lo expuesto se percibe en su crítica a la novela Clamor campesino, de Julián Padrón en la revista Sic del año 1945:


Padrón se entregó simplemente a llenar páginas, en las que a falta de verdadero carácter y sabor de novela, ni siquiera le queda el recurso de cautivar por lo exquisito del estilo o lo escogido del lenguaje. Peor aún, – y en esto no hay sino manifiesto descuido, o abuso de confianza– esas páginas abundan en incorrecciones gramaticales imperdonables. Se repite a menudo el uso vicioso del gerundio; el que y algún otro pronombre están también varias veces o mal empleados o mal colocados; hay verbos usados con preposición equivocada. Finalmente, algunos párrafos carecen de todo sentido de construcción clara y precisa. Léase este ejemplo: “…Estos pájaros, que en otras noches oyó cantar entre el monte de la hacienda, sin hacer caso de ellos por el hábito de oírlos, adquirieron semejanza con su vida y con la voz de su conciencia, que entre la oscuridad de la noche, en la soledad y el silencio de la montaña y ante el temor de que


los campesinos vinieran detrás de sus huellas persiguiéndolo, se convertían en acusadoras voces humanas”! (página 267) [sic]. Jerigonza de esta naturaleza no es escribir castellano, y menos en una novela pensada y corregida.


Si bien su evaluación puede parecernos errada, cuando no injusta, hallamos detrás de esa afirmación una lectura atenta y cuidadosa de los elementos compositivos de la narración a los cuales les realiza una exégesis lógica, interesada en conocer con minucia la calidad de una obra literaria más allá del bienestar que genere en el público.

De poco valen disposiciones como el compromiso con la literatura, la capacidad voraz de lecturas, el conocimiento histórico de los hechos culturales o el muy concurrido estudio de la carrera de Letras sin el sistemático entrenamiento de todo lo anterior. Criticar en el arte será siempre un principio activo, dinámico y guía para construir un sentido de esos materiales simbólicos con proyección estética creados por el hombre en la historia. Si algo de eso logra concretarse a través de reseñas periodísticas y artículos universitarios, en entrevistas en blogs y páginas web se habrá hecho un aporte nada desdeñable a la sociedad.


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Nº74 Enero-Junio 2017


Esta revista fue editada en formato digital y publicada en junio de 2017, por el Fondo Editorial Serbiluz, Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela


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