Revista de Literatura Hispanoamericana

No. 73, Julio-Diciembre, 2016: 47- 59


La crónica literaria: una posibilidad para revisitar a Francisco Pimentel y a Miguel Otero Silva

Jenny Muchacho Sánchez

Instituto de Investigaciones Literarias “Gonzalo Picón Febres” Universidad de Los Andes, Venezuela Email: jennymuchacho@gmail.com

Resumen

Con el fin de recordar el papel que tuvo (y sigue teniendo) la producción de crónicas literarias en la configuración social, política y humorística de Venezuela, durante el siglo XX, abordaremos una parte de la producción cronística de dos escritores venezolanos: Francisco Pimentel (Job Pim) y Miguel Otero Silva (M.O.S). Especialmente, nos interesa sus apreciaciones sobre uno de los fenómenos que revistió una especial significación en la vida de los venezolanos durante la primera mitad del siglo XX, se trata del teléfono.

Palabras clave: crónica literaria; Francisco Pimentel; Miguel Otero Silva; teléfono.



Recibido: 22-11-2016 Aceptado: 12-12-2016

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The literary chronicle: a chance to visit Francisco

Pimentel and Miguel Otero Silva


Abstract

In order to remember the role that had (and still have) the production of literary chronicles in the social configuration, political and humorous of Venezuela, during the twentieth century, we will attend to a part of the production of chronicles of two Venezuelan writers: Francisco Pimentel (Job Pim) and Miguel Otero Silva (M.O.S). Especially we are interested in their views on one of the phenomena that took a special significance in the life of the Venezuelan people during the first half of the twentieth century, this is the phone.

Key words: Chronic literary; Francisco Pimentel; Miguel Otero Silva; telephone.


Con el estigma a cuestas: la crónica literaria un género (im) popular

Cuando se habla de literatura, tradicionalmente, se hace alusión a la creación de expresiones literarias como poemas, novelas, cuentos y ensayos. En dicha referencia “canónica”, poquísimas veces aparece la crónica literaria como “producto” derivado del arte literario. De manera que, nos proponemos con el presente trabajo revisar algunos postulados teóricos sobre la crónica literaria con el fin de mostrar que, dada su naturaleza mixta (que combina periodismo con literatura), sus conquistas y gradual aceptación en el terreno literario, ha sido objeto de reflexión para teóricos y estudiosos de la literatura.

La idea de estigma en este escrito responde a los planteamientos de E. Goffman, específicamente cuando se

refiere a ciertos “rasgos susceptibles de ser transmitidos por herencia” (Goffman, 1963: 14). Si bien, la noción de estigma suele ser aplicada a sujetos, pensamos que el destino que ha heredado la crónica en los estudios literarios obedece, en parte, a algunos señalamientos provenientes de voces “autorizadas” en el ámbito que nos ocupa. Así, Rodríguez Carucci, en aras de reflexionar sobre la literariedad de las crónicas de Indias, acude a dos autores cuyos juicios contribuyeron a la subestimación de las crónicas literarias:


Anderson Imbert, por ejemplo, se inclina a considerarlascrónicas“sinarquitectura, fluidas, sueltas, complejas, libres, desproporcionadas, donde las anécdotas realistas andan por un lado y los símbolos cristianos por otro (…) no tienen esas crónicas la composición, la unidad, la congruencia, el orgullo artístico e intelectual de las creaciones del Renacimiento”. Mientras que Jacques Joset afirma que “tales informes, cartas y comentarios, no constituyen una


verdadera 'literatura' aunque se perciba en algunos conquistadores un eco humanista (Rodríguez Carucci, 1985: 39).


Ese “orgullo artístico e intelectual de las creaciones del Renacimiento” del que, según Imbert, carecen las crónicas de Indias nos muestra, por un lado, la mirada elitista del autor, y por otro nos invita a reflexionar sobre el Renacimiento como época clave y punto de referencia en el nacimiento de las artes populares opuestas a las llamadas bellas artes. Esta distinción entre cultura erudita (propia del Renacimiento) y cultura de masas es pertinente en nuestro trabajo, especialmente, cuando atendemos al componente periodístico inherente a la crónica literaria. Por otra parte, la afirmación de Joset es enfática al aseverar que las crónicas “no constituyen una verdadera literatura”. Las percepciones de ambos autores nos permiten considerar la posibilidad de atribuir la idea de estigma como rasgo intrínseco a la crónica literaria, o por lo menos en su nacimiento, con las crónicas de Indias.

Si pensamos en el destino (bastante alentador) que tuvieron otras creaciones literarias publicadas inicialmente en periódicos y revistas, como los poemas y las novelas por entrega, tan caras a los ciudadanos del siglo XIX en Hispanoamérica, notaremos que la subestimación de la crónica literaria no está determinada por el soporte en que se publicaba, sino por la lectura (un tanto injusta) que de ella hacían los críticos. Se trata, en definitiva, de un apego al canon y de una lectura parcial

sobre las implicaciones y especificidades de la literatura y del arte en general. Al respecto S. Rotker subraya:


El estudio de las crónicas periodísticas sugiere así una revisión de las divisiones establecidas entre arte y no arte, literatura y para-literatura o literatura popular, cultura y cultura de masas. Las crónicas propondrían también una historia literaria no concentrada en el arte como un artefacto de las élites, no aislada- como ha sucedido tan a menudo- del resto de los fenómenos sociales (Rotker, 1992: 21).


Tal como leemos en líneas precedentes, pareciera que los asuntos de para-literatura y cultura de masas, han dejado fuertes huellas en la valoración de la crónica literaria. La misma autora expresa que “sobre las crónicas es necesario decir que son […] como género y como práctica, el punto de encuentro entre el discurso literario y el periodístico” (Rotker, 1992: 10). Sospechamos que es el componente periodístico lo que ha incidido en la apreciación ya referida y, como sabemos, el periodismo es una profesión u oficio vinculado a la cultura de masas. Circunscribiéndonos a un campo más específico, en lo que sigue, nos aproximaremos a una arista de la obra cronística de dos literatos venezolanos, a saber, Francisco Pimentel y Miguel Otero Silva. La elección de los mismos se halla justificada, en parte, por la declaración de Cuesta quien opina que:


Es notable que la actividad periodística y cronística de numerosos escritores nacionales y extranjeros de reconocida trayectoria en el cuento, la novela y el ensayo, por ejemplo, se desconozca en las aulas venezolanas. Sin embargo, con aceptación o no de sus méritos

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literarios, en la escena latinoamericana, la crónica ha constituido un fenómeno cultural de vastas proporciones, digno de ser tomado en cuenta en la investigación y en la docencia (Cuesta, 2012: 49).


La aserción de Cuesta nos parece que se ajusta a lo que ocurre con Miguel Otero Silva, por ejemplo, quien es conocido como novelista y periodista, pero no como cronista (incluso en el país). Como veremos, la crónica literaria, en los escritores seleccionados se establece como un documento cultural, ineludible para lograr una mejor comprensión de Venezuela.


Francisco Pimentel y Miguel Otero Silva: cronistas y poetas del humor

Pese a que los cronistas elegidos no son tan coetáneos, entre ellos, nos parece que sí dialogan en torno a múltiples temas. Tanto Francisco Pimentel como Miguel Otero Silva, fueron testigos y víctimas de la dictadura de Gómez. El primero estuvo confinado en “La Rotunda” en tres ocasiones (nueve años en total), el segundo se mantuvo exiliado, dado su explícito desacuerdo con el régimen del Benemérito. Uno de los tópicos que caracteriza la producción cronística, y también poética, de ambos es la presencia del humor. Adriano González León, en su prólogo a Un morrocoy en el infierno ha declarado que “el humorismo constituye el medio de lucha más tenaz que se haya inventado contra lo convencional” (González León, 1982: 7). En un extenso período presidencial como el de Gómez (1908-1935), marcado por enfermedades,


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analfabetismo, sumisión al régimen y un general atraso social, es de suponer que el humor en sus variantes (ironía, parodia) haya servido de arma, tanto para criticar la persecución y el miedo que imperaban en la época, como para “aliviar” (mediante la risa) las penurias de los venezolanos durante la dictadura gomecista; de allí, que el autor de País Portátil, crea que “(…) el humorismo abre las puertas para una delectación que anhela mejorar nuestra condición terrena” (González León, 1982: 7).

Francisco Pimentel (1889- 1942), cuyo seudónimo fue “Job Pim”, ha sido catalogadoporlacríticacomoungran poeta lírico, es también conocido como uno de los humoristas más importantes del país: “Francisco Pimentel, Job Pim, padre de nuestro humorismo literario, como se le ha calificado, emprendió su actividad escritural en El Cojo Ilustrado, colaborando para casi todos los periódicos de la época” (Delgado Senior, 2006: 672). Además de fundar en 1918, su revista Pitorreos, que luego transformó en diario, hasta convertirse en una de sus obras con la adición del subtítulo “crónicas rimadas y hebdomadarias”, participó en periódicos como: El Universal, La Esfera y El Imparcial. Fue poeta, cronista y también fabulista. Al igual que sus fábulas (“La avispa y la abeja”, “El violín y el contrabajo” y “La zorra y el loro”, algunas de ellas) sus crónicas fueron escritas en verso, particularidad que lo distingue de otros humoristas. Sus crónicas literarias, fueron bautizadas por el autor como “Crónicas jobiales” en ellas levanta una especie de cartografía de la


ciudad de Caracas (como también hiciera Aquiles Nazoa), a partir de objetos o aparatos que van poblando la ciudad capital: el tranvía, el reloj de la catedral, el filtro de agua y el teléfono, etc. Así, en sus Crónicas Jobiales, Job Pim:


Nos habla de los ya entonces viejos y lentos tranvías, de las raudas y atropeyantes camionetas […], de los autobuses con radio y de las grandes bocinas que a manera de altavoces usaron en otro tiempo los vendedores ambulantes para pregonar su mercancía, con las musiquillas de moda como el cansante capullito de alelí [sic] y de las escenas de ciertos días típicos como carnavales, difuntos, año nuevo, etc. (Barnola, s/f: 10).


Dentro de su obra cronística destacan: “Caraotas con tropezones”, “Tranvía de Catia”, “Nocturno de fin de año”, “Sobre el teatro nacional” y “Señorita telefonista”, esta última (más adelante) será objeto de contraste con la crónica “¿Es necesaria esta llamada?” de Miguel Otero Silva. Con el fin de acercar al lector a los escritos (o crónicas) de Job Pim, citaremos algunos pasajes de las crónicas mencionadas. En “Tranvía de Catia” leemos: “Desde hace varios días / tenemos otra línea de tranvías / de suma utilidad/ pues a Catia va a unir con la ciudad”.

En esta primera parte (o estrofa), Job Pim (1959: 334), notifica la creación de una nueva línea del tranvía que unirá a Caracas con Catia. Más adelante continúa:


Pero sucede ahora

algo que a los catianos encocora, y es que toda la gente caraqueña al presente se empeña

en estrenar la línea recién hecha, y el carro lleva tantos peregrinos que los pobre vecinos

no han podido montarse hasta la fecha, y como si no hubieran puesto el carro tienen que usar las de batir el barro.


La crítica de Francisco Pimentel con este fragmento está dirigida al uso del tranvía por personas no residentes de Catia. Esto a su vez delata, por una parte, la curiosidad del sujeto caraqueño por trasladarse hasta Catia en tren y, por otra, la falta de conciencia y tino, dado que, principalmente, serían los vecinos de Catia los que deberían usar el tranvía para su traslado, de allí que tengan que usar los pies (de batir el barro) para dirigirse a la ciudad. Subyace también una lección, en la que priva el respeto por los demás. En la crónica “Nocturno de fin de año”, Job Pim nos muestra el carácter alegre y despreocupado, en ocasiones, del venezolano durante las fiestas navideñas:


Esta noche,

esta noche toda llena de “palitos”, de bocinas y

[de música jazzbándicas; esta noche de Año Viejo que por fin nos

[abandona

con bronquitis y sin plata: a pesar de los avisos

que nos dan los entendidos en finanzas, como siempre en nochebuena de Año Nuevo gozará todo Caracas.

(Pimentel, Ibíd.: 365)


En este fragmento constatamos cómo el ambiente de fiesta en Venezuela se sobrepone a la falta de dinero, especialmente en tiempos de fin de año. Asimismo, el autor nos informa que esa noche suele ser fría (esta

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noche de Año Viejo que por fin nos abandona/ con bronquitis y sin plata). Y finaliza, diciendo:


Todo hará que el caraqueño se entusiasme y se

[embarulle,

que se olvide del mañana,

que “eche fiados” dondequiera,

de licores, de vehículos, de hallacas, […] Y amanezca

con el hígado en la boca, sin el “diario” de la casa, y con un “violín” de pueblo,

y un “ratón” de ocho cilindros que le brinca en

[las entrañas…

(Pimentel, Ídem)


Apreciamos en esta última parte, el endeudamiento como consecuencia de los días de fiesta y la conocida costumbre de pedir fiado, ante la ausencia de dinero. Además, reconocemos términos que han sufrido un desplazamiento semántico para ser usados en otros contextos, mediante la comparación. Por ejemplo tener “ratón” o estar “con el hígado en la boca”, que refiere la incomodidad del estado de salud que aparece al siguiente día de embriaguez. En la crónica “Sobre el teatro nacional” advertimos una llamada de atención al público caraqueño con una gracia insuperable:


Como el conflicto actual ha acaparado la pública atención,

muy poco en estos días se ha tratado de los asuntos de la población.

Hay uno sin embargo,

que por su trascendencia capital, amerita un capítulo y muy largo

del cual ahora quiero hacerme cargo: el teatro nacional.

La obra criolla teatral estaba muerta

desde el tiempo en que enormes zaperocos armaron el Gallero como pocos,


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El Santo de Mamerta

y algunas más con que nos divertía Ramírez, cuando el pobre aún vivía.

Y hoy cuando varios lustros han pasado y el teatro nacional vuelve a nacer, resulta, al menos en mi parecer,

que en estos lustros nada se ha ilustrado y hoy tiene menos lustre aún que ayer. Es muy cierto que, en muchas ocasiones, los chistes de antes eran vulgarones,

de factura ordinaria;

pero los chistes de hoy apesadumbran:

son más vulgares que los que acostumbran los búlgaros del vulgo de Bulgaria.

Epigramas he oído

que ruborizarían a un cosaco.

(Conste que si al cosaco en danza saco, es que tengo entendido

que el cosaco es el hombre más curtido).

¿Y quién tiene la culpa? ¿Los autores?

No, queridos lectores.

Si el público no fuera tan estulto y a lo vulgar no le rindiera culto, los autores cuidaran de seguro,

de que fuera su estilo algo más puro. Hay que ver lo que goza nuestra gente con un chiste indecente,

y en cambio le parece una pamplina la ironía más fina.

Y como los autores saben esto,

no elaboran siquiera un chiste honesto:

¿qué el sentimiento artístico se estraga?

¿Y qué importa si el público es quién paga?

Probado está que cuando el arte chilla es cuando hay más dinero en la taquilla.

En fin, si nuestro teatro nacional

no se puede escribir de otra manera, mucho mejor es que otra vez se muera de anemia u otro mal;

pues si seguimos por el mismo atajo los cómicos saldrán hasta en camisa y habrá obra tan lisa,

en que salga un actor, nos suelte un ajo

y el público se muera de la risa

y el teatro, de placer, se venga abajo. (Pimentel, op. cit.: 419)


Se trata de una acusación al público que asiste a las obras de teatro, las cuales, según Job Pim, han venido en detrimento, no por los dramaturgos sino por la conformidad y la carencia de “buen” gusto de los espectadores, quienes prefieren chistes vulgares: “Hay que ver lo que goza nuestra gente/ con un chiste indecente / y en cambio le parece una pamplina/ la ironía más fina” (Ídem). Finalmente en “Poesía de las cosas olvidadas” apreciamos el desplazamiento del tinajero por el filtro:


Hoy, como estoy enfermo con una fiebre colibacilar,

mi espíritu jovial está algo yermo, por lo que me provoca lloriquear, y esta crónica quiero

dedicarla a un romántico utensilio que condenó al exilio

la higiene modernista: el tinajero. (Pimentel, Ob. Cit.: 69)


Luego de conocer la sustitución que sufrió el tinajero (recipiente que almacenaba el agua), atendiendo a la higiene, Job Pim prosigue su crónica:


Ahora el tinajero no se estila;

de mejor modo el agua se destila en un filtro científico

que es antidisentérico, antitífico, y también antiestético, antipático,

y de un funcionamiento problemático, pues, o no cierra bien y el suelo empapa; o se obstruye y ni Cristo lo destapa.

Hoy la gente prefiere

el filtro sin belleza ni poesía, y no obstante se muere, como antes se moría, también de tifus y disentería.


Será una tontería, pero quiero,

hoy que un bacilo en cama me retiene,

dedicarle un recuerdo al tinajero, condenado al exilio por la higiene. (Pimentel, Ob. Cit.: 70)


Aunado al tono poético y melancólico (porque ya no se estila el tinajero) de esta composición, podemos notar que la presencia del filtro en lugar del tinajero, es un indicio de que Caracas está entrando en la era de modernización. Como hemos evaluado en los fragmentos de las crónicas presentadas, Job Pim retrató una ciudad que paulatinamente iba sufriendo transformaciones con la incorporación de artefactos e invenciones que brindaban cierta comodidad a los ciudadanos y, que con el tiempo devino en la gran urbe que es hoy día. El humor, la intención pedagógica y la escritura en verso, son quizá los rasgos más evidentes en la producción cronística de Francisco Pimentel. O, como dijera Jesús Semprún, a propósito de Job Pim “[…] os llama a su lado y os invita a pasear por Caracas. Os va mostrando cuanto encuentra al paso, con ademanes frívolos, amables, corteses, con frases empedradas de chistes cuyo condimento acaba por desterrar de vuestros ánimos el azoramiento” (Pimentel, 1959: 21).

Ya sabe el lector que el otro cronista elegido para este estudio fue Miguel Otero Silva (1908-1985), cuyos seudónimos fueron “Miotsi” y M.O.S. Autor de siete novelas (Fiebre, Casas Muertas, Oficina Nº 1, La muerte de Honorio, Cuando quiero llorar no lloro, Lope de Aguirre. Príncipe de la Libertad y La piedra que era Cristo), dramaturgo, periodista excepcional, humorista

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y cronista, son las múltiples facetas de la vida intelectual de este escritor venezolano. En una entrevista (citada en Sanoja Hernández) que Efraín Subero le hiciera a Miguel Otero Silva sobre la relación entre periodismo, literatura y humorismo, él respondió:


Periodismo, humorismo y obra literaria son, en mi caso, tres ingredientes circunstanciales que se han influido mutuamente. Digo consubstanciales porque todas mis otras actividades, incluso las políticas, han sido complementos acarreados por el proceso ambiental venezolano. Si es cierto que los hombres nacen para un destino preconcebido, el mío no fue otro sino el de periodista, humorista y escritor, las tres cosas a un tiempo […] Como durante mi labor periodística de tantos años, mis crónicas fueron muchas veces escritos de poeta, y mis editoriales o manchetas productos del humorismo (Otero Silva, 1978: 211).


De manera que el tinte humorístico tiñe la obra literaria y periodística de M.O.S., quien es distinguido “[…] como uno de los sólidos pilares de la gracia literaria venezolana. Sus poemas festivos, sus crónicas y su teatro lúdico dan muestra de ello” (Delgado Senior, 2006: 674). En Venezuela, el nombre de Miguel Otero Silva suele asociarse al escritor de novelas y periodista, no obstante, su producción cronística constituye un componente importante en la carrera literaria y política de este autor. De hecho, Mondolfi, un estudioso de la obra de nuestro autor, ofrece un catálogo comentado (como él lo denomina) en torno a las anotaciones de M.O.S. sobre sus viajes por otras latitudes. Dicho catálogo, conformado por crónicas


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y conferencias, es asumido como el producto de “aquellas peripecias en las que nuestro protagonista venció distintas geografías y dejó, a través de sus viajes, estampas […] en las que adivina en cada recodo por donde deja pasear su mirada de viajero”. Los títulos que componen el catálogo son: “Homenaje a Cataluña (1930)”, “La furia de México (1937)”, “La Francia liberada (1945)”, “Colombia, maravillosa y trágica (1948)”, “Buenos Aires sin Perón (1958)”, “De paseo por la Plaza Roja (1965)” y “Las piedras de Florencia (1966)”. Estos escritos, levantados a partir de la observación y de su visita a distintos países, han conducido al investigador a considerar a Miguel Otero Silva como “un singular exponente de la crónica internacional” (Mondolfi, 2009: 52).

En su labor periodística, es menester referir la edición de El Nacional del 29 de septiembre de 1976, con motivo de celebrar 50 años en el ejercicio periodístico. En este número no sólo se mostraron las entrevistas hechas por él a personajes y artistas como: Amador Bendayán, Rafael Cadenas, Alejandro Otero,Antonio Esteves (músico), sino que también escribió sobre el robo registrado en el Supermercado CADA y reseñó la pelea de boxeo Alí – Norton, además de anunciar la publicación de las obras completas de Alberto Arvelo Larriva. Finalmente, en esa misma edición, escribió tres Sonetos profesionales agrupados en Sonetos Elementales.


Aunque sus crónicas sobre motivos “internacionales” resultan atractivas, en este estudio, nuestro interés se acerca más a sus “otras” crónicas divulgadas, de manera esparcida, en El Morrocoy Azul y en El Nacional, y que fueron agrupadas por M.O.S. en “Crónicas Morrocoyunas” publicadas en 1981 en el libro Un Morrocoy en el infierno. Humor, humor, humor. Por razones de espacio, hemos optado en este apartado por fragmentos de las crónicas “Venezuela aprende a suicidarse” (1941) y “Las amas de casa se entrevistan con el Presidente” (1944). En la primera, M.O.S. parte de un suceso poco común hasta ese momento en el país: el suicidio, “En Venezuela, por el contrario, el suicidio era un procedimiento letal prácticamente desconocido” más adelante agrega:


En las últimas semanas, ¡doloroso es reconocerlo! […] según las noticias de los diarios, 22 suicidios se registraron en esta capital durante el mes pasado. Los venezolanos aprenden a suicidarse a la manera colombiana con una facilidad que ojalá tuviéramos para aprender a remendar zapatos a la manera italiana, por ejemplo. [Y finaliza] “Si quieres olvidar a esa mujer, no te mates, ¡cásate con ella!”; “Si has adquirido sífilis, no te mates,

¡con la penicilina no hay quien pueda!”; “Si estás cansado de la vida terrenal, no te mates,

¡no olvides que en la otra te espera el general Gómez!” Esta última advertencia, sobre todo, hará que los venezolanos reflexionen un poco más antes de meterse un balazo. (Otero Silva, 1941: 112).


Esta crónica cuyo humor reside sobretodo en la parte final, demuestra la preocupación del cronista por la frecuencia con que se están registrando

los suicidios en el país, al tiempo que emite soluciones ante la presencia de ciertas dificultades. Leemos, pues, una invitación a aferrarse a la vida y superar los obstáculos independientemente de su naturaleza, descartando el suicidio. En “Las amas de casa se entrevistan con el Presidente”, revisamos:



En esta crónica se muestra el carácter un tanto “despistado” y los gustos cinematográficos del Presidente Medina Angarita, así como los conflictos económicos del país para la época, ante los cuales las mismas amas de casa (quienes sufren más de cerca dichos inconvenientes) sugieren algunasposibles soluciones. Hemos observado hasta aquí, cómo mediante la frescura y el humor ambos cronistas nos han retratado una sociedad que celebra festividades, que se

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anima y se queja con la modernización, que intenta dar respuesta a dificultades económicas, que demuestra su gusto por el teatro (aunque no esté “educada” en la recepción del arte) y en fin, una fotografía que se construye a partir de la mirada de los cronistas. En el caso de Job Pim, advertimos que sus “retratos” parten de objetos y artefactos (filtro, tranvía, reloj) que van apareciendo en la vida caraqueña, M.O.S., en cambio, erige sus crónicas a partir de fenómenos sociales que afectan la vida del venezolano.


El teléfono, amigo de (des)encuentros

Procuraremos en este apartado contrastar las visiones de Job Pim y de

      1. en torno al teléfono y sus usuarios. La crónica “Señorita telefonista” de Francisco Pimentel, nos da cuenta de uno de los empleos comunes de las mujeres de principios del siglo XX. Miguel Otero Silva en su crónica “Es necesaria esta llamada” nos advierte sobre el uso inadecuado o equívoco del teléfono. Veamos algunos pasajes de las dos.


        Señorita telefonista jamás conocida de vista que fuiste acaso

        la primera mujer oficinista, la primera que en Caracas atrevióse a dar el paso inicial que os ha hecho tanto bien... y tanto mal.

        Pobre esclava

        cuya labor anónima ni se ve ni se alaba; desdeñada muchacha que tienes el valor

        de escuchar sin envidia tantos dúos de amor Y sin embargo,

        y a despecho de tanto perillán

        hasta hoy te has sostenido en ese cargo


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        por ganar un pan que, aunque amargo, al cabo es pan.


        Mas si el público es contigo tan inmisericorde y antipático, aún es peor otro enemigo:

        el teléfono automático, pues si éste no te recrimina

        en cambio tus servicios elimina. (Pimentel, 1959: 48).


        En la crónica de Miguel Otero Silva hallamos:

        La Compañía de Teléfonos de Caracas ha enviado a sus suscritores [sic] una circular apremiante encabezada por un título conminatorio: “¿Es necesaria esta llamada?”. Parece que las máquinas están gravemente enfermas de surmenage y que el cúmulo creciente de comunicaciones superfluas amenaza con silenciar para siempre al amigo del rostro rectangular y la boca de marciano. El efecto ha sido fulminante; los suscritores han temblado de pavor. Una vez más ha venido a demostrarse cuánta razón tenía el general López Contreras cuando dijo por radio aquella frase suya tan original: «Nadie se acuerda de Santa Bárbara sino cuando truena». ¿Qué va a ser de Caracas sin teléfonos?, ¿En qué ocuparán sus innumerables horas muertas las niñas de la alta sociedad y los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores? […]

        Sin embargo, el teléfono con señoritas tenía una sola ventaja: eran menos frecuentes que ahora los insultos anónimos por el aparato. […] Finalmente apareció el discado automático y se acabó la tranquilidad en este país […] por último la Compañía de Teléfonos pretende que, antes de usar el aparato, uno se haga un examen de conciencia: “¿Es necesaria esta llamada?” Cómo se ve que la Compañía no conoce a sus suscritores. E ignora que, aparte de los anonimistas ya mencionados, el 99 por ciento de las conversaciones que en Caracas se establecen, puede clasificarse dentro de las siguientes categorías:

        • La amiga que llama a la amiga para contarle la película de anoche.

        • La señora que no tiene nada qué hacer y llama


        a la otra señora que tampoco tiene nada qué hacer para hablar horrores de otra señora que no hace nada.

        • El novio que llama desde la oficina a la novia para decirle “mi puchunga” y que ella le responda “mi tuyuyo” […].

        • Las solteronas feas pero con voz de contralto que llaman a las redacciones de los periódicos y le dicen suspirando a la primera voz masculina que les salga: “mi vida es una inmensa soledad”. Todas son llamadas necesarias, estrictamente necesarias para preservar el orden social, garantizar la paz pública, proteger al país de las prédicas disociadoras. “El teléfono es el opio del pueblo”, decía Lenin. (Otero Silva, 1942: 139).


En las dos crónicas encontramos a las señoritas telefonistas. En la de Job Pim somos testigos de cierta compasión por ese oficio llevado a cabo por mujeres jóvenes, y que, según el autor resultaba un tanto aciago (pobre esclava /cuya labor anónima ni se ve ni se alaba) y fatídico, entre otras razones, por el irrespeto de algunos usuarios (mas si el público es contigo /tan inmisericorde y antipático). En cambio, en la crónica de M.O.S., la misma señorita telefonista es percibida como una empleada, cuyo humor varía y cuya eficiencia dependerá de lo que esté haciendo en ese momento, por ejemplo: “En la central se encendía una lucecita roja, la señorita de turno terminaba el capítulo de la novela de Carlota Bramé que estaba leyendo se chupaba un caramelo acidulado para endulzar las amarguras de aquel libro y luego preguntaba con su tonito displicente: — ¿Qué número? —28- 59”. (Otero Silva, 1942: 141). Pese al poco agrado que parece sentir el cronista con el desempeño de las operadoras de

“tonito displicente” advierte un punto positivo y es que cuando ellas laboraban había menos posibilidades de llamadas desconocidas y agravios telefónicos: “Sin embargo, el teléfono con señoritas tenía una sola ventaja: eran menos frecuentes que ahora los insultos anónimos por el aparato”. (Otero Silva, 1942: 140).

Otro elemento que nos parece relevante, en las crónicas objeto de análisis, es la aparición del teléfono “automático” y que pareciera constituir el motivo de escritura en la crónica de Job Pim. Enelprimercaso, eldesempleodelas señoritas telefonistas es inminente (mas si el público es contigo/ tan inmisericorde y antipático, / aún es peor otro enemigo: el teléfono automático, / pues si éste no te recrimina/ en cambio tus servicios elimina). En la crónica de M.O.S. este asunto es abordado en “Finalmente apareció el discado automático y se acabó la tranquilidad en este país […]”. (Otero Silva, 1942: 142). En esta premisa percibimos la irresponsabilidad (según el cronista) en cuanto al uso del teléfono en la sociedad caraqueña a mediados del siglo XX. De igual manera, el ocio (propio de algunas damas de clase media alta y de los políticos con altos cargos) se tornaba como la excusa idónea para el uso innecesario del teléfono: “La señora que no tiene nada qué hacer y llama a la otra señora que tampoco tiene nada qué hacer para hablar horrores de otra señora que no hace nada”. (Otero Silva, 1942: 141). Podemos decir que la crónica de Francisco Pimentel fungió como una especie de predicción, dado que, el oficio de “señoritas telefonistas” desapareció

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de los empleos o labores del país; mientras que la de Miguel Otero Silva es un llamado de atención a la población venezolana para que no invierta el tiempo utilizando el teléfono con el fin perturbar la paz de los ciudadanos. Por ello, cierra su crónica citando a Lenin, quien pensó que: “El teléfono es el opio del pueblo”.


A manera de cierre

Como hemos visto la crónica literaria se erige como un documento que puede ser de gran utilidad a diferentes campos del saber: historia, arquitectura,


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gastronomía, sociología, folclore, ingeniería, entre otros. Además, puede constituir una herramienta pedagógica muy atractiva para aproximarse a determinados fenómenos sociales y/o históricos, como apunta Cuesta (2012). Algunos de los rasgos que harían esto posible serían la brevedad, el humor, el lenguaje y la referencialidad espacio- temporal. Por último, resulta preciso destacar el complejo ejercicio intelectual del cronista quien, al igual que el reseñador, se disciplina en el arte de conjugar sucesos reales con elementos verosímiles que cautiven al lector.

Referencias bibliográficas

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Nº73 Julio-Diciembre 2016


Esta revista fue editada en formato digital y publicada en diciembre de 2016, por el Fondo Editorial Serbiluz, Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela


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