Revista de Ciencias Sociales (RCS)

Vol. XXX, No. 2, Abril - Junio 2024. pp. 262-273

FCES - LUZ ● ISSN: 1315-9518 ● ISSN-E: 2477-9431

Como citar: Cuevas, P., y Reyes, D. C. (2024). Buen vivir en clave de lo urbano: Lazos entre el territorio y las pedagogías emancipadoras. Revista De Ciencias Sociales, XXX(2), 262-273..

 

Buen vivir en clave de lo urbano: Lazos entre el territorio y las pedagogías emancipadoras

 

Cuevas Marín, Pilar*

Reyes López, Diana Carolina**

 

Resumen

 

La pregunta que guía la presente investigación es si los principios de la filosofía del buen vivir ayudan a pensar las ciudades latinoamericanas como escenarios de disputa por los sentidos en torno a cómo habitarlas y cuál es el rol que juegan las pedagogías emancipadoras en este proceso. De ahí que el propósito del artículo es comprender la noción de buen vivir urbano a partir de resignificar las categorías de territorio, territorialidad y sentido de lugar, recurriendo para ello a las ontologías políticas relacionales y las contribuciones de las pedagogías emancipadoras en América Latina. En términos metodológicos se acude al análisis interdiscursivo en el entendido de las diversas voces que entran en diálogo y las propias prácticas investigativas, para así aportar a una interpretación basada en un tipo de conocimiento que se reconozca como situado. Entre los resultados se aborda el buen vivir como filosofía del sur, tomando como referente las contribuciones del pensamiento ancestral de Abya Yala, así como diversas expresiones que surgen de procesos organizativos y de los movimientos sociales. En conclusión, el buen vivir en clave de lo urbano, allana el camino que reposiciona la comprensión del territorio en la praxis de las acciones comunitarias.

 

Palabras clave: Buen vivir urbano; territorio; territorialidad; pedagogías emancipadoras; acciones comunitarias.

 

 

Good living in the key of the urban: Links between the territory and emancipatory pedagogies

 

Abstract

 

The question that guides this research is whether the principles of the philosophy of good living help to think of Latin American cities as scenarios of dispute over the senses about how to inhabit them and what role emancipatory pedagogies play in this process. Hence, the purpose of the article is to understand the notion of good urban living by redefining the categories of territory, territoriality and sense of place, resorting to relational political ontologies and the contributions of emancipatory pedagogies in Latin America. In methodological terms, interdiscursive analysis is used in the understanding of the diverse voices that enter into dialogue and the research practices themselves, in order to contribute to an interpretation based on a type of knowledge that is recognized as situated. Among the results, good living is addressed as a philosophy of the south, taking as a reference the contributions of the ancestral thought of Abya Yala, as well as various expressions that arise from organizational processes and social movements. In conclusion, good living in the key of the urban, paves the way that repositions the understanding of the territory in the praxis of community actions.

 

Keyword: Good urban living; territory; territoriality; emancipatory pedagogies; community actions.

 

 

Introducción

Varias afirmaciones en el campo del urbanismo contemporáneo, sobre todo en América Latina, han establecido la inviabilidad de la vida en la ciudad. Embebidas por las dinámicas del modelo de ciudad moderna y capitalista, la urbe concentra las condiciones de producción y acumulación que han llevado a formas de vida abigarradas, desterritorializadas y sin tiempo para lo “verdaderamente importante”. Ello por cuanto el neodesarrollismo en su lógica de mercado ha traído consigo lo que se denomina como extractivismo urbano y gentrificación, lo cual se ha visto reflejado en el desplazamiento de los viejos sectores populares urbanos para dar lugar a nuevos proyectos de urbanización basados en la acumulación e insaciable búsqueda de incrementar la renta de las propiedades urbanas.

Como parte de este proceso, se intensifica un modelo de consumo que afecta las distintas esferas que dan sentido a la vida, y allí se tiene los hábitos alimenticios, la forma de vestir, la nueva industria cultural y del entretenimiento. Es un momento donde las plataformas de ventas en línea, centros comerciales y supermercados, vienen generando prácticas de acumulación basadas en un deseo de felicidad y bienestar por medio de la acumulación de bienes materiales. Esto ayuda a entender por qué se observa el deseo de personas y colectivos, en especial sectores medios, por “salir” de las ciudades, en tanto una alternativa a la forma de vida dominante que dignifique la condición humana, sobre la base de una reconexión con la naturaleza y los saberes ancestrales.

En este contexto, el artículo analiza la forma en que las ciudades en América Latina, lejos de ser el espacio donde se impone la lógica del mercado en su proceso de ocupación, son también escenarios de disputa por los sentidos en torno a cómo habitarlas. Sobre el cemento se gesta el territorio y las reivindicaciones que plantean formas de vida distintas, las cuales se han manifestado desde las luchas viviendistas de mediados del siglo pasado hasta las expresiones de procesos organizativos de diverso tipo.

Por ello, las ciudades pueden también ser leídas en clave del buen vivir y de los principios que han llevado a constituirla como una filosofía del Sur, teniendo en cuenta los aportes teóricos de las pedagogías emancipadoras de las que son parte la educación popular, la investigación acción participativa y la reconstrucción de las memorias colectivas.

De ahí que el propósito sea el de comprender la noción de buen vivir urbano, a partir de resignificar las categorías de territorio, territorialidad y sentido de lugar, recurriendo en especial a las ontologías políticas relacionales (Idrobo-Velasco y Orrego-Echeverría, 2021), y las contribuciones generadas por quienes han estado inmersos en los proyectos comunitarios y barriales alentados por las pedagogías emancipadoras en América Latina (Torres, 2011; 2018).

Así las cosas, el artículo está escrito en tres capas, teniendo en cuenta la propuesta metodológica de la interdiscursividad como enfoque articulador de las distintas voces y perspectivas en el abordaje del tema. Desde allí, en la primera capa se trabaja el concepto del buen vivir entendido como filosofía del Sur; la segunda, recoge las nociones de territorio, territorialidad y sentido de lugar, para desde allí, esbozar una última sobre el concepto y alcance del buen vivir urbano en diálogo con las ontologías políticas relacionales y las pedagogías emancipadoras.

 

1. Fundamentación teórica

1.1. Filosofar desde el Sur

El buen vivir se ha constituido en un horizonte epistémico, ético, estético, pedagógico y político en la actual agenda regional. De la mano con las epistemologías del Sur es que dicha filosofía se propone como una nueva forma de vida, del ser-estando y del estar-siendo, propios del pensamiento filosófico andino. Como conocimientos y saberes que emergen de las experiencias de diversas comunidades y organizaciones, así como de sus luchas y reivindicaciones, situándose en otro lugar con respecto al actual modelo capitalista.

Al poner en diálogo el buen vivir y las epistemologías del Sur, se puede señalar con De Sousa (2022), que se trata de reconocer “un sur epistemológico, no geográfico, formado por muchos sures epistemológicos” (p. 22), los cuales han sido negados por las epistemologías dominantes. De ahí, la importancia del buen vivir en la agenda regional, por cuanto son cosmogonías, formas del ser y el estar ancestralmente ancladas en los pueblos originarios de Abya Yala (Mora et al., 2020), y por ello ponen en cuestión los paradigmas y lógicas dominantes.

De la misma manera, el buen vivir deconstruye el antropocentrismo al situarse en un paradigma biocéntrico, pues toma en cuenta las múltiples cosmogonías basadas en principios donde lo relacional se configura sobre tejidos sociales y culturales que armonizan de una manera distinta la vida en los territorios.

Por ello, junto al trabajo de Mora et al. (2020), es necesario reconocer que existen distintas aproximaciones que permiten hablar de buenos vivires en plural. Esto por cuanto el buen vivir se constituye en la expresión de cada grupo, colectivo o comunidad, pero también de intelectuales e investigadores que desde sus contextos aluden al buen vivir:

Cómo la vida dulce, la vida querida, la vida bella, la vida digna o la vida sabrosa son formas que se van dando en los aconteceres de los colectivos y comunidades en dónde se posicionan estos buenos vivires nacidos como columna vertebral del pensamiento andino, pero que, en general, provienen de los pueblos originarios de América Latina y de alternativas otras de desarrollo que surgen de los colectivos y movimientos sociales. (pp. 20-21)

 

Por ello, el buen vivir haría parte de un paradigma no capitalista al incorporar el sentido de lo comunitario y lo comunal, en tanto paradigma del convivir en armonía desde lo pluriversal y el tejido de la vida misma, donde todo está integrado, interrelacionado e interconectado. Aquí se tendría a la producción colectiva, la función de los sujetos como cuidadores, la educación en tanto reconocimiento de saberes que se transmiten de una generación a otra, la del trabajo y de la organización comunitaria, todas estas mediadas por lo festivo, el cuidado de la vida y los ciclos de la naturaleza (Mora et al., 2020).

Producto de su andar por San Cristóbal de las Casas en el Estado de Chiapas, así como por su conocimiento de otras experiencias, es que Solano (2020) advierte sobre la dificultad de establecer una definición del Buen Vivir/Vivir Bien, y más bien reconoce en las comunidades el sentido que adquieren las diversas prácticas que se enuncian desde su cotidianidad a partir de otras ontologías. Estas más bien serían:

Prácticas performativas, creadoras, generadoras de sus propios conceptos desde el hacer y la reflexión para mejorar. De hecho, quizás esa aparente dificultad para nombrarlas y definirlas estriba en que devienen de una trama intercultural en contra del sistema hegemónico capitalista que cosifica a los seres humanos y a la naturaleza. Acaso por ello, estás prácticas devienen tan poderosas y atractivas, porque su raíz espiritual está en el pensar-sentir- hacer desde y para la Vida. (Solano, 2020, p. 92)

 

De ahí que considere el Buen Vivir/Vivir Bien como “un proyecto político de construcción de autonomías y ordenamiento de los territorios y la vida que se basa en ontologías y epistemes disonantes del sistema hegemónico occidental y capitalista” (Solano, 2020, p. 90). No se trata de una teoría en sí misma, en ella se entreteje el sentir y pensar que da lugar a prácticas de vida orientadas a armonizar los distintos contextos, reconociendo la indivisible relación de los seres sintientes humanos y no humanos. Se busca ampliar el horizonte en la comprensión de lo que Guerrero (2010), acuñó como Corazonar entendido como el:

Reintegrar la dimensión de totalidad de la condición humana, pues nuestra humanidad descansa tanto en las dimensiones de afectividad, como de razón. En el Corazonar no hay centro, hay un descentramiento del centro hegemónico marcado por la razón; el Corazonar, lo que hace es descentrar, desplazar, fracturar la hegemonía de la razón y poner primero algo que el poder negó, el corazón, y dar a la razón afectividad. (p. 41)

 

Por ello, y a este entender, el Corazonar no sería algo solo contestatario a un orden hegemónico, sino que es también una dimensión que identifica sentisaberes autónomos y relacionales en torno a la indivisible relación entre razón y afectos. Se traza así un horizonte que desde el Corazonar propone el cosmosentir y la cosmoexistencia en cuanto vínculos con todo lo que habita y se habita (Guerrero, 2010).

En otras palabras, cada ser sintiente, humano y no humano, sería parte de un todo, energías vitales, a lo cual alude Coba (2022) quien, tomando la noción de cosmoexistencia, reflexiona sobre el impacto que tanto la experiencia colonial en América Latina, así como el actual modelo capitalista, han tenido no solamente sobre el cuerpo físico y biológico de los sujetos y colectivos sino en la corporeidad energética. En un amplio recorrido conceptual, el autor desarrolla la relación entre las condiciones históricas, sociales, culturales y su incidencia sobre la corporeidad asumida de forma integral y holística.

Aquí es donde se encuentran estas otras dimensiones que dialogan con el buen vivir e intersecta contenidos en la configuración de las subjetividades, corporeidades y memorias, donde se reconocen las huellas del sistema colonial hispanoamericano, las cuales han incidido en procesos de racialización y en la configuración de las clases sociales, la desigualdad de géneros, la definición de la estética y la belleza relacionados con la normalización de los cuerpos, la comprensión del territorio, los escenarios de lugar e, incluso, del no lugar y del no ser (Cuevas y Bautista, 2020).

De ahí que el buen vivir aunado al Corazonar harían parte de la experiencia vital de la filosofía y las epistemologías del Sur, las cuales suponen un lugar propio de enunciación donde se destacan el sentido relacional, de complementariedad y reciprocidad. Como lo desarrolla Giusiano (2011a; 2011b), en la cosmogonía de los grupos originarios andinos confluyen al menos tres principios rectores y milenarios radicalmente distintos al que propone occidente, los cuales son:

La relacionalidad de todos los elementos que componen el universo, el cual es entendido como un sistema de entes inter-conectados y dependientes unos de otros los cuales no existen en sí mismos de manera separada; el principio de complementariedad como el nexo que existe entre todos los seres vivo a través del cual cada fenómeno tiene como contraparte un complemento como condición necesaria para ser completo y capaz de existir y actuar, ello implica que lo contrario de una cosa no es su negación sino su complemento y su correspondiente necesario; El principio de reciprocidad para con el entorno natural y la comunidad en su conjunto, y el doble atributo de divinidad y de madre creadora con el cual los pueblos consagran a la tierra. (Giusiano, 2011a, p. 3)

 

Hasta el momento se ha realizado un recorrido por la obra de autores y autoras que han posicionado al buen vivir como una filosofía del sur, anclada fundamentalmente al pensamiento ancestral de Abya Yala como también a las prácticas de organizaciones y movimientos sociales de distinto tipo. De allí se infiere qué el buen vivir supone una forma de vida radicalmente distinta a los modelos impuestos por el capitalismo y al paradigma dominante de intervención sobre los sujetos, las comunidades y la naturaleza. Lo anterior implica, repensar las relaciones sociales, políticas, productivas, culturales y corporales, entre todos los seres que integran lo que aquí se ha recogido como parte de la cosmoexistencia, en cuanta armonización y cuidado de la vida en todas sus esferas.

Asimismo, supone confrontar las múltiples fragmentaciones contenidas en el pensamiento moderno occidental y es una apuesta por la inmanencia, la relacionalidad, reciprocidad y complementariedad de todas las formas de vida y su organización, materializadas en lo que se trabaja como parte de las categorías de territorio, territorialidad y sentido de lugar. Con estas categorías es que se crean las bases para abordar el buen vivir en clave de lo urbano.

 

1.2. Territorio, territorialidad y sentido de lugar

Es ya reconocido que la noción de espacio desarrollada por Occidente tomó como referente el paradigma euclidiano en donde aquel fue entendido como lugar medible ocupado por un cuerpo (Gualteros, 2006), y esta concepción fue la que llevó a establecer una relación entre los objetos y el espacio en términos de contenido-continente. Por tal razón, la relación de los sujetos con el espacio fue asumida como materia de ocupación o permanencia en un lugar. Los sujetos están en el espacio y se relacionan con él, en tanto se entienden como inmersos dentro de una extensión geográfica delimitada, a la cual este autor previamente citado alude como la noción convencional de habitar.

Esta lectura sobre el espacio ha acompañado desde el inicio de las grandes oleadas coloniales hasta la actualidad, con la particularidad de que inicialmente fueron consideradas por los europeos como descubrimientos. Durante los siglos XIX y XX será con la geografía clásica, las ciencias humanas y el racionalismo positivista los que afianzan y ratifican esta mirada colonial, bajo la mirada de lo que se reconoció como determinismo geográfico. Con este es que se clasificó las sociedades y los territorios como altamente civilizados o como sociedades atrasadas, naturalizando y esencializando a sus pobladores (Castro-Gómez, 2005).

Por tales razones, el espacio llegó a ser concebido como un escenario inamovible, favoreciendo así los discursos y prácticas económicas, políticas, culturales y corporales vinculadas a las dinámicas que acompañan la organización del capitalismo, de las que se destaca la racialización y segregación dentro de las ciudades.

De ello no es ajeno el devenir de las grandes ciudades en América Latina, sobre todo en sus capitales, pues esta tendencia de ocupación se identificó en su versión colonial haciendo parte de la lógica del extractivismo y la gentrificación, aunado al acumulacionismo y consumo desmedido. Como se señala en otro texto (Cuevas, Olano y Orrego, 2021), el acumulacionismo sería el fundamento de una filosofía que se asienta en un sistema segregacionista, siendo parte de una historia urbana de larga duración, iniciada con la ciudad colonial hasta el surgimiento y consolidación de la que actualmente se conoce.

Desde la visión occidental, el lugar que ocupan las ciudades condiciona una forma de vida basada en ese patrón desarrollista y que se cristaliza en una “vida mejor” en términos del valor de los recursos productivos (Zeballos, 2017; Delgado, 2018; Ayaviri-Nina et al., 2023; Vernaza y Cruel, 2024), lo cual alimenta el dominio de aquellos discursos a los que se sujetan o recrean los habitantes de la ciudad que nacen en ellas o han migrado. Bajo esos criterios es que vivir mejor significa vivir como otros, mejor que otros o a pesar de otros. Frente a esta noción, emergen posturas y formas de habitar el espacio que aluden a las nociones de territorio, territorialidad (Gutiérrez-Alarcón y Galindo-Pulido, 2020), y sentido de lugar (Escobar, 2005).

Para Gutiérrez-Alarcón y Galindo-Pulido (2020), quienes toman los aportes de Milton Santos, el espacio puede ser comprendido como “producción social que se da a partir de las prácticas, discursos y representaciones de quienes lo habitan en momentos históricos específicos” (pp. 53-54). Más aún, y ahondando en el tema con Henry Lefebvre y Edward Soja, ambos autores advierten sobre los componentes que configuran el espacio, partiendo de “las prácticas espaciales, las representaciones del espacio y los espacios de representación, y a cada una de estas dimensiones le corresponderá, respectivamente, un subcomponente: el espacio percibido, concebido y el espacio vivido o habitado” (p. 55).

Esta interpretación sobre la producción social del espacio resulta de suma importancia, pues abre el horizonte en la comprensión del territorio y la territorialidad como escenarios donde transcurre la vida, las interconexiones y las distintas relaciones en el marco de una georreferenciación física, a su vez cultural y epistémica. El territorio, y en especial las territorialidades, condensan la expresión de las múltiples formas de acción en las cuales los sujetos y colectivos se apropian del territorio, en el marco de las más diversas relaciones de poder (Gutiérrez-Alarcón y Galindo-Pulido, 2020; Idrobo-Velasco y Orrego-Echeverría, 2020).

De las nociones hasta aquí señaladas se deriva lo que se advierte como sentido de lugar (Escobar, 2012; Gutiérrez-Alarcón y Galindo-Pulido, 2020), categoría que resulta necesaria para avanzar en la elaboración del concepto buen vivir en clave de lo urbano. Ello por cuanto el sentido de lugar da cuenta de construcciones culturales dotadas de significado, donde se configuran subjetividades e identidades múltiples como condiciones que llevan a inferir que el lugar siempre alude “a la experiencia de y desde una locación particular con algún sentido de fronteras, territorialidad y ligado a prácticas cotidianas” (Escobar, 2012, p. 172).

Así las cosas, el sentido de lugar es comprendido a partir de “las significaciones que nos remiten a las prácticas espaciales, y estará directamente relacionado con la percepción que la gente tiene de su uso y vivencia cotidiana” (Gutiérrez-Alarcón y Galindo-Pulido, 2020, p. 57). De ahí que, y a pesar de la actual preeminencia que se encuentra del modelo hegemónico capitalista globalizante, los proyectos que incorporan el sentido de lugar se constituyen en apuestas alternativas a nivel epistémico, político, económico y cultural.

Con lo expuesto, cabe precisar la estrecha relación entre el buen vivir y las nociones de territorio, territorialidad y sentido de lugar. Para el buen vivir estos componentes serían inseparables, pues son portadores de todas las formas de vida en una relación de inmanencia y relacionalidad. A este horizonte acuden la ontología política relacional, así como las pedagogías emancipadoras, permitiendo un discurso y práctica radicalmente distintos, sobre todo en lo relacionado con las formas de habitar las ciudades.

 

2. Metodología

En el presente estudio se emplea la interdiscursividad, misma que se entiende como un recurso metodológico en el cual se establece una correlación entre discursos de distintas formaciones y campos de producción del conocimiento (Foucault, 1985; Acevedo, 2012). A ello se le suman los vínculos entre práctica y discurso, más el lugar prevalente del sujeto en cuanta posibilidad para proponer elaboraciones propias (Acevedo, 2012). En tal sentido, la interdiscursividad brinda la posibilidad de conjugar las propuestas teóricas con las consideraciones de los sujetos y las prácticas que se asocian al tema de investigación.

Frente a lo anterior, se destaca el hecho de que los discursos son también prácticas de producción de conocimiento y, en ocasiones, son reglados por las instalaciones supuestas como verdades en la ciencia. Ello fue así trazado desde la tradición positivista bajo el supuesto de que el sujeto investigador había de ser abstraído de sí mismo, bajo la pretensión de lograr la máxima objetividad en el estudio.

Por el contrario, el posicionamiento metodológico de este trabajo contradice tales principios para desplazarse hacia una praxis investigativa en clave del reconocimiento de algunas propuestas de distintos campos, en un trabajo particularmente conceptual que genera tránsitos y diálogos entre planteamientos diversos. Al mismo tiempo, se señala que el lugar de enunciación de las autoras no se encuentra en la penumbra ocasionada por la objetividad, sino que debe verse como parte de un diálogo donde participan múltiples sujetos de conocimiento.

Todo acto de palabra pone en juego un interdiscurso que imprime en el texto las huellas de una formación ideológica enmarcada en un contexto social, pues como lo expresa Ramírez (2000), lo interdiscursivo guarda improntas en los discursos desde formaciones ideológicas y sociales. En relación con lo anterior, se hace explícito que la producción de conocimiento y de discursos no son neutrales, sino que se encuentran y desencuentran permanentemente. Por ello, el resultado del trabajo discurre desde la problematización, el desarrollo conceptual y la apuesta interdiscursiva sobre el buen vivir en clave de lo urbano, a través de la identificación de vertientes y posturas en tensión que hablan de lo abordado.

En este marco, el valor de la metodología interdiscursiva radica en esta heterogeneidad, pues, se distancia de los presupuestos hegemónicos, para llegar a construir puntos de encuentro dialógicos. Lo anterior también tiene concordancia con el interés por dialogar desde una perspectiva no jerarquizante, en donde los saberes y la producción de la matriz diversa latinoamericana tiene un lugar.

Como lo enuncia Acevedo (2012), el análisis interdiscursivo no resulta ser un proceso semiológico sobre textos, sino que más bien vincula prácticas, relaciones y sentidos. En este punto se relaciona con lo planteado por Ramírez (2000), al exponer que la intertextualidad articula procesos de lectura y de escritura en los que surgen comprensiones. No se trata de una acumulación de acervos y textos leídos por un sujeto (Gómez, 2017), sino que las investigadoras tienen aprensiones y posturas que han sido interpeladas e interpelan en un movimiento de doble sentido.

Por ello, para dialogar sobre el buen vivir en clave de lo urbano se trabaja por capas para de allí desprender el análisis. Así se aborda en una primera capa la perspectiva del buen vivir en cuanto a la filosofía del sur; la segunda, resignifica las nociones de territorio, territorialidad y sentido de lugar, para, desde allí, desarrollar la tercera, hacia la comprensión del buen vivir desde lo urbano y en diálogo con las ontologías políticas relacionales y las pedagogías emancipadoras.

 

3. Resultados y discusión

3.1. Tejiendo el concepto de buen vivir urbano

Hasta ahora se han expuesto los principios que definen el buen vivir como filosofía del sur y desde allí se planteó, una segunda capa de análisis tendiente a la comprensión del territorio, la territorialidad y el sentido de lugar como componentes articuladores de dicha filosofía. Todo esto ayudó a entender el propósito de este último acápite, el cual se abre como una tercera capa en la comprensión del buen vivir urbano al tomar como referentes las ontologías políticas relacionales y las pedagogías emancipadoras.

Así las cosas, el buen vivir urbano se acerca a una ontología política relacional, pues, ayuda a reconocer los sistemas de exclusión y desigualdad, a la vez que contribuye en descentrar el carácter universalizante, los dualismos convencionales y el sistema de representación propio del paradigma occidental (Orrego, 2018; Idrobo-Velasco y Orrego-Echeverría, 2021). Se trata de un giro ontológico radical que en lo urbano reivindica las diversas cosmogonías ancladas en los territorios, territorialidades y sentidos de lugar, las mismas que están aunadas a formar otras en la relación entre los seres sintientes humanos y no humanos. Sería la expresión ya reconocida en América Latina como ontologías políticas (Idrobo-Velasco, Orrego-Echeverría, 2021), aquellas que toman como punto de partida:

Las luchas por la vida, la defensa de los territorios, el cuidado ecológico y las formas de re-existencia y re-encantamiento del mundo por parte de las comunidades indígenas, campesinas, afro, urbanas, quienes piensan el territorio, ya no como un espacio físico delimitado por unas fronteras, sino en su profundidad ontológica relacional. (Cuevas y Orrego-Echeverría, 2021, p. 119)

 

De ahí que, el espacio relacional no se entiende como una base en la que existen objetos y sujetos, sino que el sujeto en sí mismo es configurado por las relaciones espaciales y temporales, y así mismo interactúa en los lugares (Haesbaert, 2013). De manera que, lo relacional compone la existencia del territorio y el territorio habita en el sujeto, más aún, el territorio está vivo en las personas y en las comunidades (López et al., 2022). Incluso las remembranzas de las experiencias de lo cotidiano y de lo íntimo, habla de los usos de los espacios y de la apropiación simbólica, anudando el territorio a la noción temporal de la vida.

Rojas (2018), expresa que “mediante experiencias o narrativas, los sujetos interiorizan el territorio como referencia simbólica en su propio sistema cultural” (p. 440). Es así, como el territorio traza la experiencia de los sujetos, colectivos y organizaciones, dando lugar a una praxis ontológica política relacional.

De ello se nutren y aportan las pedagogías emancipadoras entendidas como trayectorias del pensar crítico latinoamericano, articuladas como se mencionó a la educación popular, la investigación, acción participativa, y los procesos de reconstrucción de memorias colectivas. Todas ellas, con sus particularidades, coincidieron en la importancia de interpretar los contextos, discursos, prácticas y actores del devenir histórico latinoamericano, cuestionando tempranamente las lógicas del capitalismo y las estructuras de subordinación que este generó al interior de los sectores indígenas, campesinos y urbano-populares.

Es necesario recordar que, junto con la emergencia del modelo populista en la región, irrumpe la fuerza del movimiento popular a mediados del siglo XX, exigiendo, en medio de las grandes oleadas migratorias, la posibilidad de una vida digna en la ciudad. Se trataba de generar una apropiación popular de los territorios urbanos, desde prácticas organizativas que reivindicaban el derecho a una vivienda digna, el cubrimiento de servicios de agua, salud, educación, así como de espacios para la cultura y recreación. Por ello, la importancia que adquieren quienes hacían parte de los procesos organizativos de fundadores y fundadoras de los barrios, y junto con ellos, las dinámicas asambleístas y la tradición minguera de ayuda mutua y reciprocidad, proveniente de las zonas rurales, ahora instaladas en la ciudad (Torres, 2007).

De lo anterior se desprenden dos aspectos que se consideran importantes, por un lado, que la experiencia del territorio y la apropiación que de él hacen los sujetos y comunidades, se produce tanto en el orden físico-geográfico, como epistémico de producción y circulación de saberes. Por otro lado, y de manera articulada, las relaciones y acciones que se tejen en los procesos participativos, en este caso desde las pedagogías emancipadoras, implica poner desde los colectivos, el despliegue de una serie de relaciones de poder sobre el territorio como una forma también de producción de este.

En palabras de Jiménez (2005): “El proceso de apropiación sería entonces consustancial al territorio. Este proceso, marcado por conflictos, permite explicar de qué manera el territorio es producido, regulado y protegido en interés de los grupos de poder” (p. 9). Estos intereses son interpelados y puestos en cuestión, planteándose, por una parte, la mirada utilitarista del territorio, y por la otra, las dinámicas propias reivindicativas de los movimientos sociales en las ciudades.

Es de destacar, entonces, que ambos modos de apropiación del territorio coexisten, aunque alguno tiende a ser dominante (Jiménez, 2005). Así las cosas, las acciones que se desarrollan en diversas experiencias en América Latina desde las pedagogías emancipadoras, se instalan como modos de hacer contrapeso a las dinámicas que han cooptado y unificado los modos de vida, en tanto apuestan porque el sujeto y el colectivo comprendan las relaciones de poder en el territorio que se habita.

Surgen así una interpretación de lo que se habita y de aquello que se quiere conformar en los lugares. Desde las pedagogías emancipadoras, no solo se interioriza la experiencia como referencia simbólica, sino que se eleva al devenir de comprensiones, otras, resignificaciones y a la materialidad de la vida, trazando otras formas de vivir en la ciudad.

Las pedagogías emancipadoras direccionan el lugar de sujetos y comunidades desde lo crítico sobre lo cotidiano y lo próximo, lo que vincula necesariamente la reflexión y reconfiguración del tejido social, las interacciones, y por ende, abre las posibilidades de transformar y resignificar el territorio desde lo micro. De ahí que, principios como el de la relacionalidad, complementariedad, reciprocidad y solidaridad, puedan ser leídos desde el buen vivir en clave de lo urbano, incorporando las ontologías políticas relacionales y las pedagogías emancipadoras como referentes hacia otras maneras de habitar la ciudad.

 

Conclusiones

El artículo aborda el buen vivir como filosofía del sur, tomando como referente las contribuciones del pensamiento ancestral de Abya Yala, así como las diversas expresiones que surgen de procesos organizativos y de los movimientos sociales. Se infirió qué dicha filosofía supone una nueva forma de vida, del ser-estando y del estar-siendo, radicalmente distinta a los modelos impuestos por el capitalismo y al paradigma dominante de la modernidad-colonial que llevaron a que en las ciudades se imponga hoy en día la lógica utilitarista-productiva, acumulativa y de consumo.

Como se argumentó, el buen vivir confronta abiertamente esta lógica del capital, poniendo en cuestión las múltiples fragmentaciones, así como el antropocentrismo, en una apuesta por la relacionalidad, la reciprocidad y complementariedad. Con estas categorías, se estableció la estrecha relación entre el buen vivir y las nociones de territorio, territorialidad y sentido de lugar, acudiendo a la ontología política relacional, así como a las pedagogías emancipadoras para el contexto urbano.

En suma, el buen vivir en clave de lo urbano, desde la ontología política relacional y las pedagogías emancipadoras, allana el camino que reposiciona la comprensión del territorio en la praxis de las acciones comunitarias, las mismas que encarnan procesos de resistencia a una forma de control y de apropiación del mismo. En otras palabras, aporta en repensar la vida misma fuera de aquel derrotero unísono de la productividad como fin en sí mismo, poniendo en primer plano las demandas epistémicas, sociales, económicas, políticas y culturales concretas en el nivel local comunitario, y de las ciudades dando sentido a los lugares y resignificando el territorio. De ahí que, principios como el de la relacionalidad, complementariedad, reciprocidad y solidaridad, puedan ser leídos desde el buen vivir y en clave de lo urbano.

 

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* Doctora en Estudios Culturales Latinoamericanos. Docente e Investigadora de la Maestría en Comunicación Educación en la Cultura en la Universidad Minuto de Dios, Bogotá, Colombia. E-mail: constanzadelpilar@yahoo.com ORCID: https://orcid.org/0000-0001-6463-9880

 

** Magíster en Estudios Culturales. Docente e Investigadora en la Corporación Universitaria Minuto de Dios, Bogotá, Colombia. E-mail: diana.reyes@uniminuto.edu.co ORCID: https://orcid.org/0000-0002-5953-6606

 

 

Recibido: 2023-11-24                · Aceptado: 2024-02-10