Revista de Ciencias Sociales (RCS)
Vol. XXVII, No. 4, Octubre - Diciembre 2021. pp.
FCES - LUZ ● ISSN: 1315-9518 ● ISSN-E: 2477-9431
Discursos culturales y mandatos sobre la violencia de género
en Ecuador
Reina-Barreto,
Johanna Alexandra*
Rodriguez-Martin,
Vicenta**
Muñoz-Macías, Noris Beatriz Juliana***
Resumen
El trabajo explora, desde un abordaje ecológico,
la comprensión de la violencia de género en las relaciones de (ex) pareja
vivenciada por mujeres de la Sierra ecuatoriana, direccionando el discurso
cultural enmarcado en los aspectos relacionados con la violencia, y las
implicaciones que se evidencian sobre las identidades femeninas vulnerables,
caracterizada por la dominación constante que deviene de la opresión masculina.
En este sentido, se despoja de velos androcéntricos, siendo ésta interpretación
que va en detrimento a la expresión y el sentir de las mujeres. Se aborda una metodologia
con enfoque postpositivista, con una investigación de corte cualitativa, a
través del método etnográfico y entrevistas semiestructuradas realizadas a ocho
(8) mujeres, donde se utilizó el análisis del discurso y la dependencia como
criterio de credibilidad. Los resultados apuntan hacia la invisibilización
social de la violencia, las múltiples formas de control y presión tanto de la
pareja como del contexto social, así como la falta de apoyo de sus redes primarias
para escapar de situaciones violentas. Por consiguiente, se concluye, que una
de las estrategias orientadas a la transformación de dichos patrones culturales
es la capacitación a las redes de apoyo primarias sobre concienciar sobre la
armonía de la convivencia familiar.
Palabras clave: Trabajo social;
violencia de género; discursos culturales; identidad femenina; redes de apoyo.
Cultural discourses and mandates on gender violence in
Ecuador
Abstract
The work explores, from an ecological approach,
the understanding of gender violence in the relationships of (ex) partners
experienced by women of the Ecuadorian Sierra, directing the cultural discourse
framed in the aspects related to violence, and the implications that are they
evidence vulnerable female identities, characterized by the constant domination
that results from male oppression. In this sense, it is stripped of
androcentric veils, this interpretation being detrimental to the expression and
feelings of women. A methodology with a postpositivist approach is approached,
with a qualitative research, through the ethnographic method and
semi-structured interviews carried out with eight (8) women, where the analysis
of discourse and dependence was used as a credibility criterion. The results
point to the social invisibility of violence, the multiple forms of control and
pressure both from the partner and the social context, as well as the lack of support
from their primary networks to escape violent situations. Therefore, it is
concluded that one of the strategies aimed at transforming these cultural
patterns is training primary support networks on raising awareness about the
harmony of family life.
Keywords: Social work; gender violence; cultural
discourses; female identity; support networks.
De todas las tipologias de violencia de género que se producen en
los ámbitos público y privado, la que continúa afectando de manera mayoritaria,
sistemática y cotidiana a las mujeres es la violencia ejercida por su ex/pareja
masculina. Así, según las cifras del Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD, 2021), una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o
sexual por parte de su compañero afectivo, habiendo otros estudios mundiales
que muestran prevalencias mayores y señalando diferencias notables entre
regiones.
En esta linea, el
análisis efectuado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), y
desarrollado en 54 países sobre la violencia contra las mujeres en relaciones
de pareja, identificó en la Región Andina, la prevalencia global alta del
continente Americano (40,6%), y la cuarta a nivel mundial, tras Africa
Subsahariana Central (65,64%), Africa Subsahariana Oeste (41,75%), y Sur de
Asia (41,73%) (World Health Organization, 2013).
En consonancia con el
estudio, las últimas cifras registradas en la Region Andina oscilan del 87,3%
de Bolivia (Instituto Nacional de Estadística del Estado Plurinacional de
Bolivia, 2017), al 42,8% de Ecuador (Instituto Nacional de Estadísticas y
Censos del Ecuador [INEC], 2019). Cifras que dan cuenta de la realidad de un
fenômeno que no es baladí, que muestra una de las facetas de la desigualdad
extrema entre hombres y mujeres, y que exige un cuestionamiento de los factores
sustentadores de esta violencia de genero, a la par que reclama una respuesta
efectiva desde los espacios políticos e institucionales.
Y si bien es cierto que
la violencia de género en relaciones de pareja heterosexual (en adelante VGCP),
cuenta cada vez con mayor visibilidad en la agenda pública gracias al trabajo
realizado durante décadas por las organizaciones de mujeres y los movimientos
feministas a lo largo del continente, no es menos cierto que las prevalencias
antes señaladas, son indicativas, por sí mismas, de la necesidad de estudiar el
problema desde su especificidad territorial, con el fin de poder cartografiar e
identificar qué cuestiones dificultan el avance real hacia la plena igualdad
entre hombres y mujeres en la región. Tal es la importancia del problema y la
consideracion desde la especifidad territorial, que incidir sobre estos
factores está presente en el abordaje de la igualdad de género de la agenda
2030 (Organización
de las Naciones Unidas [ONU], 2018), en tanto la VGCP
es una barrera para el desarrollo de las sociedades (Fondo
de Población de las Naciones Unidas [UNFPA], 2019).
Algunas autoras y
autores han hecho referencia a cómo el imaginario social de un determinado
sistema socio-histórico-cultural permea, organiza y conexiona, a través de
significados simbólicos, las creencias, normas, valores, tradiciones,
ritos, prácticas, costumbres y roles, asumidos por mujeres y hombres desde la
heteronormatividad binaria (Segato, 2003; Cegarra, 2012; Lagarde, 2015; Castroradis,
2019), todo lo cual fue incorporado a sus identidades o hábitus (Bordieu, 2000a),
y (re)producidas en el espacio social en
niveles interconectados macro, meso y micro (Heise,
1998).
Es así que se vive en sociedades
donde se aprende a ser y a sentirse mujer y, a ser y sentirse hombre; tanto
unos como otras quedan envueltos en un patrón de comportamiento legitimado y
donde el alejamiento de dichos mandatos es socialmente reprobado (Rodriguez, Sánchez
y Alonso, 2006; Reina-Barreto, 2016). Todo ello está presente, tanto en la
conformación de parejas como en los roles que cada cual ha de desempeñar dentro
de la misma, para cumplir lo esperado y reforzado por el entorno sociocultural
de procedencia (Reina, 2020; Rodriguez, Mercado y Morales, 2020).
En este sentido, la teoría de género
desde una de sus perspectivas analíticas, propone
fijarse en las diferentes formas en las que se encarnan, interpretan,
vivencian, regulan, negocian, aparentan, limitan, normalizan y desafían, los
códigos culturales asignados a cada género; pero también en cómo se da sentido
y se materializa el patriarcado –y sus diferentes formas de opresión
estructural- en los comportamientos sociales, las instituciones y los
mecanismos de los que se sirve para su perpetuación (Mcdowell, 1999; Friederic,
2014). Dicho análisis revelaría cuáles son los elementos clave, matices y
barreras –latentes o manifiestas- que impiden el avance hacia la igualdad real
de las mujeres cuando en un determinado contexto se responde a su propia idiosincrasia,
o en palabras de Segato (2003), a las “lógicas situadas”.
Para el caso ecuatoriano,
se mencionan varios estudios que han analizado
las violencias que sufren las mujeres por sus parejas, apuntando que se
trata de una sociedad androcéntrica y patriarcal. Los trabajos realizados se
centran, entre otros contenidos, en el análisis de los predictores
de la violencia emocional, física y/o sexual según indicadores de igualdad en el hogar en
dos cantones fronterizos con Colombia: Carchi y Sucumbios (Treves-Kagan et al.,
2020); el estudio de la maternidad indeseada en
jóvenes universitarias (Reina-Barreto, Criollo-Espin y Fernández-D'Andrea, 2019);
el conocimiento del riesgo de feminicidio (Boira, Tomas-Aragones y Rivera, 2017);
en describir la condición de las mujeres rurales de las régiones de la Costa y
Sierra (Boira, y Méndez, 2016); o de las emigrantes ecuatorianas radicadas en España (Vives-Cases et al., 2014).
En caracterizar la
violencia patrimonial
(Deere, Contreras y Twyman, 2014), o el posicionamiento
del problema en la agenda social de Quito (Guarderas, 2016). Otros trabajos se
han centrado en la percepción de la VGCP en Población universitaria (Barredo, 2017), y entre hombres jóvenes
(Goicolea et al., 2012).
Sin embargo, a pesar de
los notables aportes para la caracterización del fenómeno
de las violencias contra las mujeres en Ecuador, la complejidad y multidimensionalidad del fenómeno, requiere,
abrir nuevas vías de profundización en el estudio. En esta linea todavía falta profundizar en
investigaciones empíricas acerca de los
discursos culturales en torno a la VGCP que evidencien como ya se mencionó, qué
barreras continúan impidiendo el avance hacia la plena igualdad de las mujeres
en este país Andino.
En concordância con lo
expuesto anteriormente, se plantean las siguientes preguntas de investigación:
¿El imaginario social de la región de la Sierra ecuatoriana reproduce esquemas
e instrumentos de control social que justifican, avivan o legitiman la VGCP
desde la mirada de las mujeres que la sufren?; ¿Cómo operan en sus identidades
femeninas?; ¿Se observan diferencias generacionales en el discurso y la
construcción de la subjetividad
de las mujeres jóvenes respecto de las adultas en cuanto
a los mandatos de género y en relación con la VGCP? Todo ello determina el
escenario de la internalización de la
identidad femenina, a través del proceso socializador diferencial, de las
creencias en torno a los significados atribuidos culturalmente a lo que
significa ser mujeres, a sus mandatos comportamentales relacionales en pareja.
1. Fundamentación
teórica
1.1. Una mirada a la
violencia de género
En relación a la violencia de género cada día se acrecienta más
como un problema social, lo cual se enmarca en las relaciones existentes
causadas por la dominación del hombre sobre la mujer; por lo tanto, esto trae
consigo consecuencias psicológicas, físicas y sexuales, desprendiendose
sentimentos de angustia y sufrimiento que afectan su estado emocional e
interacción social (Martínez, 2003; Orozco, Jiménez y Cudris-Torres, 2020). Por consiguiente, se
trae a colación los planteamientos de Ramírez, Alarcón y Ortega (2020), quienes
sostienen que:
La
violencia de género es un problema social, traducido en un conjunto de
actitudes y conductas de odio así como menosprecio hacia la mujer -o quien
desarrolle ese estereotipo-, sin que opere históricamente -como sociedad- o
personalmente -como individuo- justificación loable, pues ésta se proyecta
sobre un semejante, por la sola condición de su sexo, o identidad sexual, circunstancia
que de parte del agresor es suficiente para el menosprecio de su valía
intelectual, moral y social. (p.264)
La VGCP es una forma de
opresión y de dominación masculina sostenida por las relaciones patriarcales y
estructurales entre hombres y mujeres construidas en el espacio social
(Dominelli y MacLeod, 1999; Bourdieu, 2000b) e integradas en múltiples
intersecciones. Se
trata de un problema de gran complejidad y poliedrico; y dentro de la comunidad
cientifica hay consenso acerca de la necesidad de analizarse desde una
perspectiva multicausal que tome en consideración factores personales,
situacionales y socioculturales (Bosch-Fiol y Ferrer-Pérez, 2019), siendo, el
modelo ecológico, uno de los más utilizados en el estudio de la VGCP (Heise,
2011).
Es importante, resaltar,
que la problemática de la violencia de género, cada día lamentablemente toma
más cuerpo en un camino vicioso, siendo su dinâmica el cultivo de la
reproducción de las relaciones de poder, que trae como consecuencia la
desigualdad de género, evidenciandose en muchos casos que el hombre mantenga
uma conducta dominante, puesto que esta relación de poder lo engrandece y más
aún cuando en ciertos casos la mujer depende en un alto grado del mismo, en
cuanto a lo económico y la protección tanto a ella como a su grupo familiar. Lo
que trae consigo esa dependência, así como situaciones o acontecimientos que
generan violencia psicológica, económica, verbal, física y sexual.
En el mismo hilo
conductual del presente estudio, se comentan los postulados de Da Silva y
García-Manso (2015), quienes establecen que las leyes no cambian la sociedad,
sólo modifican de cierta forma su legislación, pues darle un cambio no sólo
implica imponer normas de carácter punitivo, sino además, que en el contexto
del problema se presentan situaciones de origen cultural, educativo e
ideológico.
Seguidamente, se le
otorga la entrada al proceso cultural, el cual se presenta como uma interacción
dinámica que se encuentra dia a dia en el tejido social, en sí, es todo el
andamio de la cosmovisión de la experiencia humana, que simultaneamente se va
construyendo, la identidad colectiva de las personas, permaneciendo siempre
activa y en un proceso de cambio. En base a las consideraciones expuestas, se
estima prudente destacar los postulados de Rojas (2010), quien sostiene que:
Cultura,
en sentido amplio, es el resultado de la interacción humana con la naturaleza y
con su entorno social, que incluye el conocimiento, sistemas de creencias y
normas compartidos con otras personas o grupos. Todas las personas contribuimos
de manera activa en el cambio recreación de determinada cultura, pero también
nos vemos influídos por ésta, pues siempre es un espacio caracterizado por
lucha por el sentido. (p.211)
En efecto, las personas
de una forma activa van recreando su determinada cultura, sin embargo, también
se encuentran alienadas por externos contextos culturales, que en muchas
ocasiones se presentan encuentros y desencuentros, que van moldeando con su
dinamismo los patrones de comportamiento que coadyuva a la construcción de las
identidades culturales.
A partir de éstas
premisas, la cultura, en ciertos momentos puede direccionarse en una cultura
debilitada que llegan en ocasiones a generarse como una violencia simbólica, lo
que conduce en prácticas de exclusión, de la inferioridad de uno con el otro
que va en detrimento de esa dinámica identitaria propia, cultural de los
indivíduos. Dándole continuidad al proceso investigativo, se menciona
nuevamente los planteamientos de Rojas (2010), quien manifiesta que:
La
relación entre género y cultura es inevitable, dado que el género es un
constructo sociocultural que se refieren a los roles establecidos tanto para
las mujeres como para los hombres. Estos roles se establecen dentro de una
relación de poder en donde determinadas culturas privilegian las creencias y
prácticas sustentadas en la masculinidad hegemónica, devaluado todo lo que
signifique “ser femenino”, como en el caso específico de las mujeres. (p.212)
Esto guarda relación con las creencias y las vivencias cotidianas de la significancia
de ser mujer en el contexto del estudio que aborda la investigación, hechos y
sucesos que se atribuyen a patrones culturales en torno a la relación en pareja
y al entorno familiar, así como social que los rodea.
2. Metodología
Al hilo de las pregutas enunciadas, en el presente estudio se
vinculan los aportes de Castañeda
(2008) sobre la investigación feminista. El presente
estúdio, desde la mirada de sus autoras, tiene una postura postmoderna para
destacar el papel de las mujeres como sujetos enunciantes de su sentido; pero
además para analizar, el “discurso como expresión humana en la que se
sintetizan los ordenamientos sociales con la apropiación que los individuos
hacen de ellos” (Castañeda, 2008, p.88). Se focaliza el trabajo investigativo
en los sentidos, sentires y significados otorgados por las mujeres y las
implicaciones que, sobre ellas mismas, deposita un determinado discurso -en
este caso el de la violencia que sufren en sus cuerpos y subjetividades a manos
de sus parejas heterosexuales- en tanto tecnología de dominación y exclusión.
En otra vertiente del
posicionamiento feminista adoptado, con esta investigación se aspira por medio
de las técnicas aplicadas aportar en la develación y la visibilización de la
opresión: “Despojando de velos androcéntricos estos discursos y rompiendo el
silenciamiento que ha sido impuesto a las mujeres” (Castañeda, 2008, p. 90-91).
Por ello escucharlas, en el sentido estricto del término, es una estrategia
metodológica para no hablar por ellas y para, tras, escuchar sus relatos,
acuerpar la opresión, pues en este proceso –investigadoras y participantes-
abordan la experiencia propia como supervivientes frente a la Violencia de Género
(en adelante VG).
La investigación se localizó
y desarrolló en un barrio popular de la ciudad de Ambato, que refleja bien la cultura serrana del Ecuador. Forma parte de una
investigación más amplia desarrollada entre 2017 y 2018 acerca de cómo operan las múltiples violencias de género y
las formas de opresión que experimentan las mujeres del Ecuador, las
estrategias de resistencia femenina, las barreras estructurales frente a estas violências,
y el papel de las redes sociales de apoyo, del que ya se publicó un primer
resultado em el 2019.
El desarrollo de la
investigacion se estructuró en dos fases: La primera –fase de
contacto-, se desarrolló aprovechando la convocatoria a reunión de vecinas y
vecinos por parte del presidente del barrio para tratar diferentes temas de
interés relativos a la seguridad y el apoyo entre la comunidad. En este
contexto, tuvieron lugar cinco reuniones en las cuales, a través de la
observacion participante y guiada con un registro de obervación, se pretendia registrar
las referencias a la VGCP como problema comunitario identificado. El resultado arrojó
que en ningun momento alguna de las personas asistentes hizo referencia expresa
al problema en cuestión.
En la segunda fase, y
durante cuatro meses, se realizó el trabajo de campo utilizando el método
etnográfico. Tras la toma de contacto se concedió a una de las investigadoras
el espacio para la realización de cuatro talleres dirigidos a la comunidad con
el fin de abordar distintos aspectos de la VG. Se realizó un taller semanal en
el salón comunal, en día laboral y horario nocturno (19:00 a 20:30). La mayoría
de participantes fueron mujeres (algunas acudían
con sus hijas e hijos), también asistieron en
parejas, y hombres; además de la reina del barrio(1), el presidente,
el encargado de asuntos sociales y el secretario.
Al finalizar los
talleres, se convocó a mujeres que quisieran participar en la investigación de
manera voluntaria y sin retribución económica. Tres mujeres aceptaron ser
entrevistadas y con ellas inició la bola de nieve, que fue la técnica de muestreo
utilizada. El presidente del barrio sugirió posibles participantes, pues
conocía –como la mayoría de la comunidad- qué mujeres sufrían VGCP.
Se aplicó técnicas de
recolección de datos: La observación participante y la entrevista
semiestructurada. La observación, se realizó tres veces por semana en la mañana
(sobre las 10:00) o la tarde (sobre las 17:00), con una duración aproximada
entre 60 y 90 minutos. Las categorías de interés fueron: La VGCP reconocida
mencionada a memorada; explicaciones o justificaciones femeninas a la VGCP;
apoyos percibidos y recibidos; actitud familiar ante la VGCP; los espacios
sociales ante la VG y la VGCP; la cotidianidad de las mujeres, el uso del tempo,
los cuidados y trabajar fuera del hogar; y la VGCP.
Las entrevistas se
realizaron a finales de Julio del 2016. Se realizaron ocho entrevistas
semiestructuradas a mujeres que decidieron hablar acerca de su experiencia de
violencia con una duración de entre 60-180 minutos. En el Cuadro 1, se muestra la
caracterización de las participantes.
Cuadro
1
Características
de las mujeres participantes
Código |
Edad |
Hijas (os) |
Nivel educativo |
Estado civil |
Convive con el agressor |
Años sufrimiento violencia |
Inicio violencia |
M1 |
58 |
3 |
Secundaria |
Divorciada
(estuvo casada) |
No |
25 |
Primero
psicológica, al tercer año violencia física |
M2 |
29 |
1 |
Universitario |
Unión
de hecho |
Si |
11 |
Noviazgo |
M3 |
35 |
2 |
Universitario |
Separada
(estuvo casada) |
No |
10 |
Noviazgo |
M4 |
23 |
0 |
Primaria |
Unión
de hecho |
Si |
2 |
Al
iniciar la convivencia |
M5 |
80 |
11 |
Primaria |
Viuda
(estuvo casada) |
No |
63
años. Finaliza al enviudar hace 2 años |
Al
iniciar la convivencia. Matrimonio con 15 años |
M6 |
34 |
0 |
Secundaria |
Soltera |
SI |
2 |
Noviazgo |
M7 |
27 |
1 |
Secundaria |
Unión de hecho |
SI |
3 |
Noviazgo |
M8 |
38 |
2 |
Secundaria |
Separada
(estuvo casada) |
No |
10 |
Noviazgo |
Fuente: Elaboración propia, 2021 con base en los resultados de las
entrevistas en el 2016.
Para la codificación de
la información se utilizaron los codigos identificados en la primera columna
del Cuadro 1. El mismo tiene ocho columnas. La primera, identifica el código de
la participante; la segunda, recoge la edad; la terceira, el número de hijas e
hijos; la cuarta, el nivel educativo; la quinta, el estado civil; la sexta, si
la mujer convive o no con el agresor; la séptima,
el número de años sufriendo violencia de género; y la octava columna, cuándo
inició la violencia en la relación de pareja.
Asimismo, se utilizó la
técnica de análisis del discurso (Van Dijk, 2002; Fernández, 2006; Santander, 2011)
creando códigos de codificación abiertos y después axiales, de donde emergieron
las categorías de codificación central, que dan título al trabajo. Para
determinar la credibilidad cualitativa se optó por la elección del criterio de dependencia
(Lincoln y Guba, 1985).
3. Resultados y
discusión
3.1. Elementos del
discurso que avivan, justifican o minimizan la violencia de género en
relaciones de pareja heterosexual
El discurso que circula
en el imaginario social acerca de las tradiciones culturales patriarcales en la
ciudad de Ambato-Ecuador, se organizaba, jerarquizaba y reforzaba en los
niveles macro, meso y microsocial, que incrementaban el control social, así
como la coerción hacia la mujer violentada conforme más cercana era la fuente
que transmitía dichos mensajes. Y se sirvió de instrumentos que actuaron como
ecos complementarios, casi unísonos que fortalecían la dominación masculina.
En el nivel macro,
emergió la expresión Quichua Carishina, además de otras expresiones
populares a menudo utilizadas. En el nivel meso, aparecieron la imagen
sacralizada, tradicional, modélica e indisoluble de la familia nuclear y mensajes relativos a
mandatos de género femenino de proteger la
familia y su imagen ante la sociedad. También apareció el tabú social
de la separación, peor considerado que la
misma VGCP. El último eje intersectó los niveles meso y micro, cuando la
violencia no pudo ser ocultada, disimulada ni cubierta y develó mensajes recibidos tanto de personas
cercanas a la mujer como de los propios aprendizajes identitarios
internalizados que reforzaban las creencias sustentadoras de esta violencia.
Las participantes se
ubicaron en tres generaciones distintas con diferentes niveles educativos, duración
de sus relaciones o tiempo de exposición a la
violencia machista; sin embargo, coincidieron
al describir en sus relatos violencia con ensañamiento, dolor, sufrimiento, impotencia y
resignación. Convergieron en mencionar mandatos
de género femenino no cuestionados ni deconstruidos; lealtades superiores;
servilismo y acatamiento de exigencias culturales para, en definitiva,
mantenerse y perpetuarse el sólido sistema de
opresión contra ellas.
Se identificaron varias
evidencias en el discurso de las tradiciones culturales que avivan, justifican
o minimizan la VGCP y que se infiltran hasta arraigarse en la identidad
femenina. Algunas fueron sutiles y otras muy explícitas, pero todas confluían
en la finalidad de mantener a las mujeres sumisas, así como subordinadas al
poder masculino, entrelazándose y reforzandose contínuamente. Fueron abordadas por separado sin que
resulte del todo posible y por ello sean mencionadas en más de una ocasión. A
continuación se exponen las categorías identificadas en cada nivel del
modelo ecológico.
a. Nivel macro. Carishina: término Quichua instrumentalizado
Las manifestaciones
culturales de violencia más sutiles se sirvieron del lenguaje. En la actual
cultura oral ecuatoriana se usa ampliamente el término Quichua “carishina”, que
traduce “como hombre”, para referirse a cualquier mujer del país que no hace
“correctamente” actividades de la vida doméstica como lavar, cocinar o mantener
la casa, de acuerdo al nivel de exigencia que ha determinado el hombre y que se
espera que ella cumpla(2).
Usarlo como adjetivo
femenino es sinónimo de decir “no sirve como mujer” e ignora totalmente qué
otros roles ella desempeña o cómo utiliza y distribuye su tempo, aunque tenga
un empleo remunerado fuera del hogar, trabaje en el negocio familiar, se
encuentre en proceso de formación profesional, se dedique al cuidado de sus hijas
(os) o de otras personas dependientes, o inclusive aunque realice un trabajo
similar al de su pareja sin recibir remuneración (por ejemplo la mujer que
trabajaba en agricultura junto con su esposo). Sí algún día no cumplieron con
todas las exigencias domésticas del modo en el que esperaba el hombre, también
eran llamadas carishinas. Tal
denominación, es una forma de avergonzarla públicamente, es un ataque, una
crítica y una forma de ejercer presión social para que cumpla con el mandato de
domesticidad. Fue una excusa para que su pareja ejerciera violencia verbal,
psicológica y/o física contra ella:
(...)
yo tenía muchas obligaciones... en la casa a veces el tiempo no me alcanzaba.
Él nunca me ayudaba con los quehaceres de la casa, él también creció atendido
por sus hermanas y su mamá, usted se imagina si alguno de mis hijos se caía y
lloraban cuando él estaba en la casa, me pegaba... me pega porque... no hago
las cosas como a él le gustan. (M1)
Sumado al término carishina, se dentifica otra expresión
lingüistica que circulaba como refrán popular: “Aunque pegue o mate, marido es”. Se repitió
constantemente para reforzar la idea que ella debía soportar la violencia machista aunque supusiera riesgo de
feminicidio. Las mujeres mayores aprendieron que su pareja tenía derecho a
violentarlas de cualquier modo y que nunca podrían ni debían hacer nada para
impedirlo: “Aunque nos peguen la mujercita siempre tiene que estar en casa” (M5).
Mientras que las más
jóvenes, aunque no mencionaron el refrán expresamente en las entrevistas pero
sí en los espacios sociales, continuaban refiriendo cierto permiso cultural
para que sus parejas las “corrigieran” por no hacer bien las cosas “que te peguen una
bofetada es normal” (M8); normalizando y minimizando así la VGCP. En la misma
línea, se identificó la expresión “ya que te casaste, aguanta”, haciendo
nuevamente alusión a que debía soportar cualquier malestar o violencia por el hecho
de contraer matrimonio.
Por su parte, la frase
“las mujeres deben mantener contentos a los esposos”, emergió como hegemónica
en el discurso cultural, al ser una idea en la que convergieron los ocho
relatos femeninos, encubriendo inclusive la violencia sexual que sufrían en sus
relaciones: “Toda mi relación junto a él yo me he dedicado a atenderle, a
servirle, en la casa no le faltaba nada” (M1).
Estas ideas circulantes
en el imaginario social y transmitidas a través del lenguaje cotidiano, se
arraigan culturalmente con mayor fuerza por las creencias religiosas acerca de
la indisolubilidad del vínculo matrimonial, la disponibilidad de la mujer para con
el hombre, así como la abnegación y docilidad como atributo de alto
valor femenino, sumado a la socialización de género que actúa como
mecanismo internalizador de las creencias sustentadoras de la VG.
b. Nivel
Meso. Familia nuclear: Tradicional, sacralizada,
modélica e indisoluble
Otra característica
cultural que tuvo un impacto muy significativo en el hecho de que la mujer
soportase la VGCP en absoluto silencio, se relacionó con la idea de que el
hombre “sacó” a la mujer de su familia de origen para conformar una
familia ideal, sacralizada por el rito de la religión
católica, indisoluble y nuclear. “(...) la mujercita debe permanecer hasta el
último [momento], cumpliendo la promesa ante Dios cuando uno se casa” (M5). La
creencia católica se encontraba ampliamente
extendida en la sociedad ecuatoriana y con ella, ciertos mensajes acerca de la abnegación femenina por el bien de
la familia, el hombre como cabeza del hogar y la mujer sujeta al varón, así como la disposición
a complacerlo sexualmente. Acatar estos mensajes fue
altamente valorado en su entorno social y
comunitario; de no hacerlo, fue objeto de un intenso control y coerción social.
La mujer tenía como
mandato proteger ante la sociedad la imagen tanto de su familia como del
agresor, aunque supusiera callar o negar y/o disimular los daños físicos de la
VGCP. Por esta razón, usó maquillaje en el rostro para cubrir los hematomas,
evitó salir de casa para que las personas del vecindario no vieran sus golpes,
y/o dejó de visitar personas de su red más cercana. El mandato de guardar las
apariencias de familia ideal, se protegió a expensas del padecimiento femenino
y fue mayor cuanto mejor condición socioeconómica o estatus social tenía la
familia (M2, M3).
En esta línea también se
identificaron tres continuum en los
relatos: El primero, sobre la asunción cultural de la VGCP como asunto privado
donde nadie debía intervenir; el segundo, relacionado con la exposición
femenina a la transmisión intergeneracional a la VGCP en sus familias de
origen, donde el padre violentaba a la madre; y el terceiro, con la escalada de
violencia en sus relaciones de pareja.
Para comprender cómo estos continuum se entrelazaron reforzando la opresión, se estudió el proceso
femenino de transición familiar mencionado al inicio. La nueva familia que ella
conformo, se instaló la mayoría de ocasiones, en un apartamento dentro de una
casa compartida con la familia de origen del hombre que ahora es su pareja,
apartamento que presumiblemente otorgaría independencia, intimidad y libertad;
aunque en la práctica la convivencia fuera tensa por la intromisión, escrutinio
y cuestionamiento incesante –especialmente de la suegra- respecto de los
acuerdos de la pareja, y por cómo la mujer ejecutaba los quehaceres domésticos.
Las
suegras nunca consideran suficientemente buena a la nuera para su hijo... es difícil porque no es lo mismo ser
novios que ya vivir juntos, todo cambia con el tiempo, la forma en la que te
tratan, yo vivo con mis suegros en la casa de ellos, vivimos juntos ya dos
años, desde que nació mi hijo. Al principio
fue muy difícil tenía muchos problemas con la mamá de mi marido porque como es
hijo único siempre estaban controlándome todo lo que hacía, que si le lavo bien
la ropa, que le planche sus camisas, que el jugo no le gusta espeso, yo quería
irme de la casa de él porque además querían hacer con mi hijo lo que ellas
querían. (M2)
Además, emergieron
relatos que señalaron que algunos miembros de la familia extensa masculina en
ocasiones alentaron al hombre a tomar las decisiones unilateralmente y a
violentar a la mujer para que obedezca, acate sus órdenes y demostrar que él
tenía el poder en el hogar: “(la suegra) se metía en la relación siempre estaba
con cuentos a su hijo, para que me agrediera” (M5).
Al vivir en una vivienda
subdividida en apartamentos, los múltiples relatos de violencia con
ensañamiento, y la observación participante, evidenciaron que tanto la familia
del hombre como otras personas del vecindario fueron testigos de la VGCP; sin
embargo, parecía que ni al
interior de las casas ni en las manzanas se escuchaban
los gritos, los golpes, ni las lágrimas en tanto no se intervino ni llamó la policía, para no entrometerse en
esos “asuntos-problemas” de pareja. “La gente sabía de lo que me pegaba, pero nadie se metía (...) me daba
vergüenza que me vea la gente porque yo siempre era un ojo morado sanando
mientras el otro ya estaba de nuevo morado” (M5).
De manera complementaria
a lo anteriormente señalado, se identificó que en la sierra ecuatoriana en la
que se ubica Ambato, “separarse del
agresor fue un tabú peor considerado socialmente que la misma VGCP”. Respecto
a la experiencia de VGCP y la valoración femenina de la separación, señalaban
que:
(...)
es más importante guardar las apariencias, por el qué dirán. No quería dañar la
imagen que las personas tenían de mi familia, sobre todo de mi ex esposo, él en
público era un pan de Dios, pero en la casa se convertía en un animal. (M3)
Las mujeres llevaban
muchos años sufriendo VGCP de forma casi cotidiana, en escalada y por periodos
vitales que abarcaron entre 2 a 63 años, en correspondencia con el tiempo de
duración de sus relaciones. La mayoría de relatos determinaron el inicio de la
VGCP durante el noviazgo o al comenzar la convivencia y en escalada -como ya se
mencionó-. La fuerte presión social para no separarse -ejercida especialmente
por su familia de origen pero también por la familia del agresor- intersectó con tres elementos:
La dependencia y/o violencia económica, que muchas de ellas sufrían; los
mandatos de género internalizados; y, la vigencia del mito que por amor el
agresor cambiaría con el tiempo, que se identificó especialmente entre las más
jóvenes (M1, M2, M4), sugiriendo el ciclo de violencia en sus relaciones;
mientras que entre mujeres mayores soportar la VGCP fue señalado como costumbre
y como forma de vida en pareja.
Dos mujeres jóvenes
entrevistadas estaban separadas de sus agresores (M3 y M8), y aunque ambas
identificaban claramente que sufrían VGCP, una de ellas refería la posibilidad
de retomar la relación al considerar que “él está haciendo méritos (para volver
con ella) si él demuestra que ha cambiado podría pensar en regresar con él” (M3).
En este sentido, se detecta nuevamente inacción social ante la VGCP y el hecho
que aun sabiéndose la causa de separación, las mujeres eran objeto de
murmuraciones y fuertes
críticas.
Por su parte, el relato
de mujer adulta mayor reveló que sólo se pudo librar del sufrimiento cuando
falleció su agressor, y nuevamente los mandatos de género internalizados se
antepusieron al dolor causado por la VGCP: “Cuando recuerdo lo que viví si me
da mucha nostalgia, porque toda mi vida sufrí mucho, pero la recompensa es ver
a mis hijos que están bien y felices con sus familias” (M5).
c. Niveles meso y micro. Cuando la violencia no pudo ser ocultada: Control social,
coerción y aprendizajes identitarios
Aunque las mujeres en
sus relatos describieron violencia combinada en sus diferentes tipologías, las
manifestaciones de violencia verbal, sexual, psicológica, económica,
patrimonial, el control, el acecho o las amenazas, apenas fueron identificadas
como formas de VGCP en las mujeres con mayores niveles educativos (M2 y M3),
más no así por el resto de mujeres. Únicamente la violencia física, y
más concretamente, aquella que ejerció el agresor con tal ensañamiento que dejó
marcas en el cuerpo femenino, fue identificada como violencia ejercida por sus
parejas. Ninguna mujer utilizó explícitamente el término VG para mencionar su
sufrimiento.
Cuando las marcas de la
VGCP física no se pudieron ocultar,
disimular o cubrir, el discurso cultural activaba un
segundo mecanismo de opresión incorporado al imaginario social, que actuaba con
dos vertientes como ecos complementarios, casi
unísonos: El primero externo y el segundo interno. El primero, transmitía
mensajes de control social y coerción por parte personas cercanas a la mujer; y
el segundo, activaba mensajes patriarcales incorporados a los aprendizajes
identitarios femeninos, a sus hábitus.
Desde el eco exterior,
escuchaban cómo personas de su misma familia de origen, del vecindario y el
mismo agressor, minimizaron la gravedad de la violencia que ellas sufrían, colocaban
en cuestión la veracidad de sus relatos, negaban los hechos, las
responsabilizaban, y/o sugerían que eran merecedoras de tal violencia. “(...) me
dijeron estás loca, estás hablando de P...(pareja agresora) se rieron y
creyeron que era una broma” (M3); “(...) la familia decía que era merecido lo
que mi marido me hacía” (M5).
Cuando verbalizaron su
sufrimiento, mencionaron una fuerte presión social para que permanecieran con el
agresor, soportaran la violencia y se esforzasen más en la relación, que en la
práctica significaba ser más sumisas. La coerción, se ejerció evocando el
bienestar de sus hijas (os); bienestar que era socialmente concebido únicamente
en una familia patriarcal sin importar el sufrimiento que causó el agresor.
Este mecanismo resultó altamente eficaz para
perpetuar la dominación masculina. Desde el eco interior, en su construcción
identitaria femenina también justificaban al agresor y minimizaban el daño, se
autoinculpaban e inclusive relataron que tal violencia era ejercida por amor y
para corregirlas.
La dupla de roles
maternidad-esposeidad y los mandatos de género, anteponían la crianza en
estructuras familiares nucleares sin valorar la disminución que causaba la VGCP
en su calidad de vida y bienestar, ni el riesgo de la violencia que iba en
aumento. Los relatos referían una suerte de destino incambiable e inalterable,
reforzado por una experiencia similar en sus familias de origen, donde sus
madres también habían sufrido y soportado VGCP. Finalmente, las promesas de
cambio y la esperanza que así ocurriera, fueron recurrentes en sus discursos
aunque no se encontró referencia alguna de dicho cambio en sus relatos (más
allá de la pérdida de fuerza por cuestiones de enfermedad o vejez del agresor).
Algunas de las opiniones
de las participantes fueron: “(...) es que él se enoja porque yo no hago lo que
a él le gusta, sí yo no le hiciera enojar él no me pegaría” (M1); “(...) él me
trataba de reprenderme como un padre, yo en esos momentos creía que era porque
me amaba” (M3); “(...) me pedía disculpas, salíamos, me traía flores,
hablábamos y me decía que no iba a volver a passar” (M6).
(...)
él siempre me pedía disculpas y me decía que no lo volvería hacer (...) pasaron
como cuatro años de relación muy difícil, una lucha constante por tratar que él
cambie (...) todavía existen sentimientos de amor y esperanza que él cambie.
(M2)
Es importante
preguntarse si el imaginario social de la sierra ecuatoriana reproduce esquemas
e instrumentos de control social que justifican, avivan o legitiman la VGCP,
desde la mirada de las mujeres que la sufren; cómo operan éstos en sus
identidades femeninas; y sí se observan
diferencias generacionales en el discurso y la
construcción de la subjetividad feminina, en
cuanto a los mandatos de género y en relación a la VGCP.
En la investigación se
determina un discurso articulado e interiorizado en niveles
macro-meso-microsocial correspondientes con el modelo ecológico que
adaptó Heise (1998) para el análisis de la VGCP, y que se ha replicado en otros
estudios de la región (Reina, 2020). Dicho discurso, organizado
y jerarquizado como aquí se presenta, perpetúa la opresión a
través de la dominación masculina. Se sirve de varios instrumentos que circulan
en el imaginario social y en las prácticas sociales de la sierra ecuatoriana,
que actúan como ecos complementarios casi unísimos. Algunos se camuflan en el lenguaje cotidiano o en la inacción social
frente a la VGCP; otros se encuentran instaurados en el hábitus o identidad
tanto de mujeres adultas como jóvenes.
En los relatos femeninos
se constata que la violencia física y con ensañamiento, es prácticamente la
única reconocida como tal, sugiriendo que hay una importante cantidad de manifestaciones de
violencia ejercida por la pareja masculina
que, al no ser percibidas o identificadas, se encuentran sumergidas, y por lo
tanto, invisibilizadas subjetiva y socialmente. Los discursos femeninos reflejan
justificación y minimización de la VGCP por fuerza de la costumbre hasta
considerarse una muestra de amor; aunque ellas reconozcan dolor, impotencia y
sufrimiento.
En relación a las
diferencias femeninas generacionales, relativas a mandatos de género internalizados
en relación a la VGCP, en sus discursos no se identifican cambios sustanciales.
Se reconoce cómo a través del control social y la coerción de la familia se continúa transmitiendo, así como
reforzando el mensaje a soportar VGCP sin importar el costo vital femenino; cómo determinadas exigencias a la mujer derivadas de las creencias católicas, se incorporan a su identidad; la valoración
desigual de dos tabú sociales, separación del agresor vs. VGCP; la presión
social y coerción para permanecer junto al
agresor por lealtades supremas; los vínculos
familiares concebidos como indisolubles, y mandatos de género ni cuestionados
ni deconstruidos, relativos a la abnegación, la docilidad y el amor.
Similares resultados se
encuentran en países
de la Región Andina. En Colombia algunos estudios
concluyen que la VGCP se apoya en creencias patriarcales inculcadas y reforzadas (Ariza-Sosa, 2013;
Reina-Barreto, 2016) con dispositivos cada vez,
mas sofisticados, cuya finalidad es perpetuar
la desigualdad en la pareja sirviéndose de múltiples instrumentos y siguiendo
la estructura del modelo ecológico, en niveles micro-meso-macro (Reina, 2020). En Bolivia y Colombia, otras
investigaciones señalan que el control constituye un componente de VGCP y no un
factor de riesgo como sugieren algunos estudios internacionales (Friedemann-Sanchez
y Lovaton, 2012; Camargo, 2019).
Los hallazgos colocan de
manifiesto así mismo, cómo varias prácticas culturales ecuatorianas que incluyen el uso del
lenguaje cotidiano, sustentan la naturalización de la
violencia. El convivir en un mismo
edificio con la familia extensa, y que aquella no visualice, ignore la VGCP, o
culpabilice a la mujer por la violencia que sufre, refuerza de manera muy
efectiva la idea que o bien no es un problema, o bien que éste no tiene
solución. Un estudio en Brasil identificaba que tal comportamiento familiar
aumenta la sensación de soledad y la normalización femenina de la VG (Baragatti
et al., 2018).
La
naturalización de la VGCP y con ésta, de la
dominación masculina, cumple otra función:
Internalizar la idea
que la identidad femenina resulta de procesos
inherentes, innatos, y por tanto, ajenos a la autoreflexión o la revisión de
los sistemas normativos en torno a la construcción del género, coincidiendo con
los hallazgos de un estudio reciente en Brasil (Silva et al., 2020). Según
Segato (2003), la mistificación de la feminidad es un relato indisociable de la
violencia y la estructura jerárquica que la sustenta; y en la misma línea Castañeda (2008), expresa que bajo este esquema, “ni la
naturalización de la desigualdad ni el poder
son cuestionados en tanto ambos son
previamente asignados al género femenino o
masculino respectivamente” (p.93).
De acuerdo a los
aprendizajes identitarios internalizados y en relación con el señalamiento
anterior, otro discurso cultural vigente fue la hegemónica socialización
femenina, que aunque en transición, todavía hoy educa a las nuevas generaciones
de mujeres en la asunción de los roles estereotipados acerca de la esposeidad,
la domesticidad y la maternidad como
las más prestigiosas, principales, importantes, y convenientemente
asociados al ideal de familia patriarcal.
En este sentido, no
pareciera haber un mayor cambio intergeneracional frente a
la VGCP, lo que indica que el sistema
patriarcal continúa sirviéndose de la socialización femenina estereotipada y
rígida para su perpetuación en la sierra ecuatoriana. Así, el cambio de
discurso sugiere que se ha pasado de la creencia de mujer propiedad del hombre
a reforzar los mandatos patriarcales relacionados con la abnegación por el
bienestar de las hijas e hijos.
Los mandatos de género
internalizados en las mujeres ambateñas, es decir en sus hábitus, constituye otro de
los instrumentos mediante los que opera la opresión y la dominación, como lo
explica Segato (2003). Éstos continúan fortaleciéndose mediante múltiples mecanismos de control social, exigiendo
de manera más o menos encubierta que soporte la VGCP
–por periodos que abarcan inclusive toda la
vida- a tenor de exigencias morales y lealtades supremas relacionadas con el
ideal de la familia sacralizada, indisoluble y modélica, con el tabú frente a
la separación de la pareja y la presión familiar para no hacerlo.
Los
mandatos se unen a promesas de cambio del agresor que sugieren, para el caso de
las mujeres con menor edad, estar inmersas en el ciclo de la violencia que
propone Walker (2016), a pesar que fueron ellas quienes identificaron
con mayor claridad que la VGCP es una vulneración de Derechos Humanos. Así
pues, tal vulneración no ha sido deconstruida en su subjetividade, y por tanto,
no se encuentra arraigada a su identidad, limitando la capacidad de reivindicación.
Este hallazgo coincide con un estudio con jóvenes en México en el que se señala
que los mandatos de género femenino y las promesas de cambio del agresor, se
convertían en las razones más mencionadas para continuar en estas relaciones
violentas a pesar del miedo que emergía en sus discursos (Vázquez y Castro, 2011).
Frente a los hallazgos y
la necesidad de cambio para avanzar en la igualdad real y efectiva entre
mujeres y hombres de
la agenda 2030, Lagarde (2005), propone el término
“disidencia”, entendido como el proceso de toma de conciencia femenina, como la
capacidad de entender el por qué de un determinado sufrimiento o malestar y
cómo se explica. En este sentido, y siguiendo a la autora, para afrontar la
VGCP como lo que realmente es, una situación de opresión, las mujeres en sus
procesos vitales experimentarían tras esa toma de conciencia de género, una
crisis personal en cuanto a las normas, costumbres y mentalidades, respecto de
sus concepciones y formas de relacionarse en pareja. Seguidamente, el encuentro
entre otras mujeres disidentes haría del problema de VGCP una cuestión
política.
En cuanto a la transformación de los
mandatos de género que naturalizan la VGCP, Segato (2003) explica que para su
erradicación, es preciso la reforma de los modos actuales de relacionarse en
pareja, y de todo aquello que se percibe como “normal”, coincidiendo con lo
planteado por Rodriguez et al. (2020).
Por consiguiente, dada la
complejidad y multicausalidad del problema, otros
elementos deben ser necesariamente tenidos en cuenta en estos procesos de
empoderamiento femenino, tal y como se
identifica en los resultados: La idea de escapar
de la violencia separándose del agresor vs. la
dependencia económica de las mujeres atrapadas en estas relaciones, constituye una manifestación evidente de la
desigualdad estructural, que las oprime una vez más y limita sus posibilidades
de escapar de la violencia.
Em esse sentido, los resultados de
la investigación coinciden con algunos de los hallazgos de otros estudios. En
Ecuador, Friederick (2014) señalaba que el empoderamiento femenino se limita
por la vulnerabilidad social y económica de las mujeres en ámbitos rurales,
vulnerabilidad que las mujeres urbanas del estudio también percibían; mientras
que Deere et al. (2014),
identificaban que las expectativas de género, sumadas a la idea femenina de
romper la armonía de la relación si ellas discuten cuestiones materiales,
actuaban como elementos disuasorios en la violencia patrimonial.
En Brasil, De Oliveira, Oliveira y De
Souza (2009), coincidían con varios de los datos obtenidos en tanto
identificaban que la falta de apoyo, la condición de maternidad, la dependencia
económica y el entorno cultural, entre otros factores, se constituían en
barreras estructurales ante la VGCP. En la misma línea Moriana (2015),
identificaba entre las barreras para escapar de la VG en el contexto español,
el tener hijas (os) pequeños, la carencia de medios de subsistencia femenina,
estar desempleada o tener empleo precario, el aislamiento social y familiar de
la mujer, el desconocimiento, la dificultad de acceso o la inexistencia de
apoyos institucionales, entre otras.
Conclusiones
En este artículo se describe
detalladamente de qué manera el imaginario social de la cultura patriarcal
continúa reproduciendo múltiples mecanismos de control social que minimizan y
legitiman la VGCP en la sierra ecuatoriana, aplicando los aportes de la
investigación feminista a través del método etnográfico y de entrevistas
semiestructuradas, a mujeres de distintas condiciones etarias y socioculturales
residentes en la Ciudad de Ambato-Ecuador. Se identifican los significados que
ellas otorgan a su experiencia de violencia, dando voz a su sufrimiento y
rompiendo el silencio social impuesto ante la VGCP. Con ello se pretende aportar
a la develación y visibilización de la opresión.
Los matices socioculturales frente a
la VGCP deben ser tenidos en cuenta tanto en el análisis de la VG, como en la
política pública dirigida a la intervención social de un determinado
territorio. Para el contexto del Ecuador, algunos de los campos de incidencia
serían la visibilización e identificación de la mayoría de manifestaciones de
VGCP, que continúan invisibilizadas subjetiva y socialmente, así como que
extienden los márgenes acerca de lo admisible en una relación de pareja hasta
confundirse VG como muestra de amor.
Deconstruir los mandatos de género y
los mitos del amor; romper el tabú de la separación y la perpetuación de roles
estereotipados, para transformar las identidades femininas; fortalecer la
capacidad de apoyo de las redes primarias frente a la VG; y combatir la
violencia económica, que avoca a las mujeres a continuar en estas relaciones;
son algunos de los desafíos en materia de igualdad. En este sentido, toda
propuesta de intervención en esta línea que provenga del Estado y/o las
instituciones y organizaciones sociales, requiere abordar no sólo la VGCP sino
también las cuestiones que sostienen y perpetúan la desigualdad estructural y
que constituyen barreras para escapar de la VG, entre ellas la dependencia
económica y la autonomía financiera.
Para finalizar, se especifican las
siguientes limitaciones del estudio: La muestra se centra en mujeres ubicadas
en la ciudad de Ambato - zona sierra de Ecuador, sería importante ampliar el
estudio a mujeres en las zonas oriente y de distintas comunidades originarias
de manera que se pudiera analizar si hay matices por regiones y/o entre mujeres
de pueblos originarios y mujeres mestizas.
Como líneas futuras de investigación
se considera pertinente profundizar en la prevención y respuesta a la VGCP; en
este sentido, podrían estudiarse los contextos de apoyo informales y formales,
en el análisis de las actuaciones y demandas concretas que realizan las mujeres
a las instituciones que ofertan servicios de atención a la VGCP, así como
profundizar en la mirada de los equipos de profesionales, y de los hombres
jóvenes, en tanto permiten identificar otros desafíos y retos para el avance
real y efectivo de la igualdad en Ecuador.
Notas
1 En el Ecuador esta práctica de cosificación se encuentra en plena
vigencia y muy arraigada en el espacio social. Se interpreta en muchos casos
como pseudoempoderamiento y pseudoliderazgo femenino.
2 Otro uso menos común del término se refiere a actividades que realiza la mujer
y que son socialmente asignadas al hombre, como por ejemplo jugar al fútbol.
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* Doctora en Trabajo Social. Máster en Trabajo Social
Comunitario, Gestión y Evaluación de Servicios Sociales. Investigadora Social.
Docente de la Universidad Unisinu de Colombia. E-mail: johanna.a.reina@gmail.com ORCID:
https://orcid.org/0000-0001-5541-986X
** Doctora en Psicología. Diplomada en Trabajo
Social. Profesora Titular de Trabajo
Social em la Universidad Castilla La Mancha, España. E-mail:
vicenta.rodriguez@uclm.es ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2477-1574
*** Doctora en Trabajo Social. Doctora especialista en Planificación Estratégica.
Magister en Gerencia Educativa. Licenciada en Trabajo Social. Profesora de
Segunda Enseñanza em la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL), Ecuador. Investigadora en temas de formación curricular en
Trabajo Social. Docente Titular Principal a tiempo
completo de la Carrera de Trabajo Social en la
Universidad Técnica de Manabi, Ecuador. E-mail: noris.munoz@utm.edu.ec ORCID: https://orcid.org/0000-0003-4959-2011
Recibido: 2021-06-09 · Aceptado:
2021-08-27