Premio nobel: Un cernidor del trabajo académico

Escobar Hernández, Bogar*

Resumen

En la concesión del premio Nobel, el reconocimiento más prestigiado otorgado oficialmente, se refleja un sentido de diferenciación tendiente a favorecer la condición subjetiva de lo humano sobre la objetividad de lo científico. El objetivo es examinar las repercusiones de la carencia de una representación integral de las distintas disciplinas académicas en dicho premio. Para ello se planteó una metodología deductiva que permitió identificar a manera de hallazgo el rol principal de dicho galardón en la reafirmación de un contexto global dominado económicamente por el capitalismo y la necesidad de expresiones de apertura hacía la alteridad y la conciliación de perspectivas antes que la imposición unilateral de paradigmas elevados al rango de modelos exclusivos. En términos conclusivos se expone, que en el caso específico del Nobel es eminente la importancia de incluir equitativamente en el mismo a las ciencias de lo social, a fin de evitar la supeditación del trabajo científico dentro de un solo cartabón, el de las ciencias de la naturaleza. Un planteamiento en el que la originalidad estriba en la adopción de una visión tangencial, y al mismo tiempo, inclusiva y holística, un abordamiento que resulta notoriamente más congruente con la naturaleza poliédrica de los hechos sociales.

Palabras clave: Nobel; academia; parcialidad; exclusión; capitalismo.

Nobel Prize: A sieve of academic work

Abstract

In the awarding of the Nobel Prize, the most prestigious recognition officially granted, a sense of differentiation is reflected tending to favor the subjective condition of the human over the objectivity of the scientific. The objective is to examine the repercussions of the lack of a comprehensive representation of the different academic disciplines in said award. To do this, a deductive methodology was proposed that allowed the main role of this award to be identified as a finding in the reaffirmation of a global context dominated economically by capitalism and the need for expressions of openness towards otherness and reconciliation of perspectives before unilateral imposition of paradigms elevated to the rank of exclusive models. In conclusive terms, it is exposed that in the specific case of the Nobel Prize, the importance of including the social sciences equally in order to avoid the subordination of scientific work within a single set-up, that of nature. An approach in which originality lies in the adoption of a tangential vision, and at the same time, inclusive and holistic, an approach that is notoriously more consistent with the polyhedral nature of social events.

Keywords: Nobel; academy; bias; exclusion; capitalism.

“Una inteligencia que no generalizara habría sido profundamente inútil a la especie humana” (Ibargüengoitia, 2016, p.70).

* Doctor en Ciencias Sociales con especialidad en Antropología Social. Magister en Antropología Social. Licenciado en Historia. Profesor Investigador de la Universidad de Guadalajara, México. E-mail: bescobar71@yahoo.com.mx ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1568-7135

Recibido: 2020-02-21 • Aceptado: 2020-05-10

Introducción

El rasgo inherente al enfoque científico es la objetividad. A partir de ello, se concibe a la ciencia como un cuerpo de conocimientos de índole neutral que pueden utilizarse como datos referenciales veraces e inobjetables. Y lo son, en la medida que guarden congruencia con la verdad y la realidad, elementos definitorios del carácter fundamental de las cosas (Rorty, 1991). Lo paradójico es que la ciencia es producida por un agente, el hombre, que capta e interpreta el mundo a partir de su intrínseca subjetividad, la cual queda determinada por su posición en el mismo y por sus creencias (Davidson, 2003). Se da una relación caracterizada por la contradicción de las naturalezas que entran en contacto, lo que puede suponer una potencial fuente de conflictividad.

Y de hecho así ocurre. Muestra de ello es que si bien el quehacer científico es un subsistema del sistema total de conocimientos humanos, que caracterizado por constituir una parte esencial de las aspiraciones idealistas de la vida humana (Schröndiger, 1985; Bunge, 2014), éste no logra permanecer ajeno a objetivos distintos a la producción de conocimiento y que poco o nada tienen de idealistas. Ese hecho puede observarse con particular incidencia en uno de los espacios institucionales que orbitan en torno a la ciencia, la academia.

Misma que es tratada de manera discriminada en la concesión del premio Nobel, en la medida que dicho reconocimiento, el más prestigiado otorgado oficialmente, refleja un sentido de diferenciación tendiente a favorecer un orden de cosas determinado. En donde prevalece la condición subjetiva de lo humano sobre la objetividad de lo científico.

El elemento cardinal que recorre vertebralmente el objeto de estudio propuesto, es pues, la tensión entre lo que la ética indica que se debe hacer y lo que realmente se practica, lo cual se observa de manera recurrente en las acciones antrópicas. De ahí, que la entrega del Nobel puede constituir un caso paradigmático de segregación social a partir de criterios de exclusivismo, que contienen tácitamente nociones de superioridad e inferioridad, así como de centralidad y marginalidad. Dicho premio fue instituido a partir del legado testamentario suscrito en 1895 por el químico Alfred Nobel (1866-1896), inventor de la dinamita (Roux, 2006; Heffermehl, 2013).

En donde estipuló que los intereses de su capital se dividieran en cinco partes, que serán entregadas a manera de premio a los autores de los descubrimientos o inventos más importantes y significativos en los campos de la Física, Química, Fisiología o Medicina; de la obra más destacada de índole idealista realizada en la Literatura; y a quien hubiera hecho una labor más significativa en pro de la fraternidad entre las naciones; o contribuyera a su desmilitarización, o en la promoción de congresos tendientes a la pacificación del orbe (Heffermehl, 2013).

Respecto a la motivación de Alfred Nobel para crear el premio, por una parte se menciona el hecho de su carácter idealista y de su generosidad, puesto que era alguien que creía en las “virtudes intrínsecas del hombre” (Roux, 2006, p.13). Por lo que deseaba “ayudar a los soñadores” que tanta dificultad tenían para subsistir (Heffermehl, 2013, p.48). Aunque, en contraste, también hay alusión a que dicha actuación respondió más propiamente a un sentimiento de culpa, debido a haber sido el autor de un invento tan devastador y mortífero como la dinamita y ha haberse enriquecido con su producción masiva (Heffermehl, 2013). Una posibilidad que ciertamente no puede desecharse.

Lo factual es que una vez realizadas las complejas y necesarias gestiones implicadas en una solicitud como la efectuada por el inventor, a partir de 1901 dio inicio el otorgamiento de dichos premios. Los de Literatura, Medicina, Física y Química, en Estocolmo, capital sueca, y el de la Paz en Oslo, capital noruega (Heffermehl, 2013). De ese año a la fecha los Nobel se han entregado anualmente. Para ese fin, en el mes de octubre tiene lugar la elección de los ganadores del Nobel, en lo cual debe procederse, a voluntad expresa de su institutor, “sin ninguna consideración por la nacionalidad” (Roux, 2006, p.11).

La ceremonia de entrega de los premios ocurre el 10 de diciembre, recibiendo los beneficiarios un cheque con un monto aproximado de 10 millones de coronas suecas, equivalentes a más de un millón de euros, un diploma y una medalla de oro (Roux, 2006).

A partir de los datos referidos se deduce que el Nobel tiene de origen una línea de pensamiento y ejecución predominante, la parcialidad. Su autor, a partir de su sistema ideológico personal así como de sus filias y fobias, privilegió aquellas ramas de la ciencia que consideró más relevantes, y por tanto, con mayor mérito. Siguiendo esa lógica, excluyó a todas las ciencias sociales. Una condición mantenida hasta el año de 1969 en que la Real Academia de Ciencias de Suecia empezó a otorgar el premio Nobel de Economía, a partir de la iniciativa de creación del mismo por parte del Banco Nacional de Suecia (Fundación Nobel, 1978; Heffermehl, 2013).

No obstante ese relativo avance, el prolongado lapso que trascurrió para el otorgamiento del Nobel a una ciencia social, deja entrever la probabilidad de que el fundador del galardón considerará que los trabajos realizados desde las ciencias sociales adolecían del suficiente sustento teórico y metodológico como para incluirse dentro de las disciplinas científicas. Dado que, incluso la incorporación de la economía dentro de los Nobel denota cierta preferencia por una ciencia exacta como lo es la matemática, la cual es la base de todo estudio económico (Roux, 2006).

Aunque, paradójicamente, la ciencia matemática no ha sido considerada directamente como una de las ramas del saber dentro del Nobel. En ese sentido, es conocido que esa flagrante exclusión obedeció a una falta de voluntad por parte de Alfred Nobel en dicha ciencia debido a que, en su opinión, la humanidad no podría obtener un beneficio de la misma(1) (Roux, 2006). De ahí que la inclusión de la ciencia económica en el Nobel, basada esencialmente en un sustrato matemático, tuviera que esperar varias décadas para verificarse.

De lo referido puede deducirse que la perspectiva de lo científico observable en la asignación diferenciada de los Nobel, tuvo como consecuencia directa la falta de un reconocimiento homogéneo hacía las contribuciones provenientes de los distintos sectores de la academia. En esas condiciones, a los cultivadores de las ciencias sociales les fue negada la posibilidad de acceder al beneficio pecuniario y a la nombradía derivados del Nobel. Al margen de los eventuales merecimientos, que pudieran estar asociados en los productos derivados de su desempeño profesional en la esfera académica.

Así, la forma de operación de dicho reconocimiento mantenida hasta el presente, denota un notorio y revelador desfase entre la objetividad, inherente al cuerpo de conocimientos que se denomina genéricamente como ciencia; y la subjetividad, dominante en la actuación de los individuos que a título personal e institucional han estado involucrados en su administración. Tal diferenciación ha sido provocado por distintas causas. Las siguientes son algunas de las más determinantes que han operado en ese sentido.

1. La diferenciación artificiosa

Un primer factor incidente en la contradicción previamente enunciada, es que no obstante la naturaleza unitaria del conocimiento, en el campo de la ciencia históricamente se observa una tendencia a separar el universo de lo natural del de lo social, como si fueran dos facetas diametralmente opuestas y aisladas. Eso responde a una perspectiva reduccionista en la que pareciera que el conocimiento no tuviera una esencia unitaria. Lo que presupone la sustracción antes que la agregación. Tal manera de proceder determina una exploración, interpretación y trasmisión del conocimiento, sin vasos comunicantes entre lo natural y lo social, misma que, en consecuencia, adolece de parcialidad y fragmentación.

Precisamente el tipo de acercamiento a la realidad, que no permite ampliar el horizonte cognitivo más allá de los linderos de la disciplina de especialización, al impedir el establecimiento de puntos de intersección con otras disciplinas; haciendo de la labor académica un diálogo de sordos en donde resulta extremadamente complicado el intercambio de saberes, al asumir la exploración del conocimiento como una actividad que solamente tiene lugar en una minoría social, una elite de investigadores cognitivamente ajustados a un único patrón referencial. Nada más opuesto a la natural capacidad de todo individuo a la indagación del universo, a lo cercano y a lo lejano, a lo visible y a lo invisible.

Empero, sobre la base de una postura rígida y notoriamente insolvente ha surgido la estructura de las ciencias naturales, las cuales dicen tener la representación más fiel del método científico, el único al que dichas ciencias consideran funcional, objetivo y racional, y por tanto, susceptible de formular creencias validas (Easlea, 1977). Omitiendo con ello el hecho de que las ciencias sociales, constituyen igualmente un amplio conjunto de saberes definible como la “historia narrativa de la sociedad” (Oltra, et al., 2014), conformada por una tradición en la que confluyen tanto el pensamiento humanista como la práctica investigativa, recurriendo en lo segundo, a la matemática y la documentación cualitativa (Oltra, et al., 2014), entre otras herramientas analíticas.

Ello, desde la propia perspectiva de la objetividad y racionalidad proclamada por la ciencia, relativiza considerablemente la hipotética primacía de las ciencias naturales en la representación de ésta.

Por otro lado, no obstante que la inercia del rol protagónico de las ciencias naturales a manera de esquema de conocimiento y acercamiento a la realidad, ha permitido un relativo dominio del entorno natural, el mismo invariablemente ha estado acompañado de un efecto destructivo de dicho entorno (Tisher, 1980), lo que coloca en evidencia, que el protagonismo de las ciencias naturales en el desarrollo de la ciencia y de la tecnología que le es característico, no ha significado un beneficio libre de un impacto negativo sobre la posibilidad de sobrevivencia de la humanidad.

Un efecto que tiene una repercusión tan mayúscula que viene a cuestionar cualquier beneficio producido con la adquisición de nuevos conocimientos científicos, y en particular, de su correspondiente aplicación práctica. Dicho corolario ha suscitado una singular y contrastante dicotomía en la manera que la sociedad percibe la aplicación de las innovaciones tecnológicas, al asociársele tanto como un beneficio como un retroceso. Lo primero, en términos del progreso material y económico que pueden potenciarse con la misma, y lo segundo, en referencia a la pérdida de armonía en la relación entre el hombre y el medio natural. Siendo evidente que la faceta negativa de la ciencia está siendo cada vez más predominante.

De ahí el surgimiento de la ética de las ciencias, cuya principal manifestación en la actualidad, la bioética, enfocada a la reducción de los riesgos derivados de la ciencia mediante el establecimiento de límites que permitan contener “las oleadas de desmesura” (Toulouse, 2003, p.18).

Lo referido patentiza la inercia racionalista-exclusivista de la ciencia y de la cual las naturales participan de manera paradigmática, misma que ha sido determinante en la presencia desigual de las diferentes áreas de conocimiento en el Nobel. Ello ha sido motivado por el manejo de un constructo parcial y falible como lo es el método científico –a pesar de su innegable utilidad para la obtención de conocimiento–, como si fuera un absoluto irrebatible. Hasta el punto que dicha metodología impone como parámetro obligado de cualquier forma de análisis investigativo, incluido el realizado desde la ciencia social. Misma que, de acuerdo al enfoque científico dominante, tiene que ajustarse al esquema específico de las reglas del método científico (Miguélez, 1977).

En donde debe realizarse el recorrido de la observación, la deducción, la experimentación, y la generalización. Poniéndose de relieve en el Nobel de una concepción de la academia refractaria a la interdisciplinariedad tendiente a la conjunción de saberes y al enriquecimiento de perspectivas.

Es una resistencia provocadora de una sensible pérdida de sentido de la ciencia como un todo y como capacidad de aprensión de lo observable a través de los sentidos o concebible mediante la imaginación o la intuición. Dos vías alternativas de aprehensión de lo discernible sumamente validas en tanto pueden correlacionarse con eventos pertenecientes al ámbito de lo existente, de lo real y verdadero. Tan funcionales y practicables en las llamadas ciencias “duras” o naturales, como en las ciencias “blandas” o sociales –una denominación no exenta de un cariz denotativo–. Lo cual tendría que percibirse como un indicador del acceso al conocimiento desde distintas prácticas intelectuales aparentemente inconexas.

Adicionalmente, en una eventualidad subsidiaria, hay la confirmación de que el exceso en cualquiera de sus expresiones no es algo deseable. Por ello, la sobrevaloración del método científico a manera de “tabula rasa” impuesta a cualquier esfuerzo de discernimiento haya contribuido a la construcción artificial de alteridades, utilizadas como referente de lo inferior a partir de relaciones de desigualdad con una connotación negativa, el típico rasgo de la diferenciación, al establecimiento de “la extrañeza de los otros” (Sabido, 2009, p.36).

Una asignación de alteridad asimétrica que en este caso de interés es infundadamente ocupado por los practicantes de las ciencias sociales. Y lo es, por no tener un sólido respaldo de orden empírico, sino originada a partir de una apreciación prejuiciada y unilateral, desde la cual se impone un patrón de abordamiento del conocimiento a fin de asimilar los distintos componentes de la realidad en plena e indubitable congruencia con la naturaleza esencial del sujeto en general (Locke, 1986). Si bien es cierto, que dicha aspiración caracteriza sobre todo al ser humano reflexivo, inquieto, y creativo. Quien no acepta el papel de actor pasivo, destinado exclusivamente a la recepción de saberes aportados por otros.

Un hecho presente no solamente entre los profesionales de las ciencias naturales sino también entre los agremiados en torno a las sociales. Un ámbito de actividad profesional, desde donde surge un conocimiento de la realidad con capacidad no solamente para representarla sino también para explicarla de una manera particularmente justa, sensible y libre, sin que ello vaya en detrimento de su aporte en el terreno cognitivo (Jablonko, 2016). A partir de allí, resulta completamente inadecuado relativizar, o más lamentable aún, negar el reconocimiento del aporte de la investigación social al avance de la ciencia y del entendimiento.

Existe un tangencial eco de esa desautorización en la institución del Nobel por efecto de la inequitativa presencia de las ciencias sociales entre sus galardonados, lo cual, tiene relación con la contraposición de paradigmas en el quehacer académico; con la creación de otro, a quien no se percibe como semejante dado su manejo de un lenguaje discursivo distinto al hegemónico; y con la forma convencional de hacer las cosas establecidas por las ciencias que se abrogan la facultad de hablar en nombre de la colectividad. Lo que contribuye a una creciente polarización y aislamiento entre las ciencias, algo para lo cual no se avizora una solución en el corto plazo.

Porque lejos de privilegiarse un esfuerzo de complementariedad y unificación de perspectivas, las líneas de diferenciación cada vez tienen una mayor acentuación. Así lo confirma anualmente la Academia de Suecia, con cada ceremonia en la que distingue a los científicos del orbe por sus aportaciones realizadas en congruencia con los estereotipos de la cientificidad institucionalmente reconocida como tal.

2. El tópico proverbial: La economía

Un segundo aspecto valorable para elucidar las razones de la inclusión radicalmente selectiva del premio Nobel, parte de la consideración de que el mismo, como ocurre con todas las actividades humanas, recibe una notable influencia de las dinámicas económicas dominadas desde hace siglos por el sistema capitalista y cuyos efectos son cada vez más extensos y complejos (Beaud, 1986). En ese sentido, debe partirse de la siguiente premisa: El Nobel oficialmente tiene como objetivo el reconocimiento al mérito, pero no por ello deja de tener una repercusión de índole económica.

En el entendido de que a partir del privilegiamiento de determinadas disciplinas académicas sobre otras promueve una cierta inercia económica. La física, química y medicina, son áreas del conocimiento con una evidente relación con intereses monetarios dada la aplicación práctica –y consecuente comercialización– de los descubrimientos realizados desde dichas áreas de especialización.

Las cuales tienen un carácter evidentemente más pragmático comparado con los realizados desde la ciencia de lo social, haciendo los descubrimientos físicos, químicos y médicos particularmente convenientes para la creación de productos patentables susceptibles de trasmitirse o intercambiarse en un mercado (Piketty, 2014). De ahí, la asociación de dichas ciencias con el paradigma capitalista centrado primordialmente en la obtención de ganancias.

Realmente una dinámica relacional en donde lo semejante promueve lo semejante. En ello, si bien las investigaciones realizadas en los campos de la física, química y medicina pueden partir de una finalidad autentica y exclusivamente científica, en un orden de cosas paralelo, también tienen la posibilidad latente de convertirse en mercancías integrantes del circuito de intercambio capitalista.

Así, puede plantearse, no es en absoluto fortuito que sean precisamente las contribuciones al conocimiento conectadas con las ciencias naturales las mayormente reconocidas por quienes organizan y dirigen el Nobel. Por el contrario, una condición congruente. Alfred Nobel, además de inventor, fue un hombre de empresa. Su visión del mundo estaba profundamente permeada por la practicidad, obtención de ganancias, acumulación de riquezas. Consecuentemente, las disciplinas académicas por él seleccionadas, confirman una mentalidad en donde impera el homo economicus y el homo faber sobre el homo cogitans. Lo práctico sobre lo especulativo. Lo comercializable sobre lo reflexivo.

En las condiciones referidas, la idea no interesa solamente como tal, sino como medio utilizable como materia prima para obtener un dividendo. En último término, se trata del triunfo de la materia sobre el espíritu. De la emergencia de un entorno societal en donde es cada vez más perceptible la imposición de un neodarwinismo en el cual “los más débiles son eliminados y sometidos al desprecio de los vencedores” a partir de la competencia. Una actitud que deja de lado otro hallazgo de Darwin no menos importante, el de la cooperación entre miembros de una misma especie a fin de obtener un beneficio mutuo (Cohen, 2013).

La escasa inclusión de las ciencias sociales en el Nobel es injustificada desde la premisa del beneficio colectivo, y no es sino una prueba de la falta de interés en el aspecto cooperativo de las relaciones antrópicas. Un comportamiento inherente a una lógica económica tendiente a fortalecer la presencia pública de aquello que consolide el beneficio económico y a inhibir lo perjudicial.

Y a partir de ese enfoque quedan desprestigiados los saberes generados desde lo social, dado su espíritu metódicamente reflexivo y revisionista connaturalmente tendiente a derivar en una crítica hacía los sistemas dominantes. Como es el caso del sistema económico capitalista. En referencia al cual los profesionales de las ciencias sociales han realizado una recurrente crítica, entre otras cosas, en relación al modelo del libre mercado propugnado primeramente, por el liberalismo desde la segunda mitad del siglo XIX, y después, retomado por la tendencia económica neoliberalista intrínseca a la actual versión del mundo basado en el capitalismo (Tamames, 1991).

Una denuncia contundente de un patrón de economía incapaz de cumplir las expectativas formuladas por sus impulsores y a la que se le identifica como causa de las más grandes crisis económicas experimentadas desde la etapa de posguerra hasta el presente (Brenner, 2013).

Así pues, al tener los planteamientos elaborados desde las disciplinas sociales pueden ser un elemento de afectación negativa para las expectativas capitalistas, no sorprende su tratamiento como agentes de riesgo para la estabilidad y progreso del estatus quo hegemónico. Ante lo cual, hay una tendencia a aislarlo en lo posible, y precisamente para ese efecto quedan negados los foros internacionales confirmatorios de su utilidad, prestigio, y legitimidad.

Tal como sucede en el caso del Nobel, el escaparate más célebre a escala global –aunque ello no necesariamente implique lo hace el más acreditado y admirado–, en donde existe una congruencia en cuanto a una línea de acción catalizadora de la ideología capitalista. Algo que en el caso del fundador del Nobel obedece a una intencionalidad directa y explícita, dada su ideología personal y sus antecedentes profesionales, los cuales han sido ampliamente registrados en la información biográfica existente sobre su persona. Ello induce un manejo de la academia como si la misma fuera un bagaje de conocimientos separables en segmentos, sin que ello afecte su estado sistémico, su integralidad, y su dimensión total.

Dicha decisión orbitada en torno a un factor elevado a la categoría de la plenipotencia: La economía. La cual es percibida y tratada como deidad omnipresente frente a la cual ha de postrarse cualquier otra premisa o faceta de lo humano. Una postura evidentemente originada y sustentada a partir de una imposición inducción unilateral, y por tanto, carente de consenso.

Es inequívoca la preeminencia de que lo económico no ha estado ausente en el desigual progreso de la ciencia, la cual, en los siglos recientes ha recibido aliento del desarrollo de la física, química y biología –¿coincidentemente? aquellas áreas de conocimiento consideradas en el Nobel–, en oposición a la comprensión de los mecanismos reguladores de las sociedades humanas siguen siendo sumamente deficientes (Tapia y Astarita, 2011). Ese indicador refleja la insuficiente valorización y apoyo hacía esa otra vertiente de discernimiento, debido a la priorización de cierto tipo de investigación sobre otra.

En donde el criterio de distinción entre una y otra es la disposición de convertir un conocimiento en mercancía, en bienes patrimoniales, en capital. En todo aquello utilizado por el individuo para posicionarse –al menos desde un sentido superficial–, como alguien notable y exitoso. Y el hecho de que el tamiz de esa forma de proceder haya sido el componente económico, ha debilitado y retardado la capacidad de asimilación de la realidad como una totalidad, sin juicios apriorísticos, sin preconcepciones disciplinarias y sin polarizaciones. Proceder en forma distinta es maniatar la inteligencia y el discernimiento.

No siendo propicio para el pleno desarrollo de la especie que un evento tan estrechamente vinculado con la academia, como lo es el Nobel, haga eco de un orden de cosas quebrantador del sentido de la libre exploración cognitiva y condicionante de los linderos de transito de la mente y del espíritu. Reduciéndolos a un único objetivo imposibilitador de la inclusión de la diversidad de inspiraciones, esperanzas, necesidades y voluntades propias de la especie humana.

Innegablemente, lo económico es una parte cardinal de la interacción antrópica, pretender hacerlo es ir en contra de la diversidad de evidencias observables cotidianamente en cada esfera de la interacción pública y privada, empero, no puede obviarse lo pernicioso del privilegiar lo económico como rasero de la conducta personal y de la vida en colectivo. El sistema económico capitalista da sobrada cuenta de ello, al convertirse en el puntal de una práctica económica que aunque ha posibilitado la expansión de un sistema a escala global coherente, estructurado, y claramente delimitado, no ha logrado una distribución equitativa de los beneficios del mismo (Wallerstein, 2010).

Ese desacierto socava la justificación moral del sistema capitalista, en particular, desde la experiencia de los sectores poblaciones participantes del mismo en condiciones de desventaja.

El contexto enunciado denota la siguiente inferencia: La dirigencia del Nobel debe revalorar la conveniencia de mantener una convergencia ideológica con el sistema capitalista. Dado que, por asociación de ideas, ello no favorece su solvencia ética. Adicionalmente, dicha convergencia resulta incongruente con el objetivo formal de uno y otro. Porque mientras el citado premio es un impulsor del conocimiento, el capitalismo es un modo de transacción económica.

Dos realidades de suyo disimiles, puesto que el conocimiento no es una mercancía. Aunque de hecho pueda percibirse y manejarse como si lo fuera cuando prevalece una conducta “económicamente orientada” (Weber, 2014, p.46). Con todo y ello, el Nobel no encaja bien mal con la economía. No siendo lo más conveniente para su imagen la tendencia capitalista a trasgredir la esencia del conocimiento como expansor de la conciencia a fin de reducirlo a la condición de mero objeto de intercambio. Un fenómeno presente sucede con demasiada regularidad debido a las presiones de los grandes consorcios empresariales, avocados a operar multinacionalmente a fin de privilegiar sus premisas sobre cualquiera valoración ética personal, grupal o comunitaria.

Conclusiones

El tratamiento de la ciencia a partir de dos perspectivas radicalmente diferenciadas como resultado de la influencia del sistema económico capitalista privilegiador del interés corporativo trasnacional, no es ciertamente la única circunstancia comprometida en la deficiente representación de la academia en el premio Nobel de lo científico, pero si es lo suficientemente relevante como para clarificar las principales líneas de convergencia concernidas en la comprensión de dicha deficiencia no como un evento aislado sino como un acto global, y por ende, de una clase que rebasa la especificidad de su espacio de ocurrencia y de sus objetivos.

Al encontrarse el mismo enlazado a otros territorios y a otros propósitos. Es prácticamente como una superposición de propensiones a partir de la cual hay no tanto un interés común como una coincidencia de intereses. Discursivamente el premio Nobel pretende mantener el cumplimiento de la voluntad testamentaria del hombre suministrador del capital para el establecimiento del Nobel, pero la realidad es que en la práctica existen intereses particulares poco o nada relacionados con ese objetivo original.

En donde, no prevalece un espíritu de enriquecimiento mutuo desde la conjunción de saberes provenientes de las distintas disciplinas científicas sino la homogenización ideológica teniendo como elemento común la exclusión-discriminación. En ese mar está inmersa la celebración anual de los Nobel. Laureando a unos y descartando a otros. Con ello, la academia queda cernida. A partir de un manejo que impide materializar la unidad fundamental de toda clase de conocimiento y crea un símbolo del poder elitista intrínsecamente dirigido a la imposición de disposiciones faccionalistas limitantes de la conjugación de las distintas visiones del mundo. Ello, en definitiva, no puede concebirse como el escenario más deseable para la especie humana.

Los esquemas mentales y comportamentales del hombre no pueden restringirse a coordenadas tan estrechas como las impuestas por la exclusiva procuración de la ganancia. Eso es algo lamentable y totalmente injustificado dada nuestra energía y capacidad individual y colectiva. Por lo tanto es cada vez más tangible la necesidad de convocar a la unidad antes que a la fragmentariedad de saberes, la identificación social y no la distinción.

En el eje de ideas suscrito, no puede menos que denotarse la conveniencia de hacer que el Nobel adquiera una mayor representación de las ciencias en general a fin no de cernir sino de cohesionar, siendo lo único privilegiable el espíritu unitario concitador de la mancomunidad de visiones e intereses. Ciertamente hay un primer paso con la inclusión de la ciencia económica, pero éste debe completarse con la obra distribuyendo equitativamente dicho reconocimiento entre las vertientes de estudio científico de la naturaleza y de la sociedad.

Eso establecería una pauta de equilibrio positiva en distintos niveles. Al Nobel, le proporcionaría un estatus más legítimo en términos del tratamiento imparcial de las distintas fuentes de conocimiento. A la academia, le permitiría salvaguardar el sentido de cuerpo que debe caracterizarla. Y para la especie, entrañaría un signo de esperanza en relación a la capacidad de adecuación y mejora del hombre, de sus interacciones sociales, y del tipo de instituciones creadas por el mismo y del impacto derivado de las mismas en el ámbito internacional.

Es innegable, la expectativa planteada no es sencilla de realizar, como en toda iniciativa, hay intereses afectados, sin embargo, dado lo trascendente de los beneficios obtenibles con ello puede justificarse ampliamente su ejecución. Y en realidad, redondear el radio de reconocimiento del Nobel sería la manera más plena de cumplimentar el designio filantrópico original de Nobel, una aspiración patentizadora del ideal de hacer de este mundo un sitio más digno de habitarse a partir del apoyo y reconocimiento de los individuos capaces de no claudicar en sus empeños, consiguiendo logros que parecían imposibles y cuya materialización no hizo sino constatar las extraordinarias facultades de la especie antrópica.

Una proeza del espíritu efectuada tanto por sujetos afiliados a las ciencias naturales como a las sociales. Las evidencias están ahí. No es sensato mantener por más tiempo la óptica reduccionista del Nobel que, lejos de contribuir a la consecución de un estado de cosas cognitivamente razonable, alienta conductas de exclusivismo e intolerancia contrarias a la inteligencia superior que teóricamente avala la calidad de Sapiens Sapiens.

Notas

1 Además, como es de dominio público, se maneja la especulación de que dicha decisión por parte de Nobel obedeció en realidad a motivos sentimentales, si bien no existen pruebas confirmatorias al respecto

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