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Depósito Legal: pp 200402ZU1627 ISSN:1690-7582
Universidad del Zulia
Facultad de Humanidades y Educación Centro de Investigación de la Comunicación y la Información
(CICI)
Maracaibo - Venezuela
Volumen 18 No. 2 Julio - Diciembre 2021
QUÓRUM ACADÉMICO
Vol. 18 Nº 2, Julio-Diciembre 2021. Pp. 79-106
Universidad del Zulia
Vivian Romeu1
El objetivo de este texto es reflexionar teóricamente sobre el papel de lo comunicativo en la constitución histórica de lo social; en ese sentido, se trata de un artículo de reflexión teórica que metodológicamente opera a través de la revisión documental. Teóricamente, parte de la reunión entre la propuesta epistemológica sobre el dinamismo intrínseco de la realidad social de Zemelman y la propuesta bio-fenomenológica de la comunicación que desarrolla la autora de este texto al hacer de la comunicación su instancia de movimiento. Las conclusiones a las que se arriban es que lo comunicativo configura el dinamismo de la realidad social, lo que resulta relevante para las ciencias sociales al incorporar la dimension del sentido vía la comunicación en sus análisis a partir del modelo dialéctico sobre la realidad social que se ampara en la propuesta de la epistemología crítica.
Recibido: Agosto 2021 – Aceptado: Septiembre 2021
Universidad Autónoma de México. Licenciatura en Historia por la Universidad de la Habana.
Maestría en Estudios Humanísticos con especialidad en Filosofía. Doctorado en Comunicación por
la Universidad de La Habana, Cuba. Correo: vromeu.romeu@gmail.com
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Subject, meaning and society. The role of communicative dynamics in the historical analysis of the social
The objective of this text is to reflect theoretically on the role of the communicative in the historical constitution of the social; In this sense, it is a theoretical article that methodologically operates through documentary review. Theoretically, is is part of the meeting between the Zemelman’s epistemological proposal on the intrinsic dynamism of social reality and the bio-phenomenological proposal of communication that the autor of this text develops when making communicationhr instance for movement. The conclusions reached is that the communicative configures the dynamism of social reality, which is relevant for the social sciences by incorporating the dimensión of meaning via communication in ther analyzes based on the dialectical model of social reality that is protects the proposal of critical epistemology.
A pesar de Weber (2002), y del legado hermenéutico-constructivista en las ciencias sociales, el sujeto sigue siendo un pendiente. Esto se debe, fundamentalmente, a dos factores:
El enfoque racional/simbólico de este legado, que deja por fuera una concepción de lo humano mucho más vasta y compleja en función de su actividad afectivo-cognitiva, la cual impacta de forma relevante en su entendimiento del mundo y su acción en él.
La ausencia de una dimensión histórica en la comprensión de lo social, que invalida una concepción del sujeto como sujeto histórico, y en ese sentido, como sujeto constructor y transformador de su propia realidad, precisamente a partir de la estructura de sentido que se configura desde la relación afectivo-cognitiva del ser humano con el amplio mundo interior y exterior que habita.
En las ciencias sociales, es la ausencia de ese sujeto de la historia, el sujeto histórico, lo que a nuestro juicio cancela además un acercamiento efectivo a la articulación estructura-agencia2, todavía hoy en debate. En aras de complementar estos enfoques3, el falso dilema entre el holismo y el individualismo metodológico, así como la errónea manera de entender lo racional desde este último, ha puesto sobre la mesa la necesidad de atender la dimensión fenomenológica o experiencial de todo acto humano, a través de sus aspectos psicológicos y emocionales, sin que ello incida hasta el momento con notoriedad en la comprensión del papel de esa relación afectivo-cognitiva en la configuración de significados o redes de significados que contribuyen a dar forma y contenido a las relaciones sociales que gestan sociedad.
Por esa razón, este texto busca consolidar una línea de trabajo que se viene perfilando poco a poco en las ciencias sociales, de la mano de las neurociencias y la psicología cognitiva, con el propósito de dotar a los significados4 de una relevancia cabal en la actuación social humana. De hecho, aquí se sostiene que las ciencias sociales están ya experimentando la necesidad de asumir los significados como eje de un modelo de análisis comprensivo de lo social en el entendido de que ellos configuran estructuras de sentido o significación que sirven de base y referencia para el pensar y el actuar humano tanto a nivel individual como social y colectivo.
La relación estructura-agencia, configura uno de los temas más acuciosos en las ciencias sociales, y aunque es una de los temas que puede verse beneficiado con la reflexión que aquí proponemos, no interesa en este texto desarrollarlo aunque no es posible negar que dicha reflexión se inscribe en su interior. Acá más bien pretendemos reflexionar sobre el papel de lo comunicativo (haciendo énfasis en la construcción-proyección de significados) en la agencia humana, y en concreto en lo que respecta a la manera en que esto participa en la dinámica social. Sin embargo, como partimos del concepto de realidad social que se desarrolla desde un punto de vista dialéctico en la epistemología crítica, es este concepto el que a través de la categoría dado-dándose habilita la relación estructura- agencia a partir de entender a la agencia como aquella que se moviliza desde la estructura en función de su transformación. Para mayor información sobre el dado-dándose zemelmaniano recomendamos la consulta de los textos del autor referidos en la bibliografía de este trabajo.
A pesar del antecedente de los estudios sensoriales y el llamado giro afectivo en la antropología y a su amparo en la sociología de las emociones, poco se han incorporado estos desarrollos al grueso de las investigaciones y reflexiones en el análisis social. Desde una concepción distinta, pero igualmente centrada en el núcleo de significados como núcleo de la acción, se encuentran los desarrollos recientes de la sociología pragmatista francesa.
El concepto “significado” en este texto resulta equivalente al más abstracto “estructura de sentido”, o como lo veremos más adelante, el de “estructura parametral”. En ese sentido, para los fines de este trabajo, el concepto “significado” constituye una esquematización nominativa de la idea que encierra. Esto es: la impronta cognitiva del concepto “significado” permite entenderlo como resultado de un proceso de construcción y asignación de sentido mucho más complejo que la denotación intrínseca que lo define. En el apartado segundo de este texto ofrecemos una definición más clara al respecto.
Para el análisis social, esto supone a los significados como marcos de sentido construidos desde la experiencia histórica, y a la experiencia histórica como instancia para la comprensión de lo social en su propia constitución, lo que resulta absolutamente relevante, toda vez que comprender cómo se constituye históricamente la sociedad permite entenderla en su concreción real, al tiempo que posibilita su intervención y transformación.
En este contexto, aquí se propone que el análisis de los fenómenos comunicativos —que son esencialmente fenómenos desde los que se manifiesta o expresa (en términos de significado) la experiencia— constituyen la llave de acceso a la complejidad y vastedad de la experiencia histórica de los sujetos sociales y de los significados construidos desde ella. Esto en el sentido de que la comunicación —como acción de proyección de significados vía el discurso, tal como lo expone Romeu (2019)— constituye la instancia donde estos significados se colocan en el ámbito “público”5 que es desde donde se disputan socialmente. Es en esta disputa donde se reproducen o transforman los marcos de sentido que dan origen a una realidad determinada, de lo que se deduce que el o los significados resultantes de la disputa contribuyen a determinar dinámicamente la forma y el contenido de la realidad social.
Así, parece claro afirmar que la constitución histórica de la realidad social acusa su razón de ser al interior de un proceso dinámico que invita a pensarla desde el papel que juegan los significados —y la comunicación como mecanismo para su expresión— en su intrínseco movimiento; sin embargo, esto entra en contradicción con la concepción estática de sociedad que se organiza alrededor de la idea de “hecho social”. Por eso, para contrarrestar esta concepción, en este texto se parte de la crítica que hiciera al respecto el paradigma de la epistemología crítica al poner el acento en el papel de los significados en la configuración de la dinámica social; por lo que es esto lo que conformará el contenido del primer apartado de este trabajo.
En un segundo apartado, se hará énfasis en la propuesta bio-histórica y fenomenológica de la comunicación construida por la autora de este texto con el objetivo de asentar una concepción también dinámica e histórica de los procesos comunicativos y su papel como escenario metodológico para el análisis comprensivo de la realidad social. Por último, en un tercer apartado, sintetizamos los criterios que consideramos más importantes en la construcción de un modelo de análisis comprensivo de lo social a partir
Entendemos el ámbito “público” como lo exterior al sujeto. No hay una referencia política al término en este texto.
del estudio de la comunicación, en cuya centralidad se sitúan precisamente los significados como bisagra que permite articular fenomenológicamente al sujeto y a la sociedad que se configura históricamente gracias a su acción.
La realidad social, o eso que conocemos como sociedad, parece un “hecho”, pero no lo es. En ello incide no sólo la naturaleza de nuestra percepción consciente y natural, sino también —y sobre todo— el peso de lo evidente (las estructuras sociales, la acción de los sujetos) sobre lo no evidente e inobservable (eso que articula la relación estructura-acción) que es lo que aquí se ha definido genéricamente como significados. Por eso cuando la realidad social se concibe como un “hecho” se abona a una concepción epistemológica y metodológica que privilegia lo evidente sobre lo inobservable, lo que resulta incorrecto e insuficiente porque lo evidente permite entender el funcionamiento de la sociedad en un momento dado, pero nunca su constitución histórica, o sea, su concreción real como realidad a partir del escenario de posibilidades / no posibilidades que tienen lugar en el presente y que es lo que resulta inobservable en tanto la observación tiene lugar allí donde ciertas posibilidades son dadas y concretadas, no donde otras se descartan.
Como bien señalan Zemelman (1997, 2009) y De la Garza (2001, 2009), lo anterior no sólo acota la potencialidad heurística de la comprensión de la realidad social para intervenirla a través de la construcción de ámbitos de acción posibles y deseables6, sino que implica una incorrección epistemológica sobre la sociedad que impide comprender los procesos de construcción, asignación y disputa de los significados que intervienen en su constitución histórica y de donde emana el estatuto dinámico de lo social. Por eso, se puede decir que estos procesos son, por su propia naturaleza, dinámicos y, en ese sentido, responsables del movimiento intrínseco de la realidad social, que la idea de “hecho” no tiene en cuenta.
La extendida noción durkhemiana de sociedad como un hecho dado no permite aprehender el “ser-estar ocurriendo” de la realidad social que sólo tiene lugar al amparo de la dinámica histórica o procesual desde la que se
Esto está estrechamente relacionado con la dimensión política de la tarea científica, aspecto capital de la epistemología crítica zemelmaniana que, no obstante, no será abordado aquí. Para una mayor información al respecto se recomienda la consulta de Historia y autonomía en el sujeto, 2004 (en https://www.youtube.com/watch?v=tIrKmPZC5j4 y Racionalidad y ciencias sociales, revista Anthropos 45, 1994.
constituye. Así lo entiende la epistemología crítica latinoamericana, de la mano de Hugo Zemelman (2009), quien asume a la historia como condición fundamental para una ontología de lo social en tanto capaz de explicarla y comprenderla desde su movimiento intrínsecamente constituyente. Es este dinamismo intrínseco lo que habilita la idea de la realidad como algo “dándose” o “teniendo lugar”, que es lo que permite postular a la realidad social como potencialmente inédita, nueva.
A partir de lo anterior parece claro que la epistemología crítica hace depender la constitución histórica de la realidad social de su intrínseco movimiento, y a éste como parte insoslayable de la acción social, cuyos ingredientes fundamentales (actores, circunstancias y significados, de acuerdo con De la Garza (2001, 2009, 2018)) se entrelazan en una interrelación que no está dada de antemano; de ahí que el margen de azar que interviene en la interacción resultante ofrezca la posibilidad de pensar dicha interacción como inédita.
En ese sentido, si se asume con Simmel (2014) que la sociedad es el conjunto de interacciones entre los individuos o actores sociales, parece claro que concebir a las interacciones sociales como interacciones potencialmente inéditas facilita comprender lo inédito de la realidad social que a través de dichas interacciones se configura. Es esto lo que permite a Zemelman (s/f-a) postular que la realidad social se constituye como un presente inacabado, indeterminado, ya que es procesual e incierto; de manera que el estatuto de objetividad de la realidad social se arropa en la idea de movimiento como resultado de interacciones dinámicas y esencialmente imprevisibles de los actores sociales con las estructuras sociales y también entre los actores sociales mismos.
Al respecto, hay que tener en cuenta que los actores sociales no son completamente autónomos en su acción, ya que no sólo están condicionados socio-históricamente por el constreñimiento de su posición como sujetos en el orden social, sino también —y sobre todo— a nivel simbólico-cultural. En ese sentido, tal y como advierte Zemelman (2009), la agencia siempre está acotada al parámetro como marco histórico e intersubjetivo de referencias y certezas culturales, de manera que la naturaleza transformable del parámetro sugiere la idea de un universo de sentido que se fragua —tanto para su reproducción como para su transformación— en la lucha cotidiana por el poder simbólico, es decir, por la legitimidad del significado social. Esta lucha es, además, una forma de constitución de los actores sociales.
A partir de lo anterior es posible advertir que el núcleo de las relaciones sociales se encuentra relacionado con la manera en que los actores sociales se vinculan históricamente con el parámetro7. De hecho, es posible afirmar que los procesos de transformación social se hallan correlacionados con aquellos vinculados a la transformación del parámetro, de manera que concebir la realidad social como algo dado o consumado impide la visibilización del estatuto dinámico que configura su naturaleza ontológica al interior de los procesos históricos, lo que en nuestra opinión plantea una dificultad intrínseca para pensar cómo es posible la sociedad.
La realidad social es una totalidad concreta, compleja, inacabada e incluso contradictoria, tal como lo expone Zemelman (1987, 1997, 2009), donde se dan cita todas las posibilidades históricas susceptibles de cristalizarse, aunque solo en su interrelación algunas de estas posibilidades sean las que terminen por configurarla. Por eso es que al sustituir la concepción de “hecho social” —epistemológicamente acabada y metodológicamente observable— por la de “horizonte”, epistemológicamente abierta, procesual y configuracional, y metodológicamente problemática debido a la dificultad que entraña aprehender su movimiento constante, la epistemología crítica se enfoca en el componente histórico de su constitución, único desde el que puede hacerse visible la idea de proceso y movimiento8.
Así, es posible afirmar que la realidad social emerge de su propio movimiento, inscrito en los vaivenes de la vida misma, la imprevisibilidad, la incertidumbre, el azar y el caos, que son aspectos en los que se implica la voluntad y el libre albedrío de los actores sociales, objetivados a su vez a través de la agencia del sujeto. De esta manera, se puede decir que los actores sociales si bien actúan orientados y —hasta cierto punto, también motivados— por las estructuras sociales, también lo hacen por su propio deseo o voluntad; esto es: por el deseo potencialmente autónomo que explica el margen de libertad de toda agencia en tanto configura el germen
En ese sentido, la apuesta de Zemelman se conecta más bien con los desarrollos de la Psicología Social, concretamente a través del concepto de representaciones sociales de Serge Moscovici y el modelo explicativo en torno a su funcionamiento, propuesto, entre otros, por Denisse Jodelet y Jean Claude Abric; y más recientemente, con el modelo de la Psicología Crítica propuesto por Olé Dreier, desde el cual se postula la relación indivisible entre sujeto y práctica social precisamente a raíz de las estructuras de sentido. Para una mayor información al respecto, se recomienda la consulta del trabajo de estos autores.
Es importante tener en cuenta que el componente histórico de toda realidad social no refiere al pasado como lo remoto inaccesible, sino más bien al dinamismo del presente como concreción histórica posible de lo real; así, lo real fragua históricamente, o sea, “se configura configurándose”.
de la experiencia de la que emergen los significados que orientan la acción del sujeto.
Así entendidos, los significados en este trabajo no deben entenderse simplemente como lo que algo significa, sino más bien como la lógica cognitiva de la significación en tanto resultado de los procesos perceptivo- interpretativos propios de nuestra condición de existencia como seres vivos. Para el caso social que nos ocupa, los significados son en esencia marcos históricos de sentido; o como Zemelman (2009) señala “estructuras parametrales” de la acción.
Para este autor, las estructuras parametrales o parámetros son una especie de superestructuras (a lo Marx, pero a la inversa) que permiten la concreción de los procesos históricos, en tanto contenidos de la consciencia histórica intersubjetiva referida por Zemelman (2009). Por ello no son propiamente esquemas conceptuales, sino marcos de referencia colectivos que se imbrican en lógicas cognitivas concretas desde las que se organizan, social e históricamente, los significados sobre la realidad. Estas lógicas cognitivas constituyen mediaciones simbólicas de representación y autorrepresentación, cuya incidencia en la dinámica configurativa de la realidad social se explica en función de la correlación socio-histórica de fuerzas entre los actores sociales, de la que depende a su vez su perpetuación o su transformación.
Así, las estructuras parametrales se conforman como “atmósferas” o “lógicas” de sensibilidad y racionalidad que se concretan, en ocasiones, en significados más o menos claros para los sujetos, quienes son también constituidos históricamente por ellos. Esa es la razón por la que es posible afirmar junto a Quintar (2009) a propósito del pensamiento de Zemelman, que la realidad social es una “estructura estructurándose” de forma constante e imprevisible, ya que resulta dependiente en su esencia de la acción e interacción entre los actores sociales siempre articuladas desde la lógica de significado que le subyace, que es a su vez potencialmente cambiante.
Como dijera Zemelman (2009), esta forma de ver la realidad social instala un sentido de la realidad como coyuntura que resulta también instancia para la construcción de los objetos y sujetos al interior de la historia. Por eso, la historia es para el autor una construcción siempre inacabada de lo posible con forma y contenido concreto; es decir, un mecanismo de emergencia de las posibilidades contenidas en la coyuntura que, desde sus diferentes modalidades a través de la praxis social, le imprime una determinada direccionalidad de movimiento.
Se trata de posicionar conceptualmente a la realidad social como una estructura abierta, hecha de intervenciones constantes y siempre susceptible de transformación.Así, el sujeto se coloca frente al mundo para construir ámbitos posibles de acción desde su propio existir histórico, el cual es motivado y orientado a su vez por los procesos de construcción y asignación de sentido o significado que tienen lugar desde la misma experiencia histórica de colocación.
Como bien sugiere De la Garza (2009: 28), se trata de entender al significado como mediador entre lo objetivado y la acción, lo que apunta a asumir a dicho significado como marco de referencia para la acción del sujeto que además se actualiza a su vez en la acción misma.
Como se puede inferir, lo que propone la epistemología crítica es entender al significado como base o soporte de la acción social constructora de la realidad social, lo que implica que el análisis y comprensión de lo social debe pasar necesariamente por el análisis y comprensión de los significados en los que se asienta dicha acción, que es lo mismo que indagar en la construcción y uso de las estructuras parametrales diferenciadas y asimétricas a través de los sujetos involucrados en la acción histórica, es decir, en un tiempo-espacio determinado. Esto, no obstante, no aparece desarrollado en la epistemología crítica zemelmaniana, sino sólo descrito.
En este texto, se ofrece una solución teórica desde lo comunicativo en torno al tratamiento de los significados como elemento constitutivo del dinamismo social, aunque para ello se hace necesario apostar por una nueva epistemología de la comunicación donde los sujetos tengan un papel preponderante —hoy invisible— en la explicación del fenómeno comunicativo en cuestión. Por eso es que desde nuestro punto de vista, lo que hace a lo comunicativo insertarse en la propuesta zemelmaniana sobre la realidad social constituye una apuesta que, metodológicamente, resulta necesaria abordar desde la inter o la transdisciplina en tanto lo comunicativo deberá entenderse como lo que se halla atravesado por el discurso, que es el vehículo natural —tanto en su acepción de práctica como de texto9 — para la proyección de significados vía la comunicación. Es en ese sentido que nuestra propuesta apunta a los fenómenos comunicativos, ya que es precisamente por medio de la comunicación que los sujetos proyectan sus significados a través del discurso y los hacen accesibles a los otros sujetos
Una clara referencia al discurso en su vertiente de práctica y texto es posible encontrarla en "Las materialidades discursivas: un problema interdisciplinario", de Julieta Haidar, publicado en 1992 por la revista Alfa 36, pp. 139-147.
no sólo en aras de un posible entendimiento, sino —y sobre todo— en función de la posibilidad de disputarlos socialmente. Esta disputa es el punto de partida para la configuración de la acción donde el movimiento de la realidad social se implica.
Desde el campo de estudios sobre la comunicación, esta se ha entendido bien como un mecanismo de envío y reenvío de información, bien como un mecanismo de socialización a partir de lo anterior; por ello, actualmente, la clave del concepto de comunicación pasa por la comprensión de la comunicación como interacción tanto como por la comprensión de la comunicación como información. Sin embargo, como hemos argumentado en otros trabajos (Romeu, 2018a; 2018b; 2019) pensar la comunicación desde la información suele admitir que comunicar es una acción desvinculada de la información que comunica, básicamente porque se entiende a la información como una magnitud externa, ajena al sujeto que comunica, y a la comunicación como una acción que manipula esa información para lograr ciertos efectos en los demás: de ahí, también, que la idea de la comunicación como interacción se perciba como el efecto o impacto que el intercambio de información tiene en los demás.
A grandes rasgos, se podría decir que esto es lo que subyace centralmente en el campo de estudios sobre la comunicación acerca del concepto de comunicación. Se trata de un concepto que encuentra raíces en la sociología, concretamente en la sociología funcionalista, crítica y culturalista, y que en esencia postula a la comunicación como acción10 pero como una acción esencialmente informativa. Así vista, comunicar es informar e informar es interactuar. Esta es la fórmula epistemológica en la que se asientan mayormente los estudios sobre la comunicación, sobre todo haciendo eco erróneamente en los medios (por demás, eje del surgimiento y consolidación institucional del campo) como instancia por excelencia de lo comunicativo.
Esta apuesta del campo a favor de los medios ha permitido en los hechos que el estudio de los medios desde la comunicación desplace el estudio del sujeto de la comunicación —y con ello al proceso de construcción y despliegue expresivo de significados—, mientras que la impronta sociológica
Aquí también se halla toda la tradición filosófica en torno a la comunicación de estirpe habermasiana que el campo mayormente desestima. En este trabajo, se ha omitido debido a la impronta normativa de este enfoque que no resulta relevante para los propósitos que nos hemos trazado
de la que nace y bebe el campo alimenta una noción de sujeto racional, estratégico y consciente de la comunicación, cuyos significados son sólo construidos socioculturalmente, que la realidad cotidiana se encarga de desmentir a pesar de todo.
A nuestro entender, lo anterior se halla en la base de las serias críticas que teóricos e investigadores, dentro y fuera del campo11, han realizado en torno a la debilidad conceptual y epistemológica de esta área y su consabido impacto en la ausencia de su objeto de estudio. De la misma manera, lo anterior explica la indecisión y confusión que aún persiste acerca de si la comunicación debe inscribirse en el bloque de las humanidades o en el de las ciencias sociales.
Precisamente, la apuesta epistemológica sobre la comunicación que aquí se sintetiza y que ha sido referida en extenso en trabajos anteriores (Romeu, 2018a; 2019d) permite insertar a la comunicación en el ámbito de las ciencias sociales, aunque desde una perspectiva transdisciplinar que tiene como fundamento al sujeto, pero no sólo al sujeto concebido desde el punto de vista social y cultural —que es en esencia como se le concibe en el campo de estudios de la comunicación debido, básicamente,a la impronta sociológica de su emergencia como campo—, sino más bien articulando el enfoque sociocultural sobre el sujeto con las perspectivas teóricas que recientemente se han abierto en el campo de la neurobiología, la fenomenología y la psicología cognitiva.
Es, precisamente, la síntesis de este encuentro transdisciplinar lo que pretendemos referir en este apartado, con el objetivo de visibilizar lo comunicativo desde una postura ajena conceptual y epistemológicamente a la centralidad de los medios. Se pretende más bien configurar un acercamiento epistemológico al fenómeno comunicativo desde la posición del sujeto, es decir, desde una perspectiva que lo recupere como central
Se pueden citar los siguientes trabajos como muestra de estas críticas: Berger, C.; Rolof, M.; Roskos- Ewoldsen, D. (2010). What is communication science?. Handbook of Communication Science: (pp. 3-20). Los Angeles, London, New Delhi, Singapore, Washingtong: Sage Publications; Chaffee, S.
H. (2009). Thinking about theory. En Stacks, D. W. & Salwen, M. B. (Eds.), An integrated approach to communication theory and research: (pp. 13-29). New York: Routledge; Donsbach, W. (2006). The Identity of Communication Research. Journal of Communication, 56(3), 437-448; Peters, J. D. (2014). Hablar al aire. Una historia sobre la idea de la comunicación. México: Fondo de Cultura Económica; Sanders, R. E. (1989). The Breadth of Communication Research and the Parameters of Communication Theory. En King, S. (Ed.), Human Communication as a Field of Study: (pp. 221- 231). New York: State University of New York Press; Swanson D. L. (1993). Fragmentation, the Field, and the Future. Journal of Communication, 43(4), 163-173; Vidales, C. (2011). El relativismo teórico en comunicación. Entre la comunicación como principio explicativo y la comunicación como disciplina práctica. Comunicación y Sociedad, Nueva Época, 16, 11-45, Universidad de Guadalajara
o constitutivo de la comunicación a partir de entender a la comunicación como un comportamiento, por medio del cual se expresan significados, pues es ello lo que posibilita pensar lo comunicativo como lo que fomenta y fundamenta el movimiento de la realidad social —esencia del planteamiento zemelmaniano sobre el dinamismo histórico de lo social— a través de concebirlo como ámbito de expresión de los significados que los propios sujetos construyen en su experiencia de vida individual y social.
De esa manera, lo que referimos a continuación busca explicar al sujeto de la comunicación como un sujeto de la experiencia, lo que implica a su vez entender las maneras en que ocurre la experiencia en tanto proceso y mecanismo cognitivo del ser que vive y gestiona su vida tanto individual como socialmente.
Por lo anterior, en este trabajo la comunicación se concibe como un fenómeno de la vida que se configura como comportamiento (Romeu, 2018a), o sea, como una acción con sentido, tal y como definen al comportamiento Galarsi et al. (2011). El comportamiento comunicativo es una acción con sentido porque proyecta significados hacia fuera, o sea, hacia el ámbito “público”, poniéndolos a disposición del otro para su potencial y eventual disputa.
A este comportamiento comunicativo y el acto en el que se concreta los entendemos en términos de expresión, ya que como señalan Ander-Egg y Aguilar (1985), la expresión es un “sacar hacia fuera” los significados; es decir: es un acto de exteriorización de los significados a través del cual el sujeto se proyecta, lo que guarda relación con la propuesta de Ferrater Mora (1964), para quien la expresión configura una actividad subjetiva que tiñe de subjetividad cualquier contenido y fenomenológicamente se traduce en vivencia, o sea, en experiencia —sentida y/o pensada— del sujeto en cuestión.
Así entendida, en tanto proyección, la comunicación como comportamiento y acto expresivo constituye el final de un proceso más amplio, fenomenológico esencialmente, que implica al sujeto comunicante y a los significados que comunica, por lo que puede afirmarse que no hay comunicación o expresión sin sujeto ni significados. En ese sentido, se hace necesario entender de dónde provienen los significados, es decir, cómo son construidos; pues de ello depende en gran parte cómo son proyectados, que es la acción que consideramos propiamente comunicativa, imposible de entenderse a cabalidad sin entender el trasfondo neurobiológico, psicológico y fenomenológico que le precede.
De acuerdo con JOnas (2017), el sujeto humano, como cualquier otro ser vivo, opera en el mundo gestionando su adaptación y sobrevivencia. Esta gestión se realiza a través de una especie de acoplamiento del sujeto al entorno, la cual es reseñada por Maturana & Varela (2009) y Di Paolo (2009, 2015) que es de tipo cognitivo.
Los teóricos de la Nueva Ciencia Cognitiva, también llamados enactistas, señalan al respecto que los procesos de adaptación y sobrevivencia involucran a la cognición en todos los niveles de la vida a través del mecanismo de la búsqueda del sentido que, en palabras de Di Paolo (2015) es el que permite postular a la actividad perceptivo-cognitiva como aquella que permite la adaptación y la sobrevivencia tal como lo señalan Weber y Varela (2002).
Al respecto Di Paolo (2009) plantea que el agente vivo es un sistema autodefinido que regula su acople significando el mundo, lo que revela la inseparabilidad de la acción y la percepción en la cognición vivida, experienciada, y el pasaje fundamental entre el significado construido y la acción.
En el caso del comportamiento comunicativo —que es un comportamiento que se inscribe en el orden del “decir”, o sea, en el ámbito de la proyección de significados a través de una multiplicidad de signos y/o símbolos en el discurso (Romeu, 2018, 2019b)—, damos cuenta de una acción con sentido a la que le subyace una motivación genérica12 e intrínseca: hacer “público” los significados sobre los cuales se asienta el sistema de referencias del mundo del sujeto, poniendo así en marcha el despliegue de dicho sistema, el cual a su vez se actualiza al interior de la propia dinámica interactiva.
El caso del comportamiento comunicativo es uno también involucrado en los procesos de adaptación y sobrevivencia13, pues a través de él el sujeto configura una relación de socialidad con el mundo, mediante la cual se acopla a él. Esta relación de socialidad no tiene previamente fijada ni
Esta motivación genérica comulga con la existencia de otras motivaciones concretas. Teniendo en cuenta que las motivaciones concretas impregnan de vida al sujeto a la manera de un impulso vital o deseo que oscila, en función de su desarrollo mental e intención, entre la pulsión inconsciente y la instrumentalidad estratégica, parece evidente que la motivación concreta precisa de algún tipo de información o conocimiento para conducir con éxito la actuación del sujeto. Si esto falla la motivación pierde foco, con el consecuente potencial fracaso de un acoplamiento efectivo o de una relación de socialidad exitosa, por lo que es bastante posible que la propia actuación del sujeto así como su propia identidad-autonomía y eventualmente su sobrevivencia, puedan quedar comprometidas (Maturana y Varela, 2009; Di Paolo, 2009; 2015).
Una clara referencia a esto se encuentra referido en el trabajo de la autora Comunication and Evolution, en An introduction to cybersemiotics (Soren Brier y Carlos Vidales, coord.), Estados Unidos, Editorial Springer, 2021.
su forma ni su contenido pues ambos elementos más bien obedecen a la motivación (deseo) e interés (fines estratégicos) del sujeto en el momento de relacionarse expresivamente con el mundo, es decir, de relacionarse proyectando en él los significados previamente construidos porque dicha proyección establece una relación de sentido específica con dicho mundo que se soporta a su vez en la lógica cognitiva inscrita en dicha proyección.
Esta relación de sentido se organiza en tres niveles: el nivel neurobiológico en el que intervienen las capacidades y habilidades mentales del sujeto, el nivel psicológico donde se configuran el deseo/motivación del sujeto con aquello que se relaciona, y por último, el nivel fenomenológico que tiene lugar en la experiencia. En este último se imbrican la organización neurobiológica y psicológica a través de la experiencia concreta del sujeto con un trozo particular del mundo, en unas condiciones de motivación y relación específicas.
De lo anterior, se infiere que la experiencia constituye el escenario por excelencia para la construcción de significados y, tal como lo expone Merleau-Ponty (2002), como toda experiencia es concreta, sensible e intuitiva, en perspectiva de primera persona e intencionadamente14 orientada, tiene un carácter de implicación con el mundo, tal como lo señalan Gallagher y Zahavi (2013), quienes refieren que al estar vinculada al cuerpo sirve primariamente a la acción. Ello permite entender que el objeto percibido desde la experiencia siempre está formando parte de un campo o entorno desde donde se vincula con los proyectos e intereses particulares del individuo que percibe, dotando así a la experiencia de sentido, de significación.
A partir de lo anterior, parece claro que los significados no están en las cosas, sino que son construcciones subjetivas e intersubjetivas que se implican a su vez en la constitución biográfica e histórica del sujeto y en su intencionalidad; de ahí que la expresión comunicativa sea siempre, y en toda circunstancia, la expresión de un estado concreto del sujeto, entendiendo
Aquí tomamos la distinción que se hace desde la fenomenología entre intención e intencionalidad, que deriva en los términos intencional e intencionado respectivamente. En el caso de la intención, lo intencional se revela de forma consciente; en el caso de la intencionalidad, lo intencionado se asume como una intención de forma inconsciente. Para la fenomenología, la intencionalidad es parte de la vida, del propio existir, de manera que nunca está ausente, mientras que lo no intencional puede o no tener lugar. Para una mayor información se recomienda el texto de Benito Arias La intencionalidad operante en Merleau-Ponty, 1997 y la obra de Shaun Gallagher y Dan Zahavi, referida en la bibliografía de este trabajo.
por estado la condición subjetiva del sujeto al momento de la expresión en función de la motivación que le induce a la expresión en cuestión15.
De esa manera, es posible sostener que la expresión o comunicación constituye el “mostramiento” de un estado que le es constitutivo al sujeto en el momento específico de expresar(se) en tanto le demanda la proyección de unos significados en lugar de otros y en una dirección e intensidad determinada para poder responder a aquello que activa o motiva su comportamiento en el orden del “decir” (Romeu, 2018), que es a su vez parte de lo que le otorga la fuerza intrínseca para disputarlos socialmente.
Hay que tener en cuenta que la proyección de estos significados se hace a través de signos y símbolos16 al interior del discurso —que es donde la comunicación se realiza—, por lo que el discurso se erige metodológicamente como el ámbito de la observación de dicha proyección. El discurso se visibiliza, así, como la forma y el contenido que adquiere la reacción o respuesta expresiva del sujeto que le demanda la relación de socialidad que establece con el mundo físico (naturaleza), el mundo social (los otros sujetos) y el mundo cultural (los símbolos, creencias, costumbres, etc.); estos dos últimos universos de interacción figuran socialmente como entornos en los que el sujeto humano mayormente actúa e interactúa de forma expresiva o comunicativa.
Lo anterior permite afirmar que en la expresión, es precisamente la experiencia significada la que se comunica; de ahí el carácter subjetivo del comportamiento y acto expresivo que, en situaciones de interacción social, opera interrelacionando los significados que cada sujeto pone sobre la mesa en la interacción. Es esto lo que hemos llamado en otros trabajos (Romeu, 2019a, 2019d) el fenómeno de la convergencia expresiva, que describe el funcionamiento de la interacción comunicativa como una concurrencia potencialmente conflictiva entre expresiones subjetivas.
Vista así, la interacción comunicativa tiene lugar a través del fenómeno de convergencia expresiva, esto es, a través del hecho de que son los sujetos, con sus subjetividades a cuestas, los que proyectan “públicamente” ante otros sujetos sus propios significados. Como es de esperar, esto gesta un caldo de
Se trata de entender al “estado del sujeto” desde una aproximación conceptual equivalente al de las condiciones de producción y/o enunciación propia de los estudios del discurso, aunque inscribiendo de manera enfática en dichas condiciones la cuestión fenomenológica y los aspectos psicológicos y afectivos que cognitivamente configuran la experiencia desde la cual se comunica.
Enfatizamos que los signos y símbolos de la comunicación trascienden los recursos lingüísticos.
Se trata de signos y símbolos de diferentes soportes: visuales, cromáticos, figurativos, sonoros,
gestuales, espaciales, kinésicos, etc
cultivo inmejorable para el conflicto —que es la norma en comunicación, no su excepción—, ya que cada quien “habla” en la comunicación desde sus propias singularidades (que son tales en la medida en que se configuran a partir de experiencias individuales e históricas diferenciadas), garantizando con ello no sólo la emergencia de las diferencias en los procesos de construcción y asignación de sentido; sino también la posibilidad de la disputa por la legitimación, conservación y reproducción de los diferentes significados construidos.
En términos sociales, la disputa por los significados que se da en la comunicación vía la interacción comunicativa permite ir ajustando colectivamente el sistema de significados y representaciones del mundo en su vastedad (el parámetro zemelmaniano); y este ajuste o actualización de los significados es lo que asegura el movimiento de la realidad social, ya que un cambio en el parámetro implica un cambio en el despliegue de los significados y lógicas de significado que subyacen a la acción.
Así, aunque casi nunca este cambio tiene lugar de manera radical —más bien la transformación del parámetro es paulatina, asimétrica y desnivelada— el ajuste del parámetro ya se implica como acción de transformación. Es esto lo que permite postular a la comunicación como una práctica de transformación social sui géneris, por medio de la cual los sujetos proyectan hacia fuera motivadamente sus significados y los disputan en la arena social.
Esa es la razón por la que la tesis sobre la transformación del parámetro hace eco directamente con la perspectiva neurobiológica, fenomenológica e histórica que ampara la definición de la comunicación como comportamiento expresivo que aquí se ha descrito (Romeu, 2018a; 2019b, 2019d). Dicho comportamiento se instituye como una práctica de naturaleza social, pues tiende de manera natural a la socialidad a partir de la convergencia expresiva de los actos expresivos individuales por medio de los cuales, en su entrelazamiento concurrente, se refrenda la naturaleza “conversacional”17, procesual, de la interacción comunicativa posible, alrededor de la disputa en torno al parámetro.
De esta manera, la imbricación potencialmente conflictiva entre actos comunicativos individuales que tienen lugar a través de la puesta en relación entre subjetividades, refleja la forma en que fluye la información en la comunicación a través de significados o paquetes de significados y
Defendemos la idea de la comunicación social como conversación en el sentido de murmullo y bullicio. Así, el significado de “lo conversacional” busca denotar a la realidad comunicativa como flujo de información o significado cuya intensidad e incluso direccionalidad, es variable.
las lógicas afectivas y racionales que les subyacen (parámetro)18, mismas que en su conjunto, además de configurar la materia prima de la dinámica proyectiva, configuran también la atmósfera propicia para la disputa social por la legitimación y reproducción de las mismas, en tanto refiere a una disputa que se juega en el ámbito cognitivo, esto es, en el ámbito de la construcción y asignación de sentido.
Pero es importante enfatizar que el concepto de información se toma en este trabajo desde una perspectiva fenomenológica y enactista que se distancia del concepto de información como magnitud física medible e independiente del sujeto que se utiliza aún en la reflexión e investigación de la comunicación. En contraposición, para nosotros, la información se construye; es decir, es construida por el sujeto en/desde su experiencia, de manera que éste queda inserto en su construcción.
Dice Varela (1996) al respecto que la cognición revela una acción evaluativa por parte del ser perceptor que se conjuga con el modo inherente que tenemos los sujetos de percibir situadamente en función del contexto y de nuestras propias capacidades, alcances y límites senso-perceptivos. En palabras de Weber y Varela (2002), al no haber información o significado fuera de la relación de socialidad del sujeto con su entorno, el otro o su sí mismo, el sujeto construye información o conocimiento sobre el mundo, significándolo; por ello toda construcción de información o conocimiento resulta a su vez construcción de significado. Ello implica lo señalado por Varela (2005) de que conocemos aquello que nos es posible conocer, y extendiendo esta lógica a la comunicación, justo aquello que podemos conocer es lo que se significa y por tanto es también lo que se comunica.
Teniendo todo lo anterior en cuenta, en el apartado que sigue se delinean algunos de los criterios fundamentales para la construcción de un modelo analítico-comprensivo de lo social donde la comunicación, precisamente, se constituye como una dimensión relevante en el análisis de lo social en su concreción o constitución histórica.
Desde las ciencias cognitivas en lo general y la psicología cognitiva en lo particular, estos significados resultan modulados o coloreados por la articulación somático-cognitiva entre sensación, emoción y afecto (Castilla del Pino, 2010; Damasio, 2016, 2019). Desde esta perspectiva, no hay conocimiento construido por el ser humano que pueda estar ajeno o fuera de su correlato sentimental; de manera que todo saber humano es de naturaleza racional-afectiva, y sus resultados concomitantes (los significados) también lo son.
La sociedad, como hemos visto, es algo vivo, dinámico, que está siempre dándose. Un acercamiento histórico a ella, su origen, sus transformaciones, haría mucho más robusto el concepto mismo de sociedad, inscrito, indefectiblemente, en lo cultural, y concretamente al interior de la correlación histórica de fuerzas de los actores sociales a partir de las cuales lo social mismo se produce, reproduce y/o transforma por medio de la siempre actualización de los significados que sirven de referencia para la organización y regulación del sentido de la vida, y que precisamente se ponen en juego en la arena pública a través de los procesos comunicativos desde donde son disputados.
Desde esta perspectiva, tal y como se ha venido sosteniendo en este texto, es posible afirmar que la dinámica social se constituye histórica y fenomenológicamente, es decir, por medio de acciones que se movilizan desde los significados que se construyen a través de la experiencia histórica de los actores sociales y que son proyectados en el ámbito público por la vía de la comunicación. Lo anterior implica que una concepción histórica de la sociedad, tal y como la propone la epistemología crítica, precisa de ser aprehendida comunicativamente.
De esta manera, por una parte, el sujeto y su experiencia resultan categorías epistemológicas fundamentales a tener en cuenta en una concepción histórica, o sea, constitutiva de la realidad social: el sujeto como constructor/ transformador de realidad, y la experiencia histórica e intersubjetiva como el ámbito para la construcción de significados, parámetros o representaciones colectivas del mundo que habitan. Por la otra parte, la comunicación como proyección de significados a través de signos y símbolos vía el discurso, constituye una categoría metodológica básica para acercarnos al sujeto y su experiencia.
Se ha nombrado al análisis histórico como un análisis comprensivo ya que partimos de un concepto de historia que se engarza en lo cotidiano como escenario de procesos que tienen lugar en la dimensión de lo micro. Se debe esta concepción de la historia a la Escuela de los Anales, y de la misma manera asumimos con ella el paradigma de la comprensión como paradigma metodológico. La comprensión no apela al determinismo causal de la explicación (que en las ciencias sociales constituye un serio problema), sino que busca entender la realidad como coyuntura y posibilidad histórica. Es precisamente esto de lo que echa mano la epistemología crítica zemelmaniana cuando refiere a la constitución histórica de la realidad social.
En ese sentido, el análisis de lo social por medio del análisis de lo comunicativo permite entender qué recursos expresivos-cognitivos son utilizados por los actores sociales, cómo se utilizan, en qué circunstancias, por quiénes concretamente y ante quiénes, y con qué objetivo o intención. En un nivel descriptivo y analítico, lo anterior permite sentar las bases para el análisis de la disputa social en torno a los significados, a través de inferirlos como el resultado de los procesos de cognición que tienen lugar en la experiencia, pues es ello lo que plantea la posibilidad de entender qué se disputa y cómo.
Dicho de otro modo, del análisis descriptivo de la interacción comunicativa es posible pasar al análisis histórico de lo social por medio de entender la manera en que se distribuye la proyección de los significados en la interacción comunicativa y el impacto que dicha distribución tiene en los procesos de actualización de la red de representaciones colectivas e históricas de los sujetos. Como se puede inferir, en función del resultado de los procesos de actualización de los significados, emerge la realidad social históricamente posible, ya sea que refuerce o bien subvierta el parámetro desde el que se asienta. De esta manera, el parámetro (y su reproducción o transformación) —ambos elementos visibilizados a través del análisis comunicativo— se instalan cual bisagra entre la estructura social y la agencia del sujeto, demandando su papel en la actuación.
Lo anterior conduce a postular tres criterios fundamentales para la construcción de un modelo de análisis comprensivo de lo social:
El análisis de lo social no puede obviar el análisis del parámetro histórico en el que se asienta la acción, ya que no hay acción que no esté soportada en la red de sentido o significado históricamente contingente que la motiva y moviliza.
El análisis del parámetro implica el de la interacción comunicativa ya que el parámetro se manifiesta a través de la expresión o proyección de los significados que lo constituyen por medio del discurso, que es lo que entendemos aquí como lo propiamente comunicativo.
La disputa por la legitimidad del parámetro permite saber qué se disputa, quiénes, ante quiénes, cómo, por qué y para qué, lo que a su vez posibilita comprender la emergencia históricamente posible de lo social en su novedad, ya sea que a través de esta realidad nueva, inédita, se reproduzca o transforme el parámetro en cuestión.
Teniendo en cuenta lo anterior, es posible afirmar que las relaciones sociales que se dan al calor de las interacciones comunicativas adquieren tipo, forma y contenido en función de cómo tenga lugar la disputa por los significados al interior de las mismas, ya que los individuos y grupos sociales “llegan” a la relación social con toda la información resultante de sus disímiles experiencias en/con el mundo donde se inserta su desarrollo como ser individual y social, por lo que de cómo se viva, sienta y piense dichas experiencias dependerá el tipo, forma y contenido de los significados que el individuo construya desde la misma, llevándolos a cuestas en su propia actuación.
En el caso de las actuaciones e interacciones sociales que son las que aquí interesan, destacamos la propuesta de Simmel (2014)20 acerca de los tipos de relación social, toda vez que se insertan en la lógica relacional que según el autor va desde el nivel psicológico de la vida social en los individuos hasta el nivel de los principios e ideales colectivos que rigen su futuro; entre uno y otro umbral tienen lugar las formas de socialización que dan paso a la emergencia de las relaciones sociales propiamente dichas y que configuran a su vez la gama de acciones recíprocas que posibilitan la emergencia de la sociedad (Simmel, 2014: 132).
Para el autor, la sociedad es posible cuando varios individuos entran en acción recíproca a partir de determinados instintos (intereses sensuales) y fines (intereses ideales), de forma tal que dicha acción, en palabras de Simmel (2014), no sólo gesta relaciones de convivencia o conflicto, sino que justo a partir de ellas se genera una mutua influencia entre los individuos que es la que va a determinar la manera en que ciertos modelos de pensamiento o significado se actualizan históricamente en acontecimientos concretos.
Por eso, desde el punto de vista comunicativo las relaciones sociales configuran la escena de la intersección entre subjetividades que proyectan el resultado de sus experiencias en función de la correlación histórica de fuerzas —previa y presente— entre ellos. Así, aquellos individuos o grupos sociales que posean una mayor cantidad de recursos-fuerza en la relación social, lograrán imponer sus significados y por lo tanto su parámetro del mundo al “vencer” en la disputa por la posesión, legitimación, conservación
Para Simmel, hay cinco tipos de relaciones sociales: de intercambio, de sociabilidad, de subordinación, de supraordenación y de conflicto Las de intercambio existe mutuo beneficio, las de sociabilidad gesta relaciones de horizontalidad, armonía y disfrute, las de conflicto se fraguan a partir de un problema o tensión, las de subordinación aquella en las que un individuo se somete a otro debido a su debilidad o incapacidad y las de supraordenación que es donde la subordinación está implicada por el acatamiento de ciertas reglas institucionales
y reproducción de los significados, valores, creencias, conocimientos, tradiciones, costumbres, etc. sobre los que dicho parámetro se fundamenta.
Teniendo en cuenta lo anterior, resulta evidente la centralidad del análisis de los procesos comunicativos en la comprensión de lo social, donde el uso de los significados al interior de la interacción comunicativa configura los términos de la disputa que, indefectiblemente, tiene lugar alrededor de ellos, y que es la que posibilita un acercamiento efectivo al movimiento intrínseco de la realidad social. Esa es la razón por la que se puede afirmar que la comunicación configura la emergencia del parámetro, enfatizando con ello el carácter dinámico —en tanto histórico— de la sociedad.
Tal y como se ha demostrado, el papel de la comunicación en la constitución histórica de lo social permite acceder al dinamismo de la sociedad y las relaciones sociales que a su vera se gestan, por lo que resulta crucial para entender los procesos de transformación y/o reproducción de un orden social dado. Esto ha sido posible a través de la revisión e integración de las fuentes neurobiológicas, fenomenológicas y cognitivas que han permitido activar una concepción de sujeto de la comunicación que lo coloca como constructor de significados, y en tanto tal, como un sujeto histórico autónomo capaz de construir y transformar su propia realidad, sea que efectivamente lo haga o no.
Lo anterior devela la relevancia del sujeto comunicativo y la expresión/ disputa de sus significados vía la comunicación en la dinámica social. Un ejemplo elocuente en los tiempos del SARS-COV2 lo constituye el paquete de significados con el que experimentamos mayormente la pandemia. Este paquete de significados se organiza alrededor de sentimientos vinculados al miedo y la incertidumbre fundamentalmente, razón por la que la conversación social que ocurre a través de las redes socio-digitales, por ejemplo, apuntan a la gravedad de la situación; pero junto al miedo ante el contagio y sus consecuencias para la salud y la vida, la incertidumbre frente a una posible situación económica, política y social desestabilizadora se entrelaza con una incertidumbre sobre los significados del mundo postpandemia. Ese es el tono de un parámetro, en este caso más o menos global, sobre el que se asienta nuestra vida y nuestras interacciones sociales y comunicativas en el presente pues nadie sabe a ciencia cierta lo que va a ocurrir en lo adelante.
Ahí, en esa incertidumbre sustancial propia de esta coyuntura, la disputa por los significados a través de la comunicación fragua el tipo conflictivo
que adquieren las relaciones sociales en este contexto en el que se disputa el futuro, concretamente la forma en que queremos vivir como humanidad.
No es casual que en esta coyuntura histórica se haya revitalizado el tema de los derechos sociales donde, por ejemplo, se hallan las protestas en contra del racismo y el movimiento de mujeres que ponen el acento en nuevos actores sociales y por supuesto en el paquete de significados que traducen sus demandas. He ahí una disputa global del sentido, que tiene lugar precisamente a través de manifestaciones mayormente pacíficas, mismas que constituyen expresiones comunicativas de sujetos y grupos de sujetos a través de las cuales estos proyectan significados en la realidad social del presente impactándola justamente en el corazón del parámetro dominante: racismo sistémico por una parte, y sistema heteropatriarcal, por la otra.
Partiendo de la correlación de fuerzas que se establece hoy entre los sujetos que disputan estos significados en la arena social, al parecer hay condiciones para referir la posibilidad de una transformación cada vez más radical de estos parámetros dominantes en ambos sentidos; esta transformación es siempre paulatina en tanto forma parte de los procesos de gestación de cambio social que se vienen dando desde, al menos, la última década del siglo XX, pero que sin duda asegura que la realidad social, efectivamente, se “mueve” y lo hace gracias a la disputa por los significados dada a través de la apuesta expresiva de las subjetividades sociales que es lo que garantiza su movimiento.
Un ejemplo más, este menos coyuntural, permitirá redondear la tesis que aquí se ha desarrollado. Partamos de la violencia que hoy experimentamos como humanidad en varios, si no todos los órdenes de la vida, desde el interpersonal hasta la violencia terrorista o la económica y política de los capitales trasnacionales. Se trata de actos violentos que podemos caracterizar como comportamientos expresivos toda vez que a través de ellos los sujetos violentos expresan sus significados sobre el mundo, significados esencialmente organizados alrededor del despliegue de la fuerza bruta y el miedo a ella asociada; de hecho, el terrorismo —como forma extrema de violencia política— precisamente disputa, entre otros, el significado de orden y paz institucional.
Ahora bien, volvamos a la violencia como fenómeno cotidiano y con ello a los sujetos que en su comportamiento la reivindican como modo de vida. Desde una perspectiva sociopolítica, esta violencia evidencia el agotamiento de los canales institucionales para regular la paz debido a una
deficiente gestión de lo político-social-cultural en las coordenadas socio- históricas actuales.
De esta manera, la experiencia de vida de los sujetos sociales se halla articulada a esta deficiencia en la gestión, gestando significados de dicha experiencia que encauzan la posibilidad de la violencia a través de estrategias de gestión de vida no solidarias o no consensuales. Estos son los significados que subyacen a los actos violentos, que a su vez son actos comunicativos en tanto actos de expresión de la violencia. De no revertir las experiencias de vida que gestan significados no aptos para una sana convivencia social, se irá dando poco a poco la transformación del parámetro de la no violencia hacia uno donde la violencia sea precisamente el significado dominante; ello a su vez tenderá a abonar al establecimiento de relaciones sociales violentas que, de generalizarse, una vez naturalizadas, configurarán realidades sociales también violentas.
Es por lo anterior que es posible sostener que el sujeto comunica aquello que resulta de significar la experiencia, o bien de tergiversar dicha significación; pero siempre se comunica lo que previamente tenemos como referente de sentido, pues no hay comunicación fuera de la significación, ni tampoco significación sin sujeto, ni sujeto sin cognición. Eso que se comunica es, en esencia, nuestra experiencia de vida tanto subjetiva como intersubjetiva; y es ahí, en el centro de esa experiencia significada que se configuran las bases simbólicas de la agencia y la socialidad en el orden social.
En ese sentido, es factible postular que la sociedad emerge a partir de la interacción comunicativa entre individuos y grupos sociales21, interacción que lleva la impronta de la relación, la socialidad y la agencia, y en cuya base se encuentran procesos de codificación y decodificación de significados que dependen esencialmente de los procesos de actualización de sentido que se dan a través de la experiencia de vida subjetiva e intersubjetiva de los sujetos sociales mediante la convergencia expresiva o interacción comunicativa entre ellos. Por eso es posible decir que debajo de lo social,
Es necesario aclarar que esta tesis fue explorada por la llamada sociología comprensiva con un antecedente claro en Cooley y Mead. Sin embargo, la propuesta que aquí se hace se diferencia de la de estos autores en la medida en que aunque aquí se parte de proponer entender la comunicación como motor de lo social vía la interacción que es lo que ellos propusieron, la manera de entender cómo ocurre la comunicación y por tanto la interacción comunicativa es diferente. Ellos asumen un presupuesto simbólico, racional y consciente para la comunicación que nuestra propuesta amplía desde un punto de vista que incorpora a la psicología cognitiva, las neurociencias y las fenomenología, en tanto está centrada en la manera en que se construyen los significados, así como en la manera en que estos son desplegados comunicativamente, incluso inconscientemente
oculto, se hallan los procesos comunicativos que son, en un final de cuentas, los que determinan el alcance, dirección, intencionalidad e intensidad de las interacciones y las relaciones sociales, configurando así lo social mismo en función del margen de acción que permiten las posibilidades histórico- concretas en su inevitable entrecruzamiento constante.
De esa manera, postular a la comunicación como base estructurante de lo social (así, desde esta naturaleza “gerundia” del proceso de estructuración), hace recaer en los procesos comunicativos la posibilidad misma del movimiento de la sociedad —lo inobservable zemelmaniano—, posibilitando así su aprehensión y comprensión por una parte, y eventualmente, por la otra, su intervención y posible transformación. Obviar lo anterior cancela la posibilidad de entender “el siendo” de la realidad social misma, y el medio para intervenirla y transformarla.
En resumen, la realidad social puede ser entendida como una red histórica de interacciones comunicativas que activan el parámetro, gestando, configurando y desarrollando continuamente sus formas y contenidos, acotados siempre a las condiciones socio-históricas del momento que, desde su naturaleza diversa, desigual y asimétrica, son las que hacen posible esa entidad única, inédita y azarosa que conforma la sociedad.
Esta es la razón por la que gracias al rescate del papel constitutivo del sujeto en la comunicación es posible postular al fenómeno comunicativo
—desde la perspectiva del comportamiento expresivo o proyección de significados que aquí se ha delineado— como la puerta de acceso para la aprehensión del dinamismo intrínseco de la realidad social, lo que evidencia los trazos de una determinación causal entre materia y pensamiento por una parte, y entre las lógicas cognitivas con sus significados resultantes y el discurso, por la otra.
En el primer nivel de esta determinación opera el lenguaje, que no se toma aquí como herramienta de comunicación, sino en su conceptualización cognitiva; en ese sentido, el lenguaje no es otra cosa que el sistema de representación que alberga las lógicas cognitivas y sus significados que configuran la información que el sujeto ha construido desde la experiencia en su ciclo de vida; mientras que en el segundo nivel opera la comunicación, esto es: la proyección de esa información a través del uso expresivo que el sujeto le da a dicha proyección al momento de comunicar; todo ello en función de la respuesta expresiva que el sujeto finalmente revela —vía el discurso— en la situación comunicativa en cuestión.
Como hemos intentado demostrar anteriormente, esta determinación causal no es axiomática, pero para las ciencias sociales resulta imposible de demostrar empíricamente, por lo que sólo resta asumirla desde un modelo de análisis comprensivo de lo social donde lo realmente observable es sólo el discurso. Hemos argumentado teóricamente —desde el basamento empírico de las neurociencias, la fenomenología y la psicología cognitiva— la relación entre el mundo de la experiencia del sujeto (posibilidades contenidas en la relación de socialidad), el resultado cognitivo de la experiencia (significados y sus lógicas de configuración) y el uso de ese resultado en situaciones concretas y bajo motivaciones específicas (actuación expresiva, discurso), por ello es posible afirmar la existencia de una relación constitutiva entre experiencia y cognición, por una parte, y entre cognición y expresión o comunicación, por la otra.
Así, queda claro que lo que media entre la experiencia vital de un sujeto y su expresión son los procesos de cognición que alimentan a su vez los procesos de construcción de significados, de manera que puede postularse que en la expresión se objetivan los procesos cognitivos a través del discurso, mientras que el discurso constituye el ámbito desde el que se disputan los significados, y por tanto escenario metodológico por excelencia para el análisis comprensivo de lo social, siendo que esta disputa se factura como la dinámica desde la que lo social mismo se instituye y constituye históricamente.
Lo anterior permite concluir que lo social se teje dinámicamente desde lo comunicativo, y lo comunicativo a su vez desde lo cognitivo- fenomenológico, razón por la cual lo comunicativo se propone como constitutivo de lo social en su intrínseco movimiento, lo que permite afirmar lo comunicativo a su vez como la llave que abre la puerta a la comprensión de lo social en la concreción de un presente que sólo comunicativamente puede ser aprehendido en su propia constitución histórica.
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