Revista de Ciencias Humanas y Sociales. FEC-LUZ
donde “«el tiempo» ha cesado, el «espacio» se ha desvanecido. Nosotros
vivimos, ahora, en una aldea global” (McLuhan y Fiore, 1968, p. 63).
Precisamente gracias a la electricidad y a la electrónica, la Tierra se ha
convertido en una “aldea planetaria” y los sentidos del hombre se han
visto obligados a reorientarse, pasando nuevamente por el ojo, demasiado
lento para ser efectivo, al oído, pasamos del espacio visual al espacio
acústico.
Los medios de comunicación eléctricos y electrónicos han cambiado
los tiempos y las características del entretenimiento, han remodelado lo
sensorial y tienden, entre otras cosas, a modificar los procesos educativos
que habían adoptado los hombres en siglos anteriores. De hecho,
mientras el mundo de la palabra “se centra en la lógica, las relaciones de
sucesión, la historia, la exposición, la objetividad, el desapego y la
disciplina”, el mundo de la televisión, contrariamente, gira entorno “a la
fantasía, la narración, la contemporaneidad, la simultaneidad, la intimidad,
la gráfica inmediata y la rápida respuesta emocional” (Postman, 1993;
22).
En la cultura quirográfica, la lectura fue una competencia en parte
visual, ya que en privado también se leía en voz alta. Para leer había que
tener no sólo buenos ojos, sino también un excelente oído.
San Agustín en las Confesiones cita como un hecho decididamente
inusual que San Ambrosio era capaz de leer en silencio. En la
antigüedad, así como en la Edad Media, escribe Jean Leclercq, “las
personas leían no como hoy, principalmente con sus ojos, sino con sus
labios, pronunciando aquello que los ojos veían, y con los oídos
escuchando las palabras pronunciadas, oyendo lo que se denominó «las
voces de las páginas». Se trata de una verdadera y propia lectura acústica:
leer quiere decir al mismo tiempo escuchar” (Leclercq, 1957: 36).
Así como el canto, por lo tanto, la lectura requería, exigía “la
participación de todo el cuerpo y de toda la mente. En la antigüedad, los
médicos, de vez en cuando, aconsejaban a los pacientes que leyeran como
ejercicio físico a la par que el caminar, correr o jugar a la pelota”
(Leclercq, 1957, 37).
Los lectores de la cultura manuscrita procedían a la velocidad de
peatones en los caminos de la lectura por muchas razones. En primer
lugar, dado que los libros escritos a mano no fueron escritos para los
lectores, sino para los amanuenses, es decir, estaban llenos de
abreviaturas para aliviar la fatiga de los escribas. Además, la separación