Revista de Ciencias Humanas y Sociales
© 2022. Universidad del Zulia
ISSN 1012-1587/ ISSNe: 2477-9385
Depósito legal pp. 198402ZU45
Portada: Ya basta, cierra la ventana
Artista: Rodrigo Pirela
Medidas: 120 x 140 cm
Técnica: Mixta sobre tela
Año: 2011
Año 38, Regular No.98 (2022): 21-43
ISSN 1012-1587/ISSNe: 2477-9385
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.7499077
Recibido: 05-03-2022 Aceptado: 20-05-2022
El
otro
: ¿enemigo o interlocutor?
Ética y comunicación en entornos de violencia
Víctor Martin-Fiorino
Universidad Católica de Colombia
ORCID: 0000-0003-4057-7974
vmartinf@unbosque.edu.co
Lina María Fonseca-Ortiz
Universidad Santo Tomás, Colombia
ORCID: 0000-0003-2543-2005
linafonseca@usantotomas.edu.co
Freddy Camilo Triana-Domínguez
Universidad Santo Tomás, Colombia
ORCID: 0000-0002-2320-4888
freddytriana@usantotomas.edu.co
Darwin Arturo Muñoz-Buitrago
Universidad Santo Tomás, Colombia
ORCID: 0000-0002-3193-6034
darwinmunoz@usantotomas.edu.co
Resumen
Desde la interacción entre ética y comunicación, se propone una
reconstrucción de la relación con el otro para la recomposición del tejido
social en entornos de violencia. Se revisan los vínculos entre ética, bien
común y educación mediante la reconceptualización crítica de la palabra
como herramienta propiamente humana para la construcción de
convivencia y futuro. Se caracterizan los entornos de violencia de las
transiciones discursivas como desafío para transformar las relaciones
entre comunicación y política. Las exigencias de la ética de la vida, la
justicia y razón cordial se proponen como camino crítico para la
transformación del lenguaje político.
Palabras clave: desafíos éticos; bien común; transiciones
discursivas; lenguaje político; entornos de violencia.
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The other: enemy or interlocutor?
Ethics and communication in environments of violence
Abstract
From the interaction between ethics and communication, a
reconstruction of the relationship with the other is proposed for the
recomposition of the social fabric in environments of violence. The links
between ethics, the common good and education are reviewed through
the critical reconceptualization of the word as a properly human tool for
the construction of coexistence and the future. Violent environments of
discursive transitions are characterized as a challenge to transform
relations between communication and politics. The demands of the ethics
of life, justice and cordial reason are proposed as a critical path for the
transformation of political language.
Keywords: ethical challenges; common good; discursive
transitions; political language; environments of violence.
1. INTRODUCCIÓN
Las situaciones de violencia social prolongada se caracterizan por
producir el deterioro serio y finalmente la ruptura del tejido de
convivencia de una sociedad, debido al efecto de fragmentación de lo
común y a la profunda afectación de la posibilidad de establecer
deliberativamente lo común, entendido esto último como un bien que se
puede construir progresivamente y que resulta necesario para la
realización del proyecto de vida de cada persona
(VILLALOBOS&RAMÍREZ, 2018)
1
, en compatibilidad no exenta de
tensión, pero negociable- con los de otras personas, de los diferentes
grupos sociales y de la comunidad en su conjunto. Tanto el establecer lo
común como un bien, así como también la generación de consensos
mínimos para construirlo de modo progresivo, constituyen instancias
comunicativas que remiten, en primer término, al núcleo mismo de la
condición humana y simultáneamente a la capacidad principal a la que
alude la etimología del término “comunicación”: poner en común.
1
Es interesante la denominación que estos autores dan al proyecto de vida de cada persona, al
expresarlo en términos de “autobiografía”; esto es, la idea de proyecto futuro en virtud de sus
aspiraciones y deseos como persona autónoma, independiente y libre. La interpretación llevada a cabo
en términos de la relación entre derecho y filosofía, parte de una particular lectura de Hanna Arendt y
Paul Ricoeur.
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Esta capacidad, en la medida en que se refiere a la activación de lo
que es bueno para cada persona en tensión positiva y negociada con el
conjunto de quienes integran cada comunidad concreta y la sociedad en
su conjunto, remite a la cuestión central de la ética de la comunicación:
poner en común, a través del uso responsable de la palabra y mediante un
equilibrio entre consensos y disensos, lo necesario para alcanzar espacios
posibles de felicidad.
De ello se ha ocupado tradicionalmente la ética, en la óptica del
concepto de bien común
2
, concepto que alcanza actualmente una
renovada importancia y se vincula al de los “bienes comunes”,
entendidos, por una parte, como bienes y recursos de uso común y
referidos, por otra parte, a la educación y el conocimiento como bienes
comunes mundiales. Desde una perspectiva ética de la comunicación,
escuchar, deliberar, argumentar, acordar y respetar el disenso en relación
con el establecimiento de lo que, en común, desde la centralidad de la
persona y en cada contexto específico, se considere bueno constituyen las
bases de la convivencia, como régimen propio -deseable y posible- de la
vida humana.
Es importante ahondar en el concepto de bien común, que
indiscutiblemente se ata al pensamiento católico, desde la Doctrina Social
de la Iglesia y en las sociedades modernas se aplica en el reconocimiento
del ser, sus actuaciones e implicaciones en la vida y devenir de los otros.
Sin embargo, tal como lo precisa MICHELINI (2007), hay que tomar en
cuenta la ambigüedad del concepto, pues no hay definiciones que
especifiquen de modo preciso a qué se refiere cuando se habla de bien
común. Es así como, en pensadores de la antigüedad clásica griega, como
Platón y Aristóteles, y posteriormente en Santo Tomás, el concepto
permanece ambiguo en relación con su contenido. No obstante, ha ido
haciendo historia y en la actualidad sigue siendo utilizado asiduamente,
sobre todo en el ámbito de la política.
Consecuentemente, el bien común, si bien ambiguo en su
definición, se presenta y se entiende como aquello que busca el bien
estar” para un colectivo, en este sentido, resulta elemento clave para los
entornos sociales, máxime si se hace uso de la comunicación para
2
Para una visión de conjunto sobre el concepto de Bien Común, sus perspectivas y su historia, ver,
entre otros: Schultze, R.O. (2014) El bien común. México, UNAM; Nohlen, D. y Schultze, R-O.
(2006) Diccionario de Ciencia Política. México. Ver igualmente, en una perspectiva actual,
UNESCO (2015). Replantear la educación. ¿Hacia un bien común mundial? Paris: Ediciones
UNESCO.
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establecer el intercambio de ideas y, por ende, contacto social. De ahí que
la comunicación deba caracterizarse por ser ética, asertiva y verdadera,
para ser garante del bien estar colectivo, que favorezca la elección ética
por los otros y su promoción de vida digna.
2. FUNDAMENTOS TEÓRICOS: ÉTICA, BIEN COMÚN Y
EDUCACIÓN
En la historia de la ética, el bien común (en latín bonum commune) se
ha entendido como referido al bien (entendido como vida buena) y al
bien-estar, concepto referido a su vez al conjunto de condiciones que
permiten elegir el tipo y proyecto de vida considerado como deseable. En
tal sentido, el bien común puede ser entendido a la vez como producto
de una elección ética y política de los miembros de una comunidad, más
allá de una visión cerrada de los intereses particulares, y también como
plataforma que permite a los seres humanos concretos ejercer su capacidad
de elegir, considerada por autores como Amartya Sen y Martha Nussbaum,
entre otros, como la primera de las capacidades humanas (SEN &
NUSSBAUM, 2009). Superando las perspectivas que se mueven en la
contraposición entre bien público y bien privado, el concepto de bien
común, relacionado desde la Antigüedad clásica con el ejercicio de la
palabra en clave de capacidad política comunicativa tal como lo plantea
Aristóteles (ARISTOTELES, 2009), ha sido considerado también como
“el fin general de una comunidad o como los objetivos y valores en
común, para cuya realización las personas se unen en una comunidad”,
tal como lo indica SCHULTZE (2014, P. 9).
Desde el horizonte educativo y con importantes repercusiones
acerca de la corresponsabilidad de grupos, instituciones y países en la
construcción del bien común, la UNESCO ha propuesto un decisivo
replanteamiento de la educación, orientado a la construcción efectiva de
un bien común mundial y relacionado con los “bienes comunes”: “los
bienes comunes (son) aquellos que, independientemente de cualquier
origen público o privado, se caracterizan por un destino obligatorio y
necesario para la realización de los derechos fundamentales de todas las
personas”, según UNESCO (2015, p. 85)
Como lo plantea igualmente María Rosaria Marella (MARELLA,
2012) principalmente desde una óptica jurídica, la consideración acerca
del bien común va más allá de la distinción entre lo público y lo privado y
enraíza en una concepción comunicativa del bien común, según la cual el
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mismo está constituido por “bienes que los seres humanos comparten
intrínsecamente en común y que se comunican entre sí, como los valores,
las virtudes cívicas y el sentido de la justicia”, como lo indican
DENEULIN & TOWSEND (2007, p 19). Se trata de una concepción
relacional, en la cual lo común es más que la suma del bien particular de
los individuos que componen una sociedad; es el bien realizado como
asociación solidaria de personas, en relaciones recíprocas mediante las
cuales consiguen su bienestar, deliberan sobre sus expectativas y
comparten los beneficios vinculados al mejoramiento de la calidad de sus
vidas.
La propuesta de la UNESCO contribuye a situar los bienes
comunes más allá de la dicotomía de lo público y lo privado y entender el
bien común, en primer término, desde la diversidad de contextos y
concepciones del bienestar y la convivencia, dando a lugar a la
posibilidad de convergencias y consensos comunicativos entre diversas
interpretaciones culturales de lo que constituye un bien común, según
UNESCO, (2015, p. 86). Desde este enfoque resultan valorizados la
educación, en el sentido principal de aprendizaje, y el conocimiento como
bienes comunes que permiten, a través de un proceso participativo que
puede ser considerado ya un bien común en ampliar los niveles de
entendimiento comunicativo entre contextos, cosmovisiones y sistemas
de conocimiento en vistas a una convivencia intercultural fundada en una
ética global
3
.
En la historia de Occidente, una de las primeras formas de
comunidad fundamentadas desde la ética y la política ha sido la polis
griega de los siglos V y IV a.C. Sin olvidar sus límites, vinculados, entre
otros aspectos, a las características del ejercicio del poder en la sociedad
esclavista y a las condiciones restringidas de la ciudadanía en el contexto
predominante de la época
4
, la concepción de la convivencia en la realidad
3
Sin embargo, no hay que perder de vista que en el actual contexto de desarrollo científico y técnico (o
mejor expresado, de la tecnociencia), se impone un sentido de la globalidad en términos de crítica y
reflexión sobre las consecuencias al entorno global de las innovaciones científico-tecnológicas, es decir,
tecnocientíficas. Hay más que evidencias respecto del impacto negativo, a pesar de los grandes avances
tecnocientíficos alcanzados hasta hoy. Es la razón por la cual surge un tipo de ética en función de
puente entre estos desarrollos y avances con la ética de la ciencia, que la mayoría de los autores del área
hoy denominan “bioética”, a partir del surgimiento de esta disciplina en los años Setenta del siglo
pasado. Ver en: Villalobos y Bello (2014); Martín-Fiorino (2014).
4
Cabe destacar, no obstante, que algunos pensadores griegos del siglo IV a.C. ya proclamaron la
igualdad de los seres humanos y se opusieron al esclavismo. Ver, entre otros: Davies, J.K. (1981) La
democracia y la Grecia clásica. Madrid: Taurus; Rodríguez Adrados, F. (1966) Ilustración y política en Grecia.
Madrid: Ed. Revista de Occidente; Mosse, G. (1971) Las doctrinas políticas en Grecia. Barcelona: A.
Redondo Ed.
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de la polis se entendió, desde el punto de vista teórico, y se puso en
ejecución en la práctica, desde la propuesta de un ejercicio ético de la
comunicación política (MARTIN-FIORINO, 2020). En la Grecia del
siglo IV a.C. y especialmente en el pensamiento de Aristóteles, teórico de
una polis paradójicamente ya en crisis, la posibilidad misma de lo común,
de la comunidad, es entendida desde una visión ético-política del poder
de la palabra: “En Grecia todo dependía del pueblo y el pueblo dependía
de la palabra”, afirmó el filósofo francés Francois Fénelon (FENELON,
1795) en su Carta escrita a la Academia sobre la elocuencia, la historia y la poesía.
No es casual, en tal sentido, que Aristóteles incluyera a la retórica
(ARISTOTELES, 2008) entre los saberes prácticos que podían contribuir
a construir convivencia (SPANG, 2013).
La palabra, como propiamente humana a diferencia de la voz, que
es compartida con otros seres vivos no humanos, está orientada, según
Aristóteles, a la posibilidad de decir lo útil (para la supervivencia), lo
conveniente (para la vida) y lo justo (para la vida buena)
(ARISTOTELES, 2009). En tal sentido, en los fundamentos de una
perspectiva ética de la comunicación se encuentran, en primer término, la
necesidad de preservar la vida humana, que, más allá del gregarismo
animal, Aristóteles considera por naturaleza frágil y la sitúa en el nivel útil
de la socialidad como sentido de cooperación y mutua protección. En
segundo término, en el nivel de lo conveniente se encuentra la obediencia
a la ley, como acuerdo comunicativo acerca de la estructura de la
convivencia. En tercer término, el nivel de lo justo trata, según
Aristóteles, del fin de toda comunidad humana, orientado a hacer posible
la felicidad de sus integrantes (LÁZARO, 2013).
2.1. EL SER HUMANO: PALABRA, CONVIVENCIA,
FUTURO
En la concepción aristotélica, el humano es un ser limítrofe entre
los dioses y las bestias y, hoy en día, también en relación con las
máquinas--; en otro sentido, también entre bien de cada ciudadano y el
bien de la polis y, en última instancia, entre lo humano y lo más-que-humano:
ser que habita el límite y que es capaz de traspasarlo. Como elemento de
articulación de dicha compleja condición limítrofe, siempre en tensión, el
humano es el titular de la palabra que instaura el mundo y que puede
ensanchar lo posible para construir progresivamente la “vida buena”
apropiada para ser feliz. En tal sentido y desde una interpretación
contemporánea, la expresión “viviente dotado de palabra” (zoon logon ejon)
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puede ser entendida como “viviente capaz de comunidad gracias a la
palabra” (interlocución, deliberación, negociación) y, en tal sentido, ser
que construye futuro (responsabilidad, sostenibilidad).
Cabe pensar que Aristóteles estaba en lo correcto al caracterizar al
ser humano de este modo, reconociendo que es por la palabra en su
sentido como discurso deliberativo, instituciones, leyes-- que se instaura
el mundo como totalidad de sentido capaz de orientar el conocimiento y
la acción encauzando las dinámicas de convivencia de la polis y que es en
ella donde los humanos pueden pensar, diseñar, proponer, consensuar y
construir un futuro deseable y posible. Como era claro ya en el
pensamiento político de la Grecia clásica, la palabra, tanto en su
expresión como exigencia ética --que Aristóteles subraya frente a los
sofistascomo en su capacidad de influencia política por el ejercicio del
poder suasorio que comporta, está en la base de los sistemas de
comunicación política también en el caso de las sociedades
contemporáneas.
El ejercicio ético de la comunicación como capacidad de
construir lo común se vincula igualmente a la capacidad de futuro. En
tal sentido, en el diseño del pensamiento aristotélico se destacan tres
aproximaciones conceptuales sobre lo propio del ser humano:
“viviente dotado de palabra(zoon logon ejon), “viviente político” (zoon
politikon) y “principio de futuros” (arjé ton esómenon) en sus obras Ética
a Nicómaco, Política y Sobre la Interpretación respectivamente. La
capacidad de futuro puede activar la posibilidad de “vida buena”, cuya
construcción requiere, según Aristóteles, la práctica de las virtudes
intelectuales y éticas conocimiento y prudenciay puede conducir a
la felicidad, proceso que se construye a lo largo de toda la vida.
Las propuestas aristotélicas contribuyen hoy, en otros
contextos y con otras implicaciones, pero como preguntas plenamente
vigentes, a la posibilidad de pensar los problemas de la ética de la
comunicación a partir de la perspectiva del empleo responsable del
poder de la palabra desde una perspectiva multidimensional. La
dimensión de la persona: el ser humano dialogante y con voluntad de
acuerdo y no confrontativo y con voluntad de destrucción por la
violencia en cualquiera de sus formas, que se construye en una
dinámica de permanente perfeccionamiento como persona; la
dimensión comunitaria, mediante la deliberación y la construcción de
acuerdos para la convivencia en la diversidad; la dimensión ecológica,
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como dimensión de futuro de la casa común, que hoy se entiende
principalmente desde la sostenibilidad y la ética del cuidado.
El nivel de actualidad en el que se adoptan y se cumplen las
decisiones políticas está cada día más influido por una conjunto de
procesos comunicativos, fundados en valoraciones y en procesos de
afirmación de intereses que se consideran legítimos y que afectan la
propia lógica de funcionamiento de los actores políticos individuales y
colectivos, ya se trate de personas, partidos, sindicatos o instituciones de
gobierno, que se mueven en un espacio político definido, desde los
antecedentes de la polis griega, como actividad constituida a través de la
comunicación. Ello plantea el debate acerca de las sociedades estructuradas,
en algunos casos, a partir de una concepción autoritaria del poder y la
correlativa visión restringida de la comunicación como mero traspaso de
información (MARTIN-FIORINO, 2008), o bien, por el contrario,
sociedades constituidas sobre la base de comunidades deliberativas,
fundadas sobre la capacidad de compartir información orientada a la
construcción de metas comunes mediante un proceso de comunicación
interactiva. Es en este último caso donde el discurso ético-político
alcanza su mayor valor y proyección para la construcción de convivencia.
2.2. ÉTICA, TRANSICIONES DISCURSIVAS Y
ENTORNOS DE VIOLENCIA
En tal sentido y en un proceso que parece acelerarse de modo
importante, la mayoría de los países de América Latina se encuentran en
el momento de pasar de un discurso a otro, de unas prácticas
deliberativas a otras, de una simbólica política a otra. En esa transición:
ética, discursiva, deliberativa, política, educativa, comienza a cobrar una
decisiva importancia el diseño de lo que todavía no es (dimensión de
posibilidad), pero que pudiera ser como resultado de un nuevo esfuerzo,
una nueva inteligencia y un nuevo compromiso con la construcción del
tejido social comunicativo, fragmentado por condiciones de violencia
continuada. ¿Podremos vivir juntos? se preguntaba Alain Touraine en los
años 70 del siglo pasado; la pregunta sigue pendiente en el nuevo siglo
(SAPIR, 2008), situada en la línea de la anterior pregunta de Eric Fromm:
¿Podrá sobrevivir el hombre? En relación con la responsabilidad hacia las
próximas generaciones, cabe preguntar ¿podremos sobrevivir a nuestro
futuro?, lo que pone en discusión la capacidad humana de revertir las
tendencias (que se afincan en el pasado) y afirmar orientaciones (que
anticipan y pueden generar el comienzo de la construcción del futuro).
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Estos esfuerzos, fundados en la inteligencia y el compromiso,
requieren con urgencia ser expresados en un lenguaje que permita, a
través de iniciativas puntuales concretas relacionadas con las coyunturas
que se viven y también a través de programas de educación de largo plazo
para aprender a convivir en la diferencia. No se trata sólo de una
posibilidad: es la vida misma --de las personas, de la comunidades y
sociedades, del planeta-- la que está en juego y que afronta riesgos cuyo
abordaje requiere de grandes esfuerzos comunicativos, de bases éticas y
políticas, para impulsar su transformación mediante el uso responsable de
los inmensos recursos tecnocientíficos disponibles.
En los años setenta del siglo XX comenzó el siglo XXI como
“nuevo siglo político”, marcado por la radicalidad de las temáticas, de los
desafíos y de algunas de las respuestas a los mismos, marcadas por
diferentes formas de violencia. En esos años se inició, especialmente en
América Latina y en Europa y luego también a nivel global, una ruptura
de los modos de pensar, de comprender, de expresar y de actuar en
relación con la construcción de mediaciones políticas capaces de reducir
desigualdades e inequidades. En este sentido, varias formas del discurso
ético-político alternativo actual remiten a replanteamientos que, frente a
las dictaduras de la década de los setenta en América latina,
transformaron las bases de la comunicación política y dieron expresión a
la exigencia de grandes sectores de la sociedad de recuperar su capacidad
de futuro.
Desde el rechazo a los sistemas que, apoyados en diferentes
ideologías y con justificaciones “ordenadoras”, impusieron de modo
violento realidades de empobrecimiento económico, exclusión social y
sometimiento político, fue naciendo un nuevo modo de pensar-consensuar-
actuar lo común como exigencia ética comunicada --puesta en comúny
generadora de formas de participación disruptiva que acercaron a
diferentes sectores sociales en sus prácticas Ello se vio claramente
influido y, en buena medida posibilitado, por el amplio acceso a la
información digital que actúa como elemento activador del potencial
comunicativo transformador de las alianzas de actores inmersos en
entornos de complejidad y conflictividad.
El discurso que comenzó a gestarse entones estuvo marcado por
varios niveles de ruptura: a) un nivel político, generado desde realidades
sociales de exclusión y des-ciudadanía (KLIKSBERG, 2010) y articulado al
rechazo frente a los regímenes autoritarios y dictatoriales de esa época; b)
un nivel económico, centrado en la crítica a los modelos económicos
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basados en el estrechamiento extremo del Estado y de sus
responsabilidades sociales en favor de una desregulación completa de los
mercados; c) un nivel científico, apoyado en la constatación del desajuste
entre las enormes posibilidades transformadoras de la tecnociencia y la
ausencia de prioridades sociales en relación con su aplicación a los
apremiantes problemas de gran parte de la población más vulnerable.
Sobre este último aspecto, perteneciente al dominio de la
comunicación científica que debe servir a fomentar la convergencia entre
el saber experto y el saber social, en los años 2000 el creador de la
Bioética, Renselaar Van Potter, constataba el desajuste entre el inmenso
avance del conocimiento registrado en el siglo XX que no se vio
acompañado por un correlativo aumento de la sabiduría criterios,
prudencia, visión de futuro-- acerca de cómo usar ese conocimiento y el
poder que generaba. Como lo señala Sapir (SAPIR, 2008), especialmente
en el plano de la comprensión crítica de los procesos humanos y a nivel
de la construcción de un discurso capaz de expresarlos y de traducirlos en
acciones, estaba naciendo un nuevo siglo.
2.3. COMUNICACIÓN Y POLÍTICA
Si la política es, como se la ha definido desde antiguo, “el arte de
lo posible”, el siglo XXI comenzó con la posibilidad y la exigencia de
realizar un imprescindible esfuerzo por “ensanchar lo posible”. Entre los
grandes desafíos de este nuevo siglo se encuentran, en primer término, el
reto de darle un nuevo sentido rehumanizador, solidario y fraterno a las
nuevas potencialidades derivadas principalmente del poder del
conocimiento y de su uso en red en los espacios educativos, económicos,
políticos, científicos y ecológicos. Se trata de decidir seguir siendo humanos
desde un esfuerzo de discernimiento entre posibilidades y límites,
asumiendo positivamente y gestionando responsablemente el enorme
poder derivado de la utilización de la así llamada “inteligencia artificial”
de las interacciones hombre-máquina.
En segundo término, el segundo gran desafío es el de elegir cómo
seguir siendo humanos: a) o bien aferrarse a modelos centrados en la
excelencia individual competitiva e insolidaria, justificados por una
racionalidad instrumental guiada por criterios de adaptación,
supervivencia y “realismo” resignado; b) o bien, desde una percepción
crítica pero claramente situada, abrir el espacio a la construcción
deliberativa de modelos basados en la articulación armónica de la persona
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con la sociedad y con el ambiente, desarrollados a partir de una
racionalidad comunicativa desde nuevos criterios de transformación,
“vida buena” y realismo lúcido y esperanzado.
La capacidad de decidir es lo propio de los humanos, aunque
claramente acotada en el marco de sus limitaciones; sobre ello, la ética del
límite (Trías), la antropología de la prudencia (Aubenque) y la política del
Bien Común (Michelini) aportan orientaciones decisivas. La
comunicación política, desde las exigencias éticas de reciprocidad y
cooperación, ayudan a entender y elegir el modo de participar en la
gestión de los espacios de interdependencia constructiva en los que
consiste la política.
Decidir, como determinación irrenunciable de seguir siendo
humanos y de remediar las situaciones de deshumanización, es la
plataforma para el ejercicio de todas las capacidades humanas,
comenzando por la capacidad de elegir. Ésta, como lo han planteado
Amartya Sen y Martha Nussbaum (SEN & NUSSBAUM, 1010), puede
ser considerada la primera de las capacidades humanas puesto que
representa la elección que activa al mismo tiempo los componentes
personal y convivencial de lo humano. La política, saber decisional por
excelencia, es, de este modo, la principal herramienta para articular
comunicativamente los bienes particulares con el bien común (DIAZ,
2020).
Decidir lo humano y elegir el modo de realizarlo derivado de ello,
entre las inmensas y casi ilimitadas nuevas posibilidades (que van desde la
producción de bienes, pasan por la robótica y llegan casi hasta la
“producción” de un nuevo tipo de humanos (¿post-humanos?) y hacerlo
sobre bases ético-valorativas compartidas no sólo por las comunidades
científicas sino también, y principalmente, por la ciudadanía. En tercer
término, decidir la educación necesaria para que el futuro previsible
(cuarta revolución industrial, era digital) no represente inevitablemente el
desplazamiento de la persona por la tecnología “inteligente”.
Desafíos que plantean un horizonte que abarca, en primer
término, la necesidad urgente de repensar la noción misma de
inteligencia, desde su intrínseca relación con la vida y desde su vocación
de servir a la “vida buena” (realización, humanización, felicidad), y
hacerlo no únicamente desde su eficacia operativa para resolver
problemas a partir del procesamiento de la información en detrimento de
la comunicación. Ligado a ello, el desafío de recuperar la imaginación
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que nace de la lectura y la palabra, más que de la imagen que satura los
medios y los dispositivospara ser capaces de imaginar nuevas formas
de vivir juntos en la diversidad. Además, pensar y afirmar formas de la
razón que puedan reconciliarse con la sensibilidad: sociedades más
sensibles, que puedan dar más lugar a educación de las emociones, a la
capacidad de sentirse afectados por las condiciones del prójimo o de
otros seres vivos y a la recuperación de la memoria, sólo con una
memoria humana, que no se basa en la acumulación de datos e
información, son posibles, por ejemplo, el perdón y la reconciliación.
El hecho mismo de sentirse afectados por las condiciones del
prójimo, implica per se reconocerse en primera instancia y saber que de allí
surge el reconocimiento por el otro, estar en capacidad de reconocer que
en el otro y en lo otro, se coexiste. En este sentido, se debe trabajar por la
dignificación de la existencia humana, desde una comunicación asertiva y
ética, que valide la unidad en la diversidad, que permita entender que
desde la diferencia se es único.
Consecuentemente, ser sensible a los otros y lo otro, debe suscitar
la capacidad de pensar y trabajar por mejores condiciones de vida para
todos. Así conceptos, como reconocimiento, cercanía, perdón y
reconciliación, son esenciales para la vida de calidad.
2.4. ÉTICA, JUSTICIA Y RAZÓN CORDIAL
La perspectiva de una ética cordial, propuesta por Adela
Cortina (CORTINA, 2014) al mismo tiempo que una justicia cordial y
una razón cordial, enfatiza en la necesidad de acercar a las personas,
instituciones y sociedades a la posibilidad de avanzar en la resolución
de sus conflictos, perdonar y reconciliarse y trazar caminos para lo
que, en la expresión de Victoria Camps, es una vida de calidad
(CAMPS, 2001), superadora de las “sociedades sin alma”, sociedades
de supervivencia o sociedades de la decepción y que conduzca a
redescubrir lo común (comunicar consigo misma), deliberar sobre lo
posible, asumir solidariamente la voluntad de hacerse cargo y exponer
nuevos argumentos convincentes para ello. El papel que en el
presente adquieren los saberes humanísticos, como bien lo expresa
Martha Nussbaum (NUSSBAUM, 2012), es decisivo: reflexión,
pensamiento crítico y creatividad son hoy, en efecto y en el marco de
procesos de afectación de la vida que en algunos aspectos parecen ya
irreversibles, herramientas imprescindibles para que la ciencia, la
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economía y la política, como saberes decisionales, se encuentren en un
espacio comunicativo centrado en el cuidado de la vida.
El siglo XXI ha puesto de manifiesto como uno de sus principales
problemas el de la convivencia. En ese tema confluyen, o pueden
confluir, todos los saberes y las prácticas, revisitados hoy desde una ética
de la vida. Convivir, en el sentido de un vivir-con que incluye no sólo a
los humanos en toda su diversidad y riqueza, sino también al conjunto de
los seres vivos no humanos y el planeta en su totalidad. Comprender,
comunicar, acordar sobre los modos de hacerse cargo de la crisis
ecológica, las actividades económicas depredadoras del ambiente, las
economías inequitativas centradas sólo en el lucro, la intolerancia
ideológica, el fanatismo religioso o el terrorismo, se muestran como
exigencia para abordar lo que los estudiosos de las ciencias sociales
denominan “índice de ficit de convivencia”. En tal sentido, si el
problema principal es el de construir convivencia, el punto de partida
imprescindible es la elaboración de lenguajes de convivencia, desde la
razón y el conocimiento, las emociones, la sensibilidad.
En el núcleo problemático de la ética de la comunicación se
encuentra la propuesta de un lenguaje de convivencia, que no puede sino
apuntar a la transformación de los lenguajes de poder, centrados en la
expresión de relaciones de dominio de unos hombres sobre otros,
dominio de género, dominio pedagógico, dominio económico, dominio
político, dominio cultural, religioso, etc. Inicialmente, se trata de poner en
primer plano (descubrir, rescatar, potenciar) la disposición afectiva
(ARENDT, 2001) que nos lleva a querer vivir juntos. Esta disposición
encuentra bases neurobiológicas, psicológicas y espirituales que
contribuyen a sostener el elemento racional, capaz de argumentar acerca
de la conveniencia de cooperar antes que confrontar.
Los elementos anteriores confluyen en la construcción de un
lenguaje común para encontrarnos a nosotros mismos como parte de una
comunidad y darle a ello no sólo el valor de lo útil y conveniente
(Aristóteles), sino también, y principalmente, la dimensión de lo justo,
dadora de sentido. Desde la disposición afectiva, la razón cordial y la
sensibilidad humana es posible acometer la reconstrucción de formas de
pensar reflexiva, crítica y creativamente nuevas maneras de vivir en
común, de reconstruir comunicativamente lo común y cuidar la vida de
las personas concretas, biográficas, sufrientes. Acerca de esto y desde la
exigencias de justicia para con ellas, surge la necesidad de vincular
comunicación y derechos humanos, como lo hacen autores actuales
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Opción, Año 38, Regular No.98 (2022): 21-43
Revista de Ciencias Humanas y Sociales. FEC-LUZ
(CABRERA Y ANTOLINEZ, 2022), en vistas a visibilizar
situaciones de grave injusticia hoy globalmente muy frecuentes.
2.5. ÉTICA PARA UN NUEVO LENGUAJE
POLÍTICO
La perspectiva ética de la comunicación es capaz de
fundamentar un nuevo lenguaje político para un nuevo siglo. Un
lenguaje y un siglo nuevos que enfrentan grandes dificultades, que no
es posible desconocer ni menospreciar. Por una parte, con el avance
de nuevas formas de comunicación que brindan la capacidad de
traspasar barreras espacio-temporales para comunicarse en tiempo
real de un extremo al otro del planeta, es cada vez más difícil justificar
situaciones autoritarias o dictatoriales, presentándolas como
inevitables con el objetivo de generar reacciones de aislamiento y
resignación. Movimientos recientes de protesta política masiva,
convocados en buena medida a través del uso de nuevos códigos y
por medios electrónicos, son un ejemplo de ello, aunque
frecuentemente reprimidos con consecuencias violentas. Junto a las
dificultades, sin embargo, se encuentran también nuevas posibilidades
de expresar, articular en red y expandir globalmente innovadoras
formas de cooperación y solidaridad frente a situaciones de grave
afectación humana que se constituyen en motivos de prioridad ética
(KLIKSBERG, 2010)
América latina ha visto en repetidas ocasiones discursos de
poder fundados sobre la reducción del carácter ético propio del
discurso político: deconstrucción del otro como enemigo,
reconocimiento como interlocutor, respeto a las condiciones de un
debate justo, negociación, confrontación de ideas sin afectación de los
sujetos, búsqueda de acuerdos. En los discursos autoritarios tales
contenidos de bases ético-políticas desaparecen, dejando lugar a los
parámetros del discurso de poder: obediencia, orden, control, la
consideración de la diferencia como amenaza, la humillación del
contrincante como estrategia, la eliminación del enemigo como
objetivo. La ética de la comunicación, desde sus ejes centrados en la
persona, la convivencia y la sostenibilidad, puede hoy ayudar a pensar
nuevos espacios de convivencia, devolviéndole al discurso político su
El otro: ¿enemigo o interlocutor? Ética y comunicación en entornos de
violencia
35
Revista de Ciencias Humanas y Sociales. FEC-LUZ
politicidad, es decir, su condición de ser discurso constructor de
convivencia.
Un discurso constructor de convivencia requiere un adecuado
balance de las tres dimensiones básicas de lo político: en primer
término, la dimensión de facticidad, orientada al realismo y la
contextualidad que permitan la construcción de mediaciones efectivas
para la solución, o al menos el encaminamiento orientado a la
solución de los problemas específicos de cada sociedad concreta. En
segundo término, la dimensión de actualidad, en la que se juega el
carácter decisional de la política y que consiste en el cultivo de la
capacidad de tomar decisiones equilibradas, responsablemente y
mediante prácticas deliberativas. Y, en tercer término, la dimensión de
posibilidad, en la que la política se hace cargo de la elección de la mejor
de las posibilidades existentes en una coyuntura determinada, pero
con la visión de un bien común que, desde situaciones presentes, se
busca con miras en el largo plazo.
Las tres dimensiones de lo político, y su expresión en la
práctica de la política, apuntan actualmente a ser desarrolladas en
comunidades deliberativas, espacios comunicativos donde confluyen,
por una parte, actores políticos diversos y con intereses particulares
diferentes, pero que deciden hacer el esfuerzo de pensar tales intereses
desde valores que los pongan en contacto en un nivel más
fundamental: cuidado de la vida en común, cultivo del diálogo,
recurso al diálogo y a la negociación de las diferencias en lugar de la
confrontación, entre otros. En tales comunidades se recrea el sentido
de pertenencia y mutua remisión entre actores políticos tales como
gobierno, universidades, empresas, sectores laborales, culturales,
deportivos, etc., y se refuerza el enfoque relacional que abarca tanto a
la ética como a la política, en vistas a contribuir con establecimiento
de una relación entre actores, procesos y resultados orientados a
mantener, mejorar y proyectar la vida de las personas y comunidades.
Como resultado de la acción de las comunidades deliberativas y
en una perspectiva ética de la comunicación, se abre la posibilidad de
recuperar críticamente el poder del discurso en su doble sentido
retórico: discurso de, que apunta a la capacidad de expresar un proyecto
de futuro, proyecto abarcador de formas concretas de humanización a
través de prácticas efectivas y mediaciones virtuosas; y discurso para,
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Opción, Año 38, Regular No.98 (2022): 21-43
Revista de Ciencias Humanas y Sociales. FEC-LUZ
que alude al poder de persuasión capaz de desencadenar la relación
entre pensamiento y voluntad para la construcción del proyecto
deliberativamente formulado y discursivamente propuesto. “Nos
preguntamos, dice ZAPATA (2011), por la posibilidad de recuperar lo
humano frente a la violencia a través de asumir la fuerza política de la
palabra. Reasumir la existencia de lo social colectivo por medio de la
palabra, la capacidad de argumentar es a su vez, la apertura del
‘espacio público de aparición’…escenario en el que se juega el destino
de la comunidad humana”.
Desde este enfoque, la política puede ser entendida como “la
organización y la praxis colectiva del espacio común de aparición”, en
la que el ser humano es “alteridad, discurso, lenguaje, discusión,
negociación, consenso”, según ZAPATA (2011, p. 126). Dicha praxis
es el espacio de lo común, logos “que convoca a los ciudadanos y se
configura, políticamente, como deliberación, discusión, decisión”. A
través de la deliberación la realidad diversa y rica en intereses y valores
puede ser diluida en lo que tiene de criterios individuales,
integrándolos en un criterio común que ese logos expresa. En tal
sentido, la labor de las comunidades deliberativas orientadas a pensar
(descubrir, encontrar, inventar) creativamente nuevas formas de
convivencia, apunta a la construcción de una carta de supervivencia social
que permita progresivamente construir un mapa de convivencia política.
(MARTIN-FIORINO, 2017)
En este sentido, la comunicación posibilita escenarios de
construcción dialógica a partir del encuentro con el otro, y esto a su
vez, plantea la oportunidad colegiada de repensar el sentido de la vida,
su significado y dignificación, de allí la importancia de identificar los
discursos que orientan a la construcción sana de nuevas sociedades y
aquellos que van en detrimento de ello.
3. METODOLOGIA DEL ESTUDIO
El presente trabajo ha seguido para su realización la vía de un
enfoque interpretativo crítico y analítico, centrando su interés en
analizar y comprender el papel de los elementos ético-valorativos de
los procesos comunicativos en entornos de violencia. Para ello se ha
buscado apoyo en los aportes de la hermenéutica crítica, tomando
El otro: ¿enemigo o interlocutor? Ética y comunicación en entornos de
violencia
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Revista de Ciencias Humanas y Sociales. FEC-LUZ
como referentes algunos textos significativos de autores reconocidos.
El itinerario metodológico ha sido el de una investigación cualitativa
de carácter documental con enfoque hermenéutico, siguiendo los
criterios proporcionados por Hernández Sampieri (HERNÁNDEZ
SAMPIERI, 2018). Sobre dichas bases y con apoyo en la lectura
crítica de los antecedentes, el trabajo ha revisado las interacciones
entre ética, comunicación y política en entornos de violencia.
4. REFLEXIONES FINALES
El discurso político con bases en una ética de la comunicación
abre la posibilidad de construir mapas de convivencia mediante el
proceso de convencer y persuadir a los actores de la necesidad y el valor
de su incorporación a un espacio convergente para recuperar el sentido
de la vida en común con proyección de futuro. En proceso comunicativo
marca la diferencia entre la supervivencia social y la vida política en común: del
pacto social al acuerdo político hay un avance cualitativo que permite
pensar en una relación de alianza deliberativa valiosa, abierta a lo que
todavía no es, pero que puede ser y es deseable que sea. Los pasos que las
comunidades deliberativas pueden dar en el sentido de construir
convivencia en entornos de violencia pueden abarcar momentos de alto
el fuego, pacto, acuerdo, contrato y alianza, dándoles un carácter de
compromiso y de proyecto de futurización.
Muchas sociedades contemporáneas, construidas sobre relaciones
de poder, se sostienen precariamente por medio de un agregado de
discursos de supervivencia: éstos se caracterizan por su carácter sólo
reactivo frente a las asimetrías de poder, son incapaces de transformarlas
y a lo sumo desarrollan habilidades de adaptación y de obtención de
beneficios limitados, dentro del mantenimiento de lo establecido. Son
discursos sin futuro, generalmente productos de un pacto entre actores
que, en la mayoría de los casos, no comparten valor alguno, pero pactan
por mutuo temor o beneficios particulares. Discursos en los que los
actores permanecen anclados en el estrecho margen de un presente,
entendido desde la lógica simple de lo dado.
Es inevitable ver contextos, en los cuales “el victimario” utiliza su
poder sobre el otro, máxime cuando el otro es temeroso y los otros en el
marco de la estructura de poder, lo perpetúa y lo valida, bien puede ser
por temor también, o por el beneplácito derivado de beneficios, sin
importar el bienestar del otro.
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Como lo han señalado importantes autores (MARTINEZ,
BENITO & BUSTAMANTE, 2009), la ética de la comunicación permite
regular las dinámicas de interacción social, donde no participan sólo los
especialistas y profesionales en comunicación y medios, sino todos los
actores sociales que le apuesten a la relacionalidad como paradigma de
construcción social. Así pues, resulta esencial, que, como comunidad
desde la ética de la comunicación, se apalanquen escenarios que
coadyuven a la generación de nuevas formas de concebir la vida, nuevas
formas que permitan trabajar por la transformación social, lo que implica
no solo escenarios, sino individuos comprometidos desde la ética, lo
crítico, lo creativo, con el cambio y el reconocimiento del otro, como ser
semejante, para trabajar por la dignificación de la vida. Que se hable de
individuos éticos, críticos que sean capaces de trabajar por una mejor
calidad de vida, conduce inevitablemente a pensar en individuos e
instituciones formadoras, con la responsabilidad intrínseca de formar
para la vida, en este sentido es cognoscible pensar que todo se convierte
en un sistema organizado, que puede ser o no favorable para la
comunicación responsable, la vida con calidad y la coexistencia de los
otros y lo otro, sin daño.
Un esfuerzo reflexivo es capaz de impulsar inicialmente la
transformación de los discursos de supervivencia a la condición de
discursos de coexistencia. En éstos, el avance en la aproximación a lo
común valioso se traduce en la incorporación de valores como el
reconocimiento de la alteridad, el respeto de la diferencia y el
compromiso de no afectarse mutuamente. La presencia del otro en los
discursos de coexistencia resulta, sin embargo, aun pasiva, sin que sea
propiamente un interlocutor: la coexistencia no impulsa a los actores a
prestarle atención activa al diferente, a aprender de él y a solidarizarse con
su situación. Es, por tanto, una condición necesaria pero no suficiente
para expresar la riqueza de lo humano (diálogo, socialidad, futuro, según
las definiciones aristotélicas), que se expresa s acabadamente a través
de un discurso de convivencia mediante el poder humanizador de la
palabra.
La comunicación debe darse de manera responsable, en tanto,
puede tener efectos positivos y negativos, repercute en la conformación
de ideas, valores, intencionalidades que bien o mal, tienen impacto en la
sociedad, por ello, representa un gran reto desde lo humano, que esta sea
asertiva, para que su impacto sea positivo.
El otro: ¿enemigo o interlocutor? Ética y comunicación en entornos de
violencia
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Revista de Ciencias Humanas y Sociales. FEC-LUZ
El abordaje de la construcción de un discurso de convivencia es
un gran desafío para la ética de la comunicación y para el saber político
del presente siglo. El déficit discursivo es correlativo al déficit de
convivencia, expresado en los niveles de violencia, indiferencia,
intolerancia y representado en los índices de deterioro ambiental y en las
graves consecuencias humanas de las economías inequitativas.
Al ser conscientes de los niveles de violencia, de indiferencia, de
intolerancia, no se escapa de vista, el hecho de vivir enfrentando el
fenómeno de la -violencia invisible-, que mediante acciones silenciosas
genera daño y resulta difícil de evitar, ya que afecta las estructuras
psíquicas y emocionales de las personas, convirtiéndolas en sujetos
vulnerables. Según lo menciona Fajardo (FAJARDO et al, 2010), en
Colombia existen varias poblaciones que son vulneradas en sus derechos
y terminan siendo invisibles para la sociedad, entre ellos y más
notoriamente identificados, se pueden enumerar, los habitantes de calle y
los desplazados por el conflicto armado. Sin embargo, existen víctimas
invisibles en contextos normalizados, como las empresas, los colegios,
donde se enmascara en roles de poder, que usan su condición para
menospreciar e ir contravía del bien común y con ello se afecta el
equilibrio de los sistemas sociales donde se convive.
El horizonte de sentido es el de una ética de la vida, que
fundamenta una nueva comunicación capaz de favorecer la construcción
de formas inéditas de convivencia --personalista, deliberativa y
democráticaen el espacio humano de un nuevo siglo político.
Consecuentemente, el sentido de una ética de vida debe propiciar
nuevos escenarios discursivos desde el reconocimiento del otro y lo otro,
para favorecer colectivos más sanos emocionalmente, desde el accionar
consciente, responsable y promotor del bienestar común.
AGRADECIMIENTOS
Los autores expresan el agradecimiento a las siguientes instancias
institucionales:
1. El presente artículo ha sido posible gracias al apoyo
institucional del Grupo de Investigación GINTECPRO del
Programa de Ingeniería Industrial de la Universidad El Bosque,
Bogotá, Colombia, dentro del marco del Área de estudios e
investigaciones sobre Ética Aplicada.
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Revista de Ciencias Humanas y Sociales. FEC-LUZ
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BIODATA DE LOS AUTORES
Víctor Martin-Fiorino. Doctor en Filosofía por la Universidad de
Lovaina, Bélgica. Estudios postodoctorales en ética aplicada. Investigador
Emérito Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de Colombia.
Profesor Emérito de la Universidad del Zulia, Venezuela. Doctor
Honoris Causa. Profesor Distinguido por la Universidad Nacional de
Cuyo, Argentina. Miembro Fundador de la Red Internacional de
Mediación “Xesús Jares”. Profesor de Pregrado y Postgrado en
Universidades de Italia, Francia, España Argentina, México y Colombia.
Investigador de la Universidad Católica de Colombia.
Darwin Muñoz-Buitrago. Master Internacional en Ciencia Política para
la Paz y la Integración de los Pueblos, Universidad de Salerno, Italia.
Maestría en Ciencia Política, Universidad católica de Colombia.
Licenciado en Teología, Pontificia Universidad Javeriana, Baccaleurerum
in Theologia, Universidad Pontificia Javeriana. Estudios de Filosofía,
Universidad San Buenaventura, Bogotá. Orden al Mérito Javeriano,
Pontificia Universidad Javeriana. Docente Investigador de Postgrado,
Universidad Santo Tomás, Colombia. Coordinador de Docencia,
Departamento de Humanidades, Universidad Católica de Colombia.
Lina María Fonseca-Ortiz. Psicóloga, Magister en Psicología Jurídica,
Experiencia en diseño, ejecución y seguimiento de proyectos de gestión
curricular en Educación Superior. Experta en procesos de
Autoevaluación para la obtención y renovación de Registros Calificados y
en Proyectos de Desarrollo Docente. Experiencia investigativa en
Gestión Curricular, Desarrollo Docente, Psicología Experimental y
Psicología Jurídica. Experticia en diseño y análisis de instrumentos de
evaluación en Psicología Jurídica. Docente Universitaria en Psicología
Diferencial, Procesos Psicológicos Básicos y Psicología Jurídica.
Freddy Camilo Triana. Magister en Educación y Comunicador Social,
Universidad Santo Tomás. Docente Titular de Postgrado, Universidad
Santo Tomás, Bogotá. Investigador en áreas de Ciencias Sociales y
Humanas. Participa en numerosas actividades académicas y ha sido
Ponente en eventos nacionales e internacionales. Autor de publicaciones
como el Capítulo de libro de investigación sobre “Incentivar el sentido
socio-vital en la formación de la conciencia ética”, del libro “Tendencias
en la Investigación Universitaria: una visión desde Latinoamerica”.
UNIVERSIDAD
DEL ZULIA
Revista de Ciencias Humanas y Sociales
Año 38, N° 98 (2022)
Esta revista fue editada en formato digital por el personal de la Oficina de
Publicaciones Científicas de la Facultad Experimental de Ciencias, Universidad del
Zulia. Maracaibo - Venezuela
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