Revista de Ciencias Humanas y Sociales
© 2022. Universidad del Zulia
ISSN 1012-1587/ ISSNe: 2477-9385
Depósito legal pp. 198402ZU45
Portada: Nos Miramos
Artista: Rodrigo Pirela
Medidas: 150 x 100 cm
Técnica: Acrílico sobre tela
Año: 2014
Año 38, Especial No.28 (2022): 7-13
ISSN 1012-1587/ISSNe: 2477-9385
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.7487153
Revista de Ciencias Humanas y Sociales. FEC-LUZ
EDITORIAL
Crítica de la racionalidad digital. Nuevas fronteras para la ética y la
filosofía
Uno de los mitos de esta Modernidad inconclusa por la que atraviesa
la actual civilización tecnocientífica, lo constituye la idea de encontrarnos
abiertamente en una sociedad de información. La nuestra, es una era de la
civilización que se caracteriza por la emergencia abrumadora de sistemas
de interconexión, por la cual, mediados por “aparatos digitales”, tenemos,
además, la firme convicción de poseer el control del conocimiento y con
ello el control de nuestra propia libertad, o de nuestro sentido de libertad.
Así, ligamos libertad de información y libertad de acción, con la del
sentido de dominio de nuestro espacio vital. Sin embargo, todos los
signos detectados de esta sociedad informacional, permiten llegar a la
conclusión de que estamos más bien en un mundo en el cual somos
dominados por intermedio de una “racionalidad digital”.
Según lo anterior, la razón que impera en el mundo digital es más
bien desdeñada, por no decir claramente “ocultada”, a la luz del
deslumbramiento tecnológico. Nuestra era, es la era de la sociedad digital
en la cual la razón comunicativa se ve evidentemente avasallada por una
racionalidad digital. Veamos brevemente cómo opera la racionalidad
comunicativa, en contraposición con la racionalidad digital, en esta era de
hiperinformación; en ella se aprecia claramente que se contraponen razón
comunicativa y razón digital.
Ciertamente, las características que muestra este Nuevo Mundo
hecho real por la tecnología, hace que pensemos en las razones por las
cuales nuestra sociedad se encuentra inmersa de forma absorta en un tipo
de realidad que no necesariamente se corresponde con la real. Pienso que
ahora puede verse con s claridad la expresión hegeliana que se
encuentra en esta idea, puesto que no todo lo que “vemos” como
evidencia empírica de nuestra experiencia, se corresponde con el mundo
real de vida vivida. Y es que este juego de palabras es tan desconcertante
como lo es la idea misma de “realidad virtual”. En este mundo virtual no
todo lo real es racional, como tampoco no todo lo racional es real. La
expresión hegeliana nos antepone, en este siglo que alcanza casi su cuarto
de hora, a las puertas de una realidad que nos desborda por lo irreal de sus
formas.
La relación entre lo real y lo irreal se torna inseguro, mediante
territorios marcados por líneas difusas, a la luz de las estrategias que el
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mismo contexto virtual coloca como camino para ser recorrido. Y es allí
justamente donde encontramos los problemas y pormenores de los
avances de las tecnologías de información y comunicación. En la llamada
“sociedad digital”, la razón comunicativa pierde sustancia ante las
cuestiones de compromiso que introduce el agente digital. Este, el agente,
es quien domina en este espacio indeleble; y es quien impone un sentido
de la vida, al poseer, él sí, toda la información personal y social de cada
uno de los sujetos que la conforman. Lo que estamos diciendo es que la
razón comunicativa es diluida en estos espacios de interacción del mundo
digital, desde tres perspectivas: en sentido ontológico, en sentido ético y,
finalmente, pero no exclusivamente, en sentido político.
En sentido ontológico, la cuestión sobre el ser digital se centra en
la fluidez de la información: el ser es un flujo invisible que solo se
materializa mediante el control de la voluntad y del poder por parte de
quien controla el espacio interestelar en el que se ha transformado el
mundo interconectado, precisamente por intermedio de los aparatos
tecnológicos de intercomunicación. El ser es literalmente una “sustancia
fluyente”, como diría Heráclito; y, por tanto, su materialidad es solo
detectable si podemos medir el flujo de su existencia a través del
algoritmo. El ser-con (mit-sein de Heidegger), es un ser que se materializa
por su existencia a través de un bit; esto es, por ser un flujo digital que
solo puede ser leído, no palpado; no puede ser ni comprendido ni mucho
menos “abrazado”.
El ser en la sociedad digital es una materialidad inmaterial, porque
su sustancia consiste en no-ser: en ello consiste la red digital, en desnudar
al ciudadano digital (ciudadano iluso), al despojarlo de todo cuanto le
pertenece como ser subjetivo; el ser queda vacío de identidad. Mientras
más inmaterial es el sujeto, más propiedades de sujeto posee en este
mundo digital. La presencia real estorba. Lo irreal se ha tornado en real.
Esto, desde luego, hace emerger una nueva racionalidad.
Desde esa racionalidad emergente, la naturaleza del ser se
desvanece para reinsertarse como parte de un flujo total, vertiginoso e
incesante de vida en el mundo digital. No hay pausa del ser; el ser digital
es incansable, pues esta sociedad digital es una sociedad insaciable de
presencia, al demandar la eterna presencialidad por intermedio de la
interconexión a través del dispositivo: Byung Chul Han la denomina
“racionalidad digital”, que sitúa en el marco de la “sociedad del
cansancio”, que es lo mismo que decir, “sociedad digital”. El ontos de la
sociedad digital es su fluidez de existencia: este ontos es un fluido de
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información no controlada por lo abrumadora que es ella misma (no es
fluidez en el sentido de liquidez de Bauman; es una liquidez impalpable
pero material a la vez). No es controlada por el sujeto, aunque si por los
agentes de la red neuronal así conformada como mundo digital.
La sociedad digital que justifica esta forma de racionalidad, es
caracterizada justamente por una estructura diseñada de tal manera que
cada ciudadano digital (lo hemos denominado “ciudadano iluso”), es
absorbido por ese contexto de redes neuronales digitales en las cuales sus
datos personales, y todo cuanto lo conforma, fluye por los canales de la
red la mayoría de las veces sin su consentimiento; aunque cuando asiente
en ello, casi nunca constata sus contenidos; es la forma más subliminal de
operar que ha encontrado este mundo de manipulaciones incontroladas
con el que se reviste la sociedad digital.
De esa forma, el sujeto de la razón comunicativa, sujeto antiguo a
la luz de los demoledores dispositivos digitales que la constituyen, es un
fluido en esta sociedad digital, razón por la cual, se pone en discusión su
validez como razón, la cual, a su vez, es mucho más instrumental que la
propia razón comunicativa que le sirve de contraargumento. Mientras
más invisible sea, más legitimidad habrá en este mundo digital. El mundo
de la sociedad digital demanda un sujeto inexistente. Lo requiere para su
dominio. El ser-ahí se diluye en el ser-con, y de ahí, en ser-nada; el ser se
transforma en nada en este mundo digital. La razón comunicativa se
diluye en la razón digital, que inaugura una nueva manera de dominio,
que no de comunicación, por muy en contrasentido que esto parezca. Es
justamente una cuestión medular para discutir.
Por otra parte, se refiere el sentido ético en este contexto y que la
razón comunicativa enarbola como su estandarte pero que la razón digital
soslaya de suyo. Y es esto lo que lleva a la filosofía actual a pensar en que
la racionalidad comunicativa, al quedar vacía de referentes éticos, ya no
será una tal “razón”. Esto se explica justamente por los cuestionamientos
ontológicos que se plantearon en los párrafos anteriores. El ontos en que
consiste la sociedad digital, posee una inestabilidad en sus cimientos,
puesto que es imposible hablar de centros de generación de información,
como ocurre en la “sociedad real”. El fluido en el que consiste esta
sociedad, se constituye como el océano en el que se encuentran islas
interconectadas por su acuífera condición. Son islas de materialidad que
solo se conectan si son capaces de navegar a través de las aguas
turbulentas y fluidas de la hiperrealidad.
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Por lo dicho, entonces, los procesos comunicativos que
tradicionalmente se constituyen a través de verdades evidentes, esta vez
se evidencian por medio de mensajes recogidos en los canales
hiperconectados generados por cada uno de estos islotes de realidad: cada
internauta es un nodo de la red, cuya direccionalidad no está determinada
ni es determinable, como signo indiscutible del oxímoron que la
constituye; esto es, su materialidad inmaterial. El sujeto queda
difuminado, diluido, en esta relación inmaterial, como un bit de la red
neuronal. El sujeto es mensaje y mensajero, creando conflictos en las
cuestiones fundamentales de la racionalidad humana, esto es, en la
perspectiva comunicativa que funda toda ética, dada la naturaleza
conflictiva de este mundo respecto de la verdad, la cual queda en
entredicho como norte de toda relación ética.
De esta manera, la ética queda difuminada por antivalores
comunicativos, dado que el mundo digital, conformado por las redes
neuronales, cuyos nódulos se encuentran en cada internauta, como se les
llama a los fluidos subjetivos que lo conforman, es un mundo
estructurado por una red de nódulos y canales, cada uno fungiendo de
generador y receptor de información, la cual es dirigida hacia el centro de
poder que no es uno, sino uno en una multiplicidad (Heráclito dixit),
retornando dicha información en tiempo real, contradictoriamente como
información de interés (para los agentes de la red, pero para el ciudadano
iluso también).
La ética, que se define como la costumbre buena del sujeto, al no
haber sujeto en este mundo digital tal como lo conocemos, como quedó
expresado en las líneas anteriores, sino fluidos de sujetos, queda
caracterizada en otra dimensión, cuyos entramados ónticos también están
por definir. Algunos filósofos, como el citado Han (2022), prefieren decir
que desaparece: en la sociedad digital no hay razón comunicativa. Al
contrario, se impone una racionalidad digital. Dejemos los aspectos
políticos para otra oportunidad.
Estas ideas sirven para introducirnos en el tema que nos ocupa en
esta editorial. La cuestión sobre si en el mundo digital prevalece o no la
racionalidad comunicativa; o bien, esta es soslayada por la nombrada
racionalidad digital, como la denomina Byung Cul Han. Preguntarse por
esta racionalidad comunicativa, podría catalogarse como una pregunta sin
sentido. No cabría pensar que, los seres humanos, esa especie que
prevalece en el mundo justamente por estar dotada de habla, y con ello,
de un poder comunicativo por intermedio de la razón, no poseamos
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justamente este poder de comunicación derivado en razón, pues, nuestro
sentido del ser no solo es conformado por el logos, que, en palabras de
Heráclito, y que es tomado luego por Aristóteles, hace al ser en cuanto tal
ser racional; esto es, en cuanto ser dotado de poder comunicativo a través
del logos que nos hace humanos.
La racionalidad comunicativa, precisamente por las características
ónticas y éticas descritas anteriormente, se afinca sobre la idea de
comunicación (Habermas, 1999). Este principio de identidad presente en
la razón, apunta hacia la idea de argumentación; esto es, la cuestión de
convencer al participante en el diálogo comunicativo que se entabla, que
las razones, esgrimidas con buenos argumentos, más aún, con la
pretensión que sean los mejores, pueden ser aceptadas como válidas para,
consiguientemente, tomar las decisiones que se derivan de los enunciados
que la conforman. Por esa misma razón, la racionalidad comunicativa
demanda reglas éticas durante el proceso mismo de argumentar, de lo
cual se desprenden todas las teorías éticas comunicativas (el citado
Habermas, 1999 y 1998; Cortina, 2010, etc.).
Es a esto a lo que apunta Byung Chul Han (2022). La ética
comunicativa pierde fuerza como entidad normativa en el contexto de la
racionalidad digital. Aquella demanda argumentos, mientras que esta se
impone como totalidad. Y es este el quid del asunto, como diría mi maestro
de Teoría de la Argumentación Jurídica, el excelso maestro José Ignacio
Beltrán, de lo cual harán ya casi cuarenta años; o ese otro grande de la
disertación filosófica, que fue mi otro gran maestro, y amigo, Álvaro
Márquez-Fernández. La racionalidad digital se encuentra en un medio en
el cual la ética puede brillar por su ausencia, si perdemos el estado de
alerta que debemos mantener en este contexto de dilución del ente; o de
desaparición, en el sentido tradicional del término.
A esta conclusión llega Byun Chul Han, pues la razón
comunicativa se encuentra, en las actuales circunstancias, desdibujada en
medio de la desenfrenada avalancha de información que circula por las
redes neuronales de la sociedad digital. Ello es precisamente producto de
la transformación sufrida por causa de los embates de las tecnologías de
información y comunicación, las cuales han elevado sus apuestas hasta
los máximos beneficios, especialmente en cuanto a empleabilidad de sus
espacios de interacción. La racionalidad digital opera en este medio
opacando la racionalidad comunicativa, pues, además, impera con
carácter totalitario. Ella no se sostiene en argumentos; se asienta sobre las
bases del conocimiento total del mundo digital, gracias a sus dispositivos.
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La racionalidad digital, que demanda conocimiento de la realidad
para diluirla en irrealidad (producto de la manipulada verdad y convertida
en posverdad), se funda en la captación de información voluntaria del
sujeto iluso, quien la entrega de forma voluntaria, justamente en ejercicio
de su “libertad plena”, como argumentamos al principio, la cual luego es
retornada a su espacio de privacidad como “mercancía” de cuyo buen
precio hay que aprovecharse; como diría Shoshana Zuboff (2021): “se
vende realidad a dos por uno”. Esta determinación infalible de la
sociedad digital hace de la racionalidad, que es propiamente digital, un
instrumento del nuevo totalitarismo en el cual consiste la actual sociedad
capitalista: es un sistema económico que funda la razón en el negocio de
las emociones captadas gratuitamente por intermedio de los dispositivos
intemporalmente conectados. Las críticas al régimen totalitario comunista
van en otro sentido, pues domina además con otros dispositivos de
control.
Así, puede decirse que la racionalidad digital se enmarca en un
nuevo proyecto de Modernidad; o, mejor dicho, en un novedoso
dispositivo de control social, como lo fue en su momento la sociedad
disciplinaria, controladora de la corporalidad del sujeto del capitalismo
industrial, mismo que caracterizó la Tercera Modernidad. La racionalidad
del capitalismo digital es aquella que controla como la sociedad disciplinar
del capitalismo posindustrial, en el cual la racionalidad comunicativa es su
centro. Esta, además, funda el sistema democrático de derecho, como se
ha afirmado en otras oportunidades. Sin embargo, el parecido entre una y
otra es solo aparente. El control social del nuevo orden económico así
formado es abierto e interpretado por el sujeto iluso como ejercicio de su
libertad. Mientras que el otro sistema capitalista, controla por intermedio
de dispositivos de control corporal, constriñendo al sujeto. Mientras
aquél deja al sujeto con la sensación de libertad, este lo deja constriñendo
su libertad. En medio de ambos, surge la racionalidad digital,
controladora de emociones y fundadora de un nuevo mercado.
Parafraseando al maestro Ortega y Gasset, la racionalidad digital “es
el tema de nuestro tiempo”.
Dr. José Vicente Villalobos Antúnez /Editor Jefe
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REFERENCIAS
CORTINA, Adela (2010). Ética sin moral. Editorial Tecnos, Madrid
(España).
HAN, Byung Chul (2022). Infocracia. La digitalización y la crisis de
la democracia. Editorial Taurus, Uruguay.
HABERMAS, Jürgen (1998). Facticidad y validez. Sobre el derecho y
el Estado democrático de derecho, en términos de Teoría del
discurso. Editorial Trotta, Madrid (España).
HABERMAS, Jürgen (1999). Teoría de la acción comunicativa.
Racionalidad de la acción y racionalización social. Editorial
Taurus, Santa Fe de Bogotá (Colombia).
Zuboff, Shoshana (2021). La era del capitalismo de la vigilancia. La
lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del
poder. Editorial Paidos, Santa fe de Bogotá (Colombia).
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UNIVERSIDAD
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