Revista de Ciencias Humanas y Sociales
© 2022. Universidad del Zulia
ISSN 1012-1587/ ISSNe: 2477-9385
Depósito legal pp. 198402ZU45
Portada: Allí estás!
Artista: Rodrigo Pirela
Medidas: 50 x 30 cm
Técnica: Mixta sobre tela
Año: 2011
Año 38, Regular No.97 (2022): 7-13
ISSN 1012-1587/ISSNe: 2477-9385
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.7486007
Revista de Ciencias Humanas y Sociales. FEC-LUZ
EDITORIAL
MIRAR LA BIOÉTICA DESDE LOS CIMIENTOS DE LA
FILOSOFÍA
Lo que los presocráticos nos tienen que decir
Gilbert Hottois, ese espadachín de la palabra mágica que
transmuta el pensamiento en acción, ha dicho con estupefacto realismo,
que la “filosofía llegó tarde a la bioética”. Esta expresión, dicha así en
forma descontextualizada, todavía refleja un mundo de circunstancias
que, en torno a las tareas que la filosofía ha tenido siempre como norte
desde su invención griega, nos revela que el mundo de vida humano está
siempre borlado de tamices incomprensibles desde la acción y la
reflexión. De esta forma, las relaciones entre teoría y praxis se han visto
bajo el escrutinio del pensar filosófico, especialmente cuando la ciencia
solo se ocupaba de representar la realidad “tal cual como ella es”. El
método científico impulsó el arte de la representación de la realidad, de
tal forma, que se le llegó a asimilar al “espejo de la naturaleza”.
Llegar tarde la Filosofía a esta cita convocada por esa ya no tan
novedosa interdisciplina que es la Bioética, significa que este mundo
ideado por la cultura helénica no imaginó el tránsito de la representación
del mundo a su transformación por intermedio del intervencionismo
tecnocientífico. En lenguaje sencillo, no es lo mismo representar que
transformar el mundo, cuestión que viene dando sus vueltas a gran
velocidad desde mediados del siglo XX, en especial, con los avances de la
biología molecular y la física cuántica. Sobre este aspecto ya comentamos
algunas ideas en anteriores editoriales.
En estas líneas, quiero resaltar el problema de la temporalidad en
la que se ve inmiscuida la filosofía como quehacer reflexivo sobre una
cuestión medular del presente siglo, poblado como sabemos de
dispositivos y creaciones tecnológicas que no solo son producto de la
transformación de la naturaleza, sino de la dinámica de transformación de
la materia que ellos mismos protagonizan.
Desde esta perspectiva de la tardía reflexión filosófica, pensamos
contrariamente a lo que sugiere el maestro belga, pero dejemos claro que
esta contraposición lo es solo en un aspecto. Si bien el deslumbramiento
provocado por los avances tecnocientíficos ha significado un incremento
exponencial de las reflexiones, que la filosofía actual se pone como tarea,
también es cierto que podemos encontrar algunos elementos
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significativos desde este pensar filosófico en la cultura helénica; o, mejor
dicho, en la cultura presocrática, con ese su pensar unificador del
Universo, en especial, si miramos la bioética como una interdisciplina que
asume su objeto de estudio de forma distinta al proyecto modernizador
de la ciencia.
Lo hemos dicho en otras oportunidades; la bioética se enraíza en
su quehacer desde los ámbitos de la ética, la política, el derecho y las
ciencias y tecnologías, pues al emerger como un puente “entre las ciencias
y las humanidades”, como diría Potter, tiende precisamente un manto de
reflexión interdisciplinaria sobre el quehacer humano. Desde esta
perspectiva, la Bioética no es solo reflexión desde la biomedicina, sino
que lo es desde todas aquellas corrientes del pensamiento y de la técnica
capaces de transformar el mundo de vida humano, en especial haciendo
hincapié en sus reflexiones desde las “humanidades”, como expresa el
oncólogo. Allí entra al ruedo la reflexión filosófica, pues ello está en sus
cimientos
De lo que se trata es, conforme con lo anterior, en darle una
mirada a la realidad desde el tránsito que va de la representación y
producción de la imagen del mundo, a la reconstrucción de un nuevo
orden de cosas no existentes, en tanto no son “lo dado” de la filosofía
clásica. Por ello, no es que la filosofía haya llegado tarde a la tarea de
reflexionar sobre la bioética; lo que ocurre es que la acción tecnocientífica
ocultó al filósofo el filón de montaña que sobrevendría con la
transformación de la materia que significa la tecnociencia. La filosofía no
lo imaginó debido a la separación desde la modernidad operada entre
filosofía y ciencia, unidad que si estaba presente en los Filósofos
Presocráticos. Ya antes también habíamos dado algunos criterios respecto
de los aportes de la filosofía de Heráclito a la ciencia, en especial, a las
actuales ciencias sociales. Las ideas de cambio y movimiento, son claves
para entender no solo estos aspectos reflexivos en torno a la ciencia, sino
en torno de la realidad de la cual se ocupan.
La cuestión medular con relación a este argumento es que, siendo
la realidad una y múltiple en la concepción de Heráclito, esa realidad,
ahora, se visualiza al punto de que su comprensión acerca del todo es
justamente eso: comprender que el universo es uno y es múltiple. Y
cuando este pensador, junto con Anaxágoras, Anaxímenes y
Anaximandro, nos revelan la unidad del Universo, su cosmología abarca
desde esta mirada diacrónica tecnocientífica a todo cuanto es. Estas son
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las lecciones que estamos recibiendo desde la filosofía clásica para
entender los asuntos ontológicos y prácticos del actual quehacer
tecnocientífico. Es decir, que la reflexión sobre la vida y las
“circunstancias” humanas de la cual se ocupa la bioética, reflexionando
desde las disciplinas teóricas y prácticas, ya es un tema de la filosofía. En
este sentido, pensamos que el Maestro Belga citado, pudo revisar su
afirmación acerca de la intemporalidad de la filosofía en el contexto de la
bioética, aunque tal vez lo haya dicho en sentido directo y operativo; pero
es que así ha sido siempre: “La lechuza de Minerva emprende el vuelo
cuando se ha vivido el día”.
La metáfora de Hegel se refiere lógicamente al pensamiento
filosófico; la lechuza de Minerva, representada por la filosofía, hunde sus
cimientos sobre lo acontecido: el pensamiento filosófico “opera” sobre la
vida vivida. Y en esto es en lo que se piensa cuando referimos que la
bioética es una reflexión sobre el actual mundo de la tecnociencia, que es
el mundo de la ciencia elevada a la potencia de su propia transformación
del mundo natural y humano (esto es, bajo la relación de materia y
espíritu; de alma y cuerpo). La filosofía que se asume como reflexión
sobre la bioética, en el sentido de Hottois, se refiere a que la
transformación del mundo a través de la técnica no parece haberle
interesado al filósofo. Y es esto justamente una cuestión medular. La
tecnociencia entendida como la techné de estos tiempos, no tuvo mucha
cabida en el pensamiento filosófico, según esta línea de pensamiento del
filósofo belga.
Sin embargo, conforme con los postulados heracliteanos, vemos
que, desde esta perspectiva, la filosofía si ha tenido mucho que expresar
respecto de la transformación del mundo, solo que las filosofías
devenidas seguidoras de la corriente adversa al movimiento y cambio, es
decir, de aquella que plantea que el mundo no cambia, como lo expresara
Parménides, tomó partido, imponiendo una concepción determinista de
la realidad, con su método positivista: “Aquello que es, es; lo que no es,
no es ni será”. Todo lo que existe ya está dado. De allí que desde esta
concepción no tienen cabida las actuales transformaciones de la materia
natural y humana, como ocurre desde la biogenética (esta trastoca los
cimientos incluso del alma humana, como lo plantea la filósofa mexicana
Juliana González Valenzuela).
Por ello, la discusión por intermedio de los Presocráticos nos
viene a enriquecer el quehacer filosófico de la bioética, puesto que la
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concepción e imagen del mundo antiguo, viene ahora a coincidir con la
imagen y concepción del mundo que nos trae la tecnociencia, y, en
consecuencia, como quehacer de la Bioética. Al respecto de esto último,
vale la pena mencionar el trabajo que viene realizando la filosofía como
quehacer acerca de la transformación del mundo en el cual consiste la
actual técnica. Sin embargo, es bueno acotar que ninguno de los filósofos
clásicos y modernos se refirió a la bioética en cuanto tal disciplina, pero sí
a las consecuencias que traen el mundo de la técnica al devenir humano.
Los casos que cita Paulina Rivero Weber (2021) de Nietzsche y
Heidegger son elocuentes; ambos filósofos articularon sus perspectivas
de la razón técnica como elemento fundamental para entender el proceso
de transformación; el primero referente al racionalismo instrumental, y el
segundo, referente al humanismo del ser. Ante ambas posiciones, hay que
señalar la referencia también de Ortega, con su famosa Meditación del
Quijote en la cual esgrimió su también famosa definición del “hombre” y
sus “circunstancias”.
El otro referente que quiero destacar en estas líneas, son los
planteamientos acerca del quehacer filosófico en torno a la bioética que
nos enseña la citada Maestra Juliana González Valenzuela. De forma muy
especial nos presenta una retrospectiva acerca de la intervención de la
filosofía en el mundo de transformaciones, a partir de las concepciones
de los Filósofos Presocráticos. Destaquemos solo uno de los múltiples
detalles que refleja la citada filósofa de este enigmático mundo de la
antigüedad, ámbito a partir del cual debemos siempre pensar la filosofía:
recordemos la especial mirada que hace Heidegger a la hora de
desentrañar la “pregunta olvidada”, esto es, “la pregunta por el ser”;
cuestión justamente de la cual se trata hoy día a partir de esta idea crítica
de la realidad transformada que nos presenta la tecnociencia.
Esa idea que queremos destacar es la cuestión acerca de la
revolución genómica, pues esta se encuentra marcando las pautas de un
nuevo Universo transformado; un mundo de vida en el cual ya las
relaciones entre materia y forma que hacen al ser no se ven de la misma
manera: la cuestión genómica se encuentra permeando los intersticios de
la realidad en el infinito mundo del ADN y la doble hélice que lo
representa. Las capacidades de transformar la vida a través de la técnica
recombinante del genoma, nos lleva a entender que esa unidad que
representa el gen no solo deviene en pluralidad al reproducirse mediante
la reduplicación y combinación binaria del código que lleva ínsito en su
“programa”; sino que, ese proceso que es natural en la Naturaleza,
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introduce elementos de transformación por vías de aquella técnica de
intervención del genoma (la técnica recombinante).
Esta revelación de la biología molecular, nos dice González
Valenzuela (2017), pone en evidencia que el ADN, además de las
posibilidades de transformarse por vías de la intervención humana, ha
existido toda la eternidad de la vida. Todo ser vivo lo posee, de manera
que es esa la unidad de la que nos hablan Heráclito y los demás
pensadores milesios. Es una visión de largo aliento esta de la relación
entre vida y naturaleza, de la cual se ocupa la Bioética, pero que no fue
sino hasta mediados del siglo XX cuando lo pudimos poner en evidencia
científica. El todo que es el genoma, también es la unidad de la cual
procede. Todo es uno, y todo se mueve; el movimiento del genoma,
traducido en combinación natural pero también en ingeniería genética, es
justamente el factor de intervención que los griegos de entonces no
podían ver. Pero si imaginaron la relación entre ontos y ethos: entre ser y
costumbre buena; la Modernidad científica, al separarse de esta premisa,
determinó un curso de la historia de la ciencia que declara a la naturaleza
como objeto de intervención a partir del poder que genera la acción
científica.
Lo que se destaca de todo esto, es que el actual estado del arte de
la biotecnología, no solo nos invita, sino nos obliga a tomar aquella
actitud propia de los Presocráticos: “asombro” y “maravilla”. Y ello
precisamente porque la materia de la cual estamos hechos todos los seres
vivos, propicia la generación de la energía vital que es el alma; por ello se
encuentra en los cimientos de todo este andamiaje de la relación entre
realidad y acción; entre ontología y ética, lo que ya hemos expresado: que
la biogenética y las tecnociencias, al generar nuevas formas de materia,
incluso de materia viva, genera un nuevo sentido de la relación con esa
energía llamada alma, que Aristóteles también tridimensionó (vegetativa,
animal y racional); la relación entre el ser y el deber ser se refleja
hondamente.
De esta manera, puede verse que las relaciones que propicia el
pensamiento filosófico antiguo, ya nos trajo de suyo las reflexiones
originarias necesarias para comprender el rol de la bioética frente al
desarrollo tecnocientífico. Hay nuevos caminos por recorrer desde esta
línea de pensamiento, pero lo que no es nuevo es justamente la idea de
que la bioética siempre estuvo presente en el pensamiento filosófico. La
lechuza de Minerva, antes de alzar su vuelo al final del día, ha debido
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anidar para reproducir su siguiente generación. Solo que, a diferencia de
otras aves, ella empolla sus crías a plena luz del día, tal como lo hace la
tecnociencia de estos tiempos de desafíos técnicos; sin embargo, por las
noches, vuela al ras de las estrellas.
Dr. José Vicente Villalobos Antúnez/Editor Jefe
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Refrencias
GONZÁLEZ VALENZUELA, Juliana (2017). Bíos. El cuerpo del
alma y el alma del cuerpo. Editorial Fondo de Cultura
Económica, México.
HOTTOIS, Gilbert (2001). ¿Qué es la bioética? Universidad El
Bosque, Colombia.
RIVERO WEBER, Paulina (2020). Introducción a la bioética.
Editorial Fondo de Cultura Económica, México.
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Esta revista fue editada en formato digital por el personal de la Oficina de
Publicaciones Científicas de la Facultad Experimental de Ciencias, Universidad del
Zulia. Maracaibo - Venezuela
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