bilmente plasmados por los modestos escultores medievales”
(Fulcanelli, 2001: 14).
En este sentido, la catedral se abre como una galería de arte para
dar cabida a un sinfín de variedades escultóricas, en ella se encuentran
los modelos complejos del arte de aquellos siglos. Fulcanelli se refiera a
éstos como libros lapidarios, y continúa: “…y esta lengua de piedra que
habla este arte nuevo es a la vez clara y sublime” (2001: 17).
A estas potencialidades ontológicas, se suman las propiedades es
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téticas en todo su conjunto, así como su conservación. Aquí, gárgolas,
quimeras, basiliscos, grifos, sirenas, centauros, sátiros y dragones, se
yerguen libres en el espacio sagrado rompiendo con las normas composi
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tivas de un románico caduco. Se impone un nuevo tratamiento del espa
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cio, captado a la vez con una mayor unidad y ligereza. A la tridimensiona
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lidad de las formas escultóricas, se une la durabilidad de los materiales,
como la piedra, el mármol y el alabastro. La imponente solidez de sus for
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mas las hace aptas para perpetuarse en el tiempo. A fin de cuentas, de lo
que se trata es de eternizar una idea, un pensamiento, una forma de vida.
Conforme avanza el gótico, estas esculturas tienden a recubrirlo todo, se
magnifican, se vuelven más humanas, más expresivas. Evidentemente,
esta elección obedece a un tipo diferente de sensibilidad, a un modo de
pensamiento más complejo.
Así, asomando desde lo alto de las catedrales góticas donde apenas
llega la vista están las gárgolas, imágenes dantescas de grotesco parecer,
seres infernales para quienes está reservado el más profundo de los abis-
mos. Estos seres no forman parte del extenso catálogo de bestias fantás-
ticas aprobadas por los compiladores, pero bien pueden ser entendidas
como parte del imaginario fantástico que el artista pone a disposición de
una idea. Una de las características principales que reviste especial inte
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rés para el estudioso de este arte, es que no existe ninguna gárgola que se
parezca a otra. Existe un sinfín de gárgolas, de desigual tamaño, natura
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leza y complejidad figurativa.
Al principio, las gárgolas no pasan de ser meras construcciones del
arte gótico tradicional, cuya principal función era la de desalojar el agua
acumulada por las lluvias. Sin embargo, a la evidente calificación funcio
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nal la acompañan algunas precisiones de carácter ontológico que se su
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man a las nuevas y más complejas soluciones que impone el estilo gótico,
a saber, guardar el enclave sagrado de los ataques del Maligno, y como si
se tratara de un encargo celestial, estas defensoras pétreas tienen la fun
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ción de anular, contener o destruir cualquier intento de profanación del
recinto sagrado. Y es que según una antigua tradición el mal sólo podía
ser combatido a través de un mal superior (Musquera, 2009: 315). Así,
frente a la presencia de las gárgolas figura de Satanás, los demonios y es
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píritus malignos huían despavoridos.
Su aspecto terrorífico, orejas puntiagudas, barbas, colmillos, pezu
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ñas, garras y alas membranosas eran el sello inequívoco de que el mal
distorsionaba el orden natural de las cosas. Aquellos que divisaban a
Omnia • Año 24, No. 2, 2018, pp. 110 - 137 125