Omnia Año 24, No. 1 (enero-abril, 2018) pp. 72 - 86 Universidad del Zulia. ISSN: 1315-8856

Depósito legal pp 199502ZU2628


La responsabilidad social universitaria como praxis de ciudadanía


Teresita Álvarez de Fernández*

y Maryalejandra Montiel de Rodríguez**


Resumen


El presente trabajo aborda el tema de la responsabilidad social uni- versitaria como una estrategia de cambio y adaptación de los sistemas de educación superior a las exigencias de este siglo XXI y a la revalorización de la educación como servicio para el desarrollo humano y el fortalecimiento democrático. Tiene como propósito reflexionar sobre la crisis ontológica de las universidades y la necesidad de refundar estas instituciones desde la formación de ciudadanos críticos para la toma de decisiones democráticas. Se utiliza una metodología documental apoyada en varios autores: Martín Fiorino (2015); Najmanovich (2017), Vallaeys (2012), Cortina (1997) y otros. Propone tres elementos para abrir el camino: Visualizar y reconocer la cri- sis; establecer un conjunto de valores y principios comunes compartidos y, definir de manera conjunta -con la comunidad- planes y proyectos de desa- rrollo guiados por la democracia, la ciudadanía, el desarrollo sustentable, la diversidad y los elementos multiculturales. El reto sigue siendo abrir las fronteras del conocimiento hacia un nuevo horizonte ontológico colmado de signos de libertad y valoración de la condición humana como forma de com- prensión de nuestra existencia.

Palabras clave: Universidad, responsabilidad social, ciudadanía, democracia.


De acuerdo con el World Business Council for Sustainable Deve- lopment WBCSD (2000), la RSE es el compromiso continuo de las empre- sas para comportarse éticamente y contribuir con el desarrollo económi- co, mejorando la calidad de vida de los empleados y de sus familias, de la comunidad local y de la sociedad en general.

Para McWilliams et al. (2006), la RSE son situaciones donde la em- presa se compromete y cumple acciones que favorecen el bien social, más allá de los intereses de la empresa y por sobre lo que se espera como cum- plimiento de la ley.

Vallaeys (2012), considera que la Responsabilidad Social Empresa- rial es un conjunto de prácticas de la organización que forman parte de


su estrategia corporativa, y que tienen como fin evitar daños y/o produ- cir beneficios para todas las partes interesadas en la actividad de la em- presa (clientes, empleados, accionistas, comunidad, entorno, etc.), si- guiendo fines racionales y que deben redondear en un beneficio tanto para la organización como para la sociedad.

En resumen, la definición de Responsabilidad Social Empresarial va de la mano con las transformaciones sociales y epocales que dibujan las dinámicas de una sociedad mutante que le exige a la empresa, no solo la productividad en términos mercantiles, sino también su contribución con el desarrollo de la comunidad donde actúa y de la sociedad en su con- junto. Lo anterior implica que la organización tome conciencia de su pa- pel en el entorno. No se trata de un elemento filantrópico que permita la distribución de recursos económicos excedentes entre las actividades so- ciales que a bien considere la empresa, sino de una concepción que va más allá de una dádiva, de un servicio extra o de un donativo a fundacio- nes benéficas o de caridad. Es una nueva forma de pensar la relación em- presa-sociedad.

Esa relación tiene su base en los principios y valores que compar- tan quienes integran primariamente la organización para luego irradiar- los hacia el resto del personal, extendiendo esa conducta hacia la socie- dad. De manera aislada no es posible propiciar los cambios, serán solo enunciados sin acción.

Un primer reconocimiento de interés es que la responsabilidad es un valor, una virtud individual y social. Es un compromiso u obligación de tipo moral, por tanto, la responsabilidad social debe relacionarse con principios deontológicos y éticos que respondan a una acción moral para la transformación de la sociedad o del entorno en donde se actúa o parti- cipa. Desde el ordenamiento jurídico, la responsabilidad es aquello que ha de hacer el gobierno a favor de todos los ciudadanos, a fin de garanti- zar sus derechos, los que de manera recíproca, generan deberes. Se esta- blece, entonces, una relación de corresponsabilidad y de libertad en las acciones de los individuos para con la sociedad.


Cómo se relaciona la Responsabilidad social con la universidad


Martín Fiorino (2015), considera que las universidades, junto con las empresas, los gobiernos y las asociaciones de la sociedad civil, están llamadas a profundizar y ampliar las alianzas en materia de enfoques in- tegrales de las políticas de Responsabilidad Social y a generar nuevas formas de abordaje que incorporen de manera decisiva a las comunida- des y a la ciudadanía en su conjunto.

Es una integración de elementos que necesariamente requiere un comportamiento moral de las personas con principios y valores comparti- dos, además de otras formas de pensar de manera articulada y licuada que piense en un nuevo mapa del mundo y de la sociedad a partir de los vínculos


y de las relaciones. Se requiere crear una cartografía que muestre la rela- ción de la academia con lo humano y social (Najmanovich, 2017).

La Responsabilidad Social Universitaria (RSE) es, entonces, un sis- tema de gestión ética y sustentable, con la diferencia de que en lugar de verla desde el punto de vista empresarial, exige, desde una visión holísti- ca, “articular las diversas partes de la institución en un proyecto de pro- moción social de principios éticos y de desarrollo social equitativo y sos- tenible, para la producción y transmisión de saberes responsables y la formación de profesionales ciudadanos igualmente responsables” (Vallaeys, 2012:4). Debe enfocarse en articular las funciones universita- rias tradicionales (investigación, docencia, extensión) con la integración del individuo en la sociedad como una cultura del nosotros que pueda potenciar otros referentes y signos de pensamiento ligados a comprender al ser humano como parte de la naturaleza y a apoyar los procesos de de- mocracia, equidad y desarrollo sustentable.

En la actualidad, más del 50 por ciento de la población mundial

-cerca de unos 4 mil millones de habitantes- viven en ciudades y el nú- mero sigue creciendo rápidamente. De acuerdo al Banco Mundial (2018), para el 2050, casi 70 de cada 100 personas vivirán en ciudades. Siendo ellas el principal motor de crecimiento en el mundo junto con la pobla- ción mundial.

Estas cifras expresan claramente la función que en este momento tiene la universidad a nivel mundial en el sentido de profundizar los valo- res democráticos a través de la gestión social de conocimiento como la principal plataforma para construir estructuras morales y humanizado- ras en la sociedad. Las acciones de la universidad de este siglo XXI deben estar apoyadas en una ética moral que permee a todos sus estudiantes y profesores como agentes de cambio y factores multiplicadores para colo- car al valor de la vida, de la condición humana, como el centro de las deci- siones políticas, sociales y culturales.

Se trata de asumir el rol de las universidades más allá de un enfo- que disciplinar y empleador que permita el desarrollo de la ciencia y la tecnología pero que también empodere al estudiante de herramientas éti- cas para la toma de decisiones, para la vida en común, para el respeto ha- cia el otro, para la creación de vínculos y de relaciones. Es desde la edu- cación, desde la transdiciplina, desde el intercambio de saberes, cultu- ras, pensamientos que puede construirse la responsabilidad social de las universidades hacia la sociedad.

Se trata de una nueva forma de pensar a la universidad unida a la responsabilidad social, no como una mera actividad intelectual, sino con la posibilidad de ampliar los modos de ser afectados para avanzar hacia una perspectiva multidimensional de la experiencia capaz de albergar tanto a la razón y la lógica como a las emociones y a la sensibilidad (Na- jmanovich, 2017).


“Hoy los saberes heredados muchas veces son obstáculos para seguir aprendiendo. Pero la vida siempre pugna por salir y hoy lo hace a una velocidad y con una intensidad que nos exige crear nuevos modos de aprendizaje, así como nuevas prácticas sociales que no escindan la teoría y la praxis, el afecto y el conocimiento, el individuo y el colectivo” (Najmanovich, 2017:46).


El vínculo con la ciudadanía


La ciudadanía es un concepto mutante y líquido que en tiempos de complejidad es socavado por otros referentes ligados a dar cabida a voces amplias, a reconocer la reciprocidad, el protagonismo de la so- ciedad civil, la educación y los medios de comunicación. Más allá de su relación con los derechos, la ética, la política como factores, indiscuti- blemente de primer orden y necesarios para el entendimiento de pro- cesos ciudadanos, es imperativa su consideración unida a lo colectivo por encima de lo individual, a la construcción de espacios de entendi- miento con otros referentes ligados a una cosmovisión que articule la visibilidad, el entendimiento, la libertad de existencia y pensamiento reflejadas en un respeto a la condición humana desde múltiples posi- bilidades y alternativas presentes en la cotidianidad. Desde la diversi- dad y la experiencia estética hay, en palabras de Martín Barbero (2010), nuevas maneras de estar juntos en las que se recrea la ciuda- danía y se reconstruye la sociedad.

La base política de cualquier democracia debe ser la ciudadanía. Ella se relaciona con la condición del hombre en una sociedad a partir de la cual tiene derechos y responsabilidades en el convivir dentro de un determinado Estado y sistema político. Hopenhayn (2001), habla de nuevas y viejas prácticas ciudadanas. Una visión ajustada a los cambios sociales, a las dinámicas de transformación y de pensamiento en una sociedad donde los estamentos son frágiles, hay un corrimien- to en las maneras de pensar que hablan de nuevas categorías ligadas a la complejidad, a la incertidumbre, a los cambios, a la crisis. Hoy, los referentes de la ciudadanía van más allá de las normas y derechos has- ta llegar a conceptos referidos a sociedad civil, a civilidad, a bien co- mún. La ciudadanía actual se circunscribe a este proceso. Sus ideas están en transformación y licuación en un mundo donde el reconoci- miento a las sensibilidades humanas está en un orden superior a la simple racionalidad.

En el ámbito de estas ideas, Cortina (1997), trabaja una ciudadanía plena que integra varios elementos: un status legal (conjunto de derechos), un status moral (conjunto de responsabilidades) y también una identidad por la que una persona se sabe y siente perteneciente a una sociedad (ciu- dadanía intercultural), con un mínimo de bienes sociales (ciudadanía so- cial) y una participación activa en los bienes materiales (ciudadanía econó- mica). La idea es hablar en términos de ciudadanía plena. En efecto, Corti-


na (1997), propone una ciudadanía que representa un lazo de unión, un punto de contacto entre la razón sentiente de los seres humanos -ya que cada persona es unión de intelecto y deseo, de razón y sentimiento- y las normas y valores que se tienen por humanizadoras, de modo que la ciuda- danía pueda sintonizar con los “sentimientos racionales” de pertenencia a una comunidad y de justicia de esa misma comunidad.

Reconocer esta nueva categoría conceptual implica otras formas de pensar y actuar en un momento histórico en transición. El siglo XX ha sido época de fecundos cambios en estas ideas. Aunque su defini- ción originaria está ligada al mundo griego, al reconocimiento oficial de la ciudadanía como forma de integración entre individuo y política (ciudadanía política), no es sino con la influencia de la Revolución Francesa y el nacimiento del capitalismo, en los siglos XVII y XVIII, que se legitima la existencia del Estado Nación como guardián de la socie- dad civil, ello sienta las bases de la libertad (hombre), igualdad (súbdi- to), solidaridad (fuerza emocional que liga en una identidad común), independencia (ciudadano), nacionalidad (tradiciones y cultura com- partidas) e historia (memoria colectiva) (Cortina, 1997). Es, este mo- mento histórico, en donde se sientan las bases conceptuales de la ciu- dadanía que se practicará durante de toda la época Moderna y que hoy requiere ser ampliada. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en 1791, fue el primer instrumento jurídico y el punto máximo en la reivindicación y reconocimiento de los deberes y dere- chos del sujeto frente al poder.

El siglo XX fecundó otros referentes. Desde el campo del derecho, y a partir de la declaración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada en 1948, y del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales suscrito por las Naciones Unidas 1966 y vigente desde 1976, comienza una nueva topología en el campo de las reivindicaciones del hombre en el contexto social, en el respecto a las libertades civiles, en el reconocimiento de sus derechos como ciuda- dano. Todo un marco normativo de los derechos humanos y su articula- ción con el Estado y la sociedad. Tres generaciones distinguen este pro- ceso en alegoría a las premisas de la revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad.

Estas categorías están asociadas, según Hopenhayn (2001), a la concepción liberal - democrática de la sociedad (derechos de primera y segunda generación); a la concepción social - democrática (derechos de tercera generación); y al pensamiento republicano, asociado a mecanis- mos y sentimientos de pertenencia del individuo a una comunidad o na- ción, y a la participación del sujeto en la cosa pública.


Cuadro 1. Generación de los Derechos ciudadanos

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Ciudadanía

Reconocimiento de los derechos ciudadanos

Primera Generación

Derechos civiles y políticos

Segunda Generación

Derechos Económicos, Sociales y Culturales

Tercera Generación

Derechos de los pueblos colectivos y medio

ambiente

Igualdad ante la ley Libertad de pensamien-

to, ideas, expresión, aso-

ciación

Derecho a emitir su voto A ser representado en el

sistema político por los

poderes Ejecutivo y Le- gislativo

No ser sometido a tortu- ra, penas

Derecho a una nacionali- dad, a elegir su residen- cia, su hogar, a casarse, a tener hijos, a emitir su voto, a participar en el

Derecho a: seguridad so- cial, a educación, al tra- bajo, a la salud, a un in- greso digno, vivienda adecuada, respeto a la identidad cultural, a asistencia médica, a for- mar sindicatos para la defensa de sus intereses

Derecho a la Paz Derecho a la calidad de

vida

Derecho al uso de los avances en ciencia y tec- nologías

Derecho a un medio am- biente sano

Derecho a la identidad nacional y cultural

sistema político

Fuente: Elaboración propia (2012).


La llegada del siglo XXI, las nuevas formas de pensar, la crisis de la modernidad, el papel del sujeto en la actividades de la esfera pública hace que la ciudadanía se escriba y se explique desde otro contexto, des- de otra mirada, sin renunciar a sus contenidos históricos, a los derechos ganados y consagrados como referentes devenidos de procesos políticos democráticos. La interrelación de esos derechos ciudadanos (primera, segunda y tercera generación) con el advenimiento de los sistemas en re- des, el desarrollo del mundo complejo y de la tecnología, sumado a la glo- balización, entre otros factores, hacen que, indiscutiblemente se piense desde otra perspectiva.

En el año 2000, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo presentó, en su informe sobre los derechos humanos, un compendio de siete libertades destinadas a contribuir con el respeto y la dignidad del ciudadano. Ellas son:


Cuadro 2. Recuperado del Informe sobre Derechos Humanos

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Libertades declaradas por el PNUD

  1. De la discriminación por motivos de género, raza, origen étnico, origen nacional o religión

  2. Del temor, las amenazas a la seguridad personal, la tortura, detención arbitraria y otros actos violentos

  3. De pensamiento y de expresión, de participar en la adopción de decisio- nes, opinión y de establecer asociaciones

  4. De la miseria, de la necesidad, para disfrutar un nivel de vida decoroso, digno

  5. Para desarrollar y materializar plenamente el potencial humano personal

  6. De la injusticia y las violaciones al imperio de la ley, del estado de derecho

7 De tener un trabajo decoroso, decente, sin explotación

Fuente: Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) (2000).


Todas estas conquistas confluyen en un nuevo escenario de ciuda- danía. Su redefinición pasa, en palabras de Hopenhayn (2001), por el descentramiento y la autoafirmación diferenciante de sujetos. Esto es, la posibilidad que ahora ya no sea el Estado Nacional sobre el cual giren la puesta en práctica de los derechos ciudadanos, sino que hay una plurali- dad de campos de acción, de espacios de negociación, de territorios dis- tintos, de nuevos interlocutores a partir de los cuales la participación permite que el ciudadano se empodere y se abran espacios diferenciante entre los sujetos. Esa diferenciación implica que la ciudadanía se cruza cada vez más con el tema de la afirmación de la diferencia y la promoción de la diversidad. Las características globales y descentralizadas del diá- logo público, de la globalización, de los sistemas en redes, modifican la opinión pública y amplían espacios para la tolerancia.


Forjar el carácter como epicentro de ciudadanía


Desde el campo de la filosofía y alineada con una visión que va más allá de los derechos ganados en el campo político y social y del reconoci- miento de los derechos humanos y de las libertades conquistadas histórica- mente, Cortina (2003), hace toda una hermenéutica del término ciudadanía desde la acera de la educación y los valores . Relaciona el concepto con el término Etos (del griego Ethos), que tiene que ver con la formación de carác- ter. La vigesimosegunda edición del diccionario de la lengua de la Real Aca- demia Española (2001), se refiere a este término como el conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o una comunidad. Es una disposición para hacer el bien. Des- de esta concepción, el Etos, los modos de comportamiento, el carácter es una cualidad que distingue a las personas, a las sociedades, a las institu- ciones. Un modo de ser en sí mismo. Forjarlo es una apuesta a largo plazo que se relaciona con el ciudadano deseado, con la sociedad que se constru- ye. Aquí las universidades tienen un rol medular.


De acuerdo con la autora, fraguar el carácter de los ciudadanos se deriva de dos raíces fundamentales: la necesidad de civilidad, y la de que la sociedad civil asuma su protagonismo. ¿Qué quiere decir civilidad? Tácitamente Cortina (2003), explica que el término debe asociarse con la capacidad de sacrificarse, de alguna manera, de involucrarse en las ta- reas públicas, en las actividades de la sociedad en su conjunto. En con- traposición, en las sociedades donde predomina el individualismo, las particularidades y el singularismo, la civilidad queda totalmente socava- da y esa sociedad empieza a entrar en crisis, los principios democráticos, la necesidad de hacer y trabajar en la vida pública, están alineados con acciones mancomunadas y no con decisiones deliberadamente avocadas a realzar lo que denomina la autora el individualismo hedonista.

El otro elemento referido a formar el carácter de los ciudadanos, se relaciona con la necesidad de que la sociedad civil asuma su protagonis- mo. Esto es que las distintas tramas asociativas -el sector político, el eco- nómico y el social se articulen de manera que cada una reclame al otro el ejercicio de la responsabilidad que le corresponde y que no se esté espe- rando siempre que sea el poder político el que resuelva los problemas.

La sociedad civil actúa en un espacio público, en un lugar de en- cuentro a partir del cual se genera opinión pública. Esta idea de espacio público supone la existencia de actores e individuos con autonomía y ca- pacidad de plantear y argumentar sus ideas y opiniones sobre la vida en común, un lugar donde se debate y se discuten las prioridades y metas de una sociedad.

Calderón (2007), señala que en sociedades cada vez más globales, con mutaciones constantes, resulta fundamental una visión más diná- mica de la ciudadanía, una visión centrada en la ampliación permanente del espacio público, donde debatir y elaborar los problemas a escala lo- cal, nacional o global, según se vayan presentando. El espacio público y los acuerdos que puedan surgir en él serán más eficientes mientras ma- yores sean las oportunidades particulares de una amplia gama de ciuda- danos. Probablemente esto convertiría al espacio público en un bien co- mún, pues beneficiaría a todos. En este sentido, el espacio público sería un recurso para el desarrollo humano, primero porque es legítimo y, se- gundo, porque puede constituir un medio eficiente para tomar decisio- nes sociales colectivas.

Una vez que el espacio público se construye a partir de la participa- ción, la ciudadanía se ejerce, conjuntamente con los otros. Se es ciuda- dano, afirma Cortina (2003), cuando se va más allá del individualismo, cuando se está con los otros y esos otros son sus iguales en el seno de la ciudad. La ciudad se hace conjuntamente. Participar en las decisiones públicas implica una actitud sustentada en valores. Este último concep- to lo relaciona la autora como uno de los componentes fundamentales para ejercer una efectiva ciudadanía.


La autora destaca 5 valores fundamentales como principios éticos:

  1. Libertad: como independencia, como participación, el perímetro en que yo puedo actuar sin que otros interfieran. Hay que completarla con la libertad como participación. Se es libre, autónomo cuando se tiene la capacidad de dirigir la propia vida sin que lo hagan desde afuera, ni mediadas por signos lingüísticos. Ser capaz de tomar nuestras propias decisiones. La libertad entendida como no domi- nación, crear una sociedad en la que podamos realmente mirarnos como iguales, y que nadie tenga que recurrir al servilismo, a la adu- lación, para conseguir aquello que necesita, sino que con la frente bien alta pueda ver satisfechos sus deseos. Lo anterior implica ten- der a una libertad de no dominación y a una sociedad de ciudada- nos que puedan mirarse a los ojos.

  2. Igualdad: de oportunidades ante la ley, de bienes primarios, de re- cursos, en la satisfacción de necesidades, en el respeto a las dife- rencias.

  3. La solidaridad: apoyo mutuo, supervivencia en la lucha por la vida.

    Solidaridad diligente

  4. Respeto activo y diálogo: tolerancia, respeto al que puede pensar distinto. El respeto activo es uno de los cimientos necesarios de una sociedad

  5. Diálogo: para resolver las diferencias y los conflictos. La actitud dialógica de la persona que siempre está dispuesta a esgrimir sus argumentos, a escuchar los argumentos de otros, en la esfera pú- blica, en la esfera privada, es un auténtico ciudadano.

La redefinición de la ciudadanía pasa por entenderla no solo como un derecho, sino también por la construcción de un dialogo público in- tercultural que permita ganar respeto a los derechos y deberes de los ciu- dadanos y sus libertados y a la participación ciudadana en un espacio público que contribuya a forjar sentido común y convivencia en la cons- trucción de sociedades abiertas, de respeto y entendimiento

Todo buen ciudadano debería mantener estos valores como práctica y principio de vida cotidiana y las universidades deben contribuir con ello.


La urdimbre del proceso


¿Cómo reconstruir la función universitaria en un elemento respon- sable socialmente donde prevalezca una racionalidad disruptiva con res- pecto a un pensamiento singular, simplista, mercantilista, de consumo, de dominio técnico, de fragmentación, frente a la opción de una praxis social cargada de sentidos y entendimiento intersubjetivo que valore el aporte científico, el convivir, la cultura del nosotros junto a los avances científicos?

La principal respuesta a la anterior interrogante es la refundación de las universidades y una nueva manera de pensar desligada de los dua-


lismos del siglo XX. Hay una crisis de paradigma que no responde al tipo de sociedad actual. Hay un abismo entre lo que la sociedad espera de las universidades y lo ellas ofrecen. No se trata solo de medir la productivi- dad universitaria en términos académicos, sino también forjar una mira- da con principios y valores compartidos y comprometidos por toda la co- munidad con el fin de oxigenar el ecosistema existente a partir de una universidad socialmente responsable que, con el apoyo de la tecnología, abra las compuertas para la información, el conocimiento, el intercambio permanente entre lo académico y lo social; la solución oportuna e inme- diata a los problemas sociales; la ponderación ajustada a criterios acadé- micos y no personales en trabajos de investigación, avances científicos; el reconocimiento de la equidad y la necesidad del desarrollo endógeno, pero sobre todo, que demande nuevos modos de acción que permitan comprender la complejidad del mundo actual, y gestar vínculos huma- nos capaces de articular las diferencias y privilegiar el sentido humano del convivir en cada una de las producciones científicas.

Para ello es necesario que las universidades:

  1. Visualicen y reconozcan la crisis actual de paradigma y tomen con- ciencia de la necesidad del reconocimiento humano como parte de sus procesos académicos y de investigación.

  2. Establecer un conjunto de valores y principios comunes comparti- dos que formen parte de las decisiones conjuntas entre toda la co- munidad universitaria y se visualicen en los procesos académicos.

  3. Definir con la comunidad planes y proyectos de desarrollo guiados por la democracia, la ciudadanía, el desarrollo sustentable, la di- versidad y los elementos multiculturales.

  4. Establecer un vínculo entre el ejercicio de los derechos políticos, democráticos, la ciudadanía, la cultura del nosotros y el papel de las universidades en la sociedad.

Las nuevas concepciones en la refundación de la universidad, de- ben apoyarse sobre la base de la sociedad del conocimiento y del recono- cimiento (García Canclini, 2008), y de la educación como motor de cam- bio, articuladas con una concepción del mundo basada en lo inter, multi y transdiciplinario; en el surgimiento de nuevas disciplinas, de las frac- turas en las concepciones tradicionales del saber y en explicar el tejido existente entre una ciencia y otra, entre una idea y la siguiente, en la multidimensionalidad de las expresiones sociales.


Reflexiones finales


El establecimiento de un programa de Responsabilidad Social Uni- versitaria que permita refundar a la universidad del siglo XXI demanda a la sociedad una nueva concepción de la educación adaptada al momento histórico presente en cuanto a su sentido como nueva manera de apren- der a pensar, en palabras de Maturo (2009), desde la diversidad e inter-


culturalidad, con el fin de superar la razón cartesiana de la unidad y la síntesis, por mundos alternativos, aleatorios y difusos.

La Responsabilidad Social Universitaria permite establecer nuevos instrumentos racionales (principios, categorías, nociones y conceptos) adaptado al tiempo histórico en que vivimos como una acción transmuta- dora en la refundación de estas instituciones orientada a promover nuevos equilibrios y sensibilidades, a través de la participación ciudadana y el com- promiso social, apoyado en valores y principios compartidos que podrían, con el uso de la tecnología, las redes y el reconocimiento de la sociedad del conocimiento, abrir espacio para nuevas formas de actuar desde lo acadé- mico con sentido social y humano. Esto implica atender los verdaderos pro- blemas sociales de inequidad, pobreza, exclusión, entre otros. El reto sigue siendo abrir las fronteras del conocimiento hacia un nuevo horizonte onto- lógico colmado de signos de libertad y valoración de la condición humana como forma de comprensión de nuestra existencia.


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