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252 Oleksenko, Prima, Fizeshi, Kotelianets, Chernysh
Interacción y Perspectiva. Revista de Trabajo Social Vol. 16(1): 2026
Así, el aula se vive como escenario de formación ciudadana, activa y reflexiva, donde el poder
social de la comunidad se activa, no solo desde las normas, sino desde el ejercicio del pensamiento
compartido en el diálogo deliberativo para la vida en común.
La visión política de la escuela, que proponemos en este trabajo, reclama que los procesos de
enseñanza no sean elementos decorativos en el orden social, sino verdaderamente deliberativos,
permitiendo a los estudiantes ejercer su derecho a la participación y el pensamiento crítico, con
todo lo que esto puede llegar a significar. En este orden de ideas, si la escuela se abre como un ágora
democrática, la acción comunicativa se convierte en una fuerza política transformadora, logrando
que cada voz —por pequeña que parezca— sea escuchada y tenga incidencia en la vida colectiva.
Rememorando a la Atenas del periodo clásico, en un espacio escolar así se cultivan valores como el
respeto, la empatía y la capacidad argumentativa, necesarios, en su conjunto, para forjar comuni-
dades que no solo resuelvan conflictos, sino que, y esto es lo más importante, aspiren a la justicia y
a la autogestión.
En el ámbito social, la escuela como espacio filosófico puede ser el principal refugio y motor
de pensamientos sobre la justicia, la equidad y la dignidad humana y por extensión, la dignidad de
todas las formas de vida superior. Todas las fuentes consultadas en esta investigación, indican que
el pensamiento filosófico en la niñez fomenta una conciencia crítica ante las desigualdades que per-
meabilizan la vida diaria, creando ciudadanos sensibles a los desafíos materiales y simbólicos, que
impactan su entorno inmediato, y los problemas geopolíticos más amplios que configuran los con-
textos nacionales e internacionales. Tal como pensaba Aristóteles (2006), el alma de la justicia que
surge del diálogo filosófico en las escuelas. persigue constantemente la solución válida y compartida
de los conflictos, no como imposición, sino como un esfuerzo conjunto para mejorar la polis, esto
es, la vida en comunidad.
En términos del desarrollo de capacidades prácticas, el progreso de una conciencia moral
activa y crítica, nutrida por el ejercicio deliberativo, permite que los niños sean capaces de distin-
guir, de forma categórica, entre lo justo y lo injusto, lo moral y lo inmoral, lo bueno y lo malo,
reconociendo su responsabilidad como actores sociales y no como entes pasivos. En consecuencia,
la formación ética y ciudadana no solo responde a las necesidades del presente de una comunidad
determinada históricamente, sino que anticipa un futuro en el que las nuevas generaciones estén
preparadas para resistir la indiferencia y promover soluciones que restauren la dignidad de la vida
en todos los espacios en los que habita, lo que Nussbaum (2012), define como “animales humanos”
y “animales no humanos”.
Por todas las razones esgrimidas en el texto, el acto deliberado de reivindicar la filosofía
en la escuela primaria significa, además, apostar por la recuperación de los vínculos humanos
frente a la deshumanización propia de la sociedad digital. Mientras la información circula
y distrae, diluyendo el encuentro personal y el sentido profundo de lo humano, la filosofía
rescata el juego, la lectura, el contacto directo y la conversación significativa. Precisamente,
es en ese ejercicio, aparentemente sencillo, donde se custodia el tesoro de la esencia humana,
que se manifiesta, fenomenológicamente, en prácticas como: el encuentro honesto con el otro
y la búsqueda de sentido en una época marcada por la superficialidad y el aislamiento social
de las personas comunes.