Universidad del Zulia
Facultad de Humanidades y Educación
Centro de Estudios Filosócos
“Adolfo García Díaz”
Maracaibo - Venezuela
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Depósito legal pp 197402ZU34 / ISSN 0798-1171
Dep. Legal ppi 201502ZU4649
99
2021-3
Septiembre-Diciembre
I. ÉTICA, GLOBALIDAD CRÍTICA Y BIENESTAR HUMANO
II. DIMENSIÓN EPISTÉMICA Y DESARROLLOS CULTURALES
III. LA EDUCACIÓN EN CONTEXTO INTERCULTURAL Y
DECOLONIAL
IV. REPENSAR LA EDUCACIÓN SUPERIOR: TEORÍAS Y
PRÁCTICAS
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Revista de Filosofía
Vol. 38, N°99, (Sep-Dic) 2021-3, pp. 337 - 344
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela
ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
“Y, entonces, la realidad física se matematizó.
A vueltas con la Revolución Científica”
"And then Physical Reality Became Mathematised.
Going around with the Scientific Revolution"
Ana Isabel Hernández Rodríguez
ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8232-7741
Universidad Nacional de Estudios a Distancia - España
ana.isabel.her.rod@gmail.com
Resumen:
Al igual que, allá por el siglo VI aC donde se dieron los inicios del pensamiento racional, en
los siglos XV y XVI, la filosofía y la ciencia compartían intereses tales que, muchas veces,
aparecían entrelazados. En los albores del pensamiento racional y argumentativo, la ciencia
y la filosofía nacieron juntas y con un mismo afán de conocer al mundo circundante de una
manera otra a cómo había sido apresada mediante el mito. O eso es lo que señala la
tradición. Sea como sea la relación entre razón y mito, lo cierto es que Aristóteles llamó a los
primeros filósofos, a los presocráticos, los “físicos”. Sin embargo, si bien en el nacimiento de
la cultura occidental era la filosofía o, más bien, las preguntas filosóficas eran los elementos
que echaban a andar a la investigación científica, lo cierto es que en los siglos que sucedieron
a la Edad Media, la filosofía, tanto la de corte nominalista en el último siglo medieval, el XIV,
como la ya propiamente renacentista, denotaba un claro afán por parecerse a la ciencia. Y,
como sabemos, la ciencia es ciencia cuando sus objetos son cuantificados o, de manera
general, matematizados. De esta manera, es fácil deducir que la matemática fue el troquel
que configuró la manera de conocer y de acercarse al mundo post-medieval que, nada más
y nada menos, tuvo como remate una revolución, la denominada revolución científica, a
partir de la cual ya nada fue igual. Este trabajo, pues, lo que pretende es ofrecer algunas
claves históricas y filosóficas que ayudan a entender cómo el mundo dejó de ser un misterio
en tanto cualitativo a un conjunto de fenómenos que solo al matematizarse lograban el
estatus de objetos dignos de conocimiento.
Palabras clave: conocimiento; universo; revolución científica; matematización.
________________________________________
Recibido 22-08-2021 Aceptado 28-10-2021
Este trabajo está depositado en Zenodo:
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.5650139
Hernández, A. Revista de Filosofía, Nº 99, 2021-3, pp. 337 - 344 338
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Abstract:
Just as, back in the 6th century BC where the beginnings of rational thought took place, in
the 15th and 16th centuries, philosophy and science shared interests such that, many times,
they appeared intertwined. Regarding rational and argumentative thought, science and
philosophy were born together and with the same eagerness to know the surrounding world
in a different way from how it had been captured by myth. Or so the tradition suggests.
Whatever the relationship between reason and myth, it is certain that Aristotle called the
first philosophers, the pre-Socratics, the "physicists". However, although at the birth of
Western culture it was philosophy, or rather, philosophical questions, that were the
elements that set scientific research in motion, the truth is that in the centuries that followed
the Middle Ages, philosophy, both the nominalist style in the last medieval century, the 14th,
and the Renaissance itself, showed a clear eagerness to resemble science. And, as we know,
science is science when its objects are quantified or, in general, mathematised. In this way,
it is easy to deduce that mathematics was the die that shaped the way of knowing and
approaching the post-medieval world, which, no more and no less, was crowned by a
revolution, the so-called scientific revolution, after which nothing was the same. This work,
then, aims to offer some historical and philosophical keys that help us to understand how
the world ceased to be a mystery in so far as it was qualitative and became a set of
phenomena that only by being mathematised achieved the status of objects worthy of
knowledge.
Keywords: knowledge; universe; scientific revolution; mathematics.
El problema de Platón como germen de la Revolución científica
Entre los muchos temas que se analizan en los diálogos de Platón, hay uno que merece
especial atención en el tema que nos ocupa. No solo porque ejerció una influencia decisiva
en la evolución de la cosmovisión del mundo clásico tardío, sino porque, sobre todo, resurgió
con vigor en el nacimiento de la ciencia moderna. El problema de Platón consistía en
encontrar una explicación matemática tal que diera cuenta de los movimientos,
desafiadamente erráticos, de los planetas. Un problema que puede formularse con una
pregunta: ¿cuáles son los movimientos circulares, uniformes y perfectamente regulares que
convienen tomar como hipótesis a fin de salvar las apariencias presentadas por los planetas?
La constatación platónica de que el movimiento de los planetas era un incómodo
misterio (no en vano cargan con la etimología de cuerpos errantes), así como la larga lucha
intelectual por desvelarlo, tendría su culminación dos mil años después mediante el estudio
de ciertos gigantes cuyos nombres difícilmente podrán ser ignorados en la historia de la
ciencia: Nicolás Copérnico (1473-1543), Johannes Kepler (1571-1630), Galileo Galilei (1564-
1642) y Isaac Newton (1642-1727). He aquí los principales exponentes matemáticos que
fueron cruciales en el nacimiento y consolidación de la Revolución Científica. Todos ellos,
de una u otra forma, fueron críticos con la filosofía de Aristóteles y amantes de Platón
mediante el humanismo renacentista.
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La física de Aristóteles como marco filosófico del Almagesto de Ptolomeo en el
período helenístico
El llamado período helenístico, protagonista del comienzo del impulso de la religión
cristiana, comprende el período de tiempo que transcurre desde la muerte del discípulo s
conocido de Aristóteles, Alejandro Magno (323 aC). La consecuencia de mayor importancia
de la expedición de Alejandro Magno fue el hundimiento de la relevancia sociopolítica de la
polis, pues asestó, con su designio de una monarquía universal y divina, un golpe mortal a
la antigua noción de ciudad-estado. Una fecha clave en este asunto es 146 aC
Si bien la filosofía ético-política de Aristóteles fue suplantada, en gran medida, por las
escuelas helenísticas, la filosofía natural aristotélica, o filosofía segunda, con su énfasis en lo
concreto y lo particular como objetos legítimos de conocimiento, fue un impulso vital para
la ciencia alejandrina.
Aristóteles había planteado la existencia de un mundo finito, único y, dado su
planteamiento teleológico, ordenado hacia un fin. La física o filosofía segunda aristotélica
afirmó que son cuatro los tipos de movimiento que se dan en la naturaleza: el movimiento
sustancial, el movimiento cualitativo, el movimiento cuantitativo y el movimiento local.
De estos cuatro tipos de movimiento, es el local el que más atención merece dado
nuestro objetivo de conectar al filósofo de Estagira con Ptolomeo. Para Aristóteles, el
movimiento local se refiere a la traslación y determina las diferentes sustancias físicas. Y,
además, el movimiento local es de tres especies: de lo alto hacia el centro del mundo; del
centro del mundo hacia lo alto, y; en torno al centro del mundo (o circular, el movimiento
perfecto en tanto carente de principio y fin). Los dos primeros movimientos pertenecen y
son llevados a cabo por los cuerpos que están compuestos de aquellos cuatro elementos que
enunciara Empédocles (aire, fuego, tierra y agua). Sujetos, en tanto cuerpos terrenales (o
sublunares), a la generación y a la corrupción, quedan esencialmente diferenciados de los
cuerpos celestes (o supralunares), pues estos se componen de éter, la quintaesencia gracias
a la cual estos cuerpos son incorruptibles e inalterables. Por ello, es fácil deducir que la física
de Aristóteles es cualitativa y, desde su fundamentación filosófica del sentido común de la
época, expresó el principio rector del movimiento bajo la siguiente tesis: “cada elemento, no
siendo impedido, se mueve hacia su esfera”. Los lugares absolutos son la sede natural de los
elementos, y a esos lugares absolutos vuelven los cuerpos, según su composición, después
de haberse alejado.
Dicho esto, ya tenemos aquellas pinceladas principales de la física aristotélica.
Permiten entender a esta como el marco general donde se injertó la formulación
astronómica del científico helenístico-alejandrino Claudio Ptolomeo, a saber, el Almagesto,
mantenida como cierta durante catorce siglos. Recordemos que la ciencia helenística se
fraguó una vez el centro de los estudios científicos se desplazó desde Atenas hasta Alejandría
y su Museo pudo ofrecer todos los aparatos necesarios para las indagaciones. Además, el
Museo de Alejandría encarnó el triunfo de las especialidades y, en efecto, el campo del saber
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quedó dividido en zonas bien circunscritas. Por ejemplo, la medicina se desarrolló gracias a
las investigaciones de Herófilo de Calcedonia, Erasístrato de Ceos y, por supuesto, de
Galeno, que hizo de los fenómenos de la salud, la enfermedad y la curación un cuerpo
unitario y explicativo.
Claudio Ptolomeo aparece como el sintetizador de la astronomía helenístico-
alejandrina que, no olvidemos, seguía intentando dar respuesta al problema de Platón. De
esta manera, si bien Eudoxo expuso el geocentrismo tradicional de los griegos a través de las
esferas homocéntricas, y Aristarco enunció la polémica y rupturista afirmación de que, en
un cosmos curiosamente infinito, el Sol es el centro en torno al cual giran todos los astros,
Hiparco restauró el geocentrismo a través de las hipótesis de los epiciclos y el excéntrico.
Por otro lado, no podemos dejar este apartado del helenismo sin resaltar una
curiosidad. El matemático Apolonio escribió las Secciones cónicas donde introdujo la
terminología necesaria para designar los tres tipos de secciones de cono: elipse, parábola e
hipérbole. Si Apolonio hubiera aplicado estos descubrimientos a la astronomía, hubiera
revolucionado las teorías griegas geocéntricas acerca de los objetos planetarios. Pero no solo
no lo hizo, sino que, además, rechazó con ardor la hipótesis heliocéntrica de Aristarco de
Samos (310-230 aC), llamado en la actualidad el Copérnico antiguo, con el fin de
salvaguardar el geocentrismo tradicional de la época antigua
1
.
El nominalismo como precedente de la Revolución Científica
Ya a finales del siglo XIV y principios del siglo XV, el nominalismo de Guillermo de
Occam (1285-1347) fue uno de los detonantes que terminaron por provocar la expulsión de
aquellas entidades metafísicas que, según Aristóteles, eran fundamentales tanto en la
constitución como en la comprensión de la naturaleza. Las directrices de Occam fueron las
siguientes: la afirmación de la independencia de la razón respecto a la fe; la separación
tajante entre la lógica y la realidad, y, por tanto, de términos y res y de los planos
conceptuales y reales; la disolución de la metafísica tradicional mediante el precepto,
llamado la navaja de Occam, que insta a no multiplicar los entes sin necesidad, y; la primacía
del conocimiento intuitivo frente al conocimiento abstractivo.
1
El atrevido intento de aplicar lo establecido teóricamente por Apolonio tendría que esperar casi mil
ochocientos años y a Johannes Kepler (1571-1630). Hombre enamorado del orden cósmico y la armonía
estética entrelazada con su visión de Dios, Kepler interpretó los datos del gran observador Tycho Brahe (1546-
1601) y elaboró las tablas astronómicas más exactas de su tiempo. Sin embargo, Kepler, adhiriéndose a la tesis
heliocéntrica de Copérnico, fue más allá de este y desbancó uno de los dogmas aún presentes en la teoría del
monje polaco: el movimiento circular. De esta manera, Kepler echó por tierra uno de los axiomas más
resistentes de la historia de la ciencia astronómica y del que Copérnico seguía apresado. Con Kepler, por fin,
el movimiento de los astros dejó de ser circular y comenzó a estudiarse como elíptico. En resumen, dos fueron
las obras con las que Kepler hizo de la elipse el sentido del movimiento planetario. En Nueva astronomía
(1609), Kepler expone las dos primeras leyes de la mecánica planetaria, a saber, la ley de las elipses y la ley de
la igualdad de las áreas; y, en Las armonías del mundo (1618), se enuncia la tercera ley que es la fórmula en
prosa matemática que conducirá, más tarde, a Newton a establecer su culminante teoría gravitacional. Esta
tercera ley se expresa en los siguientes términos: “los cubos de las distancias medias al sol son proporcionales
a los cuadrados de sus períodos de revolución”.
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La aplicación científica del nominalismo tuvo como protagonistas a cuatro científicos.
El primero, Tomás Brandwardine (1290-1349) unificó los movimientos físicos en una única
ley matemática de la dinámica, por lo que anticipó el concepto newtoniano de mecánica
universal; el segundo, Juan Buridán (1295-1358), explicó la continuación del movimiento
en el móvil por una especie de “ímpetus” que el motor imprime al cuerpo movido. Esta teoría
del ímpetus constituye la primera crítica, de impronta científica, constituye la primera
crítica a la física aristotélica y el primer asomo de la noción galileana de “inercia”; el tercero,
Alberto de Sajonia (1316-1390) estableció la relación entre la velocidad, el tiempo y el
espacio recorrido; el cuarto, Nicolás de Oresme (1325-1382) en su Tratado del cielo y del
mundo (1377), considerado uno de los precursores de Copérnico, luchó contra las
supersticiones de la astrología y apostó por un estudio científico de la astronomía. Su
afirmación nuclear fue que el movimiento, la gravitación y las direcciones del espacio tienen
un sentido relativo. Por ello, negó la existencia de aquel centro fijo del Universo, la Tierra,
con el que Aristóteles relacionaba todos los movimientos celestes. Además, Oresme postuló
la rotación de la Tierra con el fin de simplificar el sistema ptolemaico.
Renacimiento y Revolución Científica
La transición del pensamiento medieval al pensamiento moderno ya se ha iniciado. El
Renacimiento, la gran época de crisis y de cambios, constituye la puerta de entrada, ya
abierta, a la Revolución Científica.
El Renacimiento hace referencia a un espacio historiográfico que, entre los siglos XY y
XVI, produjo una de las grandes mutaciones intelectuales de la humanidad y, por tanto, una
revolución en la manera de acercarse y comprender el mundo en su totalidad. Una
revolución sostenida, en gran medida, en una confianza exacerbada en el poder
emancipador del conocimiento y de la ciencia que cristalizó en la Revolución Científica. Una
confianza que tuvo como condiciones de posibilidad siete elementos que conviene apuntar,
tal y como ha afirmado Jacobo Muñoz en su Diccionario de filosofía (Espasa, 2003): 1) la
importancia de las críticas a la metafísica aristotélica ortodoxa desarrolladas por los
nominalistas a partir de la idea de la omnipotencia divina; 2) la crítica del sistema
ptolemaico y la revisión de algunos de sus aspectos debidas a los astrónomos árabes, judíos
y cristianos de la Edad Media; 3) el renacimiento del platonismo y la revitalización, en su
estela, de la relevancia otorgada por esta tradición a las matemáticas y a los principios de
armonía y simplicidad; 4) la investigación y desarrollo de las potencialidades teóricas de la
astronomía ptolemaica por parte de astrónomos-humanistas como Peurbach y
Regiomontano; 5) la nueva idea de globus terraqui, es decir, de la Tierra como un sólido
tridimensional con una superficie diversificada compuesta por distintas porciones de tierra
y de mar, que fue desplazando la idea aristotélica de esferas de tierra y agua como hábitats
separados (innovación hecha posible por los descubrimientos geográficos); 6) las corrientes
reformistas en el ámbito religioso (erasmismo, Reforma protestante, etc.), con su insistencia
en el retorno a las primitivas fuentes del cristianismo y la reconciliación con las antiguas
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fuentes paganas (de hecho, Copérnico creyó buscar una antigua verdad: el orden primigenio
de la creación); 7) la concepción humanista-renacentista de la dignidad humana orquestada
mediante la idealización del antropocentrismo estoico y la exaltación de los poderes
cognitivos de la razón (para Copérnico, en efecto, el centro del mundo ya no estaba ocupado
por la Tierra tenebrosa, sino por la “luz del mundo, el rector y la mente”)
Pues bien, la Revolución Científica no se habría dado o, por lo menos, no de la misma
manera a como se dio, sin la amalgana de acontecimientos, ideas y actitudes fraguada
durante el Renacimiento. Cronológicamente, da el pistoletazo de salida con la publicación
de Sobre la revolución de los orbes celestes (1543) de Nicolás Copérnico (1473-1543) y llega
a su culminación con la enunciación de la teoría de la gravitación universal en los Principios
matemáticos de Filosofía natural (1687) de Isaac Newton (1642-1727). Si con Newton
culmina el fenómeno de la Revolución Científica, ello se debe a que, en los Principia, las
ciencias positivas, en concreto la física, dejó de ser metafísica de la naturaleza y se convirtió
en una ciencia empírico-matemática. De hecho, la consideración de la propia realidad física
cambió: los objetos del mundo, antes entes determinados por su ousía en tanto fisicalidad
misma, se convierten en fenómenos racionalizables por su referencia ineludible al orden
espacio temporal en que se producen y al sistema de fuerzas del cual resultan. Por ello, la
Revolución Científica hace de la realidad de un cuerpo un estado que coincide con su
sometimiento a las leyes universales de la naturaleza.
Galileo Galilei (1564-1642)
Se le considera el fundador de la física moderna, tanto a nivel experimental como
teórico. Al afirmar que la ciencia ha de centrarse en el reconocimiento (matemático) de las
relaciones necesarias entre los fenómenos así como en la comprobación empírica de tales
relaciones, Galileo establece el cambio de orientación del estudio de la naturaleza a través
de las herramientas que ofrece la física matemática.
En su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo: ptolemaico y copernicano
(1632) Galileo afirmó dos aseveraciones que serían una de las excusas para que, un año
después, fuera juzgado por herejía. Nótese lo cerca que le quedaba a Galileo la muerte en la
hoguera de Giordano Bruno (1600). De ahí su necesidad de abjurar de rodillas ante la
Inquisición que, en vez de una pena de muerte, le propinó un arresto domiciliario hasta el
fin de sus días. La primera afirmación fundamental de este Diálogo se basó en
observaciones telescópicas que descubrieron las fases de Venus, el relieve de la Luna y lo
satélites de Júpiter. Así, el cosmos quedó desvelado como una entidad unitaria en la que ya
no se podía adjudicar a ciertos cuerpos celestes el estatuto privilegiado que, desde Platón,
tenía el reino de los cielos. La segunda afirmación trasladó la verdad de la astronomía
copernicana del ámbito formal de la matemática al ámbito material de la física. Para ello,
Galileo respondió a las grandes objeciones mecánicas contra la tesis del movimiento de la
Tierra mediante su teoría de la inercia, a saber: ¿por qué no se observa en la superficie de la
Tierra ningún efecto de su rotación?; ¿por qué un cuerpo lanzado verticalmente vuelve a
caer en el mismo sitio?; ¿por qué los cañones no tienen más alcance cuando disparan hacia
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el oeste que cuando lo hacen hacia el este?; ¿por qué no somos despedidos por la fuerza
centrífuga? Y, una vez argumentadas ambas tesis mediante la integración de todos los datos
de la observación, Galileo concluyó en la superioridad racional del sistema enunciado por
Copérnico.
Seis años después, Galileo publica su Diálogo sobre dos nuevas ciencias (1638). Es
aquí donde presenta los descubrimientos que le han granjeado el reconocimiento como
padre de la física moderna. Por ejemplo, mediante las leyes del movimiento acelerado que
combinan matemáticamente el movimiento vertical por la gravedad y el movimiento
horizontal por la. inercia, Galileo solucionó el espinoso problema del cálculo de la trayectoria
de un proyectil disparado por un cañón. He aquí el remate teórico con el que Galileo asentó
una inteligibilidad geométrica del movimiento y, por ende, de la naturaleza misma. Dicho
de otro modo, Galileo fundamentó la mecánica racional sobre pilares matemáticos.
Isaac Newton (1642-1727)
Newton sintetizó y culminó los descubrimientos de los pensadores y científicos,
también llamados filósofos naturales, que le precedieron. No en vano, a pesar de no ser
producto de su cosecha, a Newton se le suele identificar con una muy célebre frase en tanto
muestra de agradecimiento: “Si he llegado a ver más lejos que otros es porque me subí a
hombros de gigantes”. De todas maneras, esta frase aparece en una carta que Newton
escribió a Robert Hooke, en 1676.
Newton fundó, en una gran sinfonía dinámica, las contribuciones de Copérnico,
Galileo y Kepler. Su gran obra se tituló Principios matemáticos de la filosofía natural (1687)
y constituye el fundamento de la moderna visión del mundo. En el primer y tercer libro de
la obra se encuentran las leyes más importantes pues consolida, a través de la cuantificación
del movimiento físico, una concepción de la ciencia como un camino cuya metodología es
eminentemente matemática. El primer libro, “El movimiento de los cuerpos”, expone las
tres leyes del movimiento que han devenido en axiomas de la física clásica. Estas leyes son:
todo cuerpo sigue en su estado de reposo o de movimiento uniforme rectilíneo salvo que sea
obligado a cambiar dicho estado por fuerzas aplicados; el cambio de movimiento es
proporcional a la fuerza que actúa sobre el cuerpo y tiene lugar en la dirección en que se
aplica dicha fuerza, y; a cada acción se le opone una reacción igual. El segundo libro, “Sobre
el sistema del mundo”, aplica las tres leyes recién expuestas al mundo físico. Esta aplicación
tiene como resultado la afirmación de la ley gravitacional que, en tanto universal, da cuenta
y explica cómo y por qué se mueven los cuerpos terrestres y astronómicos: “los cuerpos se
atraen en proporción directa al producto de sus masas y en razón inversa al cuadrado de sus
distancias”. Cabe destacar, además, que esta ley científica ya Newton la había enunciado en
una obra anterior, en 1684, titulada Propositiones de motu.
La lucha entre newtonianos, cartesianos y leibnicianos marcó profundamente la
filosofía del siglo XVIII. La teoría de Newton llamaba a abandonar el materialismo
mecanicista con la idea de “acción a distancia”
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Conclusiones
Por lo dicho, podemos observar como las matemáticas, el culmen del conocimiento
formal, unidas a la experimentación factual, se convirtieron en la forma de conocer el
mundo. Aún a día de hoy, la cuantificación del mundo, con todo lo bueno y lo malo que ello
implica, sigue siendo la condición de dotarlo de existencia. Esto merece una reflexión
profunda que nos ayude a valorar de manera crítica si la formalidad determina la
materialidad o si ya ha llegado el momento de asumir que la materialidad y la formalidad
son dos, quizás, falsos opuestos que atraen otros dualismos que, a fin de cuentas, son
responsables de una visión sesgada del mundo que habitamos.
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en octubre de 2021, por el Fondo Editorial Serbiluz,
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