Volumen 35 No. 1 (enero-marzo) 2026, pp. 172-173
ISSN 1315-0006. Depósito legal pp 199202zu44
DOI: 10.5281/zenodo.17488420
LENOIR, Frederic (2024) La odisea de lo sagrado. Deusto, Barcelona. Pp. 362.
La modernidad expulsó al diablo del imaginario social, pero no ha podido hacer lo mismo con dios o con los dioses. El célebre psicoanalista B. Cyrulnik (“Psicoterapia de Dios”, Gedisa, 2024) cifra en siete mil millones los terrícolas que dicen tener trato con algún Dios, casi el 90% de la humanidad. Ocurre que la religión es un caso emblemático de eso que Durkheim llamó “hecho social” con sujeción a los criterios de exterioridad al individuo y coerción sobre sus actos; no en balde es tan caro en las cartas de nacimiento del corpus de la ciencia social en los llamados clásicos (Weber, Marx, Durkheim) para no detenernos en la peregrina idea del mismísimo Comte que quiso hacer de su sociología, o física social, una religión. “La odisea de lo sagrado” del francés Fréderic Lenoir tiene el mérito de situar a la sombra de estos días apresurados y convulsos un texto que no dudaría en recomendar como introductorio a la cuestión sagrada como hecho social.
Bien escrito (traducción al castellano de Núria Viver) ordenado, ameno, Lenoir se hace de un abanico de recursos y fundamentos venidos de la historia de la religiones, la filosofía, la antropología cultural, la etnología, la sociología y la psicología, para darnos un verdadero fresco que ordena en la línea del tiempo la aparición, formas y permanencia de lo sagrado en la convivencia humana. De entrada nos declara que su rastreo más que por las dimensiones funcionales de la religión viene orientado por su perspectiva weberiana, esto es por su contenido, por el sentido de la experiencia o de la creencia en un mundo suprasensible o en unas fuerzas sobrenaturales. Seguir en la trayectoria histórica aquello que ha hecho del homo sapiens un animal espiritual que, para Lenoir, nace de cuando emergen en la conciencia las primeras nociones o proto ideas de la finitud, y la experiencia de la muerte de nuestros allegados. Lo sagrado viene de la mano del enigma de la muerte y el misterio de la eventual vida post mortem.
El libro va desgranando y delimitando ideas alrededor de la religión, lo sagrado, las espiritualidades ⎯porque las hay, también, laicas⎯ las creencias, la divinidad, incluso, como lo hace en el capítulo 5, sobre la magia, la brujería y el exorcismo. La primera parte “La aventura espiritual de la humanidad” consume dos tercios del libro y es de orden histórico, como no puede ser de otro modo en la medida que ancla los fundamentos de lo sagrado, del nacimiento de los dioses y del advenimiento de las religiones de salvación. Cierra con el estremecimiento que significó para la cuestión sagrada (capítulo 7) la Ilustración y la modernidad y su promesa de secularización, al menos para buena parte del occidente del planeta, emancipando a la razón respecto de la fe, a la sociedad de la iglesia y al hombre de las ideas sobrenaturales. La segunda parte “¿Por qué el ser humano es un animal espiritual?” se interroga en cuatro capítulos respecto de la sobrevivencia de esa dimensión espiritual del homo sapiens a pesar de la apabullante crítica racional y por qué, antes que culminarse el anunciado proceso de secularización, observamos el florecimiento de espiritualidades, creencias variopintas y el arraigamiento de las religiones monoteístas. Resaltemos las páginas dedicadas al animismo (capítulo 8) a la feroz crítica materialista de la religión a lo largo del s. XIX (capítulo 9) y a la refutación a ésta de autores como Jung y H. Bergson de que no es la religión una alienación, tampoco patología ni una ilusión, y que anida sus razones en una necesidad universal de sentido del ser humano (cap. 10). El cierre de esta parte se centra en el revolcón que ha significado, desde las coordenadas del saber académico, los aportes y descubrimientos de las neurociencias, por un lado, dibujando fisiológicamente los cambios en el cerebro según las creencias humanas y, por otro, el marco cultural contemporáneo que desborda la limitada capacidad humana para aprehender racionalmente lo que nos pasa empujando la búsqueda de vínculos de seguridad existencial. Por resumir, ordena en tres los eventos de este marco objetivo y de sus ideas acopladas: la crisis ecológica o la constatación de que la humanidad ha sido capaz de alterar por primera vez los grandes ecosistemas planetarios; la aceleración de la aldea global hacia la instantaneidad temporal, es decir, la revolución digital; y, en tercer lugar, el transhumanismo que anima la entronización de las inteligencias artificiales y la ciber/tecnología más militante, sus representantes más ávidos, dando cuerda a la idea de la inmortalidad o de un híbrido hombre/máquina a la usanza del ideal del viejo Frankenstein del siglo diecinueve. Ante semejante horizonte, la religión, lo sagrado, las espiritualidades, revalorizan la autoestima, dan cauce para el control de las adversidades, aportan certezas para ordenar la conducta y atribuyen sentido al destino que nos abruma. En la misma medida, queda servida la paradoja al abonar el terreno para el debilitamiento de los vínculos sociales más abstractos supeditados a la búsqueda de la trascendencia existencial.
Sería injusto dar cuenta de las conclusiones abiertas del autor que desliza en exquisitas veinte páginas finales y diluir la necesidad para quien lo estime de la lectura del texto de Lenoir. En todo caso, una curiosidad que constata el autor: la primacía de la creencia en algo sobrenatural más pronunciada en los científicos de las ciencias puras, duras, experimentales, que contrasta con el ateísmo de los cultivados en las ciencias sociales o las llamadas por la modernidad, vaya ironía, ciencias del espíritu.
Universidad del Zulia. Venezuela
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