Volumen 32 Nº 2 (abril-junio) 2023, pp.213-233
ISSN 1315-0006. Depósito legal pp 199202zu44
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.8075465
Miedos pandémicos: usos políticos y comportamientos sociales
Anna María Fernández Poncela
Resumen
El objetivo de este trabajo es un breve recorrido sobre el miedo en general y en particular el miedo político, relacionado con los medios, las políticas públicas, la opinión pública y el comportamiento social. En segundo lugar, presentar el uso del miedo político en la pandemia con el ejemplo de un estudio sobre Reino Unido. El miedo es reacción biológica, emoción política y social. Esto último ¿cómo se interpreta? ¿Cómo el miedo se origina y amplifica socialmente? ¿Existe hoy una pandemia de miedo?
Palabras clave: Miedo; historia; política; medios; opinión; comportamiento; pandemia
Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Xochimilco, México. E-mail: fpam1721@correo.xoc.uam.mx / ORCID: 0000-0003-3080-212X
Recibido: 11/11/2022 Aceptdo: 14/03/2023
Pandemic fears: political uses and social behavior
Abstract
This work objective is a brief overview of fear in general and political fear in particular, related to the media, public policies, public opinion and social behavior. Second, to present the use of political fear in the pandemic with the example of a study on the United Kingdom. Fear is a biological reaction, political and social emotion. This last, how is it interpreted? How does fear originate and amplify socially? Is there a pandemic of fear today?
Keywords: fear; history; politics; media; opinion; behavior; pandemic
En este artículo se realiza un acercamiento en torno a cómo el miedo se ha empleado históricamente en la política, se exacerba a través de la comunicación, es retomado con fuerza creciente y reciente en las políticas públicas, y en la comunicación sanitaria, e incluso su retroalimentación por la opinión pública y en el desarrollo de comportamientos sociales. Todo ello se realiza a través de la revisión de obras, autores/as, enfoques teóricos y estudios de prácticas sociales. Se trata pues, de un ensayo focalizado en realizar un recorrido por los diferentes miedos en la historia de la humanidad hasta llegar a la pandemia en la actualidad, recogiendo diversos tipos, perspectivas y reflexiones sobre el mismo, con especial énfasis en su aspecto de construcción social y político. El título de miedos pandémicos es una suerte de analogía por la importancia –amplitud y profundidad– de los miedos que se presentan a lo largo de esta obra, toda vez que contiene que introduce el apartado sobre el miedo en la pandemia.
Para empezar con el miedo político
Para iniciar se toman tres autores que han estudiado el miedo en la actualidad. Bauman (2007:10) señala en su obra Miedo líquido que “La modernidad tenía que ser el gran salto adelante: el que nos alejaría del miedo y nos aproximaría a un mundo libre de la ciega e imperfecta fatalidad (esa gran incubadora de temores)”, sin embargo “los nuestros vuelven a ser tiempos de miedos” (2007:11). Especialmente, un miedo de segundo grado o derivativo, social y cultural, que crea una percepción del mundo y orienta los comportamientos.
El miedo derivativo es un fotograma fijo de la mente que podemos describir (mejor que de ningún otro modo) como el sentimiento de ser susceptible al peligro: una sensación de inseguridad (el mundo está lleno de peligros que pueden caer sobre nosotros y materializarse en cualquier momento sin apenas mediar aviso) y de vulnerabilidad (si el peligro nos agrede, habrá pocas o nulas posibilidades de escapar a él o de hacerle frente con una defensa eficaz; la suposición de nuestra vulnerabilidad frente a los peligros no depende tanto del volumen o la naturaleza de las amenazas reales como de la ausencia de confianza en las defensas disponibles) (Bauman, 2007:12).
Estos peligros los divide en tres clases: los que amenazan el cuerpo y las propiedades; los que amenazan el orden social o la supervivencia (empleo, enfermedad); los que amenazan el lugar de la persona en el mundo o su inmunidad a la degradación y exclusión social. En su clasificación de los miedos señala el primigenio temor a la muerte física citando a Aristóteles, y también la muerte social cual metáfora de exclusión, esto es, miedo a la sobrevivencia y miedo al otro. También habla de los peligros de la “telerrealidad”, y los terrores de lo global. “Gracias a la globalización negativa, la suma total, el volumen y la intensidad de los temores populares susceptibles de ser capitalizados por quienes promueven y aplican tal estrategia no hacen más que crecer sin freno. Y, a su vez, gracias a la abundancia de tales temores, la estrategia en cuestión puede seguir siendo aplicada rutinariamente, con lo que la globalización negativa puede, asimismo, proseguir su marcha sin obstáculos” (2007:206). El miedo y el mal son hermanos afirma, cuando habla del totalitarismo, remarca la importancia de la obediencia según Arendt, y que todo mundo puede convertirse en monstruo siguiendo a Levi. De hecho, concluye su libro diciendo que “Nosotros podríamos profetizar que, si nada la refrena o domina, nuestra globalización negativa -y su modo alternativo de desproveer de su seguridad a los que son libres y de ofrecer seguridad en forma de falta de libertad- hace ineludible la catástrofe. Si no formulamos esta profecía y no la tratamos en serio, pocas esperanzas puede tener la humanidad de convertirla en inevitable” (2007:227). El siglo actual puede ser una era de catástrofe definitiva y también una época de negociación, concluye esperando que la elección de ambos “futuros siga estando en nuestras manos” (2007:228).
Nussbaum (2019:68) en su libro La monarquía del miedo expone que “El miedo hace que queramos evitar el desastre”. El miedo implica amenaza al bienestar. Siguiendo también a Aristóteles -como gusta hacer en sus trabajos- expone cómo se empleaba por los oradores políticos para persuadir a las personas a través de las emociones y según la psicología, “estos sólo podían azuzar el miedo si a) caracterizaban el suceso inminente como algo muy importante para la sobrevivencia y bienestar, si b) conseguían que la gente pensase que está muy próximo, y si, además, c) hacían que la gente tuviera la sensación de que la situación está descontrolada y que no le va a ser nada fácil protegerse de ese hecho negativo por sí sola” (2019:68). Si bien también esboza el miedo a la muerte se centra en el espacio político y la manipulación. “El miedo puede ser manipulado por informaciones ciertas y por informaciones falsas, y puede producir reacciones tanto apropiadas como inapropiadas” (2019:70). Preocupada siempre del papel de las emociones desde su enfoque cognitivo en la deliberación pública de la democracia (2008) apunta una serie de cuestiones.
¿Cuál es el antídoto contra las cascadas informativas perniciosas? La relación correcta de los hechos, del debate público informado y, sobre todo, un espíritu de disconformidad e independencia entre la ciudadanía. El miedo, sin embargo, siempre amenaza ese espíritu de discrepancia. El miedo hace que la gente busque cobijo despavorida y trate de encontrar consuelo en el abrazo proporcionado por un líder o un grupo homogéneo. El cuestionamiento es una actitud que se antoja demasiado descarnada y solitaria en momentos así (Nussbaum, 2019:74).
Así parece que advierte que hay que estar alerta con la manipulación del miedo que perjudica la democracia y la libertad, ya que “Los ciudadanos pueden volverse entonces indiferentes a la verdad y optar por la comodidad de un grupo de iguales en el que aislarse y en el que repetirse falsedades unos a otros. Puede que comiencen a temer dar su opinión y prefieran el consuelo de un líder que les proporcione una sensación de protección” (2019:87). Eso sí, también aboga por la esperanza, a pesar que el mundo no aporte motivos para ella, es el reverso del miedo, al ser expansiva y disparar hacia adelante, afirma, con lenguaje bélico.
Finalmente, se cita a Robin (2009) en el Miedo. Historia de una idea política, donde diserta sobre el miedo en la política de los clásicos a los contemporáneos. “El miedo político…es más bien una herramienta política, un instrumento de élite para gobernar o un avance insurgente creado y sostenido por los líderes o los activistas políticos para obtener algo de él, ya sea porque les ayuda en su búsqueda de un objetivo político específico, porque refleja o apoya sus creencias morales y políticas, o ambos” (2009:40). El miedo político funciona de dos maneras, en primer lugar, los líderes lo definen y aprovechan alguna amenaza, gobierno y medios inflan el riesgo, mantienen a la gente unida hacia un enemigo externo. El segundo tipo, que surge de las jerarquías que dividen a un pueblo, si bien también protagonizado por la manipulación de líderes políticos, su objetivo o función es la intimidación interna, amenazar y sancionar para que un grupo conserve o aumente el poder a expensas de otro.
Mientras el primer tipo de miedo implica el temor de una colectividad a riesgos remotos o a algún objetivo -como un enemigo extranjero- ajeno a la comunidad, el segundo es más íntimo y menos ficticio, se deriva de conflictos verticales y divisiones endémicas de una sociedad, como la desigualdad ya sea en cuanto a riqueza, estatus o poder. Este segundo tipo de miedo político surge de esta desigualdad, tan útil para quienes se benefician de ella y tan perjudicial para sus víctimas, y ayuda a perpetuarlo. Aunque sería excesivo afirmar que este segundo miedo es la base del orden social y político, está tan estrechamente vinculado con las diferentes jerarquías de la sociedad -y con las normas y la sumisión que llevan aparejadas-, que se califica como un modo básico el control social y político (Robin, 2009:45).
Lo cual recuerda a la obediencia y a la conformidad (Levine y Pavelchack, 2008) y el papel del uso del miedo en su seno, la contraposición entre seguridad y libertad de Bauman (2007) y el deterioro democrático de Nussbaum (2019).Una suerte de miedo que para los clásicos griegos se relaciona con el mal (Aristóteles, 1980) se emplea para gobernar y ser obedecido (Maquiavelo, 1979) y que construyen un nuevo orden político modelado por el control desde el estado que garantiza la paz y la seguridad (Hobbes, 2006). Pero hoy, como afirma Nussbaum (2019) puede manipularse por la información, amenazar el debate público y se cede la libertad optando por la comodidad del grupo de iguales. Es más, como Bauman (2007) remarca es un miedo que funda también un nuevo orden político, pero se tata de la globalización negativa, donde impera el miedo social construido de segundo orden que coarta libertades a cambio se seguridades, reitera.
El miedo político se finca y entrecruza con otros miedos, biológicos, históricos, culturales, comunicativos y sociales, o sería más correcto decir que el miedo es uno, que en su análisis es posible diseccionarlo.
Del miedo biológico al miedo histórico, pasando por la cultura del miedo
Desde la biología, de forma básica y resumida Calixto señala “El cerebro genera mecanismos de alarma en caso de peligro inminente o, incluso, ante la mera posibilidad de una agresión exterior. La consecuencia suele ser o la huida o el intento de evitarlo y de combatir sus causas. La franja emocional va desde el miedo ante amenazas concretas (en el caso extremo, el miedo a la muerte), pasando por el miedo a ser abandonado” (2018:199). Esto último se puede relacionar al miedo social de Bauman (2007) o el miedo a la confrontación de Nussbaum (2019), y actúa como mecanismo de obediencia y conformidad (Paicheler y Moscovici, 2008).
Concluyen Manes y Niro en su estudio sobre el miedo en el cerebro, “El miedo no moviliza, más bien todo lo contrario, encuentra su provecho en el toque de queda. Es a través del terror extremo como se construyen los sistemas autoritarios: la amenaza permanente a quienes no adscriben al mismo, el temor a la pérdida de integridad. Esta estrategia primitiva de coerción dista mucho de lo que las sociedades modernas y democráticas mantienen como ideal” (2014:175). Aquí las advertencias de Nussbaum (2019) y las profecías de Bauman, (2007) recobran su sentido.
Ya en la historia, los terrores siempre han existido, por ejemplo, el año mil sobre el fin del mundo que describe el historiador Duby (1995) ¿Se asemejan a los de hoy? En la actualidad parece haber miedo a la naturaleza de un virus no tanto a dios como en la edad media, y también se esboza cierto ambiente apocalíptico, incluso reflejado en el humor -se presenta un meme del año 2020 como ejemplo-. Hoy como ayer hay miedo al otro, permanece el miedo a las epidemias, si bien son tratadas de forma diferente, antes implorando al cielo hoy a las corporaciones farmacéuticas.
https://es.memedroid.com/memes/tag/fin%20del%20mundo/2
Delumeau, que tiene una obra sobre el miedo en la historia, destaca el papel de los cambios políticos y sociales por un lado y el de la enfermedad y las epidemias de otro. Interesante su definición de miedo desde la óptica histórica “es una emoción-choque, frecuentemente precedida de sorpresa, provocada por la toma de conciencia de un peligro presente y agobiante que, según creemos, amenaza nuestra conservación” (2008:28). Al transformarse en colectivo “es el hábito que se tiene, en un grupo humano, de temer a tal o cual amenaza (real o imaginaria)” (2008:30). La amenaza y la percepción de riesgo con vulnerabilidad es lo que provoca el temor (Douglas y Wilddavsky, 1983; Beck, 2002).
Entre los diversos miedos destaca el de la peste que provocó en la historia episodios de pánico colectivo. Algo que puede equipararse a la pandemia del 2020. Hubo también, prosigue Delumeau, miedos ficticios o manipulaciones políticas según se juzgue. Un miedo histórico a los judíos, promulgado en concilios católicos y difundido en el teatro religioso, acusados de cosas inverosímiles, por lo que habían de ser convertidos o aislados y expulsados. Otro miedo de interés se refleja en la delirante legislación, persecución y matanza de brujas entre los siglos XVI y XVIII en Europa. Estos miedos derivativos (Bauman, 2007), manipulaban la sociedad y coartaban libertades (Nussbaum, 2019). Miedos que unían a la población hacia un externo enemigo (Robin, 2009).
Algo importante a señalar es como en la actual sociedad parece afincada la cultura del miedo, por una parte, lo que tiene que ver con la percepción de inseguridades ante el quiebre del pacto social por la destradicionalización y desanclaje de las relaciones sociales (Giddens, 1994), las flexibilidades laborales, la ruptura del lazo social y la comunidad, con sus afectaciones sociales y psicológicas (Castell, 2004, Sennet, 2006), la globalización negativa inestable con pérdida de control (Bauman, 2001). Por otra parte, el discurso del riesgo, natural y social, la vulnerabilidad y la percepción de la vida como peligrosa. Ni ciencia ni tecnología parecen aportar confianza y se dibuja un futuro poco menos que catastrófico -no solo en la novelística y cinematografía- desde la investigación científica y social (Beck, 2002) que tiene que ver en buena medida con la percepción de la amenaza de riesgo en el porvenir (Douglas y Wilddavsky, 1983) más que con un peligro real concreto y presente, apareciendo el fantasma de la vulnerabilidad (Bauman, 2007) y el fantasma de la falta de alternativas (Bauman y Donskis, 2019). Una sociedad globalizada sumida en la incertidumbre “de oscuras premoniciones y temores respecto al futuro que acosan a hombres y mujeres en el entorno social fluido, en perpetuo cambio, en el que las reglas de juego cambian a mitad de la partida sin previo aviso o sin una pauta legible, no une a los que sufren: los separa y los aísla” (Bauman, 2009:42). Lo cual recuerda a los actuales tiempos de pandemia. Un miedo general y abstracto, unas condiciones sociales injustas, y la falta de utopías políticas o sociales junto al esbozo de distopías mediáticas y culturales, parecen ser el horizonte de la humanidad.
De hecho, se habla de la cultura del miedo, que vive bajo amenaza difusa y permanente que crea ansiedad e incertidumbre (Bermúdez, 2013). Lo que Furedi (2018) explica como una actitud pesimista de la gente ante la adversidad y con profundo sentimiento de inseguridad, de ahí la obsesión por la cultura de la seguridad que entraña la retórica del miedo, el estado de alerta y estrés constante. Algo que tiene que ver con los discursos globales paradigmáticos de los riesgos y la alarma sobredimensionada por los medios. Sin religión y sin ciencia en la que confiar, sin esperanzas, más bien al contrario, ya no se habla del progreso de la humanidad sino impera la narrativa catastrofista y apocalíptica. Un discurso que promueve obediencia y conformidad (Levine y Pavelchack, 2008; Paicheler y Moscovici, 2008), como fuente de responsabilidad, y la seguridad se antepone a la libertad (Bauman, 2007). El miedo suplanta la vinculación social, divide o enfrenta (Robin, 2009), el miedo al otro (Dallieu, 2010) el miedo derivativo (Bauman, 2007), el miedo a la libertad (Fromm, 1984), el miedo que nubla y silencia (Nussbaum, 2019).
Así se combinan y entrelazan miedos biológicos e históricos, políticos, sociales y culturales. Mismos que se crean o crecen a través de la comunicación y los medios.
Los “miedos” de comunicación o el mercado del miedo
Para hablar de la importancia de los miedos y la comunicación nada mejor que Bernays cuya principal obra Propaganda que data de 1927 inicia con la frase “La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder” (2008:15).
Y ¿cómo se hace esto? Pues a través de la seducción o del miedo. Lo mismo se puede convencer a una sociedad para que fume como la necesidad de un golpe de estado en un país centroamericano, como relata en este y otros escritos este autor. Sobre la seducción en la sanidad o mejor dicho el consumo, por ejemplo, aparecen médicos en anuncios publicitarios y en otros medios que difunden lo sano, gratificante y elegante de fumar; y comités de ciudadanos de salud pública sobre lo saludable de comer jamón cocido en el desayuno, además de estudios científicos al respecto; se asocia también la liberación de la mujer con el fumar como signo de rebeldía. Sobre la amenaza o miedo al comunismo se forma opinión pública que consensa la necesidad de un golpe de estado en Guatemala por seguridad nacional, no solo para salvaguardar los intereses particulares norteamericanos en el extranjero -United Fruit Company- sino por la sobrevivencia del modo de vida de los Estados Unidos.
Hay que ayudar a la ciudadanía que no sabe decidir qué es lo que le conviene. “La libertad y el conocimiento nos enfrentan a una intolerable cantidad de decisiones y de interrogantes que nos paralizan” (Bernays, 2008:11). Con lo cual ofrece el remedio de la propaganda que “pretende explicar a la gente de un modo simple, aquello que no lo es. Y para ello rastrea en las verdades íntimas y esenciales que conmueven a cualquier ser humano, y que se relacionan con aquello que debe explicarse” (2008:11).
Si bien se le acusa de ser precursor de la política nazi de comunicación -recuérdese a Goebbels jefe de propaganda de Hitler que fue ávido lector de su obra-, no es posible borrar las innumerables veces que cita en las páginas de sus libros, que sus ideas se aplican en la sociedad democrática -como ejemplo otro ávido lector fue Obama-.
Estos ingenieros del consenso manufacturaron consentimientos, Lippmann (2003), por ejemplo, consideraba que los seres humanos son incapaces de responder racionalmente al entorno, que la discusión originaba confusión, por lo que había que crear una ficción a través de símbolos y engrandecer emociones, sin posibilidad de crítica y que el público espectador captaría como propio. Lo que hoy es el homo videns (Sartori, 1994) o el ciudadano-elector-consumidor (Sennet, 2006). Cuando había que implantar una política primero se tenía que moldear las opiniones, homogenizarlas y uniformizarlas, eso afirmaba allá por 1922. Al parecer lo practicaron muy bien los totalitarismos (Arendt, 2006), y quizás se haga también en la actualidad.
Estos autores son los padres o abuelos de lo que hoy se conoce como ingeniería social, y resuenan con conceptos de biopolítica (Foucault, 2007), bioseguridad (Agamben, 2021) o psicopolítica (Han, 2014), donde el empleo del miedo desde el poder es fundamental. Así también con la conformidad y el empujoncito en las políticas públicas que se inspiran en la propaganda de Bernays, entre otras fuentes, como este lo hace en la psicología de masas (Le Bon, 2005). Chomsky o Timsit -hay polémica al respecto- han trabajado el tema para la actualidad (Clemente, 2020), entre otros autores.
Es más, hoy se habla de la cultura del horror que domina los medios (Bericat, 2005). Estos siembran angustia y son parte del engranaje del poder. “El miedo posicionado en el colectivo como ambiente y escenario futuro, inmoviliza la acción colectiva, priva al individuo de asociación…Es un miedo paralizante, conspiratorio, manipulante y fragmentador…provoca, dentro de los núcleos humanos una acción restrictiva del lazo social, enmudecimiento colectivo” (Salazar, 2009:113). Se crea un clima de opinión y ya no es preciso indagar o debatir, todo lo fabrica la telepolis, una verdad incuestionable, los medios mapean la realidad, la noticia toma cuerpo. Son dispositivo de poder que crea violencia y terror, funcionando el miedo en particular como anestesia (Salazar, 2009). Como señala Gil Calvo (2003), “el miedo es el mensaje”, mientras la sociedad actual parece un thriller protagonizado por una opinión pública ansiosa, responsable de todo, incluso de su propia incertidumbre, temerosa por todo porque todo parece arriesgado.
Y de la comunicación se pasa a la psicología social.
Miedo psicosocial: psicología de masas, pensamiento de grupo y neuropolítica
Volviendo a los clásicos como Trotter, Le Bon, Wallas, Lippmann, estos son citados por Bernays como los autores que explican la mentalidad de grupo “el grupo posee características mentales distintas de las del individuo, y se ve motivado por impulsos y emociones que no pueden explicarse basándonos en lo que conocemos de la psicología individual…si conocemos el mecanismo y los motivos que impulsan a la mente de grupo, ¿no sería posible controlar y sojuzgar a las masas con arreglo a nuestra voluntad sin que estas se dieran cuenta?” (2008:61). Prosigue el texto de los años veinte señalando que la psicología todavía dista de ser una ciencia exacta, pero que ya se poseen mecanismos para cambiar la opinión pública según un plan preconcebido, “la mente de grupo no piensa…tiene impulsos, hábitos y emociones” (2008:64). Un siglo después de estas ideas y prácticas ¿ya será la psicología conductual la ciencia exacta? ¿Qué papel tiene el miedo en todo esto? Más adelante se volverá al tema.
Según Le Bon las masas son impulsivas e irritables, “conducidas casi exclusivamente por el inconsciente. Sus actos están más influidos por la médula espinal que por el cerebro…La masa, juguete de todos los estímulos exteriores, refleja las incesantes variaciones de los mismos. Es, por tanto, esclava de los impulsos recibidos” (Le Bon, 2005: 35). Son sugestionables, “una sugestionalidad excesiva…contagiosa” (2005:37). Son crédulas, “desprovista de sentido crítico, la masa no puede sino manifestar una credulidad excesiva” (2005:38). Las masas se mueven por pasión y por creencias, ya sea en la manifestación pública o como públicos receptores de información, o en ambas posiciones (Le Bon 2005; Tarde, 2006). Como el pensamiento individual y sus sesgos automáticos inconscientes (Kanheman y Tversky, 1981), así también se crea un clima emocional en la opinión pública. Y si todo ello tiene lugar ¿cómo será en momentos de incertidumbre y con miedo cuando todo se exacerba?
Sin olvidar aquí la teoría de las epidemias psíquicas o la enfermedad psicogénica masiva. La histeria colectiva, como ataque de ansiedad y delirio de grupo, con síntomas físicos incluidos se considera el resultado del estrés, excitación del sistema nervioso y sobre todo pánico creado por una amenaza en el territorio (Bartholomew y Wesseley, 2002). Un grupo sometido a estrés compartido y ansiedad o a un problema social de una comunidad o la creencia en una grave amenaza o exposición a algo dañino (Clements, 2003; Espinosa, 2018). Todo exagerado por la difusión mediática (Broderick, Kaplan y Bass, 2011).
Y recordando el pensamiento de grupo (Lewin, 1988) que tiende a autoconformarse según pautas imperantes por persuasión coacción, o miedo (Munné, 1980). Los grupos tienen la tendencia a la homogenización endogrupal y al señalamiento negativo del exogrupo. Hay un favoritismo al primero, identidad y pertenencia, que prima sobre la diferencia y la discrepancia (Tajfel, 1984; Huici, 2012).
Relacionado con todo esto está, por ejemplo, la gestión de las emociones en la política y la opinión pública (Gutiérrez, 2019). La neuropolítica que señala cómo el cerebro se alinea con los que piensan como uno y en contra de los que no, está cegado a reconocer errores de decisión -el autoengaño para evitar sufrimiento- y dispuesto a criticar a quienes no piensan igual. De hecho, en la política se intenta que se tomen las decisiones rápidas, sin reflexión y de forma emocional (Bermejo, 2015). Entre todos los procesos de pensamiento y comportamiento estudiados en política destaca el “efecto manada” o la tendencia innata a copiar el comportamiento de los otros que el cerebro posee, imitar conductas, las neuronas espejo se activan, se realizan acciones que se ven en otras personas. De hecho, varias zonas cerebrales se activan y provocan malestar al realizar acciones contra del grupo, se activa la aversión a la pérdida y evitar desarrollar la acción que esto pueda comportar. Se busca la identificación, la integración y la aceptación. Además, tiene lugar también el “efecto bandwagon” o de arrastre y seguir la moda, asociarse a la tendencia ganadora y copiar el comportamiento gregario. Y dentro de todo esto se manipula con el miedo a lo desconocido, al riesgo y a la pérdida, para que las personas hagan todo lo posible por evitarla y mantenerse en su zona de confort, siguiendo su tendencia de resistencia al cambio que provoca ansiedad (Bermejo, 2015). Estas bases de la actual neuropolítica -inspirada en la psicología de masas, el pensamiento de grupo, la propaganda, y azuzada por el miedo en los medios- se relacionan muy bien con la tradicional psicología social del comportamiento que sigue vigente.
La psicología social del miedo: obediencia y conformidad
La psicología social tradicional destaca la tendencia de la obediencia y la conformidad (Levine y Pavelchack, 2008; Paicheler y Moscovici, 2008) como las teorías conductistas actuales (Thaler y Sunstein, 2009). La obediencia es someterse a las órdenes de una autoridad. La conformidad es armonizarse con un grupo en cuanto a opinión y comportamiento, cediendo a la presión normativa en ambos casos aún a costa de sacrificar el pensamiento propio o incluso suscribir un juicio erróneo y llegar a una conducta lesiva (Levine y Pavelchack, 2008). La conformidad además es presión horizontal que conlleva autosilenciamiento, asentimiento, autorrepresión para conservar la opinión favorable de los demás (Sunstein, 2019) y evitar confrontación asumiendo el silencio y sacrificando la deliberación (Nussbaum, 2019). En todo esto el miedo es fundamental, al castigo de la autoridad o a la muerte social como llama Bauman (2007) a la exclusión.
“Numerosos ejemplos demuestran que los individuos prefieren ponerse de acuerdo entre ellos y tener juicios uniformes, antes que tener juicios verdaderos, y que prefieren estar en el error con los demás a tener razón contra ellos y encontrarse completamente solos.” (Paicheler y Mosovici, 2008:196), el miedo biológico al abandono (Calixto, 2018). De ahí su premura de acercarse a la mayoría sin preguntarse el porqué, mientras la propuesta minoritaria parece dudosa o falsa. No hay debate (Nussbaum, 2019) ni libertad (Bauman, 2007). Más allá de esto se dibuja el totalitarismo clásico del pasado (Arendt, 2006) o el futuro (Han, 2020; Agamben, 2021). Pero en el presente está el miedo empleado en las políticas públicas y la sanidad que ahora se revisará.
Miedo en políticas públicas: de la conformidad al “acicate”, “codazos” o “empujoncito”
En los últimos años y con relación a la conformidad ha cobrado auge la teoría y práctica del “empujoncito” o “nudge”. Se trata de impulsos conscientes, y más a menudo inconscientes que configuran al buen ciudadano/a. Incentivar, dicen, sin perjudicar la libertad y obtener grandes logros en las finanzas, la equidad y la sanidad pública. Todo ello justificado en el más claro estilo de la psicología de masas o la propaganda ya vista, pues la ciudadanía no está suficientemente informada y elige mal, por prejuicios o errores, que causan que los sujetos sean poco saludables o pobres o dañen el planeta. De ahí que es importante conocer la mente humana y saber cómo piensan para a partir de ahí diseñar “entornos de elección” para que las personas “elijan lo mejor para ellas y para la sociedad”, y la consideración de la necesidad de intervención del gobierno cuando el ciudadano/a no parece capaz de decidir lo que le conviene (Thaler y Sunstein, 2009). Todo parecido con el marketing político o comercial no es pura coincidencia, como tampoco con la propaganda y el totalitarismo del siglo XX.
Algo a destacar es como a esto lo denominan “paternalismo libertario” (Thaler y Sunstein, 2009), ya que deja a la persona en libertad de decisión, toda vez que con la influencia del estado con objeto de mejorarla y superar sus limitaciones cognitivas. Se insiste que lo que se hace es modificar el contexto no la forma de pensar, de ahí el nombre también de “arquitectura de decisiones”. Se subraya la utilización del pensamiento inconsciente y rápido en esta manera de cambiar comportamientos desde la política, la emoción del sistema límbico o reacción del cerebro reptiliano sobre la decisión del neo cortex.
Lo cual se aplica de forma central en políticas públicas, pero también en la legislación, siempre con un mensaje solidario y por el bien común. Es para el bien de la persona, la familia y la sociedad. Se inició con la aplicación de estas políticas en Reino Unido por el Behavioural Insghts Team (BIT) -equipo de ideas conductuales o nudge unit- y se dice ahorraron millones de libras al erario público. Creado en la época de David Cameron en plena crisis en 2010, sirvió para blanquear los recortes presupuestarios en las políticas sociales, toda vez que con bajo o nulo costo fomenta acciones en beneficio de las personas y la sociedad. Inicialmente dependía del primer ministro, luego se declaró independiente. En concreto se destaca el origen de la agenda del comportamiento, y posiblemente mayor influenza en Reino Unido, ya que el ejemplo que aquí se presenta es de dicho país, si bien existe en otros.
Comunicación sanitaria del miedo
Antes de ilustrar todo lo anterior y aterrizarlo en su empleo en la pandemia, comentar algo sobre la comunicación sanitaria y el empleo del miedo. El miedo es usual y constante en los mensajes sanitarios. “La utilización de la amenaza, más o menos velada, es difícilmente evitable y frecuente en las comunicaciones sobre salud…el usuario se ve confrontado habitualmente con alguna serie de amenazas en caso de no seguir las recomendaciones contenidas en los materiales informativos sobre salud o en el consejo de un profesional sanitario” (Ordoñana et al, 2000:45-6). Se trata de persuadir y conseguir mayor efectividad en la comunicación sanitaria y la administración pública.
Anuncios publicitarios de los males que causa el tabaco o los accidentes de tráfico, son un claro ejemplo de lo anterior, a lo cual no escapa el autoexamen mamario o la vacunación. Con amenazas de lo que te puede pasar si fumas, si manejas rápido, si no te examinas el seno o no te vacunas, se logra convencer a la gente a cuidar su salud, o esto es lo que este enfoque preconiza.
La investigación señala que “la relación entre contenido amenazante del mensaje y miedo es positiva, así como la relación entre contenido amenazante y persuasión” (Boster y Mongeau cit Ordañana et al, 2000:49). Hale y Dillard también concluyen que “el contenido amenazante de los mensajes es persuasivo, existiendo una relación positiva entre el miedo percibido y la actitud del sujeto, así como entre el miedo percibido y la conducta” (cit Ordoñana et al, 2000:49). De hecho, hay varias teorías que explican la conducta provocada por los mensajes cognitivamente amenazantes centrados en la emoción del miedo. Sobre el tema dos son las cuestiones a plantearse, pues al uso del miedo como forma que se remarca en estas páginas hay que añadir la veracidad del contenido del mensaje.
En todo caso al parecer es posible complementar el uso político del miedo, el miedo biológico e histórico, el miedo en los medios, la propaganda, la psicología de masas, el pensamiento de grupo, la obediencia y la conformidad, el miedo en la sanidad, con las teorías conductuales y la perspectiva del “empujoncito” en políticas públicas, que inician con la creación de opinión pública que a su vez revierte en la aplicación de las mismas y en el comportamiento social. O sea, se crea opinión pública que pide al gobierno políticas públicas que han sido inoculadas en la sociedad mediante campañas de comunicación política. Ello se muestra en el último apartado de este texto que presenta un interesante e importante estudio del uso del miedo por el gobierno británico durante la pandemia de COVID 19.
Un estudio de caso: la política del miedo en Reino Unido en la pandemia
Si bien se puede discutir si el ejemplo dado es claramente parte de la nudge theory, lo que es patente es la implementación de la psicología conductual al caso. Se trata de un tema que más allá de su interés tiene o tendría que desatar una importante polémica social, pues es una ilustración de cómo se emplea el miedo actualmente en la política en la pandemia. Engarza con el miedo biológico y la sobrevivencia, el histórico ficticio de manipulación ya presentada, el de la propaganda y los medios que influyen en la opinión pública, el del comportamiento en la psicología de masas o en los grupos, y sus tendencias estudiadas desde la psicología social, y hoy al parecer reconvertido todo en la aplicación del enfoque conductista en políticas públicas. Además, si bien se estudia un país, otros tuvieron historias parecidas y vivieron experiencias similares, por lo que también resulta interesante. No menos importante es el hecho de la amenaza de la OMS y líderes políticos sobre futuras pandemias.
En 2021 Laura Dodsworth publica el libro A State of Fear: How the UK government weaponised fear during the Covid-19 pandemic.1 Inicia con la siguiente frase:
Este libro trata del miedo. El miedo a un virus. El miedo a la muerte. El miedo al cambio; el miedo a lo desconocido. El miedo a que haya motivos ocultos, fines oscuros y conspiración. El miedo al imperio de la ley, la democracia, y el modo de vida liberal occidental. El miedo a la pérdida: a perder nuestros trabajos, nuestra cultura, nuestras conexiones, nuestra salud, nuestra cabeza. Pero también trata sobre cómo el gobierno convirtió nuestros miedos en un arma contra nosotros mismos -supuestamente porque era lo mejor para nosotros- hasta que nos convertimos en uno de los países más asustados del mundo (2021:11).
Expresiones directas y contundentes.
Lo verdaderamente terrorífico no es lo que dice u opina la autora, sino las pruebas que lo acompañan, documentos oficiales, entrevistas a miembros del gobierno y asesores. Una muestra, el Scientific Pandemic Influenza Group on Behaviour (SPI-B) en su documento “Opciones para incrementar la observancia de las medidas de distancia social”: “Es necesario incrementar el nivel que se percibe de amenaza personal entre aquellos que se muestran complacientes empleando mensajes emocionales contundentes” (22 marzo 2020) (cit. Dodsworth, 2021: 10).
En fin, es posible afirmar, como por otra parte podría hacerse para otros países con toda seguridad. “El gobierno, los organismos de salud pública y los medios emplearon un lenguaje alarmista a lo largo de la epidemia, grandes números, empinadas líneas rojas en gráficos, el empleo de información seleccionada, cuidadosos mensajes psicológicos y una publicidad emotiva crearon ataques relámpago cotidianos de bombas de miedo” (2021:16). Las consecuencias: agarofobia, trastorno obsesivo-compulsivo, ataques de pánico, autolesiones, suicidios. Como señala la autora “Las epidemias vienen y van, pero nuestra psicología básica permanece” (2021:16) y añade “En algunos momentos la experiencia de la pandemia parecía ficción, era como estar viviendo una película y no precisamente entretenida. Mientras el virus era la trama argumental en nuestra realidad fantástica, la fuerza que movía a la mayoría de los protagonistas era el miedo” (2021:16).2
La narrativa siguiente puede varias algo de un país a otro, pero en la mayoría tuvo lugar con mayor o menor intensidad. También es posible remontarse al discurso oficial de la OMS en la declaración de pandemia el 11 de marzo (OMS, 2020). La noche del 23 de marzo en su discurso Boris Johnson dijo “El coronavirus es la mayor amenaza a la que se ha enfrentado este país desde hace décadas. Estamos viendo el impacto devastador de este asesino invisible en todo el mundo…A partir de esta noche debo dar a la ciudadanía británica una orden muy sencilla: debes quedarte en casa” (cit. Dodsworth 2021:18). Esa fue calificada de la “noche de pánico”. Lo que recuerda al primer miedo político según Robin (2009) mantener a la gente unida contra un enemigo externo. Era para salvar vidas y por el bien de todo el mundo. Obvio que ante esta noticia que tuvo lugar en varios países, la gente se quedó paralizada (Manes y Niro, 2014) -luchar o huir no eran una opción (Calixto, 2018)-, con todos los procesos bioquímicos corporales y bioeléctricos mentales en marcha. Recordar que en la historia de la humanidad es la primera vez que se dicta cuarentena a los sanos y de manera mundial, y que en los protocolos existentes sobre pandemias esta no era una recomendación. El confinamiento anunciado por tres semanas, también nuevo en la historia, se fue prolongando, como en otras latitudes aconteciera, cada día cambiaban las normas y la incertidumbre lejos de apaciguarse crecía. Este cambio constante recuerda la incertidumbre que explica Bauman (2007), la percepción de riesgo (Beck, 2002), y la cultura del miedo de Furedi (2018).
El gobierno, los medios y la “opinión pública” con la conformidad creada por el miedo y el ejercicio de las políticas públicas conductuales, se retroalimentaron, como se expone a continuación.
Los medios exigiendo al gobierno que confinara antes, ampliara restricciones y fuera más duro, esto es, restringiera libertades. Se alzaron como voces morales representantes de la sociedad, cerrando el debate y la crítica, censurando y siguiendo las características de la propaganda (Bernays, 2008). Sabiendo que el miedo vende, pero sobre todo sabiendo quién los financia y a qué intereses obedecen es posible establecer que no solo se dejaron llevar ellos mismos por el miedo. Los medios que se llamaron el cuarto poder y que eran supuestamente guardianes de la libertad, hoy se sabe que están en manos de seis grandes monopolios internacionales (González, 2020), actuaron con noticias dignas de la política del shock (Klein, 2014). Y los titulares fueron aterradores (Dodsworth, 2021). Eso sí, interesante fue como iban cambiando argumentos, igual que la OMS y los gobiernos, y creaban más confusión que aclaraban, si bien el discurso central era y es una narrativa única global sin posibilidad de abrirse al debate o de aceptar el pensamiento crítico interno o disidente. El miedo político del que habla Nussbaum (2019), o el segundo tipo de miedo de Robin (2009), el miedo derivativo de Bauman (2007).
El gobierno emplea el miedo como forma de control social y político, se declaró la guerra contra un virus, como se observa en el lenguaje bélico de los discursos de políticos y también de los medios. Las guerras unen contra un enemigo común como el pensamiento de grupo señala (Tajfel, 1984), piden sacrificio y obediencia, y entra en juego la manipulación y la propaganda (Bernays, 1995). Una vez creado el escenario de terror, las personas en shock sacrifican libertad por seguridad (Bauman, 2007) cuando sienten miedo e incertidumbre, como forma de sobrevivencia. Es más, piden al gobierno que solucione y exigen prevenir y resolver para acabar con el problema con las medidas que haga falta, en general duras y represivas, entre las que se encuentra la falta de libertades, por un lado y de otro, promover la vigilancia global masiva, el capitalismo de la vigilancia (Zuboff, 2020). El miedo siempre ha servido para mantener el poder de los políticos y avanzar en sus objetivos. Enseguida se empezó a hablar de nueva normalidad indicando que la vieja había quedado atrás. Lo curioso es la insistencia en el tema cuando ha habido otras pandemias y de alguna forma se había vuelto, con sus cambios en cuando a vigilancia y restricción de libertades, a la antigua normalidad, como si predijeran que esta vez iba a ser distinto (Dodsworth, 2021). Abriéndose la posibilidad de un estado de bioseguridad (Agamben, 2021) y dictadura tecno digital (Han 2020), y sin derechos humanos, exigida por los medios y aplaudida por los públicos. Eso sí, el uso del miedo ya había tenido lugar en campañas sanitarias sobre el sida en 1986, pero nunca de una forma tan importante (Dodsworth, 2021).
No obstante, cabía preguntarse por qué se toleraron algunas manifestaciones y otras se reprimían, pues todas significaban grupos de gente junta. Por ejemplo “Las manifestaciones contra el confinamiento provocaron indignación. La gente, fue tildada de ‘idiota’, ‘egoístas bobos anti-confinamiento’ que iban a ‘poner a todos en riesgo’. El alcalde de Londres, Sadig Khan, las calificó de ‘inaceptables’. No hubo ningún impacto discernible en las muertes” (Dodsworth, 2021:204). Por otra parte, “Miles de personas ocuparon las calles en una serie de manifestaciones a raíz de la muerte de George Floyd. En esa ocasión, los políticos, la policía y los medios se mostraron bastante comedidos sobre el riesgo de transmisión del covid. Sadiq Khan dijo: ‘A los miles de londinenses que protestan pacíficamente hoy, os digo que estoy con vosotros’.” (Dodsworth, 2021:205). Algún día quizás haya una respuesta.
Varias estrategias psicológicas conductuales parecen estar detrás de todo esto, como el pensamiento de grupo (Tajfel, 1984), dividir y enfrentar a la sociedad (Robin, 2005), censurar a los científicos disidentes, crear obediencia, manipular a través de una narrativa de propaganda (Bernays, 2008), hechos, situaciones y emociones. Como señala el politólogo Robinson “La gente se ha visto atrapada por el miedo de forma obsesiva y, hasta un extremo mucho peor que lo que sucedió durante la guerra contra el terrorismo…La propaganda se basa en la psicología conductual, básicamente manipulación, conseguir que la gente haga lo que en otras circunstancias no haría, mediante la coerción, un incentivo o el engaño” (cit. Dodsworth, 2021: 76). Este investigador universitario apunta que con el paso del tiempo las cosas estarán más claras y añade “siempre y cuando mantengamos la democracia, porque no es inconcebible que nos estemos adentrando en una completa pesadilla en la que la libertad de expresión y debate se vean significativamente restringidos” (cit. Dodsworth, 2021: 76). Palabras que resuenan con Han (2020), Agamben (2021) y otros autores que apuntan a gobiernos más autoritarios y a la restricción de derechos políticos en el mundo. Advertencias ya hechas en la obra de Bauman (2007) y Nussbaum (2019).
Las políticas conductuales y el empujoncito tienen bastante que decir en este panorama y el destacado papel de David Halpern de la Nudge Unit. Para empezar, ya había documentos sobre “Mejorar la salud de la gente: la aplicación de las ciencias del comportamiento y sociales para mejorar la salud y el bienestar en Inglaterra” de 2018, o incluso en 2010 en la Cámara de los Lores se discutió el informe “Cambio conductual” y su aceptabilidad ética, aunque no se hizo lo propio entre la ciudadanía. En 2020 hubo varios textos como “Opciones para incrementar la observancia de las medidas de distancia social”, “Mindspace: influenciar el comportamiento mediante las políticas públicas”, con objeto de conseguir que la gente cumpla y obedezca y donde el miedo tuvo un papel protagónico. Como ya se vio en un punto anterior “Las políticas paternalistas se presentan como algo que es por nuestro bien. La economía conductual asume que no somos racionales, que lo sabemos y que estamos agradecidos cuando se nos libera de la ansiedad y la culpa” (Dodsworth, 2021:83). Por supuesto, más allá del SPI-B hubo varias instancias implicadas, como algunas unidades de propaganda clandestina del gobierno. En todo caso, un consejero científico independiente declaró que en casos de situaciones catastróficas lo que interesa es conseguir que la gente haga lo que se quiere y que había habido conversaciones sobre el empleo del miedo a morir con objeto que la gente cumpliera las normas, y afirmó “todo lo relativo a los mensajes del gobierno ha sido diseñado para mantener vivo el miedo” (Dodsworth, 2021:85). Se jugó con el efecto de shock y la creación de imágenes distópicas, lo cual aconteció en muchos países, además del miedo a perder el empleo, miedo a opinar contracorriente, y la necesidad de conformidad social (Paicheler y Moscovici, 2008). Fue el estado quien tomó la decisión de atemorizar para el cumplimiento de las normas, unas normas que también diseñó el gobierno, lo que sí paree claro es que los expertos conductuales dirigieron las políticas, grupos de expertos no elegidos y un gobierno tecnocrático con tendencias aparentemente totalitarias. Incluso un asesor confesó “La manera en que hemos empleado el miedo es distópica” (cit. Dodsworth, 2021:97). Bauman (2007) no exagera al hablar de una era de catástrofe.
Se señala a psicócratas no electos que junto a gobiernos y medios sembraron el miedo; ellos se consideran arquitectos de emociones y comportamientos. “Aquí, en el Reino Unido, una de las cunas de la democracia, el miedo ha creado la temperatura emocional adecuada para la tolerancia, incluso la acogida entusiasta de una mayor vigilancia, una reducción de los derechos de protesta y violaciones de los derechos humanos” (Dodsworth, 2021:309). “Si demasiados individuos inmolan su libertad por la seguridad, nos arriesgamos a una hoguera de las libertades. El empujoncito socava el libre albedrío; elimina nuestras opciones sin que nos demos cuenta…El uso de la psicología del comportamiento y, en concreto, la del miedo, es un síntoma de un gobierno que ha renunciado a la confianza y a la transparencia” (Dodsworth, 2021:310). Se cede libertad a cambio de seguridad (Bauman, 2007).
En la conformación de opinión pública radica algo más que importante, pues si el gobierno y los miedos sembraron el miedo exagerado, la opinión pública lo compró, lo tomó y lo elevó de nivel y lo devolvió. El clima de opinión orquestado donde ya nada es cuestionable o debatible (Salazar, 2009).
El gobierno y los medios azuzaron a la gente para que sintiera miedo sostenido y a veces histérico. Entonces la gente asustada votó en las encuestas de opinión para que se endurecieran las medidas del confinamiento. En ese momento el gobierno se sintió obligado a satisfacer al público con más restricciones. Las restricciones no mitigaron el miedo, así que la gente votó a varo de las restricciones y así sucesivamente, en un bucle funesto sin fin. La política de sanidad pública se convirtió en un perro enajenado que se persigue la cola (Dodsworth, 2021:176).
Como se dijo, ante un problema que el gobierno presenta de forma alarmante, los medios reproducen, exageran y amplifican, se produce una reacción de pánico social, por lo que la población se activa y propone como solución endurecer las medias aún a costa de sus libertades. Los ecos del totalitarismo (Arendt, 2006) no son ajenos a este proceso, ni la psicología de masas (Le Bon, 2005) o la propaganda (Bernays, 2008).
El psicólogo Morgan opina “El gobierno tenía miedo de que la gente no obedeciera las instrucciones. Hasta cierto punto, esa es la razón por la que se retrasaron en confinarnos. No sé si utilizar el miedo fue una decisión consciente del gobierno. Pero por arte de magia el público clamaba por el confinamiento, así que fue inevitable que lo hiciéramos” (Dodsworth, 2021:302).
En tiempos de la pandemia ha sobresalido el pensamiento de grupo (Huici, 2012), la obediencia y la conformidad (Levine y Pavelchack, 2008). “La gente ha mantenido fuertes convicciones durante la epidemia. Ha sobrestimado el peligro, ha depositado una enorme fe en medidas no probadas, y ha aceptado enormes cambios sociales y personales” (Dodsworth, 2021:237). Y tras afirmar esto la autora se pregunta “¿Cómo se desprogramará la gente del pensamiento de “culto”? Como si alguien quisiera ser desprogramado o como si alguien quisiera desprogramar algo. A continuación, se interroga también “¿Qué hace la gente cuando percibe una brecha entre la realidad y la racionalidad?” (Dodsworth, 2021:237). Como si alguien percibiera algo, dudara o se interrogara. También se pregunta “¿Y por qué adoptaron los gobiernos de todo el mundo políticas similares a la vez?” (Dodsworth, 2021:241). Añade en otro momento “¿Vamos a vivir como en China con crédito social?” (Dodsworth, 2021:242). Esto desborda los objetivos del texto, pero Han (2020) o Agamben (2021) ya han apuntado la posibilidad en dicho sentido.
Una y otra vez alude a la psicología conductual insertada en las políticas públicas.
El uso del miedo como arma es una táctica particularmente desestabilizadora de la caja de herramientas de la psicología conductual porque nubla nuestro juicio lo que, a su vez, incrementa nuestra dependencia del gobierno, lo que crea entonces más miedo que nos paraliza aún más, un bucle apocalíptico que se autoperpetúa. William Sargant dijo que un lavado de cerebro con éxito requiere “despertar emociones fuertes”. La maleabilidad se exagera con el miedo (Dodsworth, 2021:282).
Obediencia y conformidad (Levine y Pavelchack, 2008) se concatenan, y el mundo espolea el autoritarismo, con el juicio obnubilado (Nussbaum, 2019).
Durante la pandemia de covid, el gobierno británico nos amenazó con confinamientos más largos o restricciones más duras si nos portábamos mal, y se nos ofrecieron recompensas como el imperio de la ley o las reuniones al are libre si todo iba bien. La relación entre el gobierno y el ciudadano recordaba a la estricta relación entre un progenitor y su criatura, con un uso alternativo del rincón de pensar y los dulces ante el comportamiento adecuado. No se trató a los ciudadanos como adultos. Nos contaron terroríficas “historias para no dormir” cada día a través de las noticias y las ruedas de prensa en Downing Street para asegurar el cumplimiento de un conjunto de normas en constante cambio y, a veces, incluso disparatadas (Dodsworth, 2021:282).
Reiterar lo dicho, en el sentido que esto aconteció en muchos países donde hubo lenguaje belicista por parte de sus gobernantes, y reducción al infantilismo de los adultos se podría añadir, aplicación de toque de queda, multas, premios que nunca llegaban y castigos de tiempos dictatoriales, de ahí la importancia del miedo en lo que Bauman (2007) señala como negatividad de la globalización, o en lo que Agamben (2021) apunta como el dogma de la ciencia, la bioseguridad, y la nuda vida -la existencia desnuda a preservarse a cualquier precio-, que recuerdan más que a viejas tiranías a un neo totalitarismo global como destino.
Insiste la autora,
Durante la epidemia, las encuestas de opinión pública funcionaron como bolas de cristal que nos permitieron vislumbrar los planes de los políticos. Si bien se supone que las encuestas dicen al gobierno lo que pensamos, resultan muy útiles para decirnos lo que el gobierno quiere que pensemos y lo que quiere hacer a continuación. Y, cuando se nos revelan los resultados, estos nos guían mediante la conformidad social y el instinto de rebaño hacia una preferencia que nunca supimos que teníamos. Como dice Peter Hitchens, “las encuestas de opinión son un instrumento para influenciar la opinión pública y no un instrumento para medirla. Si descifras eso, todo tiene sentido (Dodsworth, 2021:289).
El pensamiento de grupo (Tajfel, 1984), la psicología de masas (Le Bon, 2005), la propaganda (Bernays, 2008), la obediencia y la conformidad (Levine y Pavelchack, 2008), y la política del empujoncito (Thaler y Sunstein, 2017), en todo su explendor se intuye y deduce de la lectura de este libro.
“El ministro encargado de valorar el uso del certificado covid es Michael Glove. Tal y como dijo una vez: ‘Una vez se ceden poderes al Estado en momentos de crisis o emergencia, raro es el caso en el que el Estado los devuelva’.” (Dodsworth, 2021:290). Recuérdese la pérdida de libertad tras el 11-S, la guerra en busca de unas armas de destrucción masiva inexistentes, el capitalismo del desastre (Klein, 2014) y la vigilancia total (Zuboff, 2020), que se aproximan o ya están aquí.
Más allá de la información pública o la explicación científica de pandemias y virus, el miedo político se desplegó desde organismos internacionales, como se escuchó en el discurso del 11 de marzo por parte del director de la OMS (2020). Luego cada gobierno y los medios de comunicación impusieron, reiteraron e intensificaron una narrativa única presidida por el miedo (Bernays, 2008), sin posibilidad de alternativas (Bauman y Donkins, 2019), sin discusión o debate público como señala Nussbaum (2019), conformando una opinión pública (Salazar, 2009) cuasi unánime que como la psicología de masas afirma (Le Bon, 2005), motivada o arrastrada por el contagio del miedo y sin sentido crítico, presionada por la obediencia y tensionada por la conformidad (Levine y Pavelchack, 2008), propone y aplaude políticas sociosanitarias incluso más duras de las diseñadas por los gabinetes conductuales y grupos de expertos oficiales. Llegados a este punto conviene reflexionar el papel de la opinión pública. Porque más allá de posturas victimistas, de conspiraciones o manipulaciones a las que está sometida, lo cierto es que se deja arrastrar con relativa facilidad, pese a la multiplicidad de información y acceso a conocimientos diversos que existen en la actualidad. Tal vez sea comodidad, pereza, quizás el miedo que anestesia (Salazar, 2009), o la dificultad cerebral de cambiar de opinión, seguramente todo lo expuesto con anterioridad influye sobre el comportamiento social, en todo caso es un punto a profundizar y sobre el que reflexionar.
La autora en los inicios de la obra escribe: “No nos gusta creer que podemos ser manipulados y mucho menos que hemos sido manipulados” (2021:14). Ya hacia el final concluye: “El empujoncito es antidemocrático. El uso del miedo es una forma de control siniestra” (Dodsworth, 2021:284). Así empiezan los totalitarismos, primero la obediencia desde arriba y segundo la presión social o la conformidad de los de al lado (Levine y Pavelchack, 2008) y finalmente se llega a un tipo de sociedad donde la seguridad se intercambia por la libertad (Bauman 2007) y nadie parece alzar la voz por temor (Nussbaum, 2019), como ya se ha dejado claro. La obediencia se impone ante la humanidad y quizás se llegue a la banalidad del mal como estudió Arendt (2003, 2006), en todo caso varias cuestiones son comparables hoy en día a los discursos y prácticas de la Alemania Nazi o de la URSS comunista, y que precisan ser pensadas.
Volviendo al miedo político y para ir cerrando
Como se dijo aquí se presenta un estudio como ejemplo que invita a pensar y a discutir los tiempos políticos que se están viviendo y especialmente el papel del miedo en la cultura del miedo y en coyunturas incluso de pánico. “La epidemia de Covid-19 puede resultar ser la mayor campaña de miedo que el Reino Unido, y el mundo, haya visto jamás” (Dodsworth, 2021:308). El miedo nubla el juicio racional y la deliberación pública (Nussbaum, 2019), porque paraliza (Manes y Niros, 2014).
El miedo es parte de nuestra época y cultura (Furedi, 2018), más que el biológico, el social, se trata de percepciones del mundo, de sensaciones, de sentimientos, creencias y comportamientos dirigidos por este, un miedo que amenaza con el riesgo (Beck, 2002) y atenaza, un miedo líquido (Bauman, 2007), de inseguridad e incertidumbre. Una amenaza a la vida y al orden social, la muerte física y la exclusión social, y un discurso de terrores globales que parecen expandirse sin fin; y llega así a ponerse en juicio la libertad en aras de la seguridad (Bauman, 2007); camino tal vez de políticas autoritarias y totalitarias (Han, 2020; Agamben, 2021).
El miedo hoy más que nunca “huele a totalitarismo. No es una postura ética para ningún gobierno moderno” (Dodsworth, 2021:302). ¿Quién recuerda a los estudios del totalitarismo y las reflexiones sobre los orígenes del nazismo? ¿Es posible compararlos con el uso del miedo y el desarrollo de políticas que coartaron libertades de expresión y movilización, entre otros atropellos a la lógica del sentido común y los derechos humanos? Estos interrogantes quedan abiertos hacia el futuro. Los que sí se espera haber dado respuesta en este texto es cómo el miedo es reacción biológica de sobrevivencia y también se construye como emoción social y clima emocional colectivo en una cultura, se configura como emoción política de alto impacto, incluso se amplifica e intensifica en una coyuntura dada. De hecho, es posible afirmar que durante la pandemia se ha vivido una pandemia de miedo.
Un miedo como herramienta política por parte de una élite en el poder que informa y señala una amenaza externa, un virus peligroso que saltó de un animal, con objeto de unir a la población ante un enemigo. Un miedo que impone medidas autoritarias y restringe libertades por tu bien. Un miedo que crea normas de sumisión como control social -confinamientos, medidas, sanciones-. Los dos tipos de miedo que define Robin (2009). Un miedo que conjuga lo biológico (Calixto, 2018), con lo político (Manes y Niro, 2014), lo histórico (Duby, 1995; Delumeau, 2008) con lo actual (Dodsworth, 2021). Donde los medios que expanden el terror (Salazar, 2009; Bericat, 2005) y los gobiernos que anuncian y aplican medidas autoritarias, se valen de la psicología social del miedo (Moscovici, 2008), la propaganda (Bernays, 2008), la psicología de masas (Le Bon, 2009), la neuropolítica (Bermejo, 2015), el pensamiento de grupo (Tajfel, 1984; Huici, 2012), la obediencia y la conformidad (Levine y Pavelchack, 2008). Y sobre todo la política pública del “empujoncito” como psicología conductual (Thaler y Sunstein, 2009) ahora aplicada a la comunicación de la amenaza sanitaria (Ordoñana et al., 2000). El caso del uso del miedo por el gobierno británico es solo una ilustración, no fue una excepción, en muchos otros países tuvo lugar. Ejemplos notables son Australia, Canadá, Austria, Italia, Francia, Alemania, España, Argentina, Chile, etc. Este estudio de caso invita a pararse -no de miedo y preocupación, sí con conocimiento ocuparse- a pensar sobre la política y las políticas públicas, la comunicación y las políticas sanitarias de nuestros días. Con el tiempo más información y reflexión verá la luz. Tal vez las ideas de Han (2014, 2020) sobre la psicopolítica y la dictadura digital global no estén tan lejos. Quizás el neo totalitarismo y las políticas de bioseguridad de Agamben (2021) nos alcancen. Parece claro que existe un miedo a la libertad (Fromm, 2007) que señala con un dedo hacia el totalitarismo político (Arendt, 2006), pero ahora global. Recuerda que de esa mano otros tres dedos te señalan, y como dijera Camus, todos llevamos un nazi dentro, o como sentenciara Primo Levi, todos somos monstruos en potencia. Un nuevo orden mundial global se anuncia, que usa el miedo como Hobbes (2006) justificó su empleo en aras del nuevo estado nación moderno para control de la población y seguridad de la ciudadanía. La historia se repite, la historia de una idea política, un miedo definido como monárquico y líquido, que en los últimos años vive muy a gusto en una sociedad autodenominada democrática y se materializa en energía psicológica, en climas emocionales y encarna en cuerpos humanos.
En todo caso, junto a Bauman (2007) y Nussbaum (2019) solo queda la esperanza de decisiones satisfactorias que ensanchen los futuros políticos y sociales del planeta, y que espanten al miedo.
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Documento oficial:
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1 Se hacen varias transcripciones, pues se considera destacado el uso de sus palabras y frases precisas ante la contundencia de las mismas, claridad de quien ha vivido e investigado a fondo lo que expone.
2 Añadir aquí que la novelística y cinematografía se adelantaron con relatos e imátenes aparentemente de ciencia ficción que luego se vieron y vivieron como aparentemente reales. Como ejemplo de las innumerables novelas se cita la de Robin Cock “Epidemia” o “Los ojos de la oscuridad” de Dean R. Koontz. En cuanto a películas se aconseja “Epidemia” de Wolfgang Petersen y “Contagio” de Steven Soderbergh. De hecho, algunos relatos e imágenes son tan precisos que inducen al pensar en la programación predictiva. De ahí que mucha gente se sienta también como viviendo en una película, como la autora del libro presentado comenta.