ORLANDO ALBORNOZ.

Nació en Caracas en 1932. Es Licenciado en Historia por la Universidad

Central de Venezuela y Doctor, igualmente en Historia, por la Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela y se entrenó en Sociología en el London School of Economics, Londres, con beca de la UCV. A esta disciplina le dedicó su vida académica. Ha sido profesor/investigador en el país y en el exterior en las universidades de Oxford, Londres, Harvard, California (Berkeley), París, Nueva Delhi y Hamburgo, en todos los casos por periodos no menores a un trimestre.

Es autor de vasta obra en el campo de la sociología del conocimiento y de la educación. Ganador del Premio Interamericano de Educación “Andrés Bello”, otorgado por la Organización de los Estados Americanos OEA, Washington, USA, en 1997.

Experto en el área de educación y profesor de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO, Santiago de Chile). Fue Presidente del Comité en Sociología de la Educación de ta International Sociological Association y miembro del Administrative Board de la International Association of Universities y es miembro del Steering Committee del INRUDA (lnternationaI Nemork for the Study of the Universities in Developing Areas).

En 1991 recibió el Premio ‘’Francisco De Venanzi’’, otorgado por la Universidad Central de Venezuela, a la trayectoria del investigador universitario y en 1998 el Premio de Ciencia y Tecnología del Instituto Venezolano de investigaciones Científicas (lVIC), al mejor artículo sobre la actividad científica y tecnológica publicado en 1997.

Dirigió un proyecto de investigación nacional e internacional sobre el tema de las elites financiado por el CONICIT/UCV y escribió un libro sobre el desarrollo y evolución de la Universidad contemporánea, a escala mundial. Fue designado en 1997 presidente honorario del Vl Congreso Venezolano de Sociología y Antropología.

Ha sido consultor de organismos internacionales, así como gobiernos y empresas privadas de la región, en el área de la gestión y gerencia de instituciones de educación superior, específicamente en diseños de espacios propios del knowledge management.

Entre sus libros más recientes están:

2018 “Mitos, tabúes y realidades de las universidades, volumen IV:

La universidad venezolana contemporánea: IESALC_UNESCO/ Universidad Central de Venezuela.

2011”Diversity and inertia at the University”. Caracas Universidad Central de Venezuela.

2011         “Searching for an identity. The Latin America and the Caribbean University”. Caracas Universidad Central de Venezuela.

2012       “Cómo y para qué elevar la calidad en instituciones de educación superior” Tres volúmenes.

2010 “Regulación y control académico: los compromisos políticos e ideológicos de la universidad. La dinámica de la universidad en sociedades en transición”. Caracas: Universidad Central de Venezuela.

2009 “Breves notas sobre la autonomía y la libertad académica”. Caracas: Universidad Central de Venezuela.

2006 “La universidad latinoamericana entre Davos y Porto Alegre: error de origen, error de proceso”. Caracas: Los libros de El Nacional.

2005 “Academic populism. Higher education policies under state control.” Vol. I. y II. Caracas: Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela.

2003 “Higher education strategies in Venezuela: higher education changes under a revolutionary government and the threats to academic freedom and institutional integrity”. Caracas: Facultad de Economía y Ciencias Sociales, Universidad Central de Venezuela.

En reconocimiento de su trascendente contribución a la Sociología y para celebrar su actividad intelectual de casi 70 años, ESPACIO ABIERTO incluye en esta Separata el artículo que él preparó para publicar en 2006 en el vol.15, nº 1.

 

 

Volumen 31 Nº 3 (julio-septiembre) 2022, pp. 232-258

ISSN 1315-0006. Depósito legal pp 199202zu44

La búsqueda y rebusca del conocimiento: algunos elementos de mi experiencia y desmemoria académica como sociólogo

Orlando Albornoz

Para mi hermano Oscar Abdala, compañero de ruta en la inasible quimera del saber.

“In our daily life, as in our scientific world, we, as human beings, all have the tendency to presume, more or less naively, that what we have once verified as valid will remain valid throughout the future, and that what appeared to us beyond question yesterday will still be beyond question tomorrow”

Alfred Schutz, Studies in Social Theory (1964: 67)

Las ciencias y la literatura llevan en sí la recompensa de los trabajos y vigilias que se les consagran”

Andrés Bello, Discurso en la oportunidad de su elección como Rector de la Universidad de Chile (1843)

Resumen

El propósito de este trabajo es el de elaborar una reflexión acerca del problema de la producción de conocimientos, en una sociedad de desarrollo intermedio, como Venezuela. Dicha reflexión se hace a partir de la experiencia del autor, que se extiende a lo largo de casi medio siglo de vida académica, nacional e internacional. Se alude al oficio de sociólogo cuando éste escribe y publica en castellano, idioma que se halla alejado, relativamente hablando, de aquellos que como el inglés es la lingua franca actual. El autor propone una interpretación teórica que denomina la teoría de los espejos, para analizar la relación entre saber y poder en el país. Finalmente se refiere al papel de lo ideológico en la academia venezolana, en el terreno sociológico.

Palabras clave: Producción de conocimiento; sociología; poder; academia; ideología; Venezuela.

Palabras pronunciadas en la inauguración de la Exposición Homenaje a Orlando Albornoz en la Biblioteca Nacional de Venezuela, 19 de mayo de 1999, en la oportunidad de la presentación de libro Del fraude a la estafa: las políticas educativas en el segundo quinquenio de Rafael Caldera (1994-1999), publicado por la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela (1999). He mantenido intacto el estilo propio de la palabra discursiva, si bien he tenido cuidado de añadir las referencias a que hubiera lugar y la bibliografía correspondiente.

Universidad Central de Venezuela Investigador Emérito del Programa de Promoción al Investigador (PPI).

The Continuous Search for Knowledge: Some Aspects of my Academic Experience and Mental Lapses as a Sociologist

Abstract

The purpose of this paper is to organize my thoughts on the question of the production of knowledge in a society in the intermediate stage of social and economic development. These thoughts are based on the academic experience of the author on both the national and international level over almost fifty years. Some remarks are made as to the problems of those who write about sociology in Spanish, and not in the contemporary lingua franca, English. A theoretical approach is proposed to explain the relationship between knowledge and power, and is referred to as the mirror theory. Finally, some reflections are made as to the role of ideology in sociological thinking.

Key words: Production of knowledge; sociology; power; academia; ideology; Venezuela.

La Biblioteca Nacional, sede del pensamiento venezolano

Agradecer a la Biblioteca Nacional este acto, en el cual se me hace un homenaje académico, es redundar en la gratitud que tenemos los intelectuales y académicos por esta sagrada institución. Agradezco a su actual Director, Alfonso Quintero, su generosidad al abrir los espacios de la misma para exhibir mi trabajo académico. Debo hacerlo, del mismo modo, a Virginia Betancourt, la inmediatamente anterior Directora de la misma, quien durante más de dos décadas hizo los enormes esfuerzos que fueron menester para abrir al público los hermosos espacios de la actual edificación que alberga a la Biblioteca Nacional. Modesto escribidor en el área de las ciencias sociales, sobre todo amante de los libros no he dejado de visitar, en mis viajes, las diversas bibliotecas del mundo. Desde aquella de Alejandría, la mítica biblioteca que albergaba, se decía, toda la sabiduría del mundo en un solo edificio, hasta aquellas más pequeñas y sencillas, esparcidas por todo el mundo. Un mundo unido por el amor por el saber y el conocimiento, en personas de toda etnia, sexo y edad, con la mirada clavada en los signos misteriosos que dan sentido a la vida. Pienso, a menudo, que si la universidad ha sido mi vida, la biblioteca ha sido el espíritu que la ha animado. Nada me es más reconfortante y estimulante que el saberme acogido tanto por la principal biblioteca de mi país, como por su primera universidad de la que he sido y sigo siendo un leal servidor, por el inesperado lapso para mide ya casi medio siglo11.

Agradecer este acto a Virginia es recordar, obviamente, la memoria de su padre, Rómulo Betancourt, a quien adversé políticamente en su momento, pero que, con los años, se me construye como un hombre formidable, que tanto hizo por instalar la democracia política y social en nuestro país. Èl junto a otros lideres políticos que, al margen de sus errores y equivocaciones, asentaron las bases para que el país organizara un interesante como plausible proceso de modernización. Basta recordar que la última dictadura militar que padecimos los venezolanos (1948-1958) afirmó su existencia en el terrorismo y el autoritarismo. Si bien, como generalmente hacen los gobiernos dictatoriales, enfatizó la construcción de la planta física del país, devastó su organización social, abandonando la educación y la cultura y en general el espíritu democrático. Todos aquellos que cursamos nuestros estudios durante esos años, recordamos que en cada aula universitaria se sentaba, de ordinario, un “soplón”, esto es, un funcionario de la policía política del régimen, la infausta Seguridad Nacional, instrumento de lucha política, entonces, contra la voluntad democrática de los venezolanos.

La sociedad venezolana, en esos largos años entre 1958-1998, ha demostrado hasta la saciedad que ha tenido un proyecto de desarrollo, en petróleo, en materia legislativa, educativas, en su política exterior y así en cada área del acontecer nacional. Proyecto que valga señalarlo prosigue, porque si bien han cambiado muchas cosas en estos meses del nuevo gobierno, podríamos decir que la sociedad venezolana, como las personalidades de sus miembros, acentúa en vez de disminuir sus rasgos, patrones y características. Cualquiera que sea el formato de una sociedad, sin embargo, sus miembros tienen un efecto perverso en su dinámica y a pesar de la cosmética el rostro sigue a menudo siendo el mismo, mirándose aun en el espejo sepultado. No obstante que se hayan cometido errores y horrores, de una u otra manera ha existido un hilo, una continuidad, que habrá de absorber los extremos, porque Venezuela es la típica search for the middle ground, como dijeran de nuestra sociedad dos analistas norteamericanos, Raymond Crist y Edward Leahy (1969). Una sociedad en donde las élites cooptan los cambios incorporando en términos de sociedad abierta a los extremos, manteniendo sedadas a las masas, vía tv y consumismo. O lo que también John Friedmann llamaba De la doctrina al diálogo (1965). Estos dos libros clásicos se emparentan con el pensamiento de Ramón J. Velázquez quien ha hablado del consenso más que del conflicto, como el mecanismo fundamental del proceso político venezolano, un hallazgo interesante que en su momento analizaron Frank Bonilla y José Agustín Silva Michelena2.

Los que hacemos ciencia social tenemos honda conciencia de un concepto que se denomina, justamente, el hilo histórico, que ata los sucesos y acontecimientos, de los cuales se valen, posteriormente, los historiógrafos, para auscultar los quehaceres de las sociedades. Estas, efectivamente, por menos que así no lo reconozca el vulgo, son la suma no la resta, pues cada grupo social, individuo y empresa humana y social se halla inserto en ese hilo histórico. Cada cosa se añade a la anterior, de modo que los rompimientos y fracturas son ideadas por quienes hacemos los análisis históricos, porque de resto los hechos y sucesos acontecen unos y otros sumándose, de forma tal que tratar de periodizar es empresa ardua y empeño inútil. La historia, entendida como ese hilo imaginario en donde se atan y cuelgan los hechos y sucesos, no se divide en dicotomías, en el antes y el después, sino que prosigue su camino impasible, en forma casi imperceptible, tanto que a veces esos hechos, sucesos y acontecimientos cobran vida y sentido mucho tiempo después de haber ocurrido.

Son muchos los méritos de nuestro sistema político y social, es una sociedad abierta, móvil en sentido vertical, en donde el análisis científico no tiene nada que ver con el análisis moral. Por ejemplo, la llamada corrupción mueve la economía y sin corrupción la sociedad sería rígida e inamovible. Sociológicamente hablando, un pardo puede gobernarnos si bien nunca alcanzará el poder, socialmente hablando. En verdad toda generalización es incorrecta, sobre todo un largo período en donde han existido varios gobiernos, desde el propio Rómulo hasta Chávez, pasando por Leoni, Lusinchi, Herrera, los dos gobiernos de Carlos Andrés Pérez y los dos de Rafael Caldera, este último el único Presidente que ha cumplido sus dos lapsos de gobierno. Personalmente me siento responsable de las propuestas de Reforma del Estado durante el gobierno del Presidente Jaime Lusinchi, un extraordinario ejercicio de cambio político y jurídico. No siempre los cambios propuestos han tenido éxito, si no recuérdese lo que ha acontecido desde la Convención de Ocaña y la misma Constitución de Cúcuta hasta el caso de la Constitución de 1999. Comparativamente hablando Venezuela ha sido un país próspero y exitoso en esos 40 años. Que haya pobreza, miseria, explotación y corrupción no es responsabilidad del sistema sino de quienes nos organizamos de una u otra manera. Los militares han sido más o menos corruptos, igual que la Iglesia Católica, todas las instituciones tienen su lado luminoso y oscuro, tejer una leyenda negra sobre esas cuatro décadas es un error histórico y una manipulación, sobre todo porque quienes ahora dirigen la República han vivido esos años y han compartido el gobierno y a veces el poder.

El oficio de sociólogo

Los sociólogos abordamos nuestro oficio y nuestra ya antigua y honorable profesión dentro del rigor que es propio de la academia. Esto es, según criterios que llamamos científicos, porque tienen una sólida base teórica y rigurosamente apoyada en proposiciones epistemológicas y porque estudiamos a las sociedades y sus hombres y mujeres, armados de procedimientos metodológicos que no son casuales, sino que obedecen a proposiciones tales que nos permiten aproximarnos a la realidad con estimaciones cuantitativas y de lógica tal que niega el arbitrio o la circunstancia. La sociología como ciencia ha sido desarmada, en el discurso latinoamericano, y en vez de ciencia ha sido a menudo sustituida por la retórica, entendiéndola como la argumentación sin fundamento, esto es, lo que sin duda alguna podemos llamar charlatanería o, en el mejor de los casos versiones inteligentes de la res social sin ir más allá de lo circunstancialya veces hasta simplemente anecdótico. Muchas veces, incluso, hemos convertido a la sociología, en una especie de “cuenta cuentos” de las ciencias sociales o en aquel viejo cajón de sastre, en donde cabe todo, sin orden ni concierto, como expresaba hace años Medina Echeverría. Efectivamente, como expresa Schutz en el epígrafe a estas palabras, la certeza es lo menos frecuente en la vida social y las formulaciones teóricas tienen que obedecer ese principio. Esto es, teorías y doctrinas son parte de la dinámica de las ideas y se mueven según estas procedan. Como se sabe, el segundo elemento esencial en la sociología como disciplina científica es su carácter de ciencia crítica, que por encima de modas ideológicas, políticas o doctrinarias, por encima de aquello que parece obvio, está la capacidad para desmontar, destructurar y en todos los casos, reconducir nuestros análisis y de rehacer los hechos según estos mismos se descubran a sí mismos, porque incluso en el axioma de Durkheim, las cosas no son sino en tanto su dinámica. Es el intento serio y riguroso para tratar de explicar el cómo y el porqué se relacionan las personas, en el nivel macro y en el micro, como individuos y dentro de los grupos e instituciones en los cuales podemos clasificar el comportamiento social, tanto en su forma estructural como coyuntural3.

La cultura intelectual venezolana se inclina al aprecio por la literatura, esto es, por las obras de imaginación, más que por las que elaboramos los científicos sociales. Este fenómeno, es noble herencia de una cultura humanística, más que de una visión técnica y tecnológica del mundo. Esto es cierto, especialmente de aquellos que hacemos actividad intelectual en el mundo académico, en disciplinas de las ciencias sociales, como es mi caso, como sociólogo. En consecuencia, simplemente, me sorprende y satisface que mi trabajo se exponga en la Biblioteca Nacional de mi país y luego en otras bibliotecas del país, a través del mecanismo de las exposiciones itinerantes que organiza esta Biblioteca Nacional, la primera de ellas en la Biblioteca Pública Simón Rodríguez, en Caracas. Esto es, que se muestre el trabajo de quienes hemos hecho pensamiento y obra en áreas relativamente esotéricas, cuando se las trata científicamente, como es eso que genéricamente se denomina educación. Nuestra comunidad científica es un grupo relativamente pequeño y de escasa influencia, en la sociedad venezolana, orientada sobre todo hacia la búsqueda y control del poder.

Buena parte de quienes la forman son algo que llamo agentes inertes, porque aún padecemos los rezagos históricos de la sociedad del subsidio, en vez de la sociedad de la producción. En este sentido, no debe extrañar que sean las disciplinas de la historia y de la politología aquellas que despiertan mayor interés en quienes, de una u otra manera, procuran controlar el poder político nacional y en cada una de sus instancias, Regional y local. El rigor técnico de nuestra comunidad académica es relativamente bajo y más bien estima los pronunciamientos, las consideraciones hipotéticas, los voluntarismos y las propuestas. El ruido que hacen quiénes apelan a la razón de la sin razón, para atraer a las masas de una sociedad en donde la misma opera dentro de un contexto que diría es profundamente anti intelectual, incluso anti académico. Valga la pena decirlo, ese anti intelectualismo llega incluso a esos espacios académicos, en cuyo caso no se respetan las normas propias de ese rigor y severidad que la caracterizan, en otros sitios del mundo. Obsérvese que ni siquiera los títulos académicos son respetados, por una sociedad que busca el igualitarismo a partir de la negación de las jerarquías y del logro.

Es interesante, al menos para quien habla, que los científicos sociales no somos considerados escritores en la cultura intelectual venezolana. En el mejor de los casos somos “ensayistas” y en el peor somos “periodistas”, porque la categoría de “científico” tampoco se nos aplica, pues está reservada para quienes hacen ciencia de la que viste de blanco y se oculta en los esotéricos pasillos de instituciones como el IVIC (Instituto de Investigaciones Científicas), por ejemplo, con justificada razón, por lo demás. Esto provoca, problemas de identidad, que con frecuencia resolvemos acogiéndonos al cognomento de “profesor”, una categoría que no hace daño a nadie, sin duda, sobre todo si deriva a la falsa afectación del “profe”, lo cual hace más inofensivo el problema del saber, ya que al eliminar la jerarquía desaparece el esfuerzo intelectual y académico. Naturalmente, todos sabemos que en esta materia pudiera decirse que los científicos sociales y los intelectuales y académicos en general laboramos en la clandestinidad, buscando no sólo un editor sino un lector, en una sociedad en donde la palabra impresa, en el formato del libro o del articulo de revista especializada es materia de dudosa reputación. No queda a veces otro recurso que el periodismo, en la forma del llamado artículo de opinión, que probablemente sea poco leído, excepto cuando se trata de las conocidas estrellas de este género, que a menudo se halla en el borde del escándalo, sobre todo aquellos de índole política. Sin embargo, no cabe ninguna duda y así lo pone de manifiesto los tiempos que corren, que los periodistas son hoy en día quienes acceden al poder político y tienen y mantienen el protagonismo necesario para ser influyentes en la sociedad. Pensar que los organismos que hacen evaluación de la ciencia nos obligan a producir impacto. ¿Cómo hacerlo si apenas podemos publicar en ediciones de libros y revistas que son, tal como dije, semi clandestinas?

La academia criolla

Sin embargo, en forma quizá minúscula, hay una interesante versión criolla de la misma que con algunos estímulos del Estado ha logrado emerger. En este sentido estimo que nunca antes se había producido en nuestro país más y mejor calidad en nuestro mundo académico, a pesar de las incongruencias y de los vicios que aquejan ese delicado mundo que se dedica a las ideas, tanto a su generación como a su impacto. Dentro de ese aporte es que me complace que se abra esta modesta exposición de mi trabajo académico, producto de varias décadas de esfuerzo, exposición que añade con alegría el homenaje que me hace mi universidad, la Universidad Central de Venezuela, al publicar un libro del cual soy autor, en la oportunidad en la cual se me ha concedido el Premio Interamericano de Educación “Andrés Bello” (Edición XX, 1998), que otorga la Organización de Estados Americanos (OEA), Washington)44. Una distinción que, más allá de lo que significa para mi persona y mi familia, enaltece a nuestra universidad y nuestra academia. Ésta, por encima de dificultades severas y hasta odiosas, sigue siendo el espacio que vence las sombras, entendiendo por sombra, en este caso, los nada nuevos y tristes nubarrones fundamentalistas que se ciernen sobre nuestra manera de hacer pensamiento y obra, apoyada en forma axiomática en la libertad en cuanto a la persona y la democracia con relación al sistema social5.

Cabe señalar cómo la sociología, la propia palabra en si misma, es objeto en nuestra sociedad de uso y abuso indiscriminado. En estos mismos días, propios de una intensa militarización de la sociedad, el Plan Nacional de Seguridad Ciudadana, “gestado en el Comando de la Guardia Nacional y refrendado por el Ministro de Relaciones Interiores” (El Nacional, 10 de mayo de 1999), decía que el mismo se apoyaba en dos conceptos: “Operacional sociológico” y “Operacional policial”6. No respondo por el segundo, si protesto el primero, porque no hay nada que en modo alguno se pueda llamar “operacional sociológico”. Este género de uso abusivo de la noción de sociología es parte de eso que Alvin W. Gouldner llamaba la “Sub-sociology”. Que en otras palabras llamaba Louis Schneider, en su incisivo trabajo “The Role of the Category of Ignorance in Sociological Theory: An Exploratory Statement” (1962: 492-508), ese proceso mediante el cual el conocimiento sociológico ha ido perdiendo su rigurosa vertiente teórica y metodológica, hasta convertirse en una especie de pensamiento radical disfrazado o bajo la cosmética de la seudo ciencia. Sería presuntuoso de mi persona aludir al nivel académico de las escuelas de sociología del país, por ejemplo, a juzgar por las conversaciones erráticas que sostengo a menudo con profesionales egresados de las diversas escuelas de sociología; a veces tengo la impresión de que éstas forman “técnicos”, pero no profesionales, carentes de formación seria y sólida en al menos el campo teórico de la sociología. De hecho me divierte preguntarles si conocen a quienes de una u otra manera hemos hecho la sociología científica en el país y los resultados son mas bien de ignorancia, excepto referencias tangenciales a algún articulo de prensa o aparición en algún medio de comunicación, no de los libros y trabajos académicos, propiamente dichos7.

Gouldner (1970) avanza aún más allá, en su argumentación. Hablar de cómo una sociología en particular ha devenido una especie de expresión de la cultura popular, entendiendo a los sociólogos como especie de sacerdotes de las artes civiles, opinando sobre todo y profundizando sobre nada. La sociología ha cobrado, entonces, una fórmula para supuestamente resolver problemas, mientras que las discusiones teóricas profundas y obligadas han sido vistas como una manera de evitar y evadir los problemas. De hecho la sociología se ha nutrido de esta “fibra social” que aspira resolver los problemas sociales, especialmente aquellos de la pobreza y las distintas formas de discriminación social.

Ciudadano del mundo

Ese ha sido el leit motiv de mi peregrinar intelectual y académico, habiendo heredado, todavía como estudiante universitario, eso que en forma de eufemismo podría llamar la antorcha sociológica, de manos inesperadas. Un abogado profesor de sociología, como era entonces habitual, que tenía una noción interesante de la sociología, no obstante hoy la veamos como una especie de arqueología de la sociología, Virgilio Tosta, el profesor en cuestión, a quien suplí en un aula de personas que para entonces tenían más edad que la de su profesor, porque cursaban estudios en lo que entonces se llamaba el bachillerato nocturno, al cual se ingresaba a los 18 años de edad, en un liceo público caraqueño. Desde entonces he mantenido lo que conservo hasta hoy, una infinita curiosidad para explicar lo que va más allá de la superficialidad de los hechos, buscando siempre la huella empírica de los mismos y negándome a aceptar argumentos sin evidencias de este género, porque la ciencia es eso, fundamentación empírica, al mismo tiempo que elaboración teórica. Naturalmente, con los años pasé a estudiar y luego a trabajar bajo y en cooperación con algunos de los pensadores más eminentes de la sociología contemporánea, hasta formar un patrimonio intelectual y académico que abarca unas cuatro décadas y que me ha llevado a hacerme eso que llaman citoyen du monde, capaz de hablar un lenguaje universal y de entenderme en la área científica de la sociología con mis pares, en todo ese complejo mundo que dos milenios después tiene aun su centro en Europa y en los Estados Unidos de América, mundo al cual emergen los países tales como Japón y Australia, China y Canadá, espacio en donde aquellos de América Latina buscan una participación, especialmente los tres grandes Estados de nuestra Región, Argentina, Brasil y México.

He procurado explicar nuestra sociedad venezolana, en audiencias académicas a nivel internacional, no siempre con éxito, supongo, dentro del marco de América Latina y el Caribe y ésta en el contexto mundial, global. Naturalmente, eso ha sido la sociología, un intento por hallar los elementos que en forma universal explican la conducta social de los hombres, diferenciado este análisis de los enfoques antropológicos y psicológicos, más allá de todo economicismo y de todo elemento conducente a un falso historicismo; más allá de la mitología que los hombres suelen elaborar para justificar sus actos. Tratando siempre de ir más allá de la explicación acomodaticia y de las interpretaciones ideológicas.

Esto me ha obligado, a ser un permanente outsider al criterio de pertenencia, un activista de la crítica como oriente del pensamiento. Tres de las personas que me formaron, enfatizaron esta búsqueda de la crítica como obligación del intelectual y del deber de una capacidad de distancia de los hechos, para poder analizarlos. Creo hasta hoy que el académico y el intelectual puede estar comprometido con un conjunto de valores políticos e ideológicos, no puede ser un militante, porque al abordar así su existencia tiene que abandonar el valor esencial de la condición de científico, la búsqueda afanosa e incesante de la explicación lógica e impregnada de razón. Buscar la verdad, dicho sea de paso, no es trabajo de científicos como de filósofos y de teólogos. Esas tres personas a quienes se me ocurre mencionar en este momento, porque fueron y son fuente de inspiración de mi manera de ver el mundo han sido Tula Nuñez de la Torre, una mujer argentina que jamás falló en interrogarse acerca de la fuente del conocimiento, bien fuese el estudio de la historia o del razonamiento político; Tom Bottomore, quien para mis años de estudiante en Londres dirigía un seminario sobre el pensamiento marxista, crítico y ferozmente contestatario, en donde un pequeño grupo de estudiantes en ese templo del saber que ha sido The London School of Economics and Political Science, en el año académico de 1958-59, estudiábamos el marxismo en forma critica, en los mismos momentos en los cuales la entonces llamada sociología soviética dividía el mundo entre el paraíso soviético y el infierno capitalista. Dicotomía que a pesar de los obstinados hechos de la historia sigue aún vigente en muchas personas, en nuestra mentalidad tercermundista, que creen en cuestiones que las evidencias señalan que conducen a graves errores, tanto para las sociedades como para sus propios líderes. El tercero de esas personas ha sido Seymour Martin Lipset, un judío norteamericano que me enseñó que sin crítica no hay sociología y que sin pensamiento crítico no hay pensamiento científico posible, como, del mismo modo, sin trabajo riguroso, teórico y metodológico, la sociología deviene en simple ideología, en la forma como acuñaba esta idea un miembro del grupo de Columbia University, en donde se había formado el propio Lipset, Daniel Bell y otros eminentes sociólogos de la época.

Este último escribió en aquella época un libro que anunciaba en forma equivocada el fin de las ideologías y en ese sentido el fin de los fundamentalistas y de la irracionalidad. Es evidente que estos elementos retornan una y otra vez, en forma perversa, como lo demuestran, entre otros ejemplos, el resurgimiento de movimientos neonazis en Austria, la figura anciana y decadente del chileno Augusto Pinochet, que aún divide a esta nación suramericana y el mismo surgimiento en Venezuela del nuevo régimen revolucionario, apoyado, esto es, blindado, como señala su líder, en posturas ideológicas diversas, entre otros Bolívar, Simón Rodríguez, Zamora, el benemérito autor del Oráculo del Guerrero, el pensamiento del sociólogo argentino Norberto Ceresole, acusado por sus enemigos, entre otras cosas, como un “neonazi” y, como no, el inefable Eduardo Galeano.8 Es oportuno no dejar duda alguna de mi pensamiento en esta materia de los regímenes dictatoriales y autoritarios. Sigo en este orden de ideas, en su totalidad, el principio de rechazo a toda forma de gobierno que vulnere las libertades públicas y la defensa de los derechos humanos. Sin embargo, trato de evitar la distorsión del mencionado principio, según el cual hay regímenes buenos y otros malos. Sobre esta materia, en otras palabras, aplico las nociones de la absoluta verticalidad e integridad kholberiana9 en cuestión de la estimativa de los valores, ergo Mannheim, quien con firmeza se opuso en su tiempo a los totalitarismos europeos, como nosotros tenemos y sentimos la obligación moral de oponernos a los autoritarismos y a las dictaduras, civiles o militares, de signo izquierda o de signo derecha10.

En el caso de nuestra sociedad venezolana y de la Región he buscado, quizás en vano, esos elementos que explican el cómo somos, tanto como individuos y como grupos. Por razones fortuitas elegí hacerlo a través del sistema y aparato escolar, educativo, cultural y en general simbólico. Después de muchos años llego a conclusiones que alguien puede juzgar interesantes, pues en el caso venezolano pareciera que dicho aparato es una búsqueda de poder más que una búsqueda de lo académico como tal, en consecuencia como búsqueda del poder es una lucha, a veces cómica, a veces patética, por adquirir ese poder. En ese sentido hemos llegado en Venezuela a crear una verdadera república de la academia, en donde se aplican conceptos y criterios de elección más que de selección, esto es, afirmación del poder, a través de procesos electorales, las más de las veces bartardizados, que una selección meritocrática. Esta es un espacio sin vida propio, que opera y existe como un reflejo de las relaciones de poder. Observo cómo las instituciones del sistema educativo se tornan espacios de lucha por el poder. La Iglesia Católica, tal como viene haciendo desde hace quinientos años, se niega a aceptar incluso la existencia de un sistema educativo operado y manejado por el Estado y proclama como verdad que sólo la disgregación tradicional es buena para educar, esto es, que cada persona, cada familia, deben ser los responsables por la formación de las personas. Todo ello, sin embargo, mientras una exitosa institución privada recibe casi cien mil millones de bolívares del Estado venezolano, para organizar aparatos escolares como Fe y Alegría, que no es sino la representación simbólica del poder de la Iglesia Católica. Por otra parte, el sector público se burocratiza al extremo y en cada instancia se quiere elegir a quienes dirigen la academia y esta pierde cada vez progresivamente su razón de ser como tal, para ser un área política igual que otra, con una lucha por el poder simbolizada en el gremio, en el sindicato, en la manipulación grosera del poder, que conduce en estos casos, a menudo, a formas de corrupción que son una vergüenza moral y ética, que efectivamente complace y fortalece a quienes hallan en ese sistema educativo una manera de hacer política a través de instrumentos supuestamente consagrados a la vida académica.

La teoría de los espejos

En este sentido he ideado una teoría del acontecer nacional, en materia de estas cuestiones de orden simbólico, la teoría de los espejos o, para decirlo en tanto un ismo, he diseñado un espejismo. Digo teoría en un sentido laxo y libre, porque una teoría es otra cosa, “es un sistema lógico deductivo, basado en premisas axiomáticas puestas explícitas y formalmente de modo que al añadir premisas menores adecuadas se realice un conjunto de deducciones que conduzcan a afirmaciones factuales empíricas verificables” (Homans, 1961:171-240), como expresa Homans cuando le decía a Parsons que el no hacía teoría sino conjuntos de ideas que no alcanzaban a ser “un sistema maduro de teoría”.

Dice el Talmud: “Antes de crear Dios el mundo, presentó un espejo a las criaturas para que en él pudieran contemplar los sufrimientos del espíritu y los raptos que de ellos se siguen. Algunas aceptaron la carga de sufrimiento. Pero otras la rechazaron, y a esas borró Dios del Libro de la Vida” En efecto, observo a menudo que los hombres e instituciones de nuestra sociedad no son buscadores de academia, sino de poder y que esta búsqueda, esta lucha, se hace de acuerdo con lo que he denominado la teoría de los espejos, utilizando la noción de teoría en forma libre, como señalé. Según la misma las personas tienen o no un espejo, sobre sus cabezas, espejos que reflejan a otros espejos o a aquellos que no los tienen, espejos que varían en circunferencia y que aumentan o disminuyen, a veces hasta desaparecer, según el poder de cada cual, en una sociedad jerarquizada en función de este brutal adquisición de poder, una sociedad que niega meritocracia, que afirma poder, en el mismo sentido del ejercicio de la voluntad personal, por encima de la razón democrática. En otras palabras, de Lukács (1967), nuestra sociedad es un fermento del asalto a la razón, a través de estos espejos, de los cuales carecen la mayoría de la población, que en vista de esa ausencia buscan reflejarse en el espejo mayor, en el espejo de mayor circunferencia, que cual un Dios puede reflejar en el suyo a la mayor cantidad de los llamados sin espejos. Los venezolanos buscan reflejarse en esos espejos del poder para evitar “la carga de sufrimiento” y más bien los elementos para la subsistencia y la sobrevivencia, para lo cual se emplean los mecanismos de la adulación, los ruegos, las manipulaciones y por supuesto las amenazas de castigos mil.

Estas personas no adquieren sus espejos como consecuencia de una búsqueda racional y lógica, sino a través del azar, a veces a través de la fuerza bruta, esto es, de arrebatar el espejo mayor o de reunir espejos chicos o de los que, sin espejos, hasta en forma taumatúrgica crean su propio espejo, grande, enorme, como una especie gran ojo que refleja y mira, al mismo tiempo, que perdona y juzga, que al reflejar otorga pero al mirar reduce y más aún puede eliminar espejos y así privar a las personas de su existencia. Esto es, el gran espejo se convierte por vía del azar en el reflejo de sí mismo, porque los demás existen sólo en la misma medida en que pueden reflejarse en ese gran espejo. En este sentido quizás la vida de nuestra sociedad se mueva entre esos dos extremos perversos, el azar y el juego, por una parte, por la otra la chanza, el chiste, la burla y toda esa gama de maneras que tenemos los venezolanos para adulterar la realidad y endulzar el sufrimiento. Las observaciones derivadas hacia esta “teoría de los espejos” se deriva en parte, del experimento descrito por Harold Garfinkel en su trabajo “A conception of an experiment with trust as a condition of stable concerned actions” (1957). Esto es, los venezolanos saben de la existencia de este halo que llamo espejo, del cual se deriva el poder de cada cual en la sociedad, más allá de credenciales académicas o logros de cualquier otra índole; los espejos no son neutros, reflejan, pero al mismo tiempo el tamaño de su circunferencia varía según accedan y ejerzan más o menos poder, en tanto la posibilidad de que el reflejarse supone adquirir por vía de lo mismo la fortuna de acceder a los favores y privilegios del poder.

Es así como veo nuestra sociedad y a nuestras personas, cada cual buscando afanoso su espejo. La academia, sin embargo, no es ni puede ser un espejo sino que en todo caso es un borde sin reflejo. Es un espacio neutro, alejado de la búsqueda por el poder, que apoya su existencia en criterios de razón, de lógica, de intentos por explicar, mas que de creer. La nuestra es probablemente un espacio arruinado por quienes buscan el poder del espejo y en este caso del espejismo. Estamos confundiendo academia con gobierno y jerarca político con líder del pensamiento. Por reducción al absurdo un día de estos alguien propondrá que para establecer la validez de las ideas se haga una elección, un referéndum, caso en el cual el propio Popper (1974) habría perdido su tiempo, tratando de establecer una demarcación entre teorías científicas y las teorías de la seudo ciencia, porque en nuestro caso el axioma popperiano de que the more a theory forbids, the more it tells us habría que cambiarlo por otro que dijese the more a theory allows, the more it tells us, excepto que tiene que ser una teoría “democrática”, esto es, popular, por ende apoyada por la mayoría, procedimiento que sería la muerte del progreso y evolución de la ciencia y que conduciría a todos los mitos y males de la ciencia como reflejo del poder. Porque, evidentemente, en el Gran Espejo procuran reflejarse no sólo los desventurados de la tierra sino los bienaventurados burócratas y jerarcas de la ciencia y de la academia, buscando privilegios y consideraciones especiales. No son entonces neutros dichos espejos, porque además de reflejar poseen substancia, según las variables de diversa índole, clase social, etnia, poder, nivel de ingresos, posiciones doctrinarias y otras incluyendo hasta la misma estatura de la persona.

Todo ello lo hemos convertido en un juego, en el cual a veces los que tienen más espejos no son generalmente los que tienen más academia, porque no se trata de una competencia meritocrática, sino abierta a quien pueda apropiarse de los espejos, buscando el diámetro mayor de la circunferencia. De hecho el proceso de adjudicación de los espejos no es racional, sino azaroso, y pueden las personas obtener sus espejos arrebatándolos o mejor aún por vía del azar, la suerte. Naturalmente, Talcott Parsons en su teoría de la acción social no piensa en espejos, sino en fines y medios, pero Garfinkel desmontó la teoría parsoniana aduciendo cómo la racionalidad de la persona impedía el razonamiento positivista de Parsons y así cada teórico ha creído ver un elemento que pueda ser por vía del reduccionismo el elemento esencial que explique la razón social. El marxismo, dicho sea de paso, invadió nuestra educación superior universitaria, en años que es mejor no recordar, porque el marxismo es simple, es brutalmente simple, como interpretación teórica y genera, en consecuencia, aquellos esquemas autoritarios que se tradujeron en la toma del poder por parte de los revolucionarios de bolsillo, más cómodos en dicha toma del poder en los cenáculos de la pequeña burguesía que en los espacios de la clase obrera y campesina, en nombre de quien hablaban. Por ello se explica la influencia de aquel eminente escritor Eduardo Galeano, quien invadió la conciencia de los latinoamericanos, con aquel libro de marxismo simplificado al extremo, tan engañoso como atractivo, Las venas abiertas de América Latina, una metáfora hermosa como inexacta, según la cual éramos desangrados por el poder político explotador de los Estados Unidos de América. Superada la tragedia del marxismo, al menos en apariencia, surgen otros fundamentalismos, que nos anuncian nuevas oscuras horas para la vida intelectual. La condena internacional a Pinochet, hecha por dos antiguos imperios cuyas manos han sido responsables por mil genocidios, ahora jueces de la tragedia chilena. La famosa NATO sustituye en forma primitiva a las Naciones Unidas y destruye un pueblo soberano, en busca del presunto culpable, Milosevic, como antes Noriega, un preso político del propio socio suyo, de Bush. Porque ahora todos somos pro norteamericanos, sin embargo, al mismo tiempo, todos somos pro Fidel Castro, quien revive y renace una y otra vez, para conservar su Gran Espejo, especie de Big Brother, en donde cada cual busca reflejarse, como, del mismo modo, hemos revivido a Bolívar héroe, pero no a la persona, sino al espejo bolivariano, en donde creemos ver nuestra imagen y en cuyo nombre adulteramos la historia, en forma burda y vulgar.

La noción de espejo la he tomado de muchas lecturas, de modo que no me atribuyo ninguna originalidad en este respecto. Lenín, en su Materialismo y empiriocriticismo (1908) había elaborado en su oportunidad una larga explicación de la obra literaria como un espejo, de una realidad que no es exactamente visible, aquella que surge de las contradicciones sociales, caso en el cual el citado espejo de Lenín refleja una realidad distinta a la suya que es su contrario. En mi caso el concepto de espejo toma entonces un sentido nuevo si se la completa con la idea de análisis, esta vez con la noción de poder. En una sociedad como la venezolana, entonces, la noción de existencia está asociada a la del poder, no a la del saber, ni a la vida intelectual o aquella de los libros. Por ello cada cual aspira a la posesión del espejo, porque de ese modo no solo sobrevive sino que tiene esencia, la vida misma en función de un espejo que le permita reflejar y reflejarse. El espejo del cual hablo no es reflejo, sino ausencia de reflejo y reproduce no las contradicciones de la realidad sino a la realidad misma, que es en nuestro caso el poder. Este espejo no refleja sino a otros espejos y de resto es ausencia y neutralidad llena solo de indiferencia. En Tolstoi, en otro ejemplo, Pierre Macherey (Para una teoría de la producción literaria, (1974) edición en castellano del original en francés de 1966) señala como el espejo analizado por Lenín “refleja entonces, término por término los elementos del espíritu campesino”, mientras que en nuestro caso la única contradicción observable sería aquella en el cual el espejo del poder no refleja sino ese espíritu del poder, distante y lejano, acercado sólo a través de la mediática del discurso político y su correspondiente carga de manipulación populista. El espejo del cual hablo es el espejo propio del protagonismo del poder, que en sociedades de bienes escasos y de alta capacidad distributiva son la única fuente para la creación de otros espejos, porque, en todo caso, el mundo académico, de las ideas, no refleja sino que se refleja en aquellos espejos del poder. Esa es una idea, por cierto, que trae Lenín, en su Materialismo y empiriocriticismo. Esto es, evidentemente, estoy hablando de formas del lenguaje simbólico, que Bronowski enunciaba en la “ley del espejo”, en mis palabras: quien carece de poder no puede reflejarse, porque el espejo del poder refleja sólo aquellos que tienen alguna forma de espejo. Quien no se refleja no existe. Simple! Esa fue la interpretación que hizo Lenín de los textos de Tolstoy y si bien no es mi intención en esta ocasión profundizar en este tema, quisiera mencionar que el líder ruso escribió, en el lapso de tres años, de septiembre de 1908 a enero de 1911, siete artículos cortos sobre el escritor ruso. El mismo Plejanov (1894) había insistido en que el espejo de los monarcas rusos no reflejaba a las masas campesinas. Pero Tolstoy era un ícono de la Revolución y de allí que Lenín analizó en que medida la obra del escritor ruso reflejaba o no las contradicciones de la sociedad rusa. El detallado análisis que hace N.N. Schneidman en su libro Literature and ideology in soviet education (1973) señala como la noción de reflejo de una obra puede crearse en forma artificial, lo que hizo que La guerra y la paz, así como Anna Karenina fueron vistas como espejo de las contradicciones sociales rusas, que condujeron a la Revolución de 1917. Esto señala ya el poder para construir o modificar el espejo, según lo que hoy llamaríamos una visión “politicamente correcta” de la sociedad.

El fundamentalismo marxista

No deseo dejar de recalcar en esta oportunidad como el fundamentalismo marxista tuvo un formidable efecto negativo, en el desarrollo y evolución de las ciencias sociales en el país, porque ello significó la deificación del llamado campo socialista, incluyendo la adoración que aun se mantiene de Cuba y de su líder fundamental, como suelen llamar al inamovible y ubicuo Fidel Castro. He analizado esta cuestión en otra oportunidad (La formación de los recursos humanos en educación, 1990), estudiando cómo el diseño curricular fue orientado durante esos años, en las diversas ciencias sociales, hacia un marxismo fundamentalista que llamábamos estalinismo. Este era simplemente un planteamiento autoritario, con todos sus añadidos de persecución intelectual, cacerías de brujas, character assassination y todas esas terribles formas de castigar la disidencia y la defensa de la pluralidad ideológica y política, sobre todo en la academia. Pienso que la sociología venezolana no se ha recuperado totalmente de aquel devastador efecto, del marxismo tropical que nos invadió. Naturalmente, en nada ayudaba hacer ciencia empírica, porque la misma estaba asociada al odiado “imperialismo norteaméricano” y menos auxiliaba emplear autores como Talcott Parsons, cuya oscura prosa y su “dettachment from the real world” reforzaba que sólo el marxismo era ciencia real y lo otro era una ciencia al servicio de la expansión de USA y del pensamiento tecnocrático (sic). Aún hoy en día se pueden leer, con impunidad, cuestiones como lo siguiente:

“La Escuela de Sociología y Antropología le sigue (en el orden de creaciones las escuelas de la facultad de Ciencias Económicas y Sociales). Su fundación fue polémica y, aquí podríamos hablar mucho, porque, esta escuela se funda en 1952, promovida por el Consejo de Reforma y se contacto al Sociólogo Rural George H. Hill (el nombre correcto era el de George Washington Hill, nota del autor) como organizador y al cual siguieron como resultado del Convenio los estadounidenses: Normal W. Painter y Thomas Norris. Norris partió y lo sustituye el Prof. James Silverberg. El Prof. Gregorio Castro ha historiado esto en su libro “Sociólogos y Sociología en Venezuela”, se sostiene que en diferentes fuentes consultadas, que la escuela de Sociología y Antropología, a través del convenio de Washington estaba sirviendo como cabeza de turco para la penetración del control de la CIA en Venezuela y del control de una materia que era clave, porque, precisamente la vinculación con Wisconsin con el pentágono era significativa, y en la CIA se encontraba el Prof. Izquiel de Solapul (el nombre correcto del sociólogo norteaméricano era el de: Ithiel de Sola Pool, nota del autor), quien fue el sociólogo que organizó la penetración de las tropas américanas en Vietnam. Esto lo conozco por testimonios, por mi hermano José Agustín Silva Michelena que jugó un papel muy importante en la fundación de la escuela, fue de la primera promoción junto con Jeannette Abouhamad, y otros que no quiero mencionar por ahorrar el tiempo a ustedes” (Palabras del orador de orden Prof. Héctor Silva Michelena, Sesión Solemne 60 Aniversario de FACES, en “60 Aniversario, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, 1938-1998, Faces, Universidad Central de Venezuela, 1999)11.

En este párrafo un ex Decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales apunta que Sola Pool fue “el sociólogo que organizó la penetración de las tropas norteamericanas en Vietnam”, estableciendo una asociación entre sociología elaborada en los Estados Unidos de América y la invasión en Vietnam, una inexactitud histórica, insostenible, pero que marca una definición ideológica que todavía permanece activa en nuestra academia. Es probable que los colegas del desaparecido sociólogo norteamericano dijesen que esto es una difamación, aparte de una gruesa exageración. Por analogía, por supuesto, los sociólogos norteamericanos serían responsables de la invasión a Cuba, a Granada, a Panamá y más recientemente a Serbia, en el caso del bombardeo de la NATO a este país europeo. En verdad Ithiel de Sola Pool (1917-1984) se hubiera sorprendido mucho de esta terrible acusación, sobre todo porque fue un pensador interesante, líder estudiantil en su tiempo, un apasionado troskista en su juventud y un paladín de la libertad académica en su país, defendiendo el derecho a la libertad de investigación, aun cuando esta fuese apoyada por fondos federales. Ithiel de Sola Pool, incluso, es autor de un libro visionario, sobre el tema de las comunicaciones y la libertad, y no hallo en ninguna fuente la asociación entre el sociólogo norteamericano y la invasión norteamericana a Vietnam. Además, obviamente, la política exterior de USA se apoya en otros factores, no en la cabeza de un sociólogo, por fortuna. Al margen de estas breves exageraciones, para decir lo menos, queda el hecho de cómo la sociología ha tendido en nuestra académica a esta connotación ideológica, así como a la subordinación del marxismo estalinista ya mencionado.

En todo caso nuestra academia se empobrece, porque la hemos convertido en arena política, en espacio para la búsqueda del poder, pero es que los venezolanos y porque no, la Región, es una búsqueda del poder y todo espacio, en el nuestro desde PDVSA (Petróleos de Venezuela) hasta la industria de las misses o ese insulto a la inteligencia que es el género de la telenovela, es lucha por el poder, una lucha en donde no hay inocentes sino participantes.

¿Cómo hacer para preservarse académicamente en medio de esa jungla?, ¿Cómo dotar al discurso educativo del aliento pedagógico y disminuir aquel de la búsqueda del poder, que supuestamente democratiza, al “elegir” a las autoridades académicas, pero que no hacen sino imponer la dictadura del clientelismo, del aprovechamiento del vivo, de aquel personaje que Rosenblat describía como lo típico de nuestra malsana forma de ser? ¿Cómo otorgar a la academia su esencia, definir su espacio como privativo de los académicos y no de los aventureros que entran en ese espacio con la típica elegancia y delicadeza de los elefantes en una cristalería, buscando lucro y poder en donde por naturaleza sólo cabe ideas, reflexión, espíritu crítico y tolerancia para que el discurso intelectual se nutra de disidencia y talante?

La vida académica venezolana y por extensión aquella de la Región, en su mayoría, navega en lagunas aisladas y sin conexión alguna. En el caso venezolano la misma es casi un cultivo esotérico, elitista y de placer estético, útil a la vanidad personal e intrascendente a la sociedad. Porque, pienso, no hemos logrado comunidad sino individualidades. En el caso de quienes hacemos ciencia de la educación, en mi caso a partir del enfoque de la sociología, quedamos siempre a la deriva, porque no poseemos ni tenemos espejos alguno, de poder. No podemos generar impacto. El Ministerio de Educación, por ejemplo, es una extensión de cada persona que ocupa dicha posición, que utiliza a la academia sólo para sobornarla, con empleos y posiciones burocráticas, pero que menosprecia la ciencia que se haga en el país, excepto que la misma se ponga al servicio de los intereses ideológicos del Despacho, hacia el neo clericalismo como en el gobierno anterior, o hacia el chavizmo, cualquiera que sea la definición ideológica de este movimiento que ahora nos gobierna. No solamente no producimos impacto al nivel de la elaboración de las políticas públicas, sino que el mapa ideológico de la vida universitaria nos cerca. Cada cual mira hacia su propio ombligo y como en el caso del gurú tibetano de David Cooper (1971) cada cual debe distinguir con claridad entre el adversario interno y el externo y en este caso cada institución, bien sea la Universidad Católica Andrés Bello, o la Universidad Empresarial Metropolitana o la propia Universidad Central de Venezuela, saben perfectamente quienes son los adversarios y quienes son los cofrades. Cada cual, cuidadosamente, mira su ombligo y cita sus propias referencias, reduciendo cada vez su esfera hasta el punto de cómo aun dentro de las propias instituciones llamadas plurales cada unidad académica hace con fruición este ejercicio de mirarse el ombligo, omitiendo el resto del mundo, afirmándose en su propia negación. Todo esto quiere decir que la academia es un caso de ejercicio en futilidad y el hacer y quehacer una obra es un soliloquio, es un acto solitario, que no tiene seguidores, que no tiene espectadores, como esos placeres solitarios que se mantienen en la vergüenza personal, en el closet privado. En este sentido cabría añadir que los venezolanos y quizás en América Latina y el Caribe no hemos logrado crear una comunidad académica. Los que producimos una obra pareciera que somos recolectores de ideas, pero nadie cita a nadie, ni siquiera los amigos nos citan. Para no mencionar los enemigos, que a veces hacen enormes esfuerzos por no citar a quien debieran, por razón y lógica de la erudición. Cada cual labora en su isla, a menudo chica y árida, pero es su isla, es su ombligo.

El non-index citation

Puedo mencionar, incluso, como en nuestra academia a los vivos no se les cita, pero cuando mueren simplemente desaparecen. Me sería inútil mencionar la lista de personas que han contribuido, con pensamiento y obra a nuestra vida intelectual que cuando mueren pasan al olvido total. Esto se explica porque no sólo no tenemos una comunidad académica y no hemos construido un stock de saber, un paquete de conocimientos, sino que la producción intelectual y académica es mas bien un bien utilitario, no un elementoque conduzca a la reflexión y a la creatividad agregada, que ocurre cuando en una sociedad hay, repito, un stock de conocimiento, un conjunto de ideas que son los símbolos de esa sociedad.

Ocurren en este terreno cosas asombrosas, como el caso de una universidad pública venezolana asociada con una institución privada mexicana que comercializa materiales educativos y que organiza estudios de una maestría virtual, en donde virtualmente desaparecen los autores venezolanos y aparecen sólo autores mexicanos, caso en el cual estamos deformando y criando analfabetos en nuestra propia literatura académica. Esta es una cuestión que merece un análisis serio y profundo, porque en vez de comunidad hemos cultivado el aislamiento y el extrañamiento. En la Universidad del Zulia, por ejemplo, no citan a los autores de la Universidad de Oriente y viceversa. En la ciudad de Caracas los miembros de las diversas instituciones se citan a sí mismos y es fácil observar los intra grupos de nuestra academia, simplemente leyendo las citas y referencias. Recuerdo, por ejemplo, cuando en la época de aquel marxismo primitivo y banal de la Marta Harnecker y los efluvios ya mencionados de Eduardo Galeano, se citaba sólo a Marx, algo de Engels y una gota de Lenin; aquellos mismos que entonces bebían marxismo tres veces al día ahora se ahogan en el posmodernismo y deliran citando a los pensadores parisinos que de tanto maniatar a la locura terminaron rediseñándola. El caso es que no importa cuanto produzcamos, cuantos nos esforcemos, no tenemos una comunidad académica, sino que somos fuertes en la búsqueda del poder, no en el área de la reflexión profunda y seria, como exige la académica. Somos banales frente a la exigencia académica. Ahora, por cierto, el discurso político ha puesto de moda citar al voleo, inventar alusiones incoherentes y poner en boca de terceros, ideas que jamás han expresado o continuar repitiendo las mentiras y mitos de la historia, una de las más graciosas es aquella que todavía nos habla de aquel tipógrafo ex husar de Napoleón, ciudadano francés, que sin estudios universitarios se hizo médico en Cartagena y que aparece en nuestra historia como el eminente “médico francés que atendió a Bolívar en sus últimos momentos”. Era francés, pero no era médico, pero esas fantasías se repiten una y otra vez, como aquella mayor todavía del delirante juramento italiano del Padre de la Patria, elaborado en la fantasía seudo historiográfica. Si me permiten hago un juego sencillo, para destacar como se escribe o como se mal escribe la historia, basándome en el ejemplo anterior del famoso Reverend. Si quiero mantener el mito digo que éste era un eminente médico francés que atendió al Libertador en sus últimos momentos”, si quiero atenerme a los hechos diría que Reverend era un ciudadano francés, de 34 años de edad, ex soldado de los ejércitos de Napoleón, tipógrafo de oficio que sin estudios universitarios fue declarado médico en Cartagena y que llamado por Montilla estuvo al lado del Libertador en sus últimos días. Este sencillo ejemplo me permite comentar el escaso valor que tienen las fuentes históricas en el país y como nos remitimos siempre a una mitología, como esta más reciente según la cual los últimos cuarenta años de nuestra vida republicana fueron un desastre, sin medir las consecuencias de afirmaciones que por rotundas no son verdaderas. En todo caso el dicho según el cual “calumnia, calumnia que algo queda”, podría parafrasearse refiriendo a nuestra academia “Escribe, escribe que nada queda”.

Nada queda porque, efectivamente, no hay una comunidad que demande consumo de ideas, ni existe, con propiedad, lo que pudiéramos llamar un mercado académico, que como tal existe en otros países de la Región, no en el nuestro. Los libros que se publican hacen lánguidos tránsitos por pasillos casi desiertos, inflando el ego de quienes los escribimos y, en el mejor de los casos, con la enorme utilidad práctica de aparecer como logros académicos, ante la exigencia de producción. Esta novedad tiene sus efectos negativos, porque ya entonces se produce con un sentido cuantitativo y utilitario, más que por la exigencia de generar ideas y reflexión, las cuales, a menudo, no pueden mensurarse en términos del cuanto.

Cabe apuntar que en toda la Región y de hecho en el mundo en desarrollo, las citas viajan del Norte al Sur pero no viceversa. Mis colegas en el mundo desarrollado no citan mis trabajos, sino por excepción, mientras que nosotros estamos prácticamente obligados a citarlos, porque de otro modo quedamos fuera del famoso mainstream académico. Esta situación del intelectual y el académico, en la sociedad venezolana, es común en los países del mismo nivel de desarrollo, para lo cual es posible recordar aquel memorable estudio escrito por Edward Shils (1961) acerca de los intelectuales en India, una situación que produce alienación y extrañamiento. En efecto, el caso de India es emblemático, porque allí, como aquí, el diseño es de los que el japonés Takeo Doi explica en su libro The Anatomy of Dependence (1971) y que he examinado para el caso de nuestro país en mi libro Galileo, las paradojas del desarrollo (1998). Shils analiza la desesperanza aprendida del intelectual indio, extrañado en su propia sociedad. Pareciera que esta materia académica ni siquiera ha llegado a la etapa que Prebisch (1963) denominaba de la sustitución de importaciones. Recuerdo en este caso un programa asociado precisamente al caso de Galileo, en donde se recomendaba una serie de lecturas a los estudiantes, ninguna de las cuales, excepto una de una treintena, era de autor venezolano y por ello caemos en los horrores del ejemplo del Ministerio de Educación, que adquirió libros en otro país que describían una geografía extraña a la nuestra o el mismo caso mexicano citado, caso que me remite al absurdo, sobre todo porque se contratan instituciones comercializadoras que en México no tienen ningún impacto académico. Obvio de suyo, en nuestra vida intelectual se permea un mecanismo aun más perverso, la dependencia a través de la neocolonización, en el sentido que Albert Memmi (1965) le daba a este concepto. Un ejemplo cercano a mi disciplina de la sociología de la educación lo tengo en el libro escrito por un catedrático español, sin mencionar su nombre, quien ha publicado lo que otherwise es un excelente manual, que no contiene ni una sola cita de autores latinoaméricanos, ni una sola referencia. Si esto ocurre en el caso de un catedrático español, que queda para los catedráticos de otras nacionalidades!

En todo caso no es el momento para responder a tan ingratas interrogantes Después de todo este es un acto que permite otras posibilidades. En efecto, en las palabras anteriores casi caigo en la tentación académica y me desvío de lo que debería ser mi propósito, que no es otro que el de hacer unos breves comentarios. En verdad, en cada una de estas magnificas oportunidades en las cuales se habla frente a una audiencia cautiva, amablemente cautiva, como Uds., permite hacer alguna de varias cosas. Bien un discurso formal acerca de las glorias personales, que no me costaría mucho, sabiéndose la elevada creencia que tengo de mi persona y de mi talento. Bien una pieza en la cual haga un balance febril de mi existencia, destacando previos honores y futuros galardones. O bien, porqué no, una oportunidad para declarar posiciones doctrinarias, generalmente acordes con el gobierno de turno. Una especie aquí estoy yo, heme aquí, para ver si alguna vez se recibe una llamada telefónica ofreciendo algún cargo en nuestra empobrecida y aún atrayente burocracia estatal, tanto para servir en un distinguido cargo, como para integrar alguno de esos cuerpos legislativos que deben ser maravillosos, cruciales, en la vida de los pueblos, algo así como haber pertenecido al grupo de ciudadanos que firmaron el Acta de la Independencia, caso en el cual, pudieran integrar estos cuerpos deliberantes los descendientes de todos aquellos que alguna vez hayan firmado algo relevante, desde la citada fecha del 5 de julio como el famoso Plan de Barranquilla u otro similar.

La cuestión del ranking académico

Cosa extraña, voy a ser más modesto y referirme a una intensa preocupación que me embarga. Ocurre que recientemente, al abrir la edición dominical del diario El Nacional, vi el título de un artículo escrito por Simón Alberto Consalvi, un hombre que me maravilla, por su erudición, su elegante estilo y su amable ser y estar, además de haber desempeñado cargos tan importantes y relevantes que indican, evidentemente, que es un hombre de gran talento. En ese artículo Consalvi empleaba la palabra pensante, para señalar 130 venezolanos que tenían una condición equivalente al talento. Pagado de mí como soy, rápidamente, en medio de la extraña sensación que produce el estado de ansiedad vi la lista, enumerada cuidadosamente del 1 al 130.

Rápidamente pensé que no tenia un criterio de clasificación, porque él número 1 era Alberto Arvelo Ramos, quien puede sin rubor ser colocado en esa posición en cualquier lista de pensantes, pero que no necesariamente sería el número 1 si la lista fuese elaborada por consenso entre varios académicos e intelectuales del país. El numero 130 era ocupado por William Tarek Saab, un destacado pensante contemporáneo que no podría ser último en una lista, sobre todo porque va a ser, sin duda, uno de los talentos oficiales de nuestra nueva y patriótica Venezuela. En todo caso leí rápidamente la lista y me alegré cuando vi mi nombre, porque interpreté que me hallaba en una lista de notables, seleccionados por quien sabe que criterio, que en la pluma de Consalvi ha de consagratoria y tengo que confesar que siempre he querido llegar a ser alguien, en mi sociedad. Si no como aquel famoso Nº 1 de Luís Miguel Dominguín, el torero español, al menos si uno entre 130 en el ruedo intelectual. En efecto, me hallé en el lugar 104, lugar poco lucido, pues 104 entre 130 no es como muy destacado, pero allí estaba. Mi desilusión fue grande cuando leí que si bien estaba mi nombre, no estaba mi apellido. Es decir, otro Orlando, esta vez de apellido Ochoa, había logrado ocupar un puesto en la ya para mi oprobiosa lista de pensantes.

Pasado el sofocón de la omisión recordé, para ir tranquilizando mi ego, que nunca he aparecido en lista, de ninguna índole, en mi país. Cuando gobernaban los entonces admirados estalinistas en nuestras universidades, yo era tildado de adeco, caso en el cual estaba en la acera de enfrente, tratando de no ser visto ni notorio, excepto cuando el ya fallecido y querido amigo Luis Esteban Rey me publicaba en el diario La República, unos extensos artículos en donde daba fe de una manía social demócrata que no hacia otra cosa que alimentar la ya citada imagen de adeco, lo cual, al menos para mí, nunca ha sido motivo de vergüenza. La mejor prueba, inequívoca de que nunca fui miembro de dicho partido es que nunca me nombraron para un cargo en donde hubiera “algo”, excepto en dos comisiones de supuestos notables, en donde me incluyó mi aún amigo Jaime Lusinchi, quién es el verdadero responsable de esta vorágine, porque él, Ramón J. Velázquez y Carlos Blanco, entre otros, armaron estos procesos que, tratan de ser revertidos, hoy en día. Naturalmente, a pesar de mi defensa pro domo sua de la social democracia, ergo de la “adequera”, estos me consideraban comunista y aquellos adeco y así he vivido casi en el limbo, toda mi vida. Los copeyanos, por su parte, nunca me hubiesen invitado ni siquiera a firmar un manifiesto, en parte porque tengo la bien ganada clasificación de ateo y ya en una oportunidad tuve la osadía de expresar una opinión, según la cual Caldera estaba mas cerca de Dios que ningún otro venezolano, pero que no era Dios, una afirmación que puede parecer irrespetuosa y hasta falsa, en todo caso la historia ha demostrado que Dios no ha incluido a Caldera entre sus cercanos servidores, al menos en esa vida, si bien ha sido sumamente generoso con mi respetado amigo Rafael Caldera. Caldera, cabe señalarlo, es una persona respetada y querida por quienes hacemos sociología en el país, por el apoyo que ha dado a la misma, fuera y dentro del gobierno12.

Cabe decir, entonces, que si bien no soy ningún enigma ideológico podría hacer mías las palabras de Michel Foucault (1972), quien al describirse a sí mismo expresaba en una oportunidad lo siguiente:

“I think I have in fact being situated in most of the squares of the political checkboard, one after another and sometimes simultaneously: as anarchist, leftist, ostentatious or disguised Marxist, nihilist, explict or secret anti-Marxist, technocrat in the service of Gaullism, neoliberal, etc. An Américan professor complained that a crypto-Marxist like me was invited to the USA, and I was denounced by the press in Eastern Europe for being an accomplice of the dissidents. None of these descriptions is important by itself; taken together, on the other hand, they mean something. And I must admit that I rather like what they mean” .

En el caso del nuevo gobierno me cabe el estúpido honor de haber expresado sentimientos social demócratas, en los momentos en los cuales, al parecer, los venezolanos, quizá para bien de la nación, buscan lo mesiánico, en la portentosa presencia de nuestro actual Presidente, de quien John Lynch hubiese dicho que era un emblemático representante de la casta parda, si bien trata de emular a un mantuano, a don Simón. En todo caso tengo sentimientos civilistas y mucho me he enorgullecido que en algún momento de mi infancia pude decirle al Presidente civilista Medina Angarita: Bendigame padrino, como me indicaba mi padre. Este tenía otro amigo ilustre, el inolvidable Pollo de la Palmita, quien en forma premonitoria era un señor boxeador llamado Simón Chávez. En verdad incluso conocí a alguien en Tarija, Bolivia, que si mal no recuerdo se llamaba Bolívar Chávez, pero eso es ya el colmo de la casualidad!

Esto no quiere decir que no haya intentado acercarme a la moda ideológica. Juan Nuño Montes, aquel admirado bardo hispánico sembrado en nuestro trópico, me llevó de la mano a un memorable viaje a La Habana, en la época en que los cubanos repartían invitaciones y agasajos, buscando la solidaridad que, por lo demás, siempre han recibido, sobre todo de nosotros los venezolanos. Era la época de la música de bienvenida en Rancho Boyeros y flotaba en el aire habanero, todavía y como ahora, el aire prostibulario que al parecer nunca abandonará a esta Isla del turismo caribeño, que como una especie de Muchinga de nuestro litoral se reproduce con cuidadosa regularidad, que ha cautivado, por razones de conductas represivas que cualquier analista podría explicar, sin duda alguna y que ahora es parte de los paquetes del vergonzante turismo erótico, que abordan el comercio de la prostitución en forma vil. Lo curioso es que en aquel año de 1960 La Habana me pareció fascinante e irrelevante, habiendo percibido el mismo clima mencionado, cuando estuve en la otrora hermosa ciudad del Caribe, en noviembre de 1996. Rápidamente huí de aquel entorno ideológico que entonces idolatraba a Castro, como lo hacen ahora. Por fortuna, aquella mano afectuosa y amistosa de Juan Nuño Montes permaneció abierta hasta su muerte, aderezado dicho mutuo sentimiento de afecto y cariño por el hecho de que los últimos 15 años de su vida vivimos y disfrutamos los afectos y los enojos en el mismo edificio, en Caracas, En todo caso me escapé desde entonces de las modas políticas e ideológicas y más bien las miro con desconfianza, sobre todo porque a la ilusión de la revolución, en el caso cubano, al menos, hemos tenido la realidad del déspota y del tirano, encarnación de todo lo malo del gobierno personalista.

Todo esto contado anteriormente me ha llevado a creer que si no soy pensante en mi país, ¿cómo explicarme que haya hecho una larga carrera académica en el exterior? ¿Habré contado quizá con la ignorancia de mis colegas, en diversas partes del mundo, quienes al no saber que era pensante me atribuían virtudes académicas? Entonces me aferré a una supuesta virtud, la de ser un académico internacional. Di lecciones en muchos sitios, conocí muchas fronteras y aún no termino. Me cabe señalar que la desilusión de no encontrarme en la lista de Consalvi halla consuelo en aquello de que si bien no soy héroe nacional al menos gané las galias. Me esperaba en días recientes una desilusión aún mayor. En efecto, la International Sociological Association elaboró hace un par de años una lista de las mil obras más importantes del siglo, en sociología. Allí sí debo estar, me dije, cuando la leí, y procedí a eso que llamar bajar la información y una vez impresa esta otra maravillosa lista me dediqué a leer, cuidadosa y lentamente, cada uno de los mil nombres, una especie de Alí Baba y los Cuarenta Ladrones, pero mas dignificados. Dicha lista comienza con Weber, no podría ser de otro modo. Luego Mills, Merton, Parsons, Bourdieu, Habermas, Goffman, Giddens, Durkheim, Foucault, Adorno, Gramsci, Gouldner y así continué nombre tras nombre, no esperando hallarme en la primera centena, por supuesto. Después de todo me cabe alguna humildad. En todo caso arrugue el ceño cuando vi que los únicos latinoamericanos en la primera centena eran Cardozo y Faletto. Mi desengaño y desesperación fue creciendo hasta hallar que, excepto unos brasileños, no incluían a nadie de la Región, ni siquiera mi obra, en forma tal que ni existo en la lista de los pensantes criollos ni en la lista de los mil extranjeros, de modo que ni la guerra de las galias ni la guerra del Río Guaire, que cuando niño creía que era un inmenso río hasta que hoy en día se ha achicado hasta desaparecer. Así ha desaparecido mi vanidad. Ni mencionar mi lugar en los famosos citation index. Simplemente no existo. Por fortuna, al menos para mi ego, tampoco existe la lengua castellana, sino en una proporción reducida. Nadie nos lee, menos aún nos citan. Las razones son obvias, los resultados imprevistos y medio perversos, porque nos exigen que seamos citados para calificar como científicos en todo el sentido de la palabra. Ocurre que nuestra ciencia es cada vez más desértica. He leído ensayos y libros en donde se observa como los autores hacen cuidados esfuerzos por no citar sino a sus amigos y correligionarios. La ignorancia no se castiga, sino que se premia la audacia y la mentira y la exageración corre libremente, sin limite ni resguardo.

Memorias de un académico errante

Bromas aparte, personalmente me asombra esta exposición de mis libros, que si bien no son muestra de talento o de ser pensante alcanzan lo que el historiador alemán Schlesinger denominaba en Sevilla la diabólica persistencia, en la oportunidad en que en un homenaje alguien le decía que tenía talento y él expresaba que era sólo aposentadera, para estarse diez y siete años en el Archivo de Indias, para contar una historia memorable, los Árabes en España. Me permito decirlo en esta oportunidad, me cabría decir como Borges, que interrogado acerca de su vitae, en la ocasión en que alguien le iba a conceder una condecoración, decía que el no tenía vitae; que había sí querido ser famoso y tener un largo vitae lleno de honores y de cargos, pero que en esa larga búsqueda había terminado por ser, simplemente, Borges.

Debe haber algo, entonces, que pueda explicar esta calidad de impensante en mi país y académico en las galias. Tal cosa será contada a su debido tiempo, en un libro que tiene el audaz titulo de Memorias de un académico errante, que debiera tener como subtítulo algo así como: De impensante criollo a académico internacional, una transmutación circunstancial. Atribuyéndome con insolencia el efecto Borges, apenas pudiera decir simplemente, que después de tanto recorrer camino, vecino a esa edad irrelevante de los setenta años, que en esta exposición homenaje se ve y mira el trabajo de Albornoz. Al mencionar a Borges me es dable recordar las palabras del prócer literario argentino en la oportunidad de referirse al pintor Xul Solar, en el catálogo de la exposición de este autor en el Museo Nacional de Bellas Artes:

“Hombre versado en todas las disciplinas, curioso de todos los arcanos, padre de escrituras, de lenguajes, de utopías, de mitologías, huésped de infiernos y de cielos, autor panajedrecista y astrólogo, perfecto en la indulgente ironía y en la generosa amistad, Xul Solar es uno de los acontecimientos mas singulares de nuestra época” (Borges, 1997).

Ello implicaría retornar a la pedantería que siempre me ha caracterizado, sin razón, por supuesto. Me corresponde hoy intentar ser humilde, para agradecer vuestra presencia en este acto, en donde se exponen mis libros, sobre todo el hermoso libro publicado por la Universidad Central de Venezuela, para honrarme en la oportunidad de haber recibido la XX edición del Premio Interamericano de Educación Andrés Bello, galardón concedido a muchos de quienes forman parte de mi panteón intelectual personal. Entre ellos Luis Beltrán Prieto Figueroa, con quien me asocian, con ingenuo ánimo de ofenderme, algunos intelectuales de la derecha católica. Antes de terminar estas palabras me correspondería comentar, aun brevemente, el libro que presentamos en el día de hoy, Del fraude a la estafa, las políticas educativas en el segundo quinquenio de Rafael Caldera (1994-1999). En este libro recojo buena parte de eso que pudiera llamar mi ideario pedagógico, para referirme al titulo del libro escrito por Efraín Subero, Ideario Pedagógico Venezolano (1968). Ello debe quedar para otra ocasión, pues de otro modo incurriría tanto en fraude como en estafa, si les quito mas tiempo del que ha he empleado en esta ocasión.

Es entonces, lo reitero, el momento para ser humilde y agradecer con la mayor gratitud del caso vuestra presencia en este acto, la generosa colaboración de la Biblioteca Nacional y de la Universidad Central de Venezuela y la ayuda de todos aquellos que han hecho posible esta exposición, cuyo titulo reza, con palabras sencillas: Orlando Albornoz en la Biblioteca Nacional. En todo caso queda mi obra en el único sitio adonde siempre quise que estuviera, en el recinto en donde se guarda con celo y amor la memoria colectiva de los venezolanos y de su pensamiento, la Biblioteca Nacional.

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1.    1Permítanme que establezca desde un principio desde que perspectiva hablo, para evitar interpretaciones inadecuadas. Soy sociólogo, de profesión y oficio. Caraqueño y venezolano, por nacimiento y arraigo, en términos académicos pertenezco a un género extraño, una rara avis, pues soy eso que en el mundo sajón denominan un scholar. Es decir, alguien que no se ocupa sino del problema del saber y de la vida intelectual, sin concesiones algunas. En latín y en la Edad Media sería un clerici vagante, nunca un goliardo, aquellos vagabundos marginales de las universidades durante los Siglos XII y XIII, como se describe en los Carmina Burana. Evadido de la noción sartriana de compromiso ser engage en nuestra sociedad ha significado estar en o alrededor de un partido político, y sobre todo, en la búsqueda de poder y de privilegios. Todo lo contrario, no he tenido otro maestro y señor que el cultivo de las ideas y me repugna la asociación entre saber y poder, tan común en nuestro medio, en donde las personas suelen identificarse más por su afiliación, partidista o ideológica, que por sus ideas. En mi caso he creído que el académico, sin dejar de expresar opiniones, debe estar en condiciones de libertad absoluta, que sin el cinismo de Galileo llegue hasta donde sea menester, no obstante que a menudo pague el precio de no recibir los premios y reconocimientos que la sociedad suele reservar para sus hijos pródigos, en este caso aquellos que con entusiasmo saludan y abrazan a quienes en cada momento sea políticamente correcto.

2    Me refiero en este caso a los estudios efectuados por el sociólogo norteamericano Bonilla y el venezolano Silva Michelena, probablemente los análisis más serios y profundos que se hayan efectuado de nuestra sociedad, al menos desde el punto de vista sociológico.

3    De Emile Durkheim véase sobre esta cuestión su obra L’evolution pédagogique en France. Por supuesto, el libro más conocido en castellano, del sociólogo francés, es el menos importante, para sus ideas educativas, cual es Las reglas del método sociológico, un libro escrito, por cierto, cuando Durkheim tenia 37 años de edad y que le permitió la celebridad que le acompañaría el resto de su vida (1858-1917). En ese libro expresa una frase interesante, para la dinámica actual de la sociología: “Creemos...que llegó el momento de que la sociología renuncie, por decirlo así, a los éxitos munda nos y recupere el carácter esotérico que conviene a toda ciencia. De esta manera ganará en dignidad y en autoridad, lo que pierde quizá en popularidad” (Durkheim, 1959: 156). Es una frase que cobra vigencia, en nuestro espacio académico, sobre todo porque la condición de sociólogo es a menudo una ambigüedad profesional y nuestras escuelas que entrenan personas en la disciplina laboran a veces en niveles relativamente más bajos que el de otras profesiones.

4    Es la oportunidad de agradecer, ya en Caracas, como hice en Brasilia, a la Organización de Estados Americanos, la institución que otorga el Premio Andrés Bello y al jurado internacional que lo concedió. Antes me habían concedido el honor de una Mención Honorífica, cuando se le concedió el Premio al eminente brasileño, ya fallecido, Darcy Ribeiro. Este es una distinción comparable, según entiendo, al Premio Nobel, al Príncipe de Asturiasoa la Medalla Comenio, pero la comparación es irrelevante en sí y ha sido adjudicado a académicos esenciales del pensamiento latinoamericano en educación, entre ellos Luis Beltrán Prieto Figueroa, Paulo Freire, el mencionado Darcy Ribeiro, Anixio Texeira, Juan José Arévalo, Luís Alberto Sánchez, Pablo Latapí, Juan Gómez Milla, entre otros, esos nombres y hombres que han enaltecido la tarea del pensamiento.

5     En mi caso lo agradezco como un azar, en todo caso a la modesta influencia de mí trabajo, que como me decía alguna vez Paulo Freire refiriéndose al suyo “mi trabajo aumenta en importancia en proporción directa a cuanto me halle alejado de mi país y de mi Escuela de Educación”. En dos escuelas de la UCV hallé mi nicho académico, Sociología y Educación y de ambas no tengo sino maravillosos recuerdos. Allí hice los amigos y los enemigos académicos de toda la vida, que unos y otros nos acompañarán hasta nuestra muerte, por fortuna. No dejo escuela académica, en el sentido literal, porque tener discípulos es muy improbable en nuestra sociedad, pero allí queda la obra, una obra ucevista, sin duda alguna. Ingresé a la misma como estudiante en 1952 y hasta ahora ha sido mi modus vivendi y mi modus operandi. Es un lapso de casi medio siglo dedicado, de una u otra manera, a la vida académica. Porque el saber es una quimera, en una sociedad cada vez menos intelectual, en donde sólo cabe la improvisación, el arbitrio, el capricho y en donde en esta materia pareciera estuviésemos en el País de Cucaña, en donde “el más salvaje, lascivo, tosco y necio era proclamado Príncipe”, comentarios estos, sobre Cucaña, que trae en su libro Fuegos bajo el agua, este maravilloso Isaac Pardo, a quien le concedieron recientemente el doctorado Honoris Causa, a una edad en la cual ya ni siquiera puede vanagloriarse del mismo, más allá de los 90 años de edad (Isaac Pardo falleció en Caracas el mes de marzo de 2000). Quimera esta del saber en la cual, en educación, es donde hallamos más abusos y hasta aberraciones abominables, como las de un Ministro del actual gabinete, periodista y busca pleitos de profesión que expresa alegremente opiniones acerca de cómo manejar nuestro sistema escolar, sin conocer siquiera la diferencia entre escuela y educación, entre participación ciudadana y el complejo proceso técnico de la escolaridad y de la educación.

6    Como no entendí la argumentación prefiero transcribir la misma, de seguidas: “Las organizaciones e instituciones no policiales planificaran y desarrollaran programas para mejorar la calidad de vida del venezolano, lo cual ayudará a prevenir y minimizar la criminalidad. Serán implementados sobre la base de la atención adecuada a la población en cuanto a salud, alimentación, trabajo, educación, vivienda, servicios públicos, deporte, cultura, seguridad social, etc. Para fortalecer la capacidad de la sociedad para enfrentar la pobreza y reducir las condiciones favorables al crimen”. Este párrafo es verdaderamente sorprendente. Da la impresión de que para quien lo redactó la sociología es una especie de ingeniería social, una mezcla de relaciones públicas con trabajo social y en todo caso al parecer una técnica para mejorar a la “sociedad civil” -si bien no lo dicen de ese modo.

7     Por contraste cabe señalar la expansión internacional de las ciencias sociales. Un ejemplo de ello es la próxima publicación de la International Encyclopedia of the Social Sciences, que en 26 volúmenes se publicará en septiembre de 2001, por Elsevier. La misma, coordinada por el sociólogo norteamericano Neil J. Smelser, tendrá, por cierto, el costo de $ 7995, equivalente dicho monto a Bs. 5.396.625 (Tasa de cambio de Bs. 675, 28 de abril de 2000). Cómo es fácil prever que ninguna biblioteca venezolana adquirirá esta Enciclopedia ello supondrá un alejamiento que se observa cada día, progresivo, entre la punta del saber y el nivel venezolano, en ciencias sociales.

8    Tengo la impresión de que el pensamiento del sociólogo argentino ha sido mal interpretado, en Venezuela, por su obvia asociación con el actual Presidente Chávez. No es de negar la relación entre lo que expresa Chávez y el pensamiento de Ceresole, pero este último es autor de una obra sólida e interesante, en la cual analiza a profundidad la propuesta de un proyecto revolucionario que consiste en la asociación entre el ejército y el pueblo, entendidos ambas cuestiones de una forma muy peculiar. De Ceresole véase sus siguientes libros: La viabilidad argentina: una alternativa de supervivencia: lineamientos básicos de un proyecto nacional alternativo (1983); Perú o el nacimiento del sistema latinoamericano (1971), Perú: una revolución nacionalista (1969), Peronismo: teoría e historia del socialismo nacional (1972), Tecnología militar y estrategia nacional (1991), Argentina y América Latina: doce ensayos políticos (1972), Geopolítica de liberación: Argentina, el Grupo Andino y las naciones del Plata (1972), La Tablada y la hipótesis de guerra (1989). En cuanto a El Oráculo del guerrero, se trata de un banal e insul so breviario de unas 90 páginas en 32avo, lleno de tonterías tales como la siguiente: “La nieve se ha derretido. El bosque respira nuevamente. El sol se refleja en el estanque...Una vez más”. El autor de este librillo es un chileno de nombre Lucas Estrella Schultz, quien en su hoja de vida coloca cuestiones tales como Maestro en artes marciales y comentarista radial. Eso ha sido la obra que más veces ha citado el Presidente Chávez, a lo largo de sus numerosas intervenciones públicas. Demás está señalar como este librillo ha tenido un éxito editorial reservado a los folletones, enorme, gracias al aval del Presidente de la República Bolivariana de Venezuela.

9    Me refiero en este caso a Lawrence Kohlberg véase su libro The Philosophy of Moral Development: Moral Stages and the Idea of Justice (1981).

10  Por Karl Mannheim véase su libro esencial, Diagnóstico de nuestro tiempo. Es un libro que ha sido fundamental en mi pensamiento y durante años lo he empleado como material de lectura entre mis alumnos. De Mannheim rescato una frase emblemática de su pensamiento: “Existen constelaciones históricas, y entonces, si la oportunidad se pierde, es quizá para siempre. Lo mismo que el revolucionario aguarda su hora, el reformista que trata de remodelar la sociedad por medios pacíficos no debe tampoco perder la ocasión fugaz” (1944:7).

11   Cabe señalar que en el libro escrito sobre la sociologia venezolana por el sociólogo Gregorio Antonio Castro (1998) no se halla ninguna referencia a Sola Pool.

12  El discurso de incorporación a la Academia de Ciencias Políticas, dicho por Rafael Caldera, “Idea de una sociología venezolana”, (6 de agosto de 1953) es, sin duda alguna, una de las piezas clásicas del pensamiento sociológico venezolano. Conservo un ejemplar autografiado por el autor, de la segunda edición de 1954, Alma Mater Editorial, Caracas. Me complació mucho, cuando el Dr. Rafael Caldera era Presidente, por segunda vez, que nos designasen, en 1997, como Presidentes Honorarios del VI Congreso Venezolano de Sociología y Antropología.