Presentación de Orlando Fals Borda.*1

Orlando Fals Borda nació en Barranquilla el 11 de julio de 1925 en el seno de una familia presbiteriana de clase media. Murió en Bogotá el 12 de agosto de 2008 a los 83 años de edad colmado de honores y reconocimiento de la comunidad científica nacional y extranjera. Cuando en Colombia se pronuncia su nombre, se sabe que se alude al fundador de la sociología moderna en el país y a una de las mentes más fecundas de las ciencias sociales latinoamericanas.

La variada producción intelectual de Fals – escrita a lo largo de 60 años de ininterrumpida actividad - se puede ordenar en tres grandes etapas. La primera, que cubre los años cincuenta y el lustro inicial de la década del sesenta, está vinculada con sus estudios de sociología en Estados Unidos y con la creación de la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia. Su rasgo dominante es la afirmación de una ciencia social rigurosa, empírica y teóricamente significativa. Hay aquí un especial cuidado por la objetividad y por el uso combinado de técnicas y métodos de investigación empírica, además de un particular interés por el potencial aplicado de la sociología a los problemas del país. Su expresión más acabada se encuentra en dos estudios de sociología rural redactados para cumplir sendas obligaciones académicas: Campesinos de los Andes (1955), su tesis de Magíster en la Universidad de Minnesota, y El hombre y la tierra en Boyacá (1957), su disertación doctoral en la Universidad de Florida. El volumen de 1955, publicado originalmente en inglés por Florida University Press, recibió los más entusiastas aplausos de reconocidos latinoamericanistas.

Además de la calidad académica de sus primeros libros, el temprano éxito de Fals estuvo asociado a una característica permanente de su obra: el estudio de temáticas socialmente relevantes. En un tiempo en que la reforma agraria y la discusión de la situación de la población campesina estaban a la orden del día en América Latina, sus intereses de investigación se fijaron en la pobreza rural, en los ofensivos sistemas de tenencia de la tierra y en los sistemas de valores de los grupos tradicionales resistentes al cambio. Su intención era mostrar que la sociología y sus procedimientos de investigación podían aclarar situaciones complejas y proponer soluciones a los numerosos problemas del país.

En los años que siguieron a sus estudios de postgrado, Fals dedicó sus energías a la fundación de la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional. Quería transmitir sus experiencias y crear una comunidad de investigadores sobre fundamentos estables. Y en 1959 comprometió a las autoridades de la Universidad Nacional para abrir estudios de sociología, esfuerzo que tuvo su asiento inicial en la Facultad de Ciencias Económicas.

Junto a colegas colombianos y llegados de USA, Brasil e Inglaterra, logró crear en la novísima escuela de sociología de aquellos días un clima de apertura y pluralismo intelectuales poco frecuente en las universidades de América Latina. Y no obstante las dificultades políticas de la época, rápidamente se afirmó como el principal centro formativo de los sociólogos colombianos. Al lado de estas labores organizativas, Fals no se olvidó de sus propios trabajos académicos. Sabía bien que profesor y departamento de ciencias sociales que no haga investigación carece de legitimidad para exigírsela a sus estudiantes. Junto a sus tareas administrativas emprendió investigaciones sobre la violencia, la educación, la modernización y la acción comunal, trabajos que difundió en la colección “Monografías Sociológicas”, el órgano oficial de la Facultad.

Y con la ayuda de los colegas y de su colaborador más cercano, Camilo Torres, fundó la Asociación Colombiana de Sociología para promover el encuentro y las publicaciones de los sociólogos. Por aquellos años la Asociación tuvo a su cargo la dirección del VII Congreso Latinoamericano de Sociología (julio de 1964) y la organización del I y del II Congreso Nacional de Sociología que se realizaron en Bogotá en 1963 y 1967.

Pero a mediados de los sesenta los intereses intelectuales de Fals to-maron un rumbo diferente. Su mente se centró en las tensiones políticas y en las fuerzas sociales que las nutrían. Eran los años dorados del Frente Nacional, los días en que los partidos tradicionales disfrutaban paritariamente del aparato del Estado y olvidaban sus viejas rencillas políticas y burocráticas. Liberales y Conservadores se repartieron la administración pública (los ministerios, las gobernaciones y las alcaldías) para serenar las fuentes de la disensión social, y con esta “paz” confundieron la alianza entre los partidos con el consenso nacional. El movimiento estudiantil explotó con todo su vigor agitacional y en las áreas rurales las asociaciones campesinas se fortalecieron y la lucha guerrillera –muy cercana al partido liberal en las décadas anteriores – dejó atrás sus antiguos nichos ideológicos para seguir el ejemplo de la Revolución cubana. Los sociólogos y la sociología no escaparon a esta sacudida.

Sobre este fondo, Fals afirmó un nuevo énfasis, la “sociología comprometida”, que le ocupó los últimos años de la década de los sesenta y los primeros de los setenta. Esta segunda etapa se inició con La subversión en Colombia, visión del cambio social en la historia (1967), donde examinó las frustraciones de los movimientos sociales y la capacidad del Estado colombiano para disipar las demandas de los sectores populares. En sus capítulos planteó el compromiso del investigador con sus temas de estudio, exigencia que lo llevó a revisar los presupuestos epistemológicos de sus anteriores obras fundadas en la objetividad y la sociología libre de valores. A su juicio, todo analista interesado en los procesos actuales, aquellos que implican finalidad y propósito, pronto descubre que la noción de neutralidad se disuelve en la mente hasta volverse un predicado vacío. Y pese a que un año más tarde sacó una segunda edición –“revisada, ampliada y puesta al día”, con el título de Subversión y cambio social (1968), esta nueva salida tenía un tono más radical –, sus postulados sólo lograron alguna atención cuando la editorial Siglo XXI de México difundió el opúsculo Las revoluciones inconclusas de América Latina (1968), que contenía una exposición llana y directa de las tesis consignadas en las dos ediciones anteriores. La obra superó los marcos hispanoamericanos con la publicación de una versión inglesa en las prensas de la Universidad de Columbia de Nueva York, Subversion and social change in Colombia (1969), muy consultada por los analistas anglosajones interesados en la suerte de los países latinoamericanos.

En esta etapa Fals también buscó un fundamento institucional y académico. Su capacidad organizativa lo condujo a crear el Programa Latinoamericano para el Desarrollo (PLEDES), una maestría adjunta a la Facultad de Sociología para formar especialistas en el campo de las transformaciones socio-culturales. Ahora su pensamiento comenzaba a impregnarse de latinoamericanismo, una tradición cultural donde la noción de neutralidad ética y política tenía pocos adeptos. Su antigua formación anglosajona fue quedando atrás, para recordar sólo a los pensadores de habla inglesa más afines a la crítica, el inconformismo y el extrañamiento con las condiciones de vida imperantes.

Su acercamiento a las contribuciones de la sociología latinoamericana, muy sensibles al marxismo por aquellos años, lo llevaron, además, a enjuiciar el colonialismo intelectual y a subrayar la necesidad de una “ciencia propia”, de una disciplina que diera cuenta de los problemas de la región y del compromiso con el desarrollo y el bienestar de la mayoría de la población. Fals escribió varios ensayos a ese respecto, que luego reunió en Ciencia propia y colonialismo intelectual (1970), un pequeño volumen donde examinaba las inevitables relaciones entre ciencia y política y entre sociología y práctica social. En esos textos llevaba su compromiso más allá de la mera comprensión y difusión de los problemas y necesidades del “pueblo”. Como investigador, deseaba conocer la vida de las comunidades mediante entrevistas, observaciones directas y consulta de archivos históricos, pero a diferencia del pasado, ahora pensaba que se debía ir más lejos. Los resultados de la investigación no se debían destinar únicamente a multiplicar el acervo de la ciencia o a iluminar la inteligencia de las élites que dirigían el Estado. Por el contrario, debían retornar a las personas que los habían producido. Su informe, El reformismo por dentro de América Latina (1971), una evaluación del movimiento cooperativo de Colombia, Ecuador y Venezuela, auspiciada de las Naciones Unidas, le mostró una vez más la capacidad de los Estados latinoamericanos para aprovecharse de las iniciativas de la población campesina. Al tomar este rumbo, la mente de Fals empezó a transitar los senderos de una tercera fase que llamaría “Investigación-Acción”, una estrategia teórica y metodológica nacida de las entrañas mismas de la etapa anterior.

Un proyecto de este tipo no se podía llevar a cabo en el medio universitario, regido por cánones de neutralidad valorativa y ordenamientos curriculares extraños al estudio de comunidades campesinas para después sublevarlas. El ámbito más adecuado eran las organizaciones políticas o los centros privados de investigación comprometidos con el cambio. Fals eligió esta última opción. Creó instituciones –FUNDARCO, Punta de Lanza y Fundación Rosca de Investigación y Acción Social– para captar recursos nacionales y extranjeros a fin de asegurar su modus vivendi, sus pesquisas y sus contiendas intelectuales y políticas.

Renunció a las tareas docentes y lo que, al principio, pensó que era una decisión temporal, con el tiempo se prolongó hasta convertirse en un modo de vida. Y no había razón para el arrepentimiento. Esta tercera etapa, que comenzó al despuntar los años setenta y se prolongó hasta el final de sus días, con un ligero y tardío paso por el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Nacional, estuvo colmada de experiencias políticas y de logros intelectuales que muestran una vez más su inquebrantable pasión por la investigación.

Desde esos años fue otro el escenario de sus fatigas. El público integrado por estudiantes y profesores fue relevado por campesinos, organizaciones sindicales y partidos de izquierda. Su empresa era ahora de carácter político, científico y subversivo. Quería conocer para transformar, saber para despertar la conciencia de los moradores de pueblos, caseríos y veredas. Esto le exigía modificar el lenguaje, el estilo y la presentación misma de los informes de investigación.

Los frutos de estos esfuerzos se plasmaron en dos publicaciones de saber pedagógico –Capitalismo, hacienda y poblamiento en la Costa Atlántica (1973 y 1975) e Historia de la cuestión agraria en Colombia (1975) –, redactados en un lenguaje directo con ilustraciones, mapas y fotografías que ayudaban a entender los temas de estudio. Las portadas llevaban el nombre de Fals, aunque él insistía en que eran trabajos colectivos fruto de un saber ventilado con campesinos, intelectuales y dirigentes de las regiones analizadas. Los labriegos y líderes de base debieron considerarlos, por el contrario, bastante “encumbrados”, academicistas y teóricos. Sus capítulos ostentaban citas, pies de página y bibliografías con títulos en inglés, elementos que, unidos al frecuente uso de conceptos tomados de la economía y de la sociología, debían resultar bastante exóticos para las culturas orales de las empobrecidas áreas rurales.

Estas experiencias prepararon el terreno para una investigación de gran alcance que Fals esbozaba en silencio: la Historia doble de la Costa. Su contacto con las organizaciones campesinas del Departamento de Córdoba, para las que había escrito los opúsculos anteriores, lo familiarizaron con la historia y la cultura del pueblo costeño, región en la que nació pero de la que se sentía espiritualmente alejado por su origen urbano de clase media. Ahora quería hacer una presentación más comprensiva de la vida, las luchas y la formación social del norte del país. El primer tomo de la Historia salió en 1979 y el cuarto y último en 1986. Fue una labor persistente, continua, sin respiro, que mostró que el autor de los dos grandes libros de sociología rural de los años cincuenta todavía tenía mucho que decir y de manera novedosa.

El autor vivió semestres enteros en las regiones de su estudio. Simpatizó con sus moradores y recorrió sus pueblos, sus veredas y los caminos que facilitaban sus intercambios. La Historia es “doble” por la lógica de la presentación del material. Fals quiso innovar en el método de exposición como en el método de investigación. Como las vanguardias literarias latinoamericanas de nuestros días –que buscan destruir el relato mezclando los más diversos géneros y manifestaciones artísticas (música, pintura, poesía y prosa) para resaltar las sensaciones de ritmo, espacio y tiempo – , se afanó por superar el tradicional informe sociológico. Optó por una exposición a dos voces: la de la página izquierda, de carácter anecdótico, coloquial y descriptivo, la de la derecha, de modulación “científica”, es decir, documental, conceptual y metodológica. La primera la llenan personajes vivos con los que el autor dialoga, y la segunda registra las fuentes, las explicaciones históricas, las leyendas y los procesos aludidos por los entrevistados.

Una vez terminó la Historia doble”, Fals se dedicó a formalizar los procedimientos de su estrategia que ahora llamó Investigación-Acción- Participativa (IAP), expresión que le sirvió para recalcar que el conocimiento se adquiere y se aplica con el consentimiento de los miembros de la comunidad. La oleada de seguidores y adeptos de otros países le exigió, además, una teorización más completa de sus maneras de hacer. Se sucedieron los congresos internacionales y los simposios regionales para evaluar las experiencias nacionales y extranjeras. Con asombro halló que lo que ayer era una conducta desviada, ahora parecía un estilo de trabajo en vías de normalización. Fals observó que toda innovación de teoría y método en el campo de las ciencias sociales es, al principio, atacada por absurda; luego admitida como cierta, pero tildada por sus rivales de evidente e insignificante; y, por último, considerada tan importante que sus propios detractores pretenden haberla descubierto

Gonzalo Cataño

Universidad Externado de Colombia. Bogotá

E-mail: anomia@supercabletv.net.co

Por La Praxis: El Problema De Cómo Investigar La Realidad Para Transformarla*2

Orlando Fals Borda

Introducción

Son relativamente pocas las ocasiones de confrontar directamente, en el curso de la vida, procesos fundamentales de transformación social. Es nuestro privilegio, como generación, la de vivir este proceso hoy día, y hacerlo con las ventajas y desventajas que ofrece el desarrollo contemporáneo. Es también nuestra responsabilidad, como pertenecientes a una comunidad de científicos, el saber interpretar esta transformación y derivar datos adecuados a entenderla para ayudar a construir el futuro.

Cómo combinar precisamente lo vivencial en estos procesos de cambio radical, constituye la esencia del problema que tenemos entre manos. Y éste, en el fondo, es un problema ontológico y de concepciones generales del que no podemos excusarnos. En especial, ¿qué exigencias nos ha hecho y nos hace la realidad del cambio en cuanto a nuestro papel como científicos y en cuanto a nuestra concepción y utilización de la ciencia? Porque, al vivir, no lo hacemos sólo como hombres sino como seres preparados para el estudio y la crítica de la sociedad y el mundo.

Nuestras herramientas especiales de trabajo han sido y son mayormente los marcos de referencia y las técnicas con las que sucesivas generaciones de cien-tíficos han intentado interpretar la realidad. Pero bien sabemos que estas he-rramientas de trabajo no tienen vida propia, sino que toman el sentido que les demos con sus respectivos efectos en variados campos de la vida y del conocimiento. De allí que no podamos desconocer el impacto social, político y económico de nuestros trabajos y que, en consecuencia, debamos saber es-coger, para nuestros fines, aquello que sea armónico con nuestra visión de la responsabilidad social. Asimismo se satisface también nuestra vivencia.

Estos problemas filosóficos, de concepción del trabajo y de articulación teóri-ca, se han sentido de manera constante y, a veces angustiosa, en la experiencia colombiana que un número de investigadores sociales hemos vivido y tratado de racionalizar en los últimos años (1970-1976). El que sólo ahora se pueda articularlos con alguna especificidad es, en sí mismo, parte del proceso vivencial-racional que hemos recorrido. Ello no es demostración alguna de que hayan quedado resueltos o superados los problemas descritos; pero, consecuentes con nuestras ideas, queremos compartir estas preliminares reflexiones -que son también un balance de nuestra experiencia- en aras de una discusión que se nos sigue haciendo necesaria e inevitable. Es ya una discusión a escala mundial, porque las preocupaciones aquí esbozadas sobre el caso colombiano se multiplican casi dondequiera que se ha intentado, desde hace varias décadas, promover conscientemente cambios revolucionarios, para verlos luego frustrados o tomando direcciones inesperadas o contrarias. Se trata, pues, de un problema teórico-práctico de suma gravedad y urgencia.

No es indispensable detallar la naturaleza de la experiencia colombiana de “investigación-acción” (“estudio-acción”) que es tema de la parte específica de éste trabajo, ya que ha sido motivo de varias publicaciones y amplia controversia nacional e internacional.(1) Para fines del presente estudio, baste con señalar, a grandes rasgos, las siguientes características pertinentes:

1. El esfuerzo de investigación-acción se dirigió a comprender la situación histórica y social de grupos obreros, campesinos e indígenas colombinos, sujetos al impacto de la expansión capitalista, es decir, al sector más explotado y atrasado de nuestra sociedad.

2. Este trabajo implicó adelantar experimentos muy preliminares, o sondeos, sobre cómo vincular la comprensión histórico-social y los estudios resultantes, a la práctica de organizaciones locales y nacionales conscientes (gremiales y/o políticas) dentro del contexto de la lucha de clases en el país.

3. Tales experimentos o sondeos se realizaron en Colombia en cinco regiones rurales y costaneras y en dos ciudades, con personas que incluían tanto profesionales o intelectuales comprometidos en esta línea de estudio-acción como cuadros a nivel local, especialmente de gremios.

4. Desde su iniciación, el trabajo fue independiente de ningún partido o grupo político, aunque durante el curso del mismo se realizaron diversas formas de contacto e intercambio con aquellos organismos políticos que compartían el interés por la metodología ensayada.

Además, con esta experiencia se trató de responder, en la práctica, a la inquietud que el autor había hecho en años anteriores (desde 1967) sobre el “compromiso” de los científicos colombianos (y de los intelectuales en general) ante las exigencias de la realidad del cambio social.

Aunque estos ensayos de investigación-acción no fueron siempre coherentes y padecieron de inevitables errores, destacaron pautas que merecen recogerse y analizarse. Generaron fracasos y altibajos; incomprensiones y persecuciones; estímulos y polémicas. Por lo mismo, conviene evaluar la experiencia resultan-te para medir lo que representa dentro del proceso de transformación radical que es el sino de nuestra generación y también de las que siguen. Porque el tratar de vincular el conocimiento y la acción –la teoría y la práctica-, como en el castigo de Sísifo, es un esfuerzo permanente e inacabado de comprensión, revisión y superación sobre una cuesta sin fin, difícil y llena de tropiezos. Esla cuesta que el hombre ha venido transitando desde que el mundo es mundo.

Para evitar discusiones innecesarias, conviene establecer desde el principio las bases gnoseológicas del presente trabajo, que pueden resumirse de la siguiente manera:

1. El problema de la relación entre el pensar y el ser –la sensación y lo físico- se resuelve por la observación de lo material que es externo a nosotros e independiente de nuestra conciencia, y lo material incluye no sólo lo constatable de la naturaleza sino también las condiciones fundamentales primarias, de la existencia humana.

2. El problema de la formación y reducción del conocimiento no se resuelve diferenciando los fenómenos de las cosas –en- sí, sino planteando la diferencia entre lo que es conocido y lo que todavía nos e conoce. Todo conocimiento es inacabado y variable y queda sujeto, por lo mismo al razonamiento dialéctico; nace de la ignorancia, en un esfuerzo por reducirla y llegar a ser más completo y exacto.

3. El problema de la relación entre el pensar y el actuar se resuelve reconociendo una actividad real de las cosas a la cual sólo se adviene por la práctica que, en este sentido, es anterior a la reflexión; allí se demuestra la objetiva, que es la materia en movimiento.

4. El problema de la relación entre forma y contenido se resuelve planteado la posibilidad de superar su indiferencia por la práctica y no sólo por el comportamiento intuitivo o contemplativo; toda cosa se da como un complejo inextricable de forma y contenido, de allí que la teoría no pueda separase de la práctica, ni le sujeto del objeto.

Ciencia y realidad

Aunque fue en 1970 cuando se concibieron formalmente los trabajos de campo entre obreros, campesinos e indígenas colombianos en la modalidad de la investigación-acción, ya desde antes se venían experimentando dificultades teóricas y metodológicas: no satisfacían ni los marcos de referencia ni las categorías vigentes en los paradigmas normales de la sociología que se habían recibido de Europa y Estados Unidos. Muchos los hallábamos en buena parte inaplicables a la realidad existente, viciados ideológicamente por defender los intereses de la burguesía dominante, y demasiado especializados o parcelados para entender la globalidad de los fenómenos que se encontraban a diario (Fals Borda, 1976).(2)

Sin entrar a discutir las razones de este rechazo –que son motivo de otros ensayos y que, en general, se conocen ya bastante en la literatura científica reciente (Solari, Franco y Jutkowitz, 1975; Cortés 1970; Quijano, 1973: 45-48; Graciarena, 1974; Bottomore, 1975)- la experiencia acumulada en los últimos años indica que había causas profundas de este rechazo relacionadas con los conceptos de ciencia y realidad que se estaban manejando y que, en este momento inicial, no se alcanzaban a ver todavía en toda su magnitud y trascendencia. Estudiaremos ahora algunas de estas implicaciones.

1. Sobre la causalidad

Recordemos, una vez más, cómo se había insistiendo en los textos y en las aulas que la sociología podría ser ciencia natural positiva, pautada al estilo de las ciencias exactas, en la que se debían cumplir las reglas generales del método científico de investigación. Estas reglas son las que en su día le había transferido Durkheim (y más recientemente Popper) dentro de esquemas fi-jos de acumulación científica, validez, confiabilidad, inducción y deducción (Durkheim, 1875; Pearson, 1892; Popper, 1959). En esencia; se creía que el mismo concepto de causalidad podría aplicarse así en las ciencias naturales como en las sociales, es decir, que había causas reales análogas tanto en una como en otras y que, éstas podían descubrirse de manera independiente por observadores idóneos, aún de manera experimental o controlada.

El trabajo de campo realizado en las regiones escogidas, especialmente, en la primera etapa, reflejó esta orientación positivista, que se expresó de manera consciente –en cuanto a la aplicación de algunas técnicas formales- y también inconscientemente, porque los procedimientos salían desde su origen condicionados por el paradigma positivista, sin caer en cuenta de sus posibles consecuencias deformantes para el análisis.(3)

Las principales perplejidades que fueron rompiendo el paradigma normal conocido, surgieron del estudio de los movimientos sociales: éstos, según los cánones positivistas, pueden ser respuestas a impulsos aplicados en determinados sectores del sistema social; o son efecto de situaciones patológicas susceptibles de mejoramiento en sus fuentes, que pueden ser individuales o grupales. Así se justificaban teóricamente campañas de reforma social propiciadas por la burguesía dominante, como la acción comunal, la defensa civil, la beneficencia y el reparto de tierras en granjas a familiares, todo dentro del contexto político-social existente.

Pero el estudio más profundo e independiente de los problemas económicos y sociales dejaba traslucir una red de causas y efectos sólo explicable a través de análisis estructurales que se salían de las pautas mecanicistas y organicistas acostumbradas, esto es, del paradigma vigente. No podían aplicarse allí los mismos principios causales de las ciencias naturales, evidentemente, porque la materia prima que se manejaba pertenece a una categoría ontológica distinta, que tiene cualidades propias4. Se notaban hechos y procesos de concatenación circular o espiral, en sistemas abiertos que iban alimentando su propio desenvolvimiento y su propia dinámica, muchas veces como profecías que imponían mecanismos para su propia confirmación, en formas de causación no encontradas en la naturaleza, donde predominan sistemas cerrados y donde el principio de la acción y reacción es más simple y directo. (5). En todo caso, se vislumbraba un universo de acción vinculada a las causas que el paradigma vigente no anticipaba convenientemente; o que, más concretamente, dejaba en la penumbra del conocimiento.

Esta penumbra era, precisamente, lo más interesante para el trabajo, y exigía, que se le dirigiera la atención. Al hacerse así, lo que pareció dibujarse en ella fue un reflejo del principio hegeliano: “El viviente no deja que la causa alcance su efecto” (Hegel, 1974: II 497-498). De modo que a las anteriores dimensiones conocidas de multicausalidad, circularidad y autoconfirmación en lo social se añadía, entonces, otro elemento de volición que llevaba a tomar en cuenta lo fortuito o lo aleatorio en el hombre, especialmente, en situaciones de coyuntura como las que se experimentaban en las regiones escogidas para la experimentación activa.

No se trata aquí de un azar ciego y mecánico, sujeto a reglas matemáticas en un universo homogéneo como se aplica en las ciencias exactas, sino de un elemento aleatorio humano condicionado por tendencias anteriores o limitado a cierta viabilidad dentro de opciones de acción. Como en lo social el antecedente inmediato de la acción es volitivo, la acción no va determinada en sentido único, sino que tiene una determinación múltiple dentro del proceso o marco en el cual adquiere sentido(6). La determinación múltiple, con ese abanico de opciones dentro de una coyuntura (posibilidades que se cierran al abrirse otras), explicaría por qué la historia no se repite, por qué sus procesos no son inevitables, excepto quizás en formas muy largas y lentas. Dentro de una tendencia histórica o proceso de mediano o corto plazo, todo es posible: la determinación múltiple y la volición hacen que ocurran vaivenes, como los avances, saltos y retrocesos que se observan en la realidad de las regiones.

De allí la incidencia de protagonistas concretos y los giros singulares que éstos imponían en las campañas de los grupos regionales de base. Así se entendía también la naturaleza última de la relación entre los táctico y lo estratégico –la construcción consciente de la historia hacia el futuro, problema que surgía en el trabajo de campo de manera cotidiana, pero sin poderlo entender bien, y mucho menos manejar, en todas sus implicaciones.

Toda esta problemática de la causalidad fue llevando a cuestionar la orientación del trabajo regional y las herramientas analíticas disponibles. Hasta allí se había procedido de manera rutinaria. La experiencia fue indicando que la validación de los efectos del trabajo sólo podía hacerse, de manera definitiva, mediante el criterio de la acción concreta, esto es, que la causa última tenía una dimensión teórico-práctica. Lo aleatorio de la acción social que se veía día a día, quedaba al fin y al cabo sujeto al marco de la praxis, como explicaremos más adelante.

2. Sobre la constatación del conocimiento

Otro resquebrajamiento del paradigma normal se produjo con la transferencia de la noción sobre constatación científica, de las ciencias naturales a las sociales. Un primer aspecto fue el de la observación experimental. A diferencia del observador naturalista, se sabe que en las disciplinas sociales el observador forma parte del universo por observar. Esta condición especial había sido oscurecida por los cánones positivistas sobre la “objetividad” y la “neutralidad” en la ciencia, con la consecuencia de que algunas técnicas de campo como la “observación participante” y la “observación por experimentación” (muy conocida entre antropólogos) tendían a conservar las diferencias entre el observador y lo observado. Además, tales técnicas “neutrales” dejaban a las comunidades estudiadas como víctimas de la explotación científica (7).

Como una posible alternativa, desde antes se había propuesto la “inserción en el proceso social”. En este caso se exigía del investigador, su plena identificación con los grupos con los cuales entraba en contacto, no sólo para obtener información fidedigna, sino para contribuir al logro de las metas de cambio de esos grupos. Se diferenciaba así esta técnica de las anteriores en que se reconocía a las masas populares un papel protagonista, con la consiguiente disminución del papel del intelectual-observador como monopolizador o controlador de la información científica. (Mao, 1968: III).

En segundo lugar, aunque el propósito del trabajo investigativo era obtener y entender mejor la ciencia y el conocimiento a través del contacto primario con los grupos populares de base, como fuente promisoria, los resultados de esta variación en el paradigma resultaron decepcionantes. La inserción del investigador en el proceso social implicó la subordinación de aquel a la práctica política condicionada por intereses inmediatos, y el conocimiento alcanzado fue más de perfeccionamiento y confirmación de éste, que de innovación o descubrimiento. Aunque, como veremos más adelante, el sentido común o saber popular es valioso y necesario como fundamento de la acción social, no se vio cómo podía articularse éste al conocimiento científico verificable que se buscaba, para estar en las campañas de defensa de los propios intereses populares.

Finalmente, se advirtió que el conocimiento científico verificable resultaba más bien que las abstracciones que se hacían en seminarios cerrados y de las discusiones que se sostenían entre colegas del mismo nivel intelectual, así como del propio estudio de la literatura crítica. En esto no se descubrió nada nuevo, aunque las expectativas iniciales sobre las posibilidades de derivar conocimiento científico directamente del contacto con las bases habían sido grandes. Volveremos a este tema cuando tratemos las “categorías mediadoras específicas” y el papel de los grupos populares de referencia.

3. Sobre el empirismo

La práctica permitió constatar, también, que el investigador consecuente puede ser al mismo tiempo sujeto y objeto de su propia investigación y experimentar directamente el efecto de sus trabajo (véase la parte final de este estudio); pero tiene que enfatizar uno u otro papel dentro del proceso, en una secuencia de ritmos en el tiempo y el espacio que incluyen acercarse y distanciarse de las bases, acción y reflexión por turnos(8). Al buscar la realidad en el terreno, lo que le salva de quedar por fuera del proceso es su compromiso con las masas organizadas, es decir, su inserción personal. Las masas, como sujetos activos, son entonces la que justifican la presencia del investigador y su contribución a las tareas concretas, así en la etapa activa como en la reflexiva.

No podía, pues, haber lugar en este trabajo a la experimentación social tradicional para hacer ciencia e interpretar la realidad, en tales condiciones, sino al envolvimiento personal y la inserción por ritmos. Las técnicas quedaban subordinadas a las lealtades a los grupos actuantes y a las necesidades del pro-ceso resultó importante tener conciencia de “para quién” se trabaja. Así, no se rechazaron técnicas empíricas de investigación usualmente cobijadas por la escuela clásica, como la encuesta, el cuestionario o la entrevista, por ser positivistas (sólo los grupos reformistas confundieron erróneamente el empirismo con el positivismo); sino que recibieron un nuevo sentido dentro del contexto de la inserción con los grupos actuantes. Por ejemplo, no podía haber lugar a la distinción tajante entre entrevistador y entrevistado que dictaminan los textos ortodoxos de metodología: había que transformar la entrevista en una experiencia de participación y consenso entre el dador y el recibidor de la información, en la cual ambos se identificaran en cuanto a la necesidad y fines compartidos de esa experiencia. Por eso, en el texto mimeografiado que se preparó en 1974 (“Cuestiones de metodología”, ya citado), se dedica un capítulo a las técnicas empíricas de medición estadística, conteo, análisis y organización del material, que se juzgaron necesarias para comprender la realidad a nivel local y regional.

Este esfuerzo de participación en el estudio puede denominarse empírico en el buen sentido, esto es, busca ajustar herramientas analíticas a las necesidades reales de las bases y no de los investigadores (9). Así, obviamente las técnicas desarrolladas por las ciencias sociales tradicionales no todas resultan de rechazar (como algunos pretendieron), sino que pueden utilizarse, perfeccionarse, y convertirse en armas de politización y educación de las masas. Que esto es posible, la experiencia colombiana en inserción (y en “autoinvestigación” como veremos más adelante) también tiende a demostrarlo.

Pero hay que colocar en su contexto conformista, y reconocer sus limitaciones, a aquellas técnicas empíricas derivadas del paradigma normal que cosifican la relación social, creando un perfecto divorcio entre sujeto y objeto de investigación, es decir, manteniendo la asimetría en las relaciones entre entrevistador y entrevistado (como en las encuestas de opinión). Más aún: se admite ya que deben rechazarse tales técnicas, cuando estos ejercicios se con-vierten en armas ideológicas a favor de las clases pobres y explotadas, como sigue ocurriendo con frecuencia.

4. Sobre la realidad objetiva

Las pautas positivistas habían exigido “cortes seccionales” como las aproximaciones a la realidad, de nuevo en ilógica imitación de las técnicas de muestreo muy desarrolladas en las ciencias exactas. Así se derivan “hechos” mensurables con las cuales reconstruía mentalmente, pedazo a pedazo, el mosaico de la sociedad.

Sin negar la importancia de la mensura en lo social cuando se justifica, en el terreno pudo verse cómo estos “hechos” quedaban amputados de su dimensión temporal y procesual. Pero esta dimensión temporal era parte fundamental de la propia realidad de los “hechos” observados. Era su porción dinámica, viva, la que precisamente debía demandar el mayor interés: por que corría ante los ojos de los investigadores la realidad objetiva de materia y movimiento que buscan los científicos como causa final de las cosas (10).

La realidad objetiva aparecía como “cosas -en-sí” que se movían en la dimensión espacio-tiempo y que venían de un pasado histórico condicionante. Se convertían en “cosas para nosotros” al llegar al nivel del entendimiento de los grupos concretos, tales como los de la base en las regiones. Así ocurrió con conceptos generales conocidos, como “explotación”, “organización” e “imperialismo”, por ejemplo, que, entendidos empíricamente o como sensaciones individuales por campesinos e indígenas, pasaban a ser reconocidos racional-mente y articulados ideológica y científicamente, por primera vez por ellos, en su contexto estructural real. Uno de los dirigentes campesinos que plasmaron formalmente su ideología, logró explicar en términos de “lucha inconsciente de clase” determinadas pautas tradicionales de la conducta de los terrajeros a cuya clase pertenecía. Y el recuerdo de la organización campesina que se había dado en una región hacía caso medio siglo, resurgió como “cosa para nosotros”, una vez que se tradujo al contexto de las confrontaciones actuales y los viejos luchadores fueron recolocados en el proceso histórico vivo.

Esta transformación de “cosas en sí” en “cosas para nosotros” según Lenin, “es precisamente el conocimiento” (Lenin, 1974: 110, 111, 179) (11). El nivel de conocimiento de la realidad objetiva en las regiones donde se trabajó subió algo, gracias a esta transformación. No subió más porque este esfuerzo de búsqueda y creación de conocimiento quedó frustrado, en parte, por la utilización consciente o inconsciente del aparato conceptual del paradigma vigente. De allí que todo el sentido de la implicación de aquella transformación de “cosas en sí” en “cosas para nosotros” para entender la realidad objetiva, sólo vino a esclarecerse cuando cuestionaron asimismo las ideas tradicionales que había sobre la vigencia de leyes, la unción de conceptos y el uso de definiciones en la ciencia. Aquel principio de aleatoriedad condicionada con el cual re-examinamos los procesos causales no fue poco para transformar ideas fijas sobre lo heurístico y el armazón conceptual de la ciencia social, como veremos enseguida.

5. Sobre los conceptos

Con frecuencia tendemos a absolutizar las leyes y los conceptos y a convertir las definiciones en dogmas, esto es, a hacer de la teoría un “fetiche” como objeto de culto supersticioso y excesivo. Así ocurrió en las experiencias descritas con el resultado que se oscurecía o deformaba la realidad. No fueron pocos los casos en los cuales los investigadores, por falta de claridad en los marcos de referencia y rigidez conceptual y de métodos, querían ver en el terreno, como con vida propia, leyes tales como la de la “reproducción ampliada en la expansión capitalista” y la de la “correspondencia entre estructura y superestructura”; o aplicar fácilmente conceptos complejos como Autogestión y colonialismo; o confirmar definiciones amplias como las de sector medio, latifundio y dependencia, para hallar que, naturalmente, salieron mediatizadas, incompletas, deformes y, a veces, contradichas en la práctica.

En el caso de las definiciones, muchas resultaron tautológicas, es decir, imposibles de concebir sin sus componentes reales dados, con lo cual poco se ganó en poder de análisis.(12)

Esta mala situación teórica se empeoró por el efecto obsesivo de los slogans y las doctrinas prefabricadas, con su propio juego de leyes, conceptos, y definiciones absolutas, que como fetiches saltaban también en los movimientos populares y políticos en las regiones estudiadas. Resultaba demasiado fácil adoptar interpretaciones de otras épocas, formaciones sociales y coyunturas políticas distintas a las que en realidad se encontraban. Y esto a la larga no podía ser positivo ni para ganar conocimiento ni para una acción política eficaz, lo cual es ampliamente aceptado.(13)

Pero no estamos constatando aquí nada nuevo: en efecto, los conceptos, las definiciones y las leyes, aunque necesario para ligar la realidad observada a la articulación intelectual, es decir, para fundamentar la representaciones de la realidad, tienen un valor limitado y circunscrito a contextos determinados para explicar eventos y procesos. Decía Rickert: “De los conceptos no podemos recoger y sacar más que lo que hemos puesto en ellos” y, con ellos, “no podemos hacer otra cosa que echar puentes sobre el río caudaloso de la realidad, por diminutos que sean los ojos de esos puentes” (Rickert, 1943:69,200; Hegel: II, 516, 700). (14). Marx ya había sugerido que cada período histórico puede tener sus propias leyes,(15) y Lenin había escrito que “la ley no es más que una verdad aproximada” constituida por verdades relativas (16). La dogmatización debía quedar así proscrita de sus obras y de las de sus seguidores más consecuentes.

Así como no resultó conveniente esperar a trabajar con conceptos estables o permanentes que dieran siempre una descripción “correcta, completa y objetiva” de los hechos, hubo de buscarse soluciones teóricas alternas que permitiesen aproximarse mejor a la realidad para entenderla y transformarla. La respuesta más adecuada la ofreció el método dialéctico aplicado en pasos alternos y complementarios; así: (1) propiciando un intercambio entre conceptos conocidos o preconceptos y los hechos (o sus percepciones) con observaciones adecuadas en el medio social; (2) siguiendo con la acción a nivel de base para constatar en la realidad del medio lo que se quería conceptualizar; (3) retornando a reflexionar sobre este conjunto experimental para deducir conceptos más adecuados u obtener mejores luces sobre viejos conceptos o teorías que así se adaptaron al contexto real; y (4) retomando el ciclo de investigación para culminarlo en la acción. Estos pasos y ritmos podían ejecutarse ad infinitum, como lo veremos otra vez en la sección dedicada a la praxis y el conocimiento (Hegel: I, 50).

Se sabe que esta forma de trabajar dialécticamente puede evitar que las categorías nuevas se vayan acomodando a formas viejas de pensamiento, lo cual es indispensable en la creación de nuevos paradigmas (Feyerabend, 1974:38-40). Es lo que ocurre hasta en las ciencias naturales, pues allí también los datos van surgiendo condicionados al medio social en que se forman. Se apela, entonces, a planteamientos ad hoc que tratan de explicar las áreas no cubiertas por los paradigmas existentes o que dirigen la atención a las porciones oscuras de las explicaciones teóricas vigentes, que en muchos casos pueden ser extensas y significativas (Kuhn 1970:12, 83, 152, 153,172; Bernal, 1976: I, 415,417, 424, 427). En los casos colombianos muchos de estos planteamientos ad hoc se derivaron de un análisis preliminar del materialismo histórico -como veremos enseguida-; pero tratando de no dejarse esclavizar por sus conceptos más específicos o por sus definiciones más corrientes, aunque hubo el peligro de que algunos vieran allí un fatal “revisionismo”.

6. Sobre la ciencia social crítica

En este limitado esfuerzo por adquirir conocimiento válido y útil, a la vez, surgió, finalmente, otro factor que no era nuevo, sino reiterativo: la dimensión del “hecho” como proceso histórico, que la realidad es un “complejo de procesos”. Reconfirmamos por enésima vez que, en lo social, no puede haber realidad sin historia: los “hechos” deben complementarse con “tendencias”, aunque éstas sean categorías distintas en la lógica.(17)

Como era de esperarse, las tendencias o procesos aparecían, simplemente, como actos sucesivos válidos para contextos inmediatos, que podían eslabonarse unos a otros para dar dirección a un cambio y sentido a una transformación social de mayor alcance. Había tendencia en las tomas de tierra, por ejemplo, hacia un desafío a fondo de estructura latifundista tradicional: y este desafío podía llevar, a su vez, a trastocar los basamentos del poder político local y regional. Siendo que estas tendencias venían del pasado (aunque, evidentemente, otras se iniciaron en estos años de experiencia), su comprensión no era posible sin adentrarse en la historia, y mucho menos se sentía capacitado para proyectarlas al futuro sin entender lo que venía del ayer mediato e inmediato.

La adición definitiva de la historia en este esquema para comprender la realidad objetiva (una convicción que, en verdad, venía de mucho antes, desde los primeros estudios de Saucío en 1955 y Boyacá en 1957), terminó por romper el paradigma normal y la vigencia de la sociología positivista y académica. Ya no parecía posible transformar esta sociología académica, desde su interior, en instrumento revolucionario. La conocida en Colombia se había concebido en términos de los intereses de la burguesía dominante: ésta no podía suicidarse intelectualmente con su propio instrumento. En las regiones estudiadas se sentía la necesidad de contar con una sociología que fuese ante todo una ciencia social inspirada en los intereses de las clases trabajadoras y explotadas; se necesitaba de una “ciencia popular” como se definió al comienzo del trabajo, que fuera de mayor utilidad en el análisis de las luchas de clases que se advertían en el terreno, así como en la acción política y proyección futura de las clases trabajadoras como actores en la historia (más adelante volveremos a este punto fundamental).

En esta nueva ciencia social del pueblo y para el pueblo trabajador había necesidad de integrar diversas disciplinas: no era con la sociología sola, ni esta como fundamento general. Era el materialismo histórico, como filosofía de la historia, el que brindaba el punto culminante de la unificación, como se había demostrado en otras épocas y latitudes, por muchos estudiosos competentes (18). Con el materialismo histórico, como decía Lukács, ya estaba en capacidad de “revelar la esencia del orden social capitalista y atravesar con los fríos rayos de la ciencia los velos puestos por la burguesía para encubrir la situación de la lucha de clases, la situación real”: podía ser al mismo tiempo guía científica e instrumento de lucha (Lukács, 1975:91).

Las otras disciplinas que en este plano podían integrar la sociología y a la historia, eran la economía, la geografía, la psicología, la antropología la ciencia política y el derecho, hasta llegar a redondear algo que se acerca a lo que se denominaba “economía política” en el siglo XIX; pero con los elementos de “teoría crítica” que Marx y Engels, como figuras cumbres, le añadieron en sus obras y en su propia acción política, elementos que retomaron otros científicos sociales, entre ellos algunos miembros de la “Escuela de Frankfurt” en las décadas de 1950 y 1960, así como marxistas de diversas nacionalidades desde hacía varias décadas. Se esbozaba así una “ciencia social crítica” que no era nueva, pero cuya necesidad actual llevaba a aplicarla con mayor intensidad y dedicación (Mandel, 1974:61; Mansilla, 1970; Solari, et. Al., 1976:66,67).(19)

No se logró, en un primer momento, por los limitados grupos comprometidos en estos experimentos, articular coherentemente el paradigma alterno de la ciencia social crítica; pero pudieron barruntar aproximadamente por donde podía andar el nuevo esfuerzo investigativo regional, basándose en experiencias e informaciones anteriores pertinentes de Colombia y otros países. A medida que se avanzaba, se vio que el reto para tales grupos era francamente epistemológico, puesto había de entenderse a fondo las implicaciones teórico-prácticas y filosóficas de lo que se había llamado, con cierto entusiasmo ingenuo, “investigación-acción”. Estas implicaciones y sus consecuencias son objeto de análisis en las secciones que siguen.

La praxis y el Conocimiento

El rechazo del positivismo y de las técnicas “objetivas” de investigación inspiradas en el modelo conocido de la integración y el equilibrio social, no podía dejar la orientación de los nuevos trabajos regionales en el vacío; esto hubiera equivalido a rechazar la ciencia misma. Había, pues, que sustituir la estructura científica inicial de los trabajos por otra más adecuada a las necesidades reales y a la naturaleza de las tareas investigativas concretas en esas regiones.

En la sección anterior se dieron indicaciones de cómo se fue formando un paradigma científico alterno en el campo de la metodología y en la concepción de la realidad. La adopción del materialismo histórico como guía científica e instrumento de lucha fue un paso en esta dirección (20)**. Pero la idea central alrededor de la cual cristalizó lo que pudiera considerarse como base del paradigma alterno, fue la posibilidad de crear y poseer conocimiento científico en la propia acción de las masas trabajadoras: que la investigación social y la acción política con ellas, pueden sintetizarse e influirse mutuamente para aumentar tanto el nivel de eficacia de la acción como el entendimiento de la realidad (Fals, 1976:55, 66, 67, 73, 74; Fundación Rosca, 1972:44-50; Stavenhagen, 1971:339; Moser, 1976:357-268) (21). Tomando en cuenta que el “criterio de la corrección del pensamiento es, por supuesto, la realidad”, el último criterio de validez del conocimiento científico venía a ser, entonces la praxis, en-tendida como una unidad dialéctica formada por la teoría y la práctica, en la cual la práctica es cíclicamente determinante (22). El descubrimiento de la praxis como elemento definitorio de la validez del trabajo regional, no era, de ninguna manera, la base de un nuevo paradigma general en las ciencias sociales nacionales, puesto que ese descubrimiento, como ya se dijo, venía muy de atrás, y en efecto, se había aplicado en diversos contextos, dentro y fuera del país. El “nuevo” paradigma era viejo según otros criterios; lo que faltaba en este caso era conocerlo mejor y abrirle posibilidades adicionales de aplicación en medios y organizaciones sociales y políticas diversas, donde indudablemente se justificaba su adopción.(23)

El punto de partida de esta discusión no fue la primigenia definición aristotélica de praxis como acción o ejercicio para alcanzar la bondad y la justicia en la formación del carácter, sino la que la define como acción política para cambiar estructuralmente la sociedad. Su fuente es el descubrimiento que hizo Hegel de que la actividad humana como trabajo es la forma original de la praxis humana –que el hombre es resultado de su propio trabajo-, descubrimiento que luego elaboró Marx como “acción instrumental”, es decir, como la actividad productiva que regula el intercambio material de la especie humana con su medio ambiente natural (24). El principio de la praxis original, llevado al campo del conocimiento como relaciones entre teoría y práctica, cristaliza en ocho de las once Tesis sobre Feuerbach (1888), especialmente en la segunda y la undécima. Estas “Tesis” de Marx pueden considerarse, a nivel filosófico, como la primera articulación formal del paradigma de la ciencia social crítica: la comprometida con la acción para transformar el mundo, en contraposición al paradigma positivista que interpreta la praxis como simple manipulación tecnológica y control racional de los procesos naturales y sociales.(25)

En el contexto concreto del trabajo regional aquí examinado, lo que se llamó “teoría” envolvía preconceptos, ideas preliminares o informaciones externas (exógenas) relacionadas a “cosas en sí”, procesos, hechos o tendencias que se observaban en la realidad, como viene explicado; y “práctica” quería decir a aplicación de principios o de información derivada de la observación, aplicación realizada primordialmente por los grupos de base, como actores y controladores del proceso, con quienes los investigadores compartían la información y hacían el trabajo de campo. Estos pasos se podían dar en forma simultánea, o siguiendo el ritmo reflexión-acción con acercamientos y distanciamientos de la base, como quedó explicado en la sección anterior. La idea era propiciar un intercambio entre conceptos hechos, observaciones adecuadas, acción concreta o práctica pertinente para determinar la validez de lo observado, vuelta a la reflexión según los resultados de la práctica, y producción de pre-conceptos o planteamientos ad hoc a un nivel, con lo cual podía reiniciarse el ciclo rítmico de la investigación-acción, indefinidamente.

Aunque no pudieron aplicarse estos principios en toda su expresión por razones diversas (véase más adelante), esta modalidad experimental de trabajo produjo buenos avances así en la acumulación del conocimiento científico de la realidad regional como en la acción política y organizativa (coyuntural) de los grupos de base interesados. Se afianzó así la certeza del principio de la praxis para determinar la validez de los trabajos locales, y las posibilidades de desarrollar allí el paradigma alterno de la ciencia social crítica. Varios ejemplos podrán ilustrar este aserto.

1. La hipótesis del “arma cultura” como elemento movilizador de masas ha-bía sido expuesta y aplicada por las organizaciones revolucionarias vietnamitas (entre otras) (Burchett, 1969). En Colombia, esta hipótesis no había sido ensayada en firme no en grande, en parte por considerar –erróneamente en nuestra opinión- que el “frente cultural”, con sus expresiones costumbristas, artísticas e intelectuales, debía tener una baja prioridad en la lucha contra el imperialismo y la burguesía. Con la información preliminar sobre la experiencia vietnamita, se decidió estimular el “frente cultura” en una región don-de la música popular tiene grande arraigo. A raíz de estos ensayos se obtuvo la formación de conjuntos que cambiaron la música romántica tradicional, para darle un contenido de protesta revolucionaria, lo cual sirvió para la movilización y politización de masas campesinas en esa región. Al mismo tiempo, en el campo del conocimiento, se logró un mayor entendimiento del origen, sentido e historia real de esa música como la concibe el pueblo que la canta e interpreta y no la burguesía que la baila; y se rompieron algunos esquemas clásicos de la historia cultural nacional sostenidos por intelectuales y artistas de la burguesía.

2. La hipótesis de la “recuperación crítica de la historia”, lleva a examinar el desarrollo de las luchas de clase del pasado para rescatar de ellas, con fines actuales aquellos elementos que hubieran sido útiles para la clase trabajadora en sus confrontaciones con la clase dominante. El período crítico de 1918 a 1929, cuando surgieron los primeros sindicatos en Colombia, era casi un misterio para los historiadores colombianos, así como para las organizaciones políticas. Este misterio no empezó a revelarse sin cuando uno de los principales dirigentes de esa época, Juana Julia Guzmán, ya octogenaria, constató el resurgimiento de la lucha campesina en 1972 y se reincorporó a ella. Antes se había resistido a dar ninguna información a los historiadores burgueses y liberales que se le habían aproximado con ese fin. Con la incorporación de Juana Julia al movimiento campesino se obtuvieron los primeros datos fidedignos sobre el papel del anarcosindicalismo en los primeros sindicatos colombianos y el origen del partido socialista del país, datos que fueron publicados en un folleto ilustrado que, por un tiempo, era la única fuente citable sobre este im-portante desarrollo político en Colombia. Simultáneamente, la recuperación de ese período de luchas y de uno de sus viejos dirigentes dio continuidad histórica y mayor impulso ideológico y organizativo al movimiento regional de “usuarios campesinos” entre 1972 y 1974, para llevarlo a una posición de avanzada que le fue reconocida en todo el país.

3. La teoría de la “lucha y violencia de clases” como una constante histórica, ampliamente conocida, se confrontó en una región colombiana con similares resultados pedagógicos y políticos. Con ella en mente se descubrió que, a principios de este siglo, una diócesis había usurpado las tierras de un res-guardo indígena para hacer allí un seminario. La investigación histórica de archivo, y notaría sobre este tema –como la local en el terreno- llevó no solo a confirmar la teoría y enriquecer el conocimiento de la región y su historia desde el punto de vista de la lucha de clases, sino a proveer al movimiento indígena de las armas formales y del conocimiento ideológico y político necesarios para enfrentarse al obispo y recuperar a la fuerza la tierra, en una gran victoria popular.

En cada uno de estos casos se determinó la validez del conocimiento por los resultados objetivos de la práctica social y política y no mediante apreciaciones subjetivas (Mao, 1968a: 319). Así lo aleatorio quedó circunscrito por la acción concreta y el conocimiento pertinente, es decir, hubo cierto control de desemboque de coyunturas que no hubiera sido posible en otra forma.

Estos casos tenían referentes teóricos anteriores o exógenos, algunos de ellos basados en experiencias y reflexiones específicas de otras partes; lo cual no invalida la posibilidad de crear conocimiento absolutamente original, en esta misma forma. De todos modos, es demostrable que en estos casos se obtuvo, y se creó, conocimiento científico en la propia acción de masas, pasando éste a ser patrimonio general de los grupos de base y particular de la ciencia social crítica. Al mismo tiempo, se alimentó la lucha popular con ese mismo conocimiento, recibiendo impulso importante dentro de las opciones ofrecida por las coyunturas. De allí que pueda sostenerse otra vez que la praxis tiene fuerza definitoria, y que vincular la teoría a la práctica en el ámbito del cambio radical o revolucionario no es ni tan difícil ni tan complejo como parece, en nuestro medio.(26)

Queda, sin embargo, un interrogante por resolver a este respecto: el del papel de la organización de base en la obtención y utilización del conocimiento y en la ejecución de la praxis. Sin esa organización nos e habría ido tan lejos, ni se habrían obtenido los datos con la profundización necesaria, ni éstos habrían tenido la trascendencia y utilidad política que alcanzaron. Pero esto también dependía del tipo de organización y de la naturaleza de las relaciones establecidas entre los investigadores y las bases, lo cual es el tema de la sección que sigue.

Saber popular y acción política

Si se admite que la praxis de validación, como la concebimos aquí, es ante todo política la problemática de la investigación-acción lleva necesariamente a calificar relaciones entre los investigadores y las bases populares o sus organismos con los cuales se desarrolla la labor política. Este es un aspecto fundamental del método de investigación, porque, como queda dicho, el propósito de éste es producir conocimiento que tenga relevancia para la práctica social y política: no se estudia nada porque sí. Siendo que la acción concreta se realiza a nivel de base, es necesario entender las formas como aquellas se nutre de la investigación, y los mecanismos mediante los cuales el estudio a su vez perfecciona y profundiza el contacto con la base.

En la investigación-acción, es fundamental conocer y apreciar el papel que juega la sabiduría popular, el sentido común y la cultura del pueblo, para obtener y crear conocimientos científicos, por una parte, y reconocer el papel de los partidos y otros organismos políticos o gremiales, como contralores y receptores del trabajo investigativo y como protagonistas históricos, por otras.

A estos aspectos fundamentales se dedica, necesariamente, el resto del trabajo, más aun tomando en cuenta que son tópicos relativamente poco tratados en la literatura crítica. Pueden analizarse ordenadamente de la siguiente manera:

1. Estudiando las relaciones recíprocas entre sentido común, ciencia, comunicación y acción política.

2. Examinando la interpretación de la realidad desde el punto de vista proletario, según “categorías mediadoras específicas”.

3. Estudiando cómo se combinan sujeto y objeto en la práctica de la investigación, reconociendo las consecuencias políticas de ésta combinación.

Analizaremos cada uno de estos tres problemas, en lo que toca a la experiencia colombiana objeto del presente estudio.

1. Sobre el sentido común

Algunas de las investigaciones regionales emprendidas se inspiraron, inicialmente, en una concepción casi romántica de “pueblo”, hasta el punto de inclinarse a ver en las opiniones y actitudes de éste toda la verdad revolucionaria. Esta tendencia, obviamente errónea, de creer que “las masas nunca se equivocan” provenía de escuelas políticas en que se había enfatizado la identificación personal del estudiantado y de los intelectuales con las masas, demandando demostraciones palpables del compromiso, tales como callos en las manos, y una forma de vida franciscana a tono con la pobreza de los tugurios, caseríos rurales en que se hacía el trabajo. En la práctica este “masoquismo populista” no llevó a ninguna parte: no era ésta la mejor forma de vincularse con las masas trabajadoras, por no ser intelectual no humanamente honesta, y por pecar de un objetivismo extremo que, en el fondo, corresponde a la intelectualidad pequeño-burguesa (Mandel, 1972:51- 61).

Pero evidentemente, como reacción al intelectualismo académico del que venían muchos investigadores, se quiso probar la potencialidad científica de la vinculación con las bases, creando grupos de referencia constituidos por campesinos, obreros e indígenas (Fals, 1976:58-61; Gramsci, s.f.:81). La meta era reducir la distancia entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, para que los obreros, campesinos e indígenas no siguieran subyugados espiritualmente a los intelectuales. Se quería estimular sus cuadros más avanzados para que asumieran por lo menos algunas tareas investigativas y analíticas que se consideraban monopolio de los técnicos o burócratas.

Como no había plena claridad en cuanto a la orientación ideológica de los trabajos –excepto una idea muy general y algo ingenua de compartir la búsqueda de la conciencia proletaria con las bases–, pronto surgió el celo partidista para hacer ver que este tipo de trabajo de “intelectuales independientes” era “voluntarista”, por relegar a segundo plano a los activistas y a los cuadros políticos organizados (investigadores-militantes). Estas dificultades políticas, impidieron la realización plena de aquellos principios metodológicos, en estos casos.

La primera inspiración de este tipo de trabajo –quizás no muy bien interpretada– iba en otra dirección que no era la de hacer competencia a los partidos o sus cuadros: era la de la experiencia pedagógico-política directa con las clases trabajadoras. Su origen era Gramsci y su tesis de que es necesario “destruir el prejuicio de que la filosofía es algo sumamente difícil por tratarse de una actividad propia de determinada categoría especializada de letrados”.(27)

Por el contrario, se creía, con él, que existe una “filosofía espontánea” con-tenida en el lenguaje (como conjunto de conocimientos y conceptos), en el sentido común y en el sistema de creencias o folclore que, aunque incoherente y dispersa, tiene valor para articular la praxis a nivel popular. Gramsci señalaba como una debilidad mayor de las izquierdas el “no haber sabido crear la unidad ideológica entre los de arriba y los de abajo (como se había hecho en la Iglesia Católica), entre los sencillos y los intelectuales”, punto de vista de gran importancia para romper con la tradición académica e implementar el compromiso de los intelectuales. Además, para el mismo autor, “toda filosofía tiende a convertirse en sentido común de un ambiente asimismo restringido (el de todos los intelectuales)”, lo cual vino a relativizar el problema y a reforzar la decisión de aquellos grupos de investigadores de vincularse a las bases en las regiones (Gramsci, s.f.:69-79). (28)

Por supuesto, ni Gramsci ni los investigadores aludidos trataban de introducir una ciencia nueva en la vida individual de las masas. Querían dar utilidad crítica a la actividad ya existente, haciendo que la “filosofía de los intelectuales” tomara en cuenta con mayor fidelidad las realidades encontradas y fuera como la culminación del progreso del sentido común; porque como lo sostiene el mismo Gramsci, el sentido común implica un principio de causalidad serio, que se desarrolla quizás de una manera más exacta e inmediata que la ofrecida por juicios filosóficos profundos o por observaciones técnicas sofisticadas. En esto se registran casos anteriores importantes, basados en la transformación de experiencias cotidianas en conocimiento filosófico o científico, el de Kant, por ejemplo, cuyas interpretaciones newtonianas en su Crítica de la Razón Pura, van selladas por una racionalidad que no era otra cosa que el sentido común de su época (Wright Mils, 1969:111) o el de Galileo, cuya “teoría del ímpetu” expresada en sus primeros escritos sobre la mecánica (Motu ) era la expresión de la opinión común sobre el movimiento, a partir del siglo quince (Feyerabend, 1974:63,189). (29)

Veamos cómo se tradujo el principio del sentido común a la realidad del trabajo de campo regional en Colombia, recordando, nuevamente, la naturaleza experimental y preliminar de esas labores.

Primeramente había que tomar en cuenta el saber y la opinión experimentada de los cuadros y de otras personas informadas de las regiones y localidades. Esto se refería ante todo a los problemas socioeconómicos regionales y sus prioridades, en lo cual la confianza de los investigadores fue retribuida con creces. La riqueza factual de la experiencia campesina se reflejó en la organización de acciones concretas, como las tomas de tierras; en la vida; sobre la adopción de costumbres y prácticas nuevas en el medio tradicional, y sobre la utilización de la botánica, la herbología, la música y el drama en el contexto regional específico. En estas actividades, como en otras, se registraron muchos más éxitos que fracasos, lo cual confirmó la secular convicción sobre las posibilidades intelectuales y creadoras del pueblo.

Luego, había que llegar con ideas e informaciones a las bases e ilustrar o modificar el sentido común para convertirlo en “buen sentido” (Gramsci). Este problema enfocaba la tesis más general del destino del conocimiento. Por lo que viene explicado, la investigación activa no se contenta con acumular datos como ejercicio epistemológico, que lleve como tal a descubrir leyes o principios de una ciencia pura, ni hacer tesis o disertaciones doctorales, porque sí. Ni tampoco investiga para propiciar reformas por más necesarias que parezcan, o para el mantenimiento del statu quo. En la investigación activa se trabaja para armar ideológicamente e intelectualmente, a las clases explotadas de la sociedad, para que asuman conscientemente su papel como actores de la historia. Este es el destino final del conocimiento, el que valida la praxis y cumple el compromiso revolucionario.

Como mucho de la información se originaba en el terreno, con las bases, el asunto planteaba la devolución de ese conocimiento a las bases. Esta devolución no podía darse de cualquier manera: debía ser sistemática y ordenada, aunque sin arrogancia. En esto se trató de seguir el conocido principio maoísta, “de las masas, a las masas” (ver nota 11). También se prestó atención a la experiencia vietnamita sobre la utilización de la cultura popular para fines revolucionarios (Mao, 1968, III: 119; Chinh y Giap, 1972:55-58).

El principio de la “devolución sistemática” fue uno de los que más energías desató y más polémicas suscitó, quizás por tocar con elementos obvios que muchas organizaciones gremiales y políticas habían relegado a segundo plano, no obstante su importancia. Porque asegurar la comprensión de lo que uno hace, dice o escribe, puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso en un movimiento político o social. Hasta un filósofo ilustrado como Fichte se preocupó por la comunicación de sus ideas, y no tuvo reparos en “traducir” algunos de sus complicados tratados para “obligar a comprender al lector”, como él mismo dijo, con una “exposición clara como la luz del sol, al alcance del gran público” (1801).

El esfuerzo de comunicarse implica, por lo menos, reconocer las posibilidades de comprensión de nuevas ideas por las bases, si no todos los hombres no son filósofos formales, por lo menos los espontáneos abundan decía Gramsci. En los casos colombianos, el problema radicaba en cómo llegar a las bases, no con simple información periodística o educacional (con lo que podían ya estar suficientemente bombardeada) sino con conocimiento científico de la realidad que les creara conciencia de clase revolucionaria y disolviera la alienación que les impedía entender la realidad y articular su lucha y defensa colectiva (Mandel, 1974: 61-69). (30)

Se ensayaron, en consecuencia, actividades diseñadas a romper, aunque fuera parcialmente, la barrera cultural con las bases campesinas, obreras e indígenas. Se trató de ajustar aquellos principios y técnicas de comunicación a la situación colombiana, reconociendo que el nivel de desarrollo político y educativo de los grupos de base era bastante deficiente.

Se aplicó, pues, la regla ya señalada, de comenzar trabajos al nivel de concien-cia política de las bases, para llevarlas sucesivamente al “buen sentido” y a la conciencia revolucionaria de clase. Esta ingente tarea hubo de quedar inconclusa a nivel nacional y regional por diferentes causas, algunas de las cuales se especifican más adelante, la más importante de las cuales fue el hecho de que los investigadores activos, como tales, no podían asumir ningún papel como vanguardia política, aunque hubiese, en efecto, un vacío en este campo.

No obstante, la experiencia pedagógica-política pudo desarrollarse en algunos aspectos:

Estos estudios se plantearon en consulta con las bases (sus cuadros más avanzados ante todo), tomando en cuenta lo dicho sobre la experiencia popular, la determinación de prioridades y metas de los grupos de base, y el control de la información. Así se publicaron, con el acuerdo de las bases y buscando simplicidad de expresión, libros como la “Historia de la cuestión agraria en Colombia” (1975), “Modos de producción y formaciones sociales en la Costa Atlántica” (1974), “La cuestión indígena en Colombia”, por Ignacio Torres Gi-raldo (1975), “María Cano, mujer rebelde”, por Ignacio Torres Giraldo (1973), “En defensa de mi raza” por Manuel Quintín Lame (1972), “Por ahí es la cosa” (1972) y otros similares.

Finalmente, como ya se sugirió, para todos los proyectos y niveles se trató de adoptar un lenguaje directo, claro y sencillo para la comunicación de resultados. Esto obligó a revisar conceptos y definiciones, como quedó también explicado, y a combatir el estiramiento científico-académico y la verborragia especializada, lo cual llevó a diseñar formas nuevas de publicación y producción intelectual más abiertas y menos esotéricas y descrestadoras.

En cuanto a los grupos de referencia populares que al principio se habían postulado como alternativas de los académicos e intelectuales, éstos se conformaron por cuadros dirigentes experimentados y de cierta capacidad analítica. Pero su influencia resultó ser más práctica que teórica, más política que científica. Aunque fueron bastante útiles, la discusión estrictamente científica hubo de seguirse realizando entre profesionales identificados con el trabajo investigativo que se estaba adelantando, a quienes se llevaban las impresiones –el sentido común– de las bases.

A pesar de las grandes dificultades encontradas, estas actividades tuvieron a veces desarrollos que, en algunos aspectos, fueron asombrosos. Las dificultades e incomprensiones en su realización fueron ante todo de naturaleza política, y podían haberse previsto al recordar los cargos hechos antes sobre “voluntarismo”. Pero la principal dificultad en el manejo e interpretación de estos elementos de educación, comunicación y politización parece que estribó en olvidar parcialmente el proceso dialéctico que la praxis implica, para llevar a las bases populares principios ideológicos y conocimientos ordenadores de su propia experiencia que les permitieran avanzar en la transformación de su mundo (32). En otras palabras, las bases envueltas en estos trabajos avanzaron ideológicamente, pero no suficientemente, porque la filosofía y el conocimiento, resultantes de la investigación activa no se tradujeron, a ese nivel, en un sentido común más ilustrado, ordenado y coherente, en un “buen sentido”, que llevara a un nivel de acción política superior al existente. Se logró información para las bases, se obtuvieron datos científicos, se hicieron publicaciones y se impulsaron movimientos; pero el trabajo no cristalizó en organismos superiores o en tareas más ambiciosas de transformación social.

Esta tarea superior fue imposible hacerla a los grupos que ejecutaron la investigación-acción porque implicaba recursos de organización política y permanencia institucional que no tenían: desde el principio habían quedado sueltos, como cuadros espontáneos. Ni tampoco fue posible articular firmemente esta tarea con partidos revolucionarios existentes, aunque hubo varios intentos positivos, a causa de desconfianzas mutuas que luego se encontraron irracionales.

Aún así lo poco que se hizo en este campo pedagógico-político destacó la importancia de entrar al aparato de convicciones de las bases y de sus dirigentes para disponerlos a actuar, y actuar con eficacia: parecía ser una manera pertinente de convertir la “psicología de clase” que se encontraba, en conciencia de clase; el ayudar a transmutar la “clase en sí” en “clase para sí” (Lukács 1975:55, 83, 223, 225; Feyereband 1974: 82). Que sepamos, no se ha advertido aún otra forma mejor de convertir el sentido común en conocimiento científico, ni darle los elementos dinámicos necesarios para su propia superación política. En este campo, el reto continúa; pero este reto es, mucho más para los partidos revolucionarios de izquierda como tales, que para los intelectuales comprometidos. (33)

Sobre la ciencia del proletariado

Cuando se iniciaron los experimentos de investigación-acción en 1970 (como dijimos en la primera sección de este estudio), al rechazar la tradición sociológica positivista y académica se empezó a distinguir entre “ciencia burguesa” y “ciencia del proletariado” a la manera crítica acostumbrada por los intelectuales de izquierda. Era evidente que la interpretación dominante de la realidad y del mundo en Colombia –con su propia ciencia e ideología- era y sigue siendo la de la burguesía, dominio que, desde finales del siglo dieciocho, viene combinando con el triunfo de los movimientos políticos liberales que la revolución industrial hizo posible. Esta observación elemental había enseñado objetivamente que tales interpretaciones de la realidad y del mundo vienen condicionadas por procesos impulsados por intereses de clase, esto es, por fuerzas históricas motoras que impulsados por intereses de clase, esto es, por fuerzas históricas motoras que impulsan los acontecimientos en la realidad. Así como la burguesía hizo su revolución –incluyendo su ciencia como elemento coadyuvante– podía deducirse que es posible configurar una contra sociedad en la cual la clase social determinante sea aquella opuesta a la dominante, en este caso y por definición, el proletariado. Es, entonces, fácil concluir que el proletariado como clase también puede desarrollar e imponer su propio sistema de interpretación de la realidad, es decir, su propia ciencia.

Por las experiencias revolucionarias exitosas (la cubana, la china, la soviética la vietnamita y otras), se sabía que esta ciencia ha de ser concebida para entender las contradicciones del capitalismo y actuar sobre ellas, con elementos ideológicos capacitados para superar a éste. No se conoce hasta hoy otra concepción adecuada para fines que la propuesta con base en el materialismo histórico, cuyo desarrollo consecuente, sostenemos, ha sido y es la ciencia crítica. Porque el materialismo histórico, como filosofía de la historia, permite combinar el conocimiento con la acción: él mismo es acción. Al actual proletariado le corresponde, por lo tanto, adelantar una lucha en la cual coinciden la teoría y la práctica, tesis que ya aceptamos como válida cuando estudiamos el concepto de praxis.(34)

Cómo definir y determinar este proletariado como actor de la historia, incluyendo en él a los propios intelectuales que hubiesen adoptado la ideología proletaria, fue problema constante en el trabajo. Pero no se logró, evidentemente, proletarios objetivos, y en la ciudad que eran, evidentemente, proletarios objetivos, y con ellos se estableció un contacto muy íntimo. De ellos se quiso reconocer y respetar su sabiduría popular y sentido común, para ver si, por allí, se podía desarrollar su propia ciencia; pero esto no dio resultados palpables. Había, evidentemente, una interpretación campesina y obrera de la historia y de la sociedad, como de sus ancianos informantes, de su tradición oral, y de sus propios baúles -archivos: era una interpretación distinta de la burguesa consignada en los textos conocidos de historia. Hubo casos estimulantes en los que se logró que diversos cuadros campesinos plasmaran, por escrito, sus concepciones ideológicas nuevas; estos escritos tuvieron un efecto positivo en la politización y creación de conciencia proletaria en otros compañeros, y sirvieron para delinear una “ciencia popular” como se postuló en 1972. Pero, en general, la voz de las bases tuvo acentos muy tradicionales que reflejaban el peso de la alienación a que los tenía sujetos el sistema capitalista: eran necesariamente personas educadas en, corrompidas por, la sociedad capitalista. Hasta los cuadros considerados avanzados muchas veces demostraron no tener conciencia clara de su acción en la historia, mucho menos capacidad para articular una interpretación científica de su propia realidad ni proyectarla hacia el futuro.

Así, con característica impaciencia, fueron los investigadores activos y sus aliados intelectuales quienes hubieron de definir lo que querían como “ciencia popular en contraposición a la burguesa, e inyectar su propia definición intelectual en el contexto de la realidad. Era como buscar un fantasma: a falta de uno, sintieron la necesidad de crearlo. Y el resultado fue una aplicación comercial del concepto de inserción en el proceso social, para “con el conocimiento al servicio de los intereses populares” y no ante todo derivarlo de las condiciones objetivas del proletariado, como hubiera sido teóricamente más correcto (Marx ١٩٧١:١٠٩,١٩١) (٣٥). No obstante, se llegó a proponer y aplicar pautas cooperativas de investigación con los grupos proletarios del campo, en que éstos tomaron un papel activo, en la solución de este problema.

En todo caso, ante la dureza de este problema real, los fundamentos de la orientación y validación del trabajo de campo y de la búsqueda científica siguieron siendo los del materialismo histórico y la praxis que éste implica. Como el materialismo histórico era patrimonio casi exclusivo de los investigadores activos e intelectuales comprometidos, éstos no tuvieron otro camino que compartirlo y difundirlo en la base como ideología, lo cual llevó a adoptar como “categorías mediadoras específicas” las que de manera clásica se exponen como postulados generales del marxismo. En esta forma, lo que se llamó “ciencia popular” tuvo que ser un calco ideológico de algunas tesis generales del materialismo histórico como se han desarrollado en diversos contextos y en diferentes formaciones sociales, es decir, se cayó en la más grande forma histórica del dogmatismo, que es la mímesis. (36)

Esta transferencia de conceptos y categorías dadas resultó acertada en algunos aspectos y desacertada en otros. En la práctica no se sintió que se hubiera enriquecido ninguna “ciencia del proletariado”, porque lo que se anticipó como “ciencia popular” no alcanzó, por aquel dogmatismo, a reflejar fielmente las realidades objetivas encontradas y, a veces, las distorsionó u oscureció, como ocurrió en las discusiones sostenidas entre los investigadores y con otros, sobre el papel y unciones de la vanguardia revolucionaria, el dogma de los cinco modos de producción, la superviviencia del feudalismo en Colombia y su relación con la formación social, el determinismo económico y la caracterización de la sociedad, que más que todo parecieron ser diálogos de sordos.

Un resultado ambiguo como este podía haberse previsto: la condición histórica y social de las masas colombianas parece que no da aún para formar y enriquecer el complejo científico y cultural propio de los intereses de las clases trabajadoras (frente a los de la burguesía) como acto de un sujeto histórico capaz de produce el futuro anticipando el resultado, es decir, capaz de ver y entender la realidad concreta del presente y construir así, conscientemente, su propia historia. No había que hacerse ilusionar sobre el material humano real con el que se contaba (aunque tendía a idealizarlo), y las opciones de lo aleatorio quedaban demasiado condicionadas por el sistema tradicional: la revolución en efecto, no es cosa de un día, y las fallas humanas de las bases y sus cuadros no dejaron de hacer su costosa irrupción.(37)

Así, la experiencia de búsqueda de una “ciencia del proletariado” quedó inconclusa y sin respuesta, en espera de que sucesivos intercambios, contactos y esfuerzos educativos disminuyeran el efecto de la ignorancia y la alienación tanto en el proletariado como en los intelectuales, para permitirles dar el salto cualitativo que les capacitara a todos para construir ese futuro y esa ciencia, y para liberarlos políticamente (38). De allí la renovada responsabilidad de aclaración y crítica que les compete a los cuadros revolucionarios contemporáneos en la praxis porque, como lo señala Hobsbawm, si los intelectuales no son necesariamente decisivos, tampoco sin ellos podrán las clases trabajadoras hacer la revolución, mucho menos hacerla contra ellos (Hobsbawm1973:264, 266). (39)

Sobre el Sujeto y el Objeto del Conocimiento

Como hemos visto, el paradigma de la ciencia social crítica estipula que la diferencia entre sujeto y objeto puede reducirse en la práctica de la investigación. La experiencia colombiana de investigación-acción tiende a comprobar esta tesis que, en verdad, no es nueva: ya Hegel había explicado cómo, en la idea de la vida, el dualismo de sujeto y objeto queda superado por el conocimiento, en una síntesis que se logra al reducir el segundo al primero (Hegel II: 671-674).

En consecuencia, el trabajo de campo en las regiones colombianas estudiadas no se concibió como mera observación experimental, o como simple observación con empleo de las herramientas usuales (cuestionarios, etc.) sino también como “diálogo” entre personas intervinientes que participaran conjuntamente de la experiencia investigativa vista como experiencia vital, utilizaría de manera compartida la información obtenida, y preparan y autorizan la publicación de los resultados en forma tácita y útil para las metas de los movimientos involucrados.(40)

Este entendimiento entre personas de distinto origen y, muchas veces, clase social, tuvo lugar cuando aquellas que se consideraba mejor preparada modificó la concepción de su papel sea como cuadro o como investigador- y adoptó una actitud de aprendizaje y de respeto por la experiencia, el saber y la necesidad de la otra, alistándose al mismo tiempo para conducirse a “expropiar” su técnica y conocimiento. Esta actitud comprensiva tuvo consecuencias políticas positivas, como se constató en el terreno. En efecto, cuando quiera que se tomó en cuenta al nivel real de conciencia de la situación encontrada (que tenían los miembros de las comunidades de base) como punto de partida para la acción, y no el nivel de cuadro mismo, cuya conciencia podía estar mucho más adelantada que la de las bases, se evitaron errores políticos por exceso de activismo o por ignorancia (41). Además se trató de evitar también (no siempre con éxito) decisiones unilaterales o verticales que podían oler a paternalismo y que, de pronto, habrían podido a ser formas que nuevas de explotación intelectual y política de las masas, formas que se querían combatir a todo trance.

La investigación así concebida –que era, en parte, “autoinvestigación”– llevó a una división del trabajo intelectual y político que tomó en cuenta los ni-veles de preparación, tratando de evitar discriminación o arrogancia en los cuadros. Por ejemplo, el análisis cuantitativo lo ejecutaba un cuadro avanzado, mientras que la entrevista directa, la grabación con ancianos, la búsqueda de documentos y retratos antiguos en los baúles familiares, o la fotografía, podían realizarlas otros menos entrenados. Lo principal en estos casos fue la plena participación de los interesados en el trabajo, y el conocimiento y control de la investigación y sus fines por parte de todos, especialmente por la organización gremial, en estos casos. Así se procedió en el terreno, con resultados que sobrepasaron toda expectativa. En muchas situaciones motivadas por la naturaleza de las luchas que se vivían, no habría sido posible adelantar estudios ni ganar conocimiento sino en esta forma “dialógica” en la que se disminuían las diferencias entre el sujeto y el objeto de la investigación.

Como los estudios que se realizaron en esta forma no eran simples ejercicios intelectuales sino que iban condicionados a la práctica política mediata o in-mediata, no podían verse sólo como producto de una síntesis entre sujeto y objeto. Había que verlos como un entendimiento entre sujetos y objetos activos que compartían la experiencia dentro de un mismo proceso histórico, en el fondo, actuando como un solo sujeto. Por lo tanto, había que plantearse el problema del sentido de la inserción que se realizaba en el proceso histórico, como efecto político sobre las masas y sus propios organismos.

En general, la experiencia colombiana dejó entrever que es posible realizar este tipo de estudio = acción por investigadores aislados cuando van en función de intereses objetivos de las bases o de sus gremios; pero que, obviamente, su efecto político cae en el vacío cuando el trabajo no es convergente con los de partidos u organizaciones políticas, o cuando no está directamente auspiciado e impulsado por éstas con sus investigadores militantes. En vista del peligro que esta definición podía presentar, cuando quiera que los investigadores activos se apartaron de esta regla hubo acusaciones de “espontaneísmo”, y el celo partidista con frecuencia agudizó situaciones o autorizó la persecución, la macartización y el “canibalismo” a los cuadros e investigadores que se consideraban responsables. Este choque producido por el sectarismo partidista, por una parte, y por el afán espontáneo e individual de participar en el proceso revolucionario, por otra, creó presiones para responder al impasse políticamente, es decir, para que los investigadores se constituyeran a su vez en grupo político. Pero, aunque se dieron algunos pasos en este sentido, a la larga no fue posible hacerlo por diversas razones: 1) Las diferencias sobre el enfoque de aparatos de comunicación (especialmente la revista “Alternativa”), llevaron a una dramática escisión en tales grupos, con efectos públicos adversos; 2) las bases campesinas y obreras se afectaron también por una división interna que agudizó contradicciones relacionadas con interpretaciones tendenciosas y personalistas sobre el trabajo regional y el origen económico de los aportes (ver nota 37); 3) en el momento de la decisión, algunos optamos por inclinar la balanza y guardar la distancia enfatizando el papel del científico comprometido dentro del proceso y no el papel del político pragmático y calculador que podían exigir las circunstancias. De cualquier manera, tales dilemas y tentaciones simplemente confirmaron la importancia básica, también ya aceptada, que en estas actividades teórico-prácticas tiene la organización, para desarrollar toda la potencialidad revolucionaria.

Sabido es que desde el punto de vista de los principios ortodoxos del marxismo-leninismo, “la organización es la forma de mediación entre la teoría y la práctica” (Lukács 1975:312; Gramsci sf,:76; Mandel 1974:61). Por lo tanto, la organización es la que debería disponer, en últimas, cómo ejecutar la investigación, cuando y con quienes; pues es la que controla opciones en lo táctico y juega con lo aleatorio del cambio en las coyunturas. Tal tesis es válida para aquellas organizaciones no fetichistas que conceden importancia a la investigación, porque aplican correctamente el principio leninista de que “sin teo-ría revolucionaria no puede haber acción revolucionaria”, y el maoísta de que “quien no ha investigado no tiene derecho a opinar” (Mao, 1968b:9; Colletti, parte II). Sin embargo, en el caso colombiano, se sentía muchas veces que no había mucho más que un reconocimiento ritual a tales principios, y que casi todas las energías y los recursos organizativos se dedicaban a la acción directa. Semejante solución, aunque respetable, desde muchos puntos de vista, no parecía conveniente para el proceso revolucionario general, espe-cialmente en sus aspectos estratégicos de formación de una contrasociedad fuerte y convencida. Pero el proceso fue enseñando: los sucesivos golpes de un enemigo de clase mejor informado por estudio y la investigación científica llevaron a algunos de aquellos grupos activistas y partidos a reconsiderar su posición. En estos casos, la experiencia en el proceso condujo en Colombia a formas más maduras de mediación entre la teoría y la práctica, que ya no pueden ignorar los principios metodológicos de la investigación-acción y la ciencia social crítica, como aquí se ha esbozado.

El adentrarse en el saber popular y el intercambio con la experiencia de base sobresalen así como necesidades tácticas. El sentido común y la formación de una opinión pública basada en la conciencia de clase consciente de su verdadera historia, son elementos a considerar seriamente, por las posibilidades que ofrecen de crear y enriquecer una eventual ciencia del proletariado. La comprensión dialéctica de sujeto-objeto en la praxis va al corazón de este problema, por cuanto toma en cuenta el desarrollo social y político de las masas.

Como ya se sabe, son las bases organizadas no es posible el cambio revolucionario y la construcción del futuro; ni tampoco sin ellas es posible la adquisición del conocimiento científico necesario para tareas tan vitales. Evidentemente, serán científicos más consecuentes, eficaces y productivos, si mantienen el equilibrio, el ritmo y la dialéctica de esta posición, y si la organización política les estimula, acoge y respeta como tales.

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Notas

(1) Varias instituciones colombianas realizaron experiencias de investigación-acción desde 1970, pero la más conocida, por diversas razones fue la Fundación Rosca de Investigación y Acción Social (1970- 1976), a la cual perteneció el presente autor. Entre publicaciones más importantes o difundidas: Fundación Rosca 1972, 1974ª, 1974b, y 1975. Debe distinguirse a la “investigación-acción” de la “investigación militante”, que es aquella realizada por cuadros científicos dentro de marcos partidistas y sujetos a las pautas y necesidades de su respectiva organización.

(2) Sobre los paradigmas de la ciencia hemos seguido las teorías de Kuhn 1970: 23, 281-187, especialmente en cuanto tienen que ver con la formación del conocimiento y la instauración de nuevos paradigmas (“ciencia extraordinaria”).79

(3) En efecto como señala Lukács, había desde la fuente un cierto acondicionamiento producido por el ideal cognoscitivo de las ciencias naturales que, al aplicarse al desarrollo social, se convertía en un arma ideológica de la burguesía (Lukács 1975:12).80

(4) Un principio tan obvio cuán fácil de olvidar, a pesar de las razones claras y elementales expuestas por epistemólogos como Rickert, cuando habla de una “oposición material (real)” entre naturaleza y cultura, para explicar la vieja distinción entre “ciencia de la naturaleza” y “ciencia del espíritu”, lo cual le llevó a reconocer una “oposición formal” entre el método naturalista y el método histórico que él consideraba propio de la ciencia cultural (Rickert 1943:46-47). Ver las reservas que hace al respecto Colletti 1976:37-38.

(5) Esta tesis se había venido enfatizando ya en algunas escuelas y desde Marx, para el estudio de la sociedad humana y de la cultura: recuérdese como Karl Marx, en el Prefacio a la primera edición de El Capital, al compararse con los físicos, subraya que la sociedad no es un “cristal fijo” sino una entidad que hay que ir “entendiendo continuamente en el proceso de transformación”. Cf. También a su Carta a Mikhailovsky sobre el método histórico de investigación (1887).81

(6) Tal es el “principio del impulso” A-B adaptado por Lenin a discutir las tesis de J. Petzoldt, para explicar las diferentes opiniones D.C.F que pueden tomarse en la realidad, lo que se explicaría discutiendo entre “lo fortuito y lo necesario” en la acción social: Lenin 1974: 152-154. (Agradezco a René Zavaleta el haber llamado mi atención a este aspecto del planteamiento leninista).

(7) En esta misma categoría colocamos los intentos de la “antropología de la acción” propuesta en la década de 1950 por Sol Tax; y en parte, los ensayos de “etnometodología” realizados por H. Gar-finkel, aunque de éste son dignas de recogerse las premisas prácticas que retan o condicionan la “la ciencia norma” de su época. Véase el interesante artículo de Freund y Abrams 1976:377-393.83

(8) “Practicar, conocer, practicar otra vez y conocer de nuevo. Esta forma se repite en infinitos ciclos, y con cada ciclo, el contenido de la práctica y del conocimiento se eleva a un nivel más alto. Esta es la teoría materialista dialéctica del conocimiento… y de la unidad sobre el saber y el hacer” (Mao 1968, Tomo I: 331).84

(9) No hay que dejarse confundir en cuanto al “empirismo” ciego. Este problema fue aclarado por el mismo Marx en 1880, con su “Encuesta obrera”. Por ejemplo, los cuestionarios adecuados pueden ser, al mismo tiempo, elementos de politización y de creación de conciencia de clase, como puedo hacerlo Marx en el fraseo de sus preguntas (Bottomore y Rubel 1963: 210-218).85

(10) Este es un postulado tan antiguo como el mismo conocimiento humano, primero articulado por la filosofía griega y revivido por Descartes. Hoy lo confirman muchos pensadores y científicos naturales. La misma tesis fue planteada por Engels como la “ley del movimiento”, cuya ciencia es la dialéctica en el desarrollo de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento (Engels 1935: 144-145; Lenin 1974: 165-166, 251). Estos principios derivan más de Aristóteles que de Newton, pero no son por ello menos vigentes o actuales.

(11) Lukács recuerda estas categorías kantianas, al ser tomadas por Hegel, no se contraponen sino son “correlatos necesarios”; en lo que coloca en su propio contexto lo que, basado en Engels, sostiene Lenin (Lukács 1975:179; Hegel. II: 4647,479, sobre la realidad).

(12) Es posible que éste sea un defecto intrínseco de toda definición, que la hace incorregible cuando cambian los marcos de referencia: en este caso todo debe caer junto con las definiciones. Cf. Lo ocurrido en las ciencias físicas (Kuhn 1970: 183-184). Hegel había señalado cómo la definición “reduce la riqueza de las múltiples determinaciones de la existencia intuida a los momentos más simples”, así como otros limitantes que con frecuencia se olvidan (Hegel, II: 700-701).

(13) Cf. El análisis convergente que, de este problema de la falta de coincidencia entre agrupacionespolíticas radicales y la visión científica global del desarrollo, presenta Moura 1976:69. La fetichización es evidente cuando los grupos o partidos políticos empiezan a buscar a todo trance el “Palacio de Invierno” en los contextos locales, cuando sacrificándolos a fines meramente tácticos, etc.

(14) Kuhn 1970:149, muestra el peso del aparato conceptual y del vocabulario en la reformulación de relaciones dentro de nuevos paradigmas, con su consecuente aplicación a la realidad. Yotro autor crítico nos recuerda que los “concepto, al igual que las percepciones son ambiguos y dependen de las anteriores experiencias de la persona, su educación, de las condiciones generales del medio”, así como del vocabulario y del “idioma observacional” (Feyerabend 1974: 618-619, 125-126).

(15) Karl Marx, palabras finales a la segunda edición alemana de El Capital 1973; y Prefacio a la pri-mera edición alemana de El Capital, parte final 1867. Hay que subrayar que el propósito de Marx era “descubrir la ley económica del movimiento de la sociedad moderna”, en sus propias palabras, y no una ley general o eterna.

(16) “Cada fase del desarrollo de la ciencia añade nuevos granos a esta suma de verdad absoluta; pero los límites de la verdad de cada tesis científica son relativos, tan pronto ampliados como restringidos por el progreso ulterior de los conocimientos” (Lenin 19744:126-126). Sin embargo, Lenin (inspirado en Engels) no dejó de sostener la existencia de “leyes objetivas” en la naturaleza, como la de las estaciones, pero éstas son más bien procesos causales o necesidades naturales. Las tesis sobre la verdad absoluta y relativa fueron también adoptadas por Mao Tse-tung 1968ª.

(17) . Plantear los “hechos” puros o simplemente empíricos es cosificar la realidad y abandonar el método dialéctico, sostiene Lukács 1975: 236-239. Lo correcto es tratarlos como lo hace Rosa Luxemburgoen ¿Reforma social o Revolución? Donde las tendencias se convierten en hecho, pues estos en simismos “constan de procesos” (Marx, III, I: 316). Norman Birnbaum recuerda el “Moynihan Report”sobre desarrollismo como un caso de “investigación activa” de este tipo (Birnbaum 1974:209).

(18) Siguiendo a Rickert y otros, no consideramos al materialismo histórico como ciencia al mismo nivel de las otras, sino como filosofía de la historia, en lo cual creemos que somos fieles a los pro-pósitos de Marx, quien, como se sabe, sólo habló de los “fundamentos materialistas” de su método de investigación (en realidad la designación no es de Marx, sino de Engels); (Rickert 1943: 185). Véase también Bottomore y Rubrl 1963: 35-36; Mandel 1972: 46, 56.

(19) Solari, et. Al., señalan con justeza la “pobreza de la discusión epistemológica en América Latina” y la poca atención que prestamos a los aportes de la “Escuela de Frankfurt”, especialmente en los ojos que tuvimos la polémica sobre “ciencia, crisis y compromiso” (168-170). En efecto, sólo se leía a Marcuse, mientras que otras obras pertinentes, como las de Horkheimer y Habermas, sólo se conocieron en inglés o español después de 1970.

(20) Tienden a confirmarse así las tesis generales de Kuhn sobre pautas formativas en paradigmas científicos Kuhn 1970: 84-85.** esta cita no aparece en el cuerpo del texto original, al menos en el material utilizado para esta antología; se sitúa en esta parte por conocimiento de las tesis kuhnianas.

(21) Véase también la discusión sobre los títulos que puede tener la investigación-acción como nuevo paradigma, presentada por Moser 1976: 357-368.

(22) “El punto de vista de la vida, de la práctica, debe ser el punto de vista primero y fundamental de la teoría del conocimiento” (Lenin 1974:133). La cita sobre la realidad proviene de Lukács 1975:261.

(23) Dentro de las izquierdas colombianas, sólo el Partido Comunista ha tenido una política fija de investigación socioeconómica relacionada parcialmente con sus trabajos; publica Estudios marxistas con textos de sus investigadores -militantes. Agrupaciones socialistas empiezan a hacer lo mismo. Y ha habido estudios pertinentes anteriores de marxistas como Luis E. Nieto Arteta, Ignacio Torres Giraldo y otros (Causa popular 1972:70-71). En este sentido, se ha olvidado con frecuencia que las vinculaciones entre la teoría y la práctica son evidentes para quienes han desarrollado la ciencia y las técnicas modernas como bagaje de la burguesía dominante o para la defensa del statu quo. Su gama corre desde la izquierda hasta la derecha política: cf. Moser 1976:366 y sus referencias (Clark 1962). Norman Birnbaum recuerda el “Moynihan Report” sobre desarrollismo como un caso de “investigación activa” de este tipo (Birnbaum 1974:209).

(24) Hegel II: 622, 657-663, 674-680, establece la relación entre la teleología del hombre y la autofi-nalidad de la naturaleza que el hombre utiliza en su trabajo. Cf. Mandel 1972:1947.

(25) También “humanengineering” a la Kurt Lewin, o la “ciencia aplicada”, como sea entendido normalmente. Cf. Habermas 1974: 263-267, sobre el “aislamiento positivista de la razón y de la decisión”. Una de las primeras discusiones sobre las “Tesis” como la clave de la obra de Marx, y su traducción a una “filosofía de la práctica” (praxis), es la de Gentile 1899, citado por Bottomore y Rubel. Cabe señalar aquí que existe, efectivamente, una “filosofía de la praxis” relativamente desarrollada por Lenin, Gramsci, Lukács y otros, pero que no ha avanzado mucho más allá de la Tesis sobre Feurbach como criterio de orientación o validación; mientras que no hay como tal una “metodología de la praxis”, a menos que ésta se traduzca, como intentamos hacerlo aquí, a elementos de la investigación activa con la orientación del materialismo histórico. Es decir, no alcanzamos a advertir en la idea de praxis ningún elemento que permita convertirla, en sí misma, en una categoría analítica.

(26) No parece necesario elaborar más este punto. Para el efecto consúltese las observaciones convergentes que al respecto hacen Kuhn 1970: 52, 141 y 147 (la distinción artificial entre hecho y teoría) 33-34 (la acción simultánea de la experimentación y la formación de la teoría); Habermas 1974: 78-79 (la filosofía de la historia como guía de la praxis y el sentido político de ésta); Lukács 1975:21-22 (punto de partida de la práctica), 263,c347 (de teoría de la práctica o teoría de la práctica); Fichte 1913, I.79 ( sobre la práctica y la reflexión), Gramsci sf.: 72-74 (sobre el nexo teoría-práctica, sus relaciones con el sentido común y el papel de la comunidad científica); Althusser 1973: 36 (prioridad de la práctica sobre la teoría y del ser sobre el pensar); otros.

(27) “Todos los hombres son filósofos” (Gramsci s.f.: 61).

(28) En cambio para Fichte la “filosofía popular” va llena de errores porque no logra “presentar la prueba de las cosas como hechos” y no puede “llegar a comunicarla” (Fichte 1913, II: 46).

(29) Al político norteamericano Adlai Stevenson se le atribuye el siguiente pensamiento: “En la gente sencilla hay visión y propósito. Muchas cosas se revelan a los humildes que se esconden a los grandes. Espero recordar las grandes verdades que son tan obvias (entre los sencillos) cuanto que en otras partes se oscurecen” (Time, enero 24 de 1977: 17).

(30) Este conocimiento científico, evidentemente, es el producido por los investigadores activos y militantes comprometidos con las bases según principios metodológicos expuestos en estudio.

(31) El presente autor, fue de opinión de organizar dos revistas, una como venía y otra para las bases, en lo que contó con el acuerdo del escritor García Márquez, vocero de la contraparte; pero este arreglo fue rechazado por el nuevo grupo editorial de Bogotá, que había asumido, equivocadamente, una actitud triunfalista. La fórmula intermedia de Alternativa del Pueblo falló muy pronto, a los seis meses. La otra Alternativa (del grupo García Márquez), suspendió temporalmente en diciembre de 1976, luego de un recorrido meritorio como crítico de la sociedad y del Estado colombiano. Reanudó la publicación en abril de 1977.

(32) De aquí el conocido debate sobre la “inyección ideológica” desde fuera de las bases populares, que resolvió Lenin adoptando a política de intelectuales y cuadros de partido, siguiendo los lineamientos de Marx y Engels sobre la teoría de las clases sociales; V. I. Lenin 1944, I: 121. Cf. Moura 1976: 106-108. Esta política, no obstante puede enriquecerse con el “diálogo” que sobrepasa las diferencias entre sujeto y objeto e impide la imposición unilateral de arriba abajo, del nuevo cono-cimiento o de la nueva ideología (véase la sección siguiente).

(33) Una posibilidad es estudiar a fondo la interpretación fisiocrática del sentido común como “opinión pública”, formada ésta por una inflexión colectiva guiada por filósofos idóneos, y como una aplicación concreta de la praxis (control político y acción social); cf. Habermas 1974: 74-81.

(34) Lukács ha definidolas funciones ideológicas del materialismo histórico como arma del proletariado: juzgar el orden social capitalista y revelar su esencia, como señalamos antes. En estas circunstancias, “el conocimiento lleva sin transición a la acción” (Lukács 1975:90-91).

(35) “A medida que la lucha del proletariado toma forma con mayor claridad (los teóricos) no tienen más necesidad de encontrar una ciencia en sus propias mentes; sólo tienen que observar lo que ocurre ante sus ojos y hacerse sus vehículos de expresión”, para llegar a ser “ciencia revolucionaria” Marx 1971: 109, 191.

(36) Según lo concebido por Platón; cf. Lukács 1975: 261. Sobre las categorías mediadoras específicas”. Lukács 1975: 201.

(37) Este es tema para otro estudio. El presente autor trabajó bajo el supuesto de que puede crearse una conciencia y una moral revolucionarias que determinen el uso del dinero y otros recursos materiales necesarios para las tareas. Mucho de la crítica que se hizo al efecto corruptor del dinero, la ayuda externa, etc., tuvo visos de moral pequeño burguesa con elementos de falsa o mala conciencia, como se hizo ver, inútilmente, en repetidas ocasiones (Fundación Rosca 1976: 39-45). Estos experimentos en investigación-acción fueron apoyados económicamente por una gran diversidad de instituciones que iban desde las cívicas de países neutrales o socialistas (como el SIDA en Suecia) hasta la campaña Solidaridad de Holanda y el Comité Nacional de AUTO-Desarrollo de los Pueblos, de Estados Unidos. Ninguna de estas instituciones impuso condiciones al uso de los fondos recibidos.

(38) Es posible desarrollar dirigentes marxistas de base, si seguimos la experiencia de Gramsci, que estipula “trabajar para promover élites de intelectuales de nuevo tipo surgidos directamente de las masas, que permanezcan en contacto con ellas para convertirse en el núcleo básico de expresión” (Gramsci, s.f. 81). Mandel 1974: 63-67, y sus tesis sobre los “obreros avanzados”; Fals 1975: 46.

(39) Es cuestionable si en otros países, aún en algunos desarrollados, lasituación ideológica del proletariado sea mejor que en Colombia. El desempeño histórico del proletariado en los países capitalistas avanzados, como se sabe, es una de las paradojas más agudas de, marxismo actual, aún tomando en cuenta que en Europa aparecieron obreros-filósofos de categoría, como Joseph Dietzgen, a quien alabó Marx y de cuyos escritos tomó Lenin algunas de sus principales concepciones ideológicas. El marxismo ha sido allí más bien un movimiento de la alta intelectualidad, desde finales del siglo XIX, cuando empezó a imponerse en los medios académicos y científicos; cf. Bottomore y Rubel 1968: 44-63: Colletti 1976: 54 (sobre transformación de Luckács de ideólogo revolucionario en Profesor universitario).

(40) El concepto de “diálogo” tiene dimensiones revolucionarias en este tipo de contacto, como lo expone Freire 1970; 83-84. Supone descubrir la realidad objetiva y crear conciencia sobre la situación para eliminarla opresión; véase también la opinión de Gramsci, cf. 89-91; sobre la relación pedagógica. Experiencias pertinentes en educación de adultos son hoy materia de reflexión, como el “participatory research”; convergence 1975: 24-78.

(41) En esta forma podría interpretarse la organización de lo que se llamó “baluartes de autogestión campesina” en Colombia como parte de la organización de Usuarios Campesinos; véase Fals 1975:143-144. Recuérdese también el consejo de Mao Tse-tung a sus “trabajadores de la cultura”: “En todo trabajo que se realice para las masas, se requiere partir de sus necesidades y no del buen deseo de un individuo--- he aquí dos principios: uno, las necesidades reales de las masas, y no necesidades imaginadas por nosotros, y otro, los deseos de las masas y las decisiones que toman ellas mismas, y no las que tomamos en su lugar” (Mao 1968b, II: 186-187).


1* Esta constituye una textual y brevísima síntesis (preparada especialmente para la actual SEPARATA) del artículo “Orlando Fals Borda: Sociología del Compromiso” escrito por Gonzalo Cataño y publicado en esta revista en el año 2008. (Espacio Abierto, vol. 17. nº 4. Pp. 549-467)

2* Tomado de: FALS BORDA, Orlando. (1978). El problema de cómo investigar la realidad para transformarla por la praxis. Colombia: Tercer Mundo. CAPÍTULO 4