Clivajes identitarios, inseguridad y medios: una mirada intergeneracional

Brenda Focás

Resumen

Este articulo propone un recorrido por las distintas formas en que la inseguridad como problema es experimentado y transitado de diferentes formas según las generaciones. A partir de 75 entrevistas en profundidad realizadas en la Ciudad de Buenos Aires, el articulo rastrea, en primer lugar, los principales cambios en las prácticas y en los comportamientos preventivos del delito en tres grupos etarios: adultos mayores, adultos y jóvenes. En segundo lugar, se propone una mirada sobre el género y el temor al delito, dando cuenta de la particularidad de las mujeres jóvenes. Por último, tomando la dimensión de la generación como variable explicativa, el texto se sumerge en la recepción de noticias de delito y de inseguridad considerando las variaciones intergeneracionales en el consumo de este tipo de información y su incidencia en la vida cotidiana

Palabras clave: Generación; Inseguridad; Medios de Comunicación; Recepción de noticias; Prácticas preventivas; Riesgos

Universidad Nacional de San Martín. Buenos Aires; Argentin.

E-mail: bfocas@unsam.edu.ar

ORCID: 0000-0002-1749-6757

Recibido: 21/04/2021 Aceptado: 08/07/2021

Identity Cleavages, Insecurity and News Media: An Intergenerational Perspective

Abstract

This article proposes a journey through the different ways in which insecurity as a problema is experienced in different ways according to the generations. Based on 75 in-depth interviews carried out in the City of Buenos Aires, the article traces, first of all, the main changes in crime prevention practices and behaviors in three age groups: older adults, adults and youth. Second, it seeks a gender approach to fear of crime, taking into account the particularities of young women. Finally, taking the dimension of generation as an explanatory variable, the text immerses itself in the reception of crime and insecurity news, considering intergenerational variations in the consumption of this type of information and its incidence in daily life

Keywords: Generation; Insecurity; Media; News consumption; Crime Prevention Practices; Risks

La inseguridad: entre los riesgos y la prevención del delito

Desde que la inseguridad se ha transformado en un tema de preocupación constante en la sociedad argentina, gestionar la seguridad en una acción más de la vida cotidiana. Esta preocupación atraviesa todas las clases sociales y también la dimensión generacional. Como ha mostrado Kessler en los últimos años, las personas han cambiado sus comportamientos incorporando acciones defensivas y elusivas, y contratando dispositivos y servicios con el objetivo común de lograr una sensación de control sobre las amenazas que se perciben, “intentando encontrar un equilibrio entre las precauciones y el mantenimiento de prácticas cotidianas” (Kessler, 2009:189).

En pocas palabras, gestionar la seguridad cotidiana implica utilizar estrategias preventivas para evitar ser víctima del delito. Prácticas elusivas, como evadir algunas zonas consideradas peligrosas, restringir salidas en ciertos horarios, optar por un camino en lugar de otro. También la implementación de estrategias defensivas, vinculadas con la instalación de dispositivos como alarmas, cámaras, rejas o contratación de servicios de vigilancia. Tanto las acciones (individuales y colectivas) como los dispositivos traccionan sobre el sentimiento de inseguridad y delinean nuevas formas de moverse por el entramado urbano.

En líneas generales, algo se considera riesgoso cuando implica la posibilidad de irrumpir en lo personal o social y de transformar la vida cotidiana de forma negativa. Si existen riesgos, debe haber prevención y en ese sentido, Castel señala la paradoja que asume la inseguridad en las sociedades contemporáneas. Cuantos más riesgos existen, más aumenta el sentimiento de inseguridad con respecto al futuro, y más incontrolable aparece el porvenir y más temor suscita. Sin embargo, como advierte el autor, es necesario contextualizar, ya que los riesgos y sus temores asociados no son los mismos hoy que hace cincuenta años. “El riesgo y la inseguridad son, como se dice, construcciones sociales que por consiguiente se definen y se viven en configuraciones históricas, sociales y políticas particulares que hay que considerar por ellas mismas” (Castel, 2013: 34).

En relación con este planteo, Douglas (1987) propone considerar el contexto cultural y social en el cual el riesgo es interpretado y negociado y rechaza la idea de que los sujetos realizan cálculos racionales en relación con su exposición al riesgo y sus consecuencias. Entonces, ¿cómo se configuran las percepciones de lo inseguro y lo riesgoso en las distintas generaciones? ¿Dónde reside el otro peligroso? Para avanzar sobre estos interrogantes, resulta fructífero el concepto de dangerizacion (Lianos y Douglas, 2000) que define la tendencia a percibir y analizar las categorías de las sociedades actuales a través de la amenaza tanto en la preocupación por la calidad de los alimentos como en la seguridad (en términos de potenciales sujetos amenazantes).

El interrogante que recorre el texto se centra en dilucidar los sentidos y experiencias que promueve la preocupación por la inseguridad en las distintas generaciones. Un primer acercamiento muestra que en términos generales el riesgo constituye uno de los pilares fundamentales en torno a los que las personas organizan sus rutinas, en tanto experiencias de incertidumbre. Lejos de un cálculo racional, el riesgo a ser víctimas del delito aparece como aleatorio y moralmente inaceptable, por lo que genera diversos sentimientos, como indignación, tristeza o ira, así como cambios constantes en los comportamientos preventivos. De lo que se trata, en definitiva, es de gestionar el riesgo: a partir de acciones, prácticas o la incorporación de dispositivos, el objetivo será disminuir las posibilidades de ser blanco del delito, y de ese modo, reforzar un sentimiento de seguridad mayor que permita moverse con relativa tranquilidad.

En la lógica del aseguramiento se consolida un nuevo paradigma según el cual vivimos en una sociedad donde existe una masa indeterminada de riesgos que puede ser manejada y predecible en algún grado, el delito es un riesgo más en las grandes metrópolis, imposible de erradicar, pero posible de prevenir. En este sentido, O´Malley define como prudencialismo a la lógica que impone al individuo la responsabilidad de administrar los riesgos que experimenta: los ciudadanos tienen que ser prudentes; ellos mismos deben protegerse contra las vicisitudes de la enfermedad, el desempleo, incluso el delito. Este enfoque que responsabiliza a la víctima se condice con la desinversión del Estado en materia de seguridad, y a su privatización a través del mercado. La comunidad también asume responsabilidades en las tareas de control y en este proceso, “la seguridad se transforma en responsabilidad de individuos privados a quienes, a través de la persecución del propio interés y liberados de la debilitante confianza del estado para proveerla, participarán en la creación de un nuevo orden” (O’ Malley, 2006:85). En Argentina, en un contexto con tasas de hechos delictuosos comparativamente estables (en relación con décadas anteriores) pero con porcentajes altos de miedo al delito, la gestión de la seguridad se convierte en un tema relevante para la sociabilidad diaria.

El concepto de generaciones en las ciencias sociales

Luego de esta introducción sobre los modos en que la inseguridad se transformó en una prioridad para los ciudadanos, resulta necesario problematizar otro concepto clave en este artículo: el de generaciones. La intención es que el lector/a pueda encontrar en estas páginas un acercamiento a los modos en que la inseguridad ha horadado en las distintas generaciones: adultos mayores, adultos y jóvenes. Se busca, de este modo, una mirada que pueda dilucidar las distintas prácticas y experiencias frente a un tema de preocupación cotidiana. Entendemos a la generación, como grupo de personas que comparten, más allá de la edad, un cierto tiempo histórico que las hace formar parte de un colectivo, considerando que ese tiempo histórico y la vivencia sobre eso, está atravesado por variables clásicas como el género y la clase social.

Leccardi y Feixa (2011), muestran que desde Auguste Compte y Karl Mannheim —pero también desde José Ortega y Gasset y Antonio Gramsci—, el concepto de generación ha sido un tema relevante en las ciencias sociales y las humanidades. Los principales debates se centran entre quienes consideraran la edad como un dato biológico desde una mirada positivista, frente a quienes postulan que la generación tiene que ver como un procesamiento social de las edades, una posición en el ciclo vital. Es decir, las interpretaciones y experiencias de las personas varían entendiendo que ese ciclo vital, dependiendo de la cultura, no tiene una correspondencia necesaria con una determinada edad biológica, sino con la forma en que cada sociedad y en cada contexto se procesa socialmente esa edad biológica.

Para este articulo resulta interesante recuperar la perspectiva de Mannheim quien entiende que un componente fundamental de los cuales surge el vínculo generacional es la presencia de acontecimientos que rompen la continuidad histórica y marcan un antes y un después en la vida colectiva (1993:195). Así, entendemos que la inseguridad irrumpe como un fenómeno que delimita un antes y un después en la vida de las personas, en especial para los adultos y adultos mayores. Los jóvenes como veremos más adelante establecen otros vínculos con la inseguridad que se vinculan con el cambio social. Este complejo entretejido de prácticas, caracterizado por un alto grado de reciprocidad, transita tanto de las generaciones mayores a las más jóvenes como en la dirección opuesta (Mannheim, 1993).

El concepto de generaciones resulta fructífero también para analizar los modos en que la prevención de la seguridad se ha convertido en un saber compartido en las distintas familias. A su vez, como mostraremos, existen similitudes y diferencias en las formas en que se aprehende, e impacta el tema para las familias que construyen colectivamente formas de comportamientos y creencias sobre los modos de gestionar la seguridad.

Apartado metodológico

Para esta investigación se realizaron 75 entrevistas en profundidad entre 2012 y 2016, en dos barrios de sectores medios y medios bajos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con altos índices de temor al delito, según la última encuesta de victimización del gobierno de la Ciudad1. Los entrevistados fueron segmentados por edad, jóvenes (15-25), adultos (30 a 50 años) y adultos mayores (de 50 años). La guía de pautas estuvo conformada por dos partes. En la primera las preguntas estaban orientadas hacia las percepciones de seguridad tanto del barrio como en el país, así como en las practicas preventivas y los dispositivos de seguridad implementados y el posicionamiento del tema en el escenario político actual. En la segunda parte, el cuestionario se centró en el consumo de noticias policiales y para ello los entrevistados fueron expuestos a algunas noticias vigentes en la agenda mediática semanal. También en algunas ocasiones que los entrevistados hacían referencia a alguna noticia se buscó en la plataforma Youtube para conversar sobre la misma. El fin de esta estrategia metodológica ad hoc fue dilucidar las interfaces entre las experiencias cotidianas con la inseguridad y el consumo de información.

Por otro lado, relevamos durante esos meses las coberturas de hechos delictuosos en los principales noticieros y cadenas de noticias que cuentan con mayores niveles de rating en Argentina: Telenoche, Telefe Noticias, TN y C5N. Este mapeo previo nos permitió conocer las representaciones vigentes en la agenda mediática policial. Se eligió este tipo de estrategia para refinar el conocimiento existente, pues este estudio buscó delimitar conceptualmente las relaciones de las narrativas mediáticas televisivas en las percepciones de la inseguridad, el uso que los sujetos en tanto público de noticieros televisivos hacen de este tipo de información, la incidencia en la gestión cotidiana de la seguridad y en las estrategias preventivas del delito. A la vez se trabajó sobre las variaciones según la frecuencia en el consumo de medios de información, la credibilidad de las noticias y de las fuentes de información.

Adultos y adultos mayores: nostalgia por “la seguridad perdida”

Luego de la introducción, en esta parte del artículo nos centraremos en algunos hallazgos sobre los modos en que distintas generaciones gestionan su seguridad cotidiana considerando las distintas apropiaciones del fenómeno en clave cultural. Un punto de inflexión en los relatos de los entrevistados, en especial adultos y adultos mayores, es acerca de la transformación de la experiencia urbana, un espacio que hay que transitar con cuidados constantes, no distraerse, tomar precauciones, incorporar en la rutina diaria ciertas medidas de prevención. Todo sirve para minimizar las posibilidades de ser víctima del delito.

Un relato recurrente suele centrarse en la comparación entre un presente inseguro, y un pasado de tranquilidad, y en la añoranza por una supuesta “seguridad perdida”. De este modo la percepción de la inseguridad como un problema de importancia que afecta al país se fortalece en este grupo, quienes hacen hincapié en la degradación moral que sufre la sociedad actual en comparación con lo que ocurría en otras épocas en las que la seguridad no constituía un problema de envergadura.

Por ejemplo, Jorge, un hombre de 65 años que trabaja en un negocio de venta de cueros, mantiene un discurso muy crítico sobre la situación delictual del país. Suele mirar noticieros solo a la noche, en especial la señal de noticias tn, pero su mujer “mira todo el día televisión y lo mantiene informado”. Jorge recuerda épocas donde se podía “tomar mate en la puerta de la casa” y no pasaba nada. Ahora, en cambio, considera que “somos presos del delito, de la droga y de los narcos”:

Este país se vino a pique: droga por todos lados, los narcos, y pibes que trabajan de robar. Antes se vivía tranquilo, sin miedo. Me da pena cuando dicen que Argentina es un país inseguro, pero es así, vivimos con miedo, porque la realidad es que en cualquier momento te pueden robar o matar.

Del mismo modo, a sus 83 años, Ricardo se lamenta porque “perdimos calidad de vida” y piensa que en cualquier momento puede ser víctima de un robo. Vive con su pareja y hace poco, cuenta, decidieron blindar la puerta de entrada para dormir “un poco más tranquilos”.

Cuando llaman al portero y dicen que son de Metrogas, vos decís: “¿Son de Metrogas?” Y yo tengo que abrirles para que miren el medidor, porque no hay portero. Entonces bajo, lo miro y si le veo pinta que es de Metrogas o de la luz, le abro, si no, no. Lo mismo cuando llaman o vienen de un censo o de una encuesta, vos ya desconfías. Yo no sé quiénes son, igual que cuando me llaman para venderme algo (...). Entonces lo que pasa con todo lo que escuchás en los medios es que empezás a desconfiar de muchas cosas que antes no desconfiabas. La gente antiguamente tocaba el timbre, abrías la puerta y hasta le decías que pasara. Ahora a nadie se le ocurre hacer eso, perdimos calidad de vida.

En el relato de Ricardo, se evidencia la nostalgia por una seguridad perdida y una suerte de “sospecha generalizada” a la que se enfrenta cada vez que vienen los empleados de la empresa de gas y tiene que abrirles para que trabajen con el medidor. En la simple expresión de “si le veo pinta de que es de Metrogas le abro, sino no”, se juegan estereotipos sociales arraigados en torno a los cuales decidirá abrir o no la puerta de entrada.

A lo largo de la conversación, el entrevistado deja entrever la vinculación que él mismo establece entre el avance de la inseguridad y cierta degradación moral que, desde su punto de vista, se condice con una situación de abandono generalizada: el deterioro en el barrio, las calles pintadas con grafitis y la basura tirada en las esquinas. “Se perdió calidad de vida en todo sentido, vos ves las calles sucias, a la gente que no le importa nada, casas abandonadas, en fin, todo hace a que el día a día sea más inseguro”, explica.

El delito y el desorden social están relacionados con valoraciones y significaciones hacia el crimen que no operan mediante una respuesta racional frente a los riesgos percibidos, tal como postula Douglas. Más bien, el delito funciona como un símbolo que expresa otros problemas que sufre el individuo: conflictos, inseguridades y ansiedades relacionadas con su vida cotidiana, sus vínculos interpersonales, su estatus social, su lugar en el mundo y el sentido que le da a problemas que están fuera de su control (Lupton, 2006).

Sin embargo, durante el transcurso de las conversaciones con adultos y adultos mayores, esa sensación de vivir en una sociedad peligrosa se vuelve más difusa, en especial al indagar en torno a los movimientos cotidianos en el lugar de residencia. En este escenario, el barrio se presenta como un espacio seguro, sostenido principalmente por la confianza en los vecinos y en los comerciantes cercanos. En el caso de Jorge, el discurso nostálgico sobre la seguridad perdida y la disconformidad sobre el estado de cosas actual se repite a lo largo de la conversación. Sin embargo, al indagar en su vecindario, la perspectiva cambia:

- ¿Hay muchos robos por la zona? ¿Te sentís inseguro ahí?

- No, no, en este momento la verdad que no. El barrio es tranquilo, a veces incluso saco a pasear al perro a la noche, después de cenar. Pero bueno, uno se entera de cosas que pasan en todos lados…

El barrio funciona como un espacio seguro, de tranquilidad, libre de los peligros que acechan más allá de sus límites. En el mismo sentido, para Sandra, de 40, el temor comienza desde que sale de su casa para ir a trabajar hasta que regresa. Solo una vez que “baja del colectivo” y está en su vecindario se siente nuevamente segura.

- Creo que la inseguridad es muy alta en el país, cada vez estamos peor. Los pibes que no trabajan ni estudian, después te afanan, es lo que saben hacer…

- ¿Y en tu barrio cómo te sentís?

- En mi barrio puedo andar a las doce de la noche, tomar el colectivo, y no tengo miedo… pero trabajo en el centro, ya si me agarra la noche ahí tengo miedo, desconfianza. Nunca me robaron, per ando muy atenta, con la cartera bien agarrada, con cuatro ojos. Recién cuando bajo del colectivo en mi cuadra, me relajo, se me va el miedo.

Ese espacio representa un lugar de reaseguro, ya que, si bien se cometen delitos dentro de sus límites, estos son protagonizados por sujetos que no forman parte de la comunidad que habita. Esa constatación lleva a las personas a inferir que el peligro no está instalado en su barrio. Sin embargo, una vez que se traspasan los límites del barrio, las personas se ven embargadas por “una presunción generalizada de peligrosidad” que las lleva a moverse por el entramado urbano en un estado permanente de alerta. La aleatoriedad del delito no solo lleva a desconfiar de los lugares considerados peligrosos, sino también a mantener una cautela general. En otras palabras, la preocupación respecto de la inseguridad se ancla en la deslocalización del peligro y en distintos espacios geográficos.

Así, al menos la mitad de los entrevistados de este grupo generacional manifiesta sentir temor fuera de su barrio, cuando transitan espacios desconocidos fuera de su entorno local. Gladys, de 61, vive en Saavedra y comenta que evita ir a otros barrios por temor:

- ¿En el barrio te sentís insegura?

- No, no, en el barrio no, en general me muevo tranquila dentro de determinadas horas. Medidas de prevención, sí, pero no la exageración de estar encerrada en mi casa, nada que ver. En mi barrio me siento de local, ya si voy a Belgrano, por ejemplo, me da temor, a varias amigas les robaron ahí, en Cabildo. En otros barrios ni loca me muevo así, tranquila, no es lo mismo. También tengo una amiga en Monte Hermoso, en el Gran Buenos Aires, y ella me invita siempre, pero yo no me animo a ir sola hasta allá.

Más allá del sentimiento de vulnerabilidad propio de la edad, es interesante la distinción que plantea la entrevistada entre el espacio conocido y, por lo tanto, seguro en contraposición con un afuera peligroso.

Desde ya, no es intención de este trabajo señalar contradicciones o irracionalidades de los entrevistados, sino por el contrario, elucidar la configuración de sus percepciones en torno a lo seguro-inseguro y a los matices que se generan tanto a nivel general como individual. El desacople entre la experiencia cotidiana y las creencias sociales constituye una dimensión sugerente para explorar en esta configuración de sentidos. En cuanto a la relación entre la inseguridad y el espacio, existe una topología del miedo (Segura, 2009) que pendula entre la seguridad e intimidad del espacio privado, representado por la casa, y la inseguridad y anonimato del espacio público, y que sitúa, para estas generaciones, al barrio como un ámbito que media entre ambos extremos. Si bien la ciudad es el espacio por definición de la interacción y el intercambio, los relatos aquí citados trabajan en la dirección opuesta, “reterritorializando el miedo y el peligro, circunscribiéndolos, restableciendo una ecología urbana con lugares buenos y malos, seguros e inseguros, transitables e intransitables” (Segura, 2009: 69).

En síntesis, para los adultos y adultos mayores el barrio aparece como un espacio seguro –incluso frente a otros vecindarios cercanos– en contraste con la percepción del espacio a nivel general, donde prevalece una sensación de inseguridad. La confianza en el barrio se contrapone con una presunción generalizada de peligrosidad que funciona principalmente en el espacio público, fuera del entorno local. Tanto la aleatoriedad como la deslocalización del peligro funcionan como alertas en espacios geográficos desconocidos por los sujetos. Para estas generaciones, la imagen de un presente inseguro, contaminado por la inseguridad, y el abandono en general del espacio público, se contrapone con una imagen nostálgica de un pasado sin delito.

Adultos mayores: Información mediática y sensibilidad

Como vimos, para los adultos mayores la sensación de inseguridad está vinculada con distintos factores que exceden lo meramente delictivo, como la existencia/inexistencia de redes familiares a las cuales acudir, así como el conjunto de riesgos que supone la vida cotidiana (calles en mal estado que pueden provocar una caída, servicios de salud precarios y lentos, etc.). Además, como también muestra Varela (2005) los temores de los adultos mayores se vinculan con un espacio público que atenta contra la movilidad y la seguridad física personal (calles angostas, veredas rotas, personas que corren, colectivos inalcanzables). De este modo, la inseguridad se emparenta con riesgos cotidianos que exceden lo meramente criminal.

Entre los adultos mayores que fueron entrevistados para este trabajo, a diferencia de lo que ocurre con los adultos y los jóvenes, existe una necesidad imperiosa por estar informados sobre los distintos temas que engloban el tópico de la seguridad. Este tipo de noticias acapara una atención especial entre los adultos mayores en la medida que les sirve para conocer sobre nuevas modalidades delictivas, identificar las zonas seguras e inseguras y a los “potenciales delincuentes”. A la vez, las noticias policiales alertan a las personas mayores sobre “nuevos riesgos”, no previsibles dentro de sus experiencias directas o indirectas, que los ayudan a estar más precavidos.

La práctica de mirar televisión implica una dimensión racional o cognitiva y otra emocional, vinculada a los sentimientos que producen esas imágenes. En la recepción, operan multiplicidad de variables (sobre formaciones socioculturales previas) que producen el sentido final que se le otorga al discurso televisado. Si bien, como vimos, este señala los caminos para una lectura preferencial, sugiere o demarca un sentido dominante (Hall, 1980), el público pone en juego sus conocimientos, sus ideas, sus prejuicios y sus emociones, es decir, realiza lecturas situadas en contextos culturales diversos que llevan finalmente al cierre del sentido. Como sostiene Hall, “[las] lecturas emergen de la familia en la que uno crece, de los lugares de trabajo, de las instituciones a las que uno pertenece, de las otras prácticas de las que uno participa” (1980: 270). Estos distintos ámbitos culturales en los que los individuos actúan y a los cuales pertenecen, brindan diversas y particulares competencias culturales y propios marcos conceptuales que salen al encuentro del texto-mensaje en el momento de la relación con los medios. Pero también la generación funciona como una mediación significativa al interpretar las noticias.

Al bucear en la necesidad de conocimiento sobre la inseguridad que manifiestan los adultos mayores, surge una dualidad: la avidez por estar informados sobre cuestiones delictivas en los medios convive con una dimensión emotiva muy fuerte. En este grupo, el consumo de estas noticias no produce solo temor, sino también sentimientos de dolor, angustia, rechazo y tristeza.

Por ejemplo, para Adriana, de 61, es imperioso mirar noticieros a la mañana antes de salir y cuando llega la noche. Allí se entera de los temas políticos, económicos, pero también de los casos policiales que, le sirven para “estar avivada” cuando está en la calle. Durante la entrevista, comentaba mientras miraba un informe sobre el caso Ángeles Rawson2:

Todos estos detalles que dan, es fuerte no sé, creo que depende de cada uno también hasta dónde uno quiere mirar y escuchar. Si querés tener una noticia más minuciosa o si te conformas con tener la información en general. A veces, como en este caso, cuando la noticia es muy fuerte, pero muy, muy fuerte, o se trata de chicos, sobre todo, no miro, porque me hace mal, me hace mal. En Internet es más fácil porque directamente no entro en esa noticia y listo. En la tele quizás escucho de lejos o miro como de costado para tener una idea, pero no muy en detalle, incluso muchas veces bajo el volumen o apago la tele porque me quedo mal.

También Beatriz, de 72 años, comenta sus sensaciones cuando mira noticias sobre inseguridad:

Temor no tengo, bronca tampoco... (silencio) la verdad, lo que siento es mucho dolor, mucha pena, pero sigo adelante, uno se va acostumbrando un poco… Ahora, cuando pasan alguna noticia de mujeres violadas, asesinadas, no puedo verlas, no puedo verlas, me pone mal ver a una chica tan golpeada, o casos de abusos, de violaciones. Cuando veo esos temas en las noticias cambio de canal directamente porque me angustia, lo hago para protegerme, soy muy sensible. Muchas veces cambio y pongo dibujitos animados o cualquier cosa que me saque del tema. Es demasiado, llega un momento que te obtura, todos tenemos un límite, ¿no?

Esta relación contradictoria entre la necesidad de estar informado sobre temas delictivos y el rechazo que producen las emisiones que tratan ese mismo tema, es clave para comprender que, lejos de propiciar interpretaciones cerradas, las noticias policiales generan sentimientos ambivalentes y controvertidos en los sujetos. Este hallazgo sugiere que no existen efectos mecánicos ni tampoco homogéneos de los medios en los comportamientos de las personas, ni tampoco en las emociones que generan. Así. Lidia, de 74 años, que enviudó hace poco y vive sola en el barrio de Villa Urquiza (Buenos Aires) describe su relación con los policiales:

Quiero enterarme de lo que pasa, no me gusta vivir en un raviol, pero cuando veo estas noticias me deprimo, me deprimo. El problema es que los noticieros están llenos de notas de robos, muertes, violaciones, es lo que más pasan. Entonces cambio de canal, pongo cualquier programa de esos de la tarde. Muchas veces llega mi hijo y estoy mirando a Rial3, o algún programa de chimentos, y se enoja, dice que son una porquería, qué cómo puedo mirar eso. Pero lo pongo para distraerme, para no quedarme mal con lo otro.

Los sentimientos de angustia y tristeza que suscita el consumo de estas noticias son preponderantes en las entrevistadas mujeres, aunque los hombres mayores también manifiestan sentir dolor y bronca frente a las noticias delictivas. Es el caso de Ricardo, quien, antes comentaba su desconfianza generalizada y ahora expresa sus sentimientos cuando mira noticieros:

A veces los medios transmiten muchos policiales, decís: “Bueno, ¡Estamos en el infierno!” Entonces cambio de canal o apago la televisión porque es demasiado, me da tristeza, me amargo... Ahora, tendrían que matizar un poco con cosas buenas las noticias ¿no?, si no la vida es insufrible. Porque también pasan cosas buenas.

El testimonio evidencia una crítica al sensacionalismo de las noticias policiales, así como a la omnipresencia del tema en los noticieros. Del mismo modo, en un trabajo con grupos focales, Reiner, Allen y Livingstone (2001) toman la generación como variable (adultos mayores y jóvenes) para analizar los marcos interpretativos que organizan la recepción del delito mediatizado. En este exhaustivo estudio, los autores observan que las personas mayores, a medida que envejecen, se tornan cada vez más críticas respecto del sensacionalismo de las representaciones de la delincuencia en las noticias. Estas personas, además, consideran que los medios de comunicación de sus años de juventud establecían marcos interpretativos que hoy no se respetan. Comparativamente, aquello que los adultos mayores califican como “violencia gratuita y sensacionalista”, para los más jóvenes es un elemento necesario para darle realismo a las imágenes. Los adultos mayores, en cambio, rechazan los detalles truculentos que dan los periodistas en las noticias policiales por considerarlos innecesarios, y morbosos, y se muestran críticos del sensacionalismo. La necesidad de estar informados convive con una gran sensibilidad al mirar las noticias delictivas que los lleva incluso a cambiar de canal o a apagar la televisión.

En síntesis, los mayores no solo perciben a los medios de comunicación a través de “la lente de su juventud”, sino también a través de la lente de su propia vulnerabilidad como potenciales víctimas de delitos. La autopercepción de una vulnerabilidad mayor frente al tema, al entrelazarse con las imágenes de las noticias policiales, produce sentimientos de dolor, angustia y tristeza que obligan a los adultos mayores a rechazar, esquivar o “mirar de costado” ese tipo de contenidos.

La juventud: otra mirada sobre la (in) seguridad

Los jóvenes, por su parte, mantienen un vínculo distinto con la llamada inseguridad. En las entrevistas realizadas para esta investigación dejan traslucir nuevas interacciones, marcadas principalmente por la presencia constante de la temática en el núcleo familiar. Si bien conviven con los relatos nostálgicos de padres y abuelos, los resignifican ya que para ellos la inseguridad, es una característica más de la sociedad donde viven, y como tal sólo es cuestión de aprender a lidiar con ella.

A diferencia de las generaciones de sus padres y abuelos, los hijos de la década del ´90, experimentan el temor al delito de formas sensiblemente diferentes. En primer lugar, para ellos es un tema recurrente, efecto de haber crecido en un clima donde se condensaron ciertos comportamientos y creencias sobre “la inseguridad”. En términos comparativos, los jóvenes son quienes se muestran más propensos a conversar sobre el problema como una dimensión más de la sociedad, que existe, y que, en todo caso, de lo que se trata es de “estar atentos”, o de “no colgarse”, para evitar ser víctima del delito. Esta gestión de los riesgos no implica restricción de salidas, sino que lo que opera es una decodificación urbana mayor que la de las generaciones que los precedieron. Por caso, Alan tiene 20 años y está cursando el primer año de la universidad. Al hablar sobre de la inseguridad, la piensa como una realidad con la que hay que convivir. Escucha los consejos de sus padres, pero a la vez reniega un poco porque “exageran, se ponen pesados”. En su casa, está todo el día la televisión encendida en el canal de noticias tn pero Alan asegura que no mira noticieros. Solo lee “algunas noticias” que aparecen en las redes sociales y en los portales de Internet:

¿Sabés que me repite todos los días mi mamá? “Tené cuidado, Alan, el barrio ya no es lo que era, no vuelvas tarde, si te asaltan, dales todo”. Es un poco insoportable con el tema. También cuando salgo me dice que no duerme hasta que no escucha que volví, me parece un poco exagerada.

Más allá de su postura algo escéptica y relajada, a lo largo de la conversación Alan hace a un lado el relato de sus padres y deja entrever que el tema de la seguridad ocupa un lugar importante en su gestión cotidiana. “Sé los lugares por donde moverme para que no me agarren, hay calles por las que no paso. Igual, como soy grandote no creo que me vengan a asaltar justo a mí”, comenta.

Estudios del miedo al crimen se han centrado en la restricción de la movilidad como estrategia protectora (McCrea et al., 2005; Walklate, 2000), en ese trabajo, en cambio se observa otra arista. Los jóvenes no restringen salidas, pero implementan medidas preventivas, casi de manera naturalizada, incluso son creativos a la hora de cuidar su propia seguridad. Por otro lado, se advierte una mirada inquisidora sobre aquellos compañeros o amigos que fueron víctimas del delito, con afirmaciones como “iba colgado y por eso le afanaron”, “yo la vi venir, pero ellos no”, “le robaron porque no sabe por dónde caminar”. Esta mirada sumamente vinculada con el paradigma situacional de la seguridad promueve una responsabilidad sobre el propio individuo, que se observa más fuertemente en las generaciones más jóvenes, que no buscan tanto causas sociales o exógenas del delito, sino que la prevención recaerá sobre sus propios cuidados. Los jóvenes no buscan las causas sociales o exógenas del delito, sino se sienten responsables de cuidarse por sí mismos, tal como se desprende de estos testimonios:

A mis amigas les robaron varias veces, en los boliches o a la salida. Pero bueno, estaban un poco tomadas y se descuidan, a veces se dan cuenta cuando llegan a la casa que les falta plata o el celular. Si te colgás, estas pidiendo que te roben, más o menos (Camila, 22 años).

Íbamos caminando con dos amigos, y de repente dobla la esquina un grupo de pibes que era fija que nos iban a afanar. Yo crucé rápido de vereda, ellos siguieron y les afanaron, pero que se jodan, porque era cantada, no estaban atentos (Jonathan, 18 años).

Una vez me robaron el celular en el subte, pero bueno, yo iba con el teléfono mandando mensajitos, era un aparato nuevo, un Iphone medio llamativo, no lo tendría que haber sacado. Fue en parte mi culpa también (Carolina, 25 años).

En estos relatos se pueden rastrear algunas relaciones fundamentales que surgen de los vínculos intergeneracionales. Como explican Leccardi y Feixa (2011) la presencia de acontecimientos marca un antes y un después en la vida colectiva, en este caso podemos pensarlo en relación con los cambios socioculturales que conllevan las prácticas preventivas del delito. Estas experiencias, directas e indirectas son recibidas por miembros de un grupo de edad que utilizan esquemas para interpretar la realidad (que no son rígidos por completo tal como afirma Mannheim (1993:17).

En relación con el consumo de medios, la televisión no es el principal soporte de consumo para los jóvenes, que acceden a las noticias por las redes sociales, portales de Internet, conversaciones, o simplemente “de rebote” al estar la televisión encendida en el living o en la cocina familiar. “La tele está prendida todo el día, a veces presto algo de atención”, dice Jael, de 20. Luego explica que revisa por arriba los portales de los diarios, pero se informa principalmente a través de las redes sociales. “En Twitter sigo a algunos diarios o a periodistas que me gustan, lo mismo en Facebook, aparecen noticias y si me interesa alguna, como fue con lo del caso Ángeles, entro”. Jael vive en Villa Urquiza, junto a sus padres y hermanos, en una casa ubicada detrás de la de su abuela. Como la mayor parte de los jóvenes entrevistados para esta investigación, se refiere a la inseguridad como un fenómeno habitual, que está y al que hay que tratar, en lo posible, de evitar. Esta creencia no se traduce en un mayor temor o en la restricción de ciertas salidas, sino en la necesidad de “estar precavida”. En el caso de Jael, las noticias policiales le llegan de manera indirecta, en especial a través de sus familiares cercanos:

Mis viejos en general no son de salir mucho fuera de la casa, y mi abuela está todo el día mirando tn. Cuando pasa algo, la que más me tira datos es mi abuela, que vive en la casa de adelante, yo entro de la calle por ahí. Entonces me cuenta lo que vio en el noticiero, me va preparando... cuando llego a mi casa, mi mamá empieza: “¿Viste lo que pasó?”, y me repite todos los casos policiales que ya me contó mi abuela. Después me habla mi papá, se sienta y me dice: “Quiero que sepas que pasó esto, que tengas cuidado…” me dice cómo cuidarme, qué hacer, dónde mirar.

Los jóvenes muestran, en general, una distancia mayor que los demás grupos etarios en cuanto al consumo de medios y la credibilidad que le adjudican a esos medios, pero, a la vez, exhiben una clara predisposición a estar alertas frente al avance de la inseguridad que, en ciertos casos, incluye la referencia a casos mediáticos. En las percepciones de los jóvenes se verifica una incidencia indirecta de la información, que es recibida a través de los padres, de los círculos familiares más cercanos y de las redes sociales y que los jóvenes resignifican en las conversaciones con sus pares. En este grupo se observa entonces un consumo incidental de las noticias de inseguridad, porque a pesar de no buscarlas en los portales o en la televisión, conocen esta información y una vez que se encuentran con casos policiales en las redes sociales, los siguen. Se enteran lo que pasa por internet, ya sea por whatsapp o porque alguien comparte una noticia en redes, pero sin ir activamente a la noticia, sino que la noticia llega a ella. El acceso incidental a la información es, por cierto, uno de los modos típicos del consumo informativo de los ciudadanos en las sociedades modernas. Según Mitchelstein y Boczkowski, en los últimos años este tipo de acceso al contenido de actualidad dejó de ser periférico para convertirse en central y primario, sobre todo en los usuarios más jóvenes y conectados. Además, “a mayor nivel socioeconómico, mayor percepción de acceso incidental a noticias a través de las redes sociales, sea por capacidad para reconocerlas, o por la mayor propensión de sus contactos a compartirlas” (2017:140). El estudio también muestra, en consonancia con nuestras observaciones, que el acceso a medios tradicionales no es un factor significativo, lo que sugiere que el acceso incidental a la información en redes sociales más que reemplazar, complementa los hábitos informativos preexistentes.

Este hallazgo lleva a hipotetizar que en sus percepciones funcionaría una incidencia indirecta de los medios, que reciben a través de los padres, o de los círculos familiares más cercanos y que resignifican en las conversaciones con sus pares. En los jóvenes se observa entonces un consumo indirecto de las noticias de inseguridad, porque a pesar de no mirarlas por la televisión, conocen esta información.

En este sentido, Banks realiza un estudio comparativo del consumo de noticias policiales en dos familias tipo estadounidenses. Allí encuentra que un grupo manifestaba no mirar demasiada televisión por considerarlo un mal hábito y evitaban deliberadamente los crime shows, las noticias truculentas de muertes y se aseguraban que todo el consumo sea “familiar”. Sin embargo, para el investigador las imágenes de los noticieros tenían un efecto indirecto en el temor, incluso cuando, o precisamente porque no los miraban. “Al evitar mirar el delito en televisión, la familia usaba los diarios para evaluar el riesgo del hogar frente al crimen local. Además, habían encontrado modos de lidiar con sus temores en la comunidad, lo que incluía un más rígido, exclusivo y defensivo sentido de pertenencia que a nivel personal les brindaba estrategias para evitar el delito” (Banks, 2005:182). Es decir, los medios ejercían una incidencia en cuanto a sus prácticas preventivas, por un lado, por la lectura de diarios, y en segundo orden, por los comentarios de su grupo de pertenencia, quienes eran consumidores de policiales en televisión.

Mujeres jóvenes y gestión de la seguridad

Un análisis aparte merece el vínculo de las mujeres jóvenes con la gestión de la seguridad. Entre ellas, más allá del temor generalizado frente al tema de la inseguridad, no caben dudas del peso significativo que tiene la amenaza sexual, en especial entre las que pasan muchas horas fuera de la casa. La relación entre género y temor ha sido un tema central de los estudios sobre el temor al delito y ha motivado diversos debates a nivel internacional (Kessler, 2009; Varela, 2005; Ditton y Farral, 2000). Una primera cuestión que se plantea implica una paradoja entre el temor y la victimización. Según las encuestas, las mujeres son menos victimizadas, aunque manifiestan un mayor temor al delito, mientras que los hombres jóvenes, que son los que en mayor medida se convierten en víctimas del delito, manifiestan niveles de temor menores. Estos estudios recibieron fuertes críticas, principalmente en cuanto a lo metodológico, ya que preguntar a cualquier persona si siente temor de caminar solo a la noche por su barrio lleva a pensar en una situación atemorizante por antonomasia y que, además, puede ser inhabitual para muchos de ellos. Por otro lado, los estudios desde la criminología feminista sugieren que, en lugar de indagar la falta de racionalidad en las mujeres, que siendo las menos victimizadas manifiestan mayor temor, se debería indagar en la incoherencia de los hombres, que siendo los más victimizados no manifiestan temor (Hale, 1996). Otros estudios, al preguntar por distintos tipos de delitos, han encontrado que las mujeres eran más temerosas cuando estaba implícito el riesgo de sufrir un ataque sexual, mientras que en otros casos el temor era similar en ambos géneros (Ferraro, 1995; Sacco, 1990).

La mayoría de las entrevistadas manifiestan un temor recurrente a ser víctimas de delitos sexuales y/o femicidios y en ese sentido incorporan distintas prácticas preventivas. Jael, de 20, que en páginas anteriores relataba que se enteraba de las noticias a través de su familia, cuenta las precauciones que toma cuando sale sola:

En general no me siento insegura, ando por todos lados y no tengo miedo a que me roben, pero sí que me agarre un abusador. Entonces, cuando viajo de noche en colectivo, antes de subir, miro el número de patente del coche, y cuando veo que no sube nadie más, mando un mensaje a mi mamá, a una amiga o a mi pareja: “me subí a tal colectivo”. La idea la saqué de un blog donde comentaban experiencias, y me pareció bueno. También, si viajo en taxi, o si salgo con personas nuevas, les mando mensajes a mis amigas. Estoy en tal lado, este es el auto, esta es la patente, este es el nombre del conductor, como para que tengan una idea si me llega a pasar algo.

Este testimonio describe un sentimiento común en las jóvenes que, en general, no manifiestan un temor constante, pero aun así incorporan ciertas prácticas preventivas en su vida cotidiana. En este caso, la táctica de la joven consiste en mandar un mensaje de texto a amigas con el número de patente del vehículo al que se sube, en tanto aviso por si “le llega a pasar algo”. También manejarse en grupos, no separarse demasiado en los bares o boliches, no salir “con desconocidos”, y evitar tomar taxis solas, son algunas de las prácticas que se repiten. Camila, de 19, sale a bailar todos los fines de semana y cuenta que el regreso “siempre es un tema” porque ninguna quiere bajarse última del taxi:

No lo dudo, prefiero esperar el colectivo a las 4, 5 de la mañana que tomar un taxi sola. Ni siquiera llamar por agencia me da seguridad, porque ves en las noticias que los carteles de radiotaxi son truchos a veces. Si llegamos a tomar un taxi a la salida de un bar, nunca se queda sola ninguna, nos bajamos dos en un punto en común o me quedo a dormir en la casa de una amiga.

En el testimonio de Camila se muestra, además de la organización en torno a las salidas, el lugar que ocupan las noticias a la hora de describir de los peligros que acechan en las noches. Algunas entrevistadas reconocen que cuando salen llevan gas pimienta en la cartera porque “es lo único que puede salvarnos” en caso de un intento de violación, como Micaela, de 24, que estudia para contadora en una universidad privada:

El gas pimienta lo tengo siempre conmigo, es algo para usar en una situación límite, ¿no? Porque yo me imagino que forcejear con un tipo no tiene mucho sentido, te termina ganando, en cambio con el gas al menos me da tiempo para correr. En mi grupo de amigas lo tenemos todas, por suerte ninguna lo tuvo que usar por ahora.

Entre las entrevistadas jóvenes se repite la preocupación ante la posibilidad de sufrir un ataque sexual y es común que conversen sobre formas de defensa que van desde el uso de gas pimienta hasta cursos de defensa personal mientras que noticias de casos paradigmáticos de femicidios como el de Ángeles Rawson, o Candela4, refuerzan este temor. También hay referencias a películas o series donde se evocan situaciones vinculadas con casos conmocionantes o abusos sexuales en la vía pública. La literatura especializada plantea que las series ficcionalizadas (crime drama) son utilizadas por las audiencias femeninsa para aprender estrategias defensivas destinadas a oponerse a un ataque sexual. Por caso, las mujeres suelen apropiarse de modalidades de defensa personal en casos de ataques sexuales en la vía pública de las representaciones en series de ficción, reality shows, o en las reconstrucciones de casos que realizan los noticieros (Reiner et al., 2001; Custers y Van den Bulk, 2011). Se trata de una línea sugerente para seguir investigando.

Un recorrido intergeneracional

Recapitulando, en este articulo mostramos los modos en que se gestiona la seguridad y la relevancia que tiene en la vida diaria. Observamos que se abre un espacio de vínculos entre distintas generaciones signado por experiencias y sensibilidades relacionadas con el tema de la inseguridad: así como los más jóvenes siguen, o al menos escuchan, los consejos de sus padres en torno al problema del delito, los adultos mayores también reciben recomendaciones constantemente de sus hijos y siguen sus consejos. Es el caso de Clara, de 63 años, quien afirma que “escucha a sus hijos” para estar prevenida:

Cuando voy al cajero, después de que saco plata aprieto cualquier número para que no quede mi clave grabada. Termino la operación, aprieto tres o cuatro números cualquiera y me voy. Yo lo hago, si sirve o no sirve, no sé, pero como dicen mis hijos que los ladrones ponen arriba espejitos… Por eso es importante estar informado también por los noticieros, porque te enterás de las cosas que te pueden pasar y estás más precavido. “Te puede pasar esto”, “mirá que te puede pasar esto otro”, te hace estar atento por lo menos.

También comenta que aprende algunas medidas preventivas de las noticias policiales:

Por ejemplo, algo que aprendí, ¿viste que nosotras llevamos la cartera así? (muestra la cartera colgada de un hombro). Bueno, cuando vas por la calle tenés que tratar de ir del lado de la pared, no del lado del cordón, porque es más fácil que pase alguien y te tire. Eso lo vi en un informe del noticiero, ahí mostraban que si la llevas de bandolera te arrastran, como le pasó a una persona ahí en Cabildo y Congreso a las 7 de la tarde, mostraban las imágenes, terrible. Ya no sabés qué hacer, tengo una compañera de trabajo que se guarda la plata acá (señala adentro del pantalón), pero eso también me da miedo, prefiero darles lo que tengo encima.

Al igual que Clara, otra entrevistada cuenta que escucha los consejos de sus hijos y de los periodistas para saber cómo estar prevenida:

Con el famoso cuento del tío, que ves todo el tiempo en las noticias, uno está más atento. Vivo en un departamento, pero si me tocan el timbre, no atiendo, ya ni siquiera me da pena, porque a veces me gustaría ayudar a gente humilde, pero no atiendo. Antes se podía, viste. Les preparabas una bolsita con cosas y se lo dabas, pero ahora no podés. Y bueno, mi hijo me enseña que no abra la billetera en la calle, que no tome taxi cuando salgo del banco, y le hago caso. Mis hijos me cuidan… (Beatriz, de 72 años)

En algunas ocasiones, las sugerencias de los hijos se acentúan luego de alguna experiencia cercana con el delito. Principalmente, cuando se involucran las nuevas tecnologías en los modus operandi delictivos:

Tengo tres hijos, me llaman todo el tiempo, me obligaron a tener celular, que yo no quería… Dos noches seguidas me llamaron de estos secuestros virtuales, la primera diciéndome que tenían a mi hijo, que había tenido un accidente. Yo les hablaba, les preguntaba cosas, pero como vieron que les daba vueltas, me cortaron. La segunda vez fue similar, pero no les seguí el juego porque mis hijos me retaron, me dijeron: “¿Estás loco papá?, córtales, ¿vos sabés con quien te estás metiendo? Son delincuentes y saben dónde vivís, córtale el teléfono, no te quedes hablando”. Les hice caso (Jorge, 65 años).

Las experiencias entre generaciones se entremezclan entonces con rumores y conversaciones familiares y de allí surge la información que, en última instancia, permite trazar diagnósticos y estrategias en torno a la inseguridad.

Reflexiones finales

A lo largo de estas líneas revisamos las tensiones existentes en torno al modo en que la inseguridad como problema de preocupación se imbrica en la vida cotidiana de los sujetos de distintas generaciones. A la vez observamos matices en relación con las distintas formas de percepción, de clasificación de la información, de interés cognitivo, y de credibilidad en la información mediática sobre el tema. Para ello, trabajamos desde una perspectiva que pretendió dar cuenta de los distintos modos de apropiación de los discursos mediáticos sobre el tema y de su uso en contextos cotidianos desde una perspectiva culturalista (Hall, 1980; Morley, 1996; Martín-Barbero, 2006; Silverstone, 2004). Indagamos en las formas de apropiación del fenómeno de la inseguridad, en las sensibilidades, prácticas y experiencias que se constituyen en distintas generaciones.

Un primer acercamiento evidenció que, a la hora de moverse por el entramado urbano, los jóvenes se basan mayormente en la experiencia, mientras que los adultos mayores mantienen una relación más cercana con la información que proveen las noticias policiales. Estos matices en torno a la recepción de la información mediática del delito en los noticieros televisivos, muestra que, en sus distintos roles de padres, hijos, o abuelos, los sujetos configuran ciertas “creencias” para lidiar con el peligro cercano, conjeturas que luego transmiten en el seno familiar. En esta interacción, ciertas acciones traccionan sobre el sentimiento de inseguridad y en muchas ocasiones refuerzan, cuestionan o rechazan “lo que dicen los medios”.

Una mención aparte merece la relación que establecen los jóvenes con el problema de la inseguridad. A diferencia de las generaciones de sus padres y abuelos, los hijos de la década del noventa experimentan el temor al delito de formas sensiblemente diferentes. En primer lugar, para ellos es un tema recurrente, efecto de haber crecido en un clima donde se condensaron ciertos sentidos, prácticas y creencias sobre “la inseguridad”. En términos comparativos (con los adultos y adultos mayores), los jóvenes son quienes se muestran más propensos a conversar sobre la inseguridad como una dimensión más de la sociedad, a la que hay que enfrentar y, en todo caso, de lo que se trata es de implementar tácticas mínimas de prevención: estar atentos, no “colgarse”, cruzar de vereda, evitar caminar solos.

Esta gestión de los riesgos no implica restricción de salidas, como proponen algunos trabajos (McCrea et al., 2005; Walklate, 2000), sino que promueve una movilidad urbana más atenta que la de las generaciones que los precedieron. Los y las jóvenes marcan, en general, una distancia en cuanto al consumo y la credibilidad mediática, pero a la vez, una clara predisposición a estar alertas frente al avance del delito en la que hacen referencia a casos mediáticos. Este comportamiento propone que sus percepciones y su preocupación por la inseguridad se conforman, en parte, desde una incidencia indirecta de los medios, que los y las jóvenes reciben a través de los padres, redes sociales, círculos familiares más cercanos, y que resignifican en las conversaciones con sus pares.

Ahora bien, tanto los hombres como las mujeres mayores manifiestan una necesidad de estar informados sobre los casos policiales para conocer formas de prevención y nuevas modalidades delictivas. Esa necesidad imperiosa de información sobre el delito convive con una sensación de tristeza, angustia y dolor que promueven estas noticias, al punto de que en muchas ocasiones los sujetos prefieren cambiar de canal. La tensión se produce entonces, entre la confianza y la credibilidad en la información que brindan los noticieros, por un lado, y el rechazo que le provocan estas emisiones en tanto surgen sentimientos de angustia, bronca y tristeza. Se trata de una relación dual entre la necesidad de estar informados sobre temas delictivos y un cierto desdén por estas imágenes, indicios claves para comprender que lejos de interpretaciones unívocas las noticias de inseguridad generan ambivalencias, y controversias en su recepción. Este hallazgo refuerza la literatura que sugiere que no existen efectos mecánicos ni homogéneos de los medios en los comportamientos de las personas, ni tampoco en las emociones que generan y que las condiciones vitales (edad, género, experiencia) de su consumo modifican.

En síntesis, gestionar la seguridad, esto es, realizar un diagnóstico que reconoce la situación de amenaza y adoptar medidas preventivas (Kessler, 2009) es una actividad que varía según los grupos generacionales. Mientras los más jóvenes trazan sus recorridos considerando las sugerencias de sus padres, pero al mismo tiempo teniendo la seguridad de saber por dónde y cómo moverse por la ciudad, los adultos mayores prestan más atención a las noticias con el fin de adquirir un conocimiento sobre las nuevas modalidades delictivas. En este segmento etario también es fuerte el rol que cumplen los hijos adultos, quienes, en su afán por cuidar a sus padres, les aconsejan sobre prácticas y medidas preventivas del delito.

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1 https://www.buenosaires.gob.ar/justiciayseguridad/prevencion-del-delito/encuesta-de-victimizacion

2 Ángeles Rawson desapareció el ١٠ de junio de ٢٠١٣ y al día siguiente fue hallada muerta en un predio de la ceamse, en la localidad bonaerense de José León Suárez, provincia de Buenos Aires, Argentina. Tenía dieciséis años y vivía en el barrio de Palermo. Las noticias sobre el femicidio Ángeles fueron un tema relevante en los medios durante meses. El portero del edificio fue finalmente encontrado autor del crimen.

3 La entrevistada hace referencia aquí a Jorge Rial, conductor del programa Intrusos, dedicado a la farándula vernácula.

4 Candela Sol Rodríguez Labrador fue secuestrada el 22 de agosto del año 2011 cerca de su casa, en Hurlingham, Buenos Aires. Luego de una intensa búsqueda, fue hallada muerta nueve días después con signos de asfixia. Su madre, Carola, pidió por su liberación en todos los medios de comunicación y el tema acaparó la atención pública durante varias semanas.