Bautista, Carolina; Durand, Anahí y Ouviña, Hernán (2020) Estados Alterados: reconfiguraciones estatales, luchas políticas y crisis orgánica en tiempos de pandemia. CLACSO; Muchos Mundos Ediciones; Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe-IEALC. Buenos Aires. Pp. 372.

El annus horribilis2020 deja un mundo arrasado por la pandemia del Covid 19 y, expuestas de modo descarnado, todas las fragilidades, miserias y profundas desigualdades acumuladas por un sistema socioeconómico que deteriora la naturaleza, corroe la salud y desprotege a los sectores más vulnerables de la población de todo el planeta, cuya pobreza se profundiza sin cesar. Aunque desde hace muchos años era previsible un cataclismo semejante como consecuencia del cambio climático y el calentamiento global, la catástrofe irrumpió a través de un virus que se expandió por el mundo a la velocidad de los aviones. Este peligro, sin embargo, ya había sido advertido por los científicos, porque durante los últimos cuarenta años se produjeron diversas enfermedades ocasionadas por la transmisión vírica de especies animales salvajes al ser humano, tales como el Sida, el Ebola, el SARS, el MERS y la gripe aviar.

Todos estos males no son producto del azar, sino que deben su expansión a las condiciones de producción impuestas por el capitalismo. La industrialización de las actividades agropecuarias a gran escala de las últimas décadas viene implicando la deforestación masiva –sobre todo en el sur global-, con su impacto negativo sobre el hábitat de las especies salvajes. Desplazadas de su medio natural, son empujadas a aproximarse a los asentamientos humanos para sobrevivir, irradiando bacterias a animales domésticos y personas, lo que provoca la expansión de las nuevas enfermedades derivadas del quiebre de la biodiversidad. A su vez, la densificación de las urbanizaciones y el aumento de las aglomeraciones insalubres, sumadas a la conectividad crecientemente veloz de la población mundial –posible por el desarrollo de la aviación comercial-, favorecen el debilitamiento de la respuesta inmunitaria de las poblaciones y la multiplicación de los contagios de enfermedades desconocidas.

La pandemia dejó expuesta la fragilidad extrema de los sistemas sociales que deben garantizar alimento y salud a sus poblaciones. Precisamente, la falta de planificación y la subinversión en la sanidad pública se manifestó como un rasgo distintivo en la inmensa mayoría de los estados nacionales, incluidos los más desarrollados. El desborde de los hospitales en ciudades prósperas –como se vio en Europa y EEUU-, las feroces disputas al pie de aviones entre países -e incluso regiones de una misma nación- por el acceso a respiradores y material de protección sanitaria, la insuficiencia de medicinas e insumos básicos pusieron de manifiesto la total desconexión entre el mercado y las necesidades vitales de los pueblos.

El desconcierto ante el avance del virus y la necesidad de contenerlo para preservar vidas humanas chocaron de lleno con el imperativo sistémico de continuar con la generación de capital, que impone la disposición de los cuerpos en los lugares de trabajo. De inmediato se hizo evidente la contradicción entre disponer confinamientos para proteger la salud y permitir la circulación plena de bienes y servicios para sostener la acumulación. En cada país del mundo se debatieron y aplicaron estrategias diversas, sopesando tanto los recursos disponibles para enfrentar la pandemia, como los costos de detener total o parcialmente la maquinaria productiva. Las clases dominantes presionaron desde un inicio para no cerrar o reabrir la economía, desconsiderando las amenazas a la vida humana y al bienestar que esto representa. Y si bien todos los Estados tuvieron que adoptar medidas de contención del virus que afectaron la actividad económica, algunos gobiernos minimizaron los riesgos sanitarios para preservar la economía, lo que, a la postre, les supuso mayores tasas de enfermedad y mortalidad sin por ello frenar la caída de su producto bruto interno. Solo algunos países se propusieron eliminar el virus, cerrando drásticamente fronteras y actividades con cuarentenas estrictas, mientras la mayoría optó por “aplanar la curva” de contagios para intentar que no se saturaran sus frágiles sistemas de salud. Hubo quienes hicieron la apuesta temeraria de permitir los contagios para lograr la inalcanzable inmunidad de rebaño, provocando millares de muertes evitables. Las derechas sociales y políticas, en todos los casos, fogonearon contra la restricción a las libertades individuales que suponen las cuarentenas, el distanciamiento social y el uso de elementos de protección en lugares públicos. Y en el magma de respuestas caóticas y argumentos exóticos, los grupos terraplanistas, anti-vacunas y conspiranoicos ganaron un espacio mediático inusitado, llamando a marchas y concentraciones de protesta y a desafiar las medidas sanitarias.

Las restricciones a la circulación marcaron diferencias notables entre trabajadoras y trabajadores que pudieron cumplir sus obligaciones a distancia y quedarse en sus casas –con mayor o menor confort- y los que tuvieron que salir a trabajar porque sus ocupaciones son consideradas esenciales. Al frente de este grupo están quienes limpian, cocinan y atienden las necesidades físicas y mentales de otras personas –dentro y fuera de las instituciones de salud-, seguidos por quienes trabajan en los sectores de alimentación, higiene urbana, transporte y seguridad pública. La pandemia puso en evidencia que estos trabajos son los que garantizan la vida y no pueden suspenderse, pero, paradójicamente, son los de menor prestigio social, peores pagos y más precarios. La mayoría de ellos son realizados por mujeres, inmigrantes y personas racializadas, que en estos días asumieron grandes riesgos para su salud y la de sus familias para que el resto de la sociedad siguiera funcionando a resguardo. Estas personas esenciales no lo son por elección libre ni vocación heroica, sino porque sus condiciones de subsistencia precaria las obliga a salir a ganar el sustento diario en ocupaciones riesgosas, ya que carecen de una protección social que garantice su seguridad y las clases dominantes se encargaron expresamente de que así fuera y siguiera siendo.

Como se puede leer en las páginas que siguen, la pandemia se desplegó con toda su crudeza en la región, poniendo al rojo vivo las laceraciones de las sociedades más desiguales del planeta. Las respuestas de los gobiernos al desafío del Covid-19, variaron desde el negacionismo criminal de Bolsonaro en Brasil, la militarización del control en Perú, la ambigüedad de México, el titubeo zigzagueante de Chile, el desmanejo y represión de Ecuador, el confinamiento temprano seguido de la claudicación ante la oposición derechista en Argentina, entre otras. Las ayudas económicas variaron de acuerdo a la capacidad de las arcas públicas de cada Estado para financiarlas y de los actores políticos y sociales para arrancarlas, pero resultaron insuficientes para detener la profundización de la pobreza y la desigualdad.

La férrea oposición de las grandes fortunas a hacer contribuciones extraordinarias para paliar los estragos de la pandemia, habla no solo de la magnitud de la injusticia social de nuestras sociedades sino de la carencia de rumbo y cortedad de miras de las burguesías que en ellas se enseñorean. También la oposición a las medidas sanitarias por parte de segmentos belicosos de la población con gran amplificación en los grandes medios, encabezados por distintas variantes derechistas, libertarios, terraplanistas, anti-vacunas y conspiranoicos de distinta laya, completan un cuadro preocupante de confrontación.

Con claroscuros y matices diferenciados, América Latina sigue siendo un espacio abigarrado de experiencias y posibilidades en disputa, en el que no parece haber lugar para la rendición. Lo que vendrá tras esta crisis sanitaria, económica y social será el resultado, seguramente, de las contradicciones que se despliegan cada día, en cada lucha, en cada rebeldía, en cada decisión de resistir, en cada voluntad de avanzar y no dejarse vencer en un mundo en el que el destino anti-capitalista parece, cada vez más, el único posible y necesario de construir.

Mabel Thwaites Rey
Universidad de Buenos Aires. Argentina
E-mail: mabeltrey1@gmail.com