Espacio Abierto Cuaderno Venezolano de Sociología Vol.28 No.2 (abril-junio, 2019): 173-198


Nota del editor

Armando Córdova nació en 1928 –cuando aún faltaban siete años para la muerte del dictador Juan Vicente Gómez, que duró 27 en el poder-, en el oriente de Venezuela, en el seno de una modesta familia de personas laboriosas y emprendedoras de la ciudad de Cumaná. Allí, mientras hacía la escuela primaria, con el estímulo del maestro Juan Freites, apareció su placer por aprender, como le gustaba recordar. Cursó el bachillerato desde 1940 en el Liceo “Antonio José de Sucre” y en 1945 marchó a Caracas, donde inició estudios en la Escuela de Economía, que apenas unos años antes había sido creada en la Universidad Central de Venezuela Por el limitado nivel técnico de los cursos iniciales, algunas instituciones – como el Banco Central – apoyaban a sus estudiantes, que cumplían labores a medio tiempo, permitiéndoles acceder simultáneamente a la teoría y a la praxis en materia financiera y monetaria, así como el novedoso campo, para entonces, de las cuentas nacionales. Así, mientras estudiaba y trabajaba, Córdova se graduó en la promoción del año 1949. Y al año siguiente, becado por su universidad, viajó a Italia para estudiar un postgrado en Estadística Económica en la Universitá Degli Studi.

Los de la juventud de Córdova, fueron tiempos de “Post- Gomecismo” y de la dictadura de Pérez Jiménez. Militó primero en el partido Acción

D e m o c r á t i c a porque, como

muchos otros jóvenes de la época, se sintió atraído por los plante ami e nto s de libertad que sostenía. Pero más adelante, como él mismo afirmaba, al entrar a la universidad, se dio cuenta de que su condición social

estaba mucho


más vinculada a las ideas socialistas. “La discusión con los demás compañeros y, al mismo tiempo, la pequeña experiencia que ya tenía en AD, me hizo ver que las ideas socialistas estaban más de acuerdo con las necesidades de la gente de los barrios en donde yo había vivido, y poco a poco me fui acercando al Partido Comunista”. Córdova militó en esa organización, participando en la lucha contra el tirano que es derrocado en enero de 1958.

Luego de realizar el postgrado en Italia y durante la década de los ’50, fue profesor en las áreas de Matemática, Estadística y Modelos Económicos en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la UCV y tuvo una intensa vida académica alrededor de los debates en ese ambiente, donde participaban D. F. Maza Zabala, Max Flores Díaz, Héctor Silva Michelena y Héctor Malavé Mata, entre otros. En 1960 viajó a Holanda para estudiar Planificación y Cuentas Nacionales en el Institute of Social Studies, en La Haya y en 1961 a Polonia para cursar un seminario en la Escuela Superior de Planificación de Varsovia, enviado por la UCV.

Al regresar a Venezuela, desde 1964 fue profesor de la Cátedra de Desarrollo Económico y Teoría del Subdesarrollo de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la UCV. Participó de la reflexión sobre la Dependencia y realizó importantes trabajos sobre el subdesarrollo, inserción de América Latina en el nuevo orden económico, algunos de ellos en colaboración con otros prestigiosos investigadores sociales. En ese periodo (1965) obtuvo el doctorado en Ciencias Económicas y Sociales por la Universidad Central de Venezuela. Publica en 1967, junto a Héctor Silva Michelena, el libro “Aspectos teóricos del Subdesarrollo”. Es el tema del ambiente académico y Córdova publica en 1972 su libro “El capitalismo Subdesarrollado de Gunder Frank”, con el cual se incorporó al candente debate, siendo reeditado en varios países.

En 1979 salió a la luz el libro “Inversiones extranjeras y Subdesarrollo. El Modelo Primario exportado imperialista”, en el cual intentó auscultar en los casos de Chile, Cuba, Honduras y Venezuela, la forma de conformación del modelo dependiente durante su etapa primario exportadora, así como los cambios que ocurrían en sus estructuras económicas y sociales, es decir, la dialéctica de la heterogeneidad estructural durante ese período. A partir de esta obra emprendió la tarea de profundizar en la materia, trabajando más su idea de la heterogeneidad estructural, que supone la coexistencia de elementos de la lógica capitalista en la incipiente industria con trazos demasiados firmes con los cuales se define el carácter de la organización agrícola de la época, todavía influido por la tesis del feudalismo latinoamericano.

Reflexión que lo llevó a plantearse más adelante que en la situación de dependencia se había arribado a la etapa del agotamiento del modelo de acumulación y del entrabamiento del modo de articulación de los países periféricos con el centro capitalista. En 1985 escribió el texto “La crisis económica venezolana: causas y perspectivas”, que le permitió debatir sus ideas en su medio


académico, pero que no se publicó sino hasta 2108 como parte de un libro homenaje a T. E. Carrillo Batalla. En él se encuentra una explicación del fenómeno basada en el análisis del comportamiento global de la economía del país y de su íntima relación con la dinámica del sistema económico mundial que la contiene. Así llegó a trabajar con una visión amplia, que va más allá de la economía, incorporando elementos sociales y culturales al análisis.

Se desempeñó como director del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela. Fue profesor invitado de la Universidad de Bielefeld y la Universidad de Münster en Alemania y del Instituto para el Estudio de la Sociedad Contemporánea en Italia. También, fue distinguido con el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla, Colombia, en 1997. Varias de sus obras fueron traducidas al alemán, al italiano y al japonés. Además fue nombrado como Individuo de Número a la Academia Nacional de Ciencias Económicas, la cual presidió entre 1995 y 1997

En los últimos años insistió en la idea que el subdesarrollo, era un proceso que, tiende a perpetuarse, aunque cambiando de forma. “En el caso venezolano por ejemplo, en lo que atañe a la heterogeneidad estructural, los sectores capitalistas de 1958 que representaban un 52,0% de la PAO, ubicados fundamentalmente en el campo, ya en 1998 habían sido sustituidos por un sector informal urbano que mantiene todavía prácticamente el mismo porcentaje, mientras que en lo que atañe a la relación de dependencia, se había producido también en cambio de forma, haciéndose mucho más compleja en intensa”. Desde 1999 el Chavismo que llegó al poder definió la situación como de crisis estructural originada por el agotamiento del modelo petrolero, agravada por inadecuadas políticas de los gobiernos anteriores, sin tomar en cuenta las características como país subdesarrollado (en condiciones de heterogeneidad estructural). Ese errado diagnóstico mucho tiene que con el gravísimo problema que vive Venezuela hoy en 2019. Según Córdova, para alcanzar los objetivos de modernización y superación de la pobreza había que diseñar un programa alrededor del objetivo concreto de eliminar progresivamente al sector “informal”, lo cual equivaldría, en el fondo, a homogeneizar de una u otra manera, la estructura económica, aspecto esencial del proceso de superación del subdesarrollo

Armando Córdova falleció en Caracas en 2011, a los 83 años. Espacio Abierto, con la publicación del siguiente artículo, rinde un modesto homenaje a su lucha y a la profundidad de su pensamiento. En agradecimiento a sus valiosas enseñanzas como nuestro tutor en el Seminario Especial de Grado “Crisis y Nuevas Estrategias de Desarrollo”, que aceradamente condujo entre 1983 y 1984 en la Escuela de Sociología de la Universidad del Zulia.

ARS


Córdova Armando (2008)

El largo ciclo de la presencia europea en el proceso histórico latinoamericano.

Academia Nacional de Ciencias Económicas. Caracas, Venezuela.


Presentación

Cuando comienza a conmemorarse el medio milenio del arribo de Cristóbal Colón a las costas de América, parece cerrarse un ciclo de la historia universal. El ciclo que comienza con el movimiento de expansión europea hacia el resto del mundo y está culminando con el repliegue de las sociedades de ese continente sobre su propio territorio, para regodearse en el disfrute de los cuantiosos logros económicos, tecnológicos, sociales y culturales acumulados, dejando cada vez más a su suerte al Tercer Mundo, que tanto contribuyó al alcance de esos logros.

A lo largo de esos quinientos años Europa modeló el mundo a imagen y semejanza de sus propias necesidades de desarrollo. América, Asia, África y Oceanía, cada una en su momento y a su manera, fueron coactivamente incorporadas a ese proceso expansivo como objetos pasivos al servicio de la gloria, riqueza y poder de sus conquistadores. De ese modo los diferentes pueblos y culturas del planeta fueron integrados en un sistema internacional eurocentrado, el sistema capitalista mundial (SCM) donde sus particulares historias nacionales resultarían intervenidas, en mayor o menor grado, por la historia de Europa erigida en referencia central y organizadora de la entera historia universal.

La expansión comercial europea comenzó en propiedad a mediados del siglo XV con los viajes de navegantes portugueses y holandeses en busca de las famosas especias asiáticas. Pero estas experiencias iniciales apenas permitieron, como forma de penetración en los territorios contactados, el establecimiento de enclaves coloniales costeros en África y en Asía1 que sólo

evolucionarían hacia la plena condición colonial más de dos siglos después, cuando yarios imperios ibéricos americanos habían alcanzado la plena madurez que auguraba su inminente disolución y, lo que es más importante, cuando ya el capitalismo había culminado su etapa de expansión puramente comercial e iniciaba el radical conjunto de transformaciones estructurales que traería consigo la primera revolución industrial.

Hablando pues, con toda propiedad, Iberoamérica y el Caribe fueron el gran laboratorio donde las potencias europeas experimentaron las tres formas de organización


  1. Véase, Paúl Leory Beaulíeu, Dela colonisation chez lespeuples modernes, París, 1968.


    de la relación colonial (colonias de explotación, colonias de «plantación» y colonias de poblamiento) que aplicarían más tarde, no sólo en los otros tres continentes, sino también en Norteamérica donde la colonización británica se iniciaría en 1620, 128 años después del primer viaje de Colón.

    Ese carácter primigenio de la colonización iberoamericana conformó, ya desde aquella época, la fuente nutricia de todas sus diferencias con el resto del mundo, su condición de crisol de los pueblos y culturas de tres, o quizás cuatro continentes2. Para las actuales sociedades asiáticas, la penetración europea fue un episodio tangencial de no más de dos siglos dentro de una historia de milenios. Fue una conquista en la cual, si bien el ejercicio reiterado de la violencia laceró y dejó huellas en el cuerpo social, se mantuvo intacto en cambio el espíritu ancestral de sus culturas. Allí están la China y la India como ejemplos. En mayor o menor grado puede decirse lo mismo del África, penetrada en propiedad durante el Siglo XIX. América, en cambio, es el resultado mucho más dramático y complejo de una operación de cirugía social donde se combinan dos amputaciones y dos trasplantes. Amputación de los pueblos aborígenes sacrificados y de la conciencia colectiva de sus culturas originales; amputación de pueblos africanos separados de sus raíces para ser sometidos al primer transplante coactivo. Y sobre esa fusión de pueblos tan diversos, la imposición de una manera de ser y de sentir trasplantada también a la europea: la cruz y el vasallaje impuestos por medio de la espada.

    Entendida como es hoy, América Latina nació, pues, como una imposición de Europa. No es que no existiera una historia anterior de sus pueblos originales, sino que ésta, además de haber sido remodelada por los conquistadores, pasó a ser sólo uno de los componentes de la historia integral que los incluye junto a la de los pueblos trasplantados de los otros dos continentes.

    Y no se trata sólo de la génesis de su proceso de conformación. La presencia dominante de Europa en Iberoamérica será desde entonces una constante histórica, como elemento permanente condicionador de nuestra evolución endógena. Aludimos a esa presencia en dos sentidos. Primero, como reiteración del trasplante europeo inicial en la forma de herencia étnica y cultural que de una u otra manera todos llevamos por dentro y de los valores económicos, sociales e ideológicos que sembraron tan profundamente los conquistadores y colonizadores originales. En este aspecto debemos hablar más que de Europa en general, de España y Portugal, de Iberia. Segundo, como presencia, de la Europa de la modernidad y del capitalismo: discreta durante los siglos XVI y XVII; activa y penetrante en el XVIII, plenamente dominante en lo económico e influyente en lo político durante el XIX y la primera mitad del XX y sucesivamente declinante en términos relativos, desde que los Estados Unidos la fue desplazando como poder económico en la región y como paradigma que debía seguir el proceso de modernización económica, social, política y cultural.


  2. Considerando la posibilidad de que fuera cierta la hipótesis que sostiene el origen asiático de algunas culturas aborígenes americanas.


    Por toda esa larga acumulación de incidencias, la experiencia latinoamericana de la participación de Europa en el proceso histórico de conformación de lo que hoy son sus pueblos viene a ser, pues, la más larga, profunda, variada y compleja que haya tomado esa participación en cualquier otra parte del mundo extraeuropeo.

    Tradicionalmente esa experiencia nos ha sido transmitida por una historiografía encubridora y acrítica, sustentada en la dicotomía civilización barbarie3 como razón legitimadora de las acciones del sujeto europeo dominador concebidas como gloriosa epopeya al servicio de Dios4, y de la difusión de la cultura occidental, entre pueblos salvajes, de los cuales se dudó inclusive, si se trataba de hombres o de bestias5. Es la historia que considera a América como un simple «eco del viejo mundo» como la definió Hegel6 y nos invita al eterno agradecimiento por los favores recibidos de nuestros dominadores, tanto de ayer: «el genio de la raza», la «Madre Patria España» la «cultura ancestral de Grecia y Roma», el «contacto modernizador con la Europa del Norte», como de hoy, cuando se nos


  3. Carmen L. Bohórquez, Hacia una teoría de los no descubiertos, Maracaibo, julio, 1991,material

    multigrafiado.

  4. Un claro ejemplo de esta concepción esencialmente salvacionista de la conquista y colonización ibérica es la que nos da el siguiente pasaje de un historiador español contemporáneo. Refiriéndose a las diferencias con la colonización inglesa en Norteamérica afirma: «La conquista y colonización Ibérica es: incorporar y salvar, incorporar un mundo nuevo a la órbita del imperio católico y salvar almas para Cristo. La Voluntad de España en los Siglos XV y XVI fue hacer del mundo el cuerpo de su Estado y de su Estado de cuerpo de Cristo. Setrata de una versión religiosa y misional de la colonización, que le dotó de un sentido humano (!) del que careció la colonización anglosajona». J.L. Avellan, La idea de América. Origen y evolución, Madrid, Ediciciones Itemo, 1972, p. 45. De ese modo afirmando que «el objeto primordial de toda la empresa ibérica fue el hombre especialmente su alma», el autor intenta justificar lo que él califica de crueldad y barbaridades de toda conquista. De modo que permite ver con toda claridad el espíritu autosuficiente, orgullo e inquisitorio que estaba en la mente de la sociedad conquistadora, sigue vivo en algunas mentes del presente. Olvida el señor Avellan de referirse a la diferencia fundamental entre muchos tipos de colonización europea en América. Los anglosajones llegaron a América a trabajar ellos, y para lograrlo con comodidad exterminaron a los indígenas. Los españoles y portugueses llegaron a hacer que los demás trabajaran para ellos. Por eso necesitaban a los indígenas y a los africanos. A pesar de lo cual su acción genocida superó con creces la del norte.

  5. En 1811, después de tres siglos de la relación colonial, el Consulado de México en una comunicación a las Cortes, describía así a los indígenas que habían hecho de ese Virreinato la más brillante joya del Imperio español: «un animal inmundo, revolcándose en el cieno de la más impúdica sensualidad, de la borrachera continua, y de la dejadez más apática, divirtiendo su sombría desesperación en espectáculos horrendos y sangrientos y saboreándose rabiosamente con la carne humana [... ] La historia antigua ni la tradición han transmitido a nuestra edad el recuerdo de un pueblo tan degenerado, indigente e infeliz. [El Indio] está dotado de una pereza y languidez que no pueden explicarse por ejemplos [... ] estúpidos por constitución [... ] borracho por instinto [... ] Esto es [... ] el verdadero retrato del indio de hoy». Citado por Stanley y Bárbara Stein, La herencia colonial de América Latina, México, Siglo XXI Editores, 1984, p. 56.

  6. América es, pues, la tierra del futuro donde en las eras que yacen frente a nosotros el peso de la historia del mundo se revelará – quizás en una disputa entre el norte y el sur de América. Es una tierra de espectativas para todos aquellos fatigados por el deván histórico que es la vieja Europa. Se oyó decir a Napoleón: ‹Esta vieja Europa me aburre›. Será tarea de América abandonar el suelo sobre el cual la historia del mundo, hasta el presente, se ha desarrollado». Lectures on the Philosophy on World History. Traductor H.B. Nisbet. Introduction, Cambridge, 1974..


    invita a considerar la Iniciativa Bush para las Américas y las inversiones provenientes del mundo desarrollado como bendiciones divinas.

    Rechazamos esa visión que, o nos niega historicidad, como propuso Hegel, o fija el 12 de octubre de 1492 como su punto de partida, expulsando del registro de nuestro pasado muchos siglos de realizaciones culturales de nuestros ancestros aborígenes. No sólo de las llamadas «grandes culturas americanas» (aztecas, mayas, chíbchas, incas) cuyos logros no han sido todavía suficientemente ponderados, sino también de las otras, en particular de las culturas de la selva; (Tupi-Guaranies, Caribes, etc.), que nos dejaron como invalorable herencia a su sabia identificación con la naturaleza, su respeto por el equilibrio entre el hombre y su mágico medio circundante y la irreductible defensa de su territorio frente al conquistador. Uno de los soportes del eurocentrismo es, precisamente, la colocación a la sombra de estos decisivos aportes autóctonos en la conformación del alma americana.

    Sostenemos que la historia real de América Latina debe integrar también la versión de sus pueblos explotados, masacrados, esclavizados, sometidos y humillados, cuya verdad es calificada por la historia escrita, por los vencedores, como «disidente, subversiva, extraña y, por tanto, excluida de textos oficiales, no enseñada en escuelas, colegios y universidades»7

    Es el enfoque que coloca en primer plano la despiadada crueldad de los conquistadores: su prepotencia, la destrucción o deformación de las culturas originales, el desastre demográfico, el pillaje de los tesoros acumulados y la continuada explotación de la población que, desde entonces hasta hoy, ha privado a nuestros pueblos de su excedente económico acumulable, nutriente esencial del progreso económico y social.

    En esos momentos se cumple en América Latina, una intensa discusión sobre ese tema en la cual se está poniendo en claro la necesidad de una nueva manera de analizar la historia de nuestros pueblos, una historia que sin renunciar a la objetividad del análisis científico sea capaz de reivindicar todo nuestro pasado: el de los aborígenes americanos, el de los africanos tan profundamente enraizados en América y el de nuestra herencia europea. De una historia que sea capaz de ver a esta última con objetividad, destacando sus grandezas y sus miserias. Comparto este punto de vista y por ello manifiesto mi reconocimiento a este seminario donde se intenta, aprovechando la ocasión del Quinto Centenario, colocar la crítica objetiva como fundamento esencial para el juicio de las responsabilidades exógenas en el sostenido proceso de frustración del destino latinoamericano.

    Me propongo en esta intervención realizar un análisis sucinto de los aspectos más relevantes de ese largo ciclo de la presencia europea en América Latina, partiré de un criterio de periodización en el cual intento separar: una primera fase de penetración, dominada por las motivaciones y valores de la Europa Medieval, que abarca los siglos XVI YXVII durante los cuales ocurre el fraguado de las sociedades coloniales ibéricas y de sus estructuras e instituciones fundamentales, una segunda fase que abarca todo el siglo


  7. D.F. Maza Zavala: lección inaugural del Seminario “La educación descubierta y no descubierta. Dos maneras de educar para dos historias diferentes”, Valencia, Universidad de Carabobo, Cátedra Pío Tamayo, 1989, material multigrafiado.


    XVIII y la primera década del XIX en la cual se prepararon las condiciones para la directa articulación de América Latina al mercado mundial, para culminar en la tercera fase, que va desde la independencia de España y Portugal hasta el presente. Concentraré el mayor esfuerzo de análisis en la primera fase y sintetizaré rápidamente todas las demás para concentrarme, finalmente en la consideración del momento ac

    tual cuando, para usar una vieja metáfora, Europa – comenzando por España-, parece estar botando la naranja exprimida al cesto de los desperdicios históricos, al mismo tiempo que se preparan a celebrar con el orgullo de los vencedores, el glorioso momento de haberla «descubierto».


    La penetración de la Europa medieval (siglos XVI y XVII)


    Las dos europas de la fase de génesis


    La idea síntesis más difundida en la literatura científico-social europea acerca del sentido esencial de la forzada incorporación de la América Latina a la historia universal es la que la resume como el episodio central del proceso de acumulación originaria de capital que afirmaría los fundamentos materiales del mundo moderno. Sería, sin embargo, ingenuo, mecanicista y empobrecedor de esa misma historia, entender literalmente las acciones de Colón, Cortés, Pizarra. Vasco de Gama, Magallanes y todos los demás actores de las fases iniciales de la aventura americana, como las de simples abanderados de un proceso

    – el nacimiento del capitalismo – que ellos no estaban en condiciones de comprender, ni siquiera remotamente porque sólo alcanzaría sentido como real realización ya cumplida, más de un siglo después.

    La cuestión es mucho más compleja. La penetración ibérica en América se inició en momentos en que comenzaba a declinar en Europa un orden societario, el medieval, al mismo tiempo que emergían los primeros atisbos de uno nuevo, cuyo contenido era todavía impreciso para las generaciones que vivieron ese período de transición entre las dos concepciones del mundo que se entrecruzaban en las ideas y en la personalidad de los hombres de la época.

    En cuanto a las ideas, no debe olvidarse que la posibilidad misma de la existencia de un nuevo continente nació como utopía europea desde la propia antigüedad griega en la leyenda de la Atlántida. El resurgir de esa utopía fue una de las múltiples manifestaciones del Renacimiento. Y en lo que incumbe a los personajes históricos que la harían realidad, hay que decir que cada uno de ellos expresaban una particular combinación de esa simultánea presencia de lo viejo y de lo nuevo. Colón fue un símbolo cabal de lo que estaba naciendo en su doble condición de mercader, movido por el afán de lucro, y de navegante de vanguardia, profesión en la que se concentraban los más avanzados logros científicos y tecnológicos de la época8, No es casual que hayan sido marinos y comerciantes los


  8. VéaseT.K. Derri y T.1. Williams, Historia de la tecnología, México, Siglo XXI Editores, 1982.


    actores iniciales fundamentales de la expansión europea sobre el resto del mundo. Los reyes católicos, en cambio, representaban un buen ejemplo de combinación contradictoria de las tendencias en lucha. Por un lado fueron los precursores del estado absolutista que contribuiría poderosamente a carcomer las bases políticas del régimen feudal y a favorecer el avance de la burguesía en el resto de Europa. Tenían además, una concepción del mundo lo bastante moderna como para haber apostado, apoyando a Colón, al triunfo de las concepciones geográficas más avanzadas y a la derrota de las interpretaciones avaladas por el pensamiento escolástico. Pero, por la otra, eran la cabeza de una economía agraria basada en la Mesta ganadera que sería el impedimento fundamental para que no ocurriera en España la revolución agrícola que fue en el resto de Europa la más importante precondición del desarrollo industrial. Eran también los reyes católicos los más firmes representantes de la concepción teológico-religiosa que servía de fundamento ideológico al orden medieval, posición que explica en buena parte la decisión de expulsar de la península a moros y judíos, importantes componentes de vanguardia de la burguesía comercial, financiera y del sector secundario español de la época, sectores sociales éstos que liderizarían el proceso de acumulación de capital en el resto de Europa.

    Más aún, una vez establecida su soberanía sobre las nuevas tierras, los monarcas españoles dejaron a un lado todo lo nuevo que Colón pudiera haber representado y procedieron a utilizar, como depositarios de su real poder en la tarea de conquistar y colonizar el territorio americano, a clases y grupos sociales representativos, en lo fundamental, del orden societario medieval: soldados, religiosos, hijosdalgos pobres, campesinos sin acceso a la tierra, personajes de la picaresca y hasta delincuentes. De ese modo comienza a conformarse Hispanoamérica como traslación reestructurada de la concepción del mundo que comenzaba a morir en Europa para crear allí un aparato de explotación capaz de permitir que un orden declinante pudiera prolongarse en España en beneficio de la nobleza y del clero.

    Para lograr ese objetivo era necesario evitar que llegaran a Hispanoamérica las señales de las transformaciones que estaban ocurriendo no sólo en el resto de Europa, sino también en aquellas regiones de España más en contacto con el capital comercial en particular los puertos mediterráneos de Cataluña y de Levante. Es lo que explica, según un autor, el exclusivismo de Castilla en la conquista y la colonización americana, ya que:

    «Si la nobleza dejaba a la burguesía (española) abrirse paso en América no solamente perdía América, sino también sus propias posiciones en España. Idéntico origen tuvo la estricta prohibición a judíos, moros y conversos de viajar a las Indias Occidentales y radicarse en ellas...»9.


  9. Rodolfo Puiggros, La España que conquistó el Nuevo Mundo, Buenos Aires, Editorial Siglo XX,1965, p. 102. El autor argumenta: “Alregresar Colón de su primer viaje con la noticia del histórico hallazgo, la nobleza despertó de su letargo y rodeó a la Corona para exigirle que no dejase a la burguesía que capitalizara a su favor las tierras descubiertas. El Nuevo Mundo debía ser de Castilla y nada más que de Castilla, del rey feudal y no del rey burgués”, p. 100. Expone luego otros alegatos para fundamentar esa afirmación.


    Poco tiempo después (1522) esa incipiente burguesía ya bastante debilitada por la expulsión de moros y judíos, recibiría su definitivo golpe de gracia con la derrota de las insurrecciones de los comuneros de Castilla y las «germanías» de Aragón a manos de la nobleza española. De esa manera, al cerrar el paso a la clase Social que estaba motorizando en toda Europa el proceso de acumulación de capital, España, al igual que Portugal, quedarían convertidas de hecho simples intermediarias entre la explotación de las riquezas americanas y su final apropiación por parte de los otros países europeos que serían los verdaderos agentes históricos del proceso de acumulación originaria. Esa condición intermediaria tuvo importantes implicaciones tanto en el interior de la sociedad española como en América Latina y el resto de Europa.

    El triunfo americano de la vieja europa y la Institucionalización de las relaciones sociales en España

    Para España significó la posibilidad de prolongar sus estructuras sociales, políticas y culturales medievales dotándolas de una base económica complementaria situada en su imperio americano. De ese modo el ímpetu transformador renacentista pudo ser canalizado hacia un humanismo conservador que Reglá define, con escogida retórica, como «trascendental y teocéntrico, plasmado en la asimilación de las nuevas motivaciones ideológicas compatibles con la ortodoxia católica”10. Compatible también, esto es lo que quiero destacar, con el reforzamiento del absolutismo de la corona, y del poder económico y social de la nobleza y del clero como estamentos dominantes de la sociedad española.

    La primera expresión de la utilización del oro y la plata de América para fortalecer al viejo mundo que comenzaba a morir en Europa, fue el reforzamiento del poder militar y político de España como centro de la Contrareforma, a un costo que para el Siglo XVI ha sido evaluado por un historiador español en un 30% de todo el ingreso proveniente de América11. Una segunda tendencia fue la espectacular concentración de riqueza en manos de la nobleza y del clero12 que tuvo muy diversos efectos. Por un lado, favoreció el consumo suntuario y dispendioso que incrementó las importaciones y favoreció el desarrollo


  10. Juan Reglá, “La época de las tres primeras Austrias” en Historia de España y América, social y económica, dirigida por J. Vincens Vives, Barcelona, 1977, p. 164. Hablo de escogida retórica porque en la página siguiente Reglá cita a [ulián Marias afirmando que los teólogos humanistas españoles del siglo XVI “se enfrentan con los problemas que ha planteado la reforma”, para lo cual “reafirma la tradición escolástica frente a la crítica de los renacentistas, se vuelven al tomismo y a las grandes obras sistemáticas de la Edad Media pero no para repetirlas, sino para comentarlas y aclararlas”, p. 165.

  11. “Cálculos oficiales de 1596 señalan que de un promedio anual de diez millones de ducados importados, (de América), tres servían para atender gastos de la Corona en el extranjero (armas, guerras, embajadas, subsidios a aliados), tres pertenecían a particulares extranjeros (autorizados desde 1560 a sacar la plata) y cuatro millones quedaban en España”. Francisco Morales Padrón, Atlas Histórico Cultural de América, Las Palmas, 1988.

  12. Fundamentalmente en cifras de la época, Reglá califica de “sencillamente fabulosa” la capacidad económica de la gran nobleza. Afirma también que “las rentas de los bienes raíces del clero ascendían a la mitad de las del reino”. Op.cit., pp. 45-46 Y63-66.


    desmesurado de las actividades improductivas13. Por el otro, del dadivoso apoyo a las artes y a las letras que fue uno de los factores impulsores del florecimiento cultural de España durante el llamado Siglo de Oro. Finalmente, el enriquecimiento de la nobleza y el clero, grandes concentradores de la propiedad agraria, impulsó desde entonces un prematuro proceso de descomposición espúrea del campesinado, proceso que, mientras en el resto de Europa fue un producto de la revolución agrícola y, serviría para nutrir los contingentes de obreros para la revolución industrial, en España tendría como efectos el desarrollo del bandolerismo en el campo y la formación de 150.000 mendigos en las ciudades14.

    Al mismo tiempo se fortalecía el poder de los gremios medievales como estructuras productivas dominantes en el sector secundario y, como lógico corolario de todo lo dicho, se prestaba muy poca atención al desarrollo científico y tecnológico que avanzaba con paso firme en la otra Europa de la modernidad y del capitalismo.

    La síntesis de todo ese proceso fue el reforzamiento de un espíritu nacional hispánico que ha sido brillantemente descrito por uno de los «grandes» de España, el duque Maura, en el siguiente párrafo:


    «Al cabo de más de cien años de perenne superación heroica, por acendrada fe religiosa y monárquica, por amor a Dios, y a Isabel, Fernando, Carlos o Felipe, iban adquiriendo nuestros mayores mentalidad y psicología de pueblo escogido, desdeñoso de quehaceres humildes, oficios remuneradores y aun profesiones liberales aburguesadas y pacíficas. La riqueza natural que en verdad apetecían casi todo~ y codiciaban los más, no debía ser, según ellos, recompensa exclusiva del trabajo paciente, mezquinante ganado y sórdidamente distribuido, sino premio condigno de la ventura, audaz, óptimo botín de la conquista difícil, patrimonio legítimo vinculable, como el honor, por juro de heredad en los descendientes de la raza dominadora15».


    Después de leer esa lúcida descripción de cómo los españoles se veían a sí mismos, no es de extrañar que su país haya transitado desde la opulencia del Siglo XVI, allanguidecimiento general del XVII y la decadencia final del XVIII, bajo la dirección de una clase parásita

    «ávida de privilegios y desertora del sacrificio16 como la califica un historiador español.

    Baste decir que la población española descendió sostenidamente durante los dos primeros


  13. “EI número de servidores de los reyes creció vertiginosamente: María Ana de Neoburgo, segunda esposa de Carlos 11, tenía un millarde criados entre hombres y mujeres, y su suegra Mariana de Austria unos quinientos ... (el Conde-Duque de) Olivares tenía 166 criados”. tbid., p. 246. Otros testimonios señalan que esa era la tónica de la nobleza española. En cuanto al clero, basta referirse a la estimación de Vicente de la Fuente de 200.000 eclesiásticos para una población inferior a los seis millones de habitantes. tbtd., p. 253.

14 tbid., p. 114.

15 Citado por Reglá, Ibíd., p. 163. 16 Ibíd., p. 51.


siglos de usufructo de su amerícano17. Para mal de América Latina, esa misma clase sería durante esos mismos tres siglos, su clase dominante externa.


La conformación y fraguado de la sociedad colonial

Dos tipos de intereses confluyeron en la conquista y colonización de lberoamérica. El interés de la monarquía asociado al de las clases dominantes metropolitanas, donde se mezclaban un objetivo económico – el aumento del patrimonio real – y otro ideológico – el espíritu católico salvacionista – íntimamente ligado a la legitimación papal de la posesión del territorio americano por parte de España y Portugal. En segundo lugar, el interés privado de los conquistadores impulsado por la búsqueda de riquezas y ascenso social.

Durante las fases iniciales de exploración y conquista ambos intereses fueron satisfechos con las riquezas arrebatadas a los indígenas, pero una vez agotados los tesoros previamente acumulados por éstos se hizo necesario organizar una estructura productiva estable. El objetivo estratégico fundamental de esa estructura; la generación permanente de un excedente económico exportable, se resolvió tempranamente en el imperio español, por el hallazgo de ricos yacimientos de metales preciosos en las zonas más pobladas y de mayor desarrollo lo que garantizaba la mano de obra capaz necesaria. Durante los primeros dos siglos el 95% de las exportaciones de las colonias hacia España estuvo constituida por oro y plata.

Como elementos complementarios del sector minero fueron organizados, a) un sector de subsistencia y apoyo logístico de insumos y medios de producción a las zonas mineras, agrícolas, ganaderas y de actividades de transformación, y b) un conjunto de establecimientos defensivos ubicados en puntos clave de la geografía colonial en funcíónde la seguridad del imperio, en particular las rutas de tránsito de los metales preciosos hasta la metrópoli.

Este sencillo esquema que adoptó desde sus comienzos la organización económica del imperio español en el nuevo continente traería consigo las dos implicaciones de mayor incidencia en la conformación de las estructuras sustentadoras del subdesarrollo latinoamericano.

En primer lugar, la limitación de crecimiento económico a que daba lugar, – como en toda relación colonial-, y la renuncia a la inversión interna de una parte de su excedente económico expropiado por la metrópoli.

En segundo lugar, se establecía implícitamente que el proceso histórico de conformación y evolución de las nuevas sociedades debía expresarse en estructuras que garantizasen la continuidad de esa succión de excedente económico por parte de intereses exógenos. Fue el punto de partida para instituir la relación de dependencia como elemento consustancial


  1. Lascifras varían de un autor a otro. Para 1492 las estimaciones de la población de España oscilan entre 7.9 y 9.3 millones de habitantes. Véase Morales Padrón, op. cit., p. 8l. Para 1715 era de 7.5 millones. Existe acuerdo, sin embargo en que de 1500 a 1700 la baja de la población superó el millón de habitantes.


    del funcionamiento económico, social, político o ideológico latinoamericano. Otras sociedades colonizadas, asiáticas y africanas, fueron constreñidas por la fuerza a aceptar las relaciones de dependencia y subordinación, pero sin que ello implicase la humillación de adoptarlas voluntariamente. Las latinoamericanas, en cambio fueron construidas para que estas relaciones de dependencia formaran parte esencial de su organización social.

    Desde el punto de vista operativo, la organización de esa estructura incorporó un amplio abanico de relaciones de trabajo, la esclavitud –indígenas y africanas – la adaptación de formas preexistentes como la mita y el cuatequitI; la instauración de obras basadas en instituciones medievales, como el pago de rentas o la prestación de servicios personales adaptados, como en el caso de las encomiendas, a específicas condiciones regionales y locales; el mantenimiento de algunas modalidades de trabajo libre y semilibre; y también, aunque en mucho menor escala, el trabajo directo de los peninsulares. En su conjunto, la adaptación coactiva de la fuerza laboral a las tareas productivas, produjo efectos catastróficos sobre la población originaria la cual se redujo, según las estimaciones más conservadores, a menos de una cuarta parte durante el primer siglo de vida colonial18.

    La organización económica y el aparato represivo que le era inmanente, funcionó exitosamente desde sus inicios. Transcurriría, sin embargo, un período de uno a dos siglos, según las distintas regiones, para que pudiera hablarse en propiedad de sociedades americanas propiamente dichas, entendidas como resultado de la hibridación de sus componentes europeos, indígenas y africanos a medida que se cumplía el doble proceso de integración social y ocupación del espacio, e iban cristalizando una estructura productiva sui generis y un sistema de estratificación social en el cual se sintetizaba todo el proceso de conformación y maduración del orden colonial.

    El elemento fundamental de esa estructura económica y social fue una unidad productiva original específicamente latinoamericana: la gran hacienda agrícola ganadera, resultado de la evolución de aquellas relaciones de trabajo, en el marco de una creciente consolidación del monopolio de la propiedad territorial por parte de la oligarquía latifundista criolla.

    En ese proceso de conformación de la gran hacienda, basada en la relación de servidumbre de los trabajadores semilibres, se sintetizan las influencias combinadas de las instituciones de corte medieval que modelaron su estructura interna y la presencia envolvente del mercado mundial en formación, bajo la dirección del capital comercial de la Europa moderna. Así pues, la hacienda fue la síntesis de instituciones de las dos Europas y de los aportes autóctonos de los hombres y las condiciones del territorio americano.

    La originalidad de la hacienda como unidad productiva radica en su doble condición de economía natural, – en la que los campesinos cultivaban en sus parcelas los bienes necesarios para su sustento-, y de economía mercantil, produciendo en las tierras


  2. Según Darcy Ribeiro, el desastre demográfico fue muy superior. En su obra Las Américas y la civilización, estima “más de la mitad de la población aborigen” la que murió de enfermedades traídas a América por los conquistadores.


    destinadas por el propietario para tales fines, bienes destinados para ser vendidos en el mercado. Esta capacidad de producir simultáneamente valores de uso y valores en cambio, permitía a la hacienda aprovechar los períodos de auge de la demanda de sus productos hasta el límite de su capacidad productiva, y subsistir sin grandes problemas cuando disminuía o desaparecía la demanda.

    Una segunda característica de la organización colonial ibérica, que a la postre resultaría también típicamente latinoamericana, fue el sistema de la estratificación social basado en las variadas castas a que dio lugar el intenso y sostenido proceso de mestizaje de los tres componentes étnicos presentes en el fraguado de los pueblos de América Latina. La originalidad de ese sistema se expresa en la combinación del esquema de estratificación, típico de la sociedad feudal, (señores y siervos), con el agregado de la esclavitud africana y de los criterios racistas que España comenzó a construir en su enfrentamiento con moros y judíos y la Europa moderna fue desarrollando en el hombre blanco, a medida que se daba su expansión por todo el planeta, la autosuficiencia del conquistador todopoderoso transformada en prueba irrebatible de su superioridad racial19. Nació así un sistema de estratificación que no parece haber existido antes, en el cual la apariencia física de los individuos era un factor determinante de su status social. «En América –escribió Alexander Von Humboldt – la piel más o menos blanca decide la posición que ocupa el hombre en la socíedad20. A la dependencia y heterogeneidad socioeconómica se agregaban la dependencia y la heterogeneidad racial como otros dos elementos conflictivos de la herencia colonial.

    Un tercer elemento característico de la organización colonial ibérica fue la presencia de la iglesia católica como institución contralora, reguladora y legitimadora del orden social. En primer lugar, como encargada de administrar el gasto social en educación y salud, y adoctrinar a la fuerza de trabajo en los deberes de obediencia a Dios, al Rey establecido por Él, al gobierno que lo representaba en América y a los terratenientes criollos como sus señores directos, siempre que éstos obedecieran al monarca. En segundo lugar, como


  3. Muchas evidencias parecen argumentar a favor de la tesis de que el racismo es un producto de la expansión colonial de Europa a partir del Siglo XVI. El investigador Martín Bernal, de Cornell University estudió en su obra Block Athena el por qué los estudiosos europeos “comenzando en el Siglo XVIII, expulsaron cuidadosamente a Egipto y Canaan del árbol genealógico de la cultura occidental”. Su respuesta fue: “porque ellos eran racistas y antisemitas, no podían soportar la idea de que su amada Grecia podría haber sido impurificada por la influencia africana y semita y por ello consideraron como meros mitos los propios relatos griegos acerca de como la tecnología, filosofía y teoría política de Egipto y Canaan parecen haber dejado su impronta en la civilización egea. En lugar de esa versión, que data de hace 3000 años los historiadores clásicos europeos inventaron la historia del origen ‘ario’ o indoeuropeo de la cultura griega.” Manejando “montañas de evidencias de la lingüística arqueología y documentos antiguos Bernal sostiene que entre el 2100 y el 1100 AC cuando nació la cultura griega, tomaron de egipcios y cananeos, deidades, tecnologías, arquitectura, noción de justicia y el concepto de ciudades – estados. Existen también evidencias de que el racismo como construcción intelectual no existió en la antigüedad greco-romana. Tampoco fueron racistas Marco Polo ni el mismo Shakespeare”. Ver Newsweek, 23 de septiembre, 1991.

  4. Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, 1822, citado por Stein y Stein, op. cit., p.156.


    factor de equilibrio entre las clases dominantes internas y los representantes del gobierno metropolitano.

    Además de estas importantes funciones y basándose en ellas, la iglesias convirtió en un relevante poder económico dentro de la estructura colonial, no sólo como propietaria de grandes extensiones de tierra, sino también COJIlO principal entidad financiera del sistema. Su gestión, además, un poderoso freno a la inversión productiva interna debido a que su decisiva influencia en la distribución del excedente económico, aparte de servir para incrementar la acumulación de riqueza muerta, sólo financiaba gastos improductivos.

    Desde fines del siglo XVII en algunos casos, y de mediados del XVIII en los demás, estas organizaciones alcanzaron su plena cristalización como estructuras de estratificación social vertical, y avanzaron en la ocupación del territorio hasta el límite que determinaron las decrecientes posibilidades de incorporar nuevos yacimientos de metales preciosos y la cuantía de sus recursos materiales. Llegados a ese punto, comenzaron a operar los factores que provocarían la crisis de la sociedad colonial.

    Los elementos de esa crisis estaban implícitos en la estructura interna de la hacienda. Como señalé anteriormente, su producción podía crecer si existía demanda para sus bienes destinados al mercado, pero su propia organización interna – basada en la renta de la tierra y el autoconsumo de su producción por aparte de los campesinos-, limitaba considerablemente el desarrollo del mercado interior. De allí que dicho mercado para la producción de las haciendas estuviese circunscrito a las zonas mineras y a los centros administrativosurbanos. La tendencia al estancamiento, al agotarse el ímpetu colonizador a medida que disminuían las expectativas de localizar nuevos yacimientos minerales, dejó ver como única posibilidad de expansión económica la producción de otros bienes de alta demanda en el mercado mundial, pues este problema no tenía soluciones dentro del sistema colonial.

    En primer lugar, porque no existían fuentes de financiamiento interno y de abastecimientos de medios de producción. En segundo lugar, por las prohibiciones y restricciones coloniales al comercio con otros países del mundo.

    Ambos problemas fueron resueltos por las potencias de la Europa capitalista en expansión. Holanda, Inglaterra y Francia estimularon en las colonias ibéricas la producción de bienes tropicales exportables y se encargaron directamente de su tráfico por medio del contrabando. Comenzó así a decaer la presencia de la vieja Europa medieval en América y a crecer la penetración de la Europa moderna y capitalista, situación que conduciría rápidamente a crear las condiciones para la ruptura del vínculo colonial.


    El relevo entre las dos Europas

    si para la sociedad española el flujo de riquezas americanas terminó por convertirse en instrumento para la institucionalización de atraso medieval, para otros países de Europa occidental constituyó un importante factor acelerador del desarrollo económico y social por sus efectos impulsores de la acumulación interna de capital y de la formación del mercado mundial.


    Los primeros beneficiarios directos desde comienzos del siglo XVI fueron banqueros y comerciantes católicos alemanes los Fugger, Welser, Haugs, Inhof y Meutíngs21, financistas de la corona española y del movimiento de contrareforma durante los gobiernos en España de su connacional Carlos I y de su hijo Felipe 11. Yno fue sólo la explotación indirecta por vía de la usura, pues lo que se negó a los españoles no castellanos les fue permitido a los Welser y a los Fugger, autorizados por el rey para participar directamente en la conquista y saqueo del territorio americano, incluyendo el comercio de esclavos índígenas22. Está claramente establecido históricamente que los banqueros alemanes fueron los grandes beneficiarios de la riqueza americana durante el primer siglo colonial23.

    Una segunda vía de aprovechamiento europeo de las riquezas del imperio español fue la piratería, tanto en alta mar como en el saqueo de las poblaciones costeñas, acciones que llenaron casi plenamente la historia de las relaciones de las colonias iberoamericanas y del Caribe con Francia, Inglaterra y Holanda durante todo el siglo XVF24 aunque ya en sus postrimerías se cumplieron también las primeras experiencias de aprovechamiento comercial de la naciente industria azucarera del noroeste brasilero por parte de intereses holandeses.

    Durante el siglo XVII, sin descartar una que otra acción corsaria, comienzan a abrirse paso políticas orientadas hacia el incremento de las relaciones de intercambio mercantil a partir de la introducción de cuñas de colonización en la periferia de los imperios coloniales ibéricos mediante la ocupación por aquellas tres potencias marítimas del norte de Europa, de las principales Antillas Menores25, «consideradas hasta entonces como inútiles por España26: de la parte occidental de la isla La Española (Saint Domingue o Haití) y del territorio continental de Guayana. Estos establecimientos sirvieron de plataforma para muy diversas formas de comercio legal e ilegal con la tierra firme y las otras posesiones insulares de España en el Caribe.


  5. Véase al respecto el capítulo dedicado a los alemanes en la obra de Georg Friederici, El carácter del descubrimiento de América, México, Fondo de Cultura Económica, tomo 11, 1987.

  6. Como parte de la compensación de sus servicios financieros a la Corona española los Welser obtuvieron en 1527 que la casi totalidad de la actual Venezuela les fuera concedida en explotación. LosFugger fueron autorizados en 1531 a conquistar la parte sur del continente americano, autorizados a gobernar “todo lo que descubrieran desde el Estrecho de Magallanes hasta el Perú, América del Sur quedó así repartida entre las dos firmas alemanas”. R. Puiggros, op. cit., pp. 187-194.

  7. Entre 1564 y 1641 tan sólo los Fugger pagaron diezmos al tesoro real por 50 millones de ducados, cifra muy elevada para la época. Véase para mayores detalles Puiggros, op. cit., p. 203.

  8. En su excelente trabajo ya citado, Friederici hace un detallado análisis de la participación de los distintos europeos en la aventura americana.

  9. “Desde finales del siglo XVI los ingleses se radicaron en Guayana al alimón con los holandeses y van ocupando sistemáticamente Barbados, San Cristóbal, San Vicente, Barbuda, Antigua, Montserrat y, finalmente Jamaica, que se transformaría en centro de sus operaciones sobre el Golfo de México y el Istmo [... ] a partir de 1634 los holandeses se apoderaron de Curazao, Aruba y también de Tobago, San Martín y las Islas Vírgenes [... ] Los franceses desde 1635 se adueñaron de Dominica, Martinica, Guadalupe, Grenada, Deseada y la parte occidental de la isla La Española”. F. Morales Padrón, op. cit., p. 463.

  10. Idem.


    Estas cuñas de colonización fueron el punto de partida de desarrollo o en algunas de ellas, particularmente en Haití y Jamaica, de una importante producción azucarera cuya tecnología había sido introducida en la Isla de Barbados por los holandeses expulsados de Brasil. Se inicia así el ciclo azucarero caribeño que sería núcleo organizador del lucrativo tráfico triangular mediante el cual Inglaterra descubrió la forma de articular en un solo sistema de explotación el tráfico de esclavos, oro y marfil de África, los textiles de la India, las maderas, cáñamo, trigo y alquitrán del norte de Europa, el trigo, la carne y el pescado de Norteaméríca, el azúcar del caribe, el cacao, cueros, productos tintóreos, tabaco y la plata de América Latina. Los cuatro continentes hasta entonces conocidos girando alrededor de la economía inglesa, ya orientada hacia la exportación de productos industriales: armas, quincallería y textiles de lana. Había nacido el primer gran sistema de comercio mundial cuyo centro estratégico fue el lucrativo tráfico de esclavos africanos hacia América, el cual, según Eric Williams, «creó la industria inglesa en la metrópoli y la agricultura tropical en las colonias27.

    La hacienda latinoamericana no tenía otra alternativa de desarrollo que su directa incorporación a ese mercado mundial bajo el estimulo de las potencias del norte europeo en abierta competencia entre ellas por penetrar en el mercado íberoamerícano28, hasta el punto de ir a la guerra por ese objetivo29, Inglaterra resultó a la postre la gran vencedora, lo cual le garantizó un conjunto de ventajas comerciales en el imperio colonial español. Por otras vías los ingleses lograron lo mismo con Brasil que para entonces tenía un mercado de expansión debido al desarrollo de su producción de or030.

    Una vez creado ese comercio los intereses de la clase terrateniente criolla quedarían definitivamente atados a los del libre comercio como condición de su propio desarrollo. Es el comienzo del proceso a través del cual Inglaterra por la vía del comercio comienza a sustituir a España y Portugal como auténtica metrópoli de América Latina, objetivo que se logró plenamente en el siglo XIX después de la independencia.


  11. EricWilliams, Capitalismo e schiavitu, Bari, Editorial Laterza, 1971, p. 47. Hobsbawn coincide con Williams “nuestra economía industrial-escribió – nació de nuestro comercio y, especialmente con el mundo subdesarrollado”. Storia economice dell’lnghilterra. La rivoluzione industriale e t’impero, Torino, Editoral Einacidi, 1972, p. 52.

  12. Ya en 1700 Francia comenzó a presionar para excluir a Inglaterra del comercio con la América Española. En noviembre de eseaño Luis XV instruía a su embajador en Madrid acerca de la necesidad de excluir ingleses y holandeses del comercio con el imperio colonial español “por el bien de Francia y su afirmación comercial en América”. Ese objetivo fue logrado el año siguiente cuando le fuera concedido a Francia el derecho de Asiento que implicaba el virtual monopolio del tráfico de esclavos con el imperio español. La inmediata respuesta anglo-holandesa fue el Tratado de La Haya, firmado en 1701 en el cual varios paísesse comprometían a impedir que los franceses conquistaran las Indias Españolaso que enviaran naves propias para comerciar con ellas directa o indirectamente”. VéaseArmando Córdova, «Las Colonias Iberoamericanas en el Sistema de Relaciones Internacionales a fines del siglo XVIII» en Cuadernos Latinoamericanos, Maracaibo, Venezuela, n° 1, 1989, p. 64.

  13. La guerra de sucesión española (1701-1713) entre Inglaterra y Holanda por un lado y Francia y Españapor el otro.

  14. Celso Furtado, Formación económica del Brasil, México, Fondo de Cultura Económica, capítulo 14, 1962.


    La presencia abierta de la europa moderna

    a partir de la libre articulación de las nuevas naciones latinoamericanas al SCM comenzaron a operar con entera libertad los mecanismos económicos, sociales, políticos e ideológicos que institucionalizarían la subordinación de su desarrollo económico a las exigencias del funcionamiento del proceso de acumulación a escala mundial y a su concentración prioritaria en los centros capitalistas de vanguardia de cada período. Desde entonces y hasta el presente, se distinguen tres modalidades diferentes de funcionamiento del sistema y de su proceso de acumulación: el régimen industrial premonopolista o de competencia perfecta, que duró hasta la Segunda Guerra Mundial, y el llamado régimen de acumulación fordista que duró desde entonces hasta fines de la década de los sesenta, cuando se inicia la actual crisis económica.

    En cada uno de estos períodos históricos, por imposición del sistema de relaciones internacionales, América Latina debió adaptar sus estructuras económicas y sociales a las exigencias de funcionamiento de la economía mundial. Dicho de otro modo, a cada modelo histórico del desarrollo capitalista en los centros ha correspondido un particular modelo histórico de subdesarrollo en la periferia latinoamericana. Ellos son, en el mismo orden: el primario exportador latifundista, después de la independencia; el primario exportador capitalista extranjero o monopolista, para el segundo período y el de industrialización subordinada e incompleta, durante el período fordista.

    El instrumento que ha garantizado el funcionamiento armónico y sostenido de la dicotomía desarrollo-subdesarrollo es el modo de orttculacion» de sistema, el cual ha cambiado de forma en cada circunstancia, pero cumpliendo siempre tres funciones claves:

    Primera: Garantizar la mejor forma de adaptación de nuestras economías al tipo de división internacional del trabajo que ha correspondido al funcionamiento del sistema mundial en cada período histórico. Es esa adaptación de nuestras estructuras productivas lo que determina, a la postre, la estructura interna de clases sociales.

    Segunda: Establecer las reglas de juego para el reparto del excedente económico generado en las economías dependientes entre las clases dominantes locales y las metropolitanas.

    Tercera: Garantizar la permanencia y legitimación del sistema de relaciones económicas, sociales y políticas, internas y externas característica de cada modo de articulación mediante la organización, desarrollo y conservación de un conjunto integrado de instrumentos políticos, jurídicos, represivos e ideológicos establecidos para ese fin por la coalición dominante.

    Veamos de seguidas una rápida síntesis de la participación europea en cada una de esas tres fases.


    La primera revolución Industrial y el modelo primario


    Exportador latifundista

    Con el inicio de la revolución industrial inglesa quedó definido el esquema de división

    internacional del trabajo y de la producción que respondía a los requerimientos de ese


    proceso: Inglaterra se especializaba en la producción de productos textiles y siderúrgicos (ferretería), utilizando para ello el virtual monopolio de ventajas tecnológicas de que gozaba, mientras el resto del mundo se definía como un enorme mercado potencial para la producción inglesa. En contrapartida, la economía británica debía ayudar a sus potenciales compradores a desarrollar exportaciones de otros productos para garantizar el intercambio. El libre comercio era un requisito necesario de ese esquema, por el cual habían luchado las potencias del norte europeo de común acuerdo con los terratenientes y mercaderes criollos en lberoamérica.

    La independencia de España y Portugal creó de inmediato las condiciones para la rápida incorporación de América Latina al nuevo sistema de comercio mundial. El sector agrícola pudo ampliar libremente sus exportaciones, primero utilizando capacidad productiva ociosa, luego, incorporando a sus cultivos nuevos productos de demanda mundial expansiva sin otro límite que el que imponía la fuerza de trabajo disponible, pues la tierra era prácticamente ilimitada. En Argentina y Brasil, países donde concentró el mayor esfuerzo de Inglaterra, fue necesario importar cuantiosos contingentes de mano de obra europea32.

    Los resultados inmediatos más notorios fueron, por una parte, la ruina de la producción textil tradicional que se había desarrollado en algunas colonias33 y, por la otra, la consolidación de la estructura económica y social colonial basada en el monopolio de la propiedad territorial. Las grandes haciendas y estancias no sólo se mantuvieron, sino que se consolidaron y, hasta se expandieron mediante la expropiación de las comunidades indígenas y los pequeños propietarios, ahora a plena merced de los terratenientes. En Argentina se llegó hasta cumplir un segundo proceso de conquista de territorios en poder de los indígenas, no incorporados aún al sistema, reproduciéndose incluso, las formas genocidas coloniales.

    En el ámbito de la circulación se operó un cambio de cierta relevancia, la sustitución del aparato comercial colonial, basado en el monopolio de los peninsulares, por una nueva burguesía mercantil cuyo núcleo fundamental estuvo constituido por casas comerciales de origen europeo, particularmente inglesas, alemanas, francesas y holandesas, encargadas de las importaciones y exportaciones. Sólo el pequeño comercio minorista quedó en manos de operadores locales. Esa burguesía importadora-exportadora, aliada tanto del capital extranjero como de los terratenientes criollos, sería un elemento clave de la nueva estructura, la encargada de su vinculación con el mercado mundial.

    Desde el punto de vista social se exacerbaron las contradicciones entre la oligarquía territorial y las grandes masas sin tierra, agravadas por la permanencia de la discriminatoria estructura de las castas coloniales. Estas contradicciones, unidas a la desintegración de las regiones con los polos urbanos que aspiraban a concentrar el poder, fueron factores permanentes de las innumerables revueltas civiles del siglo XIX.

    En la medida de sus decrecientes posibilidades, el clero continuó jugando un papel sublimador de la explotación de los trabajadores y de sostén ideológico del status tradicional.

    En síntesis, la Europa moderna encontró la posibilidad de cumplir sus objetivos de explotación manteniendo, en alianza con los terratenientes, las estructuras económicas


    y sociales que había instaurado durante la colonia la Europa Medieval. Por añadidura América sirvió como válvula de escape para aquietar algunas de las contradicciones generadas por el desarrollo capitalista, mediante la emigración de contingentes humanos conflictivos. De 1846 a 1939 se trasladaron a América 51 millones de europeos, de los cuales, como ya se indicó, tan sólo a Argentina y Brasil alrededor de 11.6 millone34.

    La adaptación del aparato productivo interno de las recién liberadas naciones latinoamericanas a las nuevas exigencias del comercio internacional tuvo características muy diversas cada una de ellas. Esas diferencias derivaron en gran medida de la capacidad de la clase terrateniente para resolver los problemas que se presentaban, en particular el reclutamiento de la mano de obra y/o incorporación de nuevos renglones productivos donde fue necesario. En casi todas partes, sin embargo, después de una primera fase de auge, de duración variable, el modelo de crecimiento tendió a agotarse a medida que se llegaba al límite de saturación del mercado mundial de los bienes exportados. En el último cuarto del siglo XIX comenzó la contracción de la demanda hasta alcanzar niveles críticos durante la gran depresión de los treinta. A partir de entonces dicho sector perdió toda capacidad de seguir liderizando el crecimiento económico. Se inició así el proceso de decadencia de la vieja clase latifundista a medida que las economías de la región comenzaron a buscar afanosamente nuevos motores de crecimiento económico.


    La segunda revolución Industrial y el modelo primario exportador monopolista extranJero35

    Mientras ocurría el agotamiento del modelo primario exportador latifundista se estaban operando cambios estructurales profundos en las economías capitalistas desarrolladas. Desde el punto de vista técnico, el conjunto de innovaciones transformadoras que trajo consigo la segunda revolución industrial: desarrollo de los motores eléctricos y de combustión interna, de la química industrial, del nuevo sistema energético basado en el petróleo, etc.

    Desde el punto de vista de la organización social de la producción, el nacimiento de los grandes monopolios y la implantación de los métodos tayloristas de control de los procesos de trabajo.

    Desde el punto de vista de las relaciones centro-periferia, la más importante consecuencia del nuevo régimen de acumulación fue el avance de los grandes monopolios hacia la conquista y explotación de las fuentes mundiales de las materias primas necesarias, (hidrocarburos, cobre, hierro y otros minerales), así como de otros alimentos y materias primas agrícolas de demanda expansiva en los países desarrollados (carne, bananos, azúcar, etc.). Los cambios más significativos que trajo para América Latina – y para todo el tercer mundo la nueva estructuración de la economía mundial, fueron los siguientes:

    1. La introducción directa de empresas capitalistas extranjeras para controlar el nuevo sector exportador. Este seguía concentrado en la producción primaria, pero ahora las empresas productoras no eran las unidades atrasadas del período anterior, sino firmas que traían consigo la más avanzada tecnología de la época.


    2. Aumento de la importancia del Estado como perceptor de ingresos derivados de las actividades exportadoras, con mayor relevancia en los países productores de hidrocarburos y otros minerales, debido a que, de acuerdo a la tradición jurídica heredada de las metrópolis ibéricas, el Estado era el propietario del subsuelo, por lo cual percibía impuestos y regalías.

    3. Incremento del mercado nacional para la producción industrial de los países desarrollados, favorecido por la mejora de las comunicaciones internas y por el proceso de urbanización que estimulaba el nuevo estilo de crecimiento económico.

Los efectos del nuevo sector sobre la estructura económica precedente variaron de un país a otro, dependiendo de factores como su capacidad generadora de empleo, la importancia del ingreso generado, la magnítud de sus inversiones en infraestructura física, y la distribución de los resultados entre el capital extranjero y la economía nacional. En todos los casos, sin embargo, salvando diferencias cuantitativas, terminó por imponerse un esquema único de organización interna mediante el cual, como en el modelo anterior, el ingreso nacional generado en el sector extranjero se transformó plenamente en importaciones de bienes industriales, lo cual impedía el desarrollo industrial endógeno. Este objetivo, plenamente coincidente con los intereses de la burguesía comercial doméstica, convertida por ello en principal aliada del capital extranjero, no estaba por lo demás, en contradicción con los de la vieja oligarquía terrateniente en proceso de decadencia y transformación.

Durante ese período se inicia el desplazamiento del centro de gravedad del SCM desde Europa a los Estados Unidos, el cual ganó tempranamente la batalla en América Latina, imponiendo a la casi totalidad de sus países Tratados de Reciprocidad Comercial36 que le garantizaban posiciones de dominio en los mercados latinoamericanos e ínstítucionalízando a su paso, la relación de dependencia.

De esa forma, el sector exportador extranjero terminó por transformarse en un enclave con escasa capacidad de difusión de su dinamismo económico y tecnológico hacia el resto de la economía. Por segunda vez los países representantes de la modernidad capitalista limitaban nuestras posibilidades de desarrollo en función de sus propios objetivos.


La emiergencia de los estados unidos y la declinación de la presencia europea


El modelo fordlsta-keyneslano y la Industrialización dependiente


Al fin de la Segunda Guerra Mundial se planteó en América Latina el más favorable

conjunto de condiciones para el desarrollo económico de toda su historia.

En primer lugar, la difusión del efecto demostración de los patrones tecnológicos y de consumo de los países desarrollados ocurrida durante el conflicto, aceleró la toma de conciencia respecto a la necesidad y viabilidad de la modernización de nuestras estructuras económicas y sociales.


En segundo lugar, propicio marco internacional donde los dos sistemas mundiales victoriosos rivalizaban ofreciendo al Tercer Mundo sus diferentes recetas de desarrollo, favoreció un trato nuevo para sus pueblos y estimuló la búsqueda colectiva de soluciones para sus problemas.

En tercer lugar, la postguerra comenzó con un repunte de la demanda mundial de materias primas que motivó el auge de las exportaciones de la región, se fortaleció así la fuente natural para el financiamiento doméstico de la industrialización. El desarrollo a paso rápido del régimen de acumulación fordista, mantuvo durante un cuarto de siglo el impulso expansivo del sector externo favoreció las inversiones de capital extranjero.

Finalmente, la tragedia europea de la guerra hizo renacer la vieja idea que presentaba a la América Latina como continente del futuro.

Ese conjunto de condiciones favorables fue marco propicio al florecimiento de la primera teoría económica latinoamericana, al desarrollismo de Raúl Prebisch y la Cepal, y, lo más importante, propició la emergencia de un proceso de industrialización por sustitución de importaciones que nutrió las más optimistas expectativas de transformación en los sectores moderados – socialdemócratas y democristianos – de la región. Hasta la oposición de la izquierda radical a ese estilo de desarrollo, le fue a la postre favorable, como contrapeso para vencer la oposición de los sectores conservadores internos y externos.

Y, por si fuera poco, por primera vez en la historia la causa del desarrollo latinoamericano tuvo a Europa como aliada. Destruida, y avergonzada por sus 45 millones de muertos y obligada a tener que recibir ayuda para levantarse, Europa comenzó a entendernos y a ofrecernos su activa solidaridad tanto al desarrollismo de la Cepal, por parte del status, como a las propuestas de cambio del sistema por parte de los sectores radicales.

Poco duraron, sin embargo, las esperanzas de transformación progresista. Ya desde comienzos de la década de los sesenta se hizo claro que las expectativas del desarrollo industrial por sustitución de importaciones estaban conduciendo hacia una nueva frustración. No sólo se conformaban nuevasvariantes de desarrollo dependiente, incompleto y elitesco, sino que el entero proceso desembocaba, fatalmente en el estancamiento. De los tres sectores del modelo fordista central-(I) el científico-tecnológico; (H) el de ingeniería calificada y (III) el de ensamblaje descalificado-, sólo pudimos desarrollar el último y penetrar apenas la epidermis del segundo. Nuestras precarias industrias, controladas en su mayoría por el capital extranjero, no eran más que apéndices de los centros desarrollados, incapaces de autosostenerse. Además la gran mayoría de la población quedaba a margen de sus efectos. El subdesarrollo cambiaba de forma, pero mantenía su esencia aberrante.

La crisis en curso


La crisis del fordismo central después de 1968 agravó aún más la situación. El modelo de desarrollo hacia el cual se avanzaba con éxito aparente, se volvió repentinamente obsoleto e ineficiente. Simultáneamente se hacían presentes los primeros indicios de una nueva reestructuración que, por una parte, obligó al endeudamiento de la región para mantener sus importaciones y, por la otra, desvalorizaba las materias primas y la fuerza de trabajo no especializada que habían sido los factores sostenedores de la competitividad


internacional de sus exportaciones. Se había caído en una nueva trampa del subdesarrollo y de la dependencia; endeudados y sin posibilidades de pagar, los países de la región quedaron en poder de sus acreedores representados por el FMI y el Banco Mundial, quienes no tardaron en imponer, a través de las presiones hacia la apertura liberal y las privatizaciones, las políticas que conducen a la entrega de lo poco que se tenía, incluyendo las esperanzas de desarrollo, en pago de la deuda.

Cuando esto sucede Europa se ha replegado sobre sí misma. Mientras escribo esto, en la Conferencia sobre Cooperación y Desarrollo, celebrada entre el 17 y 19 de octubre en Roma, donde participa la Comunidad Económica Europea con el objetivo de recomendar la ayuda al desarrollo del Tercer Mundo en el actual contexto internacional, el presidente de dicha reunión, Gianni De Michelis, afirma, en nombre de todos, que América es un problema que corresponde a los Estados Unidos «y que Europa, cuando mucho, tiene un papel de apoyo a la política de éstos». Nada queda por decir: los cuatro siglos de pleno disfrute europeo en la región pretenden ocultarse bajo la presencia norteamericana de menos de un siglo.


EPÍLOGO


¿Hacia dónde vamos?


Hemos llegado al punto en el cual se cierra el ciclo histórico de la presencia dominante de Europa, tanto en América Latina como en África y Asia. Simultáneamente, parece que está naciendo un mundo nuevo. Vivimos hoy, como hace quinientos años, la reiterada transición – ahora dramáticamente acelerada – de lo viejo que agoniza a lo nuevo que ocupa su lugar37.

En esta encrucijada, para los latinoamericanos la reflexión sobre el pasado sigue siendo importante para conocer mejor lo que somos y de dónde venimos. No obstante, esa toma de conciencia seguirá siendo insuficiente si no la acompañamos con la voluntad de construir un futuro propio y no inducido por otros. El momento es propicio para plantearse nuevos y audaces caminos de transformación.

El futuro en ciernes, el de un nuevo sistema social que parece estarse conformando ante nuestros ojos, es todavía una misteriosa incógnita. Especialmente porque el caudal de conocimientos de que disponemos para entender el mundo que agoniza – el que aportaron las ciencias sociales durante esos quinientos años – se nos presenta cada vez más incapaz para entender la sucesión de hechos inesperados y el repentino estallido de complejidad que nos envuelve.

¿Hacia dónde vamos? Para algunos, no existe ni puede haber todavía una respuesta madura. Son los partidarios de la teoría del caos, del desorden, quienes ven la actual sociedad mundial como una estructura disipativa de final abierto, algo que tiende a disolverse y a reestructurarse sin que podamos predeterminar científicamente ni el tiempo final ni la calidad de esa transformación.


La modernidad que comenzó a nacer hace quinientos años de las entrañas del medioevo declinante, ¿no era también una estructura disipativa de final abierto? ¿Quién, en aquel momento, podía prever lo que luego realmente sucedió? Cabe recordar aquí que el señor Cristóbal Colón murió sin llegar siquiera a conocer que había descubierto un nuevo continente.

Para otros, en cambio, no vamos hacia ninguna parte porque ya llegamos a la estación final de la historia, identificada por el estado superior que hoy exhiben las sociedades más desarrolladas del planeta, organizadas sobre las bases del mercado y de la democracia liberal.

Si aceptamos el primer punto de vista, resultaría ilusorio plantear salidas a los problemas del tercero, segundo y primer mundos, hasta tanto no se concrete su definitiva reestructuración sobre bases firmes y no se defina cuál es el auténtico final abierto, hasta ahora imprevisible. La otra tesis, la del fin de la historia, nos ofrece una respuesta precisa, cuyo simplismo contrasta con la desconcertante complejidad del mundo actual: el Primer mundo ya llegó, y el camino que deben transitar, el Segundo y el Tercero no puede ser otro que el de dejar actuar los mecanismos del mercado siguiendo los ejemplos de Europa, Estados Unidos y Japón, y aprovechar la corriente en curso hacia la conformación de una economía y una sociedad mundial cuya base es la globalización de los mercados de mercancías, de capital y de trabajo, dinero, tecnologías y pautas de consumo. Esa globalización, se nos dice, estaría creando por primera vez en la historia del género humano, la posibilidad de una economía mundial sin fronteras y bajo el signo de la democracia. Lo cual viene a significar una extrapolación prematura, a escala planetaria, de la experiencia integracionista de la Comunidad Europea.

Resolver así el problema, no deja de ser un bello sueño. La realidad, no obstante se comporta de modo muy diferente. Lo que avanza por el camino de la globalización es el mercado que conforman los tres grandes bloques mundiales. El resto del mundo (tanto el Segundo como el Tercero) se incorpora de manera muy desigual. Unos países más que otros, pero todos de manera parcial.

En América Latina existen casos como Haití, Perú, Bolivia y algunos países de Centroamérica y del Caribe, cuyas posibilidades de articulación significativa al comercio internacional son muy limitadas. En todos los demás la globalización apenas incluye una reducida porción elitesca de la población, con acceso a los patrones de consumo de los países desarrollados. Las grandes mayorías quedan prácticamente al margen del nuevo estilo de desarrollo. ¿Y qué decir de África?

Se trata entonces de una globalización que, si bien absorbe un elevadísimo porcentaje de los mercados mundiales, paradójicamente deja fuera a la inmensa mayoría de la población del mundo. Es, por lo tanto, una globalización excluyente donde una minoría es cada vez más rica y una mayoría es cada vez más pobre. En otras palabras, la polarización en la distribución del ingreso es más acentuada que en cualquier otro período histórico.

Algunos analistas, inmersos en la lógica gerencial del capital transnacional, no ven otra salida que la progresiva exclusión del Tercer Mundo del mercado mundial38.


Lo que escapa a esa lógica – prisionera de la visión microeconómica son las implicaciones de ese proceso de exclusión. Una de las conclusiones de la Comisión Internacional Independiente dirigida por Willy Brandt en 1979, que partía de una visión integral de la sociedad mundial, fue precisamente que el normal funcionamiento de las economías más desarrolladas estaba nseparablemente ligado a las perspectivas de crecimiento de los países del Sur. Sabia conclusión, pues ese tipo de desarrollo excluyente y elitesco no puede prolongarse indefinidamente sin crear grandes problemas. Si algo podemos aprender de la historia del desarrollo asimétrico de las naciones del mundo, en estos quinientos años, es que toda exclusión forzada resulta a la postre conflictiva. En nuestro caso, esa conflictividad comienza a tener expresiones muy concretas. En el momento actual, la más notoria es la intensa aceleración de las migraciones Sur-Norte, tanto hacia Europa como hacia losEstados Unidos.

En Nueva York, el 25% de la población es latinoamericana y otro tanto suman los contingentes asiáticos, antillanos y africanos de primera generación. En la Europa habitaban en 1988, 12 millones de extranjeros, es decir, un 4% de la población total, cifra que alcanzaba el 7% en Francia y el 7.3% en Alemania Occidental. Del total de esos inmigrantes, el 62% provenía del Tercer Mundo.

Los problemas que está creando esa situación están a la vista. En Estados Unidos un 54% de la población total piensa que hay demasiados latinoamericanos. En Francia

– hasta hace poco un paradigma del antiracismo – un 62% de la población piensa que hay demasiados árabes. Algo parecido pasa en Alemania con relación a los turcos. Hasta en España e Italia los propios hijos de naturales de esos países, nacidos en América Latina son objeto de creciente discriminación, Olvidan ellos, y el resto de Europa, que nuestro continente ha sido durante siglos la válvula de escape de todos sus problemas demográficos. Y, como podemos ver, no se trata sólo del Tercer Mundo. Desde el Este de Europa se mueve también la oleada de desocupados buscando un lugar bajo el sol del desarrollo, con lo cual el problema alcanza potencialidades inmesurables. Las reacciones chauvinistas y racistas en toda Europa están a la vista.

Y no es éste el único reflejo de conflictividad a que da lugar la exclusión. Otro grave problema es la droga. Regiones enteras, anteriormente exportadoras de materias primas y alimentos, y ahora excluidas del comercio internacional no han encontrado otro camino para sobrevivir que el cultivo de marihuana, adormideras, coca y otras plantas del género, para cuyos productos existe un mercado cada vez más próspero en los ricos países del Norte.

Existen, además, otros problemas. Quizás el más importante es el que plantea la necesidad de una visión planetaria para la defensa del indispensable equilibrio sociedad- naturaleza. El Tercer Mundo es el depositario de los pulmones de la tierra. ¿Puede entonces excluírsele del reparto de los frutos del desarrollo y exigírsele, al mismo tiempo, un comportamiento ecológico racional a expensas de sus propias condiciones de subsistencia?

Todo lo anteriormente expuesto deja ver, con claridad, cuál debe ser el verdadero sentido de la globalización, no sólo de los mercados de mercancías, tecnologías y capitales, sino también de todos los logros y todos los problemas del mundo: los del Norte, los del


Sur, los del Este y del Oeste, en busca de esquemas integrales de ca-desarrollo que permitan resolver, para el próximo siglo (¿o milenio?), los grandes problemas de la humanidad. Y no por caridad cristiana o sentido de solidaridad con los pobres pueblos hambrientos de Asia, África y América Latina, sino porque, además de que significa cancelar una deuda histórica del desarrollo con el subdesarrollo, es la única forma de lograr que todo el mundo pueda vivir en paz. Por primera vez en la historia de las sociedades humanas, existen las condiciones materiales objetivas para ese gran planteamiento de un co-desarrollo integral. Las nuevas tecnologías permiten pensar con sentido realista en la conquista de la Gran Utopía: la llegada al tiempo único en que la humanidad, finalmente, se encuentre a sí misma en un mismo y plural espacio.

El problema central para la construcción de esa utopía es la creación de instrumentos conceptuales y operativos que le permitan a la humanidad pensarse a sí misma como una unidad, y generar a partir de allí, las necesarias estructuras económicas, sociales y políticas para dirigir armónicamente ese proceso. En tal sentido, Europa Occidental comenzó a enseñar el camino hacia la unidad de lo diverso con la Comunidad Europea. Asimismo, pienso que las experiencias de ese socialismo prematuro de la Europa Oriental, una vez que las aguas tormentosas vuelvan a su lugar, van a representar una fuente de invalorables experiencias. Esto por supuesto, no es fácil. Habrá que enfrentar las celadas del economicismio deformador, de los nacionalismos exacerbados y la lógica cortoplacista de los intereses elitescos. Pero vale la pena intentarlo. Porque quizás sea el único camino.



Vol 28, N°2


Esta revista fue editada en formato digital en junio de 2019 por su editorial; publicada por el Fondo Editorial Serbiluz, Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela


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