Espacio Abierto Cuaderno Venezolano de Sociología Vol.27 No.2 (abril - junio, 2018): 261-265


Mintz, Sidney W. y Price, Richard (2016) El origen de la cultura africano- americana. Una perspectiva antropológica. Colección Clásicos y Contemporáneos en Antropología. Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. Universidad Autónoma Metropolitana/Universidad Iberoamericana. México. Pp. 150


Siempre es bienvenida la publicación de traducciones de obras clásicas, pero más aún cuando se trata de textos clave en la reflexión de temas antropológicos y que por diversas circunstancias han sido poco conocidos y difundidos en México. Por ello, celebramos la iniciativa de la colección “Clásicos y Contemporáneos en Antropología” de traducir al español el libro de Sidney W. Mintz y Richard Price, El origen de la cultura africano-americana, editado por primera vez en Estados Unidos en 1976. El acceso a este texto en español para los estudiantes e investigadores en México y en general en América Latina y el Caribe, especialmente para aquellos

dedicados a los estudios de comunidades afrodescendientes, sin duda propiciará avances

importantes en este creciente campo de investigación. Por sus novedosas propuestas teóricas y metodológicas, este texto se ha convertido en un importante trabajo para los estudios sobre las culturas afrodescendientes en las Américas. Aunque puede considerase un parteaguas en la historiografía sobre el tema, lamentablemente aún es poco conocido y utilizado por los antropólogos mexicanos. Es importante destacar que las ideas y planteamientos de Mintz y Price trascienden los estudios sobre poblaciones de origen africano. Las discusiones teóricas y el ejercicio metodológico presentados en este libro son de gran utilidad para los investigadores sobre diversos temas en la antropología, la etnohistoria y la historia social, especialmente aquéllos que analizan la experiencia


histórica de los grupos indígenas, los migrantes con identidades étnicas, los pueblos originarios, las nuevas clases obreras y trabajadoras, entre otros muchos colectivos. En estas páginas reflexionamos sobre los conceptos centrales de la obra, las propuestas teóricas y metodológicas de los autores, y su aplicación a la investigación antropológica y la etnohistoria en general, sobre todo en cuanto a sus teorías de la cultura y su análisis etnográfico de los datos históricos. También hacemos énfasis en la utilidad de este trabajo para los estudios sobre las poblaciones africanas y afroescendientes en México, finalizando con una descripción de los principales temas que aborda el texto. Antes de iniciar estas reflexiones, en los siguientes párrafos hacemos una breve semblanza sobre los autores y su obra para comprender el contexto en el que fue escrita.

Sidney W. Mintz pertenece a un distinguido grupo de antropólogos, alumnos de Julian Steward, que hicieron aportaciones extraordinarias al conocimiento de la historia y las culturas en las Américas en la segunda mitad del siglo xx. Entre ellos podemos señalar a Eric Wolf, autor de varios trabajos clásicos sobre Mesoamerica, y a John Murra, especialista de la región andina. Mintz, en cambio, se estableció como un especialista en la región del Caribe, la que logró definir como área etnográfica dentro de la antropología internacional. Desarrolló también una línea de investigación sobre comida y cultura; uno de sus textos clásicos sobre el tema fue publicado por el Ciesas y Conaculta hace unos años. Estos tres colegas mantuvieron una colaboración cercana a lo largo de sus vidas profesionales, y conformaron una escuela cuyo sustento teórico era la ecología cultural, la combinación de la etnografía y la antropología con la historia, y una preocupación por la conformación del capitalismo y el mundo moderno. Para ellos, la investigación antropológica y etnohistórica formaba parte de un proyecto social y político como académicos y docentes, pues consideraban que los resultados de nuestras pesquisas deberían ser útiles para los pueblos que estudiamos, y para las instituciones y la sociedad donde los investigadores ejercen su vida profesional. Dentro de este grupo, Sydney Mintz siempre tuvo un gran interés por el concepto de cultura y los procesos de adaptación, cambio e innovación colectiva como ejes centrales de los estudios antropológicos. La colaboración entre los autores de este libro empezó a principios de la década de los años 1970, cuando Mintz y Price tuvieron la oportunidad de fundar el departamento de Antropología de la Universidad Johns Hopkins en 1974. Con un grupo de historiadores de África y del Caribe de la misma universidad, ambos autores crearon uno de los principales centros de estudios sobre culturas afroamericanas en los últimos 25 años del siglo xx. Richard Price se formó en Harvard University, en la tradición de la escuela culturalista americana, y con su esposa, Sally Price, se dedicó a la etnografía y la etnohistoria de los grupos cimarrones de Surinam, Guyana y Guyana Francesa. En el caso de los Price, se destaca su trabajo sobre el arte y las formas expresivas entre grupos cimarrones, además de la organización social y profundos estudios etnohistóricos a partir de documentos provenientes de tres continentes. Uno de los productos medulares de la colaboración entre Mintz y Price es el presente libro, cuyos aportes detallamos a continuación.

Dos ejes centrales pueden destacarse como parte de las principales contribuciones de este texto a la teoría y la metodología de la antropología y la historia: un planteamiento sobre el concepto de cultura, y la aplicación de un enfoque etnográfico, etnológico, a


los datos históricos. El tema específico que ocupa a Mintz y Price es la creación de una cultura afroamericana con raíces africanas en diferentes territorios americanos, dentro del contexto de la expansión del sistema mundial y el ejercicio de poder estructural violento. Sin embargo, el programa de trabajo que proponen los autores en este texto se puede aplicar a muchos otros casos en México y las Américas, ya que las necesidades para realizar investigación social de primer nivel son las mismas, independientemente del tema. En el prefacio a la edición de 1992, los autores precisan: Por ello decidimos concentrarnos en estrategias o acercamientos para estudiar el pasado africano-americano, en lugar de presentar los resultados de los estudios realizados hasta la fecha, con la esperanza de alentar a los historiadores y otros investigadores que se adentran en este campo a emplear modelos conceptuales que hicieran plena justicia a la complejidad del tema. Podríamos sustituir el término africano-americano con otros, tales como indígenas o mesoamericanos, obreros, asiático-americanos, pero la premisa anterior de los autores sigue siendo vigente. La decisión de los antropólogos de promover estrategias de investigación y modelos conceptuales adecuados para realidades empíricas complejas permite utilizarlo en contextos nuevos, con datos etnográficos e históricos distintos. En este sentido el texto trasciende el tema específico y puede ser un recurso sumamente útil para los etnógrafos, etnohistoradores y otros investigadores y estudiantes. A continuación examinamos el concepto de cultura de los autores, y su método de reconstruir los procesos de creación cultural con materiales históricos.

Los autores ofrecen una visión teórica de la cultura muy distinta del concepto dominante en la antropología de los años 1940 y 1950, cuando se consideraba a la cultura como un sistema unitario y homogéneo, que consistía en una serie de rasgos formales. A partir de esta idea simplista de la cultura, los etnógrafos de la época se dedicaban a recopilar listas de características descriptivas compartidas para formar áreas culturales. En el caso del estudio de culturas en situaciones de contacto, los investigadores se dedicaban a ejercicios taxonómicos, en los que se buscaba determinar el origen de una determinada característica. Esta práctica fue generalizada en la antropología de la época, y permeaba los estudios de las culturas indígenas o de otros grupos en las Américas, al igual que a las investigaciones de las culturas de origen africano; es decir, conducía a una perspectiva mecánica sobre la cultura que no podía abarcar el estudio de procesos de cambio y diversidad. Mintz y Price argumentan en favor de otro procedimiento, contrario a etiquetar rasgos de acuerdo con los orígenes de una determinada manifestación. Desde su concepción la cultura es dinámica, se adapta, es cambiante: se expresa y se modifica en su uso dentro de la vida colectiva cuando el grupo se enfrenta a coyunturas específicas. En las poblaciones afrodescendientes de América, entre muchos otros casos, las condiciones para la expresión y la adaptación cultural han sido determinadas por el ejercicio del poder económico, político y militar europeo. Tampoco consideran que la cultura sea un sistema simbólico, en los términos en que lo planteó la antropología semió – tica inspirada en el trabajo de Clifford Geertz, que se puso de moda en la década de 1970. En otra publicación de la misma época, Mintz lo explica así: El argumento, entonces, es que no podemos conceptualizar las culturas afroamericanas simplemente como cuerpos de materiales históricamente generados, como patrones de comportamiento, sino también como materiales utilizados activamente en contextos sociales específicos por grupos humanos


organizados. Sin la dimensión de la acción humana y de las decisiones tomadas –es decir, las maniobras– la cultura se parecería a una colección sin vida de hábitos, supersticiones y artefactos. En cambio, sabemos que la cultura se usa. Y que todo análisis de su uso inmediatamente nos permite percibir cómo se acomodan las personas en grupos sociales, para quienes las formas culturales confirman, fortalecen, mantienen, cambian o resisten ciertas estructuras de poder, estatus e identidad. Las implicaciones de esta teoría de la cultura son claras en el tipo de pregunta que los investigadores persiguen en el trabajo de campo o en el análisis de las fuentes históricas. Mintz y Price, en el texto que aquí nos ocupa, demuestran con mucho rigor y precisión cómo los estudiantes de las culturas afrodescendientes pueden proceder a un análisis histórico informado por categorías antropológicas; estos planteamientos son muy relevantes para los especialistas en las poblaciones de origen africano, pero igualmente para los investigadores que trabajan con otros grupos sociales en México. Otras preguntas centrales de Mintz y Price en este texto pueden resumirse así: ¿cómo se puede estudiar el componente africano en las culturas afrodescendientes de las Américas; dónde podemos encontrarlo; qué significa la presencia de ciertas características comunes en las sociedades africanas históricas o contemporáneas? Estas interrogantes tienen implicaciones metodológicas importantes, y los autores ponen atención cuidadosa al problema de estudiar el proceso de crear una cultura nueva en toda su complejidad. Los africanos esclavizados fueron arrancados con violencia de su contexto cultural propio en África y sujetos a instituciones terriblemente deshumanizantes, enfrentando en los nuevos territorios una tarea muy compleja: la de crear culturas nuevas en condiciones hostiles para ellos. Esto implicaba utilizar diversos recursos culturales africanos que aportaban los individuos para generar las lenguas criollas en forma colectiva, crear las distintas cocinas, forjar nuevos arreglos domésticos, elaborar nuevas prácticas espirituales y religiosas con rituales especiales, ejercer la autoridad política, desarrollar formas propias de música o danza, definir criterios de la estética y el estilo personal. En este libro programático, Mintz y Price demuestran a lo largo de varios capítulos, con ejemplos específicos, como habrían sucedido estos procesos de creación cultural. De acuerdo con la información empírica, en periodos muy tempranos en diversas regiones de América ya estaban presentes los elementos de las culturas afrodescendientes. Lo que interesa en este sentido, no es el ejercicio de identificar orígenes africanos, americanos o europeos, de ciertos rasgos formales, sino estudiar cómo se utilizaron en diferentes momentos críticos para la sobrevivencia colectiva del grupo. Mintz explicó lo anterior en otro escrito de la siguiente forma: La historia de una habilidad, artefacto, creencia, planta o comida específica no es lo mismo que su utilización y los significados simbólicos que tiene para los miembros de una sociedad con continuidad histórica. La cultura tiene “vida” porque su contenido sirve como recurso para las personas que la emplean, la cambian, la encarnan. Los seres humanos enfrentan las exigencias de la vida cotidiana por medio de sus habilidades de interpretación e innovación, y su capacidad de manejar el simbolismo usando creativamente sus formas de comportamiento, no petrificándolas. Entonces, completamente al margen del problema de los orígenes históricos, los recursos culturales de los afroamericanos y de las culturas afroamericanas de ninguna manera se limitan a los elementos o complejos que pueden demostrarse de origen histórico africano; tales orígenes son mucho menos importantes que el uso creativo, continuo, que se hacen de las formas, sin importar su origen, y los usos simbólicos que se les imparte. Mintz y Price abogan en este libro por la importancia de un cuidadoso trabajo histórico para corregir las posiciones que muchos académicos habían sugerido, basándose en consideraciones políticas y preferencias personales, más que en los datos empíricos. Señalan la existencia de dos


escuelas de los estudios africano-americanos con diferentes posturas sobre la particularidad cultural de estos grupos. Unos especialistas insistieron en que las peculiaridades culturales de los africano-americanos se podrían atribuir a la sobrevivencia en el Nuevo Mundo de tradiciones culturales africanas, donde se seguían reproduciendo mecánicamente a través del tiempo. Otros, en cambio, argumentaron que la idiosincrasia de las culturas africano- americanas se debía a las formas de opresión económica, política y legal, que no permitieron su aculturación a la sociedad dominante. En este caso, muchas formas de las culturas locales se interpretan como problemas sociales nacidos de la marginación y la explotación. Los datos empíricos que se presentan en estas páginas demuestran una situación mucho más compleja. Tanto las tradiciones históricas, culturales africanas e indígenas, europeas o asiáticas, como los cambiantes contextos sociales que experimentan las poblaciones en las Américas, explican las características específicas y las diferentes expresiones de variabilidad que observamos en las expresiones formales. A lo largo del texto los autores explican lo anterior a partir del análisis del lenguaje, el parentesco y la estructura familiar, las prácticas religiosas, la cultura material, entre otros ámbitos de la vida colectiva. El mensaje para los investigadores es claro. Tenemos que dedicarnos a un genuino trabajo histórico y etnográfico, con datos empíricos rigurosamente recopilados y analizados y no a las posturas políticas o ideológicas que se han esgrimido en lugar de un análisis serio de materiales de campo y archivo. Esta posición provocó críticas de dos grupos. La comunidad africano-americana insistió en explicar la cultura de las personas esclavizadas como derivados de culturas africanas específicas, mientras que los sectores conservadores insistieron en que la cultura africano-americana era una patología social nacida de condiciones de pobreza, ignorancia y exclusión social. Ahora bien, regresemos al problema de las obvias semejanzas entre ciertos aspectos formales de las culturas afrodescendientes con las culturas africanas: históricas y contemporáneas. Esto se puede observar en casos donde no hay contacto directo entre poblaciones en el continente africano y en el Nuevo Mundo. Aquí argumentan por continuidades en un nivel más profundo de la cultura que las simples formas externamente observables. Nuestros autores aclaran su posición al respecto: Un legado cultural africano, ampliamente compartido por los individuos importados hacia cualquiera nueva colonia, deberá definirse en términos menos concretos, concentrándose más en los valores y menos en las formas socioculturales, e incluso tratando de identificar principios “gramaticales” inconscientes que pudieran subyacer tras las respuestas conductuales y darles forma. En primer lugar, pediríamos una revisión de lo que Foster ha llamado “orientaciones cognitivas”: por un lado, suposiciones básicas sobre las relaciones sociales (qué valores motivan a los individuos, cómo se interactúa con los otros en situaciones sociales, y cuestiones de estilo interpersonal) y, por el otro, suposiciones y expectativas básicas sobre la forma en que el mundo funciona desde el punto de vista fenomenológico (por ejemplo, creencias sobre la causalidad y cómo se revelan las causas particulares).

Catharine Good y María Elisa Velázquez

Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). México E-mail: catharine_good@inah.gob.mx / elisa_velazquez@inah.gob.mx



Vol 27, N°2


Esta revista fue editada en formato digital en junio de 2018 por su editorial; publicada por el Fondo Editorial Serbiluz, Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela


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