Dep. legal ppi 201502ZU4636

Esta publicación científica en formato digital es continuidad de la revista impresa

Depósito Legal: pp 199202ZU44 ISSN:1315-0006

Universidad del Zulia


Cuaderno Venezolano de Sociología


En foco: Variaciones sobre el tema de la Juventud y la Violencia



Auspiciada por la International Sociological Association (ISA),

Vol.26 4

la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS)

y la Asociación Venezolana de Sociología (AVS)

Octubre – Diciembre

2017


Espacio Abierto Cuaderno Venezolano de Sociología Vol.26 No.4 (octubre - diciembre, 2017): 17-48


Dinámica de la familia popular urbana y comportamiento violento de los jóvenes.

Alexis Romero Sulbarán*


Resumen

En Venezuela los jóvenes varones encabezan las listas de homicidios como principales víctimas y victimarios. Conocer las razones o las condiciones que incidirían en su inserción en la vida violenta y las causas por las que unos eligen y otros se resisten a entrar al mundo del delito violento, es una gran inquietud. Siendo una distorsión de la ley, de la convivencia y de los valores familiares, la violencia delincuencial representa un tipo cultural de socialización sobre el cual se debe reflexionar, en un contexto social de pobreza y exclusión. Ante el cierre de las oportunidades jóvenes estarían decidiéndose por la vía delictiva como una opción de sobrevivencia; lo cual pudiera revelar las fallas de la familia como mecanismo de control social para librarlos de esa posibilidad y prepararlos en cambio para una vida dentro de los valores de la cultura ciudadana. De cara a esta realidad, la investigación tuvo como intención analizar el impacto de la dinámica de la familia popular urbana de Maracaibo y San Francisco del Estado Zulia en la formación y reforzamiento de conductas violentas. La discusión teórica, que permite comparar los hallazgos de la investigación y verificar su generalidad, se centró en los trabajos antecedentes de Moreno, Hurtado, Zubillaga Briceño León, Pedrazzini y Sánchez y Romero Salazar. La investigación de tipo exploratoria, de campo, se desarrolló con técnicas cualitativas a través de la realización de un grupo focal como instrumento de recolección de información


Recibido: 02-07-2017 / Aceptado: 14-08-2017


* Universidad del Zulia. Maracaibo, Venezuela/ Universidad de Caen. Normandía, Francia.



y se utilizó la hermenéutica como método de acercamiento a la información obtenida

Palabras clave: Violencia; Jóvenes; Familia; Popular Urbana; Control Social; Delincuencia; Factores de la Violencia.


Dynamics of the popular urban family and violent behavior of the young


Abstract

In Venezuela the young males head the lists of homicides as principal victims and victimarios. To know the reasons or the conditions that would affect in his insertion in the violent life and the reasons for which some choose and others refuse to enter to the world of the violent crime, it is a great worry. Being a distortion of the law, of the conviviality and of the familiar values, the violence delincuencial represents a cultural type of socialization about which it is necessary to to think, in a social context of poverty and exclusion. Before the closing of the opportunities young women would be deciding on the criminal route as an option of survival; which could reveal the faults of the family as mechanism of social control to free them of this possibility and prepare them on the other hand for a life inside the values of the civil culture. With a view to this reality, the investigation had as intention analyze the impact of the dynamics of the popular urban family of Maracaibo and San Francisco of the State Zulia in the formation and reinforcement of violent conducts. The theoretical discussion, which allows to compare the findings of the investigation and to check his generality, centred on the works on precedents of Moreno, Hurtado, Zubillaga, Briceño-León. Pedrazzini and Sanchez and Romero-Salazar. The exploratory investigation of type, of field, developed with qualitative technologies across the accomplishment of a focal group as instrument of compilation of information and the hermeneutics was in use as method of approximation to the obtained information.

Keywords: Violence; Young women; Family; Popular Urban; Social Control; Delinquency; Factors of the Violence.



El problema.

Las cifras de homicidios en Venezuela se duplicaron en menos de diez años, al pasar de 25 por cada cien mil habitantes en el 1999 a 48 homicidios por cada cien mil habitantes en el 2007 – año durante el cual murieron en promedio 36 venezolanos por día, dejando un saldo total de 14.589 homicidios al final del periodo (Provea, 2008)-, y alcanzar en 2014 los 62 homicidios por cada cien mil habitantes.


Venezuela. Casos y tasa de homicidios quinquenales, 1990-2014

Año

Casos

Tasa*

1990

2.474

13

1995

4.481

21

2000

8.022

33

2005

9.964

37

2010

17.600

57

2014

24.980

62

*Por cada 100.000 habitantes.


Fuente: Observatorio Venezolano de la Violencia 2014, sobre datos del CICPC e INE.


Se trata de una violencia cotidiana; sobre todo en las ciudades donde se ha concentrado la distribución de la renta petrolera – Caracas, Valencia, Maracaibo, Maracay, Ciudad Guayana y Barquisimeto – (Romero Salazar 2012). Es cierto que en poblaciones más pequeñas se ha producido un incremento del delito; sin embargo, si se considera la evolución del indicador fundamental de la violencia – la tasa de homicidio-, su situación no tiene comparación con aquellas seis urbes donde ocurre el 70% (según datos oficiales

–Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas CICPC, Comisión Nacional para la Reforma Policial CONAREPOL – y de organizaciones no gubernamentales como el Observatorio Venezolano de Violencia OVV y Provea). Por eso se le califica de Violencia Urbana, en atención a la formas de expresión y a la complejidad de los asuntos involucrados. Aun agregando la novedad de una generalización de la violencia en todo el territorio y que ya para el 2009 las ciudades más pequeñas tenían una tasa cercana a los 50 homicidios por cada 100 mil habitantes (muy similar a la capital de El Salvador, país envuelto en acciones de guerra durante varias décadas), es necesario enfatizar que el área Metropolitana de Caracas es mucho más violenta que el resto de Venezuela. La tasa de 233 homicidios por cada 100 mil hab. es más de cuatro veces superior a las que se reportan para ciudades grandes y pequeñas – tasa 50 y 49 – y casi 4 veces la tasa de la ciudades medianas – 66-. (INE, 2010).



Casos y Tasas de Homicidios según el tamaño de la localidad x 100 mil habitantes. Venezuela.2009

LOCALIDAD

CASOS

TASAS

Área Metropolitana. de Caracas

8.047

233,13

Ciudades Grandes

3.806

50,41

Ciudades Medianas

2.954

66,48

Ciudades Pequeñas

6.325

49,80

Fuente: Observatorio Venezolano de Violencia: construcción en base a INE, 2010.


Es en las grandes ciudades donde han existido los niveles de ingresos más altos, las mejores expectativas de riqueza y confort, pero también son mayores y más evidentes los signos de la desigualdad y la frustración por las expectativas insatisfechas. En la sociedad venezolana ningún aspecto de la vida se sustrae del impacto de la renta petrolera; como señala Briceño León quien, caracterizando a Venezuela como una sociedad rentista, realizó una investigación retrospectiva desde la violencia rural, pasando por el inicio de la violencia urbana y la criminalidad resultado de la abundancia de los recursos petroleros hasta la violencia ocurrida en la revuelta popular de 1989. Analizó los cambios ocurridos en los últimos cuarenta años, relacionados con los bajos o altos precios de la renta petrolera y la crisis política del país, hechos que, a su juicio, contribuirían al aumento de la tasa de homicidios; de 7 por cada cien mil habitantes en 1970 a 12 en 1990, 19 en 1998 y 50 en el

año 2005. (Briceño León, 2006)

Como dice Romero Salazar:


Es una violencia urbana, delincuencial, que tiene como móviles: el ajuste de cuentas, el enfrentamiento entre bandas, el homicidio, el asalto, el robo a mano armada y que produce la alteración de la vida pública y privada porque agrega otro elemento al estrés citadino. Se trata de violencia social porque en Venezuela no hay guerra, ni terrorismo, ni guerrilla, ni conflictos étnicos; es una acción que no tiene banderas y nos afecta a todos (2007, 21)

De esta violencia cada vez más aguda, los hombres jóvenes son los principales actores, como víctimas y victimarios. Así lo afirman numerosos estudios sobre el tema de la delincuencia criminal desarrollados en el país, que señalan al homicidio como la principal causa de muerte entre los venezolanos de sexo masculino de entre 15 y 24 años de edad. Del total de las víctimas en el territorio nacional, el 81% son varones, y la gran mayoría de ellos (83%) procede de sectores urbanos precarios (Zubillaga, 2013).

En esta realidad, crecer siendo un hijo varón en un barrio popular de Venezuela supone vivir marcado por una alta probabilidad de morir joven, víctima de un disparo de arma de fuego –porque son varones los protagonistas de la violencia, como víctimas y como victimarios-. El asunto es que, a pesar de la gravedad del problema, no se conocen con certeza cuáles son las razones o las condiciones que provocan la preferencia de los sujetos



por la vida violenta, ni cuáles son las causas por las que unos sucumben y otros se resisten a entrar en el mundo de la delincuencia.

Las explicaciones sociales de la violencia y la criminalidad, como indica Briceño León (2007), pueden resumirse en dos corrientes: las teorías de la pobreza y desigualdad, y las teorías de la institucionalidad o de las normatividad social. La primera corriente, considera que el sujeto delinque por las privaciones que sufre en la vida, la desigualdad y la injusticia social. Es decir, como no le es posible saldar las necesidades básicas, o las necesidades creadas por la sociedad de consumo, y porque además, no cuenta con un medio legal para satisfacerlas, entonces, elige conseguirlas por la fuerza.

Además, se debe considerar la acción de los sujetos violentos dentro de un marco de empobrecimiento e incremento de exclusión y angustia; en un contexto, en el cual el joven reconoce imposible obtener una profesión o un trabajo valorizado. Por lo que elige desestimar las instituciones competentes, de las cuales sólo recibe engaño, promesas y el simulacro de la participación. Se conoce entonces, el destino ineludible por la carencia de las instituciones gubernamentales y los recursos accesibles, lo que se traduce en mayor miseria y privaciones, que en nada se relaciona con el esfuerzo individual.

Asimismo, hay que tomar en cuenta la exclusión que genera la sociedad global: en un mundo donde la economía y la comunicación son de carácter global, la contradicción entre exclusión social y expectativas de participación en el consumo se acentúa notablemente. De esta manera, el sujeto se convierte en un ‘modelo de exclusión’ ya que alejado de todas las instituciones, el joven pierde la ética del ciudadano, que desea un trabajo honesto y el bienestar económico y social, y gana a cambio, la ética del guerrero; cuyos valores consisten en ganar, entre la vida y la muerte, el reconocimiento y el respeto entre sus pares (Zubillaga, 2013).

La segunda corriente que señala Briceño León, intenta explicar las causas de la violencia y la delincuencia a partir de la relación que existe entre los individuos y el orden simbólico, las normas sociales que condicionan su socialización, su aceptación o su rechazo. La conducta criminal se desarrolla a través de la interacción con otros sujetos y en la elección

entre un comportamiento que cumple o transgrede las normas y las leyes. Es por ello, que las sociedades precisan de normas y leyes para regular las interacciones sociales, distribuir

roles y establecer los mecanismos de aceptación o reprobación de conductas, realzando algunas y criminalizando otras, haciendo de esta manera más fluida la relación social y haciendo previsible los comportamientos de todos. (Briceño León, 2007). En relación a ello, es pertinente el planteamiento que hacen Pedrazzini y Sánchez:


Sin duda, no podemos dejar de lado la perdida de institucionalidad de la sociedad venezolana y el tipo de discurso que se usa desde el poder como parte fundamental del conjunto de elementos que podrían estar produciendo el incremento del delito en Venezuela. Taleselcaso de los medios de comunicación, los cuales reproducen el discurso ideológico del poder, cristalizando la concepción de que malandros y corruptos, son iguales: delincuentes. En efecto, si todos son culpables, entonces, nadie lo es, y lo que existe es una



culpabilidad difusa que se extiende en el caos social, y que conviene más a los ricos que a los pobres. Pero, esta situación no explicaría todo el problema de la delincuencia. El gobierno no es neutro en la crisis que viven los venezolanos, donde la primera habitual de discursos populistas y demagógicos es la gente de los sectores populares, de los barrios. En este sentido, la crisis ha hecho que la población no confié en sus dirigentes. (Pedrazzini y Sánchez, 1990).

Lo que queda claro es que la realidad violenta del país no es producto exclusivo de la pobreza o marginalidad social en la que viven muchos venezolanos, ni de la acción inescrupulosa de un sector del gobierno corrupto e ineficiente en sus mecanismos de integración social. Para algunos estudiosos se trata de la expresión cultural de una sociedad cuyos individuos han optado por la corrupción – y también por la violencia – al considerar imposible su ascenso social por la vía legal (Pedrazzini y Sánchez, 1990). Aunque tal referencia a la cultura no es muy consistente, pues como señala García Gavidia

…es una categoría que no debe ser usada para reconocer que no podemos dar razón de lo que estamos estudiando. Por eso, cuando se habla de la violencia entre jóvenes es preciso considerar que la cultura abarca el conjunto de procesos sociales de significacón, que defino como el proceso de práctica, producción y circulación de sentido (2015, 1).

Para otros autores se trata de una sociedad donde los valores como el aprecio por el trabajo digno, o la consideración por la vida propia y ajena, aquellos que conservaban las familias tradicionales, parecen haberse perdido y superado en cambio por la carrera obsesiva por el consumo de bienes materiales suntuosos no básicos, en la competencia que impone la sociedad capitalista (Vethencourt 1974, Briceño León, 2008).

Lógicamente, la pobreza complica la posibilidad de acceder lícitamente a los bienes de lujo que además de ofrecer disfrute, representan signos de status, de éxito, símbolos promovidos por la publicidad insistente y aprendidos por el efecto de demostración; en ese contexto, “A quien está impulsado a obtenerlos como motivación dominante en su orientación conductual, no le queda sino la vía del delito.”(Moreno, 2011: 113). Sin embargo, no se puede asegurar que el origen de la delincuencia juvenil está en la pobreza

– aunque ella destaque como la razón más atribuida por la opinión pública-. En primer lugar, porque es uno de los principales riesgos asumidos por los investigadores de la violencia delincuencial: alimentar la relación que se hace frecuentemente entre barrio y criminalidad, reforzando la reputación de marginal de quienes hacen vida allí (Pedrazzini y Sánchez, 1990). En segundo lugar, porque a pesar de la mayoría de las historias de vida de los habitantes de los sectores populares del país, las cuales relatan sobre todo trayectorias de hambre, de pobreza, y escasez, no existen historias donde el hambre o la pobreza hayan sido las causas de robos en masa, o de insurgencias populares (Moreno, 2011).

Desde otra perspectiva, la discusión teórica desarrollada en el país en torno a los problemas de la institución familiar y su posible relación con la delincuencia juvenil, constituye un referente fundamental para el estudio del fenómeno, en la búsqueda de elementos que permitan afrontar de manera crítica y efectiva el problema creciente de la violencia criminal.



Situando la acción de los jóvenes delincuentes en el contexto socio-cultural donde se relativizan los valores tradicionales de la familia venezolana, se podría comprender la violencia como un asunto mucho más complejo que la pobreza o la corrupción, que es el problema ético y moral que atraviesa la sociedad, donde uno de los efectos ha sido justamente la pérdida del sentido de maternidad y paternidad, cuestión que ha puesto en riesgo el centro mismo de la vida familiar (Vethencourt, 1974).

En palabras de Vethencourt:


“Esos valores que eran la convivencia, la cooperación, la solidaridad, el honor y el orgullo familiar; a veces un exagerado respeto y acatamiento a los ascendientes; dedicación y educación a los hijos, todos esos valores se han venido abajo”…“en beneficio de una vida centrada en el hedonismo. Un hedonismo militante del confort, del lujo competitivo, del alto consumo, de una liberación sexual irrestricta, de diversiones incesantes y un éxito puramente individual.” (1974: 6).

Es cierto que algunos jóvenes –sobre todo aquellos provenientes de los sectores populares más precarios-, guiados por el impulso de adquirir bienes suntuosos que representan a su vez, símbolos de poder y prestigio (García Canclini, 1990; Zubillaga y Briceño – León, 2001), eligen el delito como una vía para adquirirlos directamente. Pareciera que este no ha sido el factor determinante en caso de la mayoría de los jóvenes delincuentes venezolanos; porque paradójicamente, la constante que ha marcado el destino de estos sujetos ha sido la carencia de un grupo familiar funcional donde se le impartiera de muchacho una educación adecuada, y se reprodujeran prácticas de crianza con verdaderos valores (Moreno 1999, 2011; Hurtado, 2013).

De hecho, en las trayectorias de vida de jóvenes delincuentes se pueden advertir frecuentemente historias de ausencias muy diferentes a las materiales, que son las afectivas: ausencia de una familia sólida, ausencia de afecto positivo, de una madre significativa, de atención, de relaciones vinculantes. Privaciones que construyen un trasfondo de dolor y frustración que se inscriben en la raíces del sujeto. Un trasfondo de violencia sufrida, padecida, que sustenta su disposición a la violencia actuada (Moreno, 2011).

Como prueba de ello, se señalan diversos estudios sobre el tema de la delincuencia juvenil en el país, que revelan que la mayoría de los adolescentes entrevistados en los centros oficiales de detención provienen de familias constituidas por un padre generalmente ausente, y una madre consentidora, o sobreprotectora. Forman parte de un grupo familiar al que varios autores han denominado “matrisocial”, “matrilineal”, “matricéntrico” (Vethencourt, 1974, Moreno, 2011; Hurtado. 2003), o “monoparental” (Legall y Martin, 1987; Legall, 1994 y 2008 y Contreras, et al, 2008), donde la mujer se encuentra sola sin una pareja estable, y los hijos son el centro de la relación. En el caso venezolano, mientras las mujeres solas trabajan, los hijos solos socializan en la calle, donde son reclutados por otros hombres (Zubillaga y Briceño-León, 2001).



Según los investigadores, la “matrisocialidad”, es el esquema conceptual de todas las significaciones e interacciones sociales particulares que produciría el excesivo protagonismo de la figura materna en la familia venezolana, fundamentado en la devoción mítica hacia la madre (Hurtado, 2003), lo que constituye la columna vertebral de la vida familiar. La intensidad en la relación de la mujer con sus hijos se lograría porque ella define su destino al convertirse en madre, al mismo tiempo que por la disminución y casi supresión de la figura paterna en los espacios del hogar (Zubillaga y Gruson, 2004).

Es una situación, que complicaría la emancipación del hijo de la figura de la madre, quien fungirá como protectora, consentidora y encubridora del muchacho durante todo su desarrollo, y la que no ejercerá ninguna forma de disciplina porque ello representaría poner en riesgo el afecto de los propios miembros de su grupo familiar, además, porque el padre no está presente para imponer esa autoridad, o siquiera para personificar el principio de la realidad masculina. Sin embargo, a pesar de retener a los hijos en el hogar

– entendido como el mundo de lo femenino, la madre no representará ningún obstáculo para el desarrollo de la masculinidad en los hijos, quienes aprenderán a ser hombres a través de los hermanos mayores, los tíos, los amigos, tal vez del padre, pero esencialmente en la calle.

Del planteamiento de Hurtado (1998), Moreno (1999) y Zubillaga y Gruson (2004) habría que inferir que de ese tipo de estructura saldría la gran mayoría de los jóvenes delincuentes venezolanos: de familias matrilineales, desintegradas, disfuncionales o abandonantes; familias fundamentalmente habitantes de los sectores populares, donde, condicionadas por la miseria, la exclusión, la desesperanza o la ignorancia, no alcanzan a desempeñar las funciones que deben cumplir, adquiridas por naturaleza e impuestas por la sociedad. A las labores que suponen garantizar la educación, la atención, el cuidado y el afecto positivo de los hijos, para promover su integración y desarrollo armónico, se antepone el oficio de la sobrevivencia a la urgencia social y económica que existe en los barrios. (Romero Salazar, 1993)

Con tales evidencias, producto del trabajo de estudiosos venezolanos sobre la violencia y la familia, la investigación se planteó aportar elementos a la tesis de que el joven delincuente es un agente social producto de la realidad cultural que atraviesa el país (Perdrazzini y Sánchez, 1990), en la que parece consumarse la pérdida total de los valores familiares tradicionales, concretándose en cambio, un modelo de vida popular en la pobreza, la marginalidad, el matricentralismo, la agresividad, el machismo, el consumismo y la opulencia (Zubillaga, 2013; Briceño León 2008, Hurtado, 2013, Moreno, 2011). No se podría considerar fuera de este contexto violento, ya que él reproduce un comportamiento nacido de la observación e imitación de las personas que componen su núcleo social, primero en la familia, luego en la calle.

Contradictoriamente, la familia, como símbolo cultural e institución de moral y ética, constituye el mecanismo de control social más efectivo para encaminar a los jóvenes lejos de la vida de la delincuencia, y formarlos en cambio para una vida en los valores de la conciencia ciudadana (Zubillaga, 2008). Si se considera el protagonismo cultural que conserva la familia para la sociedad venezolana, se podría asumir que en ciertos actores,



como la madre edificante, fuente de atención y afecto positivo hacia los hijos, o el padre aleccionador, donador de autoridad justa y orden en el hogar, están los elementos que podrían impedir el desarrollo de conductas antisociales en los hijos, y para lograr la convivencia dentro de las comunidades. Si son las madres el criterio, la razón, la columna vertebral de las relaciones dentro del hogar y la esencia de los valores que se cimientan en los hijos constituirían figuras coadyuvantes para el cambio del estilo de vida de los jóvenes delincuentes

En relación a este asunto, aquí se plantean las siguientes preguntas de investigación: En el caso de Maracaibo ¿Cuál es el rol que juega la dinámica familiar en la formación de jóvenes con conductas violentas? ¿Cuáles son las debilidades de la estructura familiar para impedirlas? ¿Por qué algunos jóvenes desarrollan comportamientos violentos? ¿Cuáles son las determinantes en sus trayectorias de vida que los llevan a la violencia?


Consideraciones teoricas.


Sobre nuevos modelos de identidad violenta en Venezuela

Desde las ciencias sociales se ha abordado el fenómeno de la delincuencia juvenil en Venezuela, como modos emergentes de construir identidades de género en exclusión. En efecto, el modelo más imitado y reproducido por los jóvenes de los sectores populares venezolanos, es el de la identidad del sujeto fuerte y violento de la comunidad; o como lo definen Zubillaga y Briceño-León (2001): “el hombre de respeto”. Este carácter de villano, agresivo temido en el barrio, se aprende entre varones durante la socialización de los jóvenes en la calle, siempre con la autoridad de otros hombres mayores en edad, con quienes aprende maneras de pensar, habilidades y destrezas casi siempre violentas, pero necesarias para sobrevivir en los barrios. (2001). De acuerdo con Zubillaga y Briceño León:


“Sobre todo entre los jóvenes hombres venezolanos, aparece una resistencia desestructurada que tiende a traducirse en la autodestrucción y en la agresión a la comunidad que les rodea. En este contexto, un elemento significativo que subraya esta manera de vivir la tensión y ayuda a comprender las estrategias, racionalidad y emoción de los jóvenes actores de la violencia es la noción de género: la socialización siendo «hombre en exclusión” (2001: 173).

De manera que, los traumas que puede generar el vivir en la miseria del barrio, la exclusión, el desprecio de los otros, la inferioridad que aprenden con sus padres y familiares en esa pobreza, se convierten luego en predominio y supremacía del hombre violento del barrio, ese quien se otorga la potestad de decidir sobre la vida y la muerte de los demás, y reserva el privilegio de poseer y ostentar los símbolos de identidad prestigiosa. El hombre fuerte y violento del barrio, es un modelo que se genera en la exclusión social; el joven delincuente, agresivo, violento, frío de los sectores populares venezolanos (Moreno, 2011).

Como afirman Zubillaga y Briceño-León, siendo discriminados de las instituciones modernas toda su vida, a estos jóvenes delincuentes poco conoce – o poco le importan



En lo cual los resultados coinciden el señalamiento de Moreno (2011) en cuanto que esa situación va a aportar un sustrato de dolor y frustración ante el abandono, el sufrimiento físico y espiritual que encontrará salida en acciones más violentas ejecutadas con rabia y tal vez esperando una repuesta fuerte que lleve a terminarlo todo también prematuramente. En lo que también corresponderían los hallazgos con los de Hurtado (2013) en relación a que se trata de una emoción agresiva, que en nuestro un contexto etno-cultural obtiene un extra de agresividad, no sólo porque representa una emoción colectiva, sino porque también la emoción individual se amplifica en cuanto indicador de la totalidad cultural.

Igualmente se corresponden los resultados con las investigaciones de Bajoit y Franssen (1995) y Zubillaga y Briceño-León (2001) que sostienen que en un contexto de exclusión, la adolescencia se ve profundamente afectada por los conflictos que implica la concretización de una sociedad orientada hacia el consumo de objetos, pero muchos jóvenes comprenden la dureza y lentitud de los procesos que pasan por la educación y el trabajo y optan por los caminos rápidos y fáciles de lograr los bienes: se deciden por la violencia delincuencial.

2.Los resultados coinciden con el planteamiento de Moreno (2011) sobre jóvenes delincuentes que narran fundamentalmente historias de ausencias afectivas, puesto que para la mayoría de los que participaron del grupo focal, uno de los padres se marchó durante su infancia. En torno al efecto que ello podría ocasionar, también hay relación con lo señalado por Hurtado (2011), Zubillaga y Gruson (2004), y Moreno (2007), acerca de la configuración de la familia popular venezolana de la cual provienen la gran mayoría de los jóvenes delincuentes; particularmente, en lo que tiene que ver con el sufrimiento en las primeras etapas de vida, en tanto violencia que desde niños padecen y que toma la forma de abandono y de descuido o desatención por parte del padre que queda. Así no es solamente que un padre no está presente, sino un problema más grave: ausencia de una familia sólida, ausencia de afecto positivo, de una madre significativa, de vigilancia y de relaciones vinculantes.



Este es el factor a considerar junto a la pobreza, que llevaría a los jóvenes al mundo de la violencia y el asesinato. El trauma que produce el abandono de las figuras paternas, sería la violencia padecida que se convertiría luego en la violencia administrada a los demás. Una violencia recibida que no implica necesariamente maltrato físico sufrido por los muchachos, sino que encarna más bien el abandono o el alejamiento del padre, de la madre o ambos (Moreno et al., 2007).

En contrapartida, también se pudiera considerar, el caso donde, no obstante haber contado con el padre y la madre dentro del núcleo familiar, se desarrolla una conducta delictiva. Es la realidad de muchos otros jóvenes venezolanos que sufren en la pobreza y exclusión y que se acomodan a la predica de estereotipos mediáticos y al adoctrinamiento de la sociedad actual globalizada, promotora en el plano simbólico, de un estilo de éxito basado en el hedonismo y en el porte de los bienes distintivos de “los ganadores”.

Hay en esto otro punto coincidente con Moreno, que señala que vivir con precariedad, podría incitar a muchos jóvenes a escoger la vida criminal, ya que “ofrecen, el caldo de cultivo ya están en disposición de emprender una vida de violencia delincuencial, se encaminen por ella” (2011: 112). Y con Romero Salazar (2012) que habla de las profundas contradicciones de la sociedad venezolana: el estilo de éxito promovido por el capitalismo, en el marco de una cultura rentista –de subdesarrollo opulento – que estimula el compulsivo consumismo y las distorsiones en la construcción de la conciencia del progreso individual – la “Sifrinería” como comportamiento social-.

3. Los testimonios muestran como al abandono de uno de los padres sucede una recomposición de la familia, al llegar una pareja sustituta que puede ser temporal o permanente. Lo cual no significa la consolidación del grupo familiar, por el contrario, para la mayoría de los sujetos de los grupos focales, la restructuración implicó desapego, pues el progenitor que queda – en la mayoría de los casos la madre – se convierte en una figura ausente. Dedicada a cualquier actividad, son abuelos o tíos los encargados del cuidado de los hijos, aunque viva en la casa con el nuevo compañero.

En términos de tales resultados, los grupos familiares de donde provienen los jóvenes de comportamiento violento que participaron en el grupo focal no se adecuan a la “matrisocialidad”, que define Hurtado (2003) como el esquema conceptual de todas las significaciones e interacciones sociales particulares que produciría el excesivo protagonismo de la figura materna en la familia venezolana, fundamentado en la devoción mítica hacia la madre.

Aunque las familias de jóvenes investigados aquí si se acercan al matricentrismo, referido por Zubillaga y Briceño-León (2001), según el cual mientras las mujeres solas trabajan, los hijos solos socializan en la calle, y son reclutados por otros hombres; porque las madres están ausentes de la vida de los hijos.

4. En lo referente a la falta de atención y vigilancia de lo que sucede a los hijos, los resultados estarían confirmando lo que señala Moreno (2007), quien manifiesta que la mayor violencia que padecen desde la infancia es sobre todo provocada por el descuido y a la actitud de abandono de los padres, y no exclusivamente la que producen los maltratos



y el abuso físico. Ante su ausencia cotidiana se ejecuta la arremetida hostil de propios y extraños; así considerando su negligencia y falta de interés, casi todos los jóvenes entrevistados responsabilizan a sus padres por tales agresiones.

Es de este tipo de estructura de donde saldría la gran mayoría de los jóvenes delincuentes venezolanos: familias desintegradas o abandonantes; que, seguramente condicionadas por la precariedad y la desesperanza, no alcanzan a desempeñar las funciones que deben cumplir, adquiridas por naturaleza e impuestas por la sociedad.

  1. Los resultados obtenidos en relación a la cohabitación de diversas proles, demuestran que en los hogares populares urbanos de Maracaibo las familias subsisten generalmente en hacinamiento. En efecto, en una misma vivienda procuran su existencia individuos de diferentes núcleos familiares, repartiéndose los espacios cada vez más estrechos, al incorporarse más miembros al clan familiar; nietos, abuelos, sobrinos, parejas de los hijos e hijas, hijastros que permanecen en el hogar, todos sobreviviendo en un área reducida, en razón de la urgencia y las carencias..

    En tal sentido, hay coincidencia con el planteamiento de Santamaría en torno a que “este tipo de familia presenta características como: distancia emocional entre los miembros, presiones y stress por carencia de apoyo o por soledad, cada quien está en lo suyo y tiene poco interés en los demás, la jerarquía es variable no hay líder sólido, ni siquiera permanente, las alianzas son transitorias y obedecen a las exigencias del momento, con frecuencia se da que los hijos son de sucesivas uniones temporales. Presentan situación de marginalidad y pobreza, como desempleo, viven en ranchos u otras viviendas con alto índice de hacinamiento.” (2003, 221)

  2. En cuanto al disciplinamiento, la información obtenida revela que las familias de los jóvenes de comportamiento violento que participaron del grupo focal no estuvieron en condiciones de superar las dificultades para corregir las conductas indeseables. Son núcleos parentales que estarían incapacitados para establecer reglas y límites y aplicar sanciones acertadas a sus miembros. Esta sería la realidad de la familia popular urbana de Maracaibo, con déficit de valores y con grandes vacíos en el lado afectivo, situación que permite el maltrato y la crueldad en lugar de un efectivo encausamiento.

Tales resultados se corresponden con lo expuesto por Burgos (1991), quien asegura que cuando en la familia los métodos de crianza no son los apropiados, o cuando los padres no establecen una disciplina adecuada a sus hijos, estos desarrollan conductas aversivas, pudiendo llevarlos más tarde a una conducta antisocial.

Al registrarse en el análisis que la madre, aun viviendo en la casa, pero trabajando en la calle en condiciones de desapego familiar –dejando a los hijos al cuidado de otros – no hay coincidencia con la afirmación de Hurtado (2003), en torno a que debido a la ausencia del padre – para ejercer la autoridad y el orden, o para personificar el principio de la realidad masculina en el hogar-, se dificulta la independencia del hijo de la madre. En los casos estudiados, la madre, en la práctica, fue una presencia lejana; lo que ellos resienten.



Conclusiones

las evidencias obtenidas durante todo el proceso de investigación, hacen posible concluir lo siguiente:

Acerca de la trayectoria de vida violenta de los jóvenes que participaron en el grupo focal, se concluye en primer lugar, que iniciaron su carrera a temprana edad; en segundo lugar, que rápidamente avanzaron hacia acciones de mayor envergadura, desde pequeños robos hasta la ejecución asesinatos; en tercer lugar, que tal proceso, los llevó vivir la experiencia de la prisión en varias oportunidades y en cuarto lugar, que como consecuencia de sus ejecutorias recibieron heridas de bala que les causaron graves daños.

En el plano de la dinámica familiar, se evidencia en la mayoría de estos jóvenes el abandono durante la infancia por parte de uno de los padres, lo que generó un gran vacío en el plano afectivo, causando traumas emocionales que posteriormente se expresan en conductas violentas, que los condujeron al mundo de la delincuencia.

Igualmente se determinó que a la ausencia de una de las figuras paternas se produce una recomposición de la familia con la llegaba de una nueva pareja: situación que de ningún modo significa estabilidad y relaciones armónicas de convivencia, pues el nuevo compañero no se involucra en el cuidado de los hijos. Tampoco se traduce en una mayor dedicación de la madre a los asuntos domésticos, pues por razones de sobrevivencia económica, tiene que permanecer largo tiempo fuera, dejando a los niños bajo la responsabilidad a abuelas y a tíos. Es ausencia cotidiana del desapego; que es también otra forma de abandono.

La falta de atención y vigilancia por parte de los progenitores, por estar ausentes de la vida de los hijos, los expone a agresiones, abusos y tratos crueles por parte de las personas que quedan a cargo. En un espacio residencial donde aparecen muchos parientes entre los cuales no existe relaciones de cercanía, afectivas, sino más bien de distancia emocional.

Se constata, por propia confesión de los jóvenes consultados, que la situación familiar descrita, la violencia padecida, sumada a las limitaciones y precariedades y al bombardeo mediático que promueve un estilo de éxito difícil de alcanzar por ellos, produce el sentimiento de odio con el cual justifican su modo de vida violento.


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Vol 26, N°4


Esta revista fue editada en formato digital y publicada en diciembre de 2017, por el Fondo Editorial Serbiluz, Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela


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