Dep. legal ppi 201502ZU4636
Esta publicación científica en formato digital es continuidad de la revista impresa
Universidad del Zulia
Cuaderno Venezolano de Sociología
En foco: Variaciones sobre el tema de la Juventud y la Violencia
Auspiciada por la International Sociological Association (ISA),
Vol.26 4
la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS)
y la Asociación Venezolana de Sociología (AVS)
Octubre – Diciembre
2017
Espacio Abierto Cuaderno Venezolano de Sociología Vol.26 No.4 (octubre - diciembre, 2017): 17-48
Alexis Romero Sulbarán*
En Venezuela los jóvenes varones encabezan las listas de homicidios como principales víctimas y victimarios. Conocer las razones o las condiciones que incidirían en su inserción en la vida violenta y las causas por las que unos eligen y otros se resisten a entrar al mundo del delito violento, es una gran inquietud. Siendo una distorsión de la ley, de la convivencia y de los valores familiares, la violencia delincuencial representa un tipo cultural de socialización sobre el cual se debe reflexionar, en un contexto social de pobreza y exclusión. Ante el cierre de las oportunidades jóvenes estarían decidiéndose por la vía delictiva como una opción de sobrevivencia; lo cual pudiera revelar las fallas de la familia como mecanismo de control social para librarlos de esa posibilidad y prepararlos en cambio para una vida dentro de los valores de la cultura ciudadana. De cara a esta realidad, la investigación tuvo como intención analizar el impacto de la dinámica de la familia popular urbana de Maracaibo y San Francisco del Estado Zulia en la formación y reforzamiento de conductas violentas. La discusión teórica, que permite comparar los hallazgos de la investigación y verificar su generalidad, se centró en los trabajos antecedentes de Moreno, Hurtado, Zubillaga Briceño León, Pedrazzini y Sánchez y Romero Salazar. La investigación de tipo exploratoria, de campo, se desarrolló con técnicas cualitativas a través de la realización de un grupo focal como instrumento de recolección de información
Recibido: 02-07-2017 / Aceptado: 14-08-2017
* Universidad del Zulia. Maracaibo, Venezuela/ Universidad de Caen. Normandía, Francia.
y se utilizó la hermenéutica como método de acercamiento a la información obtenida
Dynamics of the popular urban family and violent behavior of the young
In Venezuela the young males head the lists of homicides as principal victims and victimarios. To know the reasons or the conditions that would affect in his insertion in the violent life and the reasons for which some choose and others refuse to enter to the world of the violent crime, it is a great worry. Being a distortion of the law, of the conviviality and of the familiar values, the violence delincuencial represents a cultural type of socialization about which it is necessary to to think, in a social context of poverty and exclusion. Before the closing of the opportunities young women would be deciding on the criminal route as an option of survival; which could reveal the faults of the family as mechanism of social control to free them of this possibility and prepare them on the other hand for a life inside the values of the civil culture. With a view to this reality, the investigation had as intention analyze the impact of the dynamics of the popular urban family of Maracaibo and San Francisco of the State Zulia in the formation and reinforcement of violent conducts. The theoretical discussion, which allows to compare the findings of the investigation and to check his generality, centred on the works on precedents of Moreno, Hurtado, Zubillaga, Briceño-León. Pedrazzini and Sanchez and Romero-Salazar. The exploratory investigation of type, of field, developed with qualitative technologies across the accomplishment of a focal group as instrument of compilation of information and the hermeneutics was in use as method of approximation to the obtained information.
Las cifras de homicidios en Venezuela se duplicaron en menos de diez años, al pasar de 25 por cada cien mil habitantes en el 1999 a 48 homicidios por cada cien mil habitantes en el 2007 – año durante el cual murieron en promedio 36 venezolanos por día, dejando un saldo total de 14.589 homicidios al final del periodo (Provea, 2008)-, y alcanzar en 2014 los 62 homicidios por cada cien mil habitantes.
Año | Casos | Tasa* |
1990 | 2.474 | 13 |
1995 | 4.481 | 21 |
2000 | 8.022 | 33 |
2005 | 9.964 | 37 |
2010 | 17.600 | 57 |
2014 | 24.980 | 62 |
*Por cada 100.000 habitantes.
Fuente: Observatorio Venezolano de la Violencia 2014, sobre datos del CICPC e INE.
Se trata de una violencia cotidiana; sobre todo en las ciudades donde se ha concentrado la distribución de la renta petrolera – Caracas, Valencia, Maracaibo, Maracay, Ciudad Guayana y Barquisimeto – (Romero Salazar 2012). Es cierto que en poblaciones más pequeñas se ha producido un incremento del delito; sin embargo, si se considera la evolución del indicador fundamental de la violencia – la tasa de homicidio-, su situación no tiene comparación con aquellas seis urbes donde ocurre el 70% (según datos oficiales
–Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas CICPC, Comisión Nacional para la Reforma Policial CONAREPOL – y de organizaciones no gubernamentales como el Observatorio Venezolano de Violencia OVV y Provea). Por eso se le califica de Violencia Urbana, en atención a la formas de expresión y a la complejidad de los asuntos involucrados. Aun agregando la novedad de una generalización de la violencia en todo el territorio y que ya para el 2009 las ciudades más pequeñas tenían una tasa cercana a los 50 homicidios por cada 100 mil habitantes (muy similar a la capital de El Salvador, país envuelto en acciones de guerra durante varias décadas), es necesario enfatizar que el área Metropolitana de Caracas es mucho más violenta que el resto de Venezuela. La tasa de 233 homicidios por cada 100 mil hab. es más de cuatro veces superior a las que se reportan para ciudades grandes y pequeñas – tasa 50 y 49 – y casi 4 veces la tasa de la ciudades medianas – 66-. (INE, 2010).
LOCALIDAD | CASOS | TASAS |
Área Metropolitana. de Caracas | 8.047 | 233,13 |
Ciudades Grandes | 3.806 | 50,41 |
Ciudades Medianas | 2.954 | 66,48 |
Ciudades Pequeñas | 6.325 | 49,80 |
Fuente: Observatorio Venezolano de Violencia: construcción en base a INE, 2010.
Es en las grandes ciudades donde han existido los niveles de ingresos más altos, las mejores expectativas de riqueza y confort, pero también son mayores y más evidentes los signos de la desigualdad y la frustración por las expectativas insatisfechas. En la sociedad venezolana ningún aspecto de la vida se sustrae del impacto de la renta petrolera; como señala Briceño León quien, caracterizando a Venezuela como una sociedad rentista, realizó una investigación retrospectiva desde la violencia rural, pasando por el inicio de la violencia urbana y la criminalidad resultado de la abundancia de los recursos petroleros hasta la violencia ocurrida en la revuelta popular de 1989. Analizó los cambios ocurridos en los últimos cuarenta años, relacionados con los bajos o altos precios de la renta petrolera y la crisis política del país, hechos que, a su juicio, contribuirían al aumento de la tasa de homicidios; de 7 por cada cien mil habitantes en 1970 a 12 en 1990, 19 en 1998 y 50 en el
año 2005. (Briceño León, 2006)
Como dice Romero Salazar:
Es una violencia urbana, delincuencial, que tiene como móviles: el ajuste de cuentas, el enfrentamiento entre bandas, el homicidio, el asalto, el robo a mano armada y que produce la alteración de la vida pública y privada porque agrega otro elemento al estrés citadino. Se trata de violencia social porque en Venezuela no hay guerra, ni terrorismo, ni guerrilla, ni conflictos étnicos; es una acción que no tiene banderas y nos afecta a todos (2007, 21)
De esta violencia cada vez más aguda, los hombres jóvenes son los principales actores, como víctimas y victimarios. Así lo afirman numerosos estudios sobre el tema de la delincuencia criminal desarrollados en el país, que señalan al homicidio como la principal causa de muerte entre los venezolanos de sexo masculino de entre 15 y 24 años de edad. Del total de las víctimas en el territorio nacional, el 81% son varones, y la gran mayoría de ellos (83%) procede de sectores urbanos precarios (Zubillaga, 2013).
En esta realidad, crecer siendo un hijo varón en un barrio popular de Venezuela supone vivir marcado por una alta probabilidad de morir joven, víctima de un disparo de arma de fuego –porque son varones los protagonistas de la violencia, como víctimas y como victimarios-. El asunto es que, a pesar de la gravedad del problema, no se conocen con certeza cuáles son las razones o las condiciones que provocan la preferencia de los sujetos
por la vida violenta, ni cuáles son las causas por las que unos sucumben y otros se resisten a entrar en el mundo de la delincuencia.
Las explicaciones sociales de la violencia y la criminalidad, como indica Briceño León (2007), pueden resumirse en dos corrientes: las teorías de la pobreza y desigualdad, y las teorías de la institucionalidad o de las normatividad social. La primera corriente, considera que el sujeto delinque por las privaciones que sufre en la vida, la desigualdad y la injusticia social. Es decir, como no le es posible saldar las necesidades básicas, o las necesidades creadas por la sociedad de consumo, y porque además, no cuenta con un medio legal para satisfacerlas, entonces, elige conseguirlas por la fuerza.
Además, se debe considerar la acción de los sujetos violentos dentro de un marco de empobrecimiento e incremento de exclusión y angustia; en un contexto, en el cual el joven reconoce imposible obtener una profesión o un trabajo valorizado. Por lo que elige desestimar las instituciones competentes, de las cuales sólo recibe engaño, promesas y el simulacro de la participación. Se conoce entonces, el destino ineludible por la carencia de las instituciones gubernamentales y los recursos accesibles, lo que se traduce en mayor miseria y privaciones, que en nada se relaciona con el esfuerzo individual.
Asimismo, hay que tomar en cuenta la exclusión que genera la sociedad global: en un mundo donde la economía y la comunicación son de carácter global, la contradicción entre exclusión social y expectativas de participación en el consumo se acentúa notablemente. De esta manera, el sujeto se convierte en un ‘modelo de exclusión’ ya que alejado de todas las instituciones, el joven pierde la ética del ciudadano, que desea un trabajo honesto y el bienestar económico y social, y gana a cambio, la ética del guerrero; cuyos valores consisten en ganar, entre la vida y la muerte, el reconocimiento y el respeto entre sus pares (Zubillaga, 2013).
La segunda corriente que señala Briceño León, intenta explicar las causas de la violencia y la delincuencia a partir de la relación que existe entre los individuos y el orden simbólico, las normas sociales que condicionan su socialización, su aceptación o su rechazo. La conducta criminal se desarrolla a través de la interacción con otros sujetos y en la elección
entre un comportamiento que cumple o transgrede las normas y las leyes. Es por ello, que las sociedades precisan de normas y leyes para regular las interacciones sociales, distribuir
roles y establecer los mecanismos de aceptación o reprobación de conductas, realzando algunas y criminalizando otras, haciendo de esta manera más fluida la relación social y haciendo previsible los comportamientos de todos. (Briceño León, 2007). En relación a ello, es pertinente el planteamiento que hacen Pedrazzini y Sánchez:
Sin duda, no podemos dejar de lado la perdida de institucionalidad de la sociedad venezolana y el tipo de discurso que se usa desde el poder como parte fundamental del conjunto de elementos que podrían estar produciendo el incremento del delito en Venezuela. Taleselcaso de los medios de comunicación, los cuales reproducen el discurso ideológico del poder, cristalizando la concepción de que malandros y corruptos, son iguales: delincuentes. En efecto, si todos son culpables, entonces, nadie lo es, y lo que existe es una
culpabilidad difusa que se extiende en el caos social, y que conviene más a los ricos que a los pobres. Pero, esta situación no explicaría todo el problema de la delincuencia. El gobierno no es neutro en la crisis que viven los venezolanos, donde la primera habitual de discursos populistas y demagógicos es la gente de los sectores populares, de los barrios. En este sentido, la crisis ha hecho que la población no confié en sus dirigentes. (Pedrazzini y Sánchez, 1990).
Lo que queda claro es que la realidad violenta del país no es producto exclusivo de la pobreza o marginalidad social en la que viven muchos venezolanos, ni de la acción inescrupulosa de un sector del gobierno corrupto e ineficiente en sus mecanismos de integración social. Para algunos estudiosos se trata de la expresión cultural de una sociedad cuyos individuos han optado por la corrupción – y también por la violencia – al considerar imposible su ascenso social por la vía legal (Pedrazzini y Sánchez, 1990). Aunque tal referencia a la cultura no es muy consistente, pues como señala García Gavidia
…es una categoría que no debe ser usada para reconocer que no podemos dar razón de lo que estamos estudiando. Por eso, cuando se habla de la violencia entre jóvenes es preciso considerar que la cultura abarca el conjunto de procesos sociales de significacón, que defino como el proceso de práctica, producción y circulación de sentido (2015, 1).
Para otros autores se trata de una sociedad donde los valores como el aprecio por el trabajo digno, o la consideración por la vida propia y ajena, aquellos que conservaban las familias tradicionales, parecen haberse perdido y superado en cambio por la carrera obsesiva por el consumo de bienes materiales suntuosos no básicos, en la competencia que impone la sociedad capitalista (Vethencourt 1974, Briceño León, 2008).
Lógicamente, la pobreza complica la posibilidad de acceder lícitamente a los bienes de lujo que además de ofrecer disfrute, representan signos de status, de éxito, símbolos promovidos por la publicidad insistente y aprendidos por el efecto de demostración; en ese contexto, “A quien está impulsado a obtenerlos como motivación dominante en su orientación conductual, no le queda sino la vía del delito.”(Moreno, 2011: 113). Sin embargo, no se puede asegurar que el origen de la delincuencia juvenil está en la pobreza
– aunque ella destaque como la razón más atribuida por la opinión pública-. En primer lugar, porque es uno de los principales riesgos asumidos por los investigadores de la violencia delincuencial: alimentar la relación que se hace frecuentemente entre barrio y criminalidad, reforzando la reputación de marginal de quienes hacen vida allí (Pedrazzini y Sánchez, 1990). En segundo lugar, porque a pesar de la mayoría de las historias de vida de los habitantes de los sectores populares del país, las cuales relatan sobre todo trayectorias de hambre, de pobreza, y escasez, no existen historias donde el hambre o la pobreza hayan sido las causas de robos en masa, o de insurgencias populares (Moreno, 2011).
Desde otra perspectiva, la discusión teórica desarrollada en el país en torno a los problemas de la institución familiar y su posible relación con la delincuencia juvenil, constituye un referente fundamental para el estudio del fenómeno, en la búsqueda de elementos que permitan afrontar de manera crítica y efectiva el problema creciente de la violencia criminal.
Situando la acción de los jóvenes delincuentes en el contexto socio-cultural donde se relativizan los valores tradicionales de la familia venezolana, se podría comprender la violencia como un asunto mucho más complejo que la pobreza o la corrupción, que es el problema ético y moral que atraviesa la sociedad, donde uno de los efectos ha sido justamente la pérdida del sentido de maternidad y paternidad, cuestión que ha puesto en riesgo el centro mismo de la vida familiar (Vethencourt, 1974).
En palabras de Vethencourt:
“Esos valores que eran la convivencia, la cooperación, la solidaridad, el honor y el orgullo familiar; a veces un exagerado respeto y acatamiento a los ascendientes; dedicación y educación a los hijos, todos esos valores se han venido abajo”…“en beneficio de una vida centrada en el hedonismo. Un hedonismo militante del confort, del lujo competitivo, del alto consumo, de una liberación sexual irrestricta, de diversiones incesantes y un éxito puramente individual.” (1974: 6).
Es cierto que algunos jóvenes –sobre todo aquellos provenientes de los sectores populares más precarios-, guiados por el impulso de adquirir bienes suntuosos que representan a su vez, símbolos de poder y prestigio (García Canclini, 1990; Zubillaga y Briceño – León, 2001), eligen el delito como una vía para adquirirlos directamente. Pareciera que este no ha sido el factor determinante en caso de la mayoría de los jóvenes delincuentes venezolanos; porque paradójicamente, la constante que ha marcado el destino de estos sujetos ha sido la carencia de un grupo familiar funcional donde se le impartiera de muchacho una educación adecuada, y se reprodujeran prácticas de crianza con verdaderos valores (Moreno 1999, 2011; Hurtado, 2013).
De hecho, en las trayectorias de vida de jóvenes delincuentes se pueden advertir frecuentemente historias de ausencias muy diferentes a las materiales, que son las afectivas: ausencia de una familia sólida, ausencia de afecto positivo, de una madre significativa, de atención, de relaciones vinculantes. Privaciones que construyen un trasfondo de dolor y frustración que se inscriben en la raíces del sujeto. Un trasfondo de violencia sufrida, padecida, que sustenta su disposición a la violencia actuada (Moreno, 2011).
Como prueba de ello, se señalan diversos estudios sobre el tema de la delincuencia juvenil en el país, que revelan que la mayoría de los adolescentes entrevistados en los centros oficiales de detención provienen de familias constituidas por un padre generalmente ausente, y una madre consentidora, o sobreprotectora. Forman parte de un grupo familiar al que varios autores han denominado “matrisocial”, “matrilineal”, “matricéntrico” (Vethencourt, 1974, Moreno, 2011; Hurtado. 2003), o “monoparental” (Legall y Martin, 1987; Legall, 1994 y 2008 y Contreras, et al, 2008), donde la mujer se encuentra sola sin una pareja estable, y los hijos son el centro de la relación. En el caso venezolano, mientras las mujeres solas trabajan, los hijos solos socializan en la calle, donde son reclutados por otros hombres (Zubillaga y Briceño-León, 2001).
Según los investigadores, la “matrisocialidad”, es el esquema conceptual de todas las significaciones e interacciones sociales particulares que produciría el excesivo protagonismo de la figura materna en la familia venezolana, fundamentado en la devoción mítica hacia la madre (Hurtado, 2003), lo que constituye la columna vertebral de la vida familiar. La intensidad en la relación de la mujer con sus hijos se lograría porque ella define su destino al convertirse en madre, al mismo tiempo que por la disminución y casi supresión de la figura paterna en los espacios del hogar (Zubillaga y Gruson, 2004).
Es una situación, que complicaría la emancipación del hijo de la figura de la madre, quien fungirá como protectora, consentidora y encubridora del muchacho durante todo su desarrollo, y la que no ejercerá ninguna forma de disciplina porque ello representaría poner en riesgo el afecto de los propios miembros de su grupo familiar, además, porque el padre no está presente para imponer esa autoridad, o siquiera para personificar el principio de la realidad masculina. Sin embargo, a pesar de retener a los hijos en el hogar
– entendido como el mundo de lo femenino, la madre no representará ningún obstáculo para el desarrollo de la masculinidad en los hijos, quienes aprenderán a ser hombres a través de los hermanos mayores, los tíos, los amigos, tal vez del padre, pero esencialmente en la calle.
Del planteamiento de Hurtado (1998), Moreno (1999) y Zubillaga y Gruson (2004) habría que inferir que de ese tipo de estructura saldría la gran mayoría de los jóvenes delincuentes venezolanos: de familias matrilineales, desintegradas, disfuncionales o abandonantes; familias fundamentalmente habitantes de los sectores populares, donde, condicionadas por la miseria, la exclusión, la desesperanza o la ignorancia, no alcanzan a desempeñar las funciones que deben cumplir, adquiridas por naturaleza e impuestas por la sociedad. A las labores que suponen garantizar la educación, la atención, el cuidado y el afecto positivo de los hijos, para promover su integración y desarrollo armónico, se antepone el oficio de la sobrevivencia a la urgencia social y económica que existe en los barrios. (Romero Salazar, 1993)
Con tales evidencias, producto del trabajo de estudiosos venezolanos sobre la violencia y la familia, la investigación se planteó aportar elementos a la tesis de que el joven delincuente es un agente social producto de la realidad cultural que atraviesa el país (Perdrazzini y Sánchez, 1990), en la que parece consumarse la pérdida total de los valores familiares tradicionales, concretándose en cambio, un modelo de vida popular en la pobreza, la marginalidad, el matricentralismo, la agresividad, el machismo, el consumismo y la opulencia (Zubillaga, 2013; Briceño León 2008, Hurtado, 2013, Moreno, 2011). No se podría considerar fuera de este contexto violento, ya que él reproduce un comportamiento nacido de la observación e imitación de las personas que componen su núcleo social, primero en la familia, luego en la calle.
Contradictoriamente, la familia, como símbolo cultural e institución de moral y ética, constituye el mecanismo de control social más efectivo para encaminar a los jóvenes lejos de la vida de la delincuencia, y formarlos en cambio para una vida en los valores de la conciencia ciudadana (Zubillaga, 2008). Si se considera el protagonismo cultural que conserva la familia para la sociedad venezolana, se podría asumir que en ciertos actores,
como la madre edificante, fuente de atención y afecto positivo hacia los hijos, o el padre aleccionador, donador de autoridad justa y orden en el hogar, están los elementos que podrían impedir el desarrollo de conductas antisociales en los hijos, y para lograr la convivencia dentro de las comunidades. Si son las madres el criterio, la razón, la columna vertebral de las relaciones dentro del hogar y la esencia de los valores que se cimientan en los hijos constituirían figuras coadyuvantes para el cambio del estilo de vida de los jóvenes delincuentes
En relación a este asunto, aquí se plantean las siguientes preguntas de investigación: En el caso de Maracaibo ¿Cuál es el rol que juega la dinámica familiar en la formación de jóvenes con conductas violentas? ¿Cuáles son las debilidades de la estructura familiar para impedirlas? ¿Por qué algunos jóvenes desarrollan comportamientos violentos? ¿Cuáles son las determinantes en sus trayectorias de vida que los llevan a la violencia?
Desde las ciencias sociales se ha abordado el fenómeno de la delincuencia juvenil en Venezuela, como modos emergentes de construir identidades de género en exclusión. En efecto, el modelo más imitado y reproducido por los jóvenes de los sectores populares venezolanos, es el de la identidad del sujeto fuerte y violento de la comunidad; o como lo definen Zubillaga y Briceño-León (2001): “el hombre de respeto”. Este carácter de villano, agresivo temido en el barrio, se aprende entre varones durante la socialización de los jóvenes en la calle, siempre con la autoridad de otros hombres mayores en edad, con quienes aprende maneras de pensar, habilidades y destrezas casi siempre violentas, pero necesarias para sobrevivir en los barrios. (2001). De acuerdo con Zubillaga y Briceño León:
“Sobre todo entre los jóvenes hombres venezolanos, aparece una resistencia desestructurada que tiende a traducirse en la autodestrucción y en la agresión a la comunidad que les rodea. En este contexto, un elemento significativo que subraya esta manera de vivir la tensión y ayuda a comprender las estrategias, racionalidad y emoción de los jóvenes actores de la violencia es la noción de género: la socialización siendo «hombre en exclusión” (2001: 173).
De manera que, los traumas que puede generar el vivir en la miseria del barrio, la exclusión, el desprecio de los otros, la inferioridad que aprenden con sus padres y familiares en esa pobreza, se convierten luego en predominio y supremacía del hombre violento del barrio, ese quien se otorga la potestad de decidir sobre la vida y la muerte de los demás, y reserva el privilegio de poseer y ostentar los símbolos de identidad prestigiosa. El hombre fuerte y violento del barrio, es un modelo que se genera en la exclusión social; el joven delincuente, agresivo, violento, frío de los sectores populares venezolanos (Moreno, 2011).
Como afirman Zubillaga y Briceño-León, siendo discriminados de las instituciones modernas toda su vida, a estos jóvenes delincuentes poco conoce – o poco le importan
los deberes y derechos éticos de un ciudadano, que aprecia el trabajo, y que pretende el bienestar y la tranquilidad en su día a día; y por el contrario, reproducen la lógica del guerrero, donde el ascenso social, el reconocimiento y el respeto, se gana a través de la violencia ejercida a los otros, en el juego de la vida y la muerte. (2001).
Por otra parte, la delincuencia juvenil tiene que ser ubicada en el escenario de una nueva exclusión, la exclusión que genera la sociedad global. En un mundo donde la economía y la comunicación son globales, donde los medios comunicación constituyen el principal interés de la sociedad y donde se promueven con mayor fuerza los patrones culturales de consumo de los países dominantes, el dilema que supone la exclusión social y el deseo participar en el mundo del consumo se refuerza de manera considerable (Zubillaga, 2013). En relación a los adolescentes, a pesar de ser excluidos desde el punto de vista económico, hoy se encuentran culturalmente incluidos a través de los medios de comunicación, la música, el deporte y en general las estrellas mediáticas (Collison, 1996; Dubet 1987). Los jóvenes pueden ahora a través de los todos artificios de los medios de comunicación, conocer un mundo que se muestra global, personalidades y figuras que ocupan focos de atención en otras regiones del mundo.
Estudios sobre el tema de la delincuencia juvenil en Venezuela, revelan que la mayoría de los adolescentes entrevistados en los diferentes centros oficiales de atención, aunque socialicen en la calle, no son jóvenes sin afecto o sin familia (Zubillaga y Briceño-León, 2001, Moreno, 2011). Generalmente, sus familias están constituidas por padre y madre, y la mayoría compone un grupo que varios autores han descrito como “matricentral”, que tiene a la mujer sin pareja estable o fija, y con hijos como centro.
Como señala García Gavidia, para fijar el tema en términos más precisos, conviene traer a colación el concepto antropológico de matrilinealidad que refiere a un tipo de filiación cuya organización social se da en torno a linajes. Cuando la relación entre las personas que descienden de un ancestro común puede ser demostrada, se habla de linaje, que constituye la reunión de los parientes según un principio de filiación unilineal. El linaje es la expresión social de la filiación; hay sociedades que son patrilineales (la línea de descendencia es la del padre) y hay sociedades que son matrilineales (la línea de descendencia la da la madre). Generalmente, en las sociedades matrilineales la autoridad y la representación del linaje la tiene el hermano de la madre. Aunque, señala García Gavidia, esto no corresponde a nuestra realidad:
“La familia popular venezolana, es en muchos casos monoparental (por ausencia del padre), aunque también es una situación que se da entre las clases medias y altas. Además en todos los contextos –regiones– no se concreta el mismo tipo de familia matrifocal”. (2015, 1)
Apuntan Zubillaga y Briceño León que mientras las mujeres solas trabajan, los hijos solos socializan en la calle, y son reclutados por otros hombres. Además, la madre hace el rol de padre también, en ausencia de éste, contribuyendo con su actitud y a aumentar
la irresponsabilidad del hombre. (2001). Según algunos autores, el matricentrismo está profundamente ligado al problema de la ética, y pérdida del sentido de la maternidad y de paternidad que atraviesa la sociedad venezolana. Lo que ha puesto en riesgo el centro mismo de la vida familiar (Vethencourt, 1974). En Venezuela se transita hacia un nuevo aspecto que es la relativización de los valores tradicionales de la familia venezolana. En palabras de José Luis Vethencourt: “Esos valores que eran la convivencia, la cooperación, la solidaridad, el honor y el orgullo familiar; a veces un exagerado respeto y acatamiento a los ascendientes; dedicación y educación a los hijos, todos esos valores se han venido abajo en las clases medias y en las clases altas, en beneficio de una vida centrada en el hedonismo. Un hedonismo militante del confort, del lujo competitivo, del alto consumo, de una liberación sexual irrestricta, de diversiones incesantes y un éxito puramente individual” (Vethencourt, 1974: 6). Éxito que es percibido como el logro del poder económico personal, en un marco de valores que se alejan de aquellos que se inculcaban en la familia tradicional venezolana,
Otro elemento característico de la sociedad matricentrista sería la agresividad, como realidad emocional, aún antes de pasar a la violencia como hecho social, y también antes de la agresión como acción asociada al daño físico. Esta emoción agresiva, en un contexto etno-cultural obtiene un extra de agresividad, no sólo porque representa una emoción colectiva, sino porque también la emoción individual se amplifica en cuanto indicador de la totalidad cultural (Hurtado, 2013).
Para comprender esta agresividad cultural, es necesario reflexionar sobre las relaciones sociales que se desarrollan desde la cultura matrisocial venezolana, donde el modelo sociológico operativo para estudiar la orientación de sentido de la acción se encuentra en uno de los segmentos de la estructura de la familia matrisocial: el de madre-macho (Cf. Vethencourt, 1974). Aunque éste es sólo un segmento relacional en la cultura, dicha relación es el eje operativo único para explicar su modelo de matricentrismo, donde el referente del machismo señala la orientación del sentido (Cf. Vethencourt, 1974). Según Hurtado “se absolutiza el problema familiar y social con derivaciones hacia una agresividad enfermiza, donde la madre se desquita del marido-macho engendrando hijos-machos que la van a compensar vengativamente, pero como resultado serán los maltratadores de otras mujeres. Proceso retaliativo que no terminará nunca a través de las generaciones” (2013: 502).
Hay que señalar también, que el machismo en la cultura matricentrista venezolana es un desorden que no ha llegado a ser patológico, sino sólo un desorden etnotípico. Para Hurtado:
“Este segmento de la relación madre-macho procede del desarrollo de la relación paradigmática de la estructura familiar, la relación madre-niño, y este como un sujeto siempre pequeño y mimado. Será un niño que no crecerá́ como padre, sino que su deriva será́ la de un macho, de suerte que la figura del macho copa el símbolo del varón, pero en cuanto símbolo es vivenciado y portado por el colectivo social como una figura metonímica de la cultura
como un todo. Por lo tanto originándose la producción del machismo a partir del exceso proyectivo de la libido femenina de la madre sobre el varón (y de otro modo sobre la hija), sin embargo, el machismo como rasgo simbólico cultural no se encuentra sólo en la figura del varón que detenta el símbolo social funcional del macho, sino que está difundido en toda la estructura de la cultura familiar y social venezolana”. (2013: 503).
Ante esta realidad se podría pensar que serían otras las causas que, además de la pobreza, encaminarían a los jóvenes al mundo de la delincuencia y el asesinato. Uno de esos factores poco sospechado por los investigadores, sería el sufrimiento padecido por los sujetos violentos en las primeras etapas de vida; esa violencia recibida durante la infancia y la adolescencia que se transforma luego en violencia dirigida hacia los demás. Violencia recibida que no refiere necesariamente a golpes o maltrato físico sufrido, sino a la violencia que desde niños sufren los sujetos, y que toma la forma del abandono: ausencia de padre o madre o ambos, descuido, desatención (Moreno et al, 2007).
Si bien es cierto, dentro de las historias-de-vida de los jóvenes delincuentes venezolanos, la constante puede definirse como historias de ausencias determinantes: ausencia de una familia sólida, de una madre significativa, de afecto positivo, de atención, de relaciones vinculantes. Esto a la larga, construye un trasfondo de dolor y frustración que se inscribe en las raíces de la persona; un trasfondo de violencia sufrida, padecida, que sustenta su disposición a la violencia actuada (Moreno, 2011).
Los estudios anteriores revelan el peso que adquiere el rol de la familia como un elemento clave en el desarrollo de la vida delincuencial. Además, si se toma en cuenta el protagonismo cultural que tienen las mujeres madres en Venezuela, y su peso dentro del núcleo familiar (Hurtado, 1998; Moreno, 1997), se podría encontrar en la activación de la figura madre, uno de los caminos para lograr la convivencia dentro de las comunidades. La razón reposa en el hecho de ser mujeres y madres, y la autoridad cultural que ello les concede, para hablarles, para llamarles la atención. Estas mujeres les hacen advertencias y confrontan a los varones armados; les dan órdenes como madres.Es por ello que las madres se constituyen en figuras coadyuvantes fundamentales en los cambios de los estilos de vida de los jóvenes delincuentes (Zubillaga, 2008; Hurtado, 2013)
El enfoque metodológico se concretó en la aplicación de una estrategia cualitativa por ser la más ajustada a la naturaleza del objeto de estudio: relación de la dinámica de la familia popular urbana y el comportamiento violento de jóvenes. El método cualitativo se concibe en un diseño donde la descripción resultará de la observación en mesas de discusión, entrevistas individuales, narraciones, transcripciones de audio y videos, notas de campo, archivos escritos, fotografías, películas o artefactos.
El trabajo cualitativo se desplegó en la realización de un grupo focal, con jóvenes con comportamientos violentos de sectores urbanos de Maracaibo
Con los jóvenes se buscó elaborar las historias de vida con el desarrollo de una lista de preguntas generadoras, para elaborar una explicación sobre los procesos de socialización personal en el contexto de la violencia. De esta manera, se podrá avanzar en la comprensión del sentido que ellos conceden a sus actos, sus deseos, sus metas y preocupaciones.
Participaron jóvenes con edades comprendidas entre los 24 y 32 años de edad con
comportamientos violentos que habitan en las comunidades seleccionadas.
El grupo de discusión tuvo lugar en espacios académicos fuera de las poblaciones en estudio. El propósito fue conocer cómo las variables de estudio son procesadas en el plano de lo subjetivo y cómo son experimentadas a nivel microsocial dentro de la comviliar.
La sesión fue registrada y grabado el audio para la observación e interpretación. Asimismo, el material recogido fue transcrito y categorizado luego por campos temáticos para su clasificación.
Como herramienta de interpretación se optó por el análisis de contenido para procesar la información cualitativa. Posteriormente, durante el proceso de clasificación y tipificación por temas, se analizaron los contenidos para determinar los factores comunes y particulares a cada caso.
El análisis permitió exponer las principales caracterizaciones y coadyuvar a la aportación de tendencias, avances y posibles retos a establecer en las conclusiones en torno a la relación entre comportamientos violentos y la dinámica familiar.
El presente estudio sobre el impacto de la dinámica familiar en el desarrollo de hábitos violentos en los jóvenes, identificó las singularidades de la realidad de los sectores populares, tomando como referencia cuatro barrios de Maracaibo. El propósito fundamental era obtener de los testimonios individuales, cualquier información ligada al Razonamiento en las acciones de los jóvenes con comportamientos violentos”. Se puede afirmar entonces, que se trató de una investigación de campo ya que la recolección de información se logró directamente de los mismos jóvenes de las poblaciones en estudio, sin intervenir o alterar ninguna variable.
La población en estudio estuvo conformada por jóvenes que viven en cuatro (3) sectores populares ubicados en el Municipio Maracaibo (Las Tarabas, Ziruma de la Parroquia Juana de Ávila, el barrio La Lucha de la Parroquia Coquivacoa, y el barrio 5 de Julio de la Circunvalación Tres, y en el Municipio San Francisco (barrio La Popular), por ser comunidades representativas de una de las regiones más violentas de Venezuela; según resultados de la investigación realizada en el marco del Observatorio Venezolano de Violencia (Romero Salazar, et al, 2009)
La violencia la asumimos como un fenómeno social que no puede ser entendido
aisladamente sin reflexionar sobre las posibles causas, la forma cómo la interpretan los
individuos involucrados y los contextos sociales y culturales en los cuales se produce. Lo
cual obliga a presentar algunas precisiones en torno al caso de Maracaibo.
Maracaibo es la Capital del Estado Zulia que está situado al noroccidente de Venezuela y limita al norte con el Mar Caribe, al este con el costero estado Falcón, con Lara –estado centrooccidental – y el andino estado Trujillo, por el sur con Mérida y Táchira –también en los Andes – y por el Oeste, con la República de Colombia. Está integrado por 5 subregiones geográfico-administrativas: sub-Región Costa Oriental del Lago; sub-Región Sur del Lago; sub-Región Perijá; Sub-Región Guajira y sub-Región Maracaibo: (municipios: Maracaibo, Lossada – La Concepción-, San Francisco y Urdaneta –La Cañada-. Tiene más de 5 millones habitantes y cuenta con la población indígena más numerosa del país que está representada, en su mayor parte por la etnia Wayúu –los llamados guajiros-, pero también están los Yukpas, los Barí y los Añú.
El Zulia es uno de los estados con mayor superficie del país y su principal actividad es la petrolera que se practica de forma intensiva, generando un ingreso que supera el dominio regional, pues es el principal sustento de la economía nacional. Cubre el 80% de la producción nacional de petróleo e hidrocarburos. En su territorio se dan importantes cultivos: Algodón, cambur, coco, frijol, melón, plátano y sorgo. Y se cumplen actividades de pesca y cría – avícola, bovina, caprina y porcina-. La zona del sur del Lago, el sureste y el oeste del estado constituyen las zonas más productivas del país en ganado bovino, produciendo el 70% del consumo nacional de leche y queso; aporta al país el 42,6% del PIB del sector primario.
Tiene una extensa frontera con la República de Colombia; en la parte norte con la Península de la Guajira, porción de tierras desérticas habitadas por miembros de la etnia Wayúu con doble nacionalidad y libre desplazamiento de un lado a otro, pues ambos países legitiman el traslado de mercancías que son ofrecidas de manera masiva en importantes puntos de la ciudades del estado Zulia. La península, desde hace muchas décadas, ha sido utilizada por bandas organizadas para el tráfico de armas. Más abajo, la Sierra de Perijá hace una división natural; del lado de Venezuela los Yukpas y los Barí son sus habitantes en pequeñas aldeas, mientras en el lado de Colombia una mayor población y los bosques sirve a carteles de la droga para la siembra de amapola, coca y para el procesamiento de la cocaína.
Al sur del Lago caen grandes ríos que vienen del vecino país como el Catatumbo, el Zulia y el Escalante. Se trata de una importante zona de producción ganadera y de plátanos y en el caso colombiano de un área de acción de guerrillas y paramilitares que generan desplazamientos de la población y que paulatinamente han extendido sus operaciones hacia el estado Zulia mediante el cobro de vacuna y secuestro de los productores.
Maracaibo, la capital del estado está ubicada en la parte noroeste del lago que lleva su
nombre; como municipio posee una extensión de 557 km² y está dividido en 18 parroquias,
siendo además la segunda ciudad más grande del país con 3.860.127 habitantes estimados (sin incluir los del área metropolitana, 500.000 hab. que comparte con otros 3 municipios). Hay que agregar el Municipio San Francisco que cuenta con una superficie de 164 km²; una población 965.210 habitantes, predominando los sectores pesquero, industrial, comercial y financiero y la cría de pequeños rebaños.
La ciudad de Maracaibo es el principal centro financiero del occidente país, ya que es la capital del mayor estado productor de petróleo de Venezuela y el mayor de Latinoamérica. Es el principal puerto y centro industrial de la rica cuenca petrolera. Se halla en la orilla occidental del canal que comunica del lago Maracaibo y el golfo de Venezuela.
Las investigaciones antecedentes señalan como actores principales de la violencia delincuencial a jóvenes varones de los sectores populares; razón por la cual se hace obligatorio referir algunos elementos comunes de la dinámica barrial de Maracaibo en zonas con algunas diferencias en cuanto a la antigüedad, la urbanización, procedencia de sus habitantes y dotación de servicios, precariedad material, pero en acelerado proceso de uniformización en aspectos socioculturales referidos al modo de vida, a la convivencia, la solución de conflictos, el estilo de vida, el esparcimiento, las preferencias gastronómicas, gustos musicales, etc.
Son barrios cuyo surgimiento, en algunos casos data alrededor de los 30 años, aunque sobre todo son ocupaciones muy recientes y su creación, al igual que la mayoría de las zonas populares de la ciudad, fue sin planificación urbanística. En los más antiguos, la mayor parte de las casas son de paredes frisadas con cemento y techos de concreto – hay unas pocas que fueron construidas antes por el Instituto Nacional de la Vivienda (Inavi) y ahora por la Misión Vivienda-. En virtud de su lucha de años disfrutan de manera estable de servicios, incluyendo el telefónico y sus calles están asfaltadas y con aceras. Sus habitantes en su mayoría son marabinos que hace años invadieron los terrenos por no tener posibilidades de resolver de otra manera; pero también hay otros venezolanos provenientes de los Andes y del estado Falcón. Junto a ellos se encuentra una importante porción de colombianos de la costa que ingresaron de manera ilegal y que regularizaron su situación laboral y habitacional al margen de mecanismos estatales; sus hijos, nacidos en el país, en los barrios de Maracaibo están integrados sin mayores problemas al sistema educativo y a la vida de la ciudad; hay también el componente indígena, representado por una cantidad importante de familias de origen wayuú (Goajiras).
Los barrios más recientes están constituidos por casas, de madera, lata, de barro o de paredes de bloques sin frisar, en muchos casos con pisos de arena y techos de zinc y cercas de madera; en una total improvisación, apenas mediada por la acción de individuos que forman el llamado “Gang del Rancho” que promueve y organiza las invasiones, la asignación y ocupación de las parcelas por ellos definidas. La falta de planificación urbanística por parte del Estado se refleja en las calles ciegas y en la dificultad de acceso a los diferentes
sectores. Tienen importantes limitaciones de servicios públicos como red de cloacas, aguas blancas, pavimentación y gas doméstico. Son habitados fundamentalmente por Wayuús y colombianos de llegada reciente, que improvisan e imponen en esos espacios su estilo de vida y se ocupan fuera de él en la venta informal en esquinas, en el llamado “Bachaqueo”*, en el cuidado de vehículos en los establecimientos comerciales, como colectores de buses y las mujeres realizan trabajo doméstico en residencias. Con alguna rapidez lograr insertarse a la política social del Estado venezolano, hacen uso de la red de salud de los CDI y sus hijos van a las escuelas bolivarianas.
En los espacios de donde provienen los jóvenes pobres de la ciudad – que ocupan el 60% de su territorio – se vive una cotidianidad barrial dominada por la informalidad (por la marginalidad – por lo que está al margen, a pesar de la fuerza de su presencia en el espacio urbano-). Porque, como señalan Echeverría y Chourio, en “Maracaibo se ha operado en los últimos años un proceso socioespacial extremadamente complejo…una metropolitanización que afecta a ciertos tipos de ciudades: centros urbanos con más de un millón de habitantes, con cierta pluralidad cultural y poseedores de una cierta tradición industrial o comercial a lo largo de su historia” (2000, 390)
Agregan estos investigadores zulianos:
“La ciudad de Maracaibo constituye un ámbito urbano en donde lo informal es el elemento unificador; además de ser el aspecto que le da su carácter fundamental: segregación social y espacial blanda, producto de la irregularidad e improvisación permanentes con la que se construyen todos sus espacios. ….A lo interno de la ciudad se desarrolla toda una tupida gama de actividades económicas y sociales informales: nodos informales para el intercambio de mercancías; áreas completas dominadas por el subsector inmobiliario informal y en sí, todo un sistema de funciones y relaciones mercantiles precarias que se superponen y entrelazan con la estructura de relaciones formales, comportándose como mecanismos de compensación y complementariedad: transporte “pirata”, empleo a destajo, diversificación y “especialización” en los trabajos de la más baja calificación, trabajo clandestino, entre otros aspectos”. (Echeverría y Chourio, 2000, 603)
Para familiarizarse con los posteriores resultados de la investigación acerca de la dinámica familiar y el comportamiento violento de jóvenes marabinos, es pertinente realizar una breve presentación que de si mismos hicieron al inicio de la sesión del grupo focal:
Félix:
Yo me llamo Félix Molina; me dicen Feli, Vivo en Las Tarabas, parroquia Juana de Ávila, Municipio Maracaibo. Pero me he criado por Ziruma. Tengo 26 años, y ahorita estoy dándole la cara a la vida ¡Ahí en la pista!… como dice uno…
porque la cosa no está fácil. Yo vengo de descendencia de los guajiros…Tengo descendencia wayúu
Miguel:
Me llamo Miguel Núñez, voy a cumplir 27 y mi sobrenombre es “El Niño”…y vivo en el
barrio 5 de Julio, por la circunvalación Tres.
Antonio:
Yo soy Antonio Martínez y vivo en la parroquia Coquivacoa en el barrio la Lucha.
Tengo 24 años.
Julio César:
Yo me llamo Julio César López y desde coñito me llaman “Copete”…Tengo 32 años… Siempre he vivido en el mismo barrio de La Popular (Municipio San Francisco).
a la luz de los testimonios de los jóvenes que participaron del grupo focal, pareciera existir como punto de partida para el comienzo temprano de la violencia delincuencial, una actitud rebelde, que podría ser, en la mayoría de los casos, la respuesta a las agresiones y, en algunos casos, tratos crueles recibidos de personas que forman parte de la familia o que los tienen bajo su cuidado. Aunque podría estar también vinculado al descuido y abandono por parte de los padres dedicados fundamentalmente a la consecución del sustento. Superada la fase inicial en circunstancias de encuentro en espacios de adolescentes en similar situación, arranca una carrera vertiginosa que los involucra en acciones cada vez más violentas y los lleva a una cadena de detenciones y estadías primero en internados de menores y luego en la cárcel donde participan en una espiral interminable de muertes. Todos han resultado heridos. Es una trayectoria que cumplen en un cortísimo periodo, casi antes de superar los 24 años. Les es posible salir de la prisión, pero demasiado difícil salir de ese mundo; seguramente no alcancen los 30.
en los elementos condicionantes de la suerte de los muchachos delincuentes, las circunstancias traumáticas familiares se podrían erigir como las más efectivas; porque la falta de vigilancia y de orientación, el maltrato físico y verbal, las ausencias de familiares primordiales para el crecimiento sano de los jóvenes, se constituirían en carencias afectivas que reproducen una suma de frustraciones, pudiendo devenir a la larga en conductas agresivas.
los relatos de los jóvenes de vida violenta, con una sola excepción, dan cuenta que el padre o la madre los abandonaron en su temprana edad. De alguna manera se estaría confirmando el planteamiento de Hurtado (2013), Moreno (2007, 2011), Zubillaga y Gruson (2004), quienes afirman que la gran mayoría de los jóvenes delincuentes venezolanos salen de familias desintegradas, abandonantes; generalmente matrilineales, que habitan sobre todo en zonas populares, limitadas por la pobreza y la exclusión.
Como lo revelan quienes participaron del grupo focal; cuenta Miguel:
“No he tenido un padre, porque nunca lo tuve. Él me hizo y así como me hizo... me abandonó, de corta edad, muy pequeño. He tenido siempre a mi madre al lado; mi mamá como pudo me sacó adelante…
…Porque mi padre fue uno de los principales que dijo que lo abortara…que yo no era hijo de él.”
Agrega Félix:
“El padre mío se fue cuando yo tenía 8 meses… Mi mamá… toda la familia mía… es una familia que… Mi abuela… “
En el caso de Julio César es la madre quien se fue y quedó él con su hermana:
“Desde niños nos dejó botados con nuestra abuela… Cuando yo era grande ya, mi madre me restregó en mi cara que se bebió más de 20 pastillas pa’ abórtame. y no pudo…”
Su padre luego llevó a Julio César a vivir con una nueva pareja que los maltrataba y después se desatendió de él en la adolescencia:
Mi papá ahorita no está aquí… mi papá está en Colombia… Porque él cuando vio que yo era delincuente… él se decepcionó, o sea… Nunca me ayudó, nunca me dijo “Yo te voy a ayudar pa’ que te compongáis…”
Ante la ausencia de la figuras paternas, el vacío de afecto podría verse compensado generalmente en la calle, con la aprobación y el acogimiento que suplirán otras juntas, generalmente ‘malas compañías’.
como se evidencia en sus narraciones, la mayoría de los jóvenes de comportamiento violento han formado parte de familias reconstituidas, puesto que el padre o madre que se ha ido – dependiendo del caso – ha sido sustituido temporal o permanentemente por una nueva pareja, quien en algunos oportunidades ha logrado cumplir en cierta manera con el rol de padre, como en el caso de Miguel, y en otros, como en el de Julio César, han sido responsables de agresión y maltrato de los hijos del compañero.
Cuenta Miguel:
Mi padrastro nada más tiene cuatro hijos con mi mamá; nosotros somos dos aparte; dos: mi hermana y yo que soy el mayor. Yo soy adoptado prácticamente… a mí me adoptó mi padrastro. “…Tengo un padrastro que me agarró de corta edad, pero… ellos vinieron a juntarse en sí, en sí… cuando ya yo tenía como 7 años. Él lo que era novio de mi mamá, iba claro… me llevaba pañales, cosas ¿Me entiende? cosas así.
Yo a mi padrastro lo quiero demasiado, lo quiero bastante… Mi padrastro,
mi padrastro, que ese es mi papá, nunca me ha puesto una mano encima,
¡Nunca!... Todavía, hasta el sol de hoy, yo no sé lo que es un golpe… Ni que me haya regañado fuerte… nada. Yo todavía no sé eso…quienes me maltrataban eran mis tíos.”
En el caso de Félix, este relata:
“Bueno, mi mamá tuvo otra relación después que mi papá se fue… y de pronto que se iba y yo me quedaba aquí en la casa, o ella se iba pa’ allá y yo me iba con ella…pa’ Las Tarabas.”
Por eso, fue la abuela y luego los tíos quienes se encargaron de su cuidado y la mamá tenía su marido y vivía con los otros hijos:
“Bueno… por ejemplo, yo me crie… con mi familia, porque yo vivía en la casa de mi abuela, estaban mis tíos, estaban mis tías…!Porque yo vivía con mi tía, con mi abuela!… Vivía con ellas y aquí era donde veía las cosas… que las cosas… que… ¡Verga¡ en Ziruma se ve de to’a verga.”
Para Julio César, la situación no es la misma, pues fue la madre quien los abandonó.
Él reflexiona:
“Porque es tremendo…prefieren más a un hombre que a un hijo… Es muy difícil… primero debe estar el hijo. Por eso es que yo digo, por la cosa que yo pasé, ni se imaginan por las cosas que yo he pasado.”
Ante el abandono de la madre, su padre le cedió el cuidado a la madrastra, quien lo
humilló y maltrató:
“Porque la madrastra que teníamos cuando él nos llevó… porque la comida que hacia la señora, era como una comida pa’ los perros…”
Cuando tuvo más edad y su madre quedó sola Julio César se fue a vivir con ella:
“Pero…bueno, peleamos. Hace poco me fui pa’ que mi hermana… Porque yo tengo una mujer ahorita que ella está detenida… mi esposa ahorita está detenida y a ella, a mi madre, no le gusta…”
En cualquiera de los casos, como lo señala Moreno (2011), las historias de vida de los jóvenes delincuentes son historias de ausencias afectivas: ausencia de una familia sólida, ausencia de afecto positivo, de una madre significativa, de atención, de relaciones vinculantes. Privaciones que construyen un trasfondo de dolor y frustración que se inscriben en la raíces del sujeto. Un trasfondo de violencia sufrida, padecida, que sustenta su disposición a la violencia actuada (Moreno, 2011).
La mayoría de los muchachos violentos se quejan de haber sido desatendidos y descuidados por sus padres y otros familiares mayores. Como lo dice Miguel:
“Bueno yo, consumía y lo que hacía era puro comer, comer, ver televisión, dormir… Mi mamá decía – ¡Muchacho te va a dar anemia, lo que dormís es vaina!-. Pero nunca se llegó a dar cuenta de que… Ella se vino a enterar cuando ella… cuando me vio en la cárcel. Nada de nada…
Agrega Julio César:
“… las madres más que todo, las madres… los padres… hacen que los hijos busquen hacer estas cosas… y cuando te ven en una prisión, ahí es donde sufren las madres y los padres… ¿Por qué? Porque nunca te dieron amor, nunca estuvieron pendiente tuyo…”
Y Félix completa:
“…de pronto me faltó orientación; me faltó orientación en el momento ese de la edad, de los 16 a los 19, de los 16 a los 18, ¿Verdad? Me faltó mucha orientación en ese momento…”
Así se estaría confirmando lo dicho por Moreno (2007), quien señala que el sufrimiento que viven los jóvenes en sus primeras etapas de vida, se constituye más tarde en violencia orientada hacia los demás. Una violencia que no supone necesariamente golpes o maltrato físico, sino una que toma la forma del abandono, descuido, desatención, de ausencia de padre o madre. Ante la falta de vigilancia de las figuras paternas determinantes para el desarrollo saludable del muchacho, se consuma también a posibilidad de la acción agresora y el maltrato por parte de los otros familiares y demás extraños.
Como los expresan los jóvenes que participaron del grupo focal: Julio César refiere que la mamá desde niños los dejó con la abuela y luego su padre lo llevó, junto a su hermana, a vivir con una nueva pareja. Y se queja del comportamiento del padre que permitió el maltrato que les daba su mujer, a quien le delegó su cuidado:
“El padre… él nunca nos pegaba, nunca, nunca, él nunca nos pegó…O sea nunca nos pegó… Pero lo que no perdono fue eso: lo que nos hacía a nosotros… o
sea con la madrastra. Porque la madrastra que teníamos cuando él nos llevó… porque la comida que hacia la señora, era como una comida pa’ los perros… Nunca hacia una comida buena… nunca, nunca…Era una comida hecha pa’ perros… Yo se la daba a los perros pa’ que se la comieran. Nunca en mi vida yo le comí una comida a esa señora…”
Del mismo modo Miguel reprocha a la madre que por estar trabajando todo el día permitió el maltrato ocasionado por las personas que dejaba para cuidarlos:
“Uno…unos tíos que eran muy agresivos hacia mi persona…Me pegaban… los que más castigos me daban. Los tíos me castigaban ¡Sí! A mí me… a mí me crucificaban con arroz y “flichitas”, con tapas de refresco, me colocaban un madero arriba. Mi tía me daba clase en la escuelita, en su escuelita… Ella tenía una escuelita y me daba clase… ¡Las manos…eran cuatro y cinco reglas que me partía!… diarias. Ella me partía una tablita en la mano…
Yo le dije a mami, porque ya yo estaba grandecito, ya tenía 12 años; ¿A qué joven de 12 años van a estar arrodillando, maltratando tanto? Todo el tiempo… Por hacer una tarea mal, por cualquier cosita…ya de una vez venían los golpes… Tuve una hermana que sufrió conmigo bastante, una hermana. Los demás no sufrieron tanto así como sufrimos nosotros, porque vuelvo y le repito, ellos tienen su papá. El papá estuvo siempre pendiente ahí, pues. Él si les decía: – El que me toque uno de estos muchachos yo… lo escoñeto también-…”
En el testimonio de Félix se evidencia la falta de cuidado por parte su madre, que era
maestra,
“…porque de pronto mi mamá se iba a dar clases y yo me iba, y veía lo que estaba en la calle y a raíz de eso… Bueno, si aquel está y lo hace yo también lo sé hacer… entonces nos uníamos y caíamos en eso… y bueno, eso es una de las cosas… pues…”
También es clara la falta de supervisión que facilitó la acción inmoral y delictiva ocurrida en el liceo donde él estudiaba:
“… Yo con el profesor… yo se lo digo que esa fue una de las personas que me desgració la vida, porque aparte que física de tercer año era una materia muy complicada pa’ mi… Él me hizo la vida imposible, por un “Cocosette”… Claro, un “Cocosette” que se robaron y no fui yo… fue una amiga mía… Entonces, el profesor hizo que le trajeran… que le trajeran… éramos 48, creo que éramos la sección en el “Baralt”. Que cada uno le llevara un “Cocosette” pa’ la clase. Entonces la agarró fue conmigo, porque como yo era el más mala conducta. Pero yo hacía mis tareas… Pero a mí me jodió fue ese profesor; él me dijo que me robara un spoiler y se lo diera… pa’ el pasarme la materia, a mí y a otro pana mío de allá del barrio, nos dijo… – ¿Ustedes quieren pasar? ¡Búsquenme un
spoiler y yo les paso la materia!-... Entonces era un spoiler que era complicado de conseguir… Me mandó a robar, aparte que me la raspó con 9,3…”
Es un episodio que habla de la falta atención y vigilancia de la madre en relación a la vida estudiantil de Félix. Incluso en el caso de Antonio quien manifiesta que: “Yo tuve mis padres, mi mamá y mi papá, y ellos nunca me dieron mal ejemplo a mí, nunca…”, no es cierto que siempre ellos estuvieran en su vida –aunque él esté convencido de lo contrario-. Basta saber que no sólo él se dedicó a delinquir, sino también su único hermano varón. Cuenta Antonio:
“Y me la mantenía con puros drogos, puros drogos, drogos…y estábamos rumbeando aquí…Por lo menos, el primo mío… Había uno de los primos míos que me decía – ¡Verga! date un roce pa’ que veáis qué es lo qué es. chico… Date un roce, que es vergatario!…me sonsacaba.
…y la prima mía… Las amistades mías, todos son drogos. Todos; no hay uno que sea sano…
Bueno, por lo menos el hermano mío también era ladrón… El hermano mío estuvo preso; no duró mucho. Duró un año por allá… Era ladrón, él siempre ha sido ladrón, y yo toda la vida siempre he estado en la misma.”
La falta de atención y de vigilancia también son formas de abandono o de estar ausentes.
los testimonios de los muchachos de comportamiento violento que participaron del grupo focal apuntan a la confirmación de que en el espacio residencial de la familia popular urbana cohabitan, e intentan convivir, varios miembros de diversas proles: tíos, abuelas, hermanos de varios matrimonios, padrastros y madrastras. Viven compartiendo cuartos, baños, cocina; la mayoría de las veces sufriendo un duro hacinamiento, limitados por las dificultades que generan la pobreza. Es un rasgo de la tradicional familia venezolana, en otros tiempos considerado como un espacio para la construcción de solidaridad.
Como expresa Félix:
“…Yo vivía con mi tía. Bueno, por ejemplo, yo me crie… con mi familia. Porque yo vivía en la casa de mi abuela; estaban mis tíos, estaban mis tías…”
Dice Miguel, a quien le tocó vivir con su madre, sus tíos y su abuela:
Mi mamá trabajaba. A mí me cuidaban era mi tío y mi tía, porque eran los que podían estar en la casa, y mi abuela… era la que hacía los oficios, la comida y mi tía hacia la escuelita, y mi tío también atendía la escuelita…
En el caso de Antonio no había otros parientes en la casa pero también le tocó vivir en
una familia numerosa:
“Yo tuve mis padres, mi mamá y mi papá… ellos nunca nos dieron malos ejemplos. Nosotros éramos dos varones… ¡O sea!… Somos dos varones y tres hembras…”
Estos espacios donde se padecen circunstancias complicadas como la del hacinamiento, coexistiendo bajo tensión y estrechez, en la época actual caracterizada por la competencia individualista, las presiones consumistas y por la profusión de potentes mensajes alentadores de la violencia. muchas veces se convierten en lugares de maltratos, perversiones y abuso de los miembros de mayor edad hacia los más jóvenes. Como narra Miguel de sus tíos:
“Cuando me veían las piernas ensangrentadas, ya calculaban que venía mi mamá en camino. ¡Ah¡..Ya… ya, ya levántale el castigo!”
Dice Antonio de la convivencia y del ejemplo de su hermano mayor:
“El hermano mío tuvo sus hijos, su mujer y a veces no tenía plata y salía a
robar.”
Es un asunto que podría comprenderse en el marco de la actual dinámica social en la cual los elementos básicos no son el esfuerzo, la convivencia, la solidaridad, el orgullo familiar, que han sido abandonados en función del disfrute y consumismo desenfrenado propios del estilo de éxito con el cual aparece comprometida la sociedad venezolana toda.
Es claro que el encausamiento de los niños y adolescentes en una vida social no conflictiva requiere de esfuerzos de la familia para la corrección de las conductas inapropiadas. Las dificultades en ese terreno aparecen cuando los grupos parentales, por sus propias características y problemas, están incapacitados para fijar límites e imponer castigos para impedir la repetición de actos no deseados o inconvenientes. Es el caso de buena parte de los hogares en el espacio popular urbano, desintegrados y con importantes carencias en el plano afectivo; lo cual facilita un abuso y maltrato justificado con la pretensión de imponer la disciplina. De modo que se ejecutan tratos desconsiderados, exagerados y llenos de crueldad.
Como reflexiona Miguel:
“Porque en realidad familia… es como un padre… o sea… usted nunca le ha dado a sus hijos un carácter, un carácter que… ¡Aquí esta esto toma papi, pero cuando estéis grande trabajá… Hacéis esto pa’ que tengáis tus cosas, lo que necesitéis y este a nuestro alcance!... Pero mi familia nunca lo hizo, mi familia lo que hizo fue ¡Patá y coñazo pa´ to’ el mundo!...
…más que todo por un tío que tenía yo, que él me castigaba muy duro…muy duro. Siempre estaba que… cualquier cosa que fuera buena, o que fuera mala, lo
que hiciera yo, a él le causaba problemas. Si yo barría el patio sin echarle agua primero, a él le molestaba… si yo me ponía a regar y hacía charcos en el frente a él le molestaba ¡Y eso era una golpiza fija que tenía!....
Una vez… una vez me dio una golpiza por mí mismo también… porque…!Aja¡ Yo vine y me puse a regar y allá en el fondo de mi casa, como le dije yo, yo criaba gallos y se me soltó uno de los gallos que tenía amarrado y se estaba golpeando con el otro que también tenía amarrado… Yo dejé la manguera suelta y me fui; se me olvidó la manguera… se me olvidó la manguera… Y yo con el charquero en el frente. A lo que salí, eso me revolcó en el charco, me dio con una guaya; después me arrodilló de ‘flichitas’ con granos de maíz… con granos de maíz y un tronco arriba. Duré como 4 horas… me calé yo con ese tronco…
Aunque también la tía maltrataba cruelmente a Miguel:
“Una vez, por yo solamente guardarle un pollo un amigo mío… Ella había dicho que era robado y me iba a partir hasta la mano. Ya yo estaba grandecito, ya yo tenía 11 años… y ella me agarró, me tiró en el piso, como los mismos policías, el procedimiento de los mismos policías: las manos atrás… Me quería partir las muñecas… las dos muñecas me las iban a partir. Porque decía que yo era ladrón y que yo no podía ser ladrón que tal… sabiendo que, habían primos míos que eran peores que yo…
Eso agarraba la manguera y la abría en cuatro partes, ¡La manguera verde. Tenían un chucho eso es un… eso es tejido, de mimbre… eso es tejido… Le conté también como ocho cuerditas, de plástico y cada vez que me daban un ramazo con eso… ¡Dígame las ramitas de totuma¡…”
Era un comportamiento cruel basado en la cobardía; como cuenta Miguel que decían:
– ¡Ah¡…Ya… ya, ya levántale el castigo! – Cuando me veían las piernas ensangrentadas. Y calculaban que venía mi mamá por camino: – ¡No, no, no. Ya levántale el castigo! ¡Ah¡… levántale el castigo…”
Para aplicarle ese despiadado trato los tíos no tomaban en consideración las buenas acciones de Miguel:
“Yo le hacía la comida a mi hermanito. Desde los 8 años yo sabía cocinar… yo cocino perfectamente. No hago todo tipo de comida, pero si hago bastante variedad… Yo ayudaba… en lo que era la comida, las cosas de la casa y cuidaba a mi hermanito menor.”
Por eso no podría ser otra su reacción:
“Cada vez que él me pegaba, yo nada más que pensaba en que… yo nada más que pensaba era: a lo que yo crezca me las voy a desquitar todas. Yo pensaba… La mente mía era muy maquiavélica…y decía que lo iba a matar, que lo iba
a picar… que lo iba a quemar. Yo decía la tardanza es que yo crezca y se me descuide… A lo que yo crezca y medio de me descuide lo voy a incendiar… lo voy a quemar y… Yo tenía mucho odio, mucho, mucho, mucho con demasiado, a él.”
Según lo que se desprende de las reflexiones de los jóvenes, los correctivos para imponer disciplina no eran los adecuados, Dice Antonio al respecto:
“Por lo menos, yo... yo quería ir a una “miniteca” y yo llegaba tarde… a mí me pegaban, porque yo llegaba tarde. Entonces, yo mismo me decía era… ¡Ah¡ Me pegaron ahora mañana lo vuelvo a hacer!.. Y iba estando claro que me iban a dar una pela cuando llegara, o sea estando claro yo que tenía una pela segura pa’ cuando yo llegara.
…Era la forma de reprimirme que no funcionaba. Yo me salía, a mí me castigaban en interiores, pa’ que no me saliera… y yo me salía en interiores pa’ la calle.”
A lo que agrega Félix:
“Esa es una de las cosas, como por ejemplo: me voy pa’ una “miniteca” y llego a las 12 y me dieron una puñera; mañana me voy y llego a las 6 si la puñera va a ser la misma. Entonces ya era peor, porque aja, ya entonces… “
Y remata Miguel:
“A mí me llenaba de odio era, cuando me arrodillaban, a mí no me importaba que me pegaran: – Que no te vas a ir pa’ la calle – y yo decía – ¡No, yo no me voy-!... Claro, yo pensaba: ahorita no voy porque me tenéis aquí, deja que me soltéis… a lo que me soltéis me voy pa’ la calle… Y así era, porque es que yo estaba tan lleno de odio que…
Es que en las condiciones de grupos familiares caracterizados por la desintegración, por las carencias afectivas, el abandono cotidiano, concretado en falta de atención y vigilancia, el establecimiento de límites y las prohibiciones no producen el efecto correctivo esperado. Sobre todo si se hace entre gritos, golpes y tratos crueles, que habría que estudiar si responden al propósito del disciplinamiento. El resultado cierto parece haber sido la rebeldía, el reforzamiento de la conducta violenta y una actitud vengativa hacia todos.
de acuerdo a su propia información, los jóvenes que participaron del grupo focal provienen de familias con limitaciones económicas, pero que podían cumplir con modestia la alimentación de sus miembros, aunque con problemas para el acceso a los bienes que la publicidad hace apetecibles e imprescindibles.
Durante la infancia de Félix, aunque fue la abuela la responsable de su crianza, su
madre era maestra nacional; la de Miguel trabajaba como aseadora en una institución del
Estado, aunque él estaba al cuido de la abuela, una tía y de un tío que daban clase en una pequeña escuela en su casa; aunque después este montó una venta de CDs “piratas” que gestionó el sobrino
Félix, que vivió con su abuela y con sus tías, dice que ahora:
“Todos mis tíos son profesionales, mi mamá es maestra jubilada, y tengo un tío que es ingeniero, otra tía policía, otra que estudió medicina, se graduó pero nunca ejerció, es costurera. Tengo un tío que era maestro también”
Completa Félix:
“…en la casa… ahí no hacía falta la comida, no hacía falta nada…”
Y agrega Miguel:
“Mi mamá como pudo me sacó adelante… En casa no faltaba comida…” Termina Antonio:
“Nosotros somos una familia humilde, pobre… pero entonces, un plato e’ comía nunca me faltó, ¡nunca me faltó la comida!, porque siempre estaban mi padre y mi madre ahí.”
No obstante, la precariedad limita el acceso a bienes que no son de primera necesidad, pero si símbolos de status, que impactan a una juventud necesitada de reconocimiento.
Es pertinente la declaración de Félix:
“En casa no faltaba comida, pero hacía falta que…. ¡Cobres! Porque yo quería salir, por ejemplo, yo estaba en el barrio y quería tener mi novia… verga, se complicaba la cosa…” …uno tiene que buscar la plata pa’… pa’ salir con mujeres. En las rumbas, las discotecas, se conoce lo que son las drogas.
Quieren tener moto, quieren estar por ahí malandreando… y dicen pa’ que voy a estudiar si los estudios lo que llevan es esto y aquello, y como saben que es muy difícil empezar, pues…”
También la de Antonio:
“Nunca me faltó la comida; pero sucedía esto: que yo me quería poner unos “pisos” caros, ropa y ellos no me lo podían dar. Entonces ¿Qué hacía yo?, lo iba a buscar pa’ la calle, de la forma más fácil, ¡trabajando no me voy a comprar unos pisos de esos!, decía yo ¡Verga¡ tendré que trabajar como un año!, cuestan por decir ahorita, 4 mil… 5 mil bolos ¡Y de aquí que encuentre trabajo! ¡Coño¡ Los voy a salí a buscá; yo no tengo trabajo, ¡Me los tengo que vacilar –robar – esta semana!, y salía…”
Es evidente que estos jóvenes involucrados en la violencia no se resignaron, como sus padres, a ciertas mejoras de vida y para obtener disfrute y reconocimiento por vía del delito ha buscado poseer los símbolos del éxito.
En torno al temprano inicio de la trayectoria de violencia delincuencial, los resultados obtenidos en la investigación se ajustan a los hallazgos de Briceño-León (2008), Moreno (2007) y Zubillaga (2013). Al principio se muestra como rebeldía, pero paulatinamente el comportamiento se expresa como respuesta a las agresiones y tratos crueles recibidos de personas responsabilizadas de su cuidado, madrastas, padrastos, tíos y también maestros. Es un maltrato sostenido en el tiempo ante el descuido y falta de vigilancia de los progenitores, en familias recompuestas en las cuales la ausencia de alguno de los padres se llena con parejas temporales o permanentes que generalmente tampoco se involucran en la atención a los muchachos que no son suyos.
En lo cual los resultados coinciden el señalamiento de Moreno (2011) en cuanto que esa situación va a aportar un sustrato de dolor y frustración ante el abandono, el sufrimiento físico y espiritual que encontrará salida en acciones más violentas ejecutadas con rabia y tal vez esperando una repuesta fuerte que lleve a terminarlo todo también prematuramente. En lo que también corresponderían los hallazgos con los de Hurtado (2013) en relación a que se trata de una emoción agresiva, que en nuestro un contexto etno-cultural obtiene un extra de agresividad, no sólo porque representa una emoción colectiva, sino porque también la emoción individual se amplifica en cuanto indicador de la totalidad cultural.
Igualmente se corresponden los resultados con las investigaciones de Bajoit y Franssen (1995) y Zubillaga y Briceño-León (2001) que sostienen que en un contexto de exclusión, la adolescencia se ve profundamente afectada por los conflictos que implica la concretización de una sociedad orientada hacia el consumo de objetos, pero muchos jóvenes comprenden la dureza y lentitud de los procesos que pasan por la educación y el trabajo y optan por los caminos rápidos y fáciles de lograr los bienes: se deciden por la violencia delincuencial.
2.Los resultados coinciden con el planteamiento de Moreno (2011) sobre jóvenes delincuentes que narran fundamentalmente historias de ausencias afectivas, puesto que para la mayoría de los que participaron del grupo focal, uno de los padres se marchó durante su infancia. En torno al efecto que ello podría ocasionar, también hay relación con lo señalado por Hurtado (2011), Zubillaga y Gruson (2004), y Moreno (2007), acerca de la configuración de la familia popular venezolana de la cual provienen la gran mayoría de los jóvenes delincuentes; particularmente, en lo que tiene que ver con el sufrimiento en las primeras etapas de vida, en tanto violencia que desde niños padecen y que toma la forma de abandono y de descuido o desatención por parte del padre que queda. Así no es solamente que un padre no está presente, sino un problema más grave: ausencia de una familia sólida, ausencia de afecto positivo, de una madre significativa, de vigilancia y de relaciones vinculantes.
Este es el factor a considerar junto a la pobreza, que llevaría a los jóvenes al mundo de la violencia y el asesinato. El trauma que produce el abandono de las figuras paternas, sería la violencia padecida que se convertiría luego en la violencia administrada a los demás. Una violencia recibida que no implica necesariamente maltrato físico sufrido por los muchachos, sino que encarna más bien el abandono o el alejamiento del padre, de la madre o ambos (Moreno et al., 2007).
En contrapartida, también se pudiera considerar, el caso donde, no obstante haber contado con el padre y la madre dentro del núcleo familiar, se desarrolla una conducta delictiva. Es la realidad de muchos otros jóvenes venezolanos que sufren en la pobreza y exclusión y que se acomodan a la predica de estereotipos mediáticos y al adoctrinamiento de la sociedad actual globalizada, promotora en el plano simbólico, de un estilo de éxito basado en el hedonismo y en el porte de los bienes distintivos de “los ganadores”.
Hay en esto otro punto coincidente con Moreno, que señala que vivir con precariedad, podría incitar a muchos jóvenes a escoger la vida criminal, ya que “ofrecen, el caldo de cultivo ya están en disposición de emprender una vida de violencia delincuencial, se encaminen por ella” (2011: 112). Y con Romero Salazar (2012) que habla de las profundas contradicciones de la sociedad venezolana: el estilo de éxito promovido por el capitalismo, en el marco de una cultura rentista –de subdesarrollo opulento – que estimula el compulsivo consumismo y las distorsiones en la construcción de la conciencia del progreso individual – la “Sifrinería” como comportamiento social-.
3. Los testimonios muestran como al abandono de uno de los padres sucede una recomposición de la familia, al llegar una pareja sustituta que puede ser temporal o permanente. Lo cual no significa la consolidación del grupo familiar, por el contrario, para la mayoría de los sujetos de los grupos focales, la restructuración implicó desapego, pues el progenitor que queda – en la mayoría de los casos la madre – se convierte en una figura ausente. Dedicada a cualquier actividad, son abuelos o tíos los encargados del cuidado de los hijos, aunque viva en la casa con el nuevo compañero.
En términos de tales resultados, los grupos familiares de donde provienen los jóvenes de comportamiento violento que participaron en el grupo focal no se adecuan a la “matrisocialidad”, que define Hurtado (2003) como el esquema conceptual de todas las significaciones e interacciones sociales particulares que produciría el excesivo protagonismo de la figura materna en la familia venezolana, fundamentado en la devoción mítica hacia la madre.
Aunque las familias de jóvenes investigados aquí si se acercan al matricentrismo, referido por Zubillaga y Briceño-León (2001), según el cual mientras las mujeres solas trabajan, los hijos solos socializan en la calle, y son reclutados por otros hombres; porque las madres están ausentes de la vida de los hijos.
4. En lo referente a la falta de atención y vigilancia de lo que sucede a los hijos, los resultados estarían confirmando lo que señala Moreno (2007), quien manifiesta que la mayor violencia que padecen desde la infancia es sobre todo provocada por el descuido y a la actitud de abandono de los padres, y no exclusivamente la que producen los maltratos
y el abuso físico. Ante su ausencia cotidiana se ejecuta la arremetida hostil de propios y extraños; así considerando su negligencia y falta de interés, casi todos los jóvenes entrevistados responsabilizan a sus padres por tales agresiones.
Es de este tipo de estructura de donde saldría la gran mayoría de los jóvenes delincuentes venezolanos: familias desintegradas o abandonantes; que, seguramente condicionadas por la precariedad y la desesperanza, no alcanzan a desempeñar las funciones que deben cumplir, adquiridas por naturaleza e impuestas por la sociedad.
Los resultados obtenidos en relación a la cohabitación de diversas proles, demuestran que en los hogares populares urbanos de Maracaibo las familias subsisten generalmente en hacinamiento. En efecto, en una misma vivienda procuran su existencia individuos de diferentes núcleos familiares, repartiéndose los espacios cada vez más estrechos, al incorporarse más miembros al clan familiar; nietos, abuelos, sobrinos, parejas de los hijos e hijas, hijastros que permanecen en el hogar, todos sobreviviendo en un área reducida, en razón de la urgencia y las carencias..
En tal sentido, hay coincidencia con el planteamiento de Santamaría en torno a que “este tipo de familia presenta características como: distancia emocional entre los miembros, presiones y stress por carencia de apoyo o por soledad, cada quien está en lo suyo y tiene poco interés en los demás, la jerarquía es variable no hay líder sólido, ni siquiera permanente, las alianzas son transitorias y obedecen a las exigencias del momento, con frecuencia se da que los hijos son de sucesivas uniones temporales. Presentan situación de marginalidad y pobreza, como desempleo, viven en ranchos u otras viviendas con alto índice de hacinamiento.” (2003, 221)
En cuanto al disciplinamiento, la información obtenida revela que las familias de los jóvenes de comportamiento violento que participaron del grupo focal no estuvieron en condiciones de superar las dificultades para corregir las conductas indeseables. Son núcleos parentales que estarían incapacitados para establecer reglas y límites y aplicar sanciones acertadas a sus miembros. Esta sería la realidad de la familia popular urbana de Maracaibo, con déficit de valores y con grandes vacíos en el lado afectivo, situación que permite el maltrato y la crueldad en lugar de un efectivo encausamiento.
Tales resultados se corresponden con lo expuesto por Burgos (1991), quien asegura que cuando en la familia los métodos de crianza no son los apropiados, o cuando los padres no establecen una disciplina adecuada a sus hijos, estos desarrollan conductas aversivas, pudiendo llevarlos más tarde a una conducta antisocial.
Al registrarse en el análisis que la madre, aun viviendo en la casa, pero trabajando en la calle en condiciones de desapego familiar –dejando a los hijos al cuidado de otros – no hay coincidencia con la afirmación de Hurtado (2003), en torno a que debido a la ausencia del padre – para ejercer la autoridad y el orden, o para personificar el principio de la realidad masculina en el hogar-, se dificulta la independencia del hijo de la madre. En los casos estudiados, la madre, en la práctica, fue una presencia lejana; lo que ellos resienten.
las evidencias obtenidas durante todo el proceso de investigación, hacen posible concluir lo siguiente:
Acerca de la trayectoria de vida violenta de los jóvenes que participaron en el grupo focal, se concluye en primer lugar, que iniciaron su carrera a temprana edad; en segundo lugar, que rápidamente avanzaron hacia acciones de mayor envergadura, desde pequeños robos hasta la ejecución asesinatos; en tercer lugar, que tal proceso, los llevó vivir la experiencia de la prisión en varias oportunidades y en cuarto lugar, que como consecuencia de sus ejecutorias recibieron heridas de bala que les causaron graves daños.
En el plano de la dinámica familiar, se evidencia en la mayoría de estos jóvenes el abandono durante la infancia por parte de uno de los padres, lo que generó un gran vacío en el plano afectivo, causando traumas emocionales que posteriormente se expresan en conductas violentas, que los condujeron al mundo de la delincuencia.
Igualmente se determinó que a la ausencia de una de las figuras paternas se produce una recomposición de la familia con la llegaba de una nueva pareja: situación que de ningún modo significa estabilidad y relaciones armónicas de convivencia, pues el nuevo compañero no se involucra en el cuidado de los hijos. Tampoco se traduce en una mayor dedicación de la madre a los asuntos domésticos, pues por razones de sobrevivencia económica, tiene que permanecer largo tiempo fuera, dejando a los niños bajo la responsabilidad a abuelas y a tíos. Es ausencia cotidiana del desapego; que es también otra forma de abandono.
La falta de atención y vigilancia por parte de los progenitores, por estar ausentes de la vida de los hijos, los expone a agresiones, abusos y tratos crueles por parte de las personas que quedan a cargo. En un espacio residencial donde aparecen muchos parientes entre los cuales no existe relaciones de cercanía, afectivas, sino más bien de distancia emocional.
Se constata, por propia confesión de los jóvenes consultados, que la situación familiar descrita, la violencia padecida, sumada a las limitaciones y precariedades y al bombardeo mediático que promueve un estilo de éxito difícil de alcanzar por ellos, produce el sentimiento de odio con el cual justifican su modo de vida violento.
BAJOIT, G.; FRANSSEN, A. (1995) Les jeunes dans la compétition culturelle.
PUF. Paris.
BRICEÑO-LEÓN, R. (2006) “Violence in Venezuela: Oil Renta and Political Crisis”.
BRICEÑO-LEÓN, R. (2008). La violencia homicida en América Latina.
Laboratorio de Ciencias Sociales (LACSO). Caracas.
BURGOS, E. (1991). Crimen en adolescentes. Editorial Texto. Caracas, Venezuela:
COLLISON, M. (1996) “In Search of the High Life: Drugs, Crime, Masculinities and
Consumption”. The British Journal Of Criminology. Vol. 36 Nº 3.
DUBET, F. (1987). La Galère: jeunes en survie. Points Actuels, Paris. ECHEVERRÍA, A. y CHOURIO, M. G. (2000) “La Dinámica Barrial y el Sector
Inmobiliario Informal en Maracaibo: apuntes para la reflexión. Espacio Abierto.
Vol. 9, N° 4.
GARCÍA CANCLINI, N. (1990): Culturas híbridas. Grijalbo. México.
GARCIA GAVIDIA, N. (2015) Comunicación personal 22/06/15. Maracaibo.
HURTADO, S. (1998): Matrisocialidad. Exploración en la estructura psicodinámica básica de la familia venezolana, Ed. FACES-EBUC, UCV. Caracas.
HURTADO, S. (2003). La participación discordante en la familia y los niveles de su transformación simbólica. Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, vol. 9, nº. 1.
HURTADO, S. (2013). La agresividad escolar en adolescentes de Caracas. Espacio Abierto Vol. 22 No. 3.
INE (2010) Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de Seguridad Ciudadana 2009. Informe Técnico. República Bolivariana de Venezuela.
LE GALL, D. (2008) La evolución de la familia en Francia. De la aparición del pluralismo
familiar a la cuestión de la pluriparentalidad. Espacio Abierto, Vol. 17, nº. 4.
MORENO, A. (1999). “la familia en el ejercicio de la orientación y el asesoramiento”.
Moreno, A., Campos, A., Mirla Pérez, y William Rodríguez (2007) …Y salimos a matar gente. Ediciones del Vice Rectorado Académico Universidad Del Zulia. Maracaibo.
MORENO, A. (2008). Tiros en la cara: el delincuente violento de origen popular.
Ediciones IESA. Caracas
MORENO, A. (2009) “El malandro y su comunidad: violencia en el barrio”, En: Briceño-León, R., Ávila, O., Camardiel, A. (editores), Inseguridad y Violencia en Venezuela. 274-292.
MORENO, A. (2011). Violencia asesina en Venezuela. Espacio Abierto. Vol. 20, nº 1.
PEDRAZZINI, Y.; SÁNCHEZ, M. (1990). Nuevas legitimidades sociales y violencia
urbana en Caracas. Nueva Sociedad. Nº 109.
PEDRAZZINI, Y.; SÁNCHEZ, M. (1992). Malandros, bandas y niños de la calle, cultura de urgencia en las metrópolis latinoamericanas. Vadell Hermanos. Caracas.
PROVEA. (2008). “Informe anual de la Situación de los Derechos Humanos”. Programa Venezolano de Educación Acción en Derechos Humanos, PROVEA. Caracas.
ROMERO SALAZAR, A. (1993) “La Familia Popular Urbana ¿Desintegración o
Sobrevivencia?” Espacio Abierto, Nº 2.
ROMERO SALAZAR, A. (2007) “PEOR EL REMEDIO…. La Violencia
ROMERO SALAZAR, A. (2012) Pensar los factores de la Violencia para organizar la Prevención. CONFERENCIA en “II Jornada de Prevención”. Consejos Parroquiales de Seguridad. Banco Central de Venezuela – Sede Zulia. Maracaibo, Venezuela.
SANTAMARIA, R. (2003). “El autoconcepto y la comunicación en familias monoparentales”. En: Encuentro en Psicología Social. Volumen 1 (3). (pp. 221- 226). España: Universidad de Málaga.
VETHENCOURT, J. L. (1974). Influencias externas que afectan a la familia. La
ZUBILLAGA, V. y BRICEÑO-LEÓN, R. (2001). “Exclusión, Masculinidad y respeto: Algunas Claves para entender la violencia entre adolescentes en barrios”. Nueva Sociedad. Nº 173.
ZUBILLAGA, V. y BRICEÑO-LEÓN, R. (2003). Entre hombres y culebras: hacerse hombre de respeto en un barrio de una ciudad latinoamericana. LA VIOLENCIA HOMICIDA EN AMÉRICA LATINA. Université Catholique de Louvain. Louvain-la-Neuve, Bélgica.
ZUBILLAGA, V. y GRUNSON, A. (2004).Venezuela: La Tentación Mafiosa. Una
ZUBILLAGA, V. (2008) “En búsqueda de salidas a la violencia. Análisis de experiencias de reconversión de hombres jóvenes en Caracas”. Revista Mexicana de Sociología. Vol. 70, nº 4.
ZUBILLAGA, V. (2013).”Menos desigualdad, más violencia: la paradoja de Caracas”.
Vol 26, N°4
Esta revista fue editada en formato digital y publicada en diciembre de 2017, por el Fondo Editorial Serbiluz, Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela
www.luz.edu.ve www.serbi.luz.edu.ve produccioncientifica.luz.edu.ve