Introducción
La humanidad, desde sus inicios, ha buscado las formas de tener un sistema educativo óptimo.
Para ello, durante su historia, ha ido cambiando, mejorando, migrando a otras formas de
enseñanza, que le permitan lograr el objetivo trazado. Al respecto, Pérez-Esclarín (2017:2)
plantea:
De muy poco van a servir los cambios curriculares y los esfuerzos de dotación de
textos y computadoras, si no cambiamos la cultura escolar y comenzamos a entender
que el papel del educador no consiste en enseñar, sino fundamentalmente en
provocar las ganas de aprender de sus estudiantes.
Para lograr tal propósito, la profesión docente requiere recuperar su sentido y razón de ser; así
como el sitial que le corresponde tal como ocurre con otras profesiones. Sin duda, se requiere
mucho esfuerzo, dedicación y reflexión permanentes para poder lograrlo, por ello es necesario
prepararse y revisar el quehacer docente a fin de darle un nuevo sentido a lo que se hace y, de
esta manera, evitar la rutina y generar nuevo conocimiento que sea significativo a nuestros
estudiantes.
En este orden de ideas, Pérez-Esclarín (2011:23) establece:
El término educar tiene una doble raíz latina: Educere, que significa sacar de adentro,
extraer toda la riqueza que hay en la persona; o Educare, que significa que significa
nutrir, alimentar, guiar, ofrecer posibilidades para que el otro pueda crecer y alcanzar
la dimensión de plenitud a la que está llamado. Pero no se trata de que el educador
vaya moldeando al alumno para hacer de él lo que el docente quiera; se trata más
bien, de propiciar su creatividad y autonomía para que cada alumno sea capaz de
moldearse a sí mismo y hacer de su vida una verdadera obra de arte. Cada persona
tiene que esculpir su propia estatua, o escribir el guión de su vida. En este sentido,
Sócrates planteaba que la educación tenía una función de partera: ayudar a los otros,
mediante preguntas pertinentes, a que den a luz la verdad, el bien, la belleza, que
todos potencialmente llevamos dentro. Para Sócrates, el arte de educar consistía en
promover las preguntas, más que las respuestas, potenciar la curiosidad y creatividad
del alumno, estimular su libertad y no su obediencia o sumisión. De ahí que llamó a
su método pedagógico, la mayéutica, es decir, el arte de ayudar a nacer el hombre o
la mujer posible. Kant le daba a la educación un sentido muy parecido pues mantenía
que la educación debe “desarrollar en cada individuo toda la perfección de que es
capaz”. A su vez, María Montessori decía que “educar no es transmitir
conocimientos, sino ayudar al descubrimiento del propio ser”; y J. Ruskin expresaba