ANARTIA, 25 (2013 “2015”): 11 - 16
ISSN: 1315-642X
Anartia y la tradición naturalista
Cuando en 1988 aparece el primer número de la revista Anartia,
la Facultad Experimental de Ciencias tenía detrás ya una interesante
ejecutoria académica. Diría que su primer egresado significó una lar-
ga espera, tratándose de una novedosa carrera esto era comprensible,
todo hubo que fundarlo y constituirlo, desde el plantel de profesores
ad hoc hasta los laboratorios. De los cuatro primeros egresados,tres lo
fueron de la licenciatura de biología, esto ya daba el rumbo de la in-
tensa actividad que en esa área tendría la joven Facultad, pronto
aquello llegó a ser una rutina y un flujo normal en la actividad docen-
te de actos de grado y presentación de trabajos de graduación.
En tiempos de especializaciones y sectorización del conoci-
miento, la revista nace con vocación ecuménica, desde la biología, la
zoología se convierte en un área predilecta, ecología y diversidad bio-
lógica son como el gran escenario donde otras subdisciplinas encuen-
tran su espacio natural. Sus fundadores son gente de laboratorio y sa-
lones de clases, pero están dominados por el gusto de la experiencia
de campo, y no podía ser de otra manera en una región donde casi
todo está por hacerse en materia de clasificación y valoración de es-
pecies, estudio del entorno. Aunque ese primer número está dedica-
do enteramente a la descripción de dos especies de peces de agua dul-
ce del género Brycon, pronto los intereses académicos e intelectuales
se ven desbordados: herpetología, lepidopterología, teriología, orni-
tología, suministran el real tono de la distintiva investigación de
aquellos años, la diversidad. José Moscó, el autor de la monografía
de este primer número —y primer editor de la revista—constituyó en
esos años un eficiente equipo, siempre nutrido de tesistas, gente ani-
mosa que dio un signo distintivo a la investigación de campo en toda
la Universidad del Zulia. A los objetos convencionales de la biología
se suman trabajos propios de una visión más amplia del conocimien-
to de lo natural, de los equilibrios microscópicos de la ecología, se
añaden puntuales informes de historia natural y paleontología.
Estudios de especies apenas nombradas, y otras desconocidas,
enriquecen el haber de la región como gran nicho ecológico y am
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plían el conocimiento de la geografía zuliana desde los días de Pittier
y Jahn. Diría que el Departamento llegó a mantener una línea espe
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cializada en la zona del Guasare y Perijá, hoy convertida en inminen
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te área de desastre, en la biblioteca reposan aquellos estudios, en su
mayoría tesis de grado, como recordatorio de cuanto fue arrasado
por el desarrollo de la explotación carbonífera, por ejemplo. El basi
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lisco perseguido por Harold Molero y el batido Caño Carichuano, de
Orlando Ferrer, resultaban emblemas de cuanto era preciso conocer
y resguardar. Como un episodio admonitorio debe verse ese de la
orca (Orcinus orca) varada frente a la isla de San Carlos, a comienzos
de 1979. El animal fue transportado hasta la Universidad del Zulia
por un grupo de estudiantes del Departamento de Biología. Muchos
de los que se graduaron en los siguientes años aparecen afanados y
entusiastas en la diligencia de eviscerar, clasificar y limpiar los hue-
sos del cetáceo. Aquello debió ser una tarea titánica si se piensa en los
mínimos recursos de que disponían, al parecer tampoco hubo mayor
apoyo de las autoridades, juzgaban aquello solo como un pasatiem-
po de muchachos aventureros. Desde los días del pingüino, en 1955,
no se veía en Maracaibo una novedad de esa naturaleza.
En un número de 1993, y en lo que sería una segunda época,
apareció el informe de aquel suceso, toda la documentación, datos
volumétricos, caracterización, métodos de trabajo, aparecen consig
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nados en unas breves páginas debidamente ilustradas con seis imáge
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nes. Si del pingüino solo queda la autopsia firmada por el doctor
Adolfo Pons, de la orca, y más de veinte años después, tenemos todo
un capítulo forense de historia natural. El avistamiento de ballenas
jorobadas en el Caribe venezolano por el pintor López Méndez y He
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mingway (1938) es como la protohistoria de este cetáceo que avanza
como tragado por el lago. En esa misma tradición seguirán otros in
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formes como los firmados por el profesor Tito Barros y sus colabora
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dores, sobre otras especies mal conocidas, manatíesy osos hormigue
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ros. Si bien son capítulos fúnebres, en el futuro ese conocimiento de
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biera servir para su conservación, o para cuando haya otras conside
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raciones de los ciudadanos y las instituciones sobre la herencia bioló
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gica. Pero el alcance de una generación de biólogos, apasionados por
su objeto, llega a conocer en estos días logros en la preservación de es
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pecies. El programa de rescate, incubación de huevos, y liberación
del caimán de la costa (Crocodylusacutus) en los ríos de Perijá, dirigido
por el profesor Barros,es la consecuencia natural del quehacer acadé
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mico del Departamento de Biologia; asimismo, el estudio y segui
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miento al oso hormiguero (Myrmecophaga tridactyla) en la carretera
Zulia-Falcón, esperemos que concluya cortando las amenazas de su
extinción.
En su espaciada pero constante actividad la revista ha difundi
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do trabajos pioneros y es ventana para investigadores de otras institu
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ciones del país, sus páginas albergan la monografía de la polémica
antropológica del mono de François de Loys, larga obsesión de uno
de sus editores, Ángel Viloria, posiciones críticas sobre la explota-
ción del carbón en la región y su impacto devastador en el hábitat de
las especies; un trabajo pionero sobre la presencia de un gran reptil
marino fósil, Platypterygius huene (John Moody), en la Formación
Apón de la Serranía de Perijá; un catálogo con nuevos registros de
aves para el estado Trujillo (Rosanna Calchi y Nayibe Pérez); una
serpiente nueva para la ciencia, Atractus turikensis (Tito Barros) y tam-
bién un trabajo en un área novedosa y que ha ido consolidando su
prestigio como la panbiogeografía (“Panbiogeografía 1981-2001: de-
sarrollo de una síntesis tierra/vida”), del profesor John R. Grehan,
de la Universidad de Pennsylvania. Puede decirse que un calificado
catálogo enriquece el índice de la revista,reportes, informes, comuni
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caciones, monografías,tienen el alcance de lo sustentado y contrasta
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do, una visión ideológica de la disciplina no es disposición menor, se
le da cabida a todo cuanto pruebe un sistema de relaciones y enaltez
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ca unas maneras, sin dogmas ni vanas pretensiones de purismo, sus
editores (apenas tres en más de 25 años) han sabido vincular la serie
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dad académica y el buen gusto.
Lejanos antecedentes de Anartia, y entre la actividad académica
y la divulgación, se me ocurren la gestión de dos solitarios: Agustín
Pérez Piñango y Adolfo Pons. El segundo pertenece al selecto grupo
de médicos venezolanosobsedidos por el medio natural y entregados
a su estudio y preservación, pionero del sanitarismo en Venezuela, se
dedica al estudio de las enfermedades tropicales. Desde la Facultad
de Medicina de LUZ, y casi por su propia cuenta, establece la Esta
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ción Biológica de Kasmera, en el piedemonte de la Sierra de Perijá,
estaba concebida para realizar investigaciones en torno a las comuni
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dades indígenas, su relación con el medio ambiente y el potencial de
la diversidad biológica. De corta vida, la escasa o nula comprensión
de nuestros médicos de asociar hombre y naturaleza, la lle a una
prematura decadencia por falta de investigadores entusiastas y exce
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so de médicos sedentarios.
Mismo destino tuvo la otra estación, de menor ambición, esta
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blecida en Zipayare, zona de la carretera Zulia-Lara, adecuada para
el estudio de una incidencia endémica en la zona, la leishmaniasis, o
gusano de monte. En su convencimiento de que es preciso conocer el
medio natural, el doctor Pons insiste y logra instalar una especie de
atalaya de observación en un islote dentro de la llamada laguna de las
Peonías, desde allí se interesa por una pequeña serpiente acuática de
poca toxicidad, conocida como “guata”, que da nombre al caño.
Hace poco el profesor Tito Barros localizo él lugar de esta antigua es-
tación e hizo una fotografía de los cimientos. La colección de ser-
pientes y pájaros de Pons llegó a ser una de las más completas. Re-
cientemente, en una conversación con su hijo Lionel, nos refirió la
pasión de su padre por la ornitología y como se echaba al monte cual-
quier fin de semana para hacer observaciones y recolecciones en zo-
nas remotas. Ambas colecciones zoológicas o están amenazadas o
han ido despareciendo en la inclemencia del desdén y la ausencia de
resguardo por parte de quienes las recibieron como donación.
Hasta hoy nos llega la revista Kasmera, órgano de las activida
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des de investigación de la Estación que se reflejaban en las tareas de la
Facultad de Medicina, su primer número circuló a mediados de
1962. Una monografía completa fue dedicada a los indígenas Barí en
esos primeros números, otro distintivo trabajo es el de los zoólogos
canadienses Raymond McNeil y Paul Pirlot, sobre mamíferos y aves
de Perijá. Vista desde este antecedente Anartia resulta como una hija
más entregada a unas ciencias naturales donde resuena la novedad
de un evolucionismo no darwiniano, en ella las disciplinas se fecun
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dan entre y confirma que la medicina es antropología, digamos, tal
y como se afirma en Kasmera. El conjunto de estos esfuerzos dan la
nota del horizonte de los estudios de historia natural en la región,
siempre que ha habido ocasión los grupos pensantes y los héroes civi
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les han estado a la altura y en la hora de su responsabilidad.
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La creación del Instituto de Ciencia Naturales de Maracaibo es
quizás el momento más remoto de esta clase de desarrollo en el esta
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do Zulia. Obra de un auténtico solitario, Pérez Piñango (1913-1989)
quien hasta el presente sigue siendo un personaje misterioso y su per
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manencia en la ciudad aunque relevante, tiende a desvanecerse, in
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cluso desde una gestión como la suya, la de un ilustrado. Olvidado
por los memoradores y su crónica, para las recientes generaciones
puede resultar un desconocido. Amplio conocedor del mundo de los
animales, autodidacta, músico y naturalista de instinto, fue el primer
y único director del Instituto de Ciencias Naturales de Maracaibo.
Este abre sus puertas en febrero de 1944 y estaba organizado en Mu
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seo de Ciencias Naturales, Jardín Zoológico, División de Taxider
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mia, División de Herborización y Cátedra de Ciencias Naturales, re
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uniendo así, la escuela de taxidermia, el Jardín Zoológico de Mara
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caibo y la cátedra de zoología, creaciones de un año antes. Realizó
una inmensa campaña de tipo ambiental, de investigación y organi-
zación de colecciones de animales vivos y embalsamados (aves, ma-
míferos, insectos, arácnidos y miriápodos). El Diccionario General del
Zulia nos recuerda que el profesor Pérez Piñango “también dio vida
al Parque de la Tradición, el cual ya existía desde 1936 y que fue la ex-
presión genuina de nuestro folklore, con gran proyección nacional.
Como antecedente es necesario citar el Museo de Ciencias Naturales
fundado por Agustín Pérez Piñango en 1935, en una casa al final de
la avenida Bella Vista, donde expuso sus colecciones de animales re-
unidas durante años”.
La sede de aquel Instituto fue reclamada por los gremios obre
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ros y allí se construyó más tarde la sede de Fetrazulia, las colecciones
de taxidermia y algunos animales fueron dados en custodia al perso
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nal del recién creado Parque Zoológico del Sur, todo desapareció y
de los ejemplares de taxidermia no se tuvo más noticia. La variedad
de especies del inicial zoológico de los Haticos era notable (entre
otros un ejemplar de oso frontino), y los conocimientos de taxider
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mia de su director garantizaron que ningún ejemplar se perdiera para
la documentación y exhibición. La labor docente y de difusión de ese
instituto es un aporte a la vida urbana hecho por un hombre que no
pedía se le diera recursos ni se envanecía de su generosidad. De algu
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na manera cuanto hizo el profesor Ramón Acosta desde el Laborato
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rio de Taxidermia, adscrito a la Facultad de Humanidades, debe ver
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se como la continuación de aquella actividad de claro profesionalis
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mo. La desaparición de aquellas instituciones debe ser tenida como
un crimen ejecutado a la vista impasible de las fuerzas vivas de una
comunidad indolente, el reclamo se hizo oír pero la opinión pública
no estaba en condiciones de encauzarlo (Sandner Montilla, Fernan
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do. «La muerte del Museo de Ciencias de Maracaibo». El Nacional.
Caracas: 25-2-1980. S.a. «Corre riesgo de desaparecer el Instituto de
Ciencias Naturales». El Nacional. Caracas: 1-12-1965. S.a. «El pasa
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do 24 de julio el Instituto de Ciencias Naturales cumplió 28 años de
su fundación». Panorama. Maracaibo: 28-7-1972. S.a. «Robaron ani
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males disecados». Crítica. Maracaibo: 14-11-1972. S.a. «Robaron va
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rias piezas de taxidermia del Instituto de Ciencias Naturales». Pano
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rama. Maracaibo: 14-11-1972.)
Hoy la revista resiste acorralada y prevalece debido al tesón de
quienes la amparan desde la institución centenaria, pero sobre todo
desde sus afectos por el legado de nuestro naturalismo. El profesor
Tito Barros junto a Gilson Rivas, investigador formado en el Museo
de Historia Natural de la Fundación La Salle, ejecutan todo el traba-
jo de recepción de manuscritos, investigación, correspondencia, bús-
queda de fondos, administración y edición como una sola tarea, úni-
ca manera de garantizar el resultado final y también de combatir la
dispersión y la burocracia. En el hoy vetusto edificio ejecutado por
Chataing para el aeropuerto de Grano de Oro, y ubicada al fondo de
un penumbroso pasillo, funciona la revista, en un espacio mínimo
cuyas ventanas dan como a un solaz: la floresta bien dispuesta de la
antigua pista. De cuando en cuando vemos iguanas arañar los vidrios
o algún zanquilargo se queda pegado a las secas enredaderas miran
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do hacia adentro, quizás presintiendo que lo que allí ocurre no le es
indiferente. Pero a la entrada de la instalación hay sin duda una ale
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goría, recordatorio o conciliación, un mural de inspiración tropical
ocupa toda la cúpula del hall, degradado por la indolencia más que
por el tráfago de las palomas, la pieza de Rafael Rosales es como la
obertura de la revista Anartia: paujíes copete de piedra, vistosas gua
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camayas, lianas y ceibas gigantes, anuncian que un mundo puertas
adentro sigue vivo en la emoción de ciencia y sensibilidad.
Miguel Ángel Campos
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