ANARTIA, 26 (“2014” 2016): 153 - 161
ISSN: 1315-642X
Recensión
Ackery, Phillip R. 2012.
Butteries & other insects. My enduring impressions
[1st ed.]. Ceredigion, UK: Forrest Text /
The Natural History Museum, viii + 193 pp. + [i].
Este es un libro hermoso,
con un contenido edificante y
a su vez abrumador que ins-
piraría por igual a los simples
amantes de la belleza estética
de las mariposas y otros insec-
tos como a los profesionales
–no siempre tan románticos,
a veces amargados– que a tra-
vés de prolongados estudios
esperamos esclarecer y com-
prender su diversidad, distri-
bución geográfica, biología y
misterioso origen en el tiempo,
su rareza y su influencia en la
cultura. Escrito, editado y pu-
blicado en Gran Bretaña, por
un experto (muy) inglés, de notable trayectoria en la curaduría y la
investigación taxonómica de las mariposas, conocido además por la
comunidad planetaria de lepidopterólogos de los últimos cuarenta
y cinco años. Es un libro que en sí mismo, por sus temas, quizá
emergió, como un insecto, de un huevo, o de varios, y ha debido
crecer como una comunidad gregaria de orugas –por muchos años
alimentándose de la enseñanza que da el estudio de las colecciones
de historia natural, los libros antiguos de viajes a tierras exóticas, de
las crónicas de recolectores coloniales, los menos atractivos textos
Viloria
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académicos y la relación perenne con expertos del orbe que acudían
a la apacible presencia de Phillip Ackery en su oficina de curador de
la colección de mariposas más grande y representativa de la fauna
mundial. Sujeto afable y paciente, dotado de una capacidad orga-
nizativa admirable y de un singular sentido del humor, quien contó
con la buena fortuna de permanecer suficientes años en el lugar in-
dicado y en la época apropiada para poder concebir la idea, desa-
rrollar este texto, y seleccionar escrupulosamente las imágenes con
las que iría a ilustrarlo. Este libro ha debido “pupar y eclosionar”
oportunamente (en el momento de escribir, que es cuando uno real-
mente piensa, revisa su memoria y reconstruye lo que creía haber
entendido en el pasado), no para desplegar mariposas multicolores
sino para ofrecernos una demostración de erudición. Es ante todo
una obra de historia científica que se inscribe en la tradición del
ingenio culto y la scholarship que impregna la academia británica;
del humanismo sobrio cultivado a pulso desde el Medioevo, por el
que puede preciarse el Reino Unido de ser una de las cunas de la
civilización occidental.
Puedo imaginar a Phil en la procura secreta del tiempo para
organizar este proyecto, durante sus años de curador y gerente de
una colección de varios millones de especímenes. Su deber de cui-
dar los procedimientos administrativos institucionales, lidiar con
sus colegas, inspeccionar periódicamente cada gaveta repleta de
muestras biológicas de hasta 250 años de antigüedad, controlar los
agentes que atentan contra su preservación, leer, estudiar, exami-
nar las muestras de turno, atender correspondencia, préstamos ins-
titucionales, escribir en sus contadas horas de sosiego, y al mismo
tiempo atender, casi a diario, con cortesía y respeto otra “colección”
más heterogénea de visitantes, no todos precisamente agradables
o humildes, no siempre tan profesionales, ni muy cuerdos, a veces
ni siquiera honestos. Cumplir esta rutina de altísima responsabili-
dad histórica con aquel valioso relicario patrimonial, orientar y su-
pervisar nativos y extranjeros en las salas de colecciones, y aún así
mantener la chispa de su originalidad como pensador, su ánimo de
lector y escritor, sin perder –aparentemente– su temperamento pro-
clive al fino humor, ha sido un ejemplo magno de tolerancia, una
lección universal de organización personal y una hazaña de vida.
Entre los incautos –como yo– no era posible imaginar que una parte
de aquella ocupada existencia estaba gestando una síntesis de tal al-
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cance. Yo he recibido su libro con gran placer, como un obsequio, de
las manos de mi amigo Andrew Neild, y al abrirlo me impresionó
mucho el acopio informativo que hay en cada una de sus páginas,
el anecdotario rebuscado, el riquísimo vocabulario de sus líneas y
nuevamente el acento humorístico propio del autor. La distinguida
escogencia de sus ilustraciones, inmediatamente me condujo a los
sótanos del antiguo edificio de entomología del “British Museum
(Natural History)” en Londres (demolido hace algunos años para
dar paso al Darwin Centre del Natural History Museum, NHMUK,
en su fase postmoderna) y a las bibliotecas departamentales conve-
nientemente dispersas en aquel maravilloso palacio dotado de co-
lumnas y cornisas de terracota adornadas con las hojas, lagartos
y pájaros de Alfred Waterhouse, ligeramente reminiscentes de las
gárgolas de Notre Dame. No hay desperdicio en estos textos. Antes
de leerlos y poder terminar de escribir mis propias impresiones ya
había aparecido una reseña redactada por Dick Vane-Wright (2012.
Antenna, 36(4): 261-262), que parodia en su título, como lo hace
Ackery en su preámbulo, el de la autobiografía de Vladimir Na-
bokov “habla, memoria” y que creo extraordinariamente sincera,
eficientemente sintética, e inevitablemente emotiva, por lo menos
en lo que respecta a la prolongada relación profesional y de amis-
tad entre Phil y Dick y a las habilidades de éste último para pescar
en un mar de letras las frases sobresalientes, las ideas trascendentes
(o triviales, según se vea), la nota excéntrica y las inquietudes que
emergen de lo que todavía no se conoce pero que de alguna manera
se capta entre las líneas. Era imposible para mí no coincidir con
algunos juicios de Vane-Wright: probará esto que el maestro influye
en los intereses e inclinaciones intelectuales del discípulo. Sólo por
esa influencia dialéctica y pedagógica se atreve un latinoamericano
a opinar con cierto criterio sobre un trabajo cuyo tema, estructura y
estilo son tan ingleses que quizá estas notas realmente ayuden a pro-
mover el interés por el libro que me ocupa, pero a riesgo de que los
potenciales lectores del mundo iberoamericano terminen pensando
que estoy sobreestimando sus cualidades. Soy sólo un intérprete de
la tradición histórica de los naturalistas ingleses que quiere tradu-
cir sus emociones al espíritu de la provincia cultural de mi país y
su distrito latinoamericano, siempre presto a sucumbir a las bajas
pasiones de la política (como lo advirtió tempranamente Alexander
von Humboldt) y al caos que de aquellas probadamente emerge, y
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casi nunca preparado para honrar la primigenia, dignificante y no-
ble contemplación de la naturaleza1.
Hace tiempo he leído algunos libros apasionantes de autores
británicos un poco excéntricos, como el de G. B. Longstaff Butterfly-
hunting in many lands (1912), y también los dos volúmenes de las
raras memorias de Margaret Fountaine (Love among butterflies, 1980
y Butterflies and late lovers 1986), que aunque no admiten términos
de comparación para el caso, pueden servir de abreboca a la lectura
de Butterflies and other insects: my enduring impressions, especialmen-
te porque éste último entreteje numerosas historias de personajes
y circunstancias francamente rebuscadas para enseñarnos por qué
los hombres hemos sido tan obsesivos en la exploración de remotas
regiones en busca de tesoros aparentemente insignificantes, nuevas
especies biológicas de coloridas mariposas y otros insectos, y de so-
ñados emporios de belleza natural. ¿Por qué la fiebre de los insectos
y especialmente las mariposas se hizo viral durante el siglo de las
luces cuando emergió la filosofía que permitió establecer un sistema
funcional y universal de clasificación de los seres vivientes? ¿Cómo
Linnaeus desde Suecia creó una escuela internacional de filosofía
natural y envió a sus discípulos por el mundo a descubrir las espe-
cies?, y cómo éstos primeros especialistas se encargaron de cons-
truir una red de intercambio (de amistad o enemistad) entre otros
profesionales y aficionados que llegaron a amasar las más grandes
1 A propósito de esta realidad cito aquí parte del aleccionador discur-
so que Adolf Ernst (1832-1899), el sabio naturalista germano-vene-
zolano, fundador de la primera academia de ciencias en Venezuela,
pronunció públicamente en Caracas: “La historia natural, considerada
en un sentido más lato, no es solamente motivo de estudio para satisfacer in-
clinaciones personales: es una fuente de verdad que satisface la sed de aprender
que se desarrolla en toda inteligencia. Ella ofrece los primeros encantos al niño
curioso, robustece el carácter del adolescente, señalándole luminosos senderos,
da cuerpo a las visiones del adulto y tiñe con destellos de inextinguible aurora
las canas venerandas del anciano. Sobre la base que ella constituye, asienta el
filósofo sus deducciones e inducciones más perfectas; ella abre a las artes, a la
industria y al comercio los explotables veneros de riqueza, hace brotar para el
médico manantiales salutíferos, proporciona a todos un caudal de progreso, de
felicidad y de bienestar; y fundirá algún día, en los mismos crisoles, campanas
y cañones, para fabricar instrumentos que nos den la visión de lo invisible y nos
permitan la contemplación de la inmensidad”.
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colecciones privadas de plantas y animales, gabinetes de curiosida-
des, que en muchos casos pasaron a formar el núcleo de los museos
más emblemáticos de nuestro tiempo.
El libro de Ackery ilustra muy bien cuáles fueron las motiva-
ciones de los hombres que estructuraron la ciencia de la lepidopte-
rología y formaron una parte de la sociedad del conocimiento desde
la época en que el coleccionismo parecía mera ociosidad. ¿Cuántos
sabíamos que la búsqueda y cacería de mariposas se profesionalizó
durante la expansión colonial de países como Gran Bretaña y Fran-
cia?, que los grandes pensadores que en su madurez aportaron las
ideas básicas sobre las que gravita la biología moderna (p. ej., Hum-
boldt, Wallace, Darwin, Bates, Müller) fueron en su juventud caza-
dores profesionales de mariposas y de muchos otros organismos;
proveedores de los gabinetes privados y museos reales de Europa.
Que la pasión por las mariposas y su colorida diversidad hizo céle-
bres a unos cuantos personajes, consumió fortunas, arruinó fami-
lias, condujo a juicios ridículos, pero también hizo infames a falsi-
ficadores, cleptómanos y despiadados comerciantes. Phillip Ackery
habla categóricamente de la obra de sus predecesores en la institu-
ción museística. Con gracioso respeto evoca anécdotas de curadores
y conversaciones o epístolas entre entomólogos; dicta una cátedra
erudita sobre los obsesos pioneros de la taxonomía de mariposas en
Suecia, Holanda, Francia, Norteamérica y más aún sobre una va-
riedad asombrosa entre sus compatriotas británicos inmersos como
locos en el asunto de las mariposas: coleccionistas, filántropos, ex-
ploradores, militares entusiastas, naturalistas, taxónomos, pintores,
millonarios excéntricos, y científicos profesionales. Desfilan por
igual Sir Hans Sloane, Sir Joseph Banks patriarcas fundadores del
Museo Británico, William Jones of Chelsea o William Chapman
Hewitson cada cual más perfeccionista en la ejecución de aguadas
y acuarelas de preciosas mariposas exóticas copiadas con fidedigna
exquisitez. El Barón Rothschild quien invirtió la fortuna de su fami-
lia de banqueros en formar una de las colecciones de mariposas más
grandes de la historia, pagando los servicios perennes de un ento-
mólogo profesional (Karl Jordan) para su estudio, o el mítico mon-
tañista y explorador George Mallory, fatalmente desaparecido entre
los glaciares del Everest y alguna vez vagamente ligado a la misión
de recolectar mariposas en los Himalaya. Ackery habla del arte, de
superestrellas de su tiempo como Maria Sybilla Merian (Metamor-
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phosis insectorum surinamensium), del Nabokov lepidopterólogo, mu-
cho menos conocido por esta pasión profesional que por su exitosa
carrera como novelista. Más adelante diserta como un maestro so-
bre los grupos de mariposas que ocuparon parte importante de su
carrera profesional como investigador. Deja poco que decir sobre
los más singulares danáidos, y sus peculiaridades biológicas, siem-
pre a través de historias e historietas desenterradas de algún obscuro
y desconocido archivo. Vuelve sobre la obsesión por el hallazgo de
las especies más raras, las peculiaridades biológicas de esta subfami-
lia, comunica siempre con su humor seco y cinismo inteligente sus
conocimientos sobre un grupo con el cual trabajó muchos años con
Vane-Wright y por cuyos novedosos resultados recibieron ambos la
medalla Karl Jordan de la Lepidopterists’ Society en los EEUU; las
Parnassius y las Ornithoptera, bellísimas y variadas representantes de
las Papilionidae en las regiones Paleárticas y Oriental, respectiva-
mente; las mariposas de las pasionarias que forman la riquísima tri-
bu de los Heliconiini, mariposas tropicales de América (de las cua-
les Phil confeccionó y publicó un catálogo ilustrado de especímenes
tipo en el Museo Británico). Estas mariposas emblemáticas han sido
las más útiles de todas en la comprensión de fenómenos naturales
como el mimetismo, y sirven de modelo en estudios genéticos cada
vez más complejos que han ayudado como ningunos otros insectos
(probablemente más que las moscas del género Drosophila), a través
de ingeniosos experimentos, a la comprensión de la relación entre
genética, herencia y evolución, y a entrar en insospechadas profun-
didades de la teoría de la selección natural, el paradigma más dise-
minado de la biología.
La segunda mitad del libro involucra un interesante ensayo
histórico sobre el creciente interés en el descubrimiento de los es-
tadios larvales de los lepidópteros, partiendo de la arquetípica obra
de Merian en Surinam en el siglo XVII. Doscientos años después
Arthur Miles Moss y Margaret Fountaine parecieran haber llevado
el oficio de cazador de orugas a un momento apoteósico, dejando
un registro enorme –buena parte aún inédito- que por fortuna so-
brevive a buen resguardo en el NHMUK. Seguidamente el autor
ensaya sobre tres casos selectos de historia cultural basados en le-
pidópteros nocturnos: los misteriosos esfíngidos, suerte de colibríes
invertebrados de la noche, la “mariposa” de la seda (Bombyx mori),
cuyo impacto en la humanidad merece en sí mismo un tratado en-
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ciclopédico (existe un Instituto de la Seda en Japón, y seguramen-
te más de un equivalente en China) y la Biston betularia (peppered
moth), cuya variación fenotípica motivó el estudio que llevó a Ber-
nard Kettlewell a proponer su demasiado bien conocida, y todavía
controversial, teoría del melanismo industrial, “la evidencia que le
faltó a Darwin” para demostrar el rol de la selección natural en la
diversificación de los seres vivos.
Por mi propia formación puedo opinar con menos propiedad
sobre la miscelánea entomológica que conforma la última cuarta
parta del libro. Ackery dedica varias páginas al creciente interés cien-
tífico por la relación entre las moscas y sus larvas con la medicina
y la criminalística. Vertiginosamente la entomología forense se ha
vuelto muy fashionable en la actualidad; una disciplina que considero
atractiva y muy mediática pero que posiblemente se convertirá, en el
futuro, más en una especialidad técnica que en un tema promisorio
para el desarrollo de grandes investigaciones. Simplemente creo que
pasará de moda. Todo lo contrario ocurriría con el tema que sigue,
relacionado con los mosquitos o zancudos y su intervención en la
transmisión de enfermedades causadas por microorganismos, prin-
cipalmente protozooarios difíciles de controlar una vez que infectan
la sangre. A este punto el tema de la malaria, una enfermedad que a
través de la historia ha matado prematuramente millones de perso-
nas, se vincula en estas páginas con la épica búsqueda del árbol de
quina (Cinchona) en las selvas suramericanas para su aclimatación,
cultivo y obtención de extractos, uno de los cuales, la quinina, pro-
bó convertirse en medicamento efectivo para el tratamiento de las
mortales fiebres palúdicas. Se trata de una época en que la medicina
no contaba con los recursos para intervenir el ciclo de propagación
del Plasmodium eliminando el mosquito vector. Este capítulo tra-
jo a mi memoria la erradicación de la malaria en Venezuela, con
el programa que dirigió a mediados del siglo XX el venerable Ar-
noldo Gabaldón, y más aún el horror angustioso que emerge de la
magistral descripción novelada del ciclo del Plasmodium vivax que
hizo el poeta y narrador venezolano Antonio Arráiz en “la funda-
ción”, incorporado en Tío Tigre y Tío Conejo (1945), un texto que no
debe faltar en ninguna biblioteca venezolana. No conforme con las
malas pasadas de las moscas y mosquitos aparece en Butterflies and
other insects un pequeño tratado, interesante por las citas de fuentes
antiguas y modernas, sobre las pulgas (y ratas), la calamidad de su
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diseminación y los estragos de enfermedades pandémicas por ellas
transmitidas que cambiaron la historia de Gran Bretaña: la muerte
negra en 1348, que diezmó a la mitad la población de las islas, y
la gran peste de 1665 (documentada por Samuel Pepys y Daniel
Defoe), que exterminó una sexta parte de los residentes en Londres.
De igual manera el libro trata de unos insectos casi invisibles que en
todos los museos amenazan destruir las colecciones biológicas. Phil
los llama los devoradores de patrimonio, miembros de una fauna
que él como Curador de altura conoció y combatió mejor que nadie.
Su estimación asombra: de 130.000 gavetas con insectos en el NH-
MUK, probablemente, a un mismo tiempo, sólo 20 se encuentren
infestadas con pequeños psocópteros, thysanuros y coleópteros. No
creo que estas alentadoras cifras se apliquen a las condiciones de las
colecciones en países tropicales. Sólo en Venezuela sabemos que se
han perdido colecciones enteras por esta causa (el malogrado herba-
rio de J. M. Vargas, la colección de mariposas de T. Raymond, por
nombrar sólo dos).
En el mismo tono, estilo y acento se suceden ensayos sobre las
abejas y la miel, las cucarachas y la repulsión que han producido en
la humanidad desde los inicios de la historia natural; la inclinación
universal a la perplejidad y el placer de asombrarse ante los insectos
más grandes, extravagantes y coloridos (experiencia psicológica fun-
damental para el imaginario contemporáneo de monstruos alieníge-
nas). Un capítulo sobre odonatos (libélulas y damiselas) pareciera
un poco desconectado del resto del libro, por ser menos denso, sin
embargo, se lee amenamente porque trae información anecdótica
poco conocida, cierta reflexiones personales sobre los fósiles de libé-
lulas gigantes, algunas consideraciones lexicográficas interesantes y
hasta mención de raras costumbres orientales. El último capítulo se
ocupa del orden de insectos más diverso, y sin duda el grupo animal
más numeroso, los coleópteros, generalmente conocidos como es-
carabajos. Como dato curioso queda claro en esta parte que Henry
Walter Bates, el explorador del Amazonas, inmortalizado por suge-
rir por primera vez el fenómeno del mimetismo entre las mariposas
neotropicales no fuera precisamente un lepidopterólogo sino un en-
tusiasta coleccionista y especialista en escarabajos. Cierra esta obra
una lista de curiosas fuentes bibliográficas (yo la leí completa) y los
índices taxonómico y general.
Recensión: Butterflies & other insects. My enduring impressions 161
Aunque Phil Ackery modestamente pareciera ocultarlo, este
original tratado sobre las mariposas y otros insectos, va mucho
más allá de sus impresiones personales; es un banquete de histo-
ria y entomología, un festín visual que nos deja al final satisfechos
y exhaustos, con el sabor lejano pero permanente de algo que lla-
mamos cultura; la cultura de la historia natural. Creo también que
esta obra es un prodigioso homenaje a muchos hombres y mujeres
cuyos nombres quedaron por casualidad, defecto o virtud, esfuerzo,
pasión, infortunio y locura asociados al alucinante mundo que co-
nocemos de los insectos.
Ángel L. Viloria*
* Centro de Ecología, Instituto Venezolano de Investigaciones
Científicas. Apartado 20632, Caracas 1020-A, Venezuela
aviloria@ivic.gob.ve