ANARTIA, 27 (“2015” 2018): 23 - 26
ISSN: 1315-642X
Liminar
De basiliscos y otras heterodoxias
En la vida de las instituciones parece haber un momento dis-
tintivo, no necesariamente trascendente pero siempre estelar. Hay
un tiempo de la Facultad Experimental de Ciencias (Universidad
del Zulia) que se me ocurre aleccionador, tocado de eficaces diligen-
cias y sobre todo entusiasta en su desenfado, y esto a veces puede ser
una manera de disidencia. Pude ser espectador de este ciclo desde
mis labores de auxiliar en la biblioteca de las licenciaturas, ahora
se la conoce como “Dr. Ramiro Finol”, pero durante algún tiem-
po un equívoco la nombró “Jesús Finol”. Algo había en el espíritu
de aquella docencia, en la bulliciosa camaradería, que acercaba el
estilo de la enseñanza-aprendizaje de aquellas licenciaturas más a
los ecos de una lejana contracultura, desenfado y amistad, que a la
rígida rutina profesoral usual en otras Facultades.
Quizás hubo una decidida influencia en la convivencia con
un proyecto que hasta ahora ha sido la mayor remodelación de
los estudios universitarios en Venezuela: el prospecto del prope-
déutico conocido como Estudios Generales. Humanismo, política,
historia, filosofía, semiología, lingüística, lógica, matemática, era
el nudo oxigenador de un programa de estudios de dos semestres,
pronto reducido a uno, y finalmente dispersado como materias
electivas de otras Facultades y así eliminado como programa do-
cente, acosado por la burocracia y la indiferencia. Algo de aquella
expectación solvente y liberadora debió contagiar la rutina y valo-
ración de las vecinas ciencias naturales, cercanas en ajetreo laboral
y unidad administrativa. Harold Molero debía encajar muy bien
en las maneras de aquellos estilos, en esos días coincidimos como
Miguel Ángel Campos
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colegas, y es la precisa acepción, en el servicio y tareas de la biblio-
teca, ambos estudiantes, él de la Licenciatura de Biología, yo de la
Escuela de Sociología.
Aquella era una biblioteca bien dotada, sus suscripciones he-
merográficas estaban junto a las más nutridas de los mejores cen-
tros del país (UCV, IVIC). Su horario corrido y hasta las ocho de la
noche la convertía en un lugar ya no de consulta y estudio sino de
fecunda conversación y permanencia, los estudiantes podían bajar
en cualquier momento y disponer de sus recursos como si abrie-
ran una puerta contigua del salón de clases o el laboratorio. Ha-
rold ensamblaba sus tareas escolares con las responsabilidades de
trabajo, al igual que yo, mediante cómodos ajustes de horario que
tenían siempre en Lesbia Márquez, la directora, una comprensiva
aprobación. Siempre en las tardes, y hacia las cuatro, había como
un tácito acuerdo, sin suspender el servicio, un grupo reducido nos
dábamos a examinar asuntos fuera de urgencia: literatura, naturalis-
mo, misticismo, música, realidades paralelas, resonancias mórficas
sheldrekianas. A propósito de este autor, Rupert Sheldrake, emble-
ma del revisionismo, los actuales editores de Anartia mantienen una
fecunda relación con Janis Roze (a quien han visitado en Nueva
York), cuya amistad con aquel se afirma más allá de la comunidad
de ideas e intereses profesionales.
Puede entenderse esto porque se trataba de estudiantes con
afecto por la ilustración, formados en lecturas de hogar, y en buena
medida gente que no estaba en conflicto con la soledad. En esos mi-
nutos de heterodoxia algunos aprovechaban para fumar un cigarri-
to, el cónclave finalizaba con la llegada de los pastelitos de Juan, los
mejores de toda la comarca, así, dispuestos y repuestos, la jornada
estaba salvada. Hoy recuerdo aquellos nombres y veo cuan repre-
sentativo puede ser el azar: Ángel Viloria, Orlando Ferrer (Paleta),
José Ramón Jatem, Orlando Pomares, Santander Cabrera, Carlos
Durante, Gabriel Torres, Humberto Soscún (†), el propio Harold…
Era un clima de intercambio que daba a la actividad universitaria
de pensum y semestres otro sentido de arraigo, se trataba de una
comunidad, atada en cercanía e intereses donde se mezclaba lo aca-
démico con la familiaridad de la vida personal. Clara orientación
del horizonte de investigación (objetos reales y una dedicación a la
identificación y descripción) y un entusiasmo intelectual que daba a
las tareas una relevancia ajena a la tecnocracia, eran la nota del día.
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Así, cuando Ángel Viloria me pide un prólogo para su voluminosa
clasificación de las mariposas de Perijá, tenía a mano cómo paliar la
extrañeza, para nuestra fortuna él insistió y por ahí andan esas dos
páginas salidas de la fascinación de las piéridas que por las tardes
brotaban de algún lugar a revolotear en la cuna de mi hija Ángela.
De alguna manera aquella respiración impregnaba todo el ha-
cer hasta la conclusión en el acto sistematizador que era la ejecución
del trabajo de grado, generalmente el resultado de una exploración
de campo, en el caso de la Licenciatura de Biología. El estudio de
Harold sobre la población de basiliscus de la zona del Guasare-Socuy
debía ser modélico en ese sentido, fruto dilecto de aquel género de
convivencia en una Facultad dada a las heterodoxias. La zona ele-
gida, un hábitat pronto a ser impactado por la explotación del car-
bón a cielo abierto al noroeste de Maracaibo, resultó una elección
sensible. Era como la contraparte o complemento de aquella otra,
la Sierra de Perijá, escenario también de un prospecto importante
de investigaciones y verificaciones en el área de zoología, ecología,
botánica. Y aunque Perijá conocía ya una discreta tradición de in-
ventario y ordenación de sus aspectos naturales y antropológicos, la
zona del Guasare-Socuy era un hallazgo para aquella generación de
biólogos, como objeto diverso y también como emocionado nicho
donde la naturaleza guardaba sus maravillas.
Hoy, buena parte de aquel paisaje ha desaparecido, en el cur-
so de treinta años la depredación minera ha hecho su trabajo, el
bosque y la selva lluviosa fueron arrasados, convertidos en calveros
para excavar hasta el lecho del manto carbonífero. Las consecuen-
cias para las especies, las fuentes de agua y el ecosistema no pueden
ser evaluadas sino adjetivadas como apocalípticas. Quedan aquellas
investigaciones, biografías de un objeto desvanecido, arqueología de
lo forestal y recuerdos de sistemas bióticos que no llegaron a ser
bien conocidos: pájaros, insectos, reptiles, sorprendidos en su par-
simoniosa evolución y proyectados en un tiempo de agotamiento y
extinción.
Durante aquellos semestres que oía a Harold hablar de la evo-
lución de su tesis me fui haciendo una imagen del animalillo, lagar-
to o saeta, para mi llegó a ser símbolo de lo armonioso pero también
de lo frágil. La amenaza que se cernía sobre la floresta parecía mos-
trarse de manera especialmente drástica en uno de sus habitantes:
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aéreo, fugaz, este si bien puede caminar sobre la corriente de agua,
cuando esta ya no esté quedaría suspendido, congelado, en el vacío.
De los tres caños donde el animal fue observado y recolectado (Ca-
richuano, Paso Diablo, Norte) nada queda, deben ser ahora apenas
líneas de bajo yerbazal, solo trazos en un antiguo mapa satelital.
Aquella investigación descriptiva era pionera en la caracterización
del lagartijo y su ambiente, ciclo reproductivo y hábitos alimen-
tarios, se reducía a un sencillo contaje y observación, pero hacía
luz sobre el entorno, revelaba los cursos de agua, enumeraba las
especies forestales. Me pregunto cuál será hoy el estado de aquellas
poblaciones de Jobo, Orumo, Beleto, Naranjillo bobo, que circun-
daban el área como cielo real de caños y basiliscus. Esa tesis resume
la gran pasión de la biología académica de aquellos años: ecología
y naturaleza en un reclamo moral, reconocimiento de la herencia
natural regional como conjunto de objetos sentimentales. La sen-
sibilidad tal vez intuitiva de una generación, la vida bullente y no
utilitaria de una ciencia fragante, el bichito corriendo sobre el espejo
de agua siempre me pareció un símbolo: de la belleza, también de lo
indefenso, de lo milagroso.
Como la mayoría de aquellas tesis, la de Harold se dilató, me-
ses y semestres parecían ampliar la contemplación de la especie, y
quizás por el solo placer de las excursiones. La observación ocurre
entre abril de 1984 y marzo de 1985, pero no es sino a mediados de
1988 que Harold presenta la monografía para su discusión y apro-
bación, la ilustración de la tapa del cuadernillo es un carboncillo del
propio Harold, allí el animal continúa revelándosenos, extendido en
una flexión plástica, el trazo del biólogo-dibujante nos lo acerca en
una dimensión viva.
Miguel Ángel Campos*
* Escuela de Comunicación Social. Facultad de Humanidades y
Educación. La Universidad del Zulia. Núcleo Humanístico. Maracaibo,
Venezuela Correo electrónico: mcampostorres@gmail.com