ANARTIA, 27 (“2015” 2018): 7 - 22
ISSN: 1315-642X
Editorial
El basilisco, Harold Molero y la región
carbonífera del Guasare
“Uno no debería desahogar su ira sobre los animales, la teología
decreta que el hombre tiene alma y que los animales son meros
aoutomata mechanica, pero creo que sería mejor aconsejar que los
animales tienen alma y que la diferencia es de nobleza”.
Carolus Linnaeus. Diæta naturalis, 1733
“Dígale que no conozco un hombre más grande en la tierra”.
Mensaje de Rousseau a Linnaeus*
En este instante la sabiduría universal de Linneo (Carolus
Linnaeus, 1707-1778) sigue siendo pasmosa. El ilustre naturalista y
filósofo sueco, quien no viajó por el norte más allá de Laponia (Fin-
landia) y por el sur más allá de Inglaterra, pudo haber saboreado el
plátano africano y sin duda el chocolate – a base de cacao, venido de
América equinoccial –, de otra forma sería difícil explicar la idonei-
dad de los nombres latinos que asignó respectivamente a las plantas
que dan origen a estos alimentos de sabores explosivos, tan ajenos
a la dieta nórdica del siglo XVIII: Musa paradisiaca (divinidad del
paraíso) y Theobroma cacao (cacao alimento de Dios). Dos humildes
ejemplos de miles de nombres que aquella mente original y precla-
ra concibió para legarle a la cultura su genialidad. Linneo también
cometió algunos desaciertos, su bien conocida mariposa tropical
americana Papilio vanillae (hoy en el género Agraulis de Boisvudal y
Le Conte) fue erróneamente asociada a la planta de vainilla (que es
una orquídea) y no a las parchitas (pasifloráceas de las que su oruga
Ángel L. Viloria
8 ANARTIA, 27 (“2015” 2018): 7 - 22
depende exclusivamente) porque elaboró su descripción a partir de
la ilustración de la pintora y naturalista de origen alemán Maria
Sibylla Merian (1647-1717), de quien se presume que durante su es-
tancia en Surinam hizo aquella bella lámina en la cual aparecieron
las dos especies, planta y mariposa, hermanadas por puro capricho
estético. Así mismo, Linneo describió seres desconocidos de los que
escuchó referencias serias, como el hombre de las cavernas (Homo
troglodytes) y el hombre salvaje (Homo sylvestris), y obró de buena
fe para desmitificar entre los Animalia Paradoxa, el Satyrus (sátiro),
la Siren (sirena), el Draco (dragón) y el Monoceros (unicornio), entre
otros animales improbables mencionados en los bestiarios medie-
vales. La observación directa de un singular ejemplar de lagarto
americano notablemente encrestado y con pliegues dérmicos inter-
digitales llevado a algún gabinete europeo de curiosidades, cierta-
mente de América Central, permitió a Linneo describir el Lacerta ba-
siliscus, especie que consideró un lagarto anfibio (Lacerta amphibia).
No pasaron inadvertidos estos rasgos. Una vez más el “naturalista
completo” daba a la humanidad una muestra sobrada de cultura e
intuición. El nombre Basilisco (βασιλίσκος: pequeño rey, por estar
su cabeza coronada por una cresta) es el de una criatura mitológica
referida por autores de la antigüedad como Gaius Plinius Secundus,
Plinio el Viejo (Naturalis Historiae), a manera de pequeña serpiente
tan ponzoñosa que su aliento y su mirada eran letales. Se representó
en ilustraciones medievales y renacentistas con una cresta en for-
ma de mitra. En la décima edición del Systema Naturae de Linneo
(1758), trabajo que formalmente inicia la taxonomía moderna de
los seres vivos aparecen descritos solamente diez géneros de lagar-
tos. Un contemporáneo de Linneo, el médico y naturalista austríaco
Josephus Nicolaus Laurenti (1735-1805) propuso otros treinta (Spe-
cimen medicum, exhibens synopsin reptilium emendatam cum experimentis
circa venena, 1768) creando un género propio, Basiliscus, cuya especie
tipo es el Lacerta basiliscus de Linneo, actualmente clasificado en la
familia Corytophanidae de Fitzinger. Se reconocen cuatro especies
de Basiliscus, una que se encuentra desde México hasta el noroeste
de Colombia, la cual fue introducida artificialmente en la Península
de la Florida (B. vittatus), dos comunes en varios países de América
Central (B. plumifrons y B. basiliscus, de las que la última llega a ex-
tenderse hasta la cuenca del Lago de Maracaibo y región central de
Venezuela en el norte de América del Sur) y la cuarta restringida a
Editorial 9
la vertiente del Pacífico colombiano-ecuatoriano, provincia conoci-
da como el Chocó biogeográfico (B. galeritus). Nunca tuve ni escu-
ché referencia alguna a los basiliscos americanos antes de conocer
a Harold Molero en la Facultad Experimental de Ciencias de La
Universidad del Zulia en 1984.
A finales de 1983, siendo miembro del Centro Excursionista
de La Universidad del Zulia (CELUZ), me sumé a una de las ter-
tulias de cada sábado en la mañana, en la sede del rectorado de la
universidad. Eudo Arias, Presidente del CELUZ, parecía invencible
en los entrenamientos. Era ingeniero geodesta, 15 años mayor que
la mayoría de los jóvenes novatos que soñábamos con salir de la
ciudad, dormir en carpa y dominar las artes del montañismo. Tenía
tanta fama de estricto como de un poco amargado y sin embargo a
la larga fue condescendiente y buen amigo de los menores que nos
tomamos en serio sus normas disciplinarias. Allí estaba yo, con mi
hermano Juan Carlos y Tito Barros (Director del Museo de Biología
de La Universidad del Zulia y editor de esta revista Anartia, en el
momento en que escribo estas líneas), luchando entre la fantasía de
cualquier ascenso prodigioso a la montaña y la realidad de tener que
bregar con las asignaturas formales de los Estudios Generales que
tenían poco que ver con las carreras científicas que habíamos elegi-
do. Miguel Ángel Campos ha mencionado aquel ciclo propedéutico
en esta misma revista. Un poco apesadumbrado, Eudo nos contó de
la obsesiva persistencia de alguien a quien seguro íbamos a conocer
al entrar a la “escuela” de Biología (en realidad un departamento de
una facultad experimental); se trataba de un personaje execrado de
aquella comunidad, Harold Molero, estudiante de biología (uno de
los pocos en el CELUZ que fue capaz de superar físicamente al in-
geniero Arias en los entrenamientos y competencias), quién encabe-
zando una facción de disidentes fundó en la Facultad Experimental
de Ciencias una logia paralela, el Centro Excursionista Ciencias en
Avance (CECA). Este grupo pregonaba no sólo el espíritu deporti-
vo sino también el estudio y la defensa de la naturaleza – recuerdo
haber leído sus estatutos. La sede del CECA estaba en la planta alta
del Módulo 1 donde operaba el Departamento de Biología, tenía
pintada en la pared el aforismo bandera de la inolvidable y legenda-
ria huelga estudiantil de 1979: “Ciencias es Conciencia”. Tito y yo
fuimos a una reunión allí, si mal no recuerdo, un miércoles por la
tarde. No conocimos a Harold, pero sí a otras personas que forma-
Ángel L. Viloria
10 ANARTIA, 27 (“2015” 2018): 7 - 22
rían parte de esta historia, Alexander Acuña, María Elena Guerre-
ro, Néstor Pereira y Freddy Galué. Nos involucramos también con
aquellos estudiantes de ciencias. Casi a escondidas entrenábamos
en el polideportivo un día con la gente del CECA y otro con la gente
del CELUZ. Ambos grupos empezaron a mirarnos con recelo. La
viveza criolla nos decía al oído que no había contradicción, que éra-
mos libres de pertenecer a cualquier sociedad sin entrar en conflicto.
Pero la verdad es que había un gran conflicto histórico entre el CE-
LUZ y el CECA y fuimos forzados a tomar un solo partido. El mo-
mento del divorcio ocurrió en febrero de 1985: Tito viajó al Parque
Nacional Henri Pittier con el CECA y yo viajaría al Pico Bolívar
con el CELUZ, en la que creo habría de ser mi postrera excursión
como miembro de este último (hubo una tentativa de incorporarme
a un ascenso al Monte Roraima en agosto, pero me faltó dinero y
entusiasmo). Para entonces ya habíamos conocido a Harold Mo-
lero. Su estatura, su carácter parco y taciturno, y el conocimiento
que manejaba sobre las serpientes de Venezuela me impresionaron.
Me costó aproximarme pero al poco tiempo hablábamos en la bi-
blioteca, de biología y zoología, de excursiones y expediciones y
después del mediodía contábamos chistes (cuando llegaba Miguel
Ángel Campos). Sentía admiración por Harold y sé que fue por lo
que debe ser reconocido históricamente, su iniciativa expediciona-
ria a las altas cumbres de la Sierra de Perijá (ver p. ej., Molero 1981,
[Anónimo] 1981), alimentada por un genuino deseo de explorar y
por su pasión por el estudio de la fauna, particularmente los repti-
les. También estoy convencido que Harold Molero representa mejor
que nadie la generación estudiantil que por primera vez llamó la
atención pública en torno a la conservación de aquellas montañas.
Mi llegada a la Facultad fue tardía en relación a mi posible par-
ticipación en alguna de las expediciones al Tetari. Por otro compa-
ñero de aula, Alfredo Pérez, supe que justo en septiembre de 1984,
regresaban a clases Harold y su grupo de la séptima expedición al
Tetari, que aunque no alcanzó la cumbre de aquella, hasta entonces
inconquistable cima paramera de la Sierra de Perijá, fue una verda-
dera expedición científica que se había organizado a un nivel pro-
fesional desconocido para mí. Se escribió un anteproyecto que fue
sometido a la consideración del Consejo de Desarrollo Científico y
Humanístico de la universidad (CONDES), dependencia que con
el apoyo de su Director, el profesor César Badell, aprobó el carácter
Editorial 11
científico de la expedición y la financió ([Molero] 1984). Alfredo,
discípulo predilecto del profesor José Moscó – ictiólogo, Director
del Museo de Biología, con quien me cabría el honor de trabajar lar-
gos años y cofundar en 1988 la revista Anartia – participó en calidad
de ayudante de campo del grupo de ictiología, que acampó en la
laguna de Kunana, sitio escogido como base para el trabajo cientí-
fico. Todavia evoco los relatos que me hizo posteriormente el cro-
nista de aquella aventura, Marcos Portillo Bracho (†), fundador de
la Sociedad Conservacionista del Zulia, hombre inquieto, especie
de Simón Rodríguez moderno, que aunque dejó muy poco escrito
(p. ej., Portillo 1987a, 1987b), era persona bien informada y gustaba
discutir largas horas sobre el valor de las propuestas no formales
para la educación ambiental: fue un enamorado incurable de la Sie-
rra de Perijá.
No pude honrar mi corta carrera de montañista con la posibili-
dad de anotarme en aquellas legendarias expediciones organizadas
por Harold Molero pero alcancé en dos oportunidades a acompa-
ñarlo en labores de campo. Mencionaré primero la segunda ocasión
en la que visitamos juntos, en compañía de Hernán Maceo Pardo
(†) y de dos guías cazadores, nativos de La Concepción, una cueva
estrecha y con una peligrosa corriente de agua que yo denominé in-
formalmente la resurgencia del río Palmar (Viloria y Lanier 1989),
a unos cien metros de la antigua confluencia de los ríos Palmar y
Lajas con el Caño Colorado, lugar que fue bellísimo y escenario
espectacular, hoy lamentablemente bajo las aguas del Embalse El
Diluvio. Fue un fin de semana de 1986. Eduardo Cayama, el líder
cazador, nos hizo comer un guiso de carne de puma con arepas. Al
día siguiente me donaría la piel y el cráneo para el MBLUZ. Esa
noche presenciamos el apogeo del Cometa Halley desde la Hacien-
da Caño Pescao, en el piedemonte de la Sierra de Perijá. Maceo
publicó anónimamente una reseña de aquella experiencia en Bajo el
ocular ([Anónimo], 1986) uno de los tantos boletines informativos
que hacíamos los estudiantes de ciencias, encabezados por el infa-
me pero siempre esperado El fantasma de la separación, de ofensivo
pero divertido contenido.
La primera vez que acompañé a Harold en el campo fue preci-
samente para recolectar basiliscos en los caños del Guasare, la fecha
se pierde en mi memoria, sin tener como acudir en este momento
a las notas de campo que hice. Era la época en la que todavía exis-
Ángel L. Viloria
12 ANARTIA, 27 (“2015” 2018): 7 - 22
tían, relativamente prístinos, los caños Carichuano, Paso del Diablo
y La Baqueta. Viajamos otra vez Maceo, Harold y yo (Juan Pri-
mera “Rajú”, estudiante de química desistió a última hora) hasta
el campamento de la compañía estatal Carbozulia, donde tuvimos
alojamiento y facilidades para cocina y pernocta. Evoco claramente
tres sucesos de aquel viaje: 1. La impresión que me causó el primer
basilisco macho adulto que avisté, me pareció un pequeño dino-
saurio, no muy distinto de los dimetrodones del cine fantástico; 2.
La mala puntería que tuve en todo momento con las hondas para
cazar los basiliscos, a los que luego de sacrificados se les practicaba
la morfometría, etiquetaba y preservaba (la colección se encuentra
actualmente en el Centro de Investigaciones Biológicas, Facultad de
Humanidades y Educación, LUZ). Harold tomaba especial cuida-
do en la extracción de las gónadas y del tracto digestivo para poder
hacer el escrutinio del contenido estomacal e identificar posterior-
mente en el laboratorio los restos quitinosos de los insectos y las
semillas de frutas que constituían la evidencia de la dieta de este
peculiar lagarto. Me consta que se hizo entomólogo en el laborato-
rio, identificando los insectos hasta categoría de género, con la sola
evidencia de un ala o de un tórax. El basilisco es tan anfibio como lo
intuyó Linneo, capaz de bucear y quedarse decenas de minutos bajo
el agua, y más sorprendente aún correr en posición bípeda sobre
la superficie del agua, cruzando tramos apreciables sin hundirse; y
3. Mi imprudencia cruzando el “Pozo La Baqueta”, donde segura-
mente habría perecido ahogado si no hubiese sido por el oportuno
rescate que hizo de mí Maceo, un nadador excepcional.
Dejando un poco de lado lo anecdótico deseo mencionar la
circunstancia de aquella época en la Universidad del Zulia entre
nosotros los estudiantes de la licenciatura en biología. Hacíamos
vida en la universidad. No éramos simples personas que asistíamos
a “oír clase”. José Moscó aglutinó a su alrededor los estudiantes
interesados en el estudio de los peces (básicamente taxonomía) y
poco después a miembros de mi cohorte que empezamos a estudiar
la sistemática de animales diversos; Joseph Ewald dirigió un grupo
muy exitoso de estudiantes más bien inclinados a la biología marina
y al estudio taxonómico y ecológico de los crustáceos. El trabajo
de ambos equipos, que poco interactuaban, adquirió y catalogó las
muestras que formarían el núcleo de las colecciones del Museo de
Biología. Antes de la llegada de Moscó a LUZ en 1979, hubo una
Editorial 13
colección de peces realizada por Donald Taphorn y Craig Lilyes-
trom, que se fue con ellos a la Universidad Nacional Experimental
de Los Llanos Ezequiel Zamora (UNELLEZ) en Guanare. Otro
grupo de estudiantes se organizó en torno al profesor Carlos Luis
Bello (†), quién básicamente se ocupaba de estudios limnológicos,
fisicoquímica de aguas y ecología de peces y de invertebrados acuá-
ticos planctónicos y bentónicos. Poco antes de mi llegada a la licen-
ciatura varios estudiantes interesados en el estudio de vertebrados
acudieron al Centro de Investigaciones Biológicas de la Facultad
de Humanidades y Educación en donde Clark Casler, ornitólogo,
canalizó con su entusiasmo flemático aquel potencial de investiga-
ción. Harold trabajaba con Casler. Hay que decir además que Casler
y Moscó no eran amigos, pero ninguno de los dos intervino en las
buenas relaciones que existieron y existen entre quienes trabajába-
mos para uno u otro bando.
Desde los años 1960 se hablaba formal y públicamente de un
programa para la explotación comercial de carbón en las cuencas de
los ríos Guasare y Socuy (Corpozulia 1964, 1973, 1974). A finales
de la década de 1970 el proyecto quedó en manos de Carbones del
Zulia (Carbozulia) y Carbones del Guasare. El auspicio venía de
la Corporación para el Desarrollo de la Región Zuliana (Corpozu-
lia), que aunque incorporó muy tarde la noción de conservación
ambiental y patrimonial en su discurso oficial, inició un programa
exitoso de arqueología de rescate en la zona (Núñez-Regueiro et al.
1979) que vendría después a ser severamente alterada por el desarro-
llo de las minas de carbón a cielo abierto en la región. Así mismo,
creo que fue por incentivo de Corpozulia que los equipos de inves-
tigadores y estudiantes del Centro de Investigaciones Biológicas
de la Facultad de Humanidades y Educación (Casler y cols.) y del
Laboratorio de Limnología (Bello y cols.) estructuraron propuestas
de trabajo y consiguieron financiamiento para emprender estudios
biológicos pioneros en la región (Casler 1981). Clark Casler, José
Lira y José Brito dirigieron un equipo de trabajo, ocupándose ellos
mismos de investigar una parte de la fauna de vertebrados de la
llamada microrregión carbonífera Guasare-Socuy (por ejemplo las
aves: Casler y Brito 1990, Casler y Lira 1990); entre los estudian-
tes que desarrollaron tesis de grado con ellos se cuentan Alexander
Acuña, quien hizo un inventario de los murciélagos (Acuña 1987).
Harold Molero exploró la biología del ciclo reproductivo y los há-
Ángel L. Viloria
14 ANARTIA, 27 (“2015” 2018): 7 - 22
bitos alimentarios del basilisco (Molero 1988) y Elizabeth Montero
investigó el impacto de la acidez del agua sobre los ciclos de vida
de los anfibios (Montero 1989). El resultado de estos trabajos fue
incorporado a lo que creo debió ser uno de los primeros estudios
integrales de impacto ambiental para la región occidental del estado
Zulia (Casler y Brito 1990)*. El grupo de limnología produjo traba-
jos notables. Entre ellos hay que destacar la obra pionera de Carlos
Bello sobre aspectos ecológicos generales de los caños de la región
(Bello 1985), pero también las tesis temprana de Orlando Ferrer so-
bre el metabolismo del Caño Carichuano (Ferrer 1983), la de San-
dra Maldonado sobre la descomposición de hojarasca en el mismo
caño (Maldonado 1984), la de José Elí Rincón sobre su comunidad
de macroinvertebrados bentónicos (Rincón 1986), la de Nydia León
sobre las comunidades bacterianas del “Pozo La Baqueta” (León
1987), la de Orlando Pomares sobre los hábitos alimentarios de la
comunidad de peces del Caño Carichuano (Pomares 1992). Auna-
dos a estos esfuerzos vimos también generarse estudios detallados
relacionados con la biología de las aguas de los embalses de los
ríos Cachirí y Socuy, ambos emplazados aguas abajo de la región
que poco tiempo después se vería modificada por la deforestación
y la remoción minera de los lechos de las corrientes de la región
carbonífera. Los profesores Wiliberto Díaz y Nelson Castellanos
publicaron un inventario de los rotíferos del embalse de Tulé (río
Cachirí; Díaz y Castellanos 1988); Anartia misma se estrenó pu-
blicando en sus páginas la descripción de dos grandes peces de la
cuenca del río Guasare (Moscó 1988); dos estudiantes del grupo de
limnología Luz Marina Soto y Carlos López produjeron la una un
estudio sobre la fisicoquímica del agua del embalse de Manuelote
(río Socuy; Soto 1984) y el otro una monografía sobre sus comuni-
dades zooplanctónicas (López 1986).
Fueron tiempos de genuino interés por la región carbonífera.
Sabemos que Corpozulia, instituciones técnicas venezolanas y ex-
tranjeras, Carbozulia y algunos ministerios comisionaron expertos
* Hubo otros estudios previos de evaluación de impactos, pero en el
Lago de Maracaibo los cuales se realizaron antes de la canalización
de la barra de Maracaibo, de los cuales es particularmente bien co-
nocido el que dirigió Gilberto Rodríguez del Centro de Ecología del
IVIC (ver Rodríguez 1973, 2000 y Parra Pardi 1977-79, 1986).
Editorial 15
que se apresuraron también a producir y compilar información de
base que pudiera tener un valor futuro para establecer las compa-
raciones necesarias y medir de alguna forma el impacto del desa-
rrollo de las minas de carbón sobre el ambiente (Corpozulia et al.
1978, Ministerio de la Defensa 1978, Ministerio del Ambiente y de
los Recursos Naturales Renovables 1981, Carbozulia 1984). Varios
estudiantes y biólogos de mi generación también realizamos even-
tualmente recolecciones de fauna en las cuencas del Guasare y el
Socuy. Fue parte de una iniciativa ambiciosa para documentar la
naturaleza local que nunca culminó; iniciamos inventarios genera-
les de zonas más extensas como la Sierra de Perijá o el estado Zulia
(Calchi 1990, Viloria 1990c, Barros 1991, Duarte 1991).
En 1986 el Rector José “Chinco” Ferrer instruyó la conforma-
ción de una comisión multidisciplinaria en la Universidad del Zulia
que se diera a la tarea de atender numerosas inquietudes que emer-
gían en torno a la región carbonífera, a las prospecciones mineras
del sur de Perijá, a la problemática de salud indígena, al conflicto de
tenencia de tierra, a la reactivación orientada de la Estación Bioló-
gica Kasmera, en el río Yasa, y otros tantos asuntos de interés para
la investigación que le daban una oportunidad a nuestra universidad
de proporcionar conocimiento y soluciones prácticas a la comple-
jidad del territorio montañoso al oeste amplio de Maracaibo. Esa
comisión la presidió el Dr. Orlando Castejón, Director del Instituto
de Investigaciones Biológicas de la Facultad de Medicina. Castejón
venía de ocupar la cartera de Ministro del Ambiente y trató por va-
rios años de darle forma y desarrollo a un proyecto multidisciplina-
rio denominado de “investigación-acción”. Se organizaron diversas
iniciativas que no viene al caso mencionar en este momento, pero el
envión duró cuatro o cinco años, al cabo de los cuales se fue apagan-
do el interés (Castejón et al. 1986). Sin embargo, fue una experiencia
que a varios de los participantes nos daría elementos para organizar
ideas, reformular proyectos y desarrollar otros planteamientos. Hice
un estudio documental que me permitió precisar entre 1989 y 1990
la fecha en la que se reveló al gran público la polémica en torno a los
posibles efectos del desarrollismo minero del carbón no solamente
en el Guasare-Socuy sino también en otras zonas del estado Zulia
donde se propusieron proyectos de exploración y explotación de
carbón y otros minerales. Además de algunos de los miembros del
Proyecto Perijá hubo un pequeño ejército de periodistas y documen-
Ángel L. Viloria
16 ANARTIA, 27 (“2015” 2018): 7 - 22
talistas que se dio a la tarea de difundir nuestra opinión como biólo-
gos o antropólogos conservacionistas (Méndez 1989, Caridad Mon-
tero 1990, Mosquera 1990a, 1990b, Martínez Aniyar 1990, Solarte
1990, Viloria 1990a, 1990 b). Fuimos copartícipes de la controversia
pública que a mediados de la década de 1990 habría llegado a niveles
de confrontación y escándalo jamás antes vistos. Como mencioné
antes, Marcos Portillo desde SOCOZULIA, y desde LUZ, Harold
Molero, y algunos otros estudiantes de ciencias que antecedieron a
la cohorte de la cual fui parte fueron pioneros en llamar la atención
sobre este asunto. Recuerdo también vívidamente las concurridas
conferencias que dictaba Carlos Luis Bello en la biblioteca y los au-
ditorios de la Facultad Experimental de Ciencias que fueron foros
primigenios de discusión universitaria sobre los efectos negativos de
la minería a cielo abierto en el ambiente. En nuestro cónclave vimos
llegar un número creciente de profesores y estudiantes activistas de
la causa anti-minera provenientes de diversas facultades (Lusbi Por-
tillo, Cirilo Caraballo, Sara Aniyar, José Quintero Weir, Nehemías
Bracho, Luis Prieto, Asmery Gonzalez, Zaydi Fernández, Ángel
Villalobos, entre muchos otros), progresivamente venían aparecien-
do otras agrupaciones independientes de la universidad fundadas
en Maracaibo (como Ambientalistas del Zulia, AZUL, en 1986 y la
Sociedad “Homo et Natura”, en 1996) que han difundido el discur-
so de la prevalencia del interés ecológico sobre el económico. Con
un repunte en la primera década del 2000 (Viloria y Portillo 2000),
este debate entre defensores de los proyectos mineros y ecologistas
se ha extendido hasta fecha reciente.
Evocando las experiencias aquí relatadas reconozco que mi
arribo al Departamento de Biología de La Universidad del Zulia
en 1984, las relaciones personales y académicas que establecí allí a
partir de ese momento y las influencias culturales que recibí de pro-
fesores, trabajadores y colegas estudiantes, fueron determinantes en
el modelaje de la actitud por la cual opté como persona y profesio-
nal. En ese contexto, Harold Molero, amigo y colega, fue un ejem-
plo a seguir para quienes no tuvimos otro camino que desahogar
las angustias juveniles y complacer nuestras ambiciones románticas
subiendo montañas, cruzando ríos, fotografiando paisajes y recolec-
tando animales. El tiempo probaría que esta actitud frente a la vida
bien daría algunos frutos.
Editorial 17
Me honra presentar este número especial de la revista Anartia
del Museo de Biología de La Universidad del Zulia, en el que se
inaugura la sección “Manuscritos inéditos” justamente con la publi-
cación de la tesis que Harold Molero defendió en 1988 para obtener
su licenciatura en biología, Ciclo reproductivo y hábitos alimentarios del
lagarto Basiliscus basiliscus (Sauria: Iguanidae) de la región carbonífera
Guasare-Socuy, Estado Zulia, Venezuela. En el escenario histórico des-
crito anteriormente, se trató de uno de los temas más originales que
conociéramos en la herpetología venezolana. La sola escogencia de
la especie objeto de estudio fue tan desconcertante que no es posible
discernir si se trató de una excentricidad o de un martillazo en el cla-
vo. El trabajo tiene el gran mérito de ser la tesis más concisa que se
haya escrito en la historia de la Facultad Experimental de Ciencias
de la Universidad del Zulia (veintiséis páginas) y aun así trascenderá
la historia.
La última vez que estuve en “Paso del Diablo”, con Orlando
Pomares y Wilfrido Cabezas (hace más de veinte años, por cierto),
ya era una mina. No se distinguía ningún rasgo ni paisajístico, ni
topográfico que permitiera reconocer el lecho del caño por el cual
transitamos con Harold los espacios bucólicos y silenciosos som-
breados a mediodía por grandes árboles cuyas especies él mencionó
en su tesis; ni hablar de los barrancos arenosos ribereños en donde
los basiliscos hacían sus cuevas para desovar. En lugar del monte
cálido y aún fresco, que conocí como ayudante de campo, se expla-
yaba por kilómetros un vasto yermo; y ni una sola rama. A lo lejos,
divisé el resplandor de un hilo de agua cruzando un socavón de
dimensión indescriptible por el cual vi transitar como hormigas, una
detrás de otra, las volquetas gigantes (haul trucks) cargando carbón
y alzando polvaredas odiosas bajo el sol**.
** Publicamos fotografías que tomé en esa ocasión (1991) y aparecie-
ron en la revista Dominios que dirigía Miguel Ángel Campos en la
Universidad Nacional Experimental “Rafael María Baralt”; también
aparecieron en un folleto con idéntico contenido que circuló la Socie-
dad Homo et Natura (Bordón 1991, 2002).
Ángel L. Viloria
18 ANARTIA, 27 (“2015” 2018): 7 - 22
BIBLIOGRAFÍA
Acuña, A. J. 1987. Inventario de los murciélagos (Mammalia: Chiroptera) de la
región carbonífera del Guasare, Edo. Zulia. Maracaibo: La Universidad
del Zulia, Facultad Experimental de Ciencias, 34 pp. [Tesis de grado]
[Anónimo]. 1981. Nuevos horizontes científicos. Una ruta al Tetari y Ma-
nastara. Ciencias. Boletín Informativo de la Facultad Experimental de Cien-
cias de La Universidad del Zulia 15: 56–69.
[Anónimo]. 1986. Exploración espeleológica. Bajo el Ocular (Maracaibo,
La Universidad del Zulia, Facultad Experimental de Ciencias) 6: 9.
Barros, T. R. 1991. Contribución al conocimiento de los reptiles de la Sierra de
Perijá, estado Zulia, Venezuela. Maracaibo: La Universidad del Zulia,
Facultad Experimental de Ciencias, xvii + 199 pp. [Tesis de grado]
Bello, C. L. 1985. Consideraciones ecológicas de los caños de la región carbonífera
del Guasare, estado Zulia. Maracaibo: Ediciones de la Facultad Experi-
mental de Ciencias de La Universidad del Zulia / Ars Gráfica, S. A.,
73 pp. + 4 tbls., 24 figs.
Bordón, C. 1991. La explotación del carbón en Venezuela. Dominios (Ma-
racaibo) 3: 21–23.
Bordón, C. 2002. El carbón de las cenizas. [1ª ed. así]. Maracaibo: Sociedad
Homo et Natura, 10 pp. + [ii].
Calchi, R. 1990. Distribución y estado actual del guácharo (Steatornis caripensis)
en el estado Zulia, Venezuela. Maracaibo: La Universidad del Zulia,
Facultad Experimental de Ciencias, xiv + 88 pp. [Tesis de grado]
Carbozulia. 1984. Situación actual y perspectivas del proyecto carbonífero del Zu-
lia. Maracaibo: Carbones del Zulia, C. A., [iii] + 19 pp.
Caridad Montero, C. 1990. El peligro de llamarse “Sierra de Perijá” (1).
La Columna (Maracaibo), año 66, No. 20.974, 16 de enero de 1990,
pp. 15.
Casler, C. L. 1981. Estudio ecológico de la región carbonífera Guasare-Socuy,
estado Zulia. Maracaibo: La Universidad del Zulia, Facultad de Hu-
manidades y Educación, 49 pp. [Proyecto de investigación propuesto
al CONDES]
Casler, C. L. y J. M. Brito (eds.). 1990. El impacto de la mina de carbón a cielo
abierto “Paso del Diablo” sobre la fauna y flora del área del Guasare, edo.
Zulia, Venezuela. Maracaibo: La Universidad del Zulia, Facultad de
Humanidades y Educación, Centro de Investigaciones Biológicas, vi
+ 305 pp. + [anexos]
Casler, C. L. y J. R. Lira. 1990. La avifauna de la región carbonífera del
Guasare. In: Casler, C. L. & J. M. Brito (eds.). 1990. El impacto de la
Editorial 19
mina de carbón a cielo abierto “Paso del Diablo” sobre la fauna y flora del
área del Guasare, edo. Zulia, Venezuela. Maracaibo: La Universidad del
Zulia, Facultad de Humanidades y Educación, Centro de Investiga-
ciones Biológicas, pp. 111–138.
Castejón, O. J., M. T. Portillo B., R. López, C. Morán, L. González, J.
Moscó, F. Matos, A. Lovera, O. Zambrano, A. Paredes y M. Gil.
1986. Proyecto Perijá (Perijá Project), documento resumen. Maracaibo: La
Universidad del Zulia, Facultad de Medicina, Instituto de Investiga-
ciones Biológicas, [3] pp. [mecanografiado].
Corpozulia. 1964. El Programa Carbonífero del Zulia. [1ª ed.]. Caracas: La
Torre Impresor, 54 pp.
Corpozulia. 1973. El Programa Carbonífero del Zulia. [2ª ed.]. Caracas: La
Torre Impresor, 93 pp.
Corpozulia. 1974. Proyecto de prefactibilidad de la explotación cabonífera en la
Mina Paso Diablo. Maracaibo: Corpozulia, 46 hh.
Corpozulia; CIUR & ORSTOM. 1978. Ordenamiento territorial de la micro-
rregión carbonífera Guasare-Socuy. Maracaibo: Corporación para el De-
sarrollo de la Región Zuliana; Centro de Investigaciones Urbanas y
Regionales; Office de la Recherche Scientifique et Technique Outre-
Mer, 4 vols.
Díaz, W. y N. Castellanos. 1988. Rotíferos (Monogononta) de la represa de
Tulé del estado Zulia. Ciencias (Maracaibo) 5: 31–61.
Duarte, M. A. 1991. Contribución al conocimiento de la fauna de mamíferos del
estado Zulia. Maracaibo: La Universidad del Zulia, Facultad Experi-
mental de Ciencias, 126 pp. [Tesis de grado]
Ferrer, O. J. 1983. Metabolismo del Caño Carichuano, corriente de agua natural
arbolada. Región carbonífera del Guasare, estado Zulia. Maracaibo: La
Universidad del Zulia, Facultad Experimental de Ciencias, 174 pp.
[tesis de grado]
Laurenti, J. N. 1768. Specimen medicum, exhibens synopsin reptilium emen-
datam cum experimentis circa venena et antidota reptilium austriacorum.
Viennae: Typ. Joan. Thom. Nob. De Trattnern, 214 pp.
León, N. 1987. Variaciones temporales de algunas bacterias heterótrofas en el sis-
tema caño-laguna “Pozo La Baqueta”, región del Guasare, estado Zulia.
Maracaibo: La Universidad del Zulia, Facultad Experimental de
Ciencias, 180 pp. [Tesis de grado]
Linnaeus, C. 1758. Systema naturae per regna tria naturae, secundum classes,
ordines, genera, species, cum characteribus, differentiis, synomymis, locis.
Editio Decima, reformata. Holmiae: Laurentius Salvius 1: iv + 823 pp.
+ [1] pp.
Ángel L. Viloria
20 ANARTIA, 27 (“2015” 2018): 7 - 22
Linnaeus, C. 1958. Diaeta Naturalis 1733. Linnés tankar om ett naturenligt le-
vnadssätt. Uppsala: Almqvist & Wiksells, 222 pp. + 2 pls.
López, C. L. 1986. Composición, abundancia y distribución de las comunidades
zooplanctónicas en el embalse de Manuelote (río Socuy, estado Zulia). Mara-
caibo: La Universidad del Zulia, Facultad Experimental de Ciencias,
179 pp. [Tesis de grado]
Maldonado, S. 1984. Procesamiento y cambios químicos que sufre la hojarasca de
Inga ingoides Willd, en el Caño Carichuano (corriente de agua natural arbo-
lada) ubicado en la región carbonífera del Guasare, edo. Zulia. Maracaibo:
La Universidad del Zulia, Facultad Experimental de Ciencias, 111
pp. [Tesis de grado]
Martínez Aniyar, L. 1990. Locación: las tierras de los barí. La Iguana Ilus-
trada (Maracaibo) 1(5): 17.
Méndez, N. 1989. Salvemos a Perijá. Trasluz (Maracaibo), año 4, No. 17,
noviembre de 1989, pp. 3.
Ministerio del Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables. 1981.
Estudio de suelos con fines múltiples, sector noroeste, microrregión carboní-
fera Guasare-Socuy: distrito Mara, estado Zulia. Maracaibo: MARNR,
15 pp.
Ministerio de la Defensa. 1978. Estudio geográfico de la cuenca del río Guasa-
re. Publicación G-43. Caracas: Ministerio de la Defensa, Servicio de
Geografía y Cartografía de las Fuerzas Armadas (SEGECAFA), 138
pp. + 12 láms.
Molero, H. 1981. Informe de la sexta expedición al Tetari y Manastara. Mara-
caibo: La Universidad del Zulia, Facultad Experimental de Ciencias,
Centro Excursionista Ciencias en Avance, 19 pp. [mecanografiado]
[Molero, H.]. 1984. Anteproyecto Séptima Expedición Tetari 1984. Maracaibo:
La Universidad del Zulia, Facultad Experimental de Ciencias, 9 pp.
[mecanografiado]
Molero, H. 1988. Ciclo reproductivo y hábitos alimentarios del lagarto Basiliscus
basiliscus (Sauria: Iguanidae) de la región carbonífera Guasare-Socuy, Esta-
do Zulia, Venezuela. Maracaibo: La Universidad del Zulia, Facultad
Experimental de Ciencias, 26 pp. [tesis de grado]
Montero, E. de F. 1989. Efecto del bajo pH del agua en el desarrollo embrio-
nario y larvario de la familia Leptodactylidae (Amphibia: Salientia) de la
región carbonífera Guasare-Socuy, estado Zulia, Venezuela. Maracaibo:
La Universidad del Zulia, Facultad Experimental de Ciencias, 78 pp.
[Tesis de grado]
Editorial 21
Moscó, J. 1988. Dos nuevas especies de Brycon (Pisces: Characidae) de la
cuenca del lago de Maracaibo, Venezuela. Anartia, Publicaciones Oca-
sionales del Museo de Biología de La Universidad del Zulia 1: 1–23.
Mosquera, A. 1990a. CAP solicita informe de impacto sobre la Sierra.
Ciencias (Maracaibo), año 5, No. 39, marzo de 1990, pp. 11.
Mosquera, A. 1990b. Parque de Perijá debe ser ampliado. Ciencias (Mara-
caibo), año 5, No. 41, mayo-junio de 1990, pp.11.
Núñez-Regueiro, V. A.; M. A. Tartusi y R. Hurtado. 1979. Proyecto arqueo-
lógico de rescate para la microrregión carbonífera Guasare-Socuy. Maracai-
bo: Corpozulia, 51 pp.
Parra Pardi, G. (ed.). 1977-1979. Estudio integral sobre la contaminación del
lago de Maracaibo y sus afluentes. Caracas: Ministerio del Ambiente y
de los Recursos Naturales Renovables, 2 vols.
Parra Pardi, G. 1986. La conservación del lago de Maracaibo. Diagnóstico ecoló-
gico y plan maestro. Caracas: Lagoven, 86 pp.
Pomares, O. 1992. Variación estacional en los hábitos alimentarios de una co-
munidad de peces del Caño Carichuano (corriente intermitente) en la región
carbonífera del Guasare, estado Zulia. Maracaibo: La Universidad del
Zulia, Facultad Experimental de Ciencias, 218 pp. [Tesis de grado]
Portillo B., M. T. 1987a. Proyecto Serranía de Perijá, equipo interdisciplinario,
actividades julio 86-87. Maracaibo: La Universidad del Zulia, [9] pp.
[mecanografiado]
Portillo B., M. T. 1987b. Programa de educación ambiental no formal para la
Serranía de Perijá. Maracaibo: La Universidad del Zulia, Facultad de
Medicina, Instituto de Investigaciones Biológicas, [8] pp. [mecano-
grafiado]
Rodríguez, G. 1973. El sistema de Maracaibo. Biología y ambiente. [1ª ed.].
Caracas: Ediciones del Instituto Venezolano de Investigaciones
Científicas, 395 pp. + [i].
Rodríguez, G. (ed.). 2000. El sistema de Maracaibo. Biología y ambiente. [2ª
ed.]. Caracas: Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, x
+ 264 pp.
Rincón R., J. E. 1986. Estudio del arrastre (“drift”) de macroinvertebrados
bénticos [sic] en Caño Carichuano (Guasare - edo. Zulia), corriente tropical
intermitente. Maracaibo: La Universidad del Zulia, Facultad Experi-
mental de Ciencias, 139 pp. [Tesis de grado]
Solarte, A. J. 1990. Junto al yukpa y al barí los estudiantes de LUZ dijeron
NO, a la “nueva minería”. La Iguana Ilustrada (Maracaibo) 1(5): 16-
17.
Ángel L. Viloria
22 ANARTIA, 27 (“2015” 2018): 7 - 22
Soto Q., L. M. 1984. Caracterización fisicoquímica del agua del embalse de Ma-
nuelote (río Socuy – edo. Zulia). Maracaibo: La Universidad del Zulia,
Facultad Experimental de Ciencias, 108 pp. [Tesis de grado]
Viloria, Á. L. 1990a. Perijá, una opinión más. La Columna (Maracaibo),
año 66, No. 20.978, 20 enero 1990, pp. 10.
Viloria, Á. L. 1990b. La Sierra de Perijá y su problemática político-ecológi-
ca. Contextos, revista nacional de ciencias sociales 2(4-5): 49–51.
Viloria, Á. L. 1990c.Taxonomía y distribución de los Satyridae (Lepidoptera:
Rhopalocera) en la Sierra de Perijá, frontera colombo-venezolana. Maracai-
bo: La Universidad del Zulia, Facultad Experimental de Ciencias,
xxxviii + 296 pp. [Tesis de grado]
Viloria, Á. L. y L. Lanier. 1989. Potencial espeleológico de la región occi-
dental del Estado Zulia. El Guácharo, Boletín divulgativo (Caracas) 27:
11–29.
Viloria, Á. L. y L. Portillo. 2000. Observaciones sobre la extracción de
carbón en la Sierra de Perijá (Zulia, Venezuela) y sus consecuencias
negativas e irreversibles sobre el ambiente local. Anartia 12: 1–19.
*Citado en Linné online. Uppsala University.
URL: http://www2.linnaeus.uu.se/online/life/8_3.html
Ángel L. Viloria*
* Centro de Ecología. Instituto Venezolano de Investgaciones. Científicas (IVIC)
Km 11 carretera Panamericana, Altos de Pipe, Estado Miranda, Venezuela.
Correo-e: aviloria@ivic.gob.ve