ANARTIA
Publicación del Museo de Biología de la Universidad del Zulia ISSN 1315-642X
Á. L. Viloria
En mayo del 2000 mi colega Freddy García Rodríguez y yo viajamos por tierra desde Maracaibo a Caracas, para encontrar a Lazare Botosaneanu en el aeropuerto de Mai- quetía. Alcanzamos con gran retraso al arribo de su vue- lo desde Amsterdam. Nunca antes lo habíamos visto y no teníamos idea de su aspecto. Por intuición me acerqué a un caballero mayor en edad que visiblemente impaciente deambulaba por el pasillo principal empujando un carrier con su equipaje. Primero pregunté en inglés si hablaba es- pañol. Su respuesta fue “I speak only six languages”. Así que conociéndole con anterioridad a través de cartas en donde demostró su erudición naturalista, en ese momento me di cuenta que era un políglota. En Rumania había aprendi- do su idioma nativo, y fluidamente el francés y el ruso. En Cuba aprendió el castellano más allá de lo imaginable para un visitante ocasional. Su paso estragado por Alemania le dejó el aprendizaje claro de la lengua teutona, y la etapa de académico refugiado en los Países Bajos le permitió cono- cer a fondo el holandés. Desconozco donde aprendió el in- glés, el cual hablaba con denotado acento latino. Digo esto con gran propiedad pues algunos años después de aquel grato e intenso encuentro de trabajo en el cual convivimos una semana en el oriente venezolano y particularmente en la Isla de Margarita, le pedí que me ayudara a traducir y comparar unos textos de la primera edición –en holan- dés– de la bien difundida obra “los piratas de la América” de Alexander Oexmelin o Esquemeling con los de las co- rrespondientes ediciones en alemán e inglés, todas publi- cadas en el siglo XVII. Eran textos escritos en variaciones arcaicas de esas lenguas y sin embargo mi recordado amigo me envió de inmediato las traducciones, impecablemente manuscritas, con comentarios inesperados sobre los giros idiomáticos en comparación con lo que debería ser en la gramática moderna.
Al final de una tarde en Margarita, Lazare, Freddy y yo convinimos en desplazarnos con antelación al ocaso a un lugar del río Asunción, donde había un balneario, para ubicarnos convenientemente con las trampas de luz que usamos en esa campaña entomológica para atraer y reco-
Lazare Botosaneanu con su “camisa de Chávez” en el río San Juan, Fuentidueño, Isla de Margarita, Venezuela. 31 de mayo de 2000.
Obituario: Lazare Botosaneanu: 1927-2012
lectar tricópteros. Llegamos al punto seleccionado con los últimos rayos de luz del día. Creo que era un domingo y todavía quedaba un grupo de bañistas retrasado, que agi- taba un suculento hervido en un caldero a la leña. Como algunos de los presentes estaban visiblemente ebrios, pedí a nuestro visitante permanecer en la camioneta mientras yo iba a investigar la conveniencia de bajarnos allí y en ese momento. Caminé hacia el grupo sin darme cuenta que Lazare desconociendo por completo mi recomendación se vino dos o tres pasos detrás de mí. Así que al interro- gar a uno de los locales, muy pasado de tragos, sobre si les importunaba o no nuestra presencia, Lazare, hombre de personalidad muy dominante inmediatamente intervino en la conversación. Nuestro interlocutor torso desnudo lo miró fijamente y halándole una charretera de la camisa de khaki tipo safari, le espetó con acento oriental y a una velo- cidad que hizo de sus palabras un torrente casi ininteligible para mí: “quítate esa verga chico, que te pareces a Chávez”. Seguro de que Lazare no había entendido ni una vocal de aquella frase que me sonó a ofensa, por lo intempestiva, le sugerí que volviéramos de inmediato a la camioneta y esperáramos un rato antes de instalarnos con las luces en la orilla del río. No tenía ningún ánimo de trabar diálogo con un borrachito impertinente. Así hicimos y luego de diez minutos de silencio, sentados dentro del automóvil, Lazare me preguntó, “¿qué fue lo que dijo ese tipo, que me parez- co a Chávez?”. Así era su oído, agudísimo para los idiomas.
Otro día recibimos repetidas recomendaciones de alo- jarnos en el lujoso “hotel del alemán”, en el Valle del Es- píritu Santo. Llegados al sitio, sin duda muy agradable y gallardamente adornado de jardines y piscinas, me bajé del vehículo e ingresé a la recepción del hotel. Allí estaba “el alemán” tomando champán con una dama, y ante mi presencia se levantó poniéndose a la orden. Empezando yo apenas a averiguar sobre la posibilidad de tomar aloja- miento, irrumpió violentamente Lazare hablando alemán a todo volumen y sorprendiendo al anfitrión, quien rápi- damente tomó control del interrogatorio, contestándole con diligencia. Aquello fue un careo en el cual me pareció que el dueño del hostal ponía condiciones mientras Lazare regateaba precios. De pronto la conversación paró en seco y Lazare nos dijo con mucho ímpetu y en correcto caste- llano “listo, nos quedamos aquí esta noche. Me parece un lugar simpático, pero antes quiero ir a comer a otro sitio”. Bajamos el equipaje y nos instalamos Freddy y yo en una cabaña, Lazare en otra. Inmediatamente salimos en busca de la cena. En el trayecto el políglota hizo el siguiente co- mentario: “que horrible y vulgar habla ese señor. No es alto alemán, no creo que sea alemán. Seguramente es austríaco”. Al regreso “el alemán” nos agasajó con un trago de brandy en el bar, mientras Lazare se divertía con él, poniéndole
el desafío de adivinar su propia nacionalidad. “El alemán”, quien efectivamente resultó ser austríaco, no pudo descu- brir el origen del enigmático visitante. No fue sino hasta el último día que Lazare le reveló que era rumano.
Al terminar la primera semana de junio de 2000, de- jamos a Lazare Botosaneanu en una calle del centro de Caracas, un domingo por la tarde, desde donde lo vimos tomar un taxi al aeropuerto. No tuvimos la oportunidad de volverlo a encontrar, pero durante cada año de la década siguiente recibimos sus amables saludos en cartas, postales y tarjetas de navidad, así como sus publicaciones. La no- ticia de su fallecimiento el 19 de abril de 2012 nos llegó tardíamente a través del obituario publicado por sus cole- gas del Instituto de Espeleología “Emil Racoviţă” (pronun- ciado racovitza) (Negrea & Nitzu 2012). Otros autores le dedicaron notas biográficas y necrológicas en las cuales es posible documentarse bien sobre la trayectoria de vida y la extensa obra de este amigo sabio, nacido en el país del ima- ginario Conde Drácula (Bănărescu 2001, Viloria [2001], Cobolli 2013, González 2013a 2013b, Noteboom & Jau- me 2013). Por ser estas fuentes bastante exhaustivas, sobre todo en lo que se refiere a la obra científica publicada por Botosaneanu, este obituario necesariamente se limitará a recolecciones de pasajes notables de las conversaciones del autor con este naturalista rumano.
Nativo de Bucarest (27.v.1927) y de raíces judías, fue bautizado Lazar Botoşeneanu. Lazare Botosaneanu fue su nombre público en la comunidad científica (aparentemen- te por error de un impresor, en un momento temprano de su carrera). Su interés por las ciencias naturales despertó a edad muy precoz, llegando adolescente a la Facultad de Biología de la Universidad de Bucarest, donde obtuvo su título a la edad de 22 años. Paso seguido, se hizo asisten- te de Traian Orghidan en la cátedra de hidrobiología de su propia facultad y en 1956 fue transferido como inves- tigador al Instituto de Espeleología “Emil Racoviţă”, don- de uno de sus mentores, el célebre Profesor Constantin Motaş, hombre visionario y ambicioso, habría sido res- ponsable ese mismo año de reorganizar y elevar tal institu- ción a una categoría superior, al punto que en años subsi- guientes alcanzó renombre internacional por el desarrollo que allí tuvo –y tiene– el estudio de la fauna subterránea, principalmente la del medio acuático. Fue allí donde La- zare (“Boto” para los amigos que le tuvimos confianza), principalmente entomólogo especializado en el estudio de insectos del orden Trichoptera, se hizo también especia- lista en estigología (la ciencia de las aguas subterráneas), taxónomo mundial de crustáceos isópodos cavernícolas y ecólogo de las aguas profundas.
Fue un extraordinario explorador de la naturaleza. A la luz de las lámparas para atraer sus tricópteros, en las ho-
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ras tempranas de aquellas noches inolvidables de la Isla de Margarita, nos relató, con cierto orgullo altivo, la aventura más difícil y determinante de su vida: la salida forzada de la República Socialista de Rumania en 1978 (plena época de oro del presidente Nicolae Caeuşescu, ejecutado en 1989 junto a su esposa Elena, luego de ser acusados de genoci- dio). Botosaneanu fue un rebelde en contra de las condi- ciones impuestas a las instituciones científicas de Rumania por el régimen personalista de Caeuşescu y opuso resis- tencia públicamente, manifestando su repudio argumen- tado dentro y fuera de su país, notablemente a través de las desafiantes cartas de denuncia que enviaba periódica- mente a Radio Free Europe (emisora anticomunista en ese momento asentada en Munich, financiada por el gobierno de los Estados Unidos de América y dirigida a audiencias disidentes de Europa del Este).
Con su profesor y colega Orghidan, Lazare Botosanea- nu había sido uno de los líderes de una importante delega- ción de espeleólogos rumanos que estuvo visitando Cuba durante varios años como contraparte de un convenio bi- nacional de cooperación entre academias para la explora- ción científica de las cuevas de la isla. Entre 1969 y 1973 hubo extraordinarias campañas de exploración subterrá- nea y descubrimientos, que resultaron en una colección de numerosos trabajos científicos conjuntos producidos por investigadores de los países cooperantes. Su publicación en cuatro volúmenes (Résultats des expéditions biospéologiques cubano-roumaines à Cuba 1973-1983), impresos por la academia rumana en Bucarest, fue un acontecimiento para la disciplina científica de la exploración de cuevas en el ám- bito latinoamericano. El frontispicio del primer volumen (Orghidan et al. 1973) es una fotografía del equipo explo- rador rumano junto al Presidente de Cuba, Fidel Castro. Allí puede verse al joven Lazare Botosaneanu en plena ma- durez. No obstante, el inicio de la serie coincidió con el apogeo de la confrontación pública que libraba Boto con- tra su adversario, el presidente rumano. Por varios años la denuncia pública retadora y locuaz del brillante investiga- dor motivó el asedio policial a su persona y a los miembros de su familia, terminando en su expulsión del país en 1978. Por orden del gobierno rumano, cuando la edición comen- zaba apenas a circular, se cortaron a mano, una por una, las hojas del frontispicio de este libro, suprimiéndose así la imagen ignominiosa del intelectual opositor. Con ademán burlón, Botosaneanu recomendaba a quien esto escribe, tratar de conseguir una de las raras copias originales que sobrevivieron a la mutilación, con la foto de Castro y los espeleólogos rumanos, un verdadero tesoro de colección para los bibliófilos puristas.
Recuerdo este hombre conversador, discutidor y em- pecinado, excepcionalmente culto y reciamente chistoso,
amante de la buena comida, la buena bebida y la buena música; un bon vivant que se me antojaba vampiresco, re- comendándome “para el beneficio de la bioespeleología venezolana” explorar bien las cuevas de ambientes anchi- halinos de la región de Chichiriviche, en la costa oriental del estado Falcón, a su manera de ver “lo más prometedor del país”. Consejo que proseguí, cumpliendo póstumamen- te sus deseos en 2014 y 2015, cuando reubicamos y explo- ramos las mismas cavernas costeras donde Botosaneanu, su colega holandés Jan Stock (autoridad mundial en an- fípodos, fallecido prematuramente) y algunos estudiantes de la Universidad de Amsterdam (entre ellos Jos Noten- boom) descubrieron novedosas formas animales (Botosa- neanu 1983, Stock & Botosaneanu 1983). Una estudiante del sabio rumano, Sylvia van Lieshout (1983), describió, como resultado de las recolectas efectuadas durante esa expedición de la Universidad de Amsterdam a Venezuela, la especie estigobionte Calabozoa pellucida, un minúsculo crustáceo isópodo recuperado de aguas freáticas de los lla- nos de Calabozo, tan raro que ameritó ser ubicado en un suborden zoológico propio, Calabozoidea.
Tuve la buena fortuna y el honor de establecer comu- nicación con este insigne zoólogo rumano en ocasión del descubrimiento, por parte del montañista y espeleólogo venezolano Leonel Lanier (hijo de cubanos, nacido en México, criado en Caracas, residente en Machiques de Pe- rijá, estado Zulia) de un curioso isópodo cirolánido estigo- bionte, que logramos recolectar en la Cueva de Toromo, Sierra de Perijá, en 1992. Una vez en el laboratorio procedí a examinar las muestras. Por ciertos rasgos morfológicos del peculiar animal, de talla gigante en comparación con lo entonces conocido, me fue imposible determinar su familia taxonómica con certeza. Fue entonces cuando es- cribí una carta a Boto a la cual agregué unos dibujos de ciertas estructuras llamativas. Su respuesta no se hizo es- perar. Me pidió que completara las ilustraciones, dándome indicaciones sobre que había que observar para lograr mis objetivos. Decidí entonces remitirle el material biológico con los nuevos dibujos y a la vuelta de correo recibí un ma- nuscrito en caligrafía de escuela, escrito con pluma fuente, tinta azul. Me impresionó ver en el papel esa muestra de ta- lento, conocimiento y organización mental. Fue necesario visitar nuevamente la localidad tipo para la toma de datos ambientales y recolectar más especímenes. Así trabajamos juntos en la descripción de Zulialana coalescens (Botosa- neanu & Viloria 1993) e iniciamos la relación profesional y de amistad que nos llevó al otro extremo de Venezuela para una segunda colaboración, esta vez en el campo de la entomología (Botosaneanu & Viloria 2002).
He mencionado en otra ocasión (Viloria [2001]) que de la dilatada y destacada obra científica de Lazare Botosanea-
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nu, investigador relevante para la zoología y la espeleología de Venezuela, hay dos trabajos sintéticos mayores que por su significado científico y largo alcance lo consagran dentro de la biología para la posteridad. Se trata en primer lugar del voluminoso catálogo de la fauna estigal mundial, Stygo- fauna mundi, que compiló y editó con ejemplar disciplina y paciencia admirable (Botosaneanu 1986), y en segundo los “estudios en crenobiología” (Botosaneanu 1998) en cuyas páginas desarrolló su propia hipótesis sobre el origen de la fauna de los manantiales, interfase entre lo acuático epigeo y lo estigal.
El paso de Lazare Botosaneanu por este planeta ha de- jado una huella humana, profunda y de progreso en la zoo- logía, la entomología y la bioespeleología. Su partida nos entristeció y lo extrañamos. Nuestro intercambio fue breve pero intenso, como el avistamiento de una estrella fugaz, que por extraordinario y telúrico se queda en la memoria.
REFERENCIAS
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[reproducido en 1994. El Guácharo, Boletín de divulgación espe- leológica 35: 1-15, 1994].
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Ángel L. Viloria*